josenavarrete2.jpgCazarabet conversa con...   Manuel Almisas Albéndiz, autor de “El increíble José Navarrete Vela-Hidalgo” (Suroeste)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El increíble José Navarrete Vela-Hidalgo.

Manuel Almisas Albéndiz escribe, desde Ediciones Suroeste, un primer tomo intenso y desvelador.

Este estudioso y divulgador ya ha estado más veces con nosotros:

http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/pasoalamujer.htm

http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/anitacarrillo.htm

http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/anitacarrillo2.htm

http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/danielortega.htm

http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/doloreszea.htm

http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/rendon.htm

http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/mariamarinlabrador.htm

http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/ramirezbrunet.htm

 

 

 

Cazarabet conversa con Manuel Almisas Albéndiz:

josenavarrete.jpg-Amigo Manuel, ¿por qué le dedicas un libro a José Navarrete?, al que, además, calificas de “el increíble”… ¿qué te llamó la atención de este militar, político y escritor?

-Este personaje se puede enmarcar en la irresistible atracción que sufro últimamente por el periodo del Sexenio Democrático (1868-1874) y los primeros republicanos y librepensadores. Atracción que ya sentí durante el estudio de la figura de Amalia Carvia y las demás librepensadoras andaluzas.  Precisamente en el prólogo de mi libro cuento cómo Amalia me llevó hasta José Navarrete (1836-1901). Pero es que, además, los puntos de encuentro entre ambos van más allá, pues los dos pertenecieron a la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Cádiz, la pionera del estado español, y por tanto combatieron la llamada «fiesta nacional» o salvajada nacional, como la llamaba José Navarrete; ambos abrazaron el espiritismo, creencia muy extendida entre los primeros republicanos y librepensadores de la segunda mitad del siglo XIX; ambos fueron pacifistas y lucharon contra las guerras, las quintas, la esclavitud o la pena de muerte; y por último, tanto Amalia como José Navarrete, como coherentes republicanos y librepensadores, fueron anticlericales hasta la médula.

En estos temas que he citado se encuentran los aspectos que más me llamaron la atención del primer diputado republicano de la historia por el distrito de El Puerto de Santa María, que incluía la villa de Rota, mi pueblo y el suyo adoptivo. Vecindad ésta que también ha influido en que me acerque con más sinceridad y empatía a la figura del artillero poeta José Navarrete Vela-Hidalgo.

-Preséntanos, un poco la figura y al hombre que fue José Navarrete Vela-Hidalgo….

-José Navarrete, o Pepe Navarrete como le decía sus allegados, constituye el vivo ejemplo de un hombre de su época, el periodo convulso y apasionante del final del reinado de Isabel II y el inicio de las ideas revolucionarias, demócratas y republicanas del Sexenio Democrático.

Navarrete pertenecía a la élite ilustrada del ejército español, al arma de Artillería, donde su formación racional y científica en la Academia del Alcázar de Segovia le hizo abrir los ojos ante la enseñanza oscurantista de las distintas órdenes eclesiásticas que dominaban la educación infantil de la época. Desde entonces, Navarrete será el enamorado de las matemáticas y de las ciencias aplicadas, «de las parábolas y las asíntotas», de la tecnología al servicio del bienestar humano, y enemigo acérrimo de las lenguas muertas, el latín y el griego, y de la enseñanza memorística que «mataba» la creatividad infantil.  Desde la tribuna de oradores de las Cortes de Amadeo I y hasta sus últimos artículos, Navarrete siempre abogará por la necesidad imperiosa de una educación infantil obligatoria, pública y laica. 

Sin embargo, el hecho trascendental en su vida de joven oficial artillero de ideas ilustradas y liberales llegó de la mano de dos figuras impresionantes que cambiaron a Navarrete para siempre: Antonio María de Segovia (El Estudiante) (1808-1874) y el primer krausista español, Julián Sanz del Río (1814-1869). Ambos eran profundamente espiritistas, sin militar ni acudir a ningún tipo de círculo o sociedad, pero con un espiritismo progresista y científico que atrapó hasta lo más hondo al joven Navarrete, viviendo y sufriendo una gran transformación espiritual.

-Siempre te pregunto lo mismo porque en esta casa nos interesa sobremanera la dimensión humana, ¿cómo era, cómo fue como ser humano, José Navarrete Vela-Hidalgo?

-Precisamente, esta profunda creencia y espiritualidad marcó su personalidad, convirtiéndolo en una persona sensible, bondadosa, caritativa, rasgos que hasta sus adversarios políticos siempre reconocieron.  Navarrete nunca tuvo enemigos personales, y huía de los debates que no se basaran solo en argumentos, sin caer en personalismos. Por eso, muchos de sus artículos más polémicos los firmó con un seudónimo; no para esconderse, sino para centrar el debate en las ideas y no en las personas.

Cuando falleció en Niza en marzo de 1901 se escribieron numerosas reseñas necrológicas que retratan muy bien a Navarrete como ser humano. Sirvan de ejemplo estas tres citas. En El Nervión (Bilbao), por ejemplo, decían: «La pena que nos ha causado guarda relación con el intenso cariño que le profesábamos. ¿Quién, que le conociera, no quería a don José Navarrete? Sus ternuras sinceras y delicadas se derramaban sobre sus semejantes como rocío benéfico y su trato cultísimo y ameno era el encanto de cuantos le trataban».

Eusebio Blasco en El Imparcial (Madrid) escribía que Navarrete era: «Militar, artillero, republicano, espiritista. Todo en una pieza y todo digno de mucho respeto. Alma noble y generosa, abierta a todos los entusiasmos y a todos los amores. (…) Su persona, tan simpática como sus libros, le ha conquistado muchos y muy buenos amigos. No ha conocido la envidia y esto es peculiar de las almas grandes (…) Todo lo que ha creído Navarrete lo ha creído de buena fe. Es hombre sin vicios antes que «virtuoso»… no tuvo nunca enemigos. Militar, creo que ha sido el único que no ha aspirado a general; poeta y novelista, no ha hecho un tomito de versos malos para ir de cabeza a la Academia. Ciudadano, ha pasado la vida pensando en un ideal que no llega...; en una palabra, un hombre completo, un andaluz de cuerpo entero, un poeta de veras.

Y José Nakens escribía en El Motín (Madrid): Ha muerto en Niza el queridísimo amigo José Navarrete. Militar ilustrado y valiente, poeta de altos vuelos, novelista notable, simpático cual pocos y noble cual ninguno, todo eso fue Navarrete, amén de diputado republicano, enemigo irreconciliable de las corridas de toros e irreductible anticlerical. (…) Reciba su señora viuda mi pésame más sentido, y envanézcase de haber vivido al lado de un hombre de tanto valer, como nos honramos de haber sido amigos suyo todos los que tuvimos esa dicha».

            Con estas palabras creo que sobra que yo diga nada más...

-¿Cómo fue como político, recordando que fue Diputado en Cortes durante el Sexenio Democrático?

-Después de lo ya contado, puede suponerse que su paso por el Congreso de Diputados no pasó desapercibido. En su primera legislatura, la de agosto de 1872, demostró ser un genial y punzante orador. Sus intervenciones pueden leerse en el Diario de Sesiones de las Cortes. Desde el principio dejó claro que él era solo un representante de los republicanos federales del distrito de El Puerto,  y a ellos se debía y solo a ellos rendía cuentas. Sus preguntas a los distintos ministros sobre la situación socio-económica de sus vecinos y conciudadanos fueron constantes, y por ello recibió felicitaciones que se publicaron en los periódicos republicanos de Madrid. Con ocasión de la proclamación de la Primera República en febrero de 1873, los ayuntamientos de El Puerto de Santa María y de Rota acordaron rotular una calle principal en honor a su querido y apreciado diputado. Después de muchos avatares políticos, al fallecer Navarrete en 1901, con otros ayuntamientos de ideas muy distintas, de nuevo se volvió a rotular sendas calles con su nombre. Es una prueba más de las simpatías y respeto que concitaba el personaje de José Navarrete Vela-Hidalgo entre amplias capas de la población.  

-Un republicano convencido, ¿hacia dónde viajaban sus ideales?

-Navarrete vivió la misma transformación política que muchos gaditanos de esa época. De «progresista avanzado» durante la Revolución de Septiembre de 1868, apoyando al general Juan Prim, pasó en pocas semanas a «demócrata» y desde principios de 1869, tras la traición de los demócratas «cimbrios» y su deriva monárquica, se convirtió en convencido «republicano demócrata federal».

En las Cortes se unió al grupo de «federales intransigentes», perteneciendo a una «minoría de izquierdas» dentro del hemiciclo. Se declaraba como «socialista» frente a los llamados «individualistas», y formó un grupo de gran simpatía y empatía ideológica con su paisano de Jerez, Ramón de Cala, y con Fernando Garrido, de gran relación con la tierra gaditana. De hecho, fue uno de los redactores del diario fundado por éste en diciembre de 1871, La Revolución Social (Madrid), descrito a veces como «periódico socialista» y otras como «periódico republicano intransigente».

Durante la época cantonal, que comenzó en julio de 1873, al mes de proclamarse la República Democrática Federal en España, Navarrete no formó parte del numeroso grupo de diputados que marcharon a sus distritos para sumarse al movimiento rebelde. Como ya he dicho, Navarrete se tomaba muy en serio que sus vecinos no lo habían elegido para esa labor guerrera; de hecho, ni El Puerto de Santa María ni Rota se rebelaron contra el poder central de la República y no siguieron a Salvochea, presidente del Cantón de Cádiz. Pero Navarrete nunca condenó a los participantes en dicha «rebelión», como tampoco condenó a la Comuna de París en 1871. Antes bien, los comprendió y justificó,  pues como expresó en las Cortes en noviembre de 1872 interrumpiendo una intervención del Presidente del Gobierno, «nunca he condenado las revoluciones».  Las revoluciones solo eran la expresión de las injustas condiciones socioeconómicas de los pueblos, y si no se querían, se debía haber trabajado para cambiarlas y transformarlas, fin último de la política.

-En aquellos años, todos eran católicos, pero él era crítico, coméntanos por favor…

-Claro, todos católicos desde niños. En aquella época más, si cabe, que en los años del franquismo. El catolicismo era la religión del Estado, y la educación infantil estaba completamente en su área de influencia. Esa misma contradicción y posterior transformación la había comprobado anteriormente en el caso de Amalia Carvia. Como niña, y más aún si cabe, se había educado en el ferviente catolicismo, por eso fue el espiritismo el que trocó su profunda espiritualidad irracional en una creencia más acorde con los tiempos modernos y el progreso de la humanidad. El terrible oscurantismo «frailuno y clerical» les hizo ver con más claridad la luz de un «espiritismo redentor».

Navarrete escribió en 1868 un opúsculo titulado La fe del siglo XX, que no se ha conservado,  pero que sí fue reseñado en su época e incluso por Menéndez Pidal con posterioridad. En dicha obra ya desarrollaba tempranamente su teoría espiritista, creencia que no dejará de predicar, llamándola «revolución religiosa» que debía imponerse a las religiones positivas. El espiritismo, o ciencia del espíritu, como la llamaba Navarrete, «es tan clara, tan exacta, tan demostrable, como la geometría analítica y la dinámica de gases… El espiritismo es el ideal más perfecto de la organización social. Es la más grande revolución que han presenciado las generaciones terrenas. (…)

            Es la sustitución de la fe tradicional por la fe racional.

            Es la verdadera esperanza.

            Es el amor sin mancha de egoísmo».

           

Esta forma de relacionar el racionalismo científico y el progreso y la democracia con el espiritismo se corresponde con todos los lemas que las revistas espiritistas de la época pregonaban.

Hoy día es difícil de entender, pero el espiritismo supuso en la segunda mitad del siglo XIX un importante freno a la expansión y hegemonía del ultracatolicismo dominante, convirtiéndose en una espiritualidad progresista.

No es casualidad que Navarrete fuera un buen amigo del astrónomo espiritista Camile Flammarion. Ambos pensaban de la misma manera sobre el Infinito y una espiritualidad superior que consideraban la única esperanza para una Humanidad camino del desastre tras la crisis del 98 y los albores de la primer Guerra Mundial.

 

-En su faceta de poeta ¿cómo lo definirías?; ¿qué le hace, crees, desarrollar esta faceta?

-Navarrete comenzó siendo poeta. Era lo normal como alma inquieta y rebelde. Estamos en una época post-romántica. Navarrete había conocido la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer cuando vivió en Sevilla entre 1855 y 1861. Sus «pinitos» en la literatura fueron colaboraciones poéticas en dos revistas semiclandestinas de la Academia de Artillería de Segovia, no conservadas, «El Ole» y «El Fotogénico». Y de ahí pasó al teatro, que se escribía en verso en aquellos años.

Su poesía es una poesía de juventud, festiva y amorosa en su conjunto, que dejó de cultivarla como única manifestación de su arte después de la Revolución Septembrina y su iniciación en el espiritismo. Sin embargo, siempre se le consideró por sus contemporáneos como un buen poeta.  La recopilación de su obra poética, que he titulado De tejas arriba (Ed. El Boletín, 2021), presentada al mismo tiempo que su biografía, es una buena forma de confirmar esta aseveración y de conocer al tan desconocido Navarrete poeta.

El prestigioso historiador y polígrafo Juan Pérez de Guzmán, en su obra «La rosa: manojo de la poesía castellana formado con las mejores producciones líricas consagradas a la reina de las flores- Tomo II» (Madrid, 1892), donde recogía el soneto de Navarrete «La rosa inmortal», aun siendo radicalmente opuesto a sus ideas políticas republicanas, escribía: «Los admiradores de Navarrete esperamos el libro de sus versos: ese será el que imprima a la posteridad el sello permanente de su privilegiado ingenio». Pero Navarrete nunca publicaría ningún poemario.

-En este primer tomo tratas mucho su faceta política, más que otra, ¿por qué?

-Al ser una biografía y tener un discurso cronológico, lo normal es que en esos primeros años, de 1836 a 1877, me detenga con cierto detenimiento en su faceta política. Navarrete Vela-Hidalgo vivió con 33 años en primera persona un periodo fascinante de la historia, el Sexenio Democrático, y especialmente fue diputado republicano federal por su distrito de El Puerto de Santa María en las legislaturas de agosto de 1872 y de mayo de 1873.

Como político vivió la Revolución de Septiembre de 1868 en Cádiz, siendo enviado por Prim, Topete y Serrano a su pueblo adoptivo, Rota, a establecer la Junta Local Revolucionaria. A iniciativa suya, allí se aprobó por unanimidad un Programa de gobierno que contenía puntos tan originales como estos:

1. Proteger la seguridad de los ministros de la Iglesia, evitando al propio tiempo que, traspasando los límites de los deberes religiosos, ejerciesen la más leve influencia en la esfera de los asuntos sociales y políticos.

2. Deponer los rencores que habían encendido las luchas políticas pasadas, consagrando todos los esfuerzos a conseguir el libre ejercicio de todos los derechos del hombre.

3. Mantener en sus destinos a todos los empleados de la anterior administración.

4. Velar por la moral pública, haciendo obligatoria la educación de la juventud y dando ejemplo en el cumplimiento de los deberes morales en todas las esferas, tanto religiosa como social y política.

5. Activar por todos los medios a su alcance el ejercicio de la santa caridad.

6. Atender con sumo cuidado a la mejora del hospital y de la cárcel, a fin de que los enfermos del cuerpo y del espíritu encontrasen el mayor consuelo en la curación de sus dolencias.

7. Oponerse a que el pueblo pagase ningún género de contribución indirecta.

8. Ir borrando del pueblo la afición a las corridas de toros y riñas de gallos, como diversiones que tendían al embrutecimiento humano, procurándoles otras que condujesen al adelanto del alma.

9. Proteger el teatro, dando el auxilio que fuese posible a los actores, en atención a la altísima importancia que tenía para la moral pública.

¿Curioso Programa, verdad? Navarrete ya demostraba ser un espiritista, animalista, defensor de la educación obligatoria, y amante del teatro por su alto valor social, entre otras cosas, en septiembre de 1868.

Tras la batalla de Alcolea, en la que participó, y cuando seguía en Cádiz como artillero republicano, se volcó en la política activa, inaugurando su faceta de candidato federal a diputado a Cortes en las elecciones parciales de enero de 1870 que se celebró en Cádiz para sustituir al diputado asesinado en la insurrección federal Rafael Guillén Martínez, y al diputado insurrecto Fermín Salvochea, que se encontraba entonces en el exilio.  A pesar de ello, los federales de Cádiz prefirieron dar sus votos a Salvochea, también candidato por el distrito, antes que a Navarrete, que en aquellos primeros momentos no dejaba de ser un auténtico desconocido y no tenía nada que hacer frente al héroe de las barricadas de Cádiz y segundo comandante de los Voluntarios de la Libertad.

-¿Nos puedes avanzar un poco de qué tratará el segundo tomo?---por lo que voy leyendo me parece que en este primer tomo está su vida narrada---

-El segundo tomo está concebido pura y llanamente como la continuación cronológica del primero. Comenzará en 1878, en el punto donde lo dejé en el primero, e iré relatando su vida hasta su fallecimiento en Niza en marzo de 1901. Allí descubriremos al Navarrete anticlerical, que llamaba «tibio» a su amigo José Nakens, director del famoso diario satírico anticlerical El Motín, y sobre todo al Navarrete antitaurino. Esta última faceta es particularmente interesante y desconocida.

A José Navarrete Vela-Hidalgo lo considero el mayor protagonista de la lucha antitaurina en el estado español. Escribió primero en 1886 un libro titulado División de plaza-Las fiestas de toros impugnadas por José Navarrete, que tuvo una gran difusión y se repartió ampliamente entre las sociedades obreras y de Protección de Animales y Plantas.  Con motivo de esta obra Navarrete debatió en la prensa con todos los revisteros de toros de Madrid y provincias, sobre todo con Sobaquillo (Mariano de Cavia), Sentimientos (Eduardo de Palacio) o Don Modesto (José de la Loma Milego), siendo todos ellos grandes amigos suyos. Navarrete pensaba que si no vivieran de escribir crónicas de toros en los periódicos, muchos de esos críticos se sumarían a su campaña antitaurina, pues no dudaba que dirían:

que, sí señor, el vulgo es un borrico;

pero el vulgo es quien paga el perro chico.

 

Sin embargo, tras un paréntesis de tres años, Navarrete volvió a la carga con su Campaña a través del diario El Correo (Madrid) con el objetivo de crear en España una Sociedad Abolicionista de las corridas de toros. Para ello publicó, en forma de cartas al director José Ferreras, famoso antitaurino también, varios artículos de una enorme resonancia y trascendencia. El primero fue «La diversión más salvaje» que vio la luz el 17 de agosto de 1900. Le siguió «La vergüenza nacional» el 10 de septiembre y terminó con «La fiesta de los mondongos» el 22 de septiembre.

Para no extenderme más, solo decir que el diario madrileño recibió cientos de adhesiones particulares y miles de adhesiones de centros y sociedades, entre ellos los obreros socialistas de Gijón, Valencia o Bilbao, por ejemplo, a la propuesta de Navarrete.  Y que su idea fructificó en Barcelona con la fundación de la «Sociedad Abolicionista de corridas de toros, novillos y vacas» en los últimos meses de 1900, llegando Navarrete a declinar la presidencia de la Comisión organizadora de dicha Sociedad que le habían ofrecido.

 Con esta interesante polémica termina el Segundo Tomo de su biografía pues falleció cuando estaba plenamente inmerso en esta lucha tan poco reconocida o sencillamente desconocida, y preparaba en París un libro que nunca vio la luz, Toros, bonetes y cañas, donde criticaría y desvelaría la relación de la inculta España taurina, la jesuítica y frailuna y la de pandereta.

-¿Por qué se desengaña de la política…cuáles son los principales motivos?

-Los motivos fueron los mismos que los numerosos diputados republicanos federales que, después del final de la Primera República y con la Restauración Borbónica, pensaron que los líderes del Partido Republicano los habían defraudado (Figueras, Salmerón, Pi y Margall, etc.) y que debían adaptarse a la nueva situación política. Debe considerarse que en mayo de 1873 se constituyó un parlamento ¡con 346 diputados federales! Nada menos que el 90% de la cámara. Y que en junio se había proclamado la República Federal. ¿Cómo es posible que no se aprovechara esa situación tan ventajosa, nunca más vista en la historia del estado español? Las asonadas de los generales Pavía y Martínez Campos supusieron un duro revés y una enorme impotencia para los republicanos federales. Por eso muchos abandonaron la política y optaron por la literatura y el periodismo, como el aragonés Luis Blanc Navarro o el madrileño Joaquín Martín de Olías, por poner solo dos ejemplos. No digamos los casos de su desaparición de la escena pública como el jerezano Ramón de Cala, o el paso a las filas anarquistas como el gaditano Fermín Salvochea. Navarrete siguió esta estela de invisibilidad, unido a que, como a todo militar, se le tenía prohibido su participación en actos o manifestaciones políticas.

Teniendo en cuenta esta circunstancia, y sabiendo sus inquietudes literarias desde jovencito y su necesidad de transmitir y difundir sus creencias espirituales, es lógico que se volcara en lo que mejor sabía hacer, escribir.

-Háblanos un poco de su obra, por favor…

-Navarrete Vela-Hidalgo comenzó su vida literaria como poeta y poco después como dramaturgo, escribiendo algunas comedias en verso en Cádiz, aunque solo se representara una, Cuantas veo, tantas quiero, en 1867. Poco después, al convertirse al espiritismo, escribirá su obra filosófica La fe del siglo XX (1868) y desde 1869 se dedicará a la política.

Será a partir de 1876, cuando los pronunciamientos del general Pavía primero, y el de Martínez Campos en Sagunto después, acabaron con las ilusiones de una España republicana,  el momento del Navarrete novelista, alcanzando una indudable fama. Primero con su obra Desde Vad-Ras a Sevilla, donde relataba su experiencia como teniente artillero en la guerra de África (1859-1860) y en 1879 con En los Montes de la Mancha, que contenía una «Crónica de caza» y el «Drama de Valle-Alegre», precedido de una carta-prólogo de Pedro A. de Alarcón, con el que mantuvo una estrecha amistad desde su primera novela.

Sin embargo, entre todas sus obras, los contemporáneos de Navarrete le recordaban por su obra María de los Ángeles (1883), un drama ambientado en Rota (Cádiz) con el que consiguió el rotundo favor del público y de la crítica, comparándola con las mejores novelas de Valera o Galdós.

Su último libro lo publicó en París en 1898, titulado Niza y Rota, donde recogía una colección de sus últimos artículos políticos y relatos literarios aparecidos en diferentes periódicos de Madrid, Bilbao o Cádiz.

Es de destacar que Navarrete, sin conocerse el motivo, dejó sin publicar una enorme cantidad de libros que fueron muy comentados, incluso por él mismo, y que se advertía de aparición inminente. De libros como La señora de Rodríguez, donde defendía el divorcio, o Sobre lo infinito, de contenido espiritista, solo se conocen algún capítulo suelto que publicó en la prensa y nada más. Como al morir estaba empeñado en una colosal campaña antitaurina, otro libro que se quedó sin publicar era el titulado Toros, bonetes y cañas, uno de cuyos capítulos lo publicó El Motín de José Nakens pocos días después de fallecer, titulado Toros y frailes.

-No te he preguntado por su faceta como militar artillero…

-Navarrete, desde niño, quería ser artillero. Su padre deseaba que ejerciera la profesión de clérigo y meterlo en un seminario, pero él se rebelaba contra ese destino que aborrecía y terminó ingresando con 15 años en la Academia de Artillería de Segovia, gracias a la influencia de los primos de su madre Pedro y Álvaro Burriel Lynch, que lo acogieron en Madrid donde hizo un curso preparatorio en las Escuelas Pías de San Antón. Gracias a ellos, según sus palabras, pudo escapar de «las telas de las arañas negras», haciendo alusión a los frailes y jesuitas.

Al acabar como subteniente en Segovia en 1855, ingresó en la Escuela de Aplicación Práctica en Sevilla donde alcanzó el grado de teniente de artillería en 1857.  Con esos galones participó en la guerra de África con una compañía de cohetes, interviniendo en las célebres batallas de Tetuán y de Vad-Ras, siendo condecorado y consiguiendo además el grado de capitán de infantería. Ya en Cádiz fue ascendido a capitán de artillería y encargado del Parque de Artillería de la ciudad.

Durante el reinado de Amadeo I abandonó el ejército y ya en la Primera República, cuando decidió reingresar, lo hizo en el arma de Caballería como Comandante, al haberse disuelto el de Artillería en 1872 durante la conocida como «cuestión de los artilleros». Su carrera militar ya continuó en Caballería aunque Navarrete siempre se sentirá Artillero, pues en ese arma había descubierto algo fundamental en su personalidad, las ciencias y la racionalidad, y sobre todo las matemáticas.

En 1894, poco antes de jubilarse y abandonar el ejército, Navarrete fue ascendido por antigüedad a Teniente Coronel de Caballería. Es de destacar que desde 1884 fue Oficial primero de la Secretaría del Ministerio de la Guerra y enviado en Comisión al extranjero para el estudio de temas militares en países europeos como Francia, Italia, Suiza o Bélgica. Por ese motivo residió en ciudades como Marsella, París o Roma, pero sobre todo, y en los últimos años, en Niza, en la frontera francesa con Italia.

 

-¿Por qué te atraen tanto, amigo, las persona que, de entrada, son “como desconocidas”?, seguro que tiene “algo de especial” que no tienen las que son “como más conocidas”, ¿no?

-Es cierto que, desde que comencé con obras de memoria histórica o memoria democrática, como se le llama hoy día, no he parado de rescatar del olvido a otros personajes que no fueron represaliados por el franquismo, pero que sí han sido olvidados injustamente por su género y/o por su ideología. Ese fue el caso del primer maestro laico, Vicente Ramírez Brunet, o de Dolores Zea Urbano, la vicepresidenta de la «Sociedad Progresiva Femenina» de Barcelona en los inicios del feminismo organizado. Todas ellas, muy cercanas para mí por su naturaleza gaditana o andaluza, me han generado una enorme curiosidad y una necesidad imperiosa de saldar una deuda con esos personajes y con sus familias, desconocedoras muchas veces de la valía social de esas figuras. Este es el caso de José Navarrete Vela-Hidalgo, portuense y roteño de adopción, que tiene méritos suficientes para que los demócratas, republicanos y animalistas de hoy día le recuerden con cariño y simpatía.

-Tu editor Eduardo Albaladejo Manzanares, aunque editándote tantos libros y demás se presume que debéis albergar una muy notable relación…pero, aún así, está empeñado en que escribas novela…me da un poco de risa porque la biografía es una de los géneros más difíciles de cultivar y él debería estar contentísimo---seguro lo está--- de tener a un investigador tan minucioso que rescata de la historia y de la memoria a personas, normales y corrientes y que las devuelve a la vida…

-Supongo que tiene que ver con los gustos personales de Eduardo, director de las editoriales «El Boletín» y «Suroeste», pero claro que está contentísimo con tener en su «nómina» de escritores/as a un autor como yo, que modestamente está realizando esta labor de rescate de personas que merecen estar muy presentes en la historia de nuestros pueblos.

-Y si lo dice tu editor no puedo evitar de preguntártelo, ¿te dará alguna vez por la novela, ficcionada o no?

- Es muy probable, pero por ahora no veo el momento.  Cuando era joven ya cultivé la ficción y mis relatos, muchos inconclusos, están guardados en una caja de cartón. Cuando en esta segunda etapa de mi vida he comenzado a escribir y a investigar sobre vidas de carne y hueso, me he dado cuenta de que esas breves obras biográficas son más interesantes y ricas que las que pudiera imaginar. Además, está el deber que me he impuesto de devolver a la historia a estas personas que han quedado en el olvido, y esta labor me está resultando ineludible e impostergable. Han pasado muchos años en el anonimato y no pueden esperar más. Y menos a que yo me entretenga en escribir novelas. Sencillamente, ahora no es el momento o no es «mi» momento.

-Recuerdas la importante labor de los biblioterari@s,archivist@s... que tanto te facilitan la importante, y también ingente, tarea de documentación, ¿verdad?

-Siempre suelo comenzar mis libros agradeciendo a varias archiveras/os su labor imprescindible en la obra que presento. Es cierto que es su profesión, y se dedican a eso, pero mi experiencia me ha hecho ver que existen profesionales que, además, ponen corazón en su trabajo y muestran empatía por la labor investigadora. Muchas veces esas archiveras o encargadas de hemerotecas y bibliotecas han puesto en acción mucho más que su profesionalidad, facilitándome mi trabajo, y por eso las considero co-autoras de una buena parte de mi obra. 

-Amigo,¿ en qué andas trabajando en la actualidad?

-Como siempre, una investigación me lleva a otra, y en el transcurso de ésta me apasionó el episodio de «Las barricadas de Cádiz» en diciembre de 1868, que José Navarrete vivió como capitán del Parque de Artillería en esos días tan trágicos aunque nunca los mencionó porque tuvieron que ser una fuente de intensas contradicciones y un shock emocional muy traumático. La férrea e ineludible disciplina militar le hizo enfrentarse a los Voluntarios de la Libertad de Cádiz y al heroico pueblo gaditano. Su conciencia no se lo perdonaría jamás, seguramente.

Pues bien, estos sucesos los he estudiado en profundidad y los he contextualizado para comprenderlos mejor, señalándolo como la experiencia revolucionaria más importante del siglo XIX en España, una especie de pionera «Comuna de Cádiz» que por falta de información apenas se ha podido estudiar. En esa tarea me he ayudado de una obra de gran valor histórico escrita por Luis Mejías Escassy en 1869, y no suficientemente conocida ni leída. Cuando la tenía casi terminada, la vida me ha regalado conocer a Chema, responsable de la editorial «Dirección Única» de Barcelona, con el que he acordado hacer una edición actual de «Las barricadas de Cádiz», de Escassy, para la que he escrito una interesante introducción así como un estudio biográfico de Escassy, totalmente inédito. ¡Espero que se haga realidad el proyecto y os llegue el libro antes de final de año, querida Cazarabet

 

 

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