sahara.jpgCazarabet conversa con...   Luis Granell Pérez, autor de “Regreso al Sáhara” (Comuniter)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Luis Granell recuerda cómo fue su estancia en el Sáhara mediante un libro centrado allí en sus tiempos de “reportero”…

El libro lo edita la editorial Comuniter de Zaragoza.

La sinopsis del libro: En 1972 y 73 el autor vivió durante 15 meses en el Sáhara, la última colonia española en África, oficialmente considerada «provincia» número 51. Casi medio siglo después repasa desde su perspectiva de periodista sus recuerdos del desierto, cuáles eran sus recursos, cómo vivían sus habitantes, su historia o el urbanismo de El Aaiún. Pero también quiénes eran los militares que dirigían la administración o mandaban las principales unidades, así como su trayectoria durante la transición a la democracia.

Este no es un libro de geografía, tampoco de economía, ni de política. Es un poco de todo eso, pero es también un libro personal, en el que se narran las vivencias y sentimientos íntimos del autor. Por eso aparecen en él cuestiones que sonarán a los españoles con edad suficiente como para haber hecho el servicio militar obligatorio, pero en absoluto se trata de un libro de historias de la «puta mili».

Confiesa que se sintió feliz cuando, ya licenciado, se marchó del Sáhara. No imaginaba entonces que el drama que vive el pueblo saharaui desde que el franquismo lo abandonó en manos de Marruecos avivaría aquellos recuerdos y le haría solidarizarse con su causa. No imaginaba que, cuarenta años después, volvería al Sáhara. Pero esta vez al territorio que controla el Frente Polisario y a los campamentos de refugiados, situados en suelo argelino, en los que residen los saharauis que escaparon de la represión marroquí. En el libro se describe, con cruda pero también humana realidad, la difícil situación en que viven muchos miles de personas, las de más edad con viejos DNI españoles aún en el bolsillo, a las que buena parte del mundo, y sobre todo España, parece haber dado la espalda.

No nos olvidemos del Sáhara.

El autor, Luis Granell Pérez.

Zaragoza, 1948. Luis Granell Pérez es licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Zaragoza y en Periodismo por la Complutense de Madrid. Trabajó como periodista desde 1970 en Aragón Exprés, Informaciones, Diario de Barcelona, Cambio 16 y Diario 16, viviendo desde su actividad periodística el final del franquismo y la transición a la democracia. En 1982 participó en la fundación del periódico aragonés El Día, en el que fue responsable del área de Cultura y Sociedad durante dos años. Su principal actividad periodística se desarrolló en el periódico Andalán, a cuya Junta de Fundadores perteneció desde 1973 hasta su desaparición en 1987. Fue secretario de redacción y, de 1979 a 1981, director. En 1988 fue elegido presidente de la Asociación de la Prensa de Zaragoza, creando el Centro de Prensa de dicha ciudad. En 2012 la Asociación de Periodistas de Aragón le concedió el premio a la trayectoria profesional.

Desde que se constituyeron en 1983 hasta su jubilación trabajó en las Cortes de Aragón como jefe de Prensa (de 1983 a 1987) y del Servicio de Publicaciones. Es miembro del Consejo de la Fundación Ecología y Desarrollo (Ecodes), a la que representa en la Coordinadora para la reapertura del ferrocarril Canfranc-Olorón (Crefco), de la que fue portavoz de 1993 a 2004. En 1972 y 1973 hizo su servicio militar en la que era colonia española del Sáhara. Desde entonces ha apoyado la lucha del pueblo saharaui por su independencia. Colabora con la Asociación de Inmigrantes Saharauis en Aragón (AISA), el Colectivo Lefrig o la Asociación Um Draiga de Amigos del Pueblo Saharaui. Ha publicado una novela, Desfilaron por Hitler (Editorial Comuniter, 2013) y es coautor de varios libros colectivos: Canfranc, el mito (Pirineum Editorial, 2005), Relatos visuales (Rolde de Estudios Aragoneses, 2006), Memorial democrático. Las primeras elecciones democráticas treinta años después (Asociación de Exparlamentarios de las Cortes de Aragón, 2008) o La España que fuimos (Mira Editores, en preparación).En 2013 la Diputación Provincial de Zaragoza le concedió la Medalla de oro de Santa Isabel.

El autor ya estuvo con nosotros con la novela narrativa, también editada por Comuniter, Desfilaron por Hitler: http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/granell.htm

 

 

 

Cazarabet conversa con Luis Granell:

1425239_1.jpg―Amigo, ¿qué te ha llevado a escribir este libro en el que “regresas” o “vuelves sobre tus pasos” sobre tu estancia allí entre 1972 y 1973?

―El deseo de dar a conocer, sobre todo a las generaciones más jóvenes, un problema no resuelto en su día por España, a consecuencia de lo cual el pueblo del Sáhara Occidental, de la antigua colonia española del Sáhara, que incluso fue provincia, vive en el exilio en condiciones durísimas o sometido a una cruda represión por parte de las autoridades marroquíes que ocupan, ilegalmente, su tierra. No puedo soslayar este dato: los últimos españoles que hicieron allí su servicio militar cumplirán setenta años dentro de poco. Cuando hayamos muerto los que conocimos el Sáhara durante la «mili», ¿quién se acordará entonces del Sáhara y de los saharauis? Me gustaría que este libro sirva para que el tema no se olvide. En un orden más personal, pienso que escribirlo ha sido, también, una manera de intentar saldar, siquiera sea parcialmente, mi personal deuda con ellos pues, bien es cierto que no por voluntad propia, yo formé parte en su día del ejército colonial que controlaba aquel país.

―Te fuiste como “periodista” y “militar” ̶ obligado ̶,  permaneciendo 15 meses allí en el Sáhara, en aquella “especie de provincia española” que nunca fue tratada como tal, ¿verdad?, ¿por qué era tratada como de “segunda o tercera división”…?, lo digo porque, además,  siento que se les abandonó a sus ciudadanos y ciudadanas a “su suerte”.

―Cuando, en junio de 1972, terminados mis estudios en la Facultad de Letras de Zaragoza y agotadas todas las prórrogas de incorporación a filas por razones de estudios, me incorporé al Ejército, llevaba cinco años publicando artículos y dos trabajando ya en plantilla de Aragón Exprés, pero no me incorporé como periodista sino como cualquier otro español varón, para hacer el servicio militar obligatorio. Para entonces el Sáhara llevaba ya dos años siendo considerada provincia. Curiosamente, el cambio de estatus coincidió con el primer movimiento independentista, dirigido por Mohamed uld Brahim Basir, Bassiri, reprimido a tiros, lo que supuso la muerte de una veintena de saharauis y la «desaparición» de su líder. Pero el Sáhara era una provincia, la número 51: los habitantes adultos tenían un DNI igual que los del resto del país, había saharauis en aquel seudo parlamento que eran las Cortes franquistas y, como las demás, hasta tenían matrícula propia encabezada por las iniciales de la provincia, SH. La principal diferencia era que el gobernador general era militar, como lo eran los responsables de buena parte de la Administración pública allí establecida, salvo Ayuntamiento, Cabildo y Yemaa, que estaban encabezados por saharauis.

Esa consideración de provincia, junto con el evidente paternalismo con que las autoridades militares trataban a la población nativa, formaban parte del intento, que se demostraría vano, de evitar que la oleada independentista que había recorrido toda África en la década de los sesenta, llegase a la última colonia europea, junto a las posesiones portuguesas de Angola, Mozambique y Cabo Verde, en ese continente.

 Las colonias portuguesas alcanzaron la independencia en 1974, tras la «revolución de los claveles», mientras que el Sáhara fue abandonado por España en 1975, sin haber celebrado el referéndum de autodeterminación que había ordenado Naciones Unidas, y entregado a Marruecos y Mauritania. Tras de que este segundo país abandonase la parte que le había sido confiada a causa de la guerra abierta por el Frente Polisario, Marruecos se quedó con casi todo el territorio. Oficialmente España solo le transfirió la administración, pero la monarquía marroquí actuó desde el primer día como si también tuviera la soberanía del mismo. Y comenzó el calvario para la población saharaui.

88.-El-autor-junto-al-escritor-saharaui-Ali-Salem-Iselmu-40-años-después-de-aquella-foto-del-aeropuerto-de-El-Aaiún..jpg―Pero, ¿se podría afirmar que ese rincón bañado por las olas del Atlántico y mecido mucho por el oleaje constante de las arenas del Sáhara, cuando peor lo ha pasado es cuando se murió el franquismo y se le abandonó en manos de Marruecos?, ¿por qué?

―El dictador Franco aún vivía cuando, el 14 de noviembre de 1975, se firmó el acuerdo tripartito (España, Marruecos y Mauritania) de Madrid, por el que se transfería la administración del Sáhara a esos países. Y franquista era el Gobierno que así lo decidió, presidido por Carlos Arias Navarro, tan franquista como los ministros de la Presidencia, Antonio Carro Martínez, y el secretario general del Movimiento, José Solís Ruiz, los dos principales valedores de Marruecos en aquella funesta decisión. Curiosamente, en aquel mismo Gobierno había ministros que no estaban de acuerdo con la misma, especialmente el titular de Asuntos Exteriores, Pedro Cortina Mauri, quien defendía la celebración del referéndum ordenado por Naciones Unidas. Tanto es así, que la ONU nunca reconoció la validez del acuerdo tripartito y nunca ha considerado a Marruecos (antes tampoco a Mauritania) como potencia administradora del Sáhara Occidental, que oficialmente sigue siendo considerado un territorio español pendiente de descolonización.

Entonces, ¿por qué se firmó ese acuerdo? Es evidente que una de las principales razones fue que el dictador se estaba muriendo y el Gobierno de entonces temía que un posible conflicto bélico con Marruecos viniera a complicar todavía más la pervivencia del franquismo sin Franco que ellos pretendían consolidar. Pero también influyeron razones económicas, tanto los intereses de empresarios españoles asentados en ese país, como el deseo del rey Hassan II de hacerse con la mina de fosfato de Bu Craa, que el Instituto Nacional de Industria había comenzado a explotar tras un largo período de preparación. El INI creó para ello la compañía Fosbucraa, que ahora se ha convertido en Phosbucraa (siguiendo la grafía francesa) y que ha quedado en manos del grupo OCP, el 90% de cuyo capital pertenece al Estado marroquí, que es lo mismo que decir a su rey, ahora Mohamed VI. Con las minas de Bu Craa en sus manos, el país vecino se ha convertido en el mayor productor de fosfato del mundo. Ese mineral es la base de muchos de los fertilizantes químicos que se utilizan en la agricultura intensiva. Y eso explica en buena parte el apoyo que Marruecos ha encontrado siempre en los Estados Unidos; otra razón para el acuerdo de Madrid. Finalmente, el apoyo que los saharauis que siguieron al Frente Polisario encontraron en Argelia, le valió a ese país el apoyo de Francia.

La suma de todos estos factores llevó en su momento a la firma del acuerdo tripartito y ha seguido actuando después para mantener el estatus, a pesar su evidente ilegalidad desde el punto de vista del derecho internacional.

―¿Qué ha significado y significa a tu parecer la presencia del Frente Polisario?

―El Polisario supo aunar y canalizar los deseos de la mayor parte del pueblo saharaui de alcanzar la independencia. A diferencia del movimiento de Bassiri, fundamentalmente nacionalista, el Frente nació con planteamientos socialistas, por lo que pronto se vio respaldado por Argelia y Libia. Sus primeros líderes, Brahim Gali y El Uali fueron capaces de enfrentarse a los invasores marroquí y mauritano (a este segundo lo expulsaron del territorio) y de crear en plena guerra una estructura político-administrativa que sería la base de la actual República Árabe Saharaui Democrática. Todavía en tiempos de la colonia, el Frente Polisario se infiltró entre los soldados profesionales nativos que formaban parte de las unidades mixtas del Ejército, la Policía Territorial y la Agrupación de Tropas Nómadas, lo que le permitió secuestrar a los soldados españoles de algunas patrullas. También hubo pequeños enfrentamientos armados que causaron algunas bajas, pero estas fueron menos que las provocadas por las minas que colocaron miembros de las fuerzas armadas marroquíes.

30.-Con-Tomás-Berraondo-sentado-con-un-plato-en-la-Sagia..jpg―Amigo, pero cuéntanos: ¿cómo fue tu estancia allí?, ¿qué Sáhara te encontraste y qué Sáhara nos narraste?

―En 1972 me encontré con un Sáhara en plena transformación. Un pueblo que había sido durante siglos de pastores nómadas se estaba sedentarizando a marchas forzadas, provocando el crecimiento de las escasas ciudades del territorio: Smara, Villa Cisneros y, sobre todo, El Aaiún. Los Land Rover habían sustituido a los camellos entre los nómadas y la perspectiva de trabajar en la mina de Bu Craa al seguimiento de las nubes que, al precipitar como lluvia, aunque escasísima, hacía crecer hierbas con las que alimentar al ganado. Saharauis y españoles convivían con bastante normalidad, sobre todo en escuelas y en el Instituto de Enseñanza Media, también en los servicios sanitarios. Pero aquella sociedad estaba rígidamente estratificada por clases sociales y hasta por rangos militares, cada una de las cuales vivía en un barrio distinto. Hablo sobre todo de la capital, El Aaiún, que es donde pasé los quince meses de «mili».

―Faltaba poco para la “marcha verde”, ¿se veía venir?

―Decir que se podía prever lo que ocurrió dos años después sería una presunción vana. Pero puedo afirmar que todas las antenas de la inteligencia militar española estaban más dirigidas hacia Marruecos que hacia posibles movimientos independentistas entre los saharauis. Yo llevaba el archivo de la Segunda Sección de Estado Mayor y por mis manos pasaban las traducciones de las arengas nacionalistas que sobre el Sáhara, pero también sobre Ceuta y Melilla, y en ocasiones incluso sobre las islas Canarias, se emitían en las radios marroquíes. El partido que más destacaba en este campo era el nacionalista Istiklal, que ha estado en el Gobierno en numerosas ocasiones, aunque ahora parece un tanto venido a menos. Pero en un sistema político como el de nuestros vecinos del otro lado del estrecho, es difícil discernir hasta donde llega la autonomía de los partidos políticos y donde empieza el poder, casi omnímodo, del rey.

―Dices, y estoy de acuerdo, que no es un libro ni de geografía, ni  de economía ni de política…, aunque sí que hay geografía, economía y política desde tu paso por allí, ¿no?; ¿un poco memorialístico?

--Efectivamente, no es un tratado de historia, ni de geografía, ni de sociología. Es un poco de todo eso, sí, pero también un libro muy personal, en el que narro mis impresiones y sentimientos, el Sáhara que vivimos quienes hicimos allí el servicio militar. Pero, ¡ojo!, que no es un libro de «historias de la puta mili» como las que cada semana leíamos, entre carcajadas, en El Jueves. Muy al contrario, en él me he fijado en la trayectoria posterior de los que entonces eran jefes de las principales unidades militares allí destacadas, habiendo llegado a la sorprendente (o quizá no tanto) conclusión de que casi todos ellos jugaron un importante papel en la transformación de aquel Ejército de raíces y hábitos franquistas en las fuerzas armadas de un país democrático como hoy es, con todas sus carencias, España.

―¿Qué Sáhara diferente has vivido en tus estancias allí?, qué Sáhara te reencontraste y qué Sáhara ya, solamente, permanece en tu memoria?

―El Sáhara que encontré al regresar en 2013 era muy diferente del de 1972-73. Desde lo físico a lo humano. Los campos de refugiados están en una de las zonas más áridas de este desierto, la hamada, donde las temperaturas llegan a superar los 50º en verano. Sus instalaciones y servicios son de lo más precario. Solo en este año se ha dotado de energía eléctrica a todos los campos y, por supuesto, carecen de agua, alcantarillado y demás servicios que hoy consideramos imprescindibles. El paisaje de los campos de refugiados de Tinduf es lo más parecido a uno de aquellos barrios de chabolas que circundaban las ciudades españolas hace medio siglo. Y el paisaje de Tifariti y, supongo, de otros poblados de los escasos territorios del Sáhara Occidental que controla el Frente Polisario, es todavía un paisaje de posguerra, donde se ven casi más ruinas provocadas por los bombardeos marroquíes que edificios medianamente habitables.

―En el plano meramente personal, ¿qué recuerdos guardas de tu paso por el Sáhara Occidental?

--El Sáhara que permanece en mi memoria es, sobre todo, el que representaba Bachir uld Sueliki, un policía territorial con el que hice amistad en El Aaiún, ya fallecido, cuando ofició para un grupo de soldados la ceremonia del té, en una excursión que hicimos a la Sagia al Hamra. O, en 2013, el que representaron Mohamed Saleh en Tifariti o Hadia Yeslem y Salca Barca Busufa en el campamento de Bojador. El Sáhara de la hospitalidad.

1.-El-autor-el-día-que-se-licenciaba-en-el-aeropuerto-de-El-Aaiún..jpg―¿En medio siglo esta provincia 51 que fue el Sáhara ha cambiado mucho? Sus habitantes, sus ciudadanos y ciudadanas, ven y sienten en sus carnes la vulneración constante de sus derechos humanos, ¿verdad? ¿Cómo es vivir así?

―No puedo dar un testimonio directo de las condiciones de vida de los saharauis que permanecen en el territorio ocupado por Marruecos porque no lo he visitado. Pero hay numerosos y fiables testimonios de esa vulneración. Un ejemplo ilustra esta afirmación: tras la guerra, no pocos saharauis permanecieron hasta 15 años en cárceles secretas de Marruecos, utilizadas también por Estados Unidos en la ofensiva «contra el terrorismo» que desató el presidente Bush. Durante todo ese tiempo, sus familias no supieron si estaban vivos o muertos. Una guerra, la del Polisario contra el invasor marroquí, que terminó con el alto el fuego de 1991. Recordemos también el caso de Aminatu Haidar en 2009, o la destrucción del campamento de Gdeim Izik en 2010. Hay abogados y profesores de Derecho españoles que intentan estar presentes cuando se juzga a saharauis en los tribunales de El Aaiún, y siempre se les impide hacerlo por el simple procedimiento de expulsarles. La dictadura marroquí no quiere testigos de lo que hace en el Sáhara. Tan es así que ha conseguido que la Minurso, la Misión de Naciones Unidas para el Refrendo en el Sáhara Occidental, sea la única fuerza de la ONU que no tiene entre sus funciones velar por el respeto de los derechos humanos en el territorio donde ejerce, o debería ejercer más bien, su función.

―Tú mismo eres activista y estás por la independencia del pueblo saharaui, ¿no? Si lo tuvieses y pudieses argumentar, ¿cómo lo harías?

―Con las mismas palabras y argumentos que lo hizo ya en 1960 la Asamblea General de Naciones Unidas al adoptar la resolución 1.514, que condenó el colonialismo, reconoció la independencia a los países y pueblos coloniales, y aclaró que el derecho de autodeterminación de los pueblos se ejercería mediante una consulta a los ciudadanos, a través de un plebiscito. El Sáhara Occidental no ha sido nunca territorio de Marruecos. Y quien lo dude, que consulte la historia del saharaui más célebre desde el siglo XIX, Ma el Ainin, del que Julio Caro Baroja dio amplia referencia en su libro Estudios saharianos.

―Se nota que te lo has pasado muy bien escribiendo, recordando, reescribiendo aquellos recuerdos que viviste, pero que, me da, sobre todo sentiste, ¿no?

―Me gusta escribir, al fin y al cabo me he ganado la vida escribiendo, aunque sea muy distinto hacer artículos periodísticos que un libro. Reconozco que soy lento; Regreso al Sáhara, a pesar de que no es muy extenso, me ha llevado varios años. Y también diría que soy perezoso. Me he tomado en serio mi jubilación y no quiero imponerme como obligación lo que puede ser un placer. Pero puedo asegurarte que reflexionar sobre este conflicto y su difícil salida es también doloroso. Sí, he sentido y siento dolor por el Sáhara Occidental.

―Amigo, ¿nos puedes hablar del proceso de documentación, búsqueda de fuentes, lectura de libros y demás que hay detrás de este libro? Período apasionante, pero muy afanoso y trabajoso que, a veces, incluso nos puede sumergir en cierta ansiedad.

―Si he dicho que me costó años escribirlo, teniendo en cuenta que solo tiene 149 páginas, más un amplio encarte fotográfico, entenderás que me lo tomé con tranquilidad. Partía de mi propia memoria que, como suele ocurrirnos a los que tenemos muchos años, es tan amplia en recuerdos antiguos como escasa en los más recientes. A ellos fui sumando los que aportaron mis contactos con los saharauis que viven en España, o las organizaciones de apoyo a su pueblo. También internet, especialmente los foros de quienes fueron soldados en el Sáhara, aunque cuidando siempre de contrastar los datos que salían en la pantalla de mi ordenador. En cuanto a libros fueron varios, pero citaré dos: Estudios saharianos, de Julio Caro Baroja, una obra extensa y fundamental para conocer la cultura de los nómadas del desierto, y Estudio general del Sáhara, de Eduardo Munilla Gómez, quien era coronel jefe de Estado Mayor cuando yo hice la «mili» y, ya en democracia, llegó a general y fue secretario de Política de Defensa, tanto con Adolfo Suárez como con Felipe González. Fue uno de esos militares que ayudaron a la transformación del Ejército y del régimen, a los que antes me he referido.

―¿Y cómo es, Luis, tu metodología de trabajo?, ¿cómo le das forma a lo recopilado, a lo que vas narrando?

―Cuando abro el Word en el ordenador para empezar a escribir, suelo llevar ya mucho tiempo dándole vueltas en la cabeza a lo que quiero contar. Así que las primeras páginas de ese documento, que no tienen por qué ser las primeras del libro, salen «solas». Después voy completando el relato. En este caso no he seguido un hilo temporal sino temático, al menos en la primera parte: El viaje de ida, Bu Craa, El Aaiún, Amigos y compañeros, Los militares, El desierto…, son títulos de algunos de los capítulos en los que hablo de la colonia que conocí. La segunda parte, por el contrario, está escrita en forma de diario. Es lógico, pues mi regreso al Sáhara duró solo doce días, mientras que la «mili» se prolongó durante quince meses.

―Este trabajo, ¿te ha “abierto la mente” y la curiosidad para indagar más sobre algunos de los aspectos tratados en el mismo o que se pueden derivar a ahí o, no sé, otras “estancias tuyas” como periodista en lugares o revistas? ¿Nos puedes hablar de trabajos en los que estás sumergido ahora? Por cierto, ¿cómo ha sido trabajar con Comuniter?

―No negaré que conocer la trayectoria posterior a su y mi experiencia colonial de esos jefes militares me ha hecho recordar algunos reportajes y entrevistas sobre temas castrenses que hice, tanto en Andalán como en Cambio o Diario 16, en tiempos en los que no era frecuente ver en los medios informativos nada que fuera más allá de la oficialista narración de una jura de bandera, o una recepción en Capitanía General. Yo seguí entonces, de alguna manera, la estela de quien había sido mi director en Diario 16, Miguel Ángel Aguilar. Y tan extraño debía parecer mi interés por estos temas que los responsables de la Gran Enciclopedia Aragonesa me ofrecieron asumir la redacción de las voces militares que ella aparecen, pero entonces yo daba prioridad al periodismo, así que el trabajo cayó en manos más expertas que las mías.

Y ahora, lo confieso a pesar de mis muchas carencias en este campo, me siento más tentado por la literatura que por el periodismo. Sabéis que hace seis años publiqué una novela, Desfilaron por Hitler, que de alguna forma podría considerarse novela histórica, aunque dicen que solo puede ser tal si el tema es anterior no sé si al siglo XVII o XVIII. Ando dándole vueltas a otra posible novela, esta sí plenamente histórica pues estaría ambientada en el siglo XVI, y en paisajes que me son muy queridos y próximos. Aunque también podría calificarse de una historia de amor. Pero, soy tan perezoso…

Como cualquier editorial no afincada en Madrid o Barcelona, Comuniter no tiene las dimensiones ni el alcance de las grandes «marcas» editoriales, pero sorprende el elevado número de títulos que es capaz de publicar. Tanto el editor, Manuel Baile, como sus principales colaboradores no entienden su trabajo como negocio o como profesión. Les gustan los libros e intentan editarlos sin perder, o perdiendo el menor dinero posible. Si no fuera por Comuniter, pienso que el panorama editorial en Aragón sería desolador.

 

 

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