Cazarabet conversa con... Elena Alonso Frayle, autora de “El
país más vacío del mundo. Crónica de tres años en Mongolia” (Dobleuve)
Editorial Dobleuve nos presenta un libro, un viaje largo e intenso, a
Mongolia, un país tan grande como vacío y semidesconocido.
Obra premiada en
el III Concurso de Narrativa de Viajes y Experiencias Viajeras Eliezer ben Alantansí que creó la editorial Dobleuve.
Escribe el libro
que da a conocer las entrañas del inmenso país que es Mongolia.
La sinopsis del
libro: Sin duda alguna, los amantes de la literatura y narrativa de viajes se
sentirán afortunados al poder leer El país más vacío del mundo. Crónica
de tres años en Mongolia de la mano de una escritora tan galardonada,
que, además, conoce profundamente el país sobre el que escribe, tras tres años
residiendo en el mismo.
Se trata de un
libro que relata, a través de diferentes historias, la vida y el devenir de un
país como Mongolia, gran desconocido para la inmensa mayoría. Retrata su
paisaje salvaje, bello e inhóspito; describe cómo los mongoles, nómadas en su
propio país, sobreviven en un territorio de inmensa riqueza mineral, pero
estrangulado geográfica y políticamente, por dos superpotencias, Rusia y China.
Las costumbres de
este pueblo, sus tradiciones, su religión, en definitiva, su forma de vida, son
dibujadas por la autora para dar cuenta de la realidad de un país inmenso… y
vacío, en el que las gélidas temperaturas de los duros inviernos o la
complejidad de su historia (guerras medievales, décadas de comunismo) son solo
algunas de las características que lo convierten en un país único y
singular.
Por supuesto, la
figura del mítico Gengis Kan está presente a lo largo de todo el libro, así
como la vida en la capital del país, Ulán Bator, donde se hacinan como en las
favelas de Río de Janeiro los inmigrantes de las zonas rurales del país, que
acuden a ella buscando un nuevo El Dorado, para darse de bruces con la
realidad.
Gracias a su
conocimiento de varios idiomas, la autora ha podido acceder para documentarse a
fuentes históricas y a textos antiguos de tradición no solo anglosajona, lo que
enriquece notablemente la obra y constituye un privilegio para el lector.
La autora, Elena Alonso Frayle: Nacida en Bilbao
(1965), Elena Alonso Frayle se formó como
abogado-economista en la Universidad de Deusto. Trabajó como consultora para
empresas y administraciones públicas, y, como ella dice, dejó todo aquello para
viajar a diferentes países, acompañando a su marido, un diplomático alemán.
Desde 2008 se
dedica a la literatura. Su obra ha recibido numerosos premios literarios, tanto
de cuento como de novela, y ha sido publicada en España, México, Argentina y
Ecuador. Su volumen de relatos La mala entraña obtuvo el Premio Setenil
al mejor libro de relatos publicado en España en 2019.
Ha publicado,
además, las novelas El legado de la misión Iwakura
(2010), galardonada en España con el Premio «Gabriel Sijé», El silencio de los
siglos (2013), que obtuvo en México el Premio Internacional de Narrativa
Editorial Siglo XXI, y las novelas juveniles La edad de la anestesia (2014),
XIV Premio Alandar, Los niños cantores (2015), XXVI
Premio Ala Delta y Y serán felices (2019).
Si quieres saber
más sobre ella: www.elenaalonsofrayle.com
Nosotros ya hemos
estado, como Proyecto de Difusión Cultural, en una conversación con el autor
del libro Tras la veja azul, viajes por el mundo de un periodista sin
bandera.
http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/traslaverjaazul.htm
Cazarabet
conversa con Elena Alonso Frayle:
-Elena,
¿cómo ha sido la aventura de aventuras de escribir, narrar y “hacer de
cronista” con El país más vacío del mundo. Crónica de tres
años en Mongolia?
-Es la
primera vez que me aventuro en el género de la literatura de viajes y, en
concreto, mi primera obra de no ficción. El hecho de escribir en primera
persona, relatando sucesos verídicos, me supuso un ejercicio constante de
vencer el pudor que entraña la narración autobiográfica. Como en muchas
ocasiones en los episodios, además de yo misma, aparecen otras personas, uno
tiene que saber templar el punto exacto en el que la narración ha de detenerse,
para no invadir intimidades ajenas.
-¿Qué te llevó a escribir El país más vacío del mundo?
-Fue
tanto lo que vi, aprendí y también —como decía Chirbes—
«desaprendí» sobre Mongolia durante aquellos tres años que sentí el imperioso
deseo de compartir todo ello con los demás, con el público lector.
-Porque
escribir sobre un libro de viajes o de una estancia para investigar, camuflarse
y adentrarse en otro pueblo, otras maneras de ser y estar es una aventura de
aventuras, ¿verdad?
-Yo
creo que la verdadera aventura es el hecho de estar allí; lo que viene después,
el escribir sobre ello, es una manera de hacer que la aventura reverbere en el
recuerdo. Como toda escritura, una manera de conjurar el olvido.
-Miras,
te sumerges en este viaje y estancia en Mongolia…un país tan gigante como
vacío, ¿no?; ¿hablamos más de vacío que de vaciado?
-Ya
desde el título, «El país más vacío del mundo» se quiere llamar la atención de
la ambivalencia que caracteriza al país, algo que se describe con detalle en la
narración: es el país con menor densidad de población del mundo —un país vacío—
y, sin embargo, un país pleno de riqueza en su subsuelo, ya que cobija algunos
de los mayores yacimientos minerales del planeta. Y ahora que ha comenzado su
explotación a gran escala, tal vez algún día tengamos que hablar de un «país vaciado».
-Con
una población todavía muy arraigada a sus antiguas costumbres y tradiciones,
¿es así?
-El
modo de vida tradicional de los nómadas en la estepa impregna también las
costumbres de la vida en la gran ciudad. En el libro se dan cuenta de algunas
curiosas costumbres de la gente en Ulan Bator: muchas
veces no usan servilletas en un restaurante para limpiarse la grasa de los
dedos, sino que se frotan enérgicamente las manos hasta que la grasa se
disuelve en la piel. Y ello entronca directamente con un uso de los nómadas en
la estepa, donde todo recurso debe ser aprovechado para protegerse de la
naturaleza inclemente: así, la grasa en los dedos —que para nosotros sería
sinónimo de suciedad— para ellos supone una valiosísima manera de hidratar la
piel frente a la inclemencia del sol y el viento de la estepa.
-En
cambio, sus urbes se sobrepoblan de una manera casi, o sin el
casi, deshumana, lo que nos puede recordar a las “favelas” de los barrios
periféricos de Brasil….
-Sí,
los nómadas hacen uso del derecho constitucional de establecerse con sus yurtas en cualquier lugar del territorio nacional; cuando
se instalan en la ciudad, lo hacen allí donde pueden: plantan sus yurtas sin más en las faldas de las colinas que rodean Ulan Bator, donde no existe infraestructura urbana de
ningún tipo, lo que crea evidentes problemas de salubridad y de carencias del
más básico nivel.
-¿Se van del medio rural más inhóspito y solitario
a las ciudades para encontrar mejores condiciones de vida…? Supongo que se
encontraran con no pocas decepciones y con una sensación de “sentirse
abrumados” al llegar, ¿no?
-Efectivamente,
muchas veces emigran a la ciudad con la esperanza de escapar a las duras
condiciones de vida que impone la estepa, y, con frecuencia, lo que se
encuentran de hecho es mucho peor. Y con el añadido de haber perdido esa
libertad del nómada cuando se mueve en la infinidad sin límites de la estepa.
-Supongo
que muchas familias cuando sus hijos se van haciendo mayores es cuando se
plantean esa migración interna, ¿no?
-De
hecho, en la mayoría de los casos la renuncia a la vida en la estepa viene de
la mano de la pérdida de ganado impuesto por el llamado «dzud»,
una de las mayores amenazas del nómada. El «dzud»,
resumiendo mucho, es el frío extremo, que diezma los ganados y hace imposible
la subsistencia del nómada en la estepa. Es un fenómeno que se da cada vez con
mayor frecuencia, acaso como consecuencia del cambio climático global.
-Este
viaje a Mongolia, el país que defines como el más vacío del mundo, no termina
nunca, ¿verdad?
-Bueno,
en mi caso, y como consecuencia del implacable rigor de la vida del
diplomático, llegó el triste momento de decir adiós a este país con el que me
encariñé tanto, rumbo a mi próximo destino en Bolivia. Pero, como decía al
principio, este libro supone una manera de hacer perdurar esa experiencia.
-¿Cómo es el pueblo de Mongolia? Un buen
porcentaje son nómadas y seminómadas, ¿cómo es vivir así?
-Cuando
llegué al país tenía verdadera curiosidad por entender cómo es el día a día de
la vida del nómada. Resulta difícil imaginar lo que significa vivir tan
expuesto a los elementos y sin más posesiones que las que caben en una yurta y pueden recogerse en cuestión de un par de horas.
Por eso, en mis viajes por el país, no me cansaba de plantear preguntas a los
nómadas; preguntas que pudieran darme la clave de su universo. Y, al margen de
lo que, en definitiva, es anecdótico —cómo se asean, cómo se abrigan, cómo se
aprovisionan, cómo se informan—, me di cuenta de que su vida —sus anhelos, sus
temores, sus aflicciones— no es tan diferente de la de cualquiera de nosotros.
-La
mayoría, me parece porque pregunto de memoria, es de etnia mongol, pero también
los hay de etnia túrquicas…cómo viven unos y otros y cómo conviven…
-La
gran mayoría de los mongoles son de etnia kalka —en
grandes términos, se puede decir que se trata de los descendientes de Gengis
Kan—; en algunas partes del país viven grupos minoritarios como los kazajos, en
las montañas del Altai, o los buriatos, en torno al
lago Baikal. En general, todos ellos conviven pacíficamente, con las
problemáticas específicas que puede esperarse de un país tan poco diverso
étnicamente. En el libro se habla de los conflictos a los que deben enfrentarse
los tsaatan —o dukha—, los
criadores de renos que habitan en el norte del país.
-¿Qué costumbres y tradiciones te llamaron más la atención y cuáles te
agradaría adoptar? ¿Qué crees que deberíamos aprender de los ciudadan@s de Mongolia?
-Me
pareció encomiable el gran respeto que se profesa a los mayores, a los ancianos
en general. Muchas veces, los mongoles que habían viajado a Europa me decían
que, para ellos, uno de los mayores choques culturales que experimentaron al
conocer nuestras costumbres fue el ver que los ancianos a menudo son tratados
como una carga de la que desentenderse. No podían concebir que los padres no
convivan con sus hijos hasta la hora de la muerte, que no sean atendidos por
ellos, sino por extraños en una residencia. Ellos no podían entender nuestra
mentalidad al respecto. Todo ello, su concepto de la familia, es algo que me
dio mucho que pensar. También el concepto de solidaridad y de apoyo mutuo, tan
arraigado en la mentalidad mongola: en un país que debe afrontar tan duras
condiciones climáticas, la asistencia y el socorro al prójimo resultan cruciales
para la subsistencia. Tal vez es algo que deberíamos aprender de ellos, aunque
nuestras circunstancias sean distintas.
-¿Qué te impresionó más de este gran país …para
bien y para mal?
-Me
impresionaron mucho los paisajes de Mongolia, la belleza apabullante de la
naturaleza. Sin embargo, y a pesar de la estrecha conexión espiritual de los
mongoles con la naturaleza, creo que el país aún podría desarrollar una
conciencia medioambiental más profunda: la belleza del paisaje a menudo se ve
adulterada por la multitud de desechos desperdigados; el aire, envenenado por
el uso indiscriminado de combustibles contaminantes; el suelo, sometido a un
preocupante desgaste por la ganadería extensiva sin control, etc.
-Por
ejemplo, me importa mucho el papel de la mujer… ¿cómo es?
-Las
mujeres mongolas tuvieron un papel de liderazgo muy marcado en el pasado, en la
época imperial, con toda una serie de reinas, khatuns,
decidiendo el destino de cientos de miles de personas. Las veíamos montar a
caballo, salir aguerridas a luchar en las batallas o influir de manera abierta
en la toma de decisiones políticas. Todo ello, muy diferente del papel de
sumisión tradicional de la mujer occidental en épocas pasadas. Al día de hoy, sin
embargo, las mujeres en Mongolia deben afrontar semejantes problemas que en
nuestras sociedades: violencia doméstica, falta de equidad salarial o menor
representatividad en los puestos de decisión, especialmente en la política.
-¿Cómo ves o crees puede ser el papel de los chicos y chicas
que son ahora y que serán el futuro que tire del país en pocos años?
-La
sociedad mongola es llamativamente joven (un tercio de la población actual son
menores de dieciocho), por lo que el futuro del país depende significativamente
de su desarrollo. Hay un gran problema de falta de acceso a una educación
igualitaria entre los jóvenes, y, en concreto, de falta de acceso a las nuevas
tecnologías, debido a la ubicación en provincias remotas de una parte de la
población. Todo ello condiciona, a su vez, la capacidad de las generaciones
actuales para implicarse activamente en la sociedad civil y en los procesos
políticos.
-El
tener a los dos gigantes, en todos los sentidos, como vecinos Rusia y China,
¿qué le supone a Mongolia?
-Mongolia
tiene una relación ambivalente con ambos países. Durante siglos estuvo sometida
al imperio manchú, del que consiguió independizarse con la ayuda de la Unión
Soviética, país, del que, a su vez, fue un mero satélite a lo largo de varias
décadas. Al margen del recelo histórico que persiste hasta el día de hoy —sobre
todo frente a China—, la dependencia comercial con ambos es un factor que
condiciona notablemente la política exterior de Mongolia.
-Y
de su historia como Imperio, ¿qué le queda?
-Queda,
sobre todo, la figura de Gengis Kan, que impregna la cultura mongola hasta
extremos insospechados. Y queda una suerte de orgullo nacional por haberse
sabido en su día los dueños del planeta. A mi modo de ver, los mongoles
idealizan en exceso ese periodo de hegemonía, como si necesitaran apoyarse
sobre él para reafirmar su presente.
-Hoy,
¿cómo definirías el papel de Mongolia en el mundo?
-Mongolia
es hoy un país democrático y plural, lo que constituye una valiosa excepción en
esa región del mundo, donde, tras la caída del comunismo, y a cambio de una
apuesta por el desarrollo, en muchos otros países se ha desembocado en
regímenes más o menos autoritarios. Occidente se esfuerza por ello en apoyar en
la medida de los posible la consolidación democrática de Mongolia. Pero creo
que su enorme riqueza mineral, que empieza ahora a explotarse a gran escala, y
el interés de algunas grandes potencias sobre la misma, puede llegar a
convertirse en un factor de desestabilización.
-
Se nota que te lo has pasado muy bien escribiendo, creando e imaginando esta
historia, ¿no? Amiga, ¿qué es para ti la narración? ¿Qué
pretendías al sumergirnos en este ejercicio narrativo…?
-Para
mí la narración cumple sobre todo un anhelo de comunicar, de exteriorizar, de
volcar todo aquello que me preocupa, que me concierne o que me apasiona. Como decía
al principio las experiencias en Mongolia fueron tantas y tan peculiares que
sentí la necesidad de dar a conocerlas, especialmente porque sé que la mayoría
del público sabe muy poco sobre el país, apenas hay literatura de viajes en
español que se ocupe del mismo.
-Amiga,
¿nos puedes hablar del proceso de documentación, búsqueda de fuentes, lecturas
de libro y demás que hay detrás de este libro? Período apasionante, pero muy
afanoso y trabajoso que, a veces, incluso nos puede sumergir en cierta ansiedad...
¿Cómo ha sido el día a día de trabajo, tu metodología de trabajo para construir
este libro narración de viajes?
-En
realidad, empecé a escribir el libro cuando ya faltaba poco para mi partida del
país. Es obvio que para tener algo que contar primero debía conocer el país a
fondo y acumular vivencias en el mismo. También consulté innumerables fuentes
bibliográficas, leí muchísimos libros sobre Mongolia, visité museos, archivos y
bibliotecas para tener acceso de primera mano a las fuentes. Pero lo curioso es
que buena parte del libro lo escribí cuando estaba ya en mi nuevo destino, en
Bolivia, y efectivamente, el día a día de trabajo resultaba un poquito
complicado, pues debía abstraerme por completo de lo que me rodeaba para viajar
con la mente al otro lado del mundo.
-Este
trabajo, ¿te ha abierto la mente y la curiosidad a indagar más sobre algunos de
los aspectos tratados en el mismo?; ¿nos puedes hablar de trabajos en los que
estás sumergida ahora?
-Bueno,
como decía, ha sido la primera vez que he escrito una obra de no ficción, que
impone sus propios desafíos. Creo que el capítulo Mongolia ha quedado ya
clausurado por mi parte, y ahora mismo estoy embarcada en otros nuevos
proyectos. Pero, me temo, esto es un poco como los embarazos: a uno le parece
que, si habla de ellos antes de tiempo, se van a malograr. En cualquier caso,
sigo escribiendo. Eso siempre.
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Cazarabet
Mas de las Matas
(Teruel)