Cazarabet conversa con... Eduardo Viñuales Cobos, autor
de “Un naturalista confinado. Diario
del ecosistema “balconero”” (Institución
Fernando el Católico)
Un libro escrito
desde el período de la pandemia, provocado por la misma y que es un ejemplo de amor
a la naturaleza, la más cercana, la que nos pasa desapercibida, la más
necesaria y desacomplejada…
Edita este libro,
la Institución Fernando el Católico desde la colección
Estudios.
L a sinopsis del
libro:
En marzo de 2020,
la vida se paralizó, tuvimos que estar confinados en casa 3 meses. Eso no evitó
que Eduardo Viñuales siguiera desarrollando su pasión
por la escritura y la fotografía, pero esta vez desde su balcón en pleno centro
de la ciudad de Zaragoza.
"Un
naturalista confinado. Diario del ecosistema balconero"
nos narra sus experiencias y reflexiones observando la naturaleza urbana, las
plantas y flores de las macetas, los vencejos que tras un largo viaje
migratorio han llegado desde África, espiando con los prismáticos a las
grajillas o los cernícalos que desde hace décadas crían en el viejo edificio
frente a su ventana. Pero también estudia los invertebrados domésticos, las
horas de sol, la lluvia, el cambio de las temperaturas e incluso otros muchos
vecinos silvestres, seres vivos que están ahí y pasan desapercibidos como
pueden ser una araña, una salamanquesa o los murciélagos que salen de noche.
Las fotos,
tomadas por el autor, ilustran esa realidad habitual en el día a día pero que
no nos paramos a contemplar. Este libro nos anima a reflexionar sobre temas tan
importantes y globales como el cambio climático, los beneficios ecosistémicos
de una Naturaleza en equilibrio o acerca de la necesidad de proteger la
biodiversidad.
Con nosotros,
además de seguirlo por las redes sociales, ya ha conversado:
http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/preservarmontana.htm
Cazarabet
conversa con Eduardo Viñuales Cobos:
-Eduardo, ¿en qué momento como
naturalista te coge la pandemia?
-Pues como a
todos, supongo. Pero sobre todo trabajando en la redacción final de un nuevo
libro para el que llevaba más de año preparando, el de Rutas para ver aves en
Aragón (de Sua Ediciones). Además, acaba de venir
hacía un par de semanas antes de ver a las grullas en su paso migratorio por la
cola del pantano de Yesa y de fotografiar la perdiz nival completamente blanca
en las cumbres del Pirineo Oriental. No pensaba que iba a haber tal
interrupción en nuestro qué hacer diario. Para un naturalista siempre hay algo
esperándonos. La vida salvaje y su espectáculo no censan.
-El
campo de acción de un naturalista es la naturaleza (nunca mejor dicho), el pisar
el campo, el observarlo, olerlo, palparlo…degustarlo a tu manera…cuando te
llega la noticia de que debes estar confinado en un primer momento ya piensas
en pasar a ser un naturalista de balcón…
-No, al principio
nadie sabía que íbamos a estar dos meses confinados
en nuestros hogares. Con lo cual no pensaba que ello me podría conllevar el
perderme la primavera que justamente estaba empezando a despuntar lejos de
casa, fuera de mi ciudad, y que ese encierro a causa de la pandemia se iba a
extender desde el 13 de marzo, durante todo el mes de abril y primeros de mayo.
Lo tomamos con buena cara y actitud, como un acto de responsabilidad colectiva,
pues los datos del avance de la epidemia y de muertes en muchos países
empezaban a ser bastante alarmantes.
Todo
se suspendía… y yo me quedé a gusto en casa a cuidar de mi hijo pequeño, a leer
mucho y a trabajar en el ordenador en alguno de mis próximos libros. Nos
dijeron que sería un encierro de 15 días. Pensé que eso podría ser un “reseteo”
para desacelerar el ritmo de vida que llevamos. Pensé en Henry David Thoreau
que estuvo un año recluido en una cabaña en los bosques de Norteamérica
observando la naturaleza, reflexionando… Yo, al menos, en mi casa tenía un
balcón con macetas y plantas, y un ventanal a la calle.
-¿Te diste pronto cuenta de que el balcón o
desde el balcón se podía observar, ver, sentir y hasta investigar pequeños
ecosistemas…?
-Todo empezó con
la lectura, las ganas de saber y observando unas flores rosas que el 16 de
marzo estaban a tope de color rosa vivo, lustrosas y bellas. Era una planta que
yo había recogido en una maceta de un pueblo del Matarraña y que la había
reproducido por división de mata. Estaba preciosa. Le hice fotos. Las colgué en
las redes sociales. Pero aún no sabía muy bien qué especie eran. Empecé a
investigar. Mi amigo Roberto, aficionado a temas botánicos, me indicó que
podría tratarse de una Silene. Y luego alguien, en Facebook, me indicó que era
la Silene pseudoatocion,
ya que tenía los tallos de color Burdeos. Aprendí que era una especie natural
del Mediterráneo Occidental e indagué más sobre ella… Nunca le había dedicado
tanto tiempo e interés, y estaba ahí mismo desde hace un par de años.
Otro impulso me
lo dieron “mis vecinas de ojos azules, que visten de negro y que peinan canas
en la cabeza”… Me refiero a una pareja de grajillas
–una especie de cuervos- que crían en los mechinales del antiguo edificio que
está delante del balcón. Las miraba con
los prismáticos. Les hacía fotos con el teleobjetivo, observaba su comportamiento,
leía trabajos científicos sobre ellas, y corroboraba que estos animales son
mucho más inteligentes de lo que muchos piensan.
Todo lo fui
apuntando para mí en una especie de biodiario,
redactando un cuaderno de campo del “ecosistema balconero”
-como dije medio en broma medio en serio-. Colgué algunas entradas en las
redes, y vi que interesaban a otras personas que igualmente estaban confinados
en sus casas. Luego, cuando todo lo escrito cogió forma, una vez repasado,
pensé que podría ser publicado… y la Institución Fernando el Católico
–con la que colaboro asiduamente- lo asumió enseguida con entusiasmo dentro de
su programa editorial.
-Yo no me puedo creer que haya familias con niños y niñas que no
quieran salir y, de alguna manera, hermanarse con el medio ambiente, la madre
natura con la que convivimos y desde la que convivimos, pero quizás para los
que sean “de cultura más urbanita” y “como que les cueste más salir de la
ciudad o incluso de un casco urbano de pueblo” el balcón, una terraza, un simple
patio interno o más abierto es un mundo en el que la naturaleza se abre
camino…¿puede ser la observación ,con todo lo que esta conlleva, una
manera iniciática de iniciarse en el naturalismo?
-¿Por qué no? Yo desde pequeño, con 13 años, empecé a ver e
interesarme por los pájaros en mi entorno urbanita, en el Parque Grande de
Zaragoza durante los fines de semana. También desde el balcón de casa de mis
padres, cerca de la Plaza de los Sitios, dónde veía con los prismáticos a los
gorriones, palomas, vencejos… Y ahí empecé a plantar mis primeras semillas de
plantas de hipomea, a cuidar de la hiedra… o a poner
bellotas de encinas en botellas de plástico.
-Estoy pensando,
enlazando con la pregunta anterior no solo con los niños, también con nosotros,
los humanos…
-Es
cierto hay gente que se ha reencontrado con su familia durante el
confinamiento. Yo con mi hijo pequeño, entonces de 2 años recién cumplidos.
Estar tantas horas juntos, en casa, sin tener que ir o salir fuera a trabajar,
eso también ha sido importante… Incluso para para echar de menos a esas otras
personas que quieres o que aprecias, y a las que no pudimos ver durante todo
ese tiempo. Sólo contacto por video-llamadas o hablando por teléfono.
-¿Es la observación una de las principales, sino la principal
aptitud que debe tener un aficionado a la naturaleza?
-Yo
creo que el ingrediente principal es la sensibilidad. Pero también la
curiosidad, la creatividad, las ganas de conocer y de aprender, de investigar…
el amor por lo natural. La naturaleza se escucha, se toca, se lee, se recuerda,
se saborea… se siente de mil formas.
-¿Por qué elegiste el formato estructural de escribir “ a manera
de diario” para contarnos esos días de confinamiento?
-Me
gusta escribir y fotografiar. Es mi lenguaje preferido. Es una manera de
plasmar la vida, el día a día, lo vivido. Como un Cuaderno de campo. Otros
eligen los sonidos, los vídeos… el dibujo.
-¿Participaron los tuyos de “tu aventura naturalista urbana”?
-Claro,
salíamos al balcón a merendar o cenar cuando hacía buen tiempo. Incluso a
protestar en el Día del Apagón por la Tierra. Otros amigos estaban lejos, pero
había contacto con ellos y ayudaron a su manera a mis observaciones para dar
ideas, o identificar plantas e insectos gracias a su conocimiento. Lo cuento en
el libro.
-¿Nos puedes describir
lo que ves veías desde tu legar de residencia… aquel desde el que pasaste el
mayor tiempo de confinamiento?
-La primavera fue
avanzando…. y cada vez empezaban a surgir nuevas preguntas, dudas, inquietudes.
Cada día sucedía algo nuevo. También comenzaban a aparecer otros animalillos y
plantas por sí solos: una cerraja menuda, el ramillete de flores de la cebolla
albarrana, el brote y el crecimiento de plantas ornamentales que eran
originarias de lugares exóticos –de Sudádrica, de
Canarias, de Corea, de México-, el paso migratorio en el cielo de las aves que
venían del centro de África y que iban hacia el centro y norte de Europa –como
gaviotas, cigüeñas blancas, golondrinas, milanos, halcones abejeros-… De
repente apareció una araña, luego una salamanquesa, después vi casi por suerte
unas minúsculas saltahojas, me detuve en un
himenóptero que tuve que identificar con ayuda del Google Lens y unos anillos
de extensión en la cámara… o una mariposa esfinge colibrí que iba y venía. Otra
tarde me entretuve al sol con una mosca… y al caer noche con el vuelo
crepuscular de los murciélagos urbanos. ¿Qué especies serán?
Así mismo, me
fijé en las horas de sol diarias, en las nubes, en los días de lluvia, en las
temperaturas, en la difracción de la luz solar… Cada día había un motivo. Algo
que contar sin moverme casi del salón. También en las pelusillas de los chopos
que flotaban en el aire y que indicaban que el río Ebro estaba cerca o bien qué
época del año era. Fueron floreciendo
otras macetas. Salieron las semillas que había plantado.
-¿Qué era lo primero que mirabas y lo último desde ese balcón
naturalista confinado?
-Poco a poco hacía
mejor temperatura y ya salíamos en familia a merendar o a cenar a la puerta del
balcón… Llegaron los vencejos y su precioso “bullicio” el 12 de abril, después
de hacer quizás casi 20.000 km de viaje desde el otro lado del desierto del
Sáhara, toda una proeza para un ave frágil que pesa sólo 38 gr de peso y que no
se posa más que para reproducirse, pero que para más inri cría en la vieja
pared de enfrente. ¡Les estaba
esperando, un año más! ¡Bienvenidos!
Mención especial
merecen una pareja de cernícalos –un pequeño halcón- que crió
en la calle perpendicular a la mía y que yo veía pasar volando, reclamando… y
que luego un vecino de un piso mucho más alto que el mío me contó que habían
sacado pollos que estaban aleteando en la cornisa del tejado. ¡Fue un lujo, un
regalo de la naturaleza!
Pero una de las
cosas con las que más disfruté fue con el descubrimiento de la abeja cortadora
de hojas, que en Inglaterra le llaman abeja “patchwork”,
que quiere decir “retal, y que me tuvo unos días intrigado hasta que como un
detective conseguí saber que ella había sido la responsable del “destrozo” con
mordidas redondeadas en el borde de las hojas de mi querida parra roja
trepadora.
-Recuerdo en los días de confinamiento cómo la naturaleza ganó
terreno y cómo incluso , en muy pocos días, el aire empezó a sanearse allá donde está más insano
día adía…recuerdo una familia de patos ,aquí en España, uno detrás
del otro ; unos ciervos en Japón; las vacas , más a sus anchas que nunca , en
Nueva Delhi , India; jabalíes por nuestras calles y por otros países
mediterráneos, cabras de esas peludas por ciudades de Reino Unido, en concreto
en un pueblo costero de Gales ; las aguas saneadas(bendita sea la hora) en
Venecia donde se volvieron a habitar de fauna sin que esta se viese quebrada; pumas en Santiago de
Chile; zorros por muchos lugares volviéndose más descarados y curiosos que
nunca…aves marinas ingresando en complejos turísticos del Caribe…pavos por
Madrid…¿nos recolonizaron?
-Es
otro capítulo que trato. Hubo bulos y exageraciones de ciervos de Albarracín
que eran de un pueblo de Italia y parecidos. Pero está claro que la Naturaleza
no nos necesita y el día que desaparezcamos de este mundo los humanos, el resto
de formas de vida renacerá de sus cenizas, como un ave fénix.
-En un principio todos
conveníamos a decir y a decirnos por las redes sociales que “de esto saldremos
mejor y mejores”, hasta yo misma lo decía… pero desde lo humano fuimos, creo,
decayendo…nos hemos vuelto como más retraídos, aplicamos aquello de “ande yo
caliente”, somos más egoístas…sin más…creo que es fruto de miedo:
miedo a perder lo que tenemos o pensamos que tenemos, nos sale, más que nunca
la supervivencia por los poros y ese comportamiento en cuanto nos dejaron salir
lo trasladamos, poco a poco, volviendo a presionar a la “madre naturaleza” y a
todos sus habitantes…¿qué nos puedes decir?
-La
vida moderna del primer mundo de consumo y derroche nos lleva una inercia
difícil de parar por convicción. No aprendemos. La realidad, por ejemplo con el cambio climático y sus consecuencias, nos
dará de bruces y entonces –muy pronto- no va a quedar más remedio que cambiar
el chip, el modo de vida, para realmente sobrevivir. El hombre es un animal muy
listo, pero también muy torpe y tonto.
-Eduardo, ¿Sabemos convivir
con lo que la naturaleza nos enseña de manera abierta y generosa, sin pedirnos
nada a cambio?, recuerdo cómo se atiborraron sendas, senderos, lugares en los
que la naturaleza debería convivir con cierta armonía…
-Vivimos aún muy
de espaldas a la naturaleza. Pero sobre todo en las ciudades. Mi reflexión
final, y más a raíz de la pandemia, es que debemos renaturalizar
las urbes. Y que no debemos urbanizar el campo, trasladando el modelo urbano al
mundo rural. Casi 3.500 millones de personas en el mundo habitan en una ciudad.
En España hay un éxodo rural muy grande. Todo el mundo viene y se concentra en
las ciudades y sus barrios. Zaragoza, sin ir más lejos, reúne con sus 664.000
habitantes el 51% de la población de todo Aragón. Y en estas ciudades es donde
más habría que invertir y que apostar por la “salud ambiental”, lo que
generaría en el ser humano un verdadero bienestar físico, mental y social para
la ciudadanía. Es decir, hay que reconvertir los espacios en los que vivimos y
trabajamos en aliados frente a la pérdida de biodiversidad y el cambio
climático. La biodiversidad debería de ser uno de los ejes vertebradores de las
políticas municipales.
-¿Te reconociste con “otros naturalistas de balcón” en aquellos
días?
-Sí,
a través de las redes sociales, de internet, de los wasaps… estábamos en
contacto. No aislados realmente.
-¿Qué aprendiste de positivo y de negativo en tus días de
“naturalista confinado”?
-Mi balcón es
pequeño, de 2’5 metros cuadrados. Da a una calle del centro de la ciudad de
Zaragoza, en el Casco Antiguo. No hay árboles. Tan sólo un antiguo edificio
donde se posan palomas y crían otros pájaros. También tengo plantas de las que
en muchas ocasiones sólo sabía su nombre… y poco más. Esa era mi porción, mi
dosis de naturaleza. Otros aprovecharon para desempeñar durante esas fechas
otras aficiones o inquietudes: leer, ver la tele o el móvil, dormir, cocinar,
hacer manualidades, videoconferencias… Pero yo me negué a dejar de disfrutar de
lo que más me gustaba y me gusta, la naturaleza y los libros. Acodado en ese
balcón, esa sería mi ventana al mundo exterior, mi pequeña clase para seguir
aprendiendo de la vida salvaje, de las flores, de las plantas, del clima, de lo
que hubiera… Como buen naturalista quería entretenerme observando, tomando
notas y, ¿por qué no?, haciendo fotos bonitas. Sí, ya sé que estaba en el
corazón urbano de la ciudad, pero sabía que algo habría y, sobre todo, era
consciente de que si uno abre los ojos con curiosidad,
ahí afuera suceden cosas maravillosas que uno puede descubrir, muy cerca de
nosotros. Algunas las barruntaba, otras no. El contacto con lo natural me hace
feliz. No siempre hay que ir al Pirineo, al Moncayo o hay que hacer un viaje a
un Parque Nacional de un país del extranjero… A veces digo que los naturalistas
de campo podríamos pasar un buen día o una jornada entera simplemente
fotografiando, estudiando o disfrutando en uno de esos solares abandonados que
quedan en el extrarradio urbano, porque hay tantas cosas que están ahí y en las
que nadie se fija.
-¿Qué esperas o qué esperanzas tienes detrás de la lectura de este
libro?; ¿con un poco de reconciliación con la naturaleza te
conformarías, pero cómo debe ser esa?, ¿me imagino que la educación desde las
aulas a la casa y versus salidas a la
naturaleza tiene o debería tener mucha importancia… qué nos puedes reflexionar?
-En el epílogo
final de este libro, “Un naturalista confinado”, reflexiono
sobre ello. Sobre ese enemigo invisible llamado COVID que irrumpe y que ha
sido, no sólo una pesadilla, sino una muestra más del modelo insostenible hacia
el que caminamos, una evidencia añadida –como el cambio climático- de que
estamos desequilibrando el planeta, de que vienen nuevas enfermedades
infecciosas o zoonosis que afectan a los seres humanos y que son en parte
consecuencia de acciones humanas como la destrucción de los hábitats, la
deforestación o la sobreexplotación de los sistemas agrícolas y ganaderos.
El susto casi
tres años después se va diluyendo y la sociedad no ceja en su afán consumista
de adquirir productos innecesarios, de derrochar energía, de maltratar el agua
vital y el aire limpio que respiramos… servicios ecosistémicos que son gratis,
pero que son muy importantes, valiosísimos. Tenemos que cambiar, frenar y
decrecer. Sería posible prescindir de ciertas cosas y seguir manteniendo un
nivel de vida confortable. Nos sobran muchas cosas. El futuro está
comprometido. La crisis climática y energética está anunciada por los
ecologistas desde hace décadas… Pero manda más la inercia de los intereses económicos,
y sólo aprendemos cuando ya no hay más remedio y cuando las medidas a adoptar
ya no son aconsejables, sino que han de ser impuestas por la urgencia.
Estar confinado,
leer y mirar por la ventana te lleva reflexionar sobre el futuro de todo esto, más
por el de nuestros hijos que por el nuestro. ¿Seremos tan egoístas?
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Cazarabet
Mas de las Matas
(Teruel)