Cazarabet conversa con... Alberto de Frutos Dávalos,
autor de “Verdes hojas ovaladas”
(Franz)
Un libro pletórico de relatos desde la
pluma del escritor y periodista Alberto de Frutos.
Está exquisitamente editado por Franz
Ediciones desde la portada hasta cada uno de esos detalles que engrandecen la
lectura desde el trabajo en la edición.
Lo que nos dice la sinopsis del libro:
Una colección de 16 relatos breves en los que el escritor y periodista Alberto
de Frutos Dávalos (Madrid, 1979) nos regala una épica de las relaciones
humanas: las que se dan entre padres e hijos o en la pareja, es decir,
las más íntimas, delicadas y difíciles.
Son historias variadas en cuanto a las
circunstancias o la etapa vital de sus protagonistas, —por las páginas de Verdes hojas
ovaladas se pasean adolescentes que hablan de sus padres y padres
de hijos adolescentes, madres que no quieren ser una carga para sus hijos
de mediana edad e hijos de mediana edad que no quieren dar disgustos a sus
madres— aunque todas tienen en común que suelen acontecer en el ámbito
doméstico y/o en contextos cotidianos que todos podemos reconocer.
De Frutos posee un don para intuir y
expresar la psicología de sus personajes, esos anhelos, incertidumbres y
motivaciones que dan forma a destinos diversos, aquellos que convierten la
existencia humana en algo inusitado y singular.
El autor, Alberto de Frutos: (Madrid,
1979) es escritor y periodista. Ha sido redactor jefe de la revista de
divulgación histórica «Historia de Iberia Vieja» y dirige la publicación
trimestral «Turismo Rural». Es autor de «Breve historia de la literatura
española» (Nowtilus, 2016)
y «La Segunda República española en 50 lugares» (Cydonia, 2019). En Larousse Editorial ha publicado
«Historia a pie de calle» (2016) y «30 paisajes de la Guerra Civil» (en coautoría,
2020).
Este periodista y escritor ya ha
estado con nosotros: http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/30paisajesguerracivil.htm
Cazarabet conversa con Alberto de Frutos:
-Amigo Alberto, ¿nos puedes
explicar desde dónde surge este libro de relatos….?
-¡Cómo no! Es una colección de relatos escritos entre
2014 y 2019, la mayoría premiados en diversos certámenes literarios. Viene a
ser un balance de mis últimas creaciones en este género, una especie de
antología que quizá ponga fin a un ciclo temático y abra nuevos caminos.
-Alberto, ¿por qué relatos
cortos?
-Me siento muy cómodo en esa distancia, y es un
género que hay que reivindicar siempre. Se diría que el cuento juega en una
liga inferior, cuando debería contar, al menos, con la misma proyección que las
novelas. En estos tiempos de urgencia, en que leemos a mata caballo y troceamos
películas y series, son un refugio seguro, como diría un inversor.
-Las hojas verdes, esas que son
ovaladas… ¿son estos relatos?, ¿qué te evocan a ti las hojas verdes ovaladas?
-El título del libro quiere ser un homenaje a James
Joyce. Una cita de Ulises le sirve de
pórtico: “¿Recuerdas tus epifanías sobre verdes hojas ovaladas?”. El acto de
escribir es siempre una epifanía y, a la vez, un deber que se nos impone.
Cuando nos cruzamos con una buena historia, sencillamente no podemos darle la
espalda. Detrás de cada uno de estos relatos, hay una suerte de epifanía, una
revelación que un día hizo que me sentara delante del ordenador para intentar
traducirla.
-¿Qué intencionalidades se
esconden detrás?
-La intención última es contar la vida, hablar de
nosotros, de nuestras pequeñas miserias o grandezas, de nuestros miedos y
esperanzas. Son relatos realistas, apuntes del natural sobre la familia, los
recuerdos, el mundo laboral… En ese sentido, el objetivo es el mismo que
conminaba a los antiguos griegos que se acercaban al templo de Apolo en Delfos:
conocernos a nosotros mismos.
-¿Qué te inspira a la hora de
escribir estos relatos o mejor dicho qué te inspira o te atrae de las
relaciones familiares: entre padres e hijos; en las de la pareja…?
-Que es inagotable. Hay miles, millones, de relatos
latentes en cada uno de nosotros. Si tuviera la imaginación de Ted Chiang, podría escribir Exhalación,
pero no es el caso. Hablo de lo que conozco, e intento hacerlo desde fuera, sin
abusar de los recursos de la autoficción, entre otras
cosas porque mi vida no es nada interesante.
-¿Somos
conscientes de que no todo es idílico detrás de una familia o estamos, todavía,
muy influenciados por el patriarcado y la religión?
Te diría que somos conscientes de ello, sí. De Qué bello es vivir a American beauty
hay un salto cuántico, por hablar un poco de cine. Aun así, parafraseando a
Churchill, la familia es como la democracia, el peor sistema de convivencia, a
excepción de todos los demás que se han inventado.
-También influye que muchas de
estas relaciones se mantienen a viento y marea cuando, quizás, sean tóxicas…
-Eso es lamentable, desgarrador. Vivimos en un mundo
sin cadenas, al menos en este Occidente privilegiado, por lo que, si una
relación no nos enriquece o no nos “completa”, hay que soltar amarras. La
soledad puede ser nuestra mejor aliada. Contra viento y marea solo tenemos que
mantener la vida, si es que nos gusta; es lo único que tenemos.
-Hasta cuándo debe soportar una
mujer a su pareja o un hombre a su mujer? O ¿por qué
un padre o una madre tienden a pronunciar tantas veces: “eso que me cuentas que
hizo mi hijo/a no lo creo…”, hasta cuándo es capaz o son capaces los padres de
encubrir a los hijos?
-Las parejas pueden ser pacientes, negociar, en
ocasiones transigir, otras veces plantarse; en definitiva, crecer juntos si han
decidido que ese sea su proyecto de vida, y, por supuesto, respetarse siempre,
como personas civilizadas. Soportar es un verbo muy feo. Si una relación
empieza a orquestarse en esos términos, es mejor cortar por lo sano. A
propósito de los padres que encubren a sus hijos, tema, por ejemplo, del relato
El fruto de su vientre, que aparece
en esta colección, recomiendo a los lectores que lo lean y lo descubran por sí
mismos. El instinto de protección es muy poderoso, pero hay límites.
-¿Es cuestión de fidelidad o de
orgullos?
-El ser humano es un bicho muy complejo. No creo que
haya una disyuntiva entre fidelidad y orgullo. No veo que sean conceptos
excluyentes. Cuando seguimos un camino, lo hacemos movidos por una serie de
emociones, de corazonadas… o de intereses.
-Una cosa que he observado es
que casi no hay hijo o hija que, en algún momento, no se avergüence de sus
padres…
-Forma parte de la naturaleza humana, tan cruel como
sabia. El desdén puntual hacia quienes nos dieron la vida contribuye a forjar
nuestra personalidad; proclama, de algún modo, nuestra individualidad, nuestra
diferencia. Pero es un sentimiento muy precario, que, pasada la adolescencia,
se agota en sí mismo. Uno de los relatos de Verdes
hojas ovaladas, el que lleva por título Es
la vida, se acerca a ese trance (¡a esa epifanía!), que los padres deben
afrontar desde la comprensión y el cariño. La experiencia es un grado y rebaja
el dolor.
-Vuelvo con la fidelidad y “las
formas de la querencia”, que creo tiene que ver con esas madres que no quieren
ser una carga para sus hijos, y al contrario, hijos, que tú aquí revistes de
mediana edad, que no quieren preocupar o ser una carga para sus madres.
¿Obedece esto a la fidelidad y a la querencia o voy equivocada? Bueno, ¿cómo lo
ves tú?
-Ojalá aprendiéramos a vernos como personas, no como
cargas. Desgraciadamente, nos hemos acostumbrado a hacer tabla rasa del pasado,
sin honrar las canas ni la memoria. Cumplir años es una bendición, pero también
hay que pagar un peaje. Es posible que perdamos facultades, que necesitemos
ayuda, que nos sintamos como tortugas en un mundo que se mueve muy rápido. Y lo
mismo sucede con los hijos respecto a los padres. Todo cambia sin que nos demos
cuenta. Dejamos de ser niños, maduramos, envejecemos, y no nos queda más
remedio que adaptar nuestro papel en esta obra, a ciegas, sin ninguna
indicación o pista. Supongo que la vida sería mucho más fácil si se estuviera
quieta, como bien saben los muertos.
-¿Por qué los relatos tienen
que ver más que nada con el escenario de la cotidianidad doméstica?
-Hasta ahora las ideas más felices, las más jugosas,
me han asaltado en ese contexto. No quiere decir que el día de mañana no
publique un libro de relatos sobre las Termópilas o las costumbres de los
marcianos, pero, como dije antes, ese marco hogareño me resulta ilimitado. Como
lector, es también el decorado que prefiero.
-¿Se establecen “otros tipos de
enlaces de empatía” o “de querencias” entre abuelos y nietos, dejando como en
un limbo a los padres?
-En el libro hay también alguna referencia a esos
vínculos, en efecto. En general, ese “limbo” es involuntario. Si los padres se
ven instalados en él, es por culpa del trabajo, que les resta tiempo para estar
con sus pequeños. El papel de los abuelos es, entonces, insustituible, pero,
ojo, siempre que trasciendan su misión de “canguros”. Los abuelos pueden
aportar mucho a la formación de sus nietos: son una enciclopedia del ayer y un
espejo del mañana.
-Amigo, de alguna manera ¿uno
se documenta para escribir relatos o con la lectura de relatos y relatos…con
leer muchísimo, vivir mucho, también…; observar…ya te sirve como ejercicio de
documentación?
-En el caso concreto de estos relatos, la
documentación es secundaria. Al no trabajar con datos, sino con emociones, mi
principal desafío era tener claro lo que quería contar. El resto, como nos
enseñó el conde de Buffon, es estilo, o sea,
“pensar bien, sentir bien y expresarse bien”, para que la obra
pueda aspirar a esa leve permanencia que confiere el arte. Leer es clave, vivir
también, ir con los ojos abiertos, vaya.
-¿Qué metodología de trabajo
utilizas cuando te pones a escribir relato breve de ficción?, yo a ti te
conocía más como investigador que vista lugares y nos lo cuenta o los pone en
relevancia según qué tipo de acontecimientos históricos han tenido lugar allí…
-Antes que cocinero del pasado, fui fraile del presente, y, de
hecho, ya había publicado cuatro libros de relatos antes de dar a la imprenta
mi primer ensayo de divulgación histórica. Pero es cierto que, en los últimos
años, mi trabajo de investigación le ha ido comiendo terreno a la literatura.
Por eso me ha hecho particular ilusión publicar este libro, que me ha servido
para reencontrarme con otro perfil de lectores. Mi metodología no tiene ningún
misterio. Tengo la suerte –para otros quizá sea una desdicha– de no vivir de
mis libros, por lo que escribo solo cuando me apetece o cuando siento que tengo
algo que contar. No me gusta repetirme. Cuando una idea me atrae, empiezo a
borronear folios hasta que me siento satisfecho con ella. Al terminar un
relato, me gusta creer que he aprendido algo en ese proceso, más allá de la
resolución de los típicos bretes estilísticos.
-Amigo, ¿cómo ha
sido trabajar con la Editorial Franz?
-Un inmenso placer desde el primer minuto. No hay más
que ver el catálogo de la editorial para caer rendido a sus pies. Christel, la editora, cree en sus autores, los apoya, les
orienta y saca lo mejor de cada uno. Mima el producto, lo mejora. Aporta un
continente exquisito al contenido que le entregamos. Desde que descubrí esta
editorial, supe que me sentiría como en casa. Y te puedo decir que quienes han
tenido el libro entre las manos han elogiado el formato y la belleza de su
portada, méritos todos de Franz.
-Amigo, ¿nos puedes explicar en
qué andas trabajando ahora, nos puedes dar alguna pista… algo más literario,
que tenga a ver con lugares, con la historia?
-Como sabes, he sacado dos libros en poco más de tres
meses, 30 paisajes de la Guerra Civil
(Larousse), con mi amigo Eladio Romero, y estas Verdes hojas ovaladas. De momento, me tomaré un respiro, pero lo
más probable es que mi próxima obra tenga que ver de nuevo con la historia de
España. Entre tanto, sigo escribiendo relatos y poesías. Al fin y al cabo,
escribir no hace daño a nadie.
_____________________________________________________________________
Cazarabet
c/ Santa Lucía, 53
44564 - Mas de las Matas (Teruel)
Tlfs. 978849970 - 686110069
http://www.cazarabet.com
libreria@cazarabet.com