La Librería de El Sueño Igualitario
Cazarabet conversa con... Pako
Gómez Mínguez y
Jesucristo Riquelme, ilustrador y editor
de “Cuentos para Manolillo” (Micomicona) de Miguel
Hernández
Pako Gómez-Mínguez le pone la ilustración, en
realidad ilustración de ilustraciones, a los poemas de Miguel Hernández.
Micomicona “mima” de nuevo a la poesía y lo demuestra en
este libro muy, muy atractivo y cercano a todas las edades.
Micomicona ya estuvo con nosotros de la mana de su editor,
Jesucristo Riquelme, por su libro alrededor, también de Miguel Hernández: http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/poetadelamor.htm
Pako Gómez-Mínguez es una ilustrador muy seductor
desde el trazo, elegante y expresivo. Llega desde más de un sentido y parece
tridimensional, visitad su face y lo podéis
comprobar: https://www.facebook.com/pako.gomezminguez
Parábolas y nana: para nenes y para
nanas
Una crítica hidráulica de Jesucristo Riquelme
para el verano de cada año
Pasiones de libertad por medio
de palabras
En el momento en el que Miguel redacta, en
borrador, y en papel higiénico, sus cuatro cuentos infantiles para Manolillo, y
se convierten en un primer y hermoso objeto para ver y leer, o para ver y escuchar, por gracia artística de
Eusebio Oca, el poeta de Orihuela sufre una condena de treinta años de prisión,
una vez conmutada la amenazante pena de muerte. En ese contexto fatal, pensando
en la inocencia, crea una estrategia en la que sublima el poder protector de la
literatura y el poder redentor de la imaginación. Por un lado, el modelo
protector de la vida lo tomó Hernández de
Cuando
estalla la guerra civil, Miguel se encuentra ante una realidad desmesurada y
amenazante; cuando se ve recluido en presidio, sus temores se acrecientan. Para
poder combatir esa realidad descomunal, el poeta (y el hombre, en sus cartas y
en su intimidad familiar) debe empequeñecerla y hacerla resistible, o fantasear
y hacerla incluso deleitable pensando en los seres más vulnerables. Don Quijote
había actuado al contrario: deformó la realidad –la realidad menuda y
cotidiana– engrandeciéndola para poder responder como un héroe en un marco de
gigantescas adversidades; por eso en su demencia
transforma ovejas en ejércitos y molinos, en gigantes.
En la correspondencia con Josefina Manresa, Miguel decide aliviar
penalidades a su mujer e inventa una realidad para proteger a los seres
queridos de sus penurias. ¿Qué gana con transmitir su tragedia y sus dolores y
sus penas a Josefina? A ella jamás confesará que está condenado a muerte y,
cuando la pena es de treinta años, los convierte, en sus cartas, en doce y
añade casi jubiloso que está muy bien, que son frecuentes las fiestas y las
comilonas entre los reclusos, que saldrá pronto y que saldrá gordo... Son mentirijillas piadosas. Si Josefina no
puede creer esa fantasía, sí puede transmitirla al hijo. El 12 de septiembre de
1939, con un Manolillo de poco más de diez meses, Miguel envía un poema a su esposa;
con ese poema, unas famosas nanas –«Las nanas de la cebolla»–, el escritor
había reinventado un estilo literario redentor haciendo poesía de su propia
vida y, a la vez, defendiendo la vida con su propia poesía: el poeta desea
proteger a su hijo y mantiene todavía el ánimo suficiente como para advertirle
afectuosamente de las adversidades del mundo. ¿Cómo lo hace? Previene al bebé y
contrasta la apenada vida del padre con la existencia feliz del pequeño:
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Y cierra el poema con estos siete versos:
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
¡«No te derrumbes»!, dice al niño: ¡qué verbo tan desorbitado para dar un
consejo a un infante, a un niño que no sabe hablar –«No te derrumbes»–, y al que faltan años «para cuando sepa leer»! Y añade
protectoramente, sobre todo, “No sepas lo que pasa / ni lo que ocurre”. Repasemos
dos de los cuatro cuentos... y sus posibles fuentes.
El potro obscuro: un cuento-nana
«El potro obscuro» es un cuento acumulativo que tiene semejanzas con
el de «Los músicos de Bremen», de los hermanos Grima de mediados del siglo XIX.
Los cuentos de los hermanos Grimm se habían difundido abundantemente en inglés
y en español ya en la época de Hernández. Hoy
conocemos la versión televisiva de «Los trotamúsicos».
Miguel
convierte este cuento en un cuento de nenes en un cuento-nana.
El argumento de «Los músicos de
Bremen» es muy sencillo: cuatro animales (un burro, un perro, un gato y un
gallo), por viejos, son despreciados y condenados a muerte por sus amos,
humanos, en lugares distintos, pero próximos. Los animales huyen y se salvan.
Van formando un grupo cada vez más numeroso para ganarse la vida cantando. En
el cuento original se respira ironía –como la de formar un grupo musical
iniciado por el entonado rebuzno del
burro, y la de pensar que en Bremen, la capital hanseática, iban a triunfar,
puesto que allí no entendían nada de música y sólo aplaudían lo vulgar o
esperpéntico, frente a Hamburgo, donde sí eran auténticos entendidos en
música–. Así y todo, los valores de solidaridad entre los expulsados compiten
con su sentido burlón. Según el cuento de los Grimm, los cuatro animales
encuentran una casa con ladrones: atacan, meten miedo a los moradores, los
alejan y toman el lugar; comen y pernoctan plácidamente allí. Se satiriza el
comportamiento humano: los hombres se presentan como injustos y malvados,
frente a un bestiario unido y leal, sabedor de que la unión hace la fuerza.
Miguel Hernández simplifica el texto,
lo despoja de elementos superfluos y resalta los motivos que le resultan de
verdadero interés: convierte el exilio en un viaje al paraíso, en una especie
de viaje a El Dorado –
El conejito: un
cuento-fábula
El segundo cuento, «El conejito» es una
fábula. Su redacción es todavía más sencilla e infantil, para que el niño
extraiga con facilidad su enseñanza. El texto del que lo tomó Miguel para su
traducción-versión tiene como fuente «El cuento de Perico, el conejo travieso»,
el Peter Rabbit
de la británica Hellen Beatrix
Potter, publicado por primera vez en 1902. El argumento es conocidísimo: Perico
tiene tres hermanas y, aunque la madre, les advierte que no salgan de su
territorio, sucumbe a la tentación de entrar al cercado vecino del señor Gregorio
(mister McGregor):
allí come y come hortalizas hasta engordar tanto que no puede salir por el
agujero por el que entró; al verlo el dueño –otro humano opositor–, intenta
cazarlo. Perico huye alocadamente y se mete en una regadera, donde Gregorio
casi lo captura; las nuevas carreras desorientadas hacen que tropiece y vaya
perdiendo su chaqueta, sus zapatos, hasta que, desnudo de ropas, logre
apretadamente escapar por el mismo orificio por el que había asaltado la
propiedad vecina. Regresa a su madre que le conmina su desobediente e
irrespetuosa acción. Los harapos de su vestimenta sirven a Gregorio para hacer
un espantapájaros. En la versión de Hernández, de nuevo, todo se simplifica: se
elimina la figura humana y se añade un invitado a su bestiario: un perro, un
perro bromista que persigue al ladronzuelo conejito que ha invadido un cercado
ajeno y que, al no poder regresar por el mismo agujero por el que entró, ha de
buscar salida por la ventana. El receptor del cuento es sabedor de que el perro
bromea, de que no hay peligro, y eso congratula en su inocencia a quien lo lee
o lo escucha, pues es consciente de que sabe más que el propio protagonista,
sabe más que el conejito travieso. El infante, de esta manera sensible por
parte del autor, no se asusta, pero sí capta la lección moral de la fábula: no
se ha de meter en campo ajeno y no ha de abandonarse al egoísmo y la gula, es
decir, al goce personal irresponsable. Hernández elimina otra vez todo atisbo
de violencia explícita. El cuento, en su sencillez, y sin dramatismos, resalta
la figura protectora de la madre, a la que se debe obediencia y respeto.
Subyace también el recuerdo de los
personajes del cuento «Hansel y Gretel»,
de los hermanos Grimm: el monstruo que engordaba niños para matarlos y
comérselos. Tremendos modelos de una ficción literaria descomunal que Miguel
Hernández simplifica cariñosamente en escudos vivificadores. Cuando leamos los dos cuentos, reconoceremos sus fines morales y, a la
vez, sus fines recreativos: una historieta ingenua, una visión maravillosa de
la realidad, una finalidad lúdica y pedagógica, la de entretener y adormecer a
niños, para que estén siempre alerta a la vida. Y nos fascinarán las
ilustraciones.
Los hombres se les mueren a
los cuentos. El arte inmortaliza
Este juego protector de la imaginación contra
la realidad temible y amenazante que hace que nos aferremos a la vida a través
del inconmensurable amor a los hijos se ha llevado al cine recientemente en
películas inolvidables, de éxito mundial. El italiano Roberto Benigni recurre a este procedimiento en La vida es bella (1998): Guido Orifice cuida y protege a su hijo, Josué, para que no sepa
«lo que pasa ni lo que ocurre» en un campo nazi de concentración y de
exterminio; el padre presenta –traduce– las normas autoritarias en formas de
juego, y al niño le parece evidente, es decir, que es así lo que salta a la vista. Al final de la película, el niño, que
desconoce que el padre ha sido asesinado segundos antes, grita dichoso subido a
un tanque blindado norteamericano, convencido de haber obtenido el premio
final: «¡Esto es para morirse de risa! ¡Mamá, hemos ganado!». El espectador
llora sin remedio ante tanto amor por un hijo. El tanque era el galardón
imaginado por el padre en su invención: con gran dosis de dramatismo Guido –el
guía, el profeta- ha logrado que el niño no sufra el terror constante de una
muerte acechante, es decir, ha conseguido que “no sepa lo que pasa / ni lo que
ocurre”. En otra reciente película, asimismo mundialmente aclamada, El laberinto del fauno (2006), de
Guillermo del Toro, de producción hispano-mexicana, se resuelve, con el escudo
psicológico de la imaginación, la odiosa situación represiva de los primeros
años de una posguerra de policial persecución. Si antes la acción transcurría
en Italia, ahora es en
Pero también nos recuerda este
cuentecillo la explicación moral a modo de parábola evangélica del zorro (en
lugar del conejo) que se hacía de un pasaje del Eclesiastés, el libro bíblico, y que llegaba a las aulas del colegio jesuita de
Santo Domingo donde estudió casi un par de años Miguel Hernández. ¡Qué curioso que el contexto de la explicación, en el Viejo
Testamento, es el dedicado a la vanidad de la vida y a la vanidad de las
riquezas; estamos ante la perspectiva de un ser con experiencia, perito en
penas, perito en consejas…, a sus treinta y un años.
Cazarabet
conversa con Jesucristo Riquelme y Pako Gómez Mínguez:
- Jesucristo,
¿cómo fue que quisiste editar o guardar cuidado de esta edición en la que el
lirismo de Miguel Hernández es
protagonista de fondo que se resalta al ir acompañado de las ilustraciones de Pako Gómez Mínguez?
-Propuse
a ediciones Micomicona, de Valencia, la publicación
de este conjunto de cuentos de poeta Miguel Hernández (1910-1942, y hasta la
actualidad de cada día) por ser, quizás, la parte del escritor oriolano menos
conocida por el común de los lectores. Contamos con el apoyo promocional y
afectuoso de Lucía Izquierdo, en nombre de la familia heredera del escritor. a quien entusiasmó la idea de ofrecer una edición ilustrada
de nuevo cuño.
Son cuatro cuentos, breves, infantiles, probablemente lo último
que pudo escribir Miguel Hernández en prisión: estaba Hernández en su última
cárcel, la última parada de su turismo carcelario: el Reformatorio de adultos,
de Alicante. Se trata, en concreto, de tres fábulas y una nana destinadas a
celebrar el tercer aniversario de su hijo Manuel Miguel, Manolillo, que
se cumplía el 4 de enero de 1942. Hernández pergeñó estos cuatro cuentecillos
poco antes, a finales de 1941, casi sin haber disfrutado -en libertad- y visto
a su hijo apenas unos días. El poeta-fabulista, los escribió, en borrador,
sobre papel higiénico de color ocre, que cosió finalmente en un pliego de
hojitas con un cordel fino. El original fue vendido por Julio Oca Pérez a la
Biblioteca Nacional de España (Madrid), en 2014, por un valor de 20 500 euros:
una excelente adquisición de nuestra gran biblioteca estatal. El mencionado Julio Oca es el hijo de Eusebio Oca Masanet, el
compañero de cárcel que atendió a Hernández en la enfermería del
Reformatorio durante su penosa estancia letal durante las últimas semanas de
vida, hasta su muerte el 28 de marzo de 1942. Oca escogió dos de los cuatro cuentos
-El potro obscuro y El conejito- y los escribió e ilustró con bonitas letras y
dibujos muy emotivos utilizando acuarelas y guaches.
Con esta primorosa edición de Micomicona
estamos ante la primera ocasión en que los cuatro cuentos se publican armónicamente
con un solo ilustrador que ha planteado y logrado una obra de conjunto
homogéneo. Los dibujos, en cuatricromía mate, obvio
es, en un álbum ilustrado, son tan protagonistas -al menos- que el propio
texto: se forja una inextricable e intencionada sinergia de sentidos y
emociones, por un lado, y de estéticas, por otro, que conforman un producto
artístico (plástico-literario) de mayor alcance.
Y ahora su primer encargo
profesional: todo un reto.
- ¿Cómo diste con Pako Gómez Mínguez:
cómo se llevó a cabo esta relación que ha dado como fruto este libro ilustrado
tan extraordinario?
-Como
nos preocupaba tanto la calidad de la ilustración tuvimos que proponer a varios
consolidados y noveles dibujantes y pintores que nos hicieran una prueba para
calibrar el estilo y el juego de sus imágenes y las sugerencias de los cuentos.
Hubo preselecciones de ilustradores de Valencia, de Valladolid, de Barcelona...
y de Almoradí (en Alicante). Al final, escogimos la
propuesta del dibujante almoradidense. Almoradí es una pequeña y próspera población de la comarca
del Bajo Segura, al sur de Alicante, a tan sólo unos catorce kilómetros de
Orihuela, la ciudad natal de Miguel Hernández. Y el dibujante se llamaba
Francisco Gómez Mínguez, Pako. Un licenciado
en sociología, máster en Economía -de verdad-, que había hecho realidad su
sueño de artista: un Ciclo Superior de Diseño y Bellas Artes en Granada...
El libro es, efectivamente, muy hermoso: tanto como objeto de
bibliófilo como por su contenido. El trabajo de Pako
roza la excelencia. Conocí a Pako por medio de uno de
los pintores con más renombre en la comarca del Bajo Segura: el catedrático
torrevejense Francisco Sánchez Soria, arraigado asimismo en Almoradí,
maestro de tantos pintores de la zona. Sánchez Soria, conocedor del trabajo de
fin de ciclo de Pako Gómez sobre una sucinta minibiografía de Miguel Hernández, nos la hizo llegar
digitalmente. A Pako Gómez Mínguez le comunicó
ediciones Micomicona el encargo formal el 6 de enero
de 2018: el mejor de los regalos de Reyes Magos para un artista silente.
El ilustrador ha sabido crear el ambiente de hace un siglo en la
paleta cromática y en las formas antigua de los objetos: ¡Que se lo pregunten a
su abuela! La atmósfera creada, en la reproducción mate de las páginas, es homogénea,
muy acorde a la estética brillantísima que exigía el contexto: ensalza
la gran historia de trasfondo y emoción que subyace a anécdotas sencillas y
cotidianas del relato infantil; algo asó como saber trascender lo menudo en la
línea de lo que, años después, hará poéticamente el chileno Pablo Neruda con Odas elementales. La armonía del
ensueño, de lo onírico, se conjuga con vivencias (y somnolencias) de la vida
ordinaria de cualquier menor.
- Un libro,
además para todas las edades… aunque sí es verdad que, para iniciar a los
jóvenes en la grandeza de los versos, es magnífico…
-Cuentos
para Manolillo no es libro menor por muy destinado a la gente menuda
que se quiera... A los niños les encantan los libros, sobre todo, los álbumes
ilustrados. Bien aleccionados por los mayores, incluso, y especialmente, cuando
aún no saben leer, los niños quedan atrapados por esos instantes de amor
expresados en el recogimiento emocional con su madre o con su abuelo o con su
hermana mayor... El niño queda fascinado con la comunicación que fomenta el
vínculo entre el afecto y el vínculo con los libros que emocionan. Por muy parajódico que parezca, esto no es cursilería u
opinión de un yuppy: el niño aprende a tener ratos de concentración,
ratos de reconocimiento, de identidad con lo visto y oído o leído, de
imaginación a la que se deja volar en libertad... (como
si la imaginación fuera la loca de la casa, en palabras del filósofo de la
Ilustración Voltaire). Me gusta insistir en que el niño no sólo ríe, sino que
también RII -léase ríi-, es decir, Reconoce,
Identifica (Identifícase) e Imagina: ríi.
Ahora bien, estos libros, como otro titulado Miguel Hernández
entre niños. Ríete siempre, vencedor de las flores y las alondras, son libros
para todas las edades: para niños de
todas las edades, desde los tres años -como quiso Miguel Hernández- hasta esos
niños de 60 o 70 años..., que lloran con lágrimas de emoción incontrolada
cuando se saben rodear de dinámicos y revoltosos infantes que se acunan en su
regazo o comparten sillón, apretujados, con la mirada de los ojos puesta en un
libro y la mirada del corazón extasiada en el calor y el cobijo protector del
amor de la sangre fecunda, pacífica y creadora. Y todo se hereda...
Cuentos para Manolillo, de
ediciones Micomicona, con su tapa dura, están
diseñados y destinados para ser leídos en familia, o en pequeños grupos en la
escuela. Los buenos cuentos y las buenas ilustraciones apaciguan a las
fieras...: hacen madurar y evolucionar la inteligencia cognitiva y, sobre todo,
la inteligencia emocional, a través de la inteligencia interpersonal y... y del
buen gusto por la obra bien hecha, por el arte de calidad. Los años infantiles
son los años para acentuar la familia, las costumbres, el buen gusto, sí.
- Estoy de acuerdo. Y además un cuaderno ilustrado, éste, que es
un canto de armonía con nuestro entorno natural más cercano.
-Resulta
de capital importancia que, en el vuelo de la imaginación, el destinatario
final -el niño- pueda conectar con la realidad, con su realidad tal como él la
percibe con ojos ingenuos e inocentes. Fomentar la escucha literaria,
incentivar emocionalmente la visión de las ilustraciones, y entablar la
conexión entre la naturaleza y el ser humano. Una naturaleza respetada, útil en
su cultivo, es lo que Hernández presenta en estos sencillísimos cuentos. Pako Gómez -en sus variaciones cromáticas- ha sabido
ofrecer la evolución de la luminosidad en las etapas del día: desde los
arreboles del amanecer hasta el crepúsculo del anochecer. El dominio de lo
brillante en verdes y azules y amarillos del mediodía mediterráneo se va
colmando de colores fríos y calientes que culminan en la noche americana -el
azul oscuro como filtro de nocturnidad-: los protagonistas pasan de ser seres
centrales a siluetas en un fondo de naturaleza que se erige en hegemónica. La
armonía en la evolución de cada cuento y entre los cuatro cuentos es también
muy edificante para estimular el buen gusto por la atención, la concentración y
el RII...
En estos cuentos, entre realidad y onirismo, se contempla una
comarca alicantina de vegetales y paisajes donde lo urbano respeta lo rural. Es
la espléndida tierra oriolana donde se armoniza el paisaje y el paisanaje
hortelano incluso por medio de personajes de fábula (animales...) y personajes
de apego verista antropomórfico (niños, niñas, madres, padres, hermanos...).
Así, pues, se retrata un mundo rural no ajeno a nosotros, porque
no todos somos sólo urbanitas, porque no todos creemos que las naranjas y los
limones han sido colocados por alguien, pacientemente, colgados en las ramas de
los árboles, como en perchas... Se trata de fábulas muy próximas al
conocimiento y al sentimiento de niños (y de mayores), puesto que estas fábulas
son metáforas de libertades nobles, de aspiraciones íntimas y de utopías
sociales. Y, ya sabemos, que el Miguel Hernández poeta es el mejor creador de
palabra poética que deviene en palabra ética, el literato que -con más
repercusión popular y social- convierte lo estético en mensaje ético que
conciencia y abre los ojos de cultivador y de no cultivados. En estos cuentos
sigue siendo el escritor de los grandes valores humanos.
- Conejos,
pajarillos de colores, un campo que es todo un hogar…. y animales como más
conocidos nuestros, como la gatita o el
potro… ¿Lo cercano es, a menudo, lo mejor para empezar a tirar del ovillo de la
querencia o querencias?
-Miguel
Hernández quiso colocar como protagonistas a seres próximos de un niño de
pueblo, reconocibles por él. Y, a partir de ahí, fomentar la querencia de la
libertad reflejada en los otros.
- Hay mucho nivel en todos los sentidos de la creación
artístico-literaria, pero hace falta saber “apostar” por ello: …falta un poco
como el creérselo, ¿no?, y decidir cómo hacerlo, ¿verdad?
-Miguel
Hernández pertenece a esa rara avis de la estirpe de los auténticos
literatos que combinan pathos y ethos: es un escritor que tiene
tirón. No hace mucho editamos la versión definitiva, con fijación de texto muy
escrupulosa, de La obra completa, a finales de 2017 (Madrid, EDAF), y a
principios de 2018 ya tuvimos que reimprimir con una segunda edición. Miguel
Hernández, por el respaldo popular e intelectual es una apuesta segura: es un
poeta vigente, actual, porque su contenido y su forma expresiva siguen colmando
espíritus más jóvenes y progresistas. ¡¿Quién no recuerda versos de “El niño
yuntero” y no se emociona al volver a oírlos o leerlos?! Miguel Hernández es ese poeta del que -en
plena calle- preguntamos si se conoce algo de él y resulta estadísticamente
escaso, extraño, que no se alegre el cuestionado... porque sí sabe responder.
¿Ocurre esto con los que tienen más fama de nombre que de obra popular y
literaria influyente en el común de hispanohablantes?
Publicar estos cuentos es la oportunidad de ofrecer un Miguel
Hernández más allá de las tristes
fronteras de las guerras y de las miopes banderas partidistas. Eso sí, sin
limar en un ápice el valor progresista y solidario de la obra confirmada por el
propio autor. Estamos, con estos cuentos, ante otro registro literario e
ideológico: es la semilla del hijo la que interesa a Hernández, el hijo que
debe significar el disfrute de los logros de las reivindicaciones históricas de
los padres concienciados en que el bienestar común y universal es el objetivo
de la vida de la especie social y política del hombre: sin tiranías ni
represiones, pero también sin abusos de molicie, pereza o negligencia, en
efecto. El “tema del hijo” es recurrente en la poesía última de Hernández. En
conclusión, leer y ver estos cuentos es una delicia para todos: niños y mayores.
¿Hay que créerselo? Claro. Como decía
Gianni Rodari, el hombre nace con los instintos de
beber y de comer, pero no con el instinto de leer... Leer no es un instinto: es
un hábito y, pronto, una deseable necesidad. Para que llegue a ser una necesidad
en el infante -infante significa etimológicamente 'el que no habla' (aún)- se
ha de trabajar -acto a acto- la costumbre de leer y ver libros durante la etapa
de formación psicológica infantil. La personalidad infantil es el campo de
siembra para que, si no se tuerce nada el arbolito humano y si los genes más
arraigados no lo impiden, se potencie una querencia insobornable por estar
informado, por tener conocimiento y por querer tener opinión y posición
(critica) en la vida: tanto en lo personal y convivencial
(o familiar) como en lo en lo social y comunitario. Esto es lo saludable: leer
da sueños. Y los sueños son utopías: y las, como decía jocoseriamente,
Eduardo Galeano, sirven para caminar... Miguel Hernández, y con estos
cuentecillos se ilustra mental y plásticamente, es uno de esos escritores con
los que se logra hacer de las utopías de ayer
los derechos de hoy.
- Nos dais a conocer a Miguel Hernández desde cuatro historias: El
conejito, Un hogar en el árbol, La gatita Mancha y el ovillo rojo y El potro
obscuro. ¿Cada una de estas historias forma parte de
las demás, ¿no?: ¿es como un juego de muñecas rusas?
-¡Esto
está muy sagazmente visto! Desde luego, sí se puede entender como un conjunto
de la casa familiar. Miguel Hernández propone cuatro cuentos: nosotros los
hemos ordenado por intuición. “El conejito”: la inocencia e, incluso, la
ignorancia del pequeño conejo le hacen disfrutar de la naturaleza y rendirse al
apetito de la glotonería, hasta abandonarse a la gula. Las consecuencias de
invadir la propiedad privada tiene consecuencias imprevistas y negativas: el
perro juguetón quiere gastar una broma al conejito y, defendiendo la pequeña
huerta privada, protege lo doméstico de invasiones indeseables. El conejito se
asusta, pero, en un principio, no consigue salir de la huerta-jardín porque ha
engordado odiosamente: sufre azorado, corre despavorido, y, por fin, logra
zafarse de esa cárcel en la que se convirtió el jardín; el locus amoenus devino en lugar de asedio. El conejo, por dotes
y azar, sale indemne de su aventura. Desde la lontananza ve al perro ya
apaciguado, y se dirige a su guarida: allí soporta que la mamá conejo lo regañe
y lo vuelva a aleccionar: hay que ser obediente, hay que saber sentirse
protegido por los que ya saben, no hay que ser osado ni arriesgarse con los
bajos instintos y la comodidad. Así quedan salvos los pequeños y aprenden a ser
mayores. De esta manera procede el Miguel Hernández padre de un niño de casi
tres años. Luego va avanzando: la historia del conejito es una historia diurna,
de parte de mañana sale a corretear y a aprender jugando. Cuando se resguarda
ya ha anochecido.
El cuento de los pájaros recién nacido también es una historia de
mediodía, de sol que alumbra para, con el esfuerzo y la ayuda de la familia
-mamá y papá pájaros- alcanzar lo que el congénito: volar, esto es, lograr el
vuelo de la libertad, el vuelo de la vida. Además, la familia humana ha sido
una aliada, puesto que no ha enjaulado (encarcelado) a los pajaritos que tenía
a su alcance... Les permite el vuelo, se alegran y los jalean para que vuelvan,
eso sí: su libertad pone alas a los niños, los hace libres... y ríen con
felicidad. Son dos historias en la naturaleza de la casa rural: el jardín
doméstico y el árbol.
La tercera historia, la de la gatita Mancha, es ahora na simple anécdota interna de la vida de un animal
doméstico de casa: la gata escaldada por el miedo a perder la libertad de
movimiento -se ha enredado en los hilos del ovillo rojo del costurero- huye del
agua fría, que en el cuento viene a ser una pelota roja que parece que es un
ovillo amenazante... El niño sigue aprendiendo.
El aprendizaje, en el cuarto cuento, ya está listo para seguir el
camino del descanso sintiéndose dichosamente solidario: el hombre sólo es, en
la cadena animal, un ser al que gusta ser solidario y encaminar la senda del
sueño restaurador de ilusiones y fuerzas cobijando, como iguales, a otros seres
animales: de ahí que la nana final, de noche, por tanto, sea una historia que
recoge a todas las otras de los cuentos anteriores; es un cuento acumulativo,
repetitivo: niño, niña, perro, gato y ardilla (por conejo) van juntos a dormir
plácidamente, a reposar solidariamente en paz. Felices sueños.
- Pero creo que
cada una de estas historias, aunque converjan y se hagan necesarias las unas
con las otras, …cada una nos abre un mundo y una
mirada del poeta de Orihuela, ¿lo ves así? Por favor, coméntanos algo en este
sentido.
-El
significado de los cuatro cuentos, en efecto, persigue dotar de sentido la vida
de un infante para fortalecerse ante las adversidades, las contrariedades. Se
fomenta la resiliencia en todas ellas. La vida es un
aprendizaje continuo: y, durante la infancia, hay que aprender mucho y muy
deprisa; no debemos desprendernos de las alas de la libertad, de los sueños y
de la imaginación. Ya lo predijo el propio Miguel Hernández en las llamadas
«Nanas de la cebolla»: Ríete siempre,
vencedor de las flores y las alondras... Tu risa me hace libre, me pone alas,
cárcel me arranca. Hernández escribió estas coplillas cuando su Manolillo,
el mismo que el de los cuentos, tenía diez meses. Y, en esas nanas, se despide,
en el espléndido bordón de la última coplilla: «No te derrumbes, / no sepas lo
que pasa / ni lo que ocurre».
Si logramos enraizar el hábito de la lectura y del buen gusto en
el infante y el niño, no padeceremos tanto en la adolescencia los males de los
nuevos tiempos, que han sido los de siempre: falta de costumbre, falta de
concentración, falta de abstracción, falta de atención, falta de disciplina,
falta de deleite, falta de esfuerzo edificante, falta de gozo, falta de saber
sentirse solitario y solidario, falta de ser autónomo y feliz como ser
individual y social. De todo esto va este hermoso álbum ilustrado tan accesible
como asequible. Disfrutemos de otra cara del mismo Miguel Hernández de siempre:
Miguel Hernández, poeta del amor, la libertad y la juventud. (Este el título
del mejor libro divulgativo que explica, con sus 75 mejores poemas, la vida y
la obra del insigne poeta de Orihuela: Valencia, ediciones Micomicona).
Y ya os dejo con Pako Gómez Mínguez. Muchas gracias,
Cazarabet.
- Pako, ¿cómo ha sido trabajar con cuatro historias basadas y
pensadas bajo los versos de Miguel Hernández?
-Ha
sido un auténtico sueño y un privilegio: que mi primer trabajo profesional sea
ilustrar a Miguel Hernández es algo increíble.
El problema es que esa sensación de fortuna se traduce, una vez
puestos los pies en la tierra, en todo un reto, y en tratar de ofrecer todo el
esfuerzo posible para obtener un resultado óptimo. Han sido unos meses muy
duros, ya que han coincidido con la apertura de mi propio estudio de tatuajes,
donde trabajo yo solo, y tratar de compatibilizar ambas cosas ha sido muy
difícil. Pero ahora, cada vez que veo el libro terminado e impreso, se me
escapa una sonrisa y me inunda una sensación tremenda de alegría.
En cuanto al trabajo en sí, ha supuesto trabajar con muchas
ventajas y dificultades. La principal ventaja es que son cuentos muy
descriptivos, donde las acciones y los personajes están muy bien definidos,
pero también encontramos conceptos algo abstractos como “la ciudad del sueño”,
por ejemplo, que debemos representar pictóricamente, y ahí entra en juego la
imaginación del ilustrador.
Otro de los retos que yo mismo me planteé consiste en que las
ilustraciones de los cuentos tenían que evocar el momento histórico donde
fueron escritos, la primera mitad del siglo
xx. Se me imponía trabajar todo –composición,
cromatismo, formas, detalles...– en armonía ancestral y referencial, para
trasladar esta sensación: los colores, los elementos, los ambientes…
- ¿Qué tiene de
especial Miguel Hernández para ti y qué tiene como «fuente inspiradora» para
haber puesto la ilustración ante el mensaje que el poeta nos dejó?
-Es
una figura que ha formado parte de mí a lo largo de toda mi vida, yo estudié en
un colegio que estaba a unos metros de la casa donde vivió, en Orihuela, así
que desde bien pequeño he estado relacionado tanto con la figura del poeta como
con el entorno que describe en sus poesías; esa relación se fue afianzando con
el tiempo, cuando comencé a leer sus poemas y a comprenderlos con la capacidad
de análisis que tiene una mente adulta. Ahí descubrí el espíritu combativo del
poeta, su afán por la libertad, algo que se tradujo en un aprendizaje moral del
poeta: pasó a convertirse en un referente, ya no solo por sus poesías o su
capacidad creativa, sino también como un espíritu del que aprender.
- Muy actuales
son los poetas para el mundo que nos toca vivir en el presente. ¿Cómo lo captas esto en tus poemas ilustrados… porque lo
tuyo son «poemas ilustrados», ¿no?
-La
poesía y la obra creativa son algo atemporal, precisamente lo bello de la obra
creativa es la capacidad de crear algo que perviva más allá del momento en que
fue creado. Monet trataba de captar la sutileza de
los colores de un atardecer, haciendo eterno en un lienzo el momento que tenía
delante de su mirada, y que solo iba a durar unos minutos.
El ilustrador debe saber empatizar con
la obra del autor, y, si bien puede permitirse reinterpretar pictóricamente
aquello que tiene delante, debe tratar de formar una «alianza» con el autor o
con la obra que debe ilustrar, tratando de que el resultado sea una simbiosis
de ambos, algo que perdure como la unión entre la obra escrita y la ilustrada,
que permita no monopolizar el estilo de uno sobre el otro.
- ¿Y en particular, como ilustrador, ¿cómo lees a Miguel
Hernández?, ¿cómo captas su mensaje encriptado en sus versos?
-La
poesía de Miguel Hernández tiene una ventaja enorme desde el punto de vista del
ilustrador: es una poesía muy pasional y visual, y es nuestro trabajo trasladar
esa pasión y esas imágenes que evocan las poesías al papel: Los ilustradores
leemos la poesía muchas veces en términos pictóricos, casi como una sinestesia,
nos viene un rojo carmín a la cabeza cuando se trata de una poesía en tiempos
de guerra, un azul celeste con un cuento infantil, un verde lima cuando la
poesía evoca un campo fértil… Leer a Miguel Hernández crea en la cabeza de un
ilustrador una gama cromática tremenda. Eso es, sin duda, un elemento clave a
la hora de ilustrar su poesía, y eso ha sido también uno de mis principales
retos a la hora de abordar el proyecto. Por ejemplo, en el del potro oscuro se
nos transmite una noche mágica, donde unos niños y unos animalitos recorren el
camino en busca de la «ciudad del sueño», algo muy onírico; a través de los
colores y las texturas empleadas el lector asimila esas sensaciones y ayuda a
entender la ambientación del cuento.
No hay que olvidar que si bien son cuentos infantiles a priori muy sencillos, esconden una
cantidad de metáforas tremendas, y es nuestra labor como ilustradores saber
exprimir todo ese mensaje oculto y trasladarlo al papel mediante dibujos e
ilustraciones.
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