La Librería de El Sueño Igualitario

978849482745.JPGCazarabet conversa con...   Pako Gómez Mínguez y Jesucristo Riquelme, ilustrador y editor de “Cuentos para Manolillo” (Micomicona) de Miguel Hernández

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pako Gómez-Mínguez le pone la ilustración, en realidad ilustración de ilustraciones, a los poemas de Miguel Hernández.

Micomicona “mima” de nuevo a la poesía y lo demuestra en este libro muy, muy atractivo y cercano a todas las edades.

Micomicona ya estuvo con nosotros de la mana de su editor, Jesucristo Riquelme, por su libro alrededor, también de Miguel Hernández: http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/poetadelamor.htm

Pako Gómez-Mínguez es una ilustrador muy seductor desde el trazo, elegante y expresivo. Llega desde más de un sentido y parece tridimensional, visitad su face y lo podéis comprobar: https://www.facebook.com/pako.gomezminguez

Nos envía Jesucristo Riquelme esta “reflexión” que añadimos al artículo, siempre fundamentado en la entrevista,  y , es más, la anteponemos porque ellos son los verdaderos “protagonistas”, J Riquelme y Pako Mínguez.

 

Parábolas y nana: para nenes y para nanas

Una crítica hidráulica de Jesucristo Riquelme para el verano de cada año

Pasiones de libertad por medio de palabras

En el momento en el que Miguel redacta, en borrador, y en papel higiénico, sus cuatro cuentos infantiles para Manolillo, y se convierten en un primer y hermoso objeto para ver y leer, o  para ver y escuchar, por gracia artística de Eusebio Oca, el poeta de Orihuela sufre una condena de treinta años de prisión, una vez conmutada la amenazante pena de muerte. En ese contexto fatal, pensando en la inocencia, crea una estrategia en la que sublima el poder protector de la literatura y el poder redentor de la imaginación. Por un lado, el modelo protector de la vida lo tomó Hernández de la Sherezade de Las mil y una noches: una mujer que, a base de cuentos literarios –de breves textos o textículos– salvó su vida del macabro mandato del sultán Shahriar, que, por haberle sido infiel su esposa, decide matar a todas las mujeres de su reino después de haberlas poseído durante una noche. ¡Sherezade resistió, porque fue una mujer con muchos textículos! Su intención es explicitada al principio de esta saga de relatos: «Yo narraré cuentos que, si  quiere Alá, serán la causa de la emancipación de las hijas de los musulmanes». ¡Curioso e interesante testimonio literario del siglo XIV! Por otro lado, el modelo redentor lo tomó Miguel Hernández de don Quijote, el personaje cervantino a través de cuya imaginación –la fantasía esporádicamente enajenada del hidalgo– podía el autor denunciar y desenmascarar el poder y denunciar una sociedad injusta. En ambos casos, en los mundos literarios de Sherezade y de don Quijote, y en el mundo vitalista y real de Miguel Hernández, pasiones de libertad por medio de las palabras.

Cuando estalla la guerra civil, Miguel se encuentra ante una realidad desmesurada y amenazante; cuando se ve recluido en presidio, sus temores se acrecientan. Para poder combatir esa realidad descomunal, el poeta (y el hombre, en sus cartas y en su intimidad familiar) debe empequeñecerla y hacerla resistible, o fantasear y hacerla incluso deleitable pensando en los seres más vulnerables. Don Quijote había actuado al contrario: deformó la realidad –la realidad menuda y cotidiana– engrandeciéndola para poder responder como un héroe en un marco de gigantescas adversidades; por eso en su demencia transforma ovejas en ejércitos y molinos, en gigantes.

En la correspondencia con Josefina Manresa, Miguel decide aliviar penalidades a su mujer e inventa una realidad para proteger a los seres queridos de sus penurias. ¿Qué gana con transmitir su tragedia y sus dolores y sus penas a Josefina? A ella jamás confesará que está condenado a muerte y, cuando la pena es de treinta años, los convierte, en sus cartas, en doce y añade casi jubiloso que está muy bien, que son frecuentes las fiestas y las comilonas entre los reclusos, que saldrá pronto y que saldrá gordo... Son mentirijillas piadosas. Si Josefina no puede creer esa fantasía, sí puede transmitirla al hijo. El 12 de septiembre de 1939, con un Manolillo de poco más de diez meses, Miguel envía un poema a su esposa; con ese poema, unas famosas nanas –«Las nanas de la cebolla»–, el escritor había reinventado un estilo literario redentor haciendo poesía de su propia vida y, a la vez, defendiendo la vida con su propia poesía: el poeta desea proteger a su hijo y mantiene todavía el ánimo suficiente como para advertirle afectuosamente de las adversidades del mundo. ¿Cómo lo hace? Previene al bebé y contrasta la apenada vida del padre con la existencia feliz del pequeño:

 

Desperté de ser niño.

Nunca despiertes.

Triste llevo la boca.

Ríete siempre.

Y cierra el poema con estos siete versos:

 

Vuela niño en la doble

luna del pecho.

Él, triste de cebolla.

Tú, satisfecho.

No te derrumbes.

No sepas lo que pasa

ni lo que ocurre.

¡«No te derrumbes»!, dice al niño: ¡qué verbo tan desorbitado para dar un consejo a un infante, a un niño que no sabe hablar –«No te derrumbes»–, y al que faltan años «para cuando sepa leer»! Y añade protectoramente, sobre todo, “No sepas lo que pasa / ni lo que ocurre”. Repasemos dos de los cuatro cuentos... y sus posibles fuentes.

El potro obscuro: un cuento-nana

«El potro obscuro» es un cuento acumulativo que tiene semejanzas con el de «Los músicos de Bremen», de los hermanos Grima de mediados del siglo XIX. Los cuentos de los hermanos Grimm se habían difundido abundantemente en inglés y en español ya en la época de Hernández. Hoy conocemos la versión televisiva de «Los trotamúsicos». Miguel convierte este cuento en un cuento de nenes en un cuento-nana.

El argumento de «Los músicos de Bremen» es muy sencillo: cuatro animales (un burro, un perro, un gato y un gallo), por viejos, son despreciados y condenados a muerte por sus amos, humanos, en lugares distintos, pero próximos. Los animales huyen y se salvan. Van formando un grupo cada vez más numeroso para ganarse la vida cantando. En el cuento original se respira ironía –como la de formar un grupo musical iniciado por el entonado rebuzno del burro, y la de pensar que en Bremen, la capital hanseática, iban a triunfar, puesto que allí no entendían nada de música y sólo aplaudían lo vulgar o esperpéntico, frente a Hamburgo, donde sí eran auténticos entendidos en música–. Así y todo, los valores de solidaridad entre los expulsados compiten con su sentido burlón. Según el cuento de los Grimm, los cuatro animales encuentran una casa con ladrones: atacan, meten miedo a los moradores, los alejan y toman el lugar; comen y pernoctan plácidamente allí. Se satiriza el comportamiento humano: los hombres se presentan como injustos y malvados, frente a un bestiario unido y leal, sabedor de que la unión hace la fuerza.

Miguel Hernández simplifica el texto, lo despoja de elementos superfluos y resalta los motivos que le resultan de verdadero interés: convierte el exilio en un viaje al paraíso, en una especie de viaje a El Dorado –la Gran Ciudad del Sueño–, y elimina toda alusión a la segunda parte y todo brote o alusión de violencia. Es un sueño reparador, protector, no aliena. Entre los personajes de «El potro obscuro» se respira confianza: se mezclan niños y animales, y todos a un mismo nivel, montados sobre el potro, forman un grupo compacto. El potro es un elemento mágico y salvador, es un caballo joven –más infantil–: el Manolillo de hoy que lo lea o a quien se lo lean imaginará la apacible silueta del potro con el reflejo lunar al fondo y la jovial figura de sus huéspedes en su grupa. En el cuento de los hermanos Grimm, se forma un monstruo con los animales uno sobre otro: Hernández no quiere monstruos ni temores. Más bien nos recuerda el dibujo con el que acompaña al dorso su poema «Rueda que irás muy lejos», en el que pinta un niño cabalgando sobre la Tierra, en un vuelo de la imaginación, un vuelo cósmico que conjura el peligro representado por la falta de luz –la noche–, lo bajo, lo descendido y la ausencia impuesta. La ardilla de la nana hernandiana de «El potro obscuro» pide que le lleven a la Ciudad del Sueño, «donde no hay dolor ni pena», y de esta manera no sabrá «lo que pasa ni lo que ocurre». El potro ha de interpretarse como la liberación, una metáfora del mundo personal de Miguel Hernández, que está en la cárcel con escasa probabilidad de salir en libertad; simboliza, pues, la huida, la protección del peligro.

El conejito: un cuento-fábula 

El segundo cuento, «El conejito» es una fábula. Su redacción es todavía más sencilla e infantil, para que el niño extraiga con facilidad su enseñanza. El texto del que lo tomó Miguel para su traducción-versión tiene como fuente «El cuento de Perico, el conejo travieso», el Peter Rabbit de la británica Hellen Beatrix Potter, publicado por primera vez en 1902. El argumento es conocidísimo: Perico tiene tres hermanas y, aunque la madre, les advierte que no salgan de su territorio, sucumbe a la tentación de entrar al cercado vecino del señor Gregorio (mister McGregor): allí come y come hortalizas hasta engordar tanto que no puede salir por el agujero por el que entró; al verlo el dueño –otro humano opositor–, intenta cazarlo. Perico huye alocadamente y se mete en una regadera, donde Gregorio casi lo captura; las nuevas carreras desorientadas hacen que tropiece y vaya perdiendo su chaqueta, sus zapatos, hasta que, desnudo de ropas, logre apretadamente escapar por el mismo orificio por el que había asaltado la propiedad vecina. Regresa a su madre que le conmina su desobediente e irrespetuosa acción. Los harapos de su vestimenta sirven a Gregorio para hacer un espantapájaros. En la versión de Hernández, de nuevo, todo se simplifica: se elimina la figura humana y se añade un invitado a su bestiario: un perro, un perro bromista que persigue al ladronzuelo conejito que ha invadido un cercado ajeno y que, al no poder regresar por el mismo agujero por el que entró, ha de buscar salida por la ventana. El receptor del cuento es sabedor de que el perro bromea, de que no hay peligro, y eso congratula en su inocencia a quien lo lee o lo escucha, pues es consciente de que sabe más que el propio protagonista, sabe más que el conejito travieso. El infante, de esta manera sensible por parte del autor, no se asusta, pero sí capta la lección moral de la fábula: no se ha de meter en campo ajeno y no ha de abandonarse al egoísmo y la gula, es decir, al goce personal irresponsable. Hernández elimina otra vez todo atisbo de violencia explícita. El cuento, en su sencillez, y sin dramatismos, resalta la figura protectora de la madre, a la que se debe obediencia y respeto.

Subyace también el recuerdo de los personajes del cuento «Hansel y Gretel», de los hermanos Grimm: el monstruo que engordaba niños para matarlos y comérselos. Tremendos modelos de una ficción literaria descomunal que Miguel Hernández simplifica cariñosamente en escudos vivificadores. Cuando leamos los dos cuentos, reconoceremos sus fines morales y, a la vez, sus fines recreativos: una historieta ingenua, una visión maravillosa de la realidad, una finalidad lúdica y pedagógica, la de entretener y adormecer a niños, para que estén siempre alerta a la vida. Y nos fascinarán las ilustraciones.  

Los hombres se les mueren a los cuentos. El arte inmortaliza

Este juego protector de la imaginación contra la realidad temible y amenazante que hace que nos aferremos a la vida a través del inconmensurable amor a los hijos se ha llevado al cine recientemente en películas inolvidables, de éxito mundial. El italiano Roberto Benigni recurre a este procedimiento en La vida es bella (1998): Guido Orifice cuida y protege a su hijo, Josué, para que no sepa «lo que pasa ni lo que ocurre» en un campo nazi de concentración y de exterminio; el padre presenta –traduce– las normas autoritarias en formas de juego, y al niño le parece evidente, es decir, que es así lo que salta a la vista. Al final de la película, el niño, que desconoce que el padre ha sido asesinado segundos antes, grita dichoso subido a un tanque blindado norteamericano, convencido de haber obtenido el premio final: «¡Esto es para morirse de risa! ¡Mamá, hemos ganado!». El espectador llora sin remedio ante tanto amor por un hijo. El tanque era el galardón imaginado por el padre en su invención: con gran dosis de dramatismo Guido –el guía, el profeta- ha logrado que el niño no sufra el terror constante de una muerte acechante, es decir, ha conseguido que “no sepa lo que pasa / ni lo que ocurre”. En otra reciente película, asimismo mundialmente aclamada, El laberinto del fauno (2006), de Guillermo del Toro, de producción hispano-mexicana, se resuelve, con el escudo psicológico de la imaginación, la odiosa situación represiva de los primeros años de una posguerra de policial persecución. Si antes la acción transcurría en Italia, ahora es en la España asimismo de en torno a 1944. La niña de El laberinto ha de defenderse de la opresión que le produce su padrastro, un capitán del ejército franquista, y se sumerge en un mundo fantasioso en el que un espeluznante fauno, con aspecto arbóreo, la recibe como la esperada princesa de su territorio siempre que salga victoriosa de tres pruebas: esa fantasía hará que soporte la crudelísima realidad y que se enfrente a ella como una heroína. La protagonista, no obstante, en su inocencia, no sucumbe a la tentación del fauno creado en su fantasía por ella misma: el fauno le promete que será nombrada reina de su mágico territorio si le entrega a su hermanito, otro bebé, a quien protege de las perversas manos de su padrastro. El fauno propone para engatusarla que, si es derramada sangre de un inocente, y éste muere, ella será, por fin, la reina, la reina de sus sueños;  así y todo, la niña vence la tentación con una encomiable y casi inesperada postura ética, la misma que mostró Hernández con su vida al no renunciar a sus convicciones cuando se le prometió que salvaría su vida si firmaba que se arrepentía de su pasado rebelde y revolucionario. Miguel Hernández había sido pionero en esta declaración de amor por su hijo, habiendo expuesto  su existencia sesenta y setenta años antes que estos filmes. Por ello, podemos afirmar que Miguel Hernández logra, por un lado, la creación de inmundo imaginario para protegerse y redimirse de la vida hostil, tanto en sus cuentos como en la elaboración poética de Cancionero y romancero de ausencias, un libro de espléndida poesía escritos tras las mismas rejas; por otro lado, logra la creación de un mundo ético, en su vida y también dentro de la propia imaginación, ya que no sucumbe a la tentación de la salvación individual y egoísta: Hernández no cedió a las presiones de los poderes de la época para renunciar a sus ideas progresistas y democráticas. Miguel muere en la cárcel, a los pocos meses, enfermo y sin tratamientos adecuados, abandonado a su sino sangriento, a su mala suerte, a su entereza y a su dignidad. 

Pero también nos recuerda este cuentecillo la explicación moral a modo de parábola evangélica del zorro (en lugar del conejo) que se hacía de un pasaje del Eclesiastés, el libro bíblico, y que  llegaba a las aulas del colegio jesuita de Santo Domingo donde estudió casi un par de años Miguel Hernández. ¡Qué curioso que el contexto de la explicación, en el Viejo Testamento, es el dedicado a la vanidad de la vida y a la vanidad de las riquezas; estamos ante la perspectiva de un ser con experiencia, perito en penas, perito en consejas…, a sus treinta y un años.

 

 

Cazarabet conversa con Jesucristo Riquelme y Pako Gómez Mínguez:

manolillo2-(2).jpg- Jesucristo, ¿cómo fue que quisiste editar o guardar cuidado de esta edición en la que el lirismo de Miguel  Hernández es protagonista de fondo que se resalta al ir acompañado de las ilustraciones de Pako Gómez Mínguez?

-Propuse a ediciones Micomicona, de Valencia, la publicación de este conjunto de cuentos de poeta Miguel Hernández (1910-1942, y hasta la actualidad de cada día) por ser, quizás, la parte del escritor oriolano menos conocida por el común de los lectores. Contamos con el apoyo promocional y afectuoso de Lucía Izquierdo, en nombre de la familia heredera del escritor. a quien entusiasmó la idea de ofrecer una edición ilustrada de nuevo cuño.

Son cuatro cuentos, breves, infantiles, probablemente lo último que pudo escribir Miguel Hernández en prisión: estaba Hernández en su última cárcel, la última parada de su turismo carcelario: el Reformatorio de adultos, de Alicante. Se trata, en concreto, de tres fábulas y una nana destinadas a celebrar el tercer aniversario de su hijo Manuel Miguel, Manolillo, que se cumplía el 4 de enero de 1942. Hernández pergeñó estos cuatro cuentecillos poco antes, a finales de 1941, casi sin haber disfrutado -en libertad- y visto a su hijo apenas unos días. El poeta-fabulista, los escribió, en borrador, sobre papel higiénico de color ocre, que cosió finalmente en un pliego de hojitas con un cordel fino. El original fue vendido por Julio Oca Pérez a la Biblioteca Nacional de España (Madrid), en 2014, por un valor de 20 500 euros: una excelente adquisición de nuestra gran biblioteca estatal. El mencionado  Julio Oca es el hijo de Eusebio Oca Masanet, el  compañero de cárcel que atendió a Hernández en la enfermería del Reformatorio durante su penosa estancia letal durante las últimas semanas de vida, hasta su muerte el 28 de marzo de 1942. Oca escogió dos de los cuatro cuentos -El potro obscuro y El conejito- y los escribió e ilustró con bonitas letras y dibujos muy emotivos utilizando acuarelas y guaches.

Con esta primorosa edición de Micomicona estamos ante la primera ocasión en que los cuatro cuentos se publican armónicamente con un solo ilustrador que ha planteado y logrado una obra de conjunto homogéneo. Los dibujos, en cuatricromía mate, obvio es, en un álbum ilustrado, son tan protagonistas -al menos- que el propio texto: se forja una inextricable e intencionada sinergia de sentidos y emociones, por un lado, y de estéticas, por otro, que conforman un producto artístico (plástico-literario) de mayor alcance.

 Y ahora su primer encargo profesional: todo un reto.

- ¿Cómo diste con Pako Gómez Mínguez: cómo se llevó a cabo esta relación que ha dado como fruto este libro ilustrado tan extraordinario?

-Como nos preocupaba tanto la calidad de la ilustración tuvimos que proponer a varios consolidados y noveles dibujantes y pintores que nos hicieran una prueba para calibrar el estilo y el juego de sus imágenes y las sugerencias de los cuentos. Hubo preselecciones de ilustradores de Valencia, de Valladolid, de Barcelona... y de Almoradí (en Alicante). Al final, escogimos la propuesta del dibujante almoradidense. Almoradí es una pequeña y próspera población de la comarca del Bajo Segura, al sur de Alicante, a tan sólo unos catorce kilómetros de Orihuela, la ciudad natal de Miguel Hernández. Y el dibujante se llamaba Francisco Gómez Mínguez, Pako. Un licenciado en sociología, máster en Economía -de verdad-, que había hecho realidad su sueño de artista: un Ciclo Superior de Diseño y Bellas Artes en Granada...

El libro es, efectivamente, muy hermoso: tanto como objeto de bibliófilo como por su contenido. El trabajo de Pako roza la excelencia. Conocí a Pako por medio de uno de los pintores con más renombre en la comarca del Bajo Segura: el catedrático torrevejense Francisco Sánchez Soria, arraigado asimismo en Almoradí, maestro de tantos pintores de la zona. Sánchez Soria, conocedor del trabajo de fin de ciclo de Pako Gómez sobre una sucinta minibiografía de Miguel Hernández, nos la hizo llegar digitalmente. A Pako Gómez Mínguez le comunicó ediciones Micomicona el encargo formal el 6 de enero de 2018: el mejor de los regalos de Reyes Magos para un artista silente.

El ilustrador ha sabido crear el ambiente de hace un siglo en la paleta cromática y en las formas antigua de los objetos: ¡Que se lo pregunten a su abuela! La atmósfera creada, en la reproducción mate de las páginas, es homogénea, muy acorde a la estética brillantísima que exigía el contexto: ensalza la gran historia de trasfondo y emoción que subyace a anécdotas sencillas y cotidianas del relato infantil; algo asó como saber trascender lo menudo en la línea de lo que, años después, hará poéticamente el chileno Pablo Neruda   con Odas elementales. La armonía del ensueño, de lo onírico, se conjuga con vivencias (y somnolencias) de la vida ordinaria de cualquier menor.

manolillo-(1).jpg- Un libro, además para todas las edades… aunque sí es verdad que, para iniciar a los jóvenes en la grandeza de los versos, es magnífico…

-Cuentos para Manolillo no es libro menor por muy destinado a la gente menuda que se quiera... A los niños les encantan los libros, sobre todo, los álbumes ilustrados. Bien aleccionados por los mayores, incluso, y especialmente, cuando aún no saben leer, los niños quedan atrapados por esos instantes de amor expresados en el recogimiento emocional con su madre o con su abuelo o con su hermana mayor... El niño queda fascinado con la comunicación que fomenta el vínculo entre el afecto y el vínculo con los libros que emocionan. Por muy parajódico que parezca, esto no es cursilería u opinión de un yuppy: el niño aprende a tener ratos de concentración, ratos de reconocimiento, de identidad con lo visto y oído o leído, de imaginación a la que se deja volar en libertad... (como si la imaginación fuera la loca de la casa, en palabras del filósofo de la Ilustración Voltaire). Me gusta insistir en que el niño no sólo ríe, sino que también RII -léase ríi-, es decir, Reconoce, Identifica (Identifícase) e Imagina: ríi.

Ahora bien, estos libros, como otro titulado Miguel Hernández entre niños. Ríete siempre, vencedor de las flores y las alondras, son libros para todas las edades: para niños  de todas las edades, desde los tres años -como quiso Miguel Hernández- hasta esos niños de 60 o 70 años..., que lloran con lágrimas de emoción incontrolada cuando se saben rodear de dinámicos y revoltosos infantes que se acunan en su regazo o comparten sillón, apretujados, con la mirada de los ojos puesta en un libro y la mirada del corazón extasiada en el calor y el cobijo protector del amor de la sangre fecunda, pacífica y creadora. Y todo se hereda...

Cuentos para Manolillo, de ediciones Micomicona, con su tapa dura, están diseñados y destinados para ser leídos en familia, o en pequeños grupos en la escuela. Los buenos cuentos y las buenas ilustraciones apaciguan a las fieras...: hacen madurar y evolucionar la inteligencia cognitiva y, sobre todo, la inteligencia emocional, a través de la inteligencia interpersonal y... y del buen gusto por la obra bien hecha, por el arte de calidad. Los años infantiles son los años para acentuar la familia, las costumbres, el buen gusto, sí.  

- Estoy de acuerdo. Y además un cuaderno ilustrado, éste, que es un canto de armonía con nuestro entorno natural más cercano.

-Resulta de capital importancia que, en el vuelo de la imaginación, el destinatario final -el niño- pueda conectar con la realidad, con su realidad tal como él la percibe con ojos ingenuos e inocentes. Fomentar la escucha literaria, incentivar emocionalmente la visión de las ilustraciones, y entablar la conexión entre la naturaleza y el ser humano. Una naturaleza respetada, útil en su cultivo, es lo que Hernández presenta en estos sencillísimos cuentos. Pako Gómez -en sus variaciones cromáticas- ha sabido ofrecer la evolución de la luminosidad en las etapas del día: desde los arreboles del amanecer hasta el crepúsculo del anochecer. El dominio de lo brillante en verdes y azules y amarillos del mediodía mediterráneo se va colmando de colores fríos y calientes que culminan en la noche americana -el azul oscuro como filtro de nocturnidad-: los protagonistas pasan de ser seres centrales a siluetas en un fondo de naturaleza que se erige en hegemónica. La armonía en la evolución de cada cuento y entre los cuatro cuentos es también muy edificante para estimular el buen gusto por la atención, la concentración y el RII...

En estos cuentos, entre realidad y onirismo, se contempla una comarca alicantina de vegetales y paisajes donde lo urbano respeta lo rural. Es la espléndida tierra oriolana donde se armoniza el paisaje y el paisanaje hortelano incluso por medio de personajes de fábula (animales...) y personajes de apego verista antropomórfico (niños, niñas, madres, padres, hermanos...).

Así, pues, se retrata un mundo rural no ajeno a nosotros, porque no todos somos sólo urbanitas, porque no todos creemos que las naranjas y los limones han sido colocados por alguien, pacientemente, colgados en las ramas de los árboles, como en perchas... Se trata de fábulas muy próximas al conocimiento y al sentimiento de niños (y de mayores), puesto que estas fábulas son metáforas de libertades nobles, de aspiraciones íntimas y de utopías sociales. Y, ya sabemos, que el Miguel Hernández poeta es el mejor creador de palabra poética que deviene en palabra ética, el literato que -con más repercusión popular y social- convierte lo estético en mensaje ético que conciencia y abre los ojos de cultivador y de no cultivados. En estos cuentos sigue siendo el escritor de los grandes valores humanos.

manolillo2-(1).jpg- Conejos, pajarillos de colores, un campo que es todo un hogar…. y animales como más conocidos nuestros, como la gatita  o el potro… ¿Lo cercano es, a menudo, lo mejor para empezar a tirar del ovillo de la querencia o querencias?

-Miguel Hernández quiso colocar como protagonistas a seres próximos de un niño de pueblo, reconocibles por él. Y, a partir de ahí, fomentar la querencia de la libertad reflejada en los otros.

- Hay mucho nivel en todos los sentidos de la creación artístico-literaria, pero hace falta saber “apostar” por ello: …falta un poco como el creérselo, ¿no?, y decidir cómo hacerlo, ¿verdad?

-Miguel Hernández pertenece a esa rara avis de la estirpe de los auténticos literatos que combinan pathos y ethos: es un escritor que tiene tirón. No hace mucho editamos la versión definitiva, con fijación de texto muy escrupulosa, de La obra completa, a finales de 2017 (Madrid, EDAF), y a principios de 2018 ya tuvimos que reimprimir con una segunda edición. Miguel Hernández, por el respaldo popular e intelectual es una apuesta segura: es un poeta vigente, actual, porque su contenido y su forma expresiva siguen colmando espíritus más jóvenes y progresistas. ¡¿Quién no recuerda versos de “El niño yuntero” y no se emociona al volver a oírlos o leerlos?!  Miguel Hernández es ese poeta del que -en plena calle- preguntamos si se conoce algo de él y resulta estadísticamente escaso, extraño, que no se alegre el cuestionado... porque sí sabe responder. ¿Ocurre esto con los que tienen más fama de nombre que de obra popular y literaria influyente en el común de hispanohablantes?

Publicar estos cuentos es la oportunidad de ofrecer un Miguel Hernández más allá de las  tristes fronteras de las guerras y de las miopes banderas partidistas. Eso sí, sin limar en un ápice el valor progresista y solidario de la obra confirmada por el propio autor. Estamos, con estos cuentos, ante otro registro literario e ideológico: es la semilla del hijo la que interesa a Hernández, el hijo que debe significar el disfrute de los logros de las reivindicaciones históricas de los padres concienciados en que el bienestar común y universal es el objetivo de la vida de la especie social y política del hombre: sin tiranías ni represiones, pero también sin abusos de molicie, pereza o negligencia, en efecto. El “tema del hijo” es recurrente en la poesía última de Hernández. En conclusión, leer y ver estos cuentos es una delicia para todos: niños y mayores.

¿Hay que créerselo? Claro. Como decía Gianni Rodari, el hombre nace con los instintos de beber y de comer, pero no con el instinto de leer... Leer no es un instinto: es un hábito y, pronto, una deseable necesidad. Para que llegue a ser una necesidad en el infante -infante significa etimológicamente 'el que no habla' (aún)- se ha de trabajar -acto a acto- la costumbre de leer y ver libros durante la etapa de formación psicológica infantil. La personalidad infantil es el campo de siembra para que, si no se tuerce nada el arbolito humano y si los genes más arraigados no lo impiden, se potencie una querencia insobornable por estar informado, por tener conocimiento y por querer tener opinión y posición (critica) en la vida: tanto en lo personal y convivencial (o familiar) como en lo en lo social y comunitario. Esto es lo saludable: leer da sueños. Y los sueños son utopías:  y las, como decía jocoseriamente, Eduardo Galeano, sirven para caminar... Miguel Hernández, y con estos cuentecillos se ilustra mental y plásticamente, es uno de esos escritores con los que se logra hacer de las utopías de ayer  los derechos de hoy.

- Nos dais a conocer a Miguel Hernández desde cuatro historias: El conejito, Un hogar en el árbol, La gatita Mancha y el ovillo rojo y El potro obscuro. ¿Cada una de estas historias forma parte de las demás, ¿no?: ¿es como un juego de muñecas rusas?

-¡Esto está muy sagazmente visto! Desde luego, sí se puede entender como un conjunto de la casa familiar. Miguel Hernández propone cuatro cuentos: nosotros los hemos ordenado por intuición. “El conejito”: la inocencia e, incluso, la ignorancia del pequeño conejo le hacen disfrutar de la naturaleza y rendirse al apetito de la glotonería, hasta abandonarse a la gula. Las consecuencias de invadir la propiedad privada tiene consecuencias imprevistas y negativas: el perro juguetón quiere gastar una broma al conejito y, defendiendo la pequeña huerta privada, protege lo doméstico de invasiones indeseables. El conejito se asusta, pero, en un principio, no consigue salir de la huerta-jardín porque ha engordado odiosamente: sufre azorado, corre despavorido, y, por fin, logra zafarse de esa cárcel en la que se convirtió el jardín; el locus amoenus devino en lugar de asedio. El conejo, por dotes y azar, sale indemne de su aventura. Desde la lontananza ve al perro ya apaciguado, y se dirige a su guarida: allí soporta que la mamá conejo lo regañe y lo vuelva a aleccionar: hay que ser obediente, hay que saber sentirse protegido por los que ya saben, no hay que ser osado ni arriesgarse con los bajos instintos y la comodidad. Así quedan salvos los pequeños y aprenden a ser mayores. De esta manera procede el Miguel Hernández padre de un niño de casi tres años. Luego va avanzando: la historia del conejito es una historia diurna, de parte de mañana sale a corretear y a aprender jugando. Cuando se resguarda ya ha anochecido.

El cuento de los pájaros recién nacido también es una historia de mediodía, de sol que alumbra para, con el esfuerzo y la ayuda de la familia -mamá y papá pájaros- alcanzar lo que el congénito: volar, esto es, lograr el vuelo de la libertad, el vuelo de la vida. Además, la familia humana ha sido una aliada, puesto que no ha enjaulado (encarcelado) a los pajaritos que tenía a su alcance... Les permite el vuelo, se alegran y los jalean para que vuelvan, eso sí: su libertad pone alas a los niños, los hace libres... y ríen con felicidad. Son dos historias en la naturaleza de la casa rural: el jardín doméstico y el árbol.

La tercera historia, la de la gatita Mancha, es ahora na simple anécdota interna de la vida de un animal doméstico de casa: la gata escaldada por el miedo a perder la libertad de movimiento -se ha enredado en los hilos del ovillo rojo del costurero- huye del agua fría, que en el cuento viene a ser una pelota roja que parece que es un ovillo amenazante... El niño sigue aprendiendo.

El aprendizaje, en el cuarto cuento, ya está listo para seguir el camino del descanso sintiéndose dichosamente solidario: el hombre sólo es, en la cadena animal, un ser al que gusta ser solidario y encaminar la senda del sueño restaurador de ilusiones y fuerzas cobijando, como iguales, a otros seres animales: de ahí que la nana final, de noche, por tanto, sea una historia que recoge a todas las otras de los cuentos anteriores; es un cuento acumulativo, repetitivo: niño, niña, perro, gato y ardilla (por conejo) van juntos a dormir plácidamente, a reposar solidariamente en paz. Felices sueños.

manolillo-(2).jpg- Pero creo que cada una de estas historias, aunque converjan y se hagan necesarias las unas con las otras, …cada una nos abre un mundo y una mirada del poeta de Orihuela, ¿lo ves así? Por favor, coméntanos algo en este sentido.  

-El significado de los cuatro cuentos, en efecto, persigue dotar de sentido la vida de un infante para fortalecerse ante las adversidades, las contrariedades. Se fomenta la resiliencia en todas ellas. La vida es un aprendizaje continuo: y, durante la infancia, hay que aprender mucho y muy deprisa; no debemos desprendernos de las alas de la libertad, de los sueños y de la imaginación. Ya lo predijo el propio Miguel Hernández en las llamadas «Nanas de la cebolla»: Ríete siempre, vencedor de las flores y las alondras... Tu risa me hace libre, me pone alas, cárcel me arranca. Hernández escribió estas coplillas cuando su Manolillo, el mismo que el de los cuentos, tenía diez meses. Y, en esas nanas, se despide, en el espléndido bordón de la última coplilla: «No te derrumbes, / no sepas lo que pasa / ni lo que ocurre».  

Si logramos enraizar el hábito de la lectura y del buen gusto en el infante y el niño, no padeceremos tanto en la adolescencia los males de los nuevos tiempos, que han sido los de siempre: falta de costumbre, falta de concentración, falta de abstracción, falta de atención, falta de disciplina, falta de deleite, falta de esfuerzo edificante, falta de gozo, falta de saber sentirse solitario y solidario, falta de ser autónomo y feliz como ser individual y social. De todo esto va este hermoso álbum ilustrado tan accesible como asequible. Disfrutemos de otra cara del mismo Miguel Hernández de siempre: Miguel Hernández, poeta del amor, la libertad y la juventud. (Este el título del mejor libro divulgativo que explica, con sus 75 mejores poemas, la vida y la obra del insigne poeta de Orihuela: Valencia, ediciones Micomicona). Y ya os dejo con Pako Gómez Mínguez. Muchas gracias, Cazarabet.

- Pako, ¿cómo ha sido trabajar con cuatro historias basadas y pensadas bajo los versos de Miguel Hernández?

-Ha sido un auténtico sueño y un privilegio: que mi primer trabajo profesional sea ilustrar a Miguel Hernández es algo increíble.

El problema es que esa sensación de fortuna se traduce, una vez puestos los pies en la tierra, en todo un reto, y en tratar de ofrecer todo el esfuerzo posible para obtener un resultado óptimo. Han sido unos meses muy duros, ya que han coincidido con la apertura de mi propio estudio de tatuajes, donde trabajo yo solo, y tratar de compatibilizar ambas cosas ha sido muy difícil. Pero ahora, cada vez que veo el libro terminado e impreso, se me escapa una sonrisa y me inunda una sensación tremenda de alegría.

En cuanto al trabajo en sí, ha supuesto trabajar con muchas ventajas y dificultades. La principal ventaja es que son cuentos muy descriptivos, donde las acciones y los personajes están muy bien definidos, pero también encontramos conceptos algo abstractos como “la ciudad del sueño”, por ejemplo, que debemos representar pictóricamente, y ahí entra en juego la imaginación del ilustrador.

Otro de los retos que yo mismo me planteé consiste en que las ilustraciones de los cuentos tenían que evocar el momento histórico donde fueron escritos, la primera mitad del siglo xx. Se me imponía trabajar todo –composición, cromatismo, formas, detalles...– en armonía ancestral y referencial, para trasladar esta sensación: los colores, los elementos, los ambientes…

- ¿Qué tiene de especial Miguel Hernández para ti y qué tiene como «fuente inspiradora» para haber puesto la ilustración ante el mensaje que el poeta nos dejó?

-Es una figura que ha formado parte de mí a lo largo de toda mi vida, yo estudié en un colegio que estaba a unos metros de la casa donde vivió, en Orihuela, así que desde bien pequeño he estado relacionado tanto con la figura del poeta como con el entorno que describe en sus poesías; esa relación se fue afianzando con el tiempo, cuando comencé a leer sus poemas y a comprenderlos con la capacidad de análisis que tiene una mente adulta. Ahí descubrí el espíritu combativo del poeta, su afán por la libertad, algo que se tradujo en un aprendizaje moral del poeta: pasó a convertirse en un referente, ya no solo por sus poesías o su capacidad creativa, sino también como un espíritu del que aprender.

- Muy actuales son los poetas para el mundo que nos toca vivir en el presente. ¿Cómo lo captas esto en tus poemas ilustrados… porque lo tuyo son «poemas ilustrados», ¿no?

-La poesía y la obra creativa son algo atemporal, precisamente lo bello de la obra creativa es la capacidad de crear algo que perviva más allá del momento en que fue creado. Monet trataba de captar la sutileza de los colores de un atardecer, haciendo eterno en un lienzo el momento que tenía delante de su mirada, y que solo iba a durar unos minutos.

El ilustrador debe saber empatizar con la obra del autor, y, si bien puede permitirse reinterpretar pictóricamente aquello que tiene delante, debe tratar de formar una «alianza» con el autor o con la obra que debe ilustrar, tratando de que el resultado sea una simbiosis de ambos, algo que perdure como la unión entre la obra escrita y la ilustrada, que permita no monopolizar el estilo de uno sobre el otro. 

- ¿Y en particular, como ilustrador, ¿cómo lees a Miguel Hernández?, ¿cómo captas su mensaje encriptado en sus versos? 

-La poesía de Miguel Hernández tiene una ventaja enorme desde el punto de vista del ilustrador: es una poesía muy pasional y visual, y es nuestro trabajo trasladar esa pasión y esas imágenes que evocan las poesías al papel: Los ilustradores leemos la poesía muchas veces en términos pictóricos, casi como una sinestesia, nos viene un rojo carmín a la cabeza cuando se trata de una poesía en tiempos de guerra, un azul celeste con un cuento infantil, un verde lima cuando la poesía evoca un campo fértil… Leer a Miguel Hernández crea en la cabeza de un ilustrador una gama cromática tremenda. Eso es, sin duda, un elemento clave a la hora de ilustrar su poesía, y eso ha sido también uno de mis principales retos a la hora de abordar el proyecto. Por ejemplo, en el del potro oscuro se nos transmite una noche mágica, donde unos niños y unos animalitos recorren el camino en busca de la «ciudad del sueño», algo muy onírico; a través de los colores y las texturas empleadas el lector asimila esas sensaciones y ayuda a entender la ambientación del cuento.

No hay que olvidar que si bien son cuentos infantiles a priori muy sencillos, esconden una cantidad de metáforas tremendas, y es nuestra labor como ilustradores saber exprimir todo ese mensaje oculto y trasladarlo al papel mediante dibujos e ilustraciones.

 

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