La Librería de El Sueño Igualitario

Cazarabet conversa con...   Jesucristo Riquelme, autor de "Un poeta del amor, la libertad y la juventud. Miguel Hernández" (Micomicona)

 

Sin título-1.jpgYendo de excursión un día, apagado de invierno… de esos en que el calor de la actividad te va calando , casi, casi entre los huesos…me quité el polar noté que la camiseta de algodón que llevaba debajo empezaba a estar sudada y el sudor me molestaba que se quedase como pegado en el cuerpo. Subíamos y bajábamos… la senda se estrechaba y, a ratitos, se ponía un poco más interesante y podías ver panorámicas verdaderamente vistosas desde rocas que casi parecían preparadas para ello. En una de aquellas rocas que, a la vez, hacía como un recodo y teniendo una fuente como compás nos sentamos a comer….yo me tiré el polar a la espalda porque me había quitado la mochila. .fue entonces cuando se acercó Merche y me dijo: ¿sabes que te has venido con nosotros con el mejor poeta de todos los tiempos? Yo estaba refrescándome y asentí….porque ya casi no me acordaba ni de mi indumentaria: llevaba una camiseta con la cara de Miguel Hernández, su rostro expresivo…casi descarado y queriendo gritar todos los referentes que, como un aluvión, me sacudieron……Le dije que sí, que Hernández era de mis preferidos... entonces se puso a recitar uno de los poemas que más me gustan de Hernández:”Elegía a Ramón Sijé”. Yo solo podía sostener la cantimplora y una ligera sonrisa……nuestro compañero tenías los ojos inundados de lágrimas y acabamos el día recitando trocicos de aquí y de allá delo propio Hernández, Lorca , Machado, Salinas….Terminó la jornada en un refugio enclavado y semiaislado y, entre los libros…sí, sí allí estaba un libro sobre la Generación del 27 y pasamos la noche mirando las llamas de un fuego y un calor que sí que hacía falta porque fuera el ambiente era gélido y expiando las palabras del alicantino como él hizo con la cebolla a la que fue quitando capas….Ay, compañero Hernández, cuánta falta nos hace tu aliento hoy, tu puño en alto y tu ánimo sin tregua….

Yo no pude dejar de repetirme durante la noche algunas de las estrofas del presente: http://usuaris.tinet.cat/elebro/poe/mher/elegia.html

 


Lo que nos “dice” editorial Micomicona de este libro de Jesucristo Riquelme:

Miguel Hernández es un poeta para espíritus jóvenes y combatientes: un poeta para apasionados del amor, para emprendedores del trabajo, de la justicia y de la solidaridad, para idealistas que luchan por hacer, de las utopías de ayer, los derechos de hoy. Un poeta que alumbra y mueve conciencias con el don y el látigo de su palabra. A la obra de arte perfecta exigía el maestro Azorín valor estético y alcance social. Miguel Hernández añade a esta simbiosis de lo ético y lo estético, otros méritos que
peculiarizan su obra con un sello muy personal. Hernández, paradigma de la humanización del arte, escribió siempre desde las entrañas del pueblo de su “misma leche”: “la lengua en corazón tengo bañada”, “porque yo empuño el alma cuando canto… cuanto a penas, cuanto a pobres, cuanto a tierra se refiere”. En los poemas de Hernández el lector experimenta una sensación fascinante: se siente protagonista de lo que lee y se emociona; ante una poesía de la luz y del asombro, el lector se siente usurpado en su imaginación o en sus sentimientos: se trata de la mayor de las identificaciones entre autor, sujeto lírico, situación poetizada y lector. Sus poemas –«agricultura viva» en su ambiente y en sus imágenes–, mezclan lo lírico y lo épico: es la manera de limar con mayor delicadeza el desgaste del tiempo, de lo contingente, de lo insustancialmente anecdótico. Miguel Hernández encarna la dignidad del escritor: es un poeta-orfebre desde sus inicios, un prestidigitador de la palabra poética como sublimación de la realidad, un evocador de emociones del más hondo calado humano y un virtuoso en el manejo del lenguaje como acción y estilete para la convivencia social.
El literato que mejor representa el significado cultural de la II República es, sin duda, Miguel Hernández. Frente a una situación de precariedad económica, de salarios mínimos, de incultura generalizada, de marginación y decadencia del imperio español, de confesionalidad religiosa del Estado, surge con la República de 1931 una esperanza de progreso y de reformas. Se plantean las reformas agraria y autonómica, en una conflictiva España invertebrada; reformas que se complementan al querer implantar la aconfesionalidad del Estado y la alfabetización. Miguel Hernández, ciudadano de humilde extracción, enarbola el ilustrado lema que proclamó la Institución Libre de Enseñanza, la ILE: «Sólo con Educación y Cultura se logrará el progreso de los pueblos». Poeta del amor y la libertad, aliento joven de España, Hernández es un poeta necesario: rebelde contra una sociedad inicua, revolucionario contra una sociedad represora. Por ello, aunque «los grandes poetas no tienen biografía, sino destino», al decir de Pedro Salinas, a nadie hoy, con un mínimo de humanidad, puede dejar insensible la historia de una vida como la del poeta Miguel Hernández (1910-1942), aquel muchachón de Orihuela que terminó dedicando su poesía «a la inmensa mayoría». Paradigma del escritor que hizo poesía de su vida y vida de su poesía, representa Miguel Hernández el compromiso que trazó el escritor alemán Bertolt Brecht (1898-1956): «El arte no es un espejo para reflejar la realidad [–Adiós, papá Stendhal–], sino un martillo para darle forma». Ésta es lahistoria de una superación… «¡La vida me ha hecho poeta!».

Un poeta a prueba de ley...
Todo lo que no debes ignorar del Miguel Hernández de la generación del 36: estás ante un joven poeta que emociona, ante un incomprendido como lo puedes haber sido tú, ante un escritor de talla que quiso humanizar y dignificar la palabra literaria y
el comportamiento humano. En tus manos tienes la oportunidad de conocer lo elemental y lo trascendente de una poesía que toca la fibra sensible más de lo que quizás supongas. Miguel Hernández nos invita, en su viaje vital, a realizar un viaje iniciático por la poesía. ¡Cuántos empezamos a degustar la poesía con «el muchachón de Orihuela que se vino a vivir a Madrid»!
En este librito, plagado de ilustraciones y de poemas comentados en su contexto, podrás adentrarte, a partir de los textos, en una vida plena de amor y de libertad: un drama, como tantas de nuestras vidas, pero no una tragedia. ¿Por qué? Porque con
personas y artistas del talante de Miguel Hernández se ha progresado hacia la sociedad del bienestar, porque Hernández es un poeta para espíritus jóvenes y combatientes: un poeta para apasionados del amor, para emprendedores del trabajo, de la justicia y de la solidaridad, para idealistas que luchan por hacer, de las utopías de ayer, los derechos de hoy. Un poeta que alumbra y mueve conciencias con el don y el látigo de su palabra.«Sé apasionado, hasta la inteligencia», sentenció José Bergamín, en El cohete y la estrella. Éste es un libro que habla de la vida –aunque no te lo creas–, de tu vida. ¿Tienes un par de días para leerlo? Son 75 poemas de Miguel Hernández: léelos para que no tirite su corazón helado en este tomo...

Con la llamada crisis de comienzos del siglo XXI, se hace más vigente un poeta del pueblo, un poeta de la revolución. 2017: paso del Ecuador del sesquicentenario de la muerte del poeta
LXXV aniversario. 75 poemas.

Haz un poco de boca: http://es.wikipedia.org/wiki/Miguel_Hern%C3%A1ndez

 

Cazarabet conversa con Jesucristo Riquelme:

J. Riquelme.jpg–Amigo, la verdad es que este libro pretende ser el todo sobre Miguel Hernández escritor...y Miguel Hernández persona. Así y todo, queremos presentar y profundizar un poco más en esta novedosa y muy clara «bioantología»..., porque tu exposición viene a ser una especie de biografía de este imprescindible poeta de la generación del 27, contada por un especialista en él...

–Dámaso Alonso bautizó, con mucho ingenio y mucho acierto, al joven –siempre joven– Miguel Hernández como epígono del 27. En estricto sentido, Hernández pertenece a la generación denominada del 36, la generación de la guerra. Hernández sólo pudo tener un período creativo de unos diez años. Primero se nutrió de los escritores clásicos (en español) y de algunos de los vanguardistas (en español e incluso de los franceses del Parnaso como Mallarmé, Valèry, Rimbaud...) y se impregnó de la impronta de algunos de los escritores de la generación del 27 (de Federico García Lorca, de Vicente Aleixandre. de Jorge Guillén, de Rafael Alberti, de Gerardo Diego...) hasta que, pronto, se siente imbuido por otros artistas como los plásticos de la primera Escuela de Vallecas, la de los años treinta del siglo pasado (Benjamín Palencia, Alberto Sánchez, Maruja Mallo) y por otros poetas de renombre y fama como –trascendentes para él– el chileno Pablo Neruda y, sobre todo, el argentino Raúl González Tuñón.

El grupo de escritores que conforman la generación del 36 es muy extensa y recoge nombres de la máxima relevancia en la historia literaria española: entre los poetas, los entonces jóvenes Germán Bleiberg y Leopoldo [Urrutia] de Luis –que tuvo que esconder su primer apellido por sufrir persecución de justicia y censura– con intensa obra de profundo calado humano como los exitosos en décadas posteriores Luis Felipe Vivanco, los Panero (Leopoldo y Juan)...; entre los prosistas y narradores, los ensayistas y filósofos María Zambrano, Antonio Ferrater Mora, Antonio Rodríguez Moñino y los novelistas incipientes como Carmen Laforet, Camilo José Cela, Miguel Delibes, Gonzalo Torrente Ballester, que florecieron en los primeros lustros de la dictadura del general Franco, como ocurrió de manera sintomática con el dramaturgo Antonio Buero Vallejo, autor del más famoso retrato del rostro de Miguel Hernández en presidio, en una cárcel compartida en la Plaza del conde de Toreno, en Madrid, junto a la Plaza de España.

Los grandes poetas no tienen biografía, sino destino: así vino a sentenciarlo el poeta León Felipe. En el caso de Miguel Hernández, no obstante, nos parece irrenunciable conocer su trayectoria vital –tanto como su destino– para comprender mejor la profundidad de su obra literaria: su poesía y su teatro. Lamentablemente, Hernández tuvo una muy corta vida: lo murieron a los 31 años; a los 28 ya había sido encarcelado dos veces (la segunda, definitiva), a los 25 se había enrolado en el bando republicano al comenzar la guerra civil española. Su trayectoria fue un vaivén de ansias y frustraciones, de deseos, conatos de felicidad y euforia, por un lado, y de insatisfacciones, fracasos, dramas y... tragedias. Una vida de personaje de novela, de cine: una vida intensa, de imprevistos desenlaces...

–Este libro es tanto un libro para cualquier persona que estime y ame la obra de Hernández como para docentes de literatura y alumnado… ¿No es un poco esa la intención que salía de tu pluma? Yo lo veo como un libro, una herramienta de trabajo, casi de documentación… Un libro del que se puede aprender mucho para los que trabajan en torno a la literatura y, más en concreto, en torno a la poesía y al compromiso.

–Cuando presento a un artista, me gusta manejarme entre el propósito de divulgación –con lo de didáctico que la buena difusión exige– y la finalidad última del rigor expositivo –con lo de exégesis que permite estar avezado en los entresijos del creador retratado y de la materia artística comentada.

Miguel Hernández es un escritor que nos parece (siempre) próximo, casi familiar, pero no son muchos los que conocen su vida y su obra. No es una paradoja: el común del pueblo no conoce fehacientemente y con detalle la vida del «muchachón de Orihuela», como lo llamó afectuosamente el premio Nobel Pablo Neruda. He pretendido ofrecer un estudio que se pudiera leer con comodidad y con complicidad: un ensayo que aunara una suficiente aproximación biográfica y la presentación de una obra que fue enriqueciéndose y personalizándose poco a poco.

Miguel Hernández: un poeta del amor, la libertad y la juventud es un libro sobre un poeta en el que la poesía se erige en protagonista: poesía épica y poesía lírica.

–¿Qué ha significado, para ti, acercarte a la obra de Miguel Hernández?

–La obra poética de Miguel Hernández, desde sus inicios, nos permite dar un repaso a la historia de la Literatura española. Hernández no fue un simple autodidacto: fue un niño y un adolescente que leyó con avidez: nació para ser poeta, como declaró María Zambrano. Y, en contra de los deseos de su padre –como ocurrió con otros ilustres escritores como Kafka, Vargas Llosa...–, lo logró. Su padre le quemaba los libros, ¡no quiso que estudiara! ¡O mores, o tempores! Miguel leyó los clásicos españoles del Siglo de Oro, y también los clásicos griegos y latinos (Homero, Virgilio, Ovidio...) en traducciones al español. Se los prestaban sus amigos o los sacaba de la biblioteca pública. Los leyó, los comprendió, sin que nadie se los explicara..., los absorbió y los imitó. Sus emulaciones primero olían a «plagios» –así lo confesaba el propio poetico, el poeta pequeño (en expresión del propio Hernández)–, pero de inmediato, tras incluso traducciones del mismo Hernández, del francés, le sirvieron de fuente de inspiración. Podríamos decir que leyó mucho y con orden. ¡El orden y la sistematización es lo que aporta la educación reglada, la buena educación! Hernández estudió de los ocho a los catorce años. No era mucho, pero, para la época, no era demasiado poco... Rafael Alberti apenas estudió dos años más... Miguel Hernández lo aprehendió por sí mismo y por las recomendaciones de algunos amigos. Su obra se va haciendo compleja, aunque en parte muy comprensible, sobre todo, porque resulta muy del gusto del lector. Y ello se debe a la empatía del escritor: la empatía se va imprimiendo desde sus inicios: habla de él a la vez que habla de nosotros, de nuestras inquietudes, de nuestros sentimientos; parece que lo podríamos haber escrito nosotros. El gran poeta Leopoldo de Luis llegó a decir que Miguel Hernández era un usurpador de sentimientos: cuando uno de nosotros lee un poema de Hernández –un poema amoroso, un poema épico– siente que eso es precisamente es lo que uno mismo (el lector) siente, padece, sufre, disfruta..., lo que siempre ha querido decir y no encontró esas palabras. Y se identifica plenamente con el poeta oriolano...

20121019_9.jpg–¿Y a la persona? ¿Porque, al parecer, no iba tan separado? Leer a Miguel Hernández es y era y será como ir conociéndolo a él, ¿no?

–Así es. Probablemente Miguel Hernández sea el mejor poeta que, con éxito popular y con reconocimiento académico, haya fundido vida y poesía: el oriolano hizo poesía de su vida, de su ajetreada vida, y vida de su poesía, de su elaborada poesía.

Conocer los avatares de su vida (el paisaje y el paisanaje de su pueblo natal, sus amistades, sus aficiones, sus amores, su compromiso con los marginados socialmente, su lucha por la democracia, su dignidad en la precariedad vital de sus cárceles –de futurismo carcelario, como escribió él por conocer España  en sus prisiones y penales: 13 cárceles para cerrar una vida–...)  y como conjuró el peligro de las adversidades con la literatura –la palabra– como única arma en liza, resulta edificante para la posteridad. 

Hablamos de hace unos cien años: un siglo después la persona de Miguel Hernández representa la dignidad de la palabra, el discurso ético de la poesía en un mundo revuelto y convulso.

Personalmente, Miguel Hernández, en sus treinta y un años, nos presenta el proceso de madurez de la persona: el enraizamiento, el arraigo, a su tierra (naturaleza, lo próximo, cotidiano, incluso trivial), el apego a la cultura del trabajo (el ganado, el agro) y las creencias populares (entonces y en la levítica Orihuelica del Señor, la religiosidad católica), los lazos de la amistad y, pronto, el amor, el amor a Josefina, la novia del pueblo; después vinieron los flirteos, otras historias de sensualidad y sexualidad, y el retorno al amor del pueblo, que será su amor definitivo, su musa... y la madre de sus hijos; la responsabilidad del precoz adulto al chocar con la inmensidad de la Historia hecha conflicto social y guerra civil, su compromiso por defender y vivir por los más necesitados, por erradicar el analfabetismo y el caciquismo; la desafección de una Iglesia que idolatraba el poder terrenal y el becerro de oro –como dice el Papa Francisco hoy–, y el desenlace de una férrea actitud de dignidad... hasta un muerte digna en sus ideas y valores. Quienes ya estamos frisando los sesenta nos preguntamos: ¿quién no cree que esto es la vida de cualquier persona normal? Por ello a las personas del común del pueblo les agrada Miguel Hernández... A las personas del común del pueblo, hasta que se aburguesan o pasan a formar parte de alguna casta. Desde luego, yo me vi reflejado en la trayectoria de Hernández hasta, al menos, los treinta y un años, o hasta los treinta y tres...

–Acércanos un poco al Hernández de sus comienzos: a sus desasosiegos que le llevan a leer mientras pastoreaba, a escribir sus primeros poemas, a iniciar sus primeras conversaciones sobre literatura, poemas y el sentido de todo esto…

–Lo más importante para comprender la genialidad de Miguel Hernández, desde niño, es su afán por ser escritor, sus deseos de triunfar en la república de las letras. Hernández quiso transmitir a sus paisanos la ilusión de conseguir el oficio de escritor, para redimir su situación social y personal de postergado, de muy diversas maneras, todas muy originales: bien escribiendo poemas donde explícitamente lo confesaba (como en «Carta completamente abierta a los oriolanos»), bien con explicaciones, apoyado en aucas y con objetos estrafalarios –como una jaula con un limón en su interior–, bien con obras como su primerizo Perito en lunas, donde explota su exhibicionismo con una poesía hermética y visualmente deslumbrante en sus sugerencias. Cuando, a finales de 1932, con apenas 22 años, ha concluido Perito en lunas, Hernández se sabe un docto manejador de la lengua, como un Góngora moderno; pero, deliberadamente, añade a lo clásico gongorino lo vanguardista, lo más moderno: la estética del futurismo, del cubismo, del surrealismo... Quiere mostrar que está a la última (de ahí ese "aire falso de Góngora" que exhala Perito en lunas, según carta de Hernández a García Lorca). Perito en lunas es un libro sorprendente, el de un gran poeta que osa enfrentarse a los poetas ya consolidados del Madrid de los primeros años republicanos: 1932, 1933. [Puede consultarse nuestra conferencia al alimón con el pintor-caricaturista Alfonso Ortuño: Bodegon-gorismo y poiesis: Perito en lunas, Orihuela, editorial Librería Codex-FCMH, 2014].

–Siempre se ha dicho que Miguel Hernández una vez viajó a Madrid, se acercó a otros poetas de la época… Algunos de éstos, incluido Lorca, lo miraban un poco por encima del hombro, como a un pastor; pero Hernández hasta de esa situación supo sacar «petróleo», y solo siendo lo que era: un tipo muy normal y corriente, amante de la libertad... ¿Es cierto esto? Así y todo, creo recordar, su primer viaje le dejó un sabor cercano a cierto desengaño...

–En efecto. ¡Qué decir... o qué tener que decir de la vanidad del artista! El poeta, en términos generales –sin necesidad, por ahora, de identificar a nadie– es vanidoso, y, a veces, incluso envidioso! Miguel Hernández despertaba envidias, y quienes lo conocieron y trataron se agruparon en escritores y artistas que sentían filias o fobias por Hernández: pocos permanecieron impasibles.

Miguel Hernández, en sus orígenes modestos y tímidos, terminó imponiendo su carácter afable, jovial, solícito y «puntual» (como lo describió su amigo Vicente Aleixandre): bueno en el buen sentido de la palabra, como escribió también Antonio Machado. Por el contrario, Federico García Lorca sentía «alergia» (según el testimonio de María Zambrano) por la presencia o por la sola mención del nombre de Miguel Hernández. Tal vez sintiera el granadino la suspicacia de que el pastor-poeta le quisiera usurpar el trono de su poderío literario. Hernández regaló un ejemplar de Perito en lunas a Lorca; éste sólo desbarbó hasta la página 16, de las 52 del librito; esto nos indica que Lorca sólo leyó hasta la octava octava, ocho de las 42 octavas del poemario, que quedó prácticamente intonso en la biblioteca del autor de Poeta en Nueva York. Otro miembro de la generación del 27, Gerardo diego, tardó sólo 23 años en hacer una reseña de Perito en lunas: 23 años para atreverse al decir, finalmente, que no había comprendido mucho y que cada poema de Perito en lunas, los ocho versos de una octava real (poemas breves), era un «acertijo poético», una adivinanza, de casi imposible solución (porque entonces aún desconocíamos los títulos de cada poemilla)...

Miguel Hernández se dio cuenta de que el personaje que había creado –el de pastor-poeta– también podía abrirle puertas: Neruda, primero, Aleixandre, después, y otros artistas –incluso el exquisito Juan Ramón Jiménez– se rindieron a la fuerza de su verbo. Acabamos de nombrar a tres premios Nobeles de Literatura. Desde 1935, cuando fija su residencia en Madrid, Hernández deja el anonimato y, en apenas tres años, se convierte en el nombre de la poesía republicana, en el símbolo cultural de la II República española: en 1937 y en 1938 deviene en poeta del pueblo y goza de fama inimaginable unos meses antes...

La intrahistoria del escritor de poesía nos muestra unas vicisitudes muy adversas. La primera estancia en Madrid de Miguel Hernández, casi huyendo de su Orihuela natal y de su padre, fue, en efecto, desoladora personalmente: seis meses de bastante sufrimiento, sin dinero y casi sin apoyos notables. Hernández, perseverante y tenaz, pensaba que Madrid era donde tenía que estar: era el foro donde se fraguaba, en España, el arte nuevo y palpitante que lo podía catapultar. Hernández sublimaba la literatura porque creía que era la única posibilidad para él de desclasarse, esto es, de abandonar superando la miserable clase social a la que, por cuna, pertenecía.

–¿Levantó Miguel Hernández ciertas envidias tanto desde el plano humano como por el lado de ser un grandioso poeta?

–Conocemos el testimonio de V. Aleixandre sobre la actitud soberbia de Lorca cuando, en los albores del verano de 1936, no quiso acudir a la cita de despedida del “curso” en la casa del sevillano en la calle Velintonia, 3 (en Madrid), porque Aleixandre le había anunciado la más que probable presencia del oriolano. A José Saramago, cuando relató el suceso en el II Congreso Internacional sobre Miguel Hernández, en 2003, no le pareció esto una actitud digna, sino una postura soberbia y recriminable... Y es que más que ante una anécdota estamos ante la categoría: la supremacía de lo escrito respecto al escritor; no obstante, Saramago preconizó siempre que el escritor debía tan ejemplar y modélico en su vida como ejemplar y modélica debía ser su obra. El peligro de hablar de otros estriba en caer en la hagiografía, pero Hernández –con desplantes soberbios también, como ha destacado valientemente Luis García Montero– aúna ejemplaridad en su vida y en su obra.

FOTO JESUCRISTO.JPG–Conocemos el partido que escogió Hernández en la Guerra Civil Española y de su pasión por la libertad y en contra del fascismo... Todo ello acabó costándole la vida porque murió en una prisión, aquejado de tuberculosis. A tu parecer, ¿cómo vivió Miguel Hernández la guerra, cómo lo marcó?

–Para Miguel Hernández España era sinónimo de República. Y República, la segunda, en España, era sinónimo de reformas que nos llevarían al cambio hacia el progreso: el progreso, la gran palabra heredada de la Ilustración.

La República constituyó parte profunda e íntima de los intelectuales y artistas españoles: Machado había confidenciado a Antonio Sánchez Barbudo, en la Barcelona de 1939, en el trance de iniciar el exilio: «Deberíamos quedarnos hasta que nos matasen: sería el testimonio de nuestra fidelidad». Las palabras de Machado son clarificadoras de cómo se identificaba la República con la propia vida: ¡Perder la República era perder la vida! Y la misma reacción de Miguel Hernández ante las propuestas y posibilidades de asilo en la embajada chilena, en el Madrid de 1939, confirman esta coincidencia anímica e ideológica. [Con amplitud, tuve la oportunidad de narrar estas vicisitudes en Luna. Primera revista cultural de España en el exilio (1939-1940), Madrid, EDAF, 2001].

Para Miguel Hernández, la juventud era también una esperanza, como esperanza era el hijo: el hijo se convirtió en un gran tema poético, como vemos, por ejemplo, en la «Canción del esposo soldado», donde llega a decir: «Para el hijo será la paz que estoy forjando», y que postula en «Llamo a la juventud»: «La juventud siempre empuja, / la juventud siempre vence, / y la salvación de España / de su juventud depende».

Hernández se enroló, como voluntario, en el V Regimiento, el regimiento de la filiación política del Partido Comunista –como figura en su ficha de reclutamiento: “P. C.”–. Hace de la lucha por la democracia –que entonces es la II República– el sino de su vida. Mantiene sus ideas aún después de la derrota bélica, pero es encarcelado a las pocas semanas. Al final de su vida, cuando la muerte se presenta con la cara de una enfermedad letal, se le propone que cambie de parecer, que manifieste públicamente su adhesión al Movimiento Nacional, que firme algunos poemas y escritos que se le entregan ya redactados..., pero Hernández mantiene su dignidad y no cede. Sólo consiente en celebrar el acto de matrimonio eclesiástico, in articulo mortis..., 24 días antes de morir, para que su viuda y su hijito de tres años, no quedasen abandonados ni proscritos ni estigmatizados... Recordemos que la legislación franquista no reconocía el matrimonio civil, y Miguel y Josefina sólo habían celebrado boda civil en 1937, con la guerra ya iniciada... Hernández ha de esperar a tener un sueldo de oficial para poder sostener los deberes de una nueva familia con descendencia.

Hernández vivió la guerra con actitud siempre solidaria: no sólo para abrir los ojos y ayudar a acrecentar el nivel de conciencia social y personal de sus conciudadanos –con su literatura–, sino también mostrándose uno más junto a los soldados: si los soldados no tenían ni para botas o tomaban riesgos en primera línea, Hernández  hacía lo mismo. En 1983 descubrimos la presencia de Miguel Hernández, en primera línea de vanguardia, de la toma de Nuestra Señora de la Cabeza (Jaén).

–No fue de los poetas que montaban fiestas en Madrid, en los palacetes incautados, ni de los que presumía de codearse con intelectuales y periodistas de fuera... Lo que le sobrevino le llegó por el devenir propio y el transcurrir del día a día… Aunque las comparaciones sean odiosas, ¿todos los escritores resaltados tuvieron la misma actitud? 

–Sí, las comparaciones son odiosas ¡para quienes salen perdiendo! Durante la guerra civil  se difundían muchos bulos y muchos rumores... Sin embargo, algunas declaraciones son fehacientes: hubo intelectuales y artistas que –como en todos los tiempos y en tantos ámbitos– se colocaban el mono planchado, sin arrugas, se dirigían a la primera, o segunda, línea de guerra y se hacían la foto. Hernández no fue de ésos. Más bien, se quejó de aquellos figurones, y también se molestaba si se celebraban fiestas en tiempos de balas y barro... Al parecer, quizás como algo más que un rumor, M.ª Teresa León, la mujer de Rafael Alberti, de fuerte carácter, propinó una bofetada a Hernández cuando éste recriminó el ambiente festero en el palacio madrileño de la Alianza de Intelectuales antifascistas.

Miguel simboliza la dignidad de la palabra en tiempos de guerra, la dignidad de la acción como hombre digno en su compromiso.

–¿Crees que Miguel Hernández, con los años (si hubiese vivido, claro) se hubiese convertido en una persona “sumisa” y que hubiese claudicado incluso con la Monarquía como hicieron personas como Dalí o  Alberti?

–Sin arrogarnos lo que no nos corresponde y sin tener a mano ninguna “bola de cristal” que vaticine el porvenir o que invente lo que nunca ocurrió porque se abortó la posibilidad..., y a sabiendas de que carece de rigor extrapolar situaciones y pensamientos en tiempos muy distantes..., y teniendo en cuenta que hoy la interpretación y la valoración de la Monarquía en España provoca muchas disensiones y posiciones enfrentadas, podemos imaginar la postura del Miguel Hernández que conocimos. Aquel imaginable Hernández hubiera defendido radicalmente –de raíz– un sistema político basado en la república. Queda para el debate de los días que corren la situación actual y el pragmatismo de Estado en relación con la Monarquía parlamentaria. Dalí creó un personaje –de Avida dollars lo tildó André Breton– entre esperpéntico, surrealista, pragmático y arribista, que, seguramente, coqueteó en exceso con el dictador. Alberti regresó a España como diputado en Cortes con designación real: y se presentó con una chaqueta multicolor... Pensemos en la postura de Santiago Carrillo, una vez legalizado el Partido Comunista durante la transición española, con Adolfo Suárez en la presidencia, para comprender el pragmatismo de los dogmas, lo acomodaticio del relativismo. ¿Necesita aún España ser tutelada por una instancia política suprema, constitucional, sí, pero hereditaria? That's the question, diría el Miguel Hernández que decía que estudiaba inglés para no aburrirse en presidio y para cambiar España... ¡Y España cambió cuarenta años después!

viejo_hidalgo04.JPG–¿Crees que a Miguel Hernández se le ha hecho justicia como persona y como poeta?

–A Miguel Hernández se le ha utilizado como bandera de opciones políticas. Cuando un escritor es absorbido por un partido político concreto en exclusiva termina siendo contraproducente para la proyección del autor. La politización del arte –en el sentido de la absorción y la exhibición de un partido político– produjo que Hernández se llenara de valores, pero que fuera un literato proscrito, marginado, prohibido, ninguneado por otras esferas de poder y de representación popular. Hernández brilló como poeta del pueblo, como poeta comprometido, en los ámbitos de pensamiento y acción llamados progresistas. Pero su prestigio era excluyente. A más de cien años de su nacimiento, a más de setenta de su muerte, el contexto ha cambiado: ha cambiado precisamente por hombres y obras como las de Miguel Hernández. A Hernández se le empieza a hacer justicia ahora: cuando se le desliga de una opción política concreta y queda como el poeta universal que, estéticamente, propugnaba valores y compromisos por la humanidad, preñados sí de lo que denominamos progresismo, solidaridad, libertad... Sin permitir que se pierdan esos valores –el espíritu hernandiano que hizo suyo el lema de la Ilustración, de los krausistas y de la ILE (la Institución Libre de Enseñanza, de Giner de los Ríos): «Sólo con Educación y Cultura se logrará el progreso de los pueblos»–, si pensamos en un Hernández como poeta, sin más adjetivos, nos acercaremos a su valor máximo como poeta universal. En cuanto Hernández pierde su valor meramente contextual –poeta de la guerra civil española–, volará libre entre los nombres de los grandes poetas universales.

Ahora bien, para erigirse en poeta universal Miguel Hernández necesita una mayor difusión de su obra: especialmente Hernández carece aún de traducciones, de buenas traducciones a los idiomas más hablados del mundo (inglés, chino, ruso, árabe...) y a los europeos (francés, italiano, alemán). Hemos tenido la experiencia: cuando a Hernández se le escucha traducido al francés, al inglés, al tagalo, al ruso... los hablantes de estos idiomas descubren a un poeta que les llega a las entrañas: que les entusiasma. Sobre todo, en los ámbitos de reivindicaciones por la libertad y por el amor. Y, si es oído en castellano, en lugares alejados de España, como Chile, Argentina, Filipinas, Guinea Ecuatorial..., el regocijo es unánime: es probablemente el poeta que mejor llega al público.

Otra caja de resonancia para la difusión hoy de un poeta es constituirse en autor de la letra de canciones modernas. Hernández cuenta con bastantes versiones musicadas de sus poemas, pero no son conocidas por el gran público.

Como persona, Miguel Hernández fue condenado a muerte por tribunales franquistas en 1940. Aunque no se ejecutó la sentencia, lo dejaron morir en una celda de Alicante al no atenderlo de sus enfermedades. Tenía sólo 31 años. La familia del poeta consideró que el juicio condenatorio fue humillante, sin los mínimos derechos legales de defensa jurídica, de facto sin abogado defensor y, por tanto, susceptible de ser declarado nulo y sin efecto; sin embargo, el Tribunal Constitucional español, el 26 de septiembre de 2012, no admitió el trámite del recurso de amparo sobre la inconstitucionalidad de la resolución al "manifestar la inexistencia de violación de un derecho fundamental tutelable de amparo". Aunque las acciones forenses han continuado en instancias internacionales, no ha habido novedad. La imagen de un hombre condenado por un tribunal de un régimen dictatorial no se debe sentir dañada en la actualidad... La muerte del poeta, su condena, su turismo carcelario..., su bonhomía, forman parte del mito, que no de la leyenda, de un hombre-poeta íntegro en su dignidad.

–¿Cuál es la etapa de Hernández, si podemos hablar de etapas, en su obra que más te ha conmovido?

–La mejor etapa de Miguel Hernández, la de la poesía más lograda, tal vez sea la última, la carcelaria. Se depura el poema, y, aunque no puede leer más, sí trabaja su lenguaje poético y lo personaliza. Es la etapa y el ciclo de Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941). Ahora bien, muchos de los poemas de Viento del pueblo (y durante el período bélico) también son relevantes por su fuerza épica («Vientos del pueblo», «Aceituneros»...) y épico-lírico («El niño yuntero», «Canción del esposo soldado»...).

De toda su obra se desprende que Miguel Hernández es un poeta para espíritus jóvenes y combatientes –espíritus libres y valientes a los cambios–: un poeta para apasionados del amor, para emprendedores del trabajo, de la justicia y de la solidaridad, para idealistas que luchan por hacer, de las utopías de ayer, los derechos de hoy. Un poeta que alumbra y mueve conciencias con el don y el látigo de su palabra. En verdad, en verdad, un poeta necesario.

–Jesucristo ¿En qué estás trabajando ahora?

–Mi labor de ensayista y analista literario es muy variada, que no dispersa. No me he hiperespecializado más que en dos asuntos: por un lado, la época, figura y obra de Miguel Hernández, al que dediqué mi tesis doctoral hace treinta años; se trataba de un estudio exhaustivo de una de las parcelas menos conocidas del escritor oriolano, el teatro, una propuesta de análisis del discurso teatral a partir de las representaciones o puestas en escena: «Aproximación semiótica del teatro alegórico y social de Miguel Hernández». El director inicial fue Fernando Lázaro Carreter (Universidad Autónoma de Madrid); la primitiva tesina fue dirigida por Joan Oleza y la tesis por Toni Tordera (Universitat de València). Por otro lado, me especialicé en el método de aprendizaje participativo y activo del comentario de textos para la Prueba de Acceso Universitario (para textos en castellano y en la modalidad valenciana del catalán).

Estoy a punto de publicar, corregidas ya las galeradas, un estudio muy didáctico sobre Gustave Flaubert titulado Madame Bovary, la novela subversiva (Madrid, Entrelíneas) y una edición comentada y anotada de una obra inédita en edición moderna del famoso fabulista dieciochesco Tomás de Iriarte, el de las Fábulas literarias: la comedia –una sátira cómica de costumbres, educativa– se titula Hacer que hacemos, y pretendo reivindicar el importante papel de Iriarte como antecedente, al menos, del teatro de Leandro Fernández de Moratín. Para final de octubre saldrá una hermosa coedición de Espasa Calpe y el IEG (Instituto de Estudios Giennenses, de Jaén) sobre un vasto epistolario absolutamente inédito (309 cartas) del premio Nobel Vicente Aleixandre.

Ahora mismo ocupa mis madrugadas y mis días la redacción de libros de textos con un enfoque y con actividades novedosas, que aportan un punto de vista o una didáctica distinta a la tradicional y convencional: un intento de hacer algo mejor las cosas de la Educación y, de paso, de salir airosos en las pruebas de diagnóstico como las de PISA. Estoy en la recopilación de materiales –el magma– y el acopio de datos para empezar la aplicación del currículo de las materias de Lengua y Literatura de la ley Wert: coordinando el ciclo de ESO, redactando el ciclo de Bachillerato (con Literatura Universal incluida). Abandoné hace unos años, voluntariamente, mi cátedra de ES y ésta es la manera alternativa de ganarme honradamente la vida, ¡de intentar ganarme honradamente la vida! 

–¿Cómo ha sido la colaboración con Micomicona?

–Ediciones Micomicona es una editorial y, a la vez, una productora cultural, con sede en Valencia, que se dedica al ámbito escolar de la enseñanza secundaria especialmente. Entre sus propuestas, por ejemplo, destaca una en la que une la lectura de un libro –una obra de teatro titulada El desván de Shakespeare– y, ¡por el mismo precio!, una entrada para la representación de la obra, previa organización del acto. En el libro, además, existe una guía de una puesta en escena y un acercamiento al teatro de Shakespeare; el día de la actuación, al final, los estudiantes pueden visitar el teatro entre bambalinas e intercambiar inquietudes con el director y los actores... Es una actividad muy completa para ganar lectores y personas libres con conocimiento y juicio crítico.

La relación de autor y editor no siempre es fácil o satisfactoria. Es cierto. Mi relación con ediciones Micomicona, como autor, ha sido excelente porque, una vez aceptado el proyecto, me han permitido toda la libertad deseable para un autor. Es una editorial que cumple las máximas exigencias de rigor: me refiero no sólo a publicar lo necesario –no cualquier cosa– sino, sobre todo, a cumplir con una correctísima presentación y a velar, con correcciones y correcciones, por un texto limpio de confusiones, errores y erratas. Libro, pues, interesantes –que interesan– y bien escritos.

Para Micomicona, o para otros editores, tengo en el cajón, para cuando "acabe con Wert", en un año o dos, dos estudios muy avanzados dedicados a dos ilustres literatos vivos: al hispano-peruano Mario Vargas Llosa (un estudio amplio de su primera novela, La ciudad y los perros, escrita en 1963, hace cincuenta años) y al nicaragüense Ernesto Cardenal (una Ant[e]ología de la liberación). Sí, son muchos trabajos: he superado la cincuentena de libros publicados, con ISBN –como dicen ahora los de la meritocracia–. Intento escribir para el lector, poniéndome yo como lector o usuario ideal: qué me gustaría a mí dijeran sobre esto o aquello..., aspectos que no conociera de antemano, o perspectivas originales. Disculpa, cuando hablo de esto, suelo llamar tontículum al currículum... ¿Por qué será?

Ahora es el momento de empezar a leer a Miguel Hernández: para conocerlo y comprenderlo mejor tenemos esta obrita: Miguel Hernández, un poeta del amor, la libertad y la juventud. La edición de Micomicona está ilustrada con numerosas imágenes que complementan el texto escrito. Espero que les guste. Atte. Xto.

 


Sin título-1.jpg17476
Un poeta del amor, la libertad y la juventud. Miguel Hernández. Jesucristo Riquelme
236 páginas           15 x 22,5 cms.
10,50 euros
Micomicona



Miguel Hernández es un poeta para espíritus jóvenes y
combatientes: un poeta para apasionados del amor, para
emprendedores del trabajo, de la justicia y de la solidaridad,
para idealistas que luchan por hacer, de las utopías de
ayer, los derechos de hoy. Un poeta que alumbra y mueve
conciencias con el don y el látigo de su palabra.
A la obra de arte perfecta exigía el maestro Azorín valor
estético y alcance social. Miguel Hernández añade a
esta simbiosis de lo ético y lo estético, otros méritos que
peculiarizan su obra con un sello muy personal. Hernández,
paradigma de la humanización del arte, escribió siempre
desde las entrañas del pueblo de su “misma leche”: “la
lengua en corazón tengo bañada”, “porque yo empuño el
alma cuando canto… cuanto a penas, cuanto a pobres,
cuanto a tierra se refiere”. En los poemas de Hernández
el lector experimenta una sensación fascinante: se siente
protagonista de lo que lee y se emociona; ante una poesía
de la luz y del asombro, el lector se siente usurpado en su
imaginación o en sus sentimientos: se trata de la mayor
de las identificaciones entre autor, sujeto lírico, situación
poetizada y lector.
Sus poemas –«agricultura viva» en su ambiente y en sus
imágenes–, mezclan lo lírico y lo épico: es la manera de
limar con mayor delicadeza el desgaste del tiempo, de lo
contingente, de lo insustancialmente anecdótico.
Miguel Hernández encarna la dignidad del escritor: es
un poeta-orfebre desde sus inicios, un prestidigitador de
la palabra poética como sublimación de la realidad, un
evocador de emociones del más hondo calado humano y un
virtuoso en el manejo del lenguaje como acción y estilete
para la convivencia social.
El literato que mejor representa el significado cultural de la
II República es, sin duda, Miguel Hernández. Frente a una
situación de precariedad económica, de salarios mínimos,
de incultura generalizada, de marginación y decadencia del
imperio español, de confesionalidad religiosa del Estado,
surge con la República de 1931 una esperanza de progreso y
de reformas. Se plantean las reformas agraria y autonómica,
en una conflictiva España invertebrada; reformas que se
complementan al querer implantar la aconfesionalidad del
Estado y la alfabetización. Miguel Hernández, ciudadano de
humilde extracción, enarbola el ilustrado lema que proclamó
la Institución Libre de Enseñanza, la ILE: «Sólo con Educación
y Cultura se logrará el progreso de los pueblos».
Poeta del amor y la libertad, aliento joven de España,
Hernández es un poeta necesario: rebelde contra una
sociedad inicua, revolucionario contra una sociedad
represora. Por ello, aunque «los grandes poetas no tienen
biografía, sino destino», al decir de Pedro Salinas, a nadie
hoy, con un mínimo de humanidad, puede dejar insensible
la historia de una vida como la del poeta Miguel Hernández
(1910-1942), aquel muchachón de Orihuela que terminó
dedicando su poesía «a la inmensa mayoría».
Paradigma del escritor que hizo poesía de su vida y vida de
su poesía, representa Miguel Hernández el compromiso que
trazó el escritor alemán Bertolt Brecht (1898-1956): «El
arte no es un espejo para reflejar la realidad [–Adiós, papá
Stendhal–], sino un martillo para darle forma». Ésta es la
historia de una superación… «¡La vida me ha hecho poeta!».


Amigo amiga amig@
Muxas grax x tenr ste lbro ntre tus mans. Vs a tenr la oxtunidad d
conocr a uno d ls grands poetas + populars en lengua spanyola. Y vs a
disfrutr sintiendo y aprndiendo sbre la vida y sbre el amor..., y
pasmat, sbre ti y tus sentimentos. Ests ante un usurpador d lo q
sients, pro q usa palabrs convertids n poesia, sin cursileria. Bss. Pásalo

Un poeta a prueba de ley...
Todo lo que no debes ignorar del Miguel Hernández de la generación del 36: estás
ante un joven poeta que emociona, ante un incomprendido como lo puedes haber
sido tú, ante un escritor de talla que quiso humanizar y dignificar la palabra literaria y
el comportamiento humano.
En tus manos tienes la oportunidad de conocer lo elemental y lo trascendente de una
poesía que toca la fibra sensible más de lo que quizás supongas. Miguel Hernández
nos invita, en su viaje vital, a realizar un viaje iniciático por la poesía. ¡Cuántos
empezamos a degustar la poesía con «el muchachón de Orihuela que se vino a vivir a
Madrid»!
En este librito, plagado de ilustraciones y de poemas comentados en su contexto,
podrás adentrarte, a partir de los textos, en una vida plena de amor y de libertad: un
drama, como tantas de nuestras vidas, pero no una tragedia. ¿Por qué? Porque con
personas y artistas del talante de Miguel Hernández se ha progresado hacia la sociedad
del bienestar, porque Hernández es un poeta para espíritus jóvenes y combatientes:
un poeta para apasionados del amor, para emprendedores del trabajo, de la justicia
y de la solidaridad, para idealistas que luchan por hacer, de las utopías de ayer, los
derechos de hoy. Un poeta que alumbra y mueve conciencias con el don y el látigo
de su palabra.
«Sé apasionado, hasta la inteligencia», sentenció José Bergamín, en El cohete y la
estrella
. Éste es un libro que habla de la vida –aunque no te lo creas–, de tu vida.
¿Tienes un par de días para leerlo? Son 75 poemas de Miguel Hernández: léelos para
que no tirite su corazón helado en este tomo...


Con la llamada crisis de comienzos del siglo XXI, se hace más
vigente un poeta del pueblo, un poeta de la revolución.
2017: paso del Ecuador del sesquicentenario de la muerte del poeta
LXXV aniversario. 75 poemas

 

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