La
Librería de El Sueño Igualitario
Un libro de César Roa Llamazares para La
Catarata.
Esta autor, podríamos decir, es un experto en
“ver, tratar, reflexionar y escribir” sobre el Común y los Comunales…
El libro desgrana y reflexiona desde este
entrecomillado: “el siglo XIX fue testigo de un intenso proceso de destrucción
de regímenes comunales agrarios a lo largo de todo el mundo”; y ante ésa
pérdida de lo comunal se produjo una especie de respuesta y/o reacción: “como
reacción a su expolio, diversas plataformas y movimientos políticos
cuestionaron la primacía absoluta de los derechos de propiedad individual en el
campo”
Y aquí aparece el término “populismo”---uufff--. Demasiada gente, a nuestro entender se aglutinan
al calor de esta palabra y/o denominación, veremos a ver porque cada lector,
cada lectora debe valorar sobre esto: “puede denominarse como “populismo
agrario” a unas sensibilidades que enarbolaron la defensa de la propiedad en
común de la tierra y un desarrollo social y económico a partir de bases campesinas.
Para muchos de sus contemporáneos, estas propuestas estaban condenadas al
fracaso. Frecuentemente, se reprochaba a este populismo una idealización de las
comunidades rurales, cuando en realidad hervían en su seno tensiones sociales
muy agudas. Sin embargo, con todas sus limitaciones, sus defensores tuvieron
una intuición correcta y plenamente actual: de Henry George a Joaquín Costa, de
Élisée Reclus a Piotr Kropotkin, de los naródniki rusos a los agraristas mexicanos, desde los más
variados contextos geográficos e históricos, siempre ha sobrevolado la
convicción de que la tierra es un factor limitado, no reproducible ni
comercializable. Y es que como sostiene César Roa, la sabiduría de los
regímenes comunales agrarios ha consistido precisamente en descubrir y atesorar
otras formas de ocupación del territorio, recordándonos lo que compartimos como
especie humana”.
Hay que saber diferenciar entre las
definiciones: http://es.thefreedictionary.com/comunal
https://es.wikipedia.org/wiki/Bien_comunal
http://www.definicionabc.com/general/comunal.php
Lo que nos dice la editorial sobre este libro:
El siglo XIX fue testigo de un intenso proceso
de destrucción de regímenes comunales agrarios a lo largo de todo el mundo.
Como reacción a su expolio, diversas plataformas y movimientos políticos
cuestionaron la primacía absoluta de los derechos de propiedad individual en el
campo. Puede denominarse como “populismo agrario” a unas sensibilidades que
enarbolaron la defensa de la propiedad en común de la tierra y un desarrollo
social y económico a partir de bases campesinas. Para muchos de sus contemporáneos,
estas propuestas estaban condenadas al fracaso. Frecuentemente, se reprochaba a
este populismo una idealización de las comunidades rurales, cuando en realidad
hervían en su seno tensiones sociales muy agudas. Sin embargo, con todas sus
limitaciones, sus defensores tuvieron una intuición correcta y plenamente
actual: de Henry George a Joaquín Costa, de Élisée Reclus a Piotr Kropotkin, de los naródniki rusos
a los agraristas mexicanos, desde los más variados contextos geográficos e
históricos, siempre ha sobrevolado la convicción de que la tierra es un factor
limitado, no reproducible ni comercializable. Y es que como sostiene César Roa,
la sabiduría de los regímenes comunales agrarios ha consistido precisamente en
descubrir y atesorar otras formas de ocupación del territorio, recordándonos lo
que compartimos como especie humana.
El autor, César Roa Llamazares:
César Roa Llamazares
es economista. Autor de La República de Weimar. Manual para destruir
una democracia (2010) e Historias de la lucha por el común.
Bienes comunales, carrera imperialista y socialismo de Estado (1880-1930)
(2016).
El autor ya ha
publicado con La Catarata otros libros:
Historias de la lucha por el
Común.
Bienes comunales, carrera imperialista y socialismo de Estado (1880-1930)
La República de Weimar.
Manual para destruir una democracia
Y nosotros conversamos
con él por su libro Historias de la lucha por el Común:
http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/cesarroa.htm
Cazarabet conversa con César Roa:
-Amigo
César, ¿por qué debemos, debíamos reivindicar esta lucha de la defensa de los
comunales?,
-Principalmente,
porque somos seres muy frágiles y porque no somos capaces de sobrevivir
aisladamente, sino que necesitamos el concurso de los otros. Esta lección la
tenían muy clara las economías que dependían en gran medida de bienes
comunales. Todos sus miembros eran conscientes de que prohibir el paso del
ganado de los vecinos tras las cosechas (lo que se denomina la “derrota de mieses”) o talar los árboles de una ladera tenían
implicaciones muy graves para el resto de la comunidad.
-Porque, primero, hay que reivindicar
aquello que se nos escapa, de alguna manera, de entre los dedos, ¿no?…
-En economía se
suele decir que cuando los bienes presentan “externalidades” se producen
“fallos de mercados”. Traduciendo esta frase incomprensible, la idea de
“externalidades” viene a indicar que hay una serie de acciones realizadas por
agentes económicos (empresas, particulares,…) que afectan a terceros; por
tanto, un contrato entre dos agentes, por muy satisfechos que estén sus
contrayentes, puede acarrear unos costes cuantiosos sobre otras personas que no
han participado en la firma de ese contrato.
Por ejemplo,
supongamos que una compañía maderera decide talar un bosque y sus accionistas
están entusiasmados, porque esa madera está muy cotizada. Obviamente, para
estas partes, todo va bien en el mejor de los mundos posibles. Sin embargo, qué
pasa si ese bosque sirve a los pueblos circundantes de barrera de protección
frente a avalanchas. Pues que en ese caso la iniciativa individual está
haciendo negocio a costa de unas comunidades que no han sido consultadas.
Esta idea, que
es un poco sonrojante por evidente, me temo que no
está tan clara en algunos responsables políticos.
-El género humano, vamos a llamarlo así, es el
único ser vivo tan acaparador que es capaz de revestir de miedo al egoísmo y a
la “sed de posesión” o sea la avaricia…No es capaz de ver que lo
comunal debería estar por encima de lo individual… ¿lo ves así?; ¿qué nos
puedes reflexionar?
-Si me permites,
no me atrevería a decir que lo comunal esté por encima de lo individual.
También hay tradiciones comunitarias que pueden ser muy opresivas.
Sí me sentiría
más cómodo, en cambio, diciendo que lo comunal forma parte del individuo. Ahí
tenemos el lenguaje sin ir más lejos. No nacemos humanos, sino que nos hacemos
humanos en función de lo que podemos aprender de las generaciones que nos
preceden. Desdichados los individuos que se creen que se bastan a sí mismos.
-Incluso a los que tenemos bien claro el valor de
lo común y lo comunal nos cuesta, quizás por estar sumergidos en este
consumismo tan desbocado, entender que en la defensa de lo común está, por
encima de todo, el patrimonio de mostrarse más humano…
-Evidentemente,
no es un problema de preferencias individuales. Nos guste o no estamos inmersos
en un mundo en el que está primando la guerra del todos contra todos y estas
cuestiones de los comunales aparecen como algo incomprensible.
Sería muy bonito
pensar que podemos buscar un lugar un territorio virgen alejado del mundanal
ruido y crear una sociedad perfecta. Pero, las cosas no son así. Lo relevante
es ver qué es lo que podemos hacer dentro de este mundo que nos ha tocado vivir
-Reivindicar todo esto, reivindicar el valor de
lo comunal, ¿nos convierte en populistas?; ¿qué valor, significado y
significante tiene la palabra, populismo para haberla empleado, con tanta
insistencia, en el libro?
-A finales del
siglo XIX, se constituyeron una serie de plataformas intelectuales y políticas
que reivindicaban la importancia de los bienes comunales para el desarrollo
económico y que podríamos englobar bajo el término de “populistas agrarios”.
Joaquín Costa entra de lleno en esta categoría, el estadounidense Henry George,
también. Ya en el plano político, los agraristas mexicanos y, en particular, el
zapatismo de Morelos, surgen como una lucha contra las apropiaciones
fraudulentas de tierra durante el Porfiriato; algo
parecido pasa con los naródniki
rusos. Por supuesto, estamos hablando de autores y grupos muy dispares, pero sí
pueden perfilarse una serie de rasgos comunes.
El primero sería
un cuestionamiento del sistema de propiedad privada en el campo. Los populistas
agrarios, por el contrario, se mostraban más favorables a sistemas agrarios con
una fuerte presencia de bienes comunales. Un segundo rasgo definitorio
consistiría en que los populistas agrarios eran conscientes de que la tierra
era un bien básico y que si su adquisición se dejaba al libre mercado, se
produciría una gran concentración de tierras y unas desigualdades extremas.
Como tercer rasgo del populismo agrario, podemos señalar su convicción de que
se puede acceder a un desarrollo económico sobre bases campesinas. Sin ser
hostiles a la industrialización, todos los populistas agrarios piensan que unas
comunidades agrarias fuertes son la clave del progreso.
Finalmente,
existe un cuarto rasgo que es al mismo tiempo su mayor debilidad. Los
populistas agrarios, máxime si procedían de ambientes urbanos, no podían evitar
una idealización de las comunidades rurales. Y eso era (y es, porque hay mucha
gente que es populista agraria sin saberlo) un error. Sin duda, las iniciativas
de privatizar los comunales habían partido de las ciudades, pero bastantes
miembros de las comunidades atacadas percibieron las ventajas que podía traer
la destrucción de los comunales y se integraron fácilmente en el nuevo orden.
-Ya en tu libro Historias de la lucha por el
común te acercabas a Rusia…un país que durante años “lo comunal” lo puso entre
las garras del Estado…donde tampoco el ciudadano tenía ni la primera ni la
última palabra… ¿Cómo se pasó a defender en ese país “lo comunal”?
-La historia
rusa del siglo XIX no se entiende sin el mir u obschina. En todas las
agriculturas feudales, la tierra no es propiedad de un particular, sino que de
una manera u otra todos los que de ella viven tienen
una serie de obligaciones. Lo verdaderamente peculiar de Rusia es que más que
en ningún otro país europeo persistió un tipo de propiedad comunal por el que
la comunidad campesina (mir)
redistribuía periódicamente las parcelas de tierra a cultivar (nadiel) entre las
familias, imponiendo obligaciones sobre los tipos de cultivos, pues se trataba
de un sistema de rotación de tres hojas en las que se alternaban centeno,
cebada o avena y barbecho.
Para el zarismo,
que ya había quedado bastante escaldado de las revueltas agrarias del siglo
XVII, el mir parecía un mecanismo bastante eficaz
para conseguir la paz social en el campo, aunque al precio de una baja
productividad. Para los reformadores liberales (y por razones distintas para la
socialdemocracia marxista), por el contrario, el mir era un lastre que frustraba a los individuos más emprendedores y,
por tanto, su eliminación favorecería la tan anhelada modernización del campo
ruso.
No obstante, el mir contó con
partidarios dentro de las filas de la izquierda, los llamados populistas rusos
o naródniki.
Para estos últimos, el mir y el régimen comunal que encarnaba no
eran vestigios de un pasado feudal y bárbaro, sino el anticipo de una sociedad
más justa. En otras palabras, para los populistas rusos el mir ya había inculcado unas prácticas de cooperación y solidaridad
entre los campesinos. Por tanto, cabría utilizar estas prácticas para construir
una sociedad más justa y moderna, sin tener que pasar por el individualismo
feroz que había acompañado a las revoluciones industriales de la Europa
Occidental.
Como comentaba
anteriormente, el zarismo no se atrevía a eliminar de un plumazo el mir, a pesar de
la insistencia de los consejeros más liberales. Incluso, con la emancipación de
los siervos en 1861, el zarismo reforzó el mir. Y lo hizo al hacer solidaria
a toda la comunidad en caso de impago de impuesto por parte de algunos de sus
miembros. Aunque pueda parecer paradójico que reformas liberal-burguesas hayan convivido
con instituciones comunitarias (como el mir), en realidad no lo es tanto. El zarismo temía (con muy
buen criterio) que la destrucción del mir azuzase el descontento del campo y/o que provocase una
caída de los ingresos fiscales. Por motivos muy parecidos la propiedad indígena
del Perú post-independiente se mantuvo durante buena parte del siglo XIX, a
pesar de la hegemonía de las doctrinas libre-cambistas.
-Porque, tú amigo, ¿qué entiendes por populismo
para trazar los límites del populismo ruso?
-En este punto
convendría recordar la polémica de Lenin con los populistas rusos. Aunque en el
curso de su vida (sobre todo a partir de finales de 1918) el Lenin maduro
matizó sus opiniones, el joven Lenin fue un crítico muy acerbo del mir. Lenin reprochaba a los populistas que idealizasen las
comunidades rurales y que se negasen a ver las desigualdades que se estaban
produciendo en su seno.
En honor a la
verdad, a pesar de la dureza de la polémica, hay que reconocer que Lenin apuntó
a una debilidad estructural del populismo ruso. El mir y las familias que lo
componían no formaban una arcadia feliz, pues los más jóvenes y las mujeres
estaban absolutamente sometidos a los
patriarcas.
Sin embargo, a
pesar de los pronósticos de Lenin, el mir persistió. Por
otra parte, el cambio generacional hacia 1905 vino acompañado por el éxito de
la divulgación de la literatura y organizaciones socialistas entre la clase
obrera de las ciudades. Irónicamente, mucho de los nuevos reclutas al
socialismo eran jóvenes campesinos, cuya comunidad les había encomendado
emigrar a la ciudad durante el invierno y, cuando volvían al pueblo, empezaban
a cuestionar la autoridad de la iglesia, los patriarcas y el Estado, lo que
tendría consecuencias durante la revolución de 1917.
-Y es que desde la Revolución Rusa a su manera se
cargaron “lo comunal”. O sea, que el individuo estuviese en constante
interacción con que, por ejemplo, las tierras fuesen de todos y que todos
decidiesen sobre ellas…se dinamitó de manera diferente a como lo hacían los
países capitalistas, pero se dinamitó de manera que el resurgimiento de “lo
comunal” y de su defensa es harto imposible o casi imposible, ¿cómo lo ves?
-El economista
neoliberal Friedrich Hayek,
un espíritu sublime, sublimemente limitado, decía que la solidaridad era un
“atavismo primitivo”. En cierto sentido, podemos darle la razón. A veces las
sociedades “primitivas” son más lúcidas que las “avanzadas” y son capaces de
ver cómo la supervivencia de uno depende fundamentalmente del resto del grupo. Quizá
el mayor reproche que se pueda hacer al consumismo desaforado sea que inculca
el delirio de que no necesitamos para nada a nuestros semejantes. Debemos
aprender algo más de las comunidades campesinas no para retornar a un pasado
inexistente, sino para pensar en cómo trasladar prácticas comunales a
sociedades urbanizadas
-Dictaduras de Estado o Dictaduras del
neoliberalismo o del neocapitalismo, dos carcomas ante “lo comunal”. ¿Cómo
combatirlas ahora si las tenemos identificadas?
-Aquí no puedo
contenerme y tengo que citar a uno de mis héroes, el historiador ruso Viktor Petrovich Danilov. Danilov era una de esos
jóvenes veteranos que habían derrotado a Hitler y que creían que la victoria
sobre el nazismo iniciaba una nueva
etapa en la Unión Soviética, en la que finalmente se materializarían los
ideales socialistas por los que él y tantos compañeros habían combatido. El
compromiso de Danilov se orientó hacia la
historiografía y en concreto hacia el campo y los sistemas agrarios comunales. Danilov, hijo y nieto de campesinos, intentó estudiar la
historia de la agricultura soviética. El curso de sus investigaciones le llevó
a realzar el papel de la propiedad comunal en el estallido de la revolución de
1917, lo que le sirvió de base para plantear la cuestión de si la Unión
Soviética hubiera podido seguir otra vía de desarrollo distinta a la trazada
por Stalin a partir de 1928
Desgraciadamente,
el rigor intelectual y la integridad de Danilov no
tardarían en colisionar con unas autoridades políticas que no estaban
dispuestas a que se cuestionasen aspectos tan conflictivos del pasado como la
colectivización de la agricultura de los años 1930. Así pues, Danilov se encontró con un sinfín de trabas en sus
investigaciones historiográficas. Y en la era Brerzhnev,
su carrera se vio paralizada por restricciones y mezquindades.
Con la llegada
de Gorbachov, Danilov disfrutó de un respiro para
profundizar sus investigaciones y, por otra parte, volvió a sentir confianza en
el futuro de su país. Pero, el hundimiento de la Unión Soviética y la irrupción
de un capitalismo mafioso en Rusia frustraron sus anhelos, al mismo tiempo que
su obra volvió a toparse con la misma incomprensión y hostilidad que había
generado en las décadas precedentes, aunque esta vez por parte de los nuevos
amos neoliberales.
Una vez, ya en
los años 1990 fue invitado a una reunión con representantes políticos sobre
el futuro de la agricultura rusa. A raíz de su intervención, alguien le
preguntó,
-
Pero, entonces,
profesor Danilov, Vd. está en contra de la
privatización de la tierra
-
En efecto, lo estoy
Y no le volvieron a llamar más.
Dictaduras de Estado o de
neoliberalismo, el problema es cuando los gobernantes (o sus consejeros
áulicos) creen haber dado con la clave de la historia, es decir, cuando creen
haber encontrado una ley que explica los movimientos de los seres humanos y,
por tanto, erigen un orden legal en función de las presuntas leyes de las que
son sus guardianes e intérpretes. Nunca conviene olvidar de que si bien es
verdad que las personas podemos ser estudiadas como ratas de laboratorio, a
diferencia de las ratas aspiramos a vivir en un orden que no se nos imponga
desde arriba, sino en el que sintamos que también hemos contribuido a su
constitución
-Y
en ese período de entreguerras del que hablas, ¿cómo calificarías al Estado de
Salud de “lo comunal”?
Las décadas de 1920 y 1930 por lo
menos en la Europa Occidental fueron un mal período para lo comunal. Hay
parciales excepciones como el socialismo escandinavo o el francés, pero
generalmente se pudo establecer una alianza entre grandes y pequeñas
explotaciones que, por un lado, aceleró la expansión del individualismo en el
campo, y, por otro, constituyó la base de regímenes autoritarios y fascistas.
-Si
lo pequeño—las pequeñas explotaciones--, a veces cultivadas por las manos de un
agricultor que sí tiene verdadera mentalidad de lo comunal, quizás casi ni lo
sepa---no sé si me explico—ha logrado mal que bien sobrevivir, pero ¿a costa de
qué?; ¿por qué?.
-No conviene olvidar que en Europa
actualmente la población dedicada a la agricultura no llega a un 5%. La pequeña
propiedad agraria, que se convirtió en la fórmula de la democracia cristiana
para frenar al socialismo, ha tendido a sobrevivir o bien mediante un
proteccionismo agrario muy fuerte o bien mediante una intervención pública muy
notable
-¿Le
conviene al capitalismo vencer a lo comunal teniendo pequeñas explotaciones a
merced del yugo de las subvenciones; yugo que es una manera de control?
-A pesar de toda la propaganda a
favor de los méritos las pequeñas propiedades agrarias, éstas no han sido nunca
la garantía de independencia y autonomía; pues en una agricultura altamente
tecnificada, las explotaciones agrarias necesitan insumos industriales
(piensos, abonos, pesticidas) y eso significa capital y, a la postre,
endeudamiento. Con el reforzamiento de los derechos de la propiedad
intelectual, se han diseñado mecanismos que permiten una explotación más
despiadada de los pequeños agricultores a manos de las compañías que disfrutan
de las patentes de las semillas.
-La
industrialización del campo con la llegada, por ejemplo de los tractores, ha
llevado, también a colapsar al pequeño agricultor, a sus campos, la salud de
los mismos….porque , por poner un ejemplo, hay
demasiados tractores operando a los que ni se les saca partido ni nada…con lo
fácil que sería compartir maquinaria…pero claro entonces se venden menos
tractores y la rueda del consumismo se tambalea… Y se empieza por compartir maquinarias y demás , consumiendo y comprando menos, y acabamos por hacer
comunales y eso no conviene…
-Relacionado con tus anteriores
preguntas, me gustaría apuntar que el problema de las pequeñas explotaciones
tiene que ver con el problema de la agricultura en general. Hasta bien avanzado
el siglo XIX, la agricultura era el único sector que aportaba más energía que
la que recibía. Sin embargo, a lo largo de todo el siglo XX todo eso cambió y
actualmente la actividad agraria absorbe más energía (en forma de combustibles
fósiles) de la que aporta.
Dudo mucho que eso sea sostenible a
escala global. Así pues, cuestionando la privatización de los comunales,
cuestionamos también el modelo de desarrollo que se ha adoptado y por supuesto,
las formas de apropiación y gestión del territorio. Como ya he comentado
anteriormente, creo que es interesante el estudio de las prácticas agrarias
comunales, porque pueden servirnos para reflexionar sobre qué es lo que sus
defensores querrían evitar y cómo podemos continuar nosotros ese esfuerzo
-Pero,
claro, desde ya la escuela o la enseñanza nos embuten que eso “no
enriquece”. Verdaderamente, ¿qué papel juega la enseñanza en todo esto? (me
refiero que desde la enseñanza se incentiva al “emprendedor individualista”)
-Yo no soy un experto en enseñanza.
Aunque como krausista que en el fondo soy, no puedo evitar opinar sobre la
pregunta que planteas. En efecto, es una catástrofe que se convierta a las
escuelas en unos centros para adquirir las destrezas de “emprendedor” o para
aprobar un tipo de exámenes y que todo lo que no entre en estas dos categorías
sea despreciado olímpicamente. La escuela debería fomentar una curiosidad y una
apertura al mundo y a las personas y eso
pasa por enseñar saberes no rentables, pero fundamentales para el desarrollo de
la sensibilidad.
25411
La defensa de los
comunales. César Roa
Llamazares
112 páginas 13,5 x 21 cms.
13.00 euros
La Catarata
El siglo XIX fue testigo de un
intenso proceso de destrucción de regímenes comunales agrarios a lo largo de
todo el mundo. Como reacción a su expolio, diversas plataformas y movimientos
políticos cuestionaron la primacía absoluta de los derechos de propiedad
individual en el campo. Puede denominarse como “populismo agrario” a unas
sensibilidades que enarbolaron la defensa de la propiedad en común de la tierra
y un desarrollo social y económico a partir de bases campesinas. Para muchos de
sus contemporáneos, estas propuestas estaban condenadas al fracaso.
Frecuentemente, se reprochaba a este populismo una idealización de las
comunidades rurales, cuando en realidad hervían en su seno tensiones sociales
muy agudas. Sin embargo, con todas sus limitaciones, sus defensores tuvieron
una intuición correcta y plenamente actual: de Henry George a Joaquín Costa, de
Élisée Reclus a Piotr Kropotkin, de los naródniki rusos a los agraristas mexicanos, desde los más
variados contextos geográficos e históricos, siempre ha sobrevolado la
convicción de que la tierra es un factor limitado, no reproducible ni
comercializable. Y es que como sostiene César Roa, la sabiduría de los
regímenes comunales agrarios ha consistido precisamente en descubrir y atesorar
otras formas de ocupación del territorio, recordándonos lo que compartimos como
especie humana.
César Roa Llamazares es economista. Autor de La República de Weimar.
Manual para destruir una democracia (2010) e Historias de la lucha por
el común. Bienes comunales, carrera imperialista y socialismo de Estado
(1880-1930) (2016).
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