Cazarabet conversa con... Xavier Caixal i Baldrich, traductor del libro “La nit de l’esvàstica” de Katharine Burdekin (Duna Llibres)
Duna Llibres edita esta distopía que clama ante y contra los imperios
y que es un clamor antifascista.
Un libro que
nos hace mucha falta, desde la lectura, hoy.
Cuenta con la
traducción de Xavier Caixal i Baldrich.
Se trata de
una distopía que se ha ido, en los últimos tiempos haciendo un lugar en la
literatura, pero en concreto y para que no quede ninguna dudad, ¿qué es una
distopía o construir una sociedad en una distopía, aunque sea imaginaria?, sociedad imaginaria bajo un poder
totalitario o una ideología determinada, según la concepción de un autor
determinado, que sería lo opuesto a la utopía
La sinopsis
del libro:
«Hermann,
pienso destruir vuestro imperio.» Han pasado más de setecientos años desde el
final de la Guerra de los Veinte Años y el mundo está bajo control de Alemania
y Japón, dos potencias fascistas. En este nuevo orden mundial, las mujeres
viven en barrios segregados que funcionan como granjas de reproducción. Alfred,
un inglés, se reencuentra en Alemania con Hermann, un campesino nazi
analfabeto. El azar hará que se crucen con el Caballero Von
Hess, con quien mantendrán unas conversaciones clandestinas que encenderán la
chispa de la revuelta contra el régimen nazi.
Katharine Burdekin escribió
esta distopía antiimperialista y antifascista en 1937 anticipándose a una
Segunda Guerra Mundial que podían ganar los nazis. Es un texto fundamental para
la ficción especulativa y una denuncia desacomplejada del vínculo indisociable
entre el machismo y la extrema derecha. Así mismo, se avanzó a autores como
George Orwell o Margaret Atwood y en las temáticas que les hicieron famosos. Burdekin alerta sobre los peligros de la destrucción de la
memoria histórica, del control social y de la segregación o de las
consecuencias del fascismo y el autoritarismo sobre las personas, la educación
y la cultura.
La autora, Katharine Burdekin (Spondon, 1896 – Suffolk, 1963) fue una escritora británica
de ciencia-ficción que planteaba mundos alternativos desde el feminismo.
Después de
que su familia le negase una educación superior, durante la Primera Guerra
Mundial trabajó de enfermera. En los años veinte inició el oficio de escribir,
y produjo numerosas novelas, la más conocida de las cuales fue The Rebel Passion (1929). En 1934 empezó a utilizar el
pseudónimo Murray Constantine para expresar
abiertamente su antifascismo. Aquel mismo año publicó Proud
Man, un libro futurista en que una persona hermafrodita critica los roles
de género de los años treinta. En 1937 publicó su novela más importante, La
noche de la esvástica, un análisis de la figura masculina en el
fascismo. Más adelante continuó escribiendo obras sobre la Segunda Guerra
Mundial y sobre la igualdad de género. Su última obra, The
End of This
Day’s Business, se publicó de forma póstuma en
1989.
Cazarabet conversa con Xavier Caixal i Baldrich:
-Amigo Xavier, ¿cómo es el papel
de un traductor en una obra como esta que yo la percibo como una obra
adelantada a su tiempo, tanto por la intencionalidad de la autora como por el
propio contenido y la manera que tiene de contar la historia, de escribir…?
-Hola. Estoy
completamente de acuerdo, es una obra adelantada a su tiempo, pero, al mismo
tiempo, tenía plena actualidad en el momento en que se escribió, y la continúa
teniendo hoy en día, porque, aunque las circunstancias sean diferentes, en el
fondo no lo son tanto. Esto convierte la tarea de traducirla en todo un reto y,
a su vez, en una responsabilidad. Burdekin alertaba
de las consecuencias del auge del fascismo, prestando especial atención a las
repercusiones sobre las mujeres. A menudo recurre sutilmente al sarcasmo para
evidenciar la absurdidad de la ideología nazi. Mi papel como traductor consiste
en transmitir su mensaje de la misma manera, sin modificar su estilo. Sin que
el lector se dé cuenta, van apareciendo palabras y expresiones sin importancia
aparente que adquirirán relevancia mucho más adelante. Os pondré un ejemplo: la
palabra «patrón» aparece al final del tercer capítulo en una frase un poco
enigmática, que parece fuera de lugar, para volver a aparecer capítulos más
tarde con toda su relevancia y concreción. A menudo juega con el significado de
las palabras y locuciones para que, como mínimo, queden en el subconsciente del
lector, funcionando a modo de preámbulo, haciéndolas aparecer mucho más tarde
con su pleno significado e importancia. Descubrir esos «preámbulos» y
trasladarlos a la traducción ha sido uno de los retos que he tenido que
afrontar, aunque muchas veces el lector pueda no ser consciente de su
presencia.
Por lo que
respecta al contenido en sí, sorprende que fuera escrita hace tanto tiempo
porque los temas que trata son totalmente vigentes en la actualidad. Por eso he
considerado la traducción como una responsabilidad, ya que he visto la
necesidad de recuperar y transmitir sus argumentos, siendo siempre fiel a su
estilo, eso sí; no ha hecho falta adaptarlo, pues, a diferencia de otras
novelas suyas, es perfectamente leíble en el presente.
-Ponerse, como traductor, dentro del
mundo de las distopías que, bien, ahora se llevan mucho literariamente
hablando, pero esta tiene muchos más años---lo que quiero decir es que hace
muchos años que está escrita--, ¿qué tiene de particular, quizás teniendo en
cuenta que fue escrito antes de la II
Guerra Mundial –período histórico que marcó un antes y un después --- y por la
pluma de una mujer—teniendo en cuenta que a estas les era mucho más difícil todo-- y el escribir también y ya no te digo, me da,
que escribir tramas en los que la distopía está en el centro?
-El hecho de que se trate de una distopía, para mí solo
tiene de particular el contexto. Como en cualquier novela, el traductor tiene
que ubicarse imaginariamente en el contexto e identificarse con los personajes,
con todos ellos por separado, para poder entenderlos y que se expresen
adecuadamente. Es parecido a lo que se supone que hace el autor para
desarrollar la novela. El traductor tiene que ser «invisible» para el lector,
es decir, no se tiene que notar que se trata de una traducción, sino que el lector
ha de tener la sensación de que está leyendo un original.
Por otro
lado, que la haya escrito una mujer es un aspecto diferenciador muy importante
a tener en cuenta en el proceso de traducción, sobre todo por el carácter
feminista de la novela. Es necesario ponerse en la piel no solo de los
personajes, sino también en la de la autora, e intentar sentir lo que ella
debería sentir cuando escribía; mantener el mismo tono sin acentuarlo ni
mermarlo. Es muy importante reflejar las explicaciones y puntos de vista que
aparecen en el texto desde la misma perspectiva que ella. También hay detalles
intencionados que no se deben obviar, por ejemplo, la repetición aparentemente
excesiva de la palabra «hombre»; a menudo es totalmente innecesaria para
entender el texto correctamente, pero Burdekin
pretende, supongo, recordarnos constantemente que las mujeres no son nada en el
mundo que está describiendo, que la realidad en que viven los personajes de la
novela es una sociedad exclusivamente masculina, y por lo tanto es muy
importante no suprimirla en ningún caso, aunque a menudo sea una redundancia.
Por otro
lado, no creo que por el hecho de ser mujer le fuera difícil escribir una
distopía en su época, aunque fuera antifascista. Es más, Burdekin
tenía una visión privilegiada sobre el tema, pues su muy buena amiga Margaret
Goldsmith estuvo casada con el periodista británico de origen alemán Frederick Voigt, que fue corresponsal diplomático de The Manchester Guardian en Berlín durante los
años veinte y principios de los treinta. Después, Voigt
continuó manteniendo contacto con su red de informadores confidenciales desde
Inglaterra, y se le consideraba una de las pocas fuentes fiables de información
sobre lo que realmente estaba ocurriendo en Alemania bajo el régimen nazi. Su
conocimiento era tal que, una vez empezada la guerra, abandonó el periódico para
unirse al departamento de guerra psicológica del gobierno británico. La
correspondencia que Burdekin mantuvo con su amiga
Goldsmith, mientras esta estaba en Alemania con su marido, y sus conversaciones
posteriores contribuyeron para que tuviera un conocimiento a fondo sobre el
ascenso del fascismo, que plasmó literariamente en La noche de la esvástica.
Es verdad que
Burdekin firmó esta novela, junto con otras de
carácter también antifascista, con un pseudónimo masculino, Murray Constantine. Hay que tener presente que antes de acercarse
a esta temática había escrito novelas feministas bajo su nombre real. La noche de la esvástica dejó de
publicarse en 1940, junto con muchas otras obras, para no desmoralizar a los
lectores una vez empezada la Segunda Guerra Mundial. No se volvió a publicar
hasta 1984, unos veinte años después de su muerte, de manos de Daphne Patai, de la Universidad de Massachusetts, que consiguió
saber quién se ocultaba bajo ese pseudónimo para reeditarla con el nombre real
de la autora, como explica la misma Patai en el
epílogo de la novela. En su ensayo Imagining
Reality: The Utopian Fiction of Katharine Burdekin,
Patai nos cuenta que descendientes de Katharine Burdekin le explicaron
que ocultó su nombre real con la esperanza de proteger mínimamente a su familia
en caso de que Alemania invadiera Inglaterra. Este parece ser, pues, el único
motivo que la llevó a esconder su identidad; pero no le supieron decir por qué
el pseudónimo que escogió fue masculino.
-Amigo Xavier, ¿qué tiene de
particular el estilo, la forma de manejar la situación de situaciones de
Katherine Burdekin?
-Podríamos
decir que Burdekin «no da puntada sin hilo».
Prácticamente todo lo que dice, por muy banal que pueda parecer en un primer
momento, vuelve a aparecer más adelante con toda su plenitud. En algunas de
esas ocasiones utiliza un verbo que no significa lo que aparenta a primera
vista, sino que lo utiliza con un significado poco usual donde normalmente se
usaría otro verbo más corriente; más adelante ese verbo aparece repetidas veces
ya en su contexto habitual, en «disertaciones» clave, por ejemplo. No siempre
me ha sido posible mantener ese juego léxico, por la dificultad de encontrar un
verbo equivalente que tuviera los dos significados. Cuando lo he conseguido he
necesitado cambiar las frases originales, pero, claro está, sin cambiar el
significado original; como dijo Günter Grass, «La traducción es aquello que lo
cambia todo para no cambiar nada».
Otro detalle
particular de Burdekin es su uso de la cursiva. En
inglés es mucho más habitual que en castellano utilizar la cursiva para
expresar énfasis, pero ella lo utiliza mucho más de lo que podríamos considerar
normal en la literatura anglosajona. He mantenido todas las cursivas originales,
pero no siempre ha sido fácil, pues las estructuras de las frases son,
evidentemente, diferentes. Con el fin de asegurarme de que ponía en cursiva la
palabra adecuada, leía en voz alta la frase entera para así encontrar el
énfasis adecuado en castellano que fuera equivalente al original.
Tengo que
puntualizar que ella no puso en cursiva las palabras y frases que están en
alemán, pero creímos oportuno que en la traducción también tenían que estar en
cursiva.
-Además sus
distopías, poco a poco, de una forma u otra van cobrando forma real. Pasan de
ser “ciencia-ficción” a ser “algo que pasa”. ¿Qué nos puedes decir?
-Hace tiempo
leí que Margaret Atwood decía que ella no consideraba que sus novelas fueran
ciencia-ficción, sino más bien ficción-especulativa, una proyección de
realidades en el futuro, especulando como podrían desarrollarse. Eso es
precisamente lo que hace Burdekin, construye una
realidad probable dentro de un mundo de ficción. Y esa realidad es fácilmente
reconocible para el lector actual, quizás más que para el de su época.
-Te decía
antes que me parece que es una adelantada a su tiempo, pero ¿en qué
“intensidad” lo es en el ejercicio de la escritura más allá de plantear estas
distopías?
-Probablemente,
el aspecto más destacado de la escritura de Burdekin
es su capacidad de explicar y analizar los «errores» de la humanidad, los
cuales la han llevado a la situación prebélica de su momento, y las
consecuencias de estos si no se subsanan. A diferencia de la mayoría de
distopías, La noche de la esvástica tiene un toque utópico,
esperanzador; para ella, no todo está perdido, y su estilo narrativo es
primordial para mostrar esta idea.
- ¿Su texto,
lo podríamos definir, como contestatario, feminista, como el de años después
nos ofrece, muy paralelamente, Margaret Atwood con El cuento de la criada? -Es
también antibelicista y, por tanto, antiimperialista porque en aquellos días,
como ahora, una cosa comportaba lo otro, pero siendo inglesa tiene mucho mérito
escribir una obra antiimperialista y antibelicista
-Pues sí,
tiene mucho mérito haber escrito una obra antiimperialista y antibelicista en
la Inglaterra de aquella época, una nación completamente imperialista que
vislumbra una guerra inevitable en un horizonte próximo. En este sentido es una
novela que choca contra la mentalidad dominante en su país.
Vuestra
comparación con El cuento de la criada es, para mí, muy acertada, porque
fue gracias a esta novela que descubrí La noche de la esvástica. Poco
después de haberme leído la novela de Margaret Atwood tuvo lugar en la
biblioteca de mi ciudad un club de lectura sobre ella, en inglés, que es la
lengua en que la había leído. La coordinadora del club comentó que la novela
estaba parcialmente inspirada en una novela que seguramente no conocíamos de
una autora que seguramente tampoco conocíamos: Katharine
Burdekin y su Swastika
Night. Esa misma noche investigué sobre ambas y
me di cuenta de la importancia de esta novela y la necesidad de traducirla.
Al igual que
Atwood, Burdekin proyecta una mirada crítica y
claramente feminista de la sociedad. Además, fue pionera en considerar el
género como una cuestión política. Así pues, sus escritos eran inusuales para
su época y no tenían cabida en la crítica estándar de entonces, mientras que
hoy en día está considerada como una precursora. Un problema que no tuvo
Margaret Atwood con su novela.
-Se adelanta
a la contestación ante el fascismo que ya estaba sembrado en Europa, quizás ya
se temía lo peor, ¿no? y lo peor llegó...
-Evidentemente,
prueba de ello es el motivo por el cual decidió escribir con pseudónimo, que he
explicado antes. Y llegó. Menos mal que no acertó el final, aunque no sé yo si
dentro de setecientos años se podrá continuar diciendo lo mismo, visto cómo evoluciona
el mundo en que vivimos.
-Creo que, si viviese los tiempos
de ahora, de alguna manera, también se adelantaría, ¿qué nos puedes decir?. Los autoritarismos le repelen y los supremacistas,
también…puede que en esto se asemeje mucho en contenidos e intencionalidad a
George Orwell, ¿qué nos puedes decir?
-Es difícil
saberlo, evidentemente, pero no me extrañaría. Y sí, se asemeja mucho a Orwell;
Patay lo comenta ampliamente en el epílogo. Es más, considera que Orwell no
solo se inspiró con La noche de la esvástica para escribir 1984,
sino que copió algunos puntos clave de la novela. Patay critica, además, que
Orwell siempre evitara cuestionar la ideología de género, mientras que Burdekin hace una crítica rotunda de los peligros de la
supremacía masculina.
-¿Cuesta mucho de traducir esta escritora; te ha
dado mucho trabajo?-¿Qué características
tiene a la hora de escribir y en su expresión escrita qué es lo más fácil y lo
más difícil a la hora de trabajar ,como traductora, a esta escritora? ¿En qué es más fácil, como
traductora de realizar tu trabajo esta escritora y en qué más difícil? ¿De su
estilo, qué destacarías; qué te ha sorprendido?
-Lo más
complicado ha sido reconocer las palabras y expresiones que se repetían,
intencionadamente, en diferentes puntos alejados entre sí de la novela. Bueno,
más que reconocerlos, lo complicado ha sido conservar esas repeticiones en la
traducción, como ya he comentado anteriormente.
También ha
sido difícil mantener el tono de cada uno de los tres personajes principales:
uno es culto, de la élite dominante y alemán que sabe hablar inglés a la
perfección; otro es un nazi que no sabe leer porque no le hace falta y es un
fiel esbirro del régimen, y además sabe inglés «por accidente»; y, finalmente,
un inglés, pueblo subyugado, que sabe leer y hablar alemán. Esta mezcla de
clases sociales, niveles culturales y pericia lingüística ha sido para mí todo
un reto.
Lo que más me
ha sorprendido es su capacidad de análisis del comportamiento humano, y la
cantidad de hechos históricos que le sirven como inspiración, los cuales no
menciona pero que con una lectura atenta, si se es
conocedor de la historia de Inglaterra, se pueden reconocer fácilmente.
-¿Te has tenido que documentar para la
realización de esta traducción, pero en qué y cómo lo has hecho, siempre
teniendo en cuenta la temática de la narrativa y el hecho de que se trata de
una distopía? -¿Cómo es el proceso de documentación de
los traductores?; ¿cómo ha sido en esta ocasión?
-Pues sí, me
he tenido que documentar. El proceso de documentación dependerá del texto
objeto de la traducción a realizar. Se trata de investigar sobre cualquier
detalle de la novela que nos pueda ayudar a profundizar en la trama. La
curiosidad del traductor es primordial para ponerse a investigar. En esta
ocasión he encontrado muchos paralelismos con la historia de Inglaterra que me
han ayudado a ver la intencionalidad de la autora. Por ejemplo, he buscado
imágenes de la estatua del rey Alfred el Grande para que la traducción de su
descripción no tuviera errores. Este rey expulsó a los vikingos de Londres y
fue el primero en autollamarse rey de los
anglosajones, es decir, podríamos decir que, en cierta manera, empezó la
historia de Inglaterra propiamente dicha, lo cual es también el propósito de
los protagonistas. No es de extrañar, pues, que Alfred sea el nombre del
protagonista principal.
Otro ejemplo
son los dos versos de la canción sobre la isla de Skye.
Quise saber de qué canción se trataba, si existía, y la sorpresa fue mayúscula:
es una canción popular escocesa, The Skye Boat Song,
que recuerda la huida del príncipe
Carlos Eduardo Estuardo a la Isla de Skye después de
su derrota en la Batalla de Culloden en 1746, la
batalla definitiva del levantamiento jacobita contra el rey Jorge II de Gran
Bretaña, de la casa Hannover, último rey nacido fuera del país, concretamente
en Alemania. El paralelismo con el personaje de la novela que se desplaza a esa
isla es evidente, pero lo dejo ahí.
Un último ejemplo, la canción revolucionaria que canta Alfred
tiene resonancias con el himno del Reino Unido, God
Save the King/Queen,
que inevitablemente se pierden en la traducción. Pues resulta que se trata de
una adaptación que hace Burdekin para la novela de
las versiones apócrifas de ese himno que hicieron los jacobitas como crítica al
rey Jorge II y respuesta a la canción que se había creado a su favor, la cual
terminaría siendo el himno de la nación. Por cierto, el himno fue musicado, aparentemente,
por el alemán Händel, un hecho que también queda
reflejado en la novela, aunque sin que aparezca su nombre.
Podría extenderme mucho más con ejemplos, pero dejaré que el
lector que esté interesado pueda hacer sus propias pesquisas.
-Normalmente, amigo Xavier, ¿veis
vuestro trabajo de traductores, compensado… os sentís compensados por el
colectivo de lectores?
-Solo puedo
hablar de mi experiencia particular y, la verdad, todos los comentarios que he
visto o recibido han sido para mí muy satisfactorios. Participé como invitado
en un club de lectura sobre la novela, y una de las participantes me comentó
que, a diferencia de otras novelas que había leído, al leer esta no se notaba
que fuera una traducción, sino que parecía un original. Un comentario muy
halagador, ya que confirma que conseguí el propósito de «invisibilidad» del
traductor que he comentado anteriormente.
Y, está
claro, que desde Cazarabet hayáis decidido hacerme esta entrevista es una
muestra más de esa compensación por la que me preguntáis. Os estoy muy
agradecido.
-Cuando una
persona se dedica a la traducción, ¿a qué se condena para bien y para mal?
¿Cómo es el día a día en el trabajo de un traductor? Trabajo que requiere,
además de una metodología exigente, ¿verdad?
-Visto desde
fuera puede parecer una condena, pero para quien disfruta traduciendo, es un
placer. La rutina diaria es de dedicación exclusiva a la obra, incluso cuando
no estás traduciendo tienes en la cabeza frases o expresiones en las que estás
pensando cómo traducir o cómo puedes mejorar. Para mí, es muy importante tener
como mínimo una semana sin tener otra cosa que hacer o en que pensar y, a ser
posible, mucho más tiempo, porque si dejo de lado la traducción
momentáneamente, luego me cuesta al menos un par de días volverme a
«enganchar», es decir, a entrar de lleno en el espíritu de lo que estoy
traduciendo.
-¿Un traductor se especializa en temas y en
determinadas plumas?, ¿cómo ha sido en el caso de La noche de la esvástica?
-Va muy bien
poder traducir obras de la misma temática o de la misma autoría, pero es una
suerte poderlo hacer. Conocer previamente la temática que se trata, en el caso
de los ensayos, o el estilo del escritor o escritora, en el caso de las
novelas, es una gran ventaja y facilita bastante el trabajo. La noche de la
esvástica ha sido la primera novela que he traducido, por lo tanto no ha sido el caso, pero anteriormente traduje dos
libros de ensayo del mismo autor, John Zerzan, y la
segunda traducción se vio claramente beneficiada por mi experiencia previa con
su obra.
-Háblanos de
la relación con los editores porque son ellos los que te contratan, ¿no?
-Sí, claro.
Básicamente se pueden dar dos casos, que una editorial te dé una obra para
traducir, o que seas tú quien presente una propuesta a una editorial. En el
caso que nos ocupa fui yo quien presenté el proyecto de traducción de La
noche de la esvástica, que fue aceptado por la editorial. Una vez
presentada la obra, la editorial la deriva a uno o dos correctores, normalmente
dos, y la devuelve al traductor con correcciones, modificaciones y comentarios.
Es entonces cuando empieza el diálogo entre el traductor, aceptando o no el
trabajo de los correctores, comentándolo o defendiendo mi postura, según el
caso, y llegando a acuerdos. El proceso ha sido bastante fluido y enriquecedor
para todos, y para la novela también. Ha habido algunas cosas que se han suprimido
muy a pesar mío, pero con otras ha sido a la inversa.
-Explicadnos
todos o todas sois en su mayoría filólogos, ¿no?, o eso era más antes y hoy ya
hay muchos profesionales que salen de escuelas de traducción, ¿cuál es el
perfil de las y los que se dedican a la traducción?
-No
necesariamente somos filólogos. Yo, por ejemplo, no lo soy, pero sí he cursado
el grado universitario de Traducción e Interpretación. Este grado, además de
muchas asignaturas específicas de traducción, incluye algunas asignaturas que
coinciden con los grados de Filología de las lenguas aplicadas, en mi caso,
inglés, catalán y español. Conocer bien una lengua no es suficiente para
traducir, se tienen que conocer bien las dos lenguas involucradas. Y no solo
eso, se tiene que ser hábil al hacer las correspondencias, porque traducir no
implica exclusivamente decir lo mismo que dice el texto original, sino que lo
que diga la traducción produzca sobre el lector las mismas sensaciones que
produce sobre el lector en la lengua original. Considero que ser filólogo ayuda
a un traductor, pero es insuficiente, sobre todo para la traducción literaria.
-¿Qué manías tienes como traductor porque me da
que es un oficio, casi artesanal, que requiere de minuciosidad, de cierta
disciplina…. ?
-Sí, es así.
Me autoexijo perseverancia en la tarea que tengo entre manos; por ejemplo, a
veces me digo a mí mismo que cenaré cuando termine el párrafo que estoy
traduciendo, y pasan un par de horas y varios párrafos sin darme cuenta.
Como manías
podría destacar un par. Una sería que pocas veces me doy por satisfecho con la
primera traducción que me viene a la cabeza: ¿enlaza bien dentro del párrafo, o
de la novela incluso?, ¿tiene el tono adecuado?, etc. Los diccionarios de
sinónimos a menudo sacan humo conmigo, buscando sinónimos de la palabra en
inglés y luego sinónimos de las traducciones de algunos de ellos al catalán y
al castellano, y más. A veces, termino con la primera palabra que pensé, pero
esas veces son pocas, pues tengo que encontrar el ritmo adecuado que imite al
original.
Otra manía
podría ser que tiendo a profundizar en la fuente de inspiración de la autora.
Con conocerla probablemente sería suficiente, pero me empeño en documentarme a
fondo para poder sentirme lo más próximo posible a como se sentía la autora al
escribir. Es un método muy enriquecedor, y estoy convencido que la traducción
sale beneficiada de trabajar así.
-¿Por qué, Xavier, el trabajo de traductor es
mucho más que “traducir” tal como lo entendemos… requiere mucho más de lo que
aparentemente se ve, aunque quedéis en un segundo o tercer plano…?
-Aparentemente,
cualquiera que tenga un buen nivel de un idioma extranjero puede traducirlo,
pero, como muy bien decís, no se trata simplemente de traducir. Una frase bien
traducida individualmente puede quedar sin un sentido lógico dentro de un
párrafo, y ese párrafo tiene que ser coherente con el capítulo y, por
extensión, con la novela. Siempre hay que tener presente la globalidad de la
obra que se está traduciendo.
Para
conseguir una traducción satisfactoria es necesario «entrar» dentro del
espíritu de la novela, y para ello son necesarias unas cuantas estrategias que
van más allá de la que es la traducción en sí, algunas de las cuales he ido
comentando a lo largo de la conversación: investigar bien sobre cualquier
fuente de inspiración que intuyamos, identificar las estrategias narrativas y
lingüísticas y adaptarlas en la medida de lo posible, etc. Todo en aras de
provocar en quien lea la obra traducida las mismas sensaciones que provoca la
obra original en sus lectores. Hay una alternativa para cuando eso resulta
prácticamente imposible, la compensación. Se trata de provocar una sensación
similar en otro lugar, lo más cercano posible a donde ocurre en el original, para
que haya un equilibrio.
Finalmente
quiero remarcar que es muy importante conocer bien a la autora o autor, incluso
contactando con ella si es posible para comentar aspectos diversos de la obra.
Muchas
gracias, ha sido un placer hablar con vosotros. Y también os agradezco vuestro
esfuerzo para promocionar La noche de la esvástica, una novela que
considero necesaria para los tiempos en que vivimos.
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Cazarabet
Mas de las Matas
(Teruel)