Cazarabet conversa con...   Xavier Caixal i Baldrich, traductor del libro “La nit de l’esvàstica” de Katharine Burdekin (Duna Llibres)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Duna Llibres edita esta distopía que clama ante y contra los imperios y que es un clamor antifascista.

Un libro que nos hace mucha falta, desde la lectura, hoy.

Cuenta con la traducción de Xavier Caixal i Baldrich.

Se trata de una distopía que se ha ido, en los últimos tiempos haciendo un lugar en la literatura, pero en concreto y para que no quede ninguna dudad, ¿qué es una distopía o construir una sociedad en una distopía, aunque sea imaginaria?, sociedad imaginaria bajo un poder totalitario o una ideología determinada, según la concepción de un autor determinado, que sería lo opuesto a la utopía

La sinopsis del libro:

«Hermann, pienso destruir vuestro imperio.» Han pasado más de setecientos años desde el final de la Guerra de los Veinte Años y el mundo está bajo control de Alemania y Japón, dos potencias fascistas. En este nuevo orden mundial, las mujeres viven en barrios segregados que funcionan como granjas de reproducción. Alfred, un inglés, se reencuentra en Alemania con Hermann, un campesino nazi analfabeto. El azar hará que se crucen con el Caballero Von Hess, con quien mantendrán unas conversaciones clandestinas que encenderán la chispa de la revuelta contra el régimen nazi.

Katharine Burdekin escribió esta distopía antiimperialista y antifascista en 1937 anticipándose a una Segunda Guerra Mundial que podían ganar los nazis. Es un texto fundamental para la ficción especulativa y una denuncia desacomplejada del vínculo indisociable entre el machismo y la extrema derecha. Así mismo, se avanzó a autores como George Orwell o Margaret Atwood y en las temáticas que les hicieron famosos. Burdekin alerta sobre los peligros de la destrucción de la memoria histórica, del control social y de la segregación o de las consecuencias del fascismo y el autoritarismo sobre las personas, la educación y la cultura.

La autora, Katharine Burdekin (Spondon, 1896 – Suffolk, 1963) fue una escritora británica de ciencia-ficción que planteaba mundos alternativos desde el feminismo. 

Después de que su familia le negase una educación superior, durante la Primera Guerra Mundial trabajó de enfermera. En los años veinte inició el oficio de escribir, y produjo numerosas novelas, la más conocida de las cuales fue The Rebel Passion (1929). En 1934 empezó a utilizar el pseudónimo Murray Constantine para expresar abiertamente su antifascismo. Aquel mismo año publicó Proud Man, un libro futurista en que una persona hermafrodita critica los roles de género de los años treinta. En 1937 publicó su novela más importante, La noche de la esvástica, un análisis de la figura masculina en el fascismo. Más adelante continuó escribiendo obras sobre la Segunda Guerra Mundial y sobre la igualdad de género. Su última obra, The End of This Day’s Business, se publicó de forma póstuma en 1989.

 

 

 

 

Cazarabet conversa con Xavier Caixal i Baldrich:

-Amigo Xavier, ¿cómo es el papel de un traductor en una obra como esta que yo la percibo como una obra adelantada a su tiempo, tanto por la intencionalidad de la autora como por el propio contenido y la manera que tiene de contar la historia, de escribir…?

-Hola. Estoy completamente de acuerdo, es una obra adelantada a su tiempo, pero, al mismo tiempo, tenía plena actualidad en el momento en que se escribió, y la continúa teniendo hoy en día, porque, aunque las circunstancias sean diferentes, en el fondo no lo son tanto. Esto convierte la tarea de traducirla en todo un reto y, a su vez, en una responsabilidad. Burdekin alertaba de las consecuencias del auge del fascismo, prestando especial atención a las repercusiones sobre las mujeres. A menudo recurre sutilmente al sarcasmo para evidenciar la absurdidad de la ideología nazi. Mi papel como traductor consiste en transmitir su mensaje de la misma manera, sin modificar su estilo. Sin que el lector se dé cuenta, van apareciendo palabras y expresiones sin importancia aparente que adquirirán relevancia mucho más adelante. Os pondré un ejemplo: la palabra «patrón» aparece al final del tercer capítulo en una frase un poco enigmática, que parece fuera de lugar, para volver a aparecer capítulos más tarde con toda su relevancia y concreción. A menudo juega con el significado de las palabras y locuciones para que, como mínimo, queden en el subconsciente del lector, funcionando a modo de preámbulo, haciéndolas aparecer mucho más tarde con su pleno significado e importancia. Descubrir esos «preámbulos» y trasladarlos a la traducción ha sido uno de los retos que he tenido que afrontar, aunque muchas veces el lector pueda no ser consciente de su presencia.

Por lo que respecta al contenido en sí, sorprende que fuera escrita hace tanto tiempo porque los temas que trata son totalmente vigentes en la actualidad. Por eso he considerado la traducción como una responsabilidad, ya que he visto la necesidad de recuperar y transmitir sus argumentos, siendo siempre fiel a su estilo, eso sí; no ha hecho falta adaptarlo, pues, a diferencia de otras novelas suyas, es perfectamente leíble en el presente.

-Ponerse, como traductor, dentro del mundo de las distopías que, bien, ahora se llevan mucho literariamente hablando, pero esta tiene muchos más años---lo que quiero decir es que hace muchos años que está escrita--, ¿qué tiene de particular, quizás teniendo en cuenta que fue escrito  antes de la II Guerra Mundial –período histórico que marcó un antes y un después --- y por la pluma de una mujer—teniendo en cuenta que a estas  les era mucho más difícil todo--  y el escribir también y ya no te digo, me da, que escribir tramas en los que la distopía está en el centro?

-El hecho de que se trate de una distopía, para mí solo tiene de particular el contexto. Como en cualquier novela, el traductor tiene que ubicarse imaginariamente en el contexto e identificarse con los personajes, con todos ellos por separado, para poder entenderlos y que se expresen adecuadamente. Es parecido a lo que se supone que hace el autor para desarrollar la novela. El traductor tiene que ser «invisible» para el lector, es decir, no se tiene que notar que se trata de una traducción, sino que el lector ha de tener la sensación de que está leyendo un original.

Por otro lado, que la haya escrito una mujer es un aspecto diferenciador muy importante a tener en cuenta en el proceso de traducción, sobre todo por el carácter feminista de la novela. Es necesario ponerse en la piel no solo de los personajes, sino también en la de la autora, e intentar sentir lo que ella debería sentir cuando escribía; mantener el mismo tono sin acentuarlo ni mermarlo. Es muy importante reflejar las explicaciones y puntos de vista que aparecen en el texto desde la misma perspectiva que ella. También hay detalles intencionados que no se deben obviar, por ejemplo, la repetición aparentemente excesiva de la palabra «hombre»; a menudo es totalmente innecesaria para entender el texto correctamente, pero Burdekin pretende, supongo, recordarnos constantemente que las mujeres no son nada en el mundo que está describiendo, que la realidad en que viven los personajes de la novela es una sociedad exclusivamente masculina, y por lo tanto es muy importante no suprimirla en ningún caso, aunque a menudo sea una redundancia.

Por otro lado, no creo que por el hecho de ser mujer le fuera difícil escribir una distopía en su época, aunque fuera antifascista. Es más, Burdekin tenía una visión privilegiada sobre el tema, pues su muy buena amiga Margaret Goldsmith estuvo casada con el periodista británico de origen alemán Frederick Voigt, que fue corresponsal diplomático de The Manchester Guardian en Berlín durante los años veinte y principios de los treinta. Después, Voigt continuó manteniendo contacto con su red de informadores confidenciales desde Inglaterra, y se le consideraba una de las pocas fuentes fiables de información sobre lo que realmente estaba ocurriendo en Alemania bajo el régimen nazi. Su conocimiento era tal que, una vez empezada la guerra, abandonó el periódico para unirse al departamento de guerra psicológica del gobierno británico. La correspondencia que Burdekin mantuvo con su amiga Goldsmith, mientras esta estaba en Alemania con su marido, y sus conversaciones posteriores contribuyeron para que tuviera un conocimiento a fondo sobre el ascenso del fascismo, que plasmó literariamente en La noche de la esvástica.

Es verdad que Burdekin firmó esta novela, junto con otras de carácter también antifascista, con un pseudónimo masculino, Murray Constantine. Hay que tener presente que antes de acercarse a esta temática había escrito novelas feministas bajo su nombre real.  La noche de la esvástica dejó de publicarse en 1940, junto con muchas otras obras, para no desmoralizar a los lectores una vez empezada la Segunda Guerra Mundial. No se volvió a publicar hasta 1984, unos veinte años después de su muerte, de manos de Daphne Patai, de la Universidad de Massachusetts, que consiguió saber quién se ocultaba bajo ese pseudónimo para reeditarla con el nombre real de la autora, como explica la misma Patai en el epílogo de la novela. En su ensayo Imagining Reality: The Utopian Fiction of Katharine Burdekin, Patai nos cuenta que descendientes de Katharine Burdekin le explicaron que ocultó su nombre real con la esperanza de proteger mínimamente a su familia en caso de que Alemania invadiera Inglaterra. Este parece ser, pues, el único motivo que la llevó a esconder su identidad; pero no le supieron decir por qué el pseudónimo que escogió fue masculino.

-Amigo Xavier, ¿qué tiene de particular el estilo, la forma de manejar la situación de situaciones de Katherine Burdekin?

-Podríamos decir que Burdekin «no da puntada sin hilo». Prácticamente todo lo que dice, por muy banal que pueda parecer en un primer momento, vuelve a aparecer más adelante con toda su plenitud. En algunas de esas ocasiones utiliza un verbo que no significa lo que aparenta a primera vista, sino que lo utiliza con un significado poco usual donde normalmente se usaría otro verbo más corriente; más adelante ese verbo aparece repetidas veces ya en su contexto habitual, en «disertaciones» clave, por ejemplo. No siempre me ha sido posible mantener ese juego léxico, por la dificultad de encontrar un verbo equivalente que tuviera los dos significados. Cuando lo he conseguido he necesitado cambiar las frases originales, pero, claro está, sin cambiar el significado original; como dijo Günter Grass, «La traducción es aquello que lo cambia todo para no cambiar nada».

Otro detalle particular de Burdekin es su uso de la cursiva. En inglés es mucho más habitual que en castellano utilizar la cursiva para expresar énfasis, pero ella lo utiliza mucho más de lo que podríamos considerar normal en la literatura anglosajona. He mantenido todas las cursivas originales, pero no siempre ha sido fácil, pues las estructuras de las frases son, evidentemente, diferentes. Con el fin de asegurarme de que ponía en cursiva la palabra adecuada, leía en voz alta la frase entera para así encontrar el énfasis adecuado en castellano que fuera equivalente al original.

Tengo que puntualizar que ella no puso en cursiva las palabras y frases que están en alemán, pero creímos oportuno que en la traducción también tenían que estar en cursiva.

-Además sus distopías, poco a poco, de una forma u otra van cobrando forma real. Pasan de ser “ciencia-ficción” a ser “algo que pasa”. ¿Qué nos puedes decir?

-Hace tiempo leí que Margaret Atwood decía que ella no consideraba que sus novelas fueran ciencia-ficción, sino más bien ficción-especulativa, una proyección de realidades en el futuro, especulando como podrían desarrollarse. Eso es precisamente lo que hace Burdekin, construye una realidad probable dentro de un mundo de ficción. Y esa realidad es fácilmente reconocible para el lector actual, quizás más que para el de su época.

-Te decía antes que me parece que es una adelantada a su tiempo, pero ¿en qué “intensidad” lo es en el ejercicio de la escritura más allá de plantear estas distopías?

-Probablemente, el aspecto más destacado de la escritura de Burdekin es su capacidad de explicar y analizar los «errores» de la humanidad, los cuales la han llevado a la situación prebélica de su momento, y las consecuencias de estos si no se subsanan. A diferencia de la mayoría de distopías, La noche de la esvástica tiene un toque utópico, esperanzador; para ella, no todo está perdido, y su estilo narrativo es primordial para mostrar esta idea.

- ¿Su texto, lo podríamos definir, como contestatario, feminista, como el de años después nos ofrece, muy paralelamente, Margaret Atwood con El cuento de la criada? -Es también antibelicista y, por tanto, antiimperialista porque en aquellos días, como ahora, una cosa comportaba lo otro, pero siendo inglesa tiene mucho mérito escribir una obra antiimperialista y antibelicista

-Pues sí, tiene mucho mérito haber escrito una obra antiimperialista y antibelicista en la Inglaterra de aquella época, una nación completamente imperialista que vislumbra una guerra inevitable en un horizonte próximo. En este sentido es una novela que choca contra la mentalidad dominante en su país.

Vuestra comparación con El cuento de la criada es, para mí, muy acertada, porque fue gracias a esta novela que descubrí La noche de la esvástica. Poco después de haberme leído la novela de Margaret Atwood tuvo lugar en la biblioteca de mi ciudad un club de lectura sobre ella, en inglés, que es la lengua en que la había leído. La coordinadora del club comentó que la novela estaba parcialmente inspirada en una novela que seguramente no conocíamos de una autora que seguramente tampoco conocíamos: Katharine Burdekin y su Swastika Night. Esa misma noche investigué sobre ambas y me di cuenta de la importancia de esta novela y la necesidad de traducirla.

Al igual que Atwood, Burdekin proyecta una mirada crítica y claramente feminista de la sociedad. Además, fue pionera en considerar el género como una cuestión política. Así pues, sus escritos eran inusuales para su época y no tenían cabida en la crítica estándar de entonces, mientras que hoy en día está considerada como una precursora. Un problema que no tuvo Margaret Atwood con su novela.

-Se adelanta a la contestación ante el fascismo que ya estaba sembrado en Europa, quizás ya se temía lo peor, ¿no? y lo peor llegó...

-Evidentemente, prueba de ello es el motivo por el cual decidió escribir con pseudónimo, que he explicado antes. Y llegó. Menos mal que no acertó el final, aunque no sé yo si dentro de setecientos años se podrá continuar diciendo lo mismo, visto cómo evoluciona el mundo en que vivimos.

-Creo que, si viviese los tiempos de ahora, de alguna manera, también se adelantaría, ¿qué nos puedes decir?. Los autoritarismos le repelen y los supremacistas, también…puede que en esto se asemeje mucho en contenidos e intencionalidad a George Orwell, ¿qué nos puedes decir?

-Es difícil saberlo, evidentemente, pero no me extrañaría. Y sí, se asemeja mucho a Orwell; Patay lo comenta ampliamente en el epílogo. Es más, considera que Orwell no solo se inspiró con La noche de la esvástica para escribir 1984, sino que copió algunos puntos clave de la novela. Patay critica, además, que Orwell siempre evitara cuestionar la ideología de género, mientras que Burdekin hace una crítica rotunda de los peligros de la supremacía masculina.

-¿Cuesta mucho de traducir esta escritora; te ha dado  mucho trabajo?-¿Qué características tiene a la hora de escribir y en su expresión escrita qué es lo más fácil y lo más difícil a la hora de trabajar ,como traductora,  a esta escritora? ¿En qué es más fácil, como traductora de realizar tu trabajo esta escritora y en qué más difícil? ¿De su estilo, qué destacarías; qué te ha sorprendido?

-Lo más complicado ha sido reconocer las palabras y expresiones que se repetían, intencionadamente, en diferentes puntos alejados entre sí de la novela. Bueno, más que reconocerlos, lo complicado ha sido conservar esas repeticiones en la traducción, como ya he comentado anteriormente.

También ha sido difícil mantener el tono de cada uno de los tres personajes principales: uno es culto, de la élite dominante y alemán que sabe hablar inglés a la perfección; otro es un nazi que no sabe leer porque no le hace falta y es un fiel esbirro del régimen, y además sabe inglés «por accidente»; y, finalmente, un inglés, pueblo subyugado, que sabe leer y hablar alemán. Esta mezcla de clases sociales, niveles culturales y pericia lingüística ha sido para mí todo un reto.

Lo que más me ha sorprendido es su capacidad de análisis del comportamiento humano, y la cantidad de hechos históricos que le sirven como inspiración, los cuales no menciona pero que con una lectura atenta, si se es conocedor de la historia de Inglaterra, se pueden reconocer fácilmente.

-¿Te has tenido que documentar para la realización de esta traducción, pero en qué y cómo lo has hecho, siempre teniendo en cuenta la temática de la narrativa y el hecho de que se trata de una distopía? -¿Cómo es el proceso de documentación de los traductores?; ¿cómo ha sido en esta ocasión?

-Pues sí, me he tenido que documentar. El proceso de documentación dependerá del texto objeto de la traducción a realizar. Se trata de investigar sobre cualquier detalle de la novela que nos pueda ayudar a profundizar en la trama. La curiosidad del traductor es primordial para ponerse a investigar. En esta ocasión he encontrado muchos paralelismos con la historia de Inglaterra que me han ayudado a ver la intencionalidad de la autora. Por ejemplo, he buscado imágenes de la estatua del rey Alfred el Grande para que la traducción de su descripción no tuviera errores. Este rey expulsó a los vikingos de Londres y fue el primero en autollamarse rey de los anglosajones, es decir, podríamos decir que, en cierta manera, empezó la historia de Inglaterra propiamente dicha, lo cual es también el propósito de los protagonistas. No es de extrañar, pues, que Alfred sea el nombre del protagonista principal.

Otro ejemplo son los dos versos de la canción sobre la isla de Skye. Quise saber de qué canción se trataba, si existía, y la sorpresa fue mayúscula: es una canción popular escocesa, The Skye Boat Song, que recuerda la huida del príncipe Carlos Eduardo Estuardo a la Isla de Skye después de su derrota en la Batalla de Culloden en 1746, la batalla definitiva del levantamiento jacobita contra el rey Jorge II de Gran Bretaña, de la casa Hannover, último rey nacido fuera del país, concretamente en Alemania. El paralelismo con el personaje de la novela que se desplaza a esa isla es evidente, pero lo dejo ahí.

Un último ejemplo, la canción revolucionaria que canta Alfred tiene resonancias con el himno del Reino Unido, God Save the King/Queen, que inevitablemente se pierden en la traducción. Pues resulta que se trata de una adaptación que hace Burdekin para la novela de las versiones apócrifas de ese himno que hicieron los jacobitas como crítica al rey Jorge II y respuesta a la canción que se había creado a su favor, la cual terminaría siendo el himno de la nación. Por cierto, el himno fue musicado, aparentemente, por el alemán Händel, un hecho que también queda reflejado en la novela, aunque sin que aparezca su nombre.

Podría extenderme mucho más con ejemplos, pero dejaré que el lector que esté interesado pueda hacer sus propias pesquisas.

-Normalmente, amigo Xavier, ¿veis vuestro trabajo de traductores, compensado… os sentís compensados por el colectivo de lectores?

-Solo puedo hablar de mi experiencia particular y, la verdad, todos los comentarios que he visto o recibido han sido para mí muy satisfactorios. Participé como invitado en un club de lectura sobre la novela, y una de las participantes me comentó que, a diferencia de otras novelas que había leído, al leer esta no se notaba que fuera una traducción, sino que parecía un original. Un comentario muy halagador, ya que confirma que conseguí el propósito de «invisibilidad» del traductor que he comentado anteriormente.

Y, está claro, que desde Cazarabet hayáis decidido hacerme esta entrevista es una muestra más de esa compensación por la que me preguntáis. Os estoy muy agradecido.

-Cuando una persona se dedica a la traducción, ¿a qué se condena para bien y para mal? ¿Cómo es el día a día en el trabajo de un traductor? Trabajo que requiere, además de una metodología exigente, ¿verdad?

-Visto desde fuera puede parecer una condena, pero para quien disfruta traduciendo, es un placer. La rutina diaria es de dedicación exclusiva a la obra, incluso cuando no estás traduciendo tienes en la cabeza frases o expresiones en las que estás pensando cómo traducir o cómo puedes mejorar. Para mí, es muy importante tener como mínimo una semana sin tener otra cosa que hacer o en que pensar y, a ser posible, mucho más tiempo, porque si dejo de lado la traducción momentáneamente, luego me cuesta al menos un par de días volverme a «enganchar», es decir, a entrar de lleno en el espíritu de lo que estoy traduciendo.

-¿Un traductor se especializa en temas y en determinadas plumas?, ¿cómo ha sido en el caso de La noche de la esvástica?

-Va muy bien poder traducir obras de la misma temática o de la misma autoría, pero es una suerte poderlo hacer. Conocer previamente la temática que se trata, en el caso de los ensayos, o el estilo del escritor o escritora, en el caso de las novelas, es una gran ventaja y facilita bastante el trabajo. La noche de la esvástica ha sido la primera novela que he traducido, por lo tanto no ha sido el caso, pero anteriormente traduje dos libros de ensayo del mismo autor, John Zerzan, y la segunda traducción se vio claramente beneficiada por mi experiencia previa con su obra.

-Háblanos de la relación con los editores porque son ellos los que te contratan, ¿no?

-Sí, claro. Básicamente se pueden dar dos casos, que una editorial te dé una obra para traducir, o que seas tú quien presente una propuesta a una editorial. En el caso que nos ocupa fui yo quien presenté el proyecto de traducción de La noche de la esvástica, que fue aceptado por la editorial. Una vez presentada la obra, la editorial la deriva a uno o dos correctores, normalmente dos, y la devuelve al traductor con correcciones, modificaciones y comentarios. Es entonces cuando empieza el diálogo entre el traductor, aceptando o no el trabajo de los correctores, comentándolo o defendiendo mi postura, según el caso, y llegando a acuerdos. El proceso ha sido bastante fluido y enriquecedor para todos, y para la novela también. Ha habido algunas cosas que se han suprimido muy a pesar mío, pero con otras ha sido a la inversa.

-Explicadnos todos o todas sois en su mayoría filólogos, ¿no?, o eso era más antes y hoy ya hay muchos profesionales que salen de escuelas de traducción, ¿cuál es el perfil de las y los que se dedican a la traducción?

-No necesariamente somos filólogos. Yo, por ejemplo, no lo soy, pero sí he cursado el grado universitario de Traducción e Interpretación. Este grado, además de muchas asignaturas específicas de traducción, incluye algunas asignaturas que coinciden con los grados de Filología de las lenguas aplicadas, en mi caso, inglés, catalán y español. Conocer bien una lengua no es suficiente para traducir, se tienen que conocer bien las dos lenguas involucradas. Y no solo eso, se tiene que ser hábil al hacer las correspondencias, porque traducir no implica exclusivamente decir lo mismo que dice el texto original, sino que lo que diga la traducción produzca sobre el lector las mismas sensaciones que produce sobre el lector en la lengua original. Considero que ser filólogo ayuda a un traductor, pero es insuficiente, sobre todo para la traducción literaria.

-¿Qué manías tienes como traductor porque me da que es un oficio, casi artesanal, que requiere de minuciosidad, de cierta disciplina…. ?

-Sí, es así. Me autoexijo perseverancia en la tarea que tengo entre manos; por ejemplo, a veces me digo a mí mismo que cenaré cuando termine el párrafo que estoy traduciendo, y pasan un par de horas y varios párrafos sin darme cuenta.

Como manías podría destacar un par. Una sería que pocas veces me doy por satisfecho con la primera traducción que me viene a la cabeza: ¿enlaza bien dentro del párrafo, o de la novela incluso?, ¿tiene el tono adecuado?, etc. Los diccionarios de sinónimos a menudo sacan humo conmigo, buscando sinónimos de la palabra en inglés y luego sinónimos de las traducciones de algunos de ellos al catalán y al castellano, y más. A veces, termino con la primera palabra que pensé, pero esas veces son pocas, pues tengo que encontrar el ritmo adecuado que imite al original.

Otra manía podría ser que tiendo a profundizar en la fuente de inspiración de la autora. Con conocerla probablemente sería suficiente, pero me empeño en documentarme a fondo para poder sentirme lo más próximo posible a como se sentía la autora al escribir. Es un método muy enriquecedor, y estoy convencido que la traducción sale beneficiada de trabajar así.

-¿Por qué, Xavier, el trabajo de traductor es mucho más que “traducir” tal como lo entendemos… requiere mucho más de lo que aparentemente se ve, aunque quedéis en un segundo o tercer plano…?

-Aparentemente, cualquiera que tenga un buen nivel de un idioma extranjero puede traducirlo, pero, como muy bien decís, no se trata simplemente de traducir. Una frase bien traducida individualmente puede quedar sin un sentido lógico dentro de un párrafo, y ese párrafo tiene que ser coherente con el capítulo y, por extensión, con la novela. Siempre hay que tener presente la globalidad de la obra que se está traduciendo.

Para conseguir una traducción satisfactoria es necesario «entrar» dentro del espíritu de la novela, y para ello son necesarias unas cuantas estrategias que van más allá de la que es la traducción en sí, algunas de las cuales he ido comentando a lo largo de la conversación: investigar bien sobre cualquier fuente de inspiración que intuyamos, identificar las estrategias narrativas y lingüísticas y adaptarlas en la medida de lo posible, etc. Todo en aras de provocar en quien lea la obra traducida las mismas sensaciones que provoca la obra original en sus lectores. Hay una alternativa para cuando eso resulta prácticamente imposible, la compensación. Se trata de provocar una sensación similar en otro lugar, lo más cercano posible a donde ocurre en el original, para que haya un equilibrio.

Finalmente quiero remarcar que es muy importante conocer bien a la autora o autor, incluso contactando con ella si es posible para comentar aspectos diversos de la obra.

Muchas gracias, ha sido un placer hablar con vosotros. Y también os agradezco vuestro esfuerzo para promocionar La noche de la esvástica, una novela que considero necesaria para los tiempos en que vivimos.

 

 

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