Cazarabet conversa con... Javi
Caballero, autor de “La Villa 311” (Volapük)
Javi
Caballero vuelve con Volapük a publicar una novela de reencuentro de vidas en un
barrio argentino en el que años atrás se criaron.
El
reencuentro abre recuerdos y moldea “nuevas existencias”.
De Javi
Caballero al que ya tuvimos el pacer de entrevistar por su anterior novela,
mucho más larga, Viento, pero también editada por Volapük ---- http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/vientovolapuk.htm ----- nos agrada su estilo y su agilidad para
cambiar de ambientes, escenarios y ubicar los personajes como casi casi
títeres…
El autor
tiene la virtud de pasar de una historia centrada en la Guerra Civil Española
para cruzar, en la actual novela, mucho más corta, el chaco e irse a un barrio
de Bueno Aires donde hace que tres amigos, desarraigados por el paso de los
días se vuelvan a reencontrar…
Caballero
busca la humanidad, aun cuando parece que no la puede haber.
Cazarabet conversa con Javi
Caballero:
-Javi,
en estos tiempos de distanciamiento humano, de poca empatía…están más de moda
que nunca las reivindicaciones literarias que recrean los reencuentros humanos,
¿verdad?, ¿será por qué lo necesitamos?
-La
verdad que no sé si están de moda los reencuentros humanos, ni en la literatura
ni en la vida real, pero desde luego deberían estarlo. Mas bien estamos en un
momento en el que se nos obliga a vivir y soñar por separado, cada uno/a
en nuestra burbuja de cristal o tras una pequeña pantalla. Esto sucede menos en
los lugares donde el bienestar, tal y como lo conocemos, no existe, donde lo
comunitario prevalece por una simple cuestión de supervivencia e identidad.
Sobre si lo necesitamos, estoy convencido que sí. Durante la pandemia todxs pudimos experimentarlo, sentirlo, sigue
estando ahí. El ser humano necesita el encuentro con lxs
otrxs, si no se deshumaniza.
-¿Qué pretendes "mostrarnos desde esta
narrativa porque seguro que te planteaste unos “objetivos”?
-Mi narrativa
siempre ha estado ligada de algún modo a la denuncia social. Es algo que
termina aflorando siempre en mis poemas, en mis cuentos, y por supuesto en mis
novelas, donde el proceso creativo es más estructurado y meditado. La
desigualdad, el control social que las élites económicas y políticas ejercen
sobre la mayoría de nosotrxs, y cómo todo esto
configura nuestra realidad presente, nuestra manera de relacionarnos, de vivir
y entender la vida, desencadenando una serie de conflictos internos y externos,
independientemente de nuestra posición en el entramado. Construyo historias que
pretenden generar conciencia de clase y que a su vez proponen a lxs lectorxs una
vía de escape terapéutica; que digan: eh, sabemos cómo y con qué intención
hacéis lo que hacéis; pero también: ¿cómo contribuyo yo para que esto
sea así y no de otra forma?
-¿Por qué te lanzas a cruzar el Atlántico para
contarnos este reencuentro de tres amigos en el barrio bonaerense que les vio
crecer en su juventud...
-En el año
2012 marché a Argentina a buscarme la vida, a escribir mi primera novela (Viento)
y a vivenciar mi propio proceso migratorio, lo que acabaría convirtiéndose en
una experiencia de crecimiento increíble. Esta historia vino conmigo cuando
regresé a España en 2015. Empecé a esbozar las primeras escenas en 2017, aunque
por entonces andaba desarrollando otros proyectos literarios, además que
acababa de iniciar una nueva etapa profesional en Sevilla que se llevaba buena
parte de mi tiempo y mi capacidad creativa. Finalmente pude terminarla entre el
año 2019 y el 2020. Es un homenaje inmanente y desarticulado hacia todo lo que
viví allá, y cómo me ayudó a ser la persona que soy ahora.
-No creo que debamos
engañarnos porque el reencuentro que narras aquí, con todo, nos lo podemos
imaginar en cualquier barrio de cualquier ciudad de aquí, en Europa o en
España…
-Eso es
verdad. Sin embargo, soy de la opinión que imaginamos mucho, pero mirar,
miramos poco. Sólo hay que recorrer las periferias de nuestras ciudades para
vislumbrar la desigualdad, el control social y el tipo de existencias que se
desarrollan allí. Creo que tiene que ver con la cercanía. Después de trabajar
durante siete años en Polígono Sur y en otros barrios similares lo tengo claro.
Muchxs compañeros y compañeras, da igual si se
dedican profesionalmente a la acción social o si militan directa o indirectamente
en movimientos ciudadanos de base, son capaces de poner el foco en
problemáticas que acontecen en otros países y continentes, y sin embargo nunca
han puesto un pie en estos territorios que se encuentran tan próximos, en los
que las minorías étnicas, lxs inmigrantes y
las clases bajas precarizadas son estigmatizadas, aisladas del resto de la
ciudad. Resulta bastante llamativo y esclarecedor. Pienso que forma parte de un
mecanismo de defensa colectivo, porque en esa cercanía, resulta fácil sentirse responsable
de la violencia estructural.
-Y no te creas que, en el entorno
rural o menos poblado, nos libramos de según que telarañas atrapan a las
personas y a sus “fantasmas”…
-He vivido
durante años en el entorno rural, en una aldea de la sierra norte de
Guadalajara donde en invierno apenas residen cinco o seis habitantes, y dicho
entorno comparte algunos factores determinantes con las periferias urbanas: el
abandono institucional, la destrucción los medios de producción tradicionales,
la estigmatización de sus habitantes, el aislamiento, la falta de recursos.
Esto provoca, como no, problemáticas semejantes y estilos de vida parecidos.
-Yo noto un
descosido total socialmente hablando que no conoce fronteras, ¿lo ves así?; y
ese descosido atrapa a los jóvenes de una manera descomunal…---aunque, más a o
menos, nos atrapó a todas y a todos y nos presentamos en la edad adulta con
esas mochilas--
-Nadie se
libra del descosido. Aunque no para todxs lxs jóvenes es igual. Lo compruebo cada día en mi
trabajo. Las instituciones políticas hablan de igualdad de oportunidades,
promulgan la cultura del esfuerzo, del emprendimiento, eso que algunos
denominan falazmente meritocracia, pero la realidad es otra.
-Y por muchos
medios que tengamos, más que nunca, estamos más incomunicados que nunca,
¿no?;¿por qué?
-Es un
problema complejo. Pienso que es más importante la calidad de la comunicación
que la cantidad, y esto tiene que ver también con calidez de la misma. En las
escuelas enseñan a lxs niñxs
a ser buenos capitalistas. Llevan generaciones haciéndolo.
-Descosido social que va a ir a más
aplicándose como se aplican las políticas sociales de Milei o el rodillo
neoliberal que, de una manera u otra, impera en Europa…
-Fenómenos
como los de Milei se pueden entender asimismo desde la perspectiva de la
desigualdad. Lo han votado buena parte de las clases sociales desfavorecidas,
cansadas de esperar unas mejoras prometidas durante décadas por otrxs políticxs más
preocupados por mantenerse el poder, que por hacer un reparto más justo de la
riqueza. Milei no tiene políticas sociales, cuenta con políticas de control
social, que suponen además un desmantelamiento parcial del Estado. No obstante,
cualquier política social conlleva en mayor o menor medida cierto grado de
control sobre la población (como pasa aquí). Cuando estuve viviendo en
Argentina, cerca del 70% de la población no tenía una cuenta bancaria, no se
fiaban de las instituciones ni de la clase política. Eso fue cambiando. Se
volvieron a formular nuevas promesas y esperanzas, pero como para la gente nada
cambió, y siguieron teniendo los mismos problemas, y continuaron siendo igual
de pobres (si no más,) pues Milei. En Europa sucede algo parecido. Calan los
mensajes de odio porque la desigualdad resulta cada vez más evidente y mucha
gente trabajadora no puede pagar las facturas o se ve cada vez más cerca del
umbral la pobreza (cuando no están sumidos en ella). Uno de los ejemplos más
nítidos es el problema de la vivienda y cómo la izquierda implementa políticas
paliativas y no verdaderos cambios estructurales. En Polígono Sur, donde
tradicionalmente había una abstención electoral del 85%, en los últimos
comicios locales y autonómicos se ha reducido al 70%, y la más beneficiada ha
sido la extrema derecha. Esto también ocurre en los entornos rurales. Es la
venganza de los pobres contra un Estado del bienestar que se diluye y una clase
política que no puede ni quiere evitarlo.
-Eres psicólogo, este estudio de
la conducta humana frente a todo en la vida te ha ayudado a dibujar como un
dibujo básico a rellenar desde esta “La Villa 311”, ¿cómo y de qué manera?
-Aunque soy
psicólogo, mi carrera profesional siempre ha estado más ligada a la educación
social (de calle). Podría decirse que el educador social es el psicólogo de lxs pobres. Es una profesión creada por el sistema
para mitigar los efectos de la desigualdad. Focaliza las problemáticas de las
personas, como si ellas fueran las responsables de su situación, no tanto las
problemáticas estructurales que se encuentran detrás, que son su origen y las
mantienen en el tiempo. Tras veinte años de experiencia trabajando con
diferentes colectivos vulnerables he llegado a esta conclusión. Siempre digo
que hay que educar más hacia arriba que hacia abajo. Educar a las
instituciones, a los organismos oficiales, a esa parte de la sociedad que vive
mejor y que no suele pararse a pensar en la suerte que tienen y lo injusto que
resulta. Ojalá fuera así. La literatura que hago tiene esta impronta de
concientizar, de remover, de alcanzar el plano de los sentimientos, donde todxs somos iguales, sin andamiajes ni jerarquías.
-Es un libro
muy dinámico y con muchos diálogos, ¿por qué te lo has planteado así?
-Mis dos
primeras novelas, a pesar de ser diferentes, son igual de profusas, rondan las
quinientas páginas, y están repletas de descripciones, de contenido
explicativo, dejando poco espacio a lxs lectorxs para que rellenen los huecos intangibles.
Esta vez me propuse hacer algo más accesible, que fuera directamente al meollo
de la cuestión y que permitiera a lxs lectorxs tener una mayor libertad de pensamiento. La
estructura, al igual que la trama y el estilo tienen esta intención. Supongo
que forma parte de mi evolución como escritor. La voz del narrador no tiene
tanto peso como en las anteriores. Quería que los personajes contaran su
historia y que lxs lectorxs
pudieran ir tirando del hilo por sí mismos.
-Los
personajes, con sus cargas y descargas, ¿son los que llevan toda la carga de
este libro? -¿cómo y de qué manera te planteaste su
papel, cómo debía de ser cada uno de ellos y demás?
-Sabía que
toda la historia debía girar en torno a tres niños tocados por el destino. Esto
del destino es una metáfora. Lo que pretendo reseñar es cómo algunos de los
acontecimientos de nuestra infancia, para mal o para bien, nos marcan para
siempre, forman parte de nuestra esencia como personas y afloran una y otra vez
a lo largo de nuestras vidas. A través de ellos y de su reencuentro (como
adultos) quería contar aspectos de la cultura argentina que me interesaban y
que al mismo tiempo forman parte de mí.
-Supongo que
te has tenido que impregnar del ambiente de Argentina, de sus gentes, juventud,
manera de relacionarse…
-Al fin y al cabo viví allá durante tres años; y no fue precisamente un
viaje de placer. Tenía plata para aguantar un par de meses, así que me puse a
buscar trabajo nada más llegar. Lo encontré en un centro de chicxs
especiales, ubicado en el municipio de Belén de Escobar, a 50 kilómetros al
norte de Buenos Aires, y allí me quedé. Nunca me hicieron contrato, no pude
homologar mi título de psicólogo en la universidad y cobraba menos de la mitad
que lxs maestrxs
nacionales. Durante un año viví en una chabola sin agua corriente y a cambio
cuidaba de los animales de un campo. Allí empecé a escribir mi primera novela,
a la vez que trabajaba en un diario escrito desde la perspectiva de mi perra
(que me acompañó en esta aventura) sobre las situaciones y experiencias que
compartimos (Diario de una perra en Argentina, mi segunda novela).
Luego, una compañera de trabajo me ofreció una casa en alquiler que se
encontraba en una de las dos villas de emergencia del municipio y no me lo
pensé. La casa tenía un grifo y baño con cisterna. Fue como volver a descubrir
el fuego. Cada tres medes tenía que salir a Montevideo para renovar mi visa,
aunque al final decidí dejar de hacerlo porque no podía arriesgarme a que me
denegaran la entrada. En mis días libres bajaba en colectivo a Buenos Aires
para conocer, para indagar, para soñar. Durante mis vacaciones recorrí el país
todo lo que pude. Conseguí tener una familia de no-sangre, mucha gente de allá
me concedió la argentinidad; disfruté, sufrí, fui feliz, amé, me
marchité y renací varias veces. Para muchxs yo
era un personaje estrambótico, un gallego extraño (así nos dicen a los
españoles allá) que hacía terapia en su tiempo libre con la chavalería del
barrio (también con alguna de sus familias), y como se negaba a cobrarles ni un
peso, me traían huevos frescos, milanesas o paquetitos de mate. No sólo me
impregné del ambiente de Argentina; este me atravesó.
-Pero aún más de la vida
particular y diferencial de los barrios argentinos… ¿Tan diferentes son a los
de las urbes de aquí?
-Hay
semejanzas indelebles y diferencias luminosas. En Europa, estos barrios los
crean los Estados. La mayoría de las villas miseria en Argentina (al igual que
ocurre en otros países del entorno) son creadas por la gente que no tiene otro
lugar a donde ir. Levantan las casas, junta plata para poner el cableado
eléctrico, el alcantarillado, en ocasiones reciben alguna ayuda de la
administración, pero no existe una ordenación urbanística como tal. Las favelas
brasileiras, las comunas colombianas; guetos urbanos propiciados. En ambas
orillas, son territorios creados por la desigualdad, que generan vidas
paralelas, donde el talento se roba, donde la diversidad cultural, el
sentimiento comunitario y los conflictos continuos, crean una atmósfera
particular, única, una idiosincrasia antisistema. La diferencia es la
intervención del Estado.
-¿Qué te hizo marchar a narrar los de allá, qué
te llamó la atención?
-Decidí ir a
Argentina para seguir la estela de algunos de mis escritores favoritos: Borges,
Cortázar, Onetti, Sábato. Fue así de simple. Quería empaparme del lenguaje, de
los espacios, de la expresividad de allá. Mi literatura podría enmarcarse en el
realismo mágico. Y considero que el argentino (y la manera de hablar en
Latinoamérica en general) es como el jazz o el flamenco en la música: una
herejía maravillosa.
-¿Qué te ha sido más fácil y qué más difícil a
la hora de escribir este libro?
-Lo más fácil
fue moldear la estructura y desarrollar las líneas argumentales. Estaba todo en
mi cabeza. Creo que tiene que ver con la experiencia que ido acumulando como
escritor. Cada vez me resulta más sencillo imaginar la trama, las escenas, qué
es lo que tengo que contar y lo que debo dejar en manos de lxs
lectorxs. Lo más difícil, el lenguaje
en sí. En una novela que transcurre en Argentina, con personajes argentinxs, debía reflejar el habla, el
ambiente de allá. Cinco años después de haber regresado a España,
resultó todo un desafío del que más o menos pude salir.
-Ya es, al
menos que yo sepa, el segundo libro que publicas con Volapük, buena señal,
¿no?; ¿cómo es trabajar con esta editorial?
-Me encanta
trabajar con Sergio (editor vocacional), con el que comparto muchos valores
tanto a nivel personal como profesional. La experiencia con Viento fue
maravillosa desde el principio. Fue mi primera novela y la primera novela que
publicó Volapük para su catálogo. Creo que ambos vivimos momentos muy
emocionantes tanto durante el proceso de creación como en las presentaciones
posteriores. Con mi segunda novela, que se publicó en 2019, no tuve una
experiencia tan buena con la editorial, no sentí el mismo acompañamiento, y los
valores distaban bastante. Aprendí mucho de ello. Cuando terminé la Villa 311
tenía claro que quería hacerlo con Volapük. Han hecho un trabajo increíble.
Seguro que volveremos a repetir.
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Cazarabet
Mas de las Matas
(Teruel)