Cazarabet conversa con... José Luis Correa, autor de “La estación enjaulada” y “Para morir en la orilla” (Alba) 

 

 

 

 

 

 

 

Conversamos con José Luis Correa sobre novela negra desde dos de sus libros editados por Alba.

Se trata de Para morir en la orilla y La estación enjaulada.

La sinopsis de Para morir en la orilla:

Que una patera arribe a las costas canarias no es, por desgracia, un hecho insólito. Pero, cuando naufraga un cayuco en la playa de Maspalomas con más pasajeros de los que embarcaron, todo se descompone. Y el olor de dos cadáveres lo impregna todo. Dos cuerpos mustios, inmóviles, que van a dar sentido a esta novela.

Bajo un calor sofocante y pegajoso, el detective Ricardo Blanco se enfrenta a uno de sus casos más dolorosos. En él, va a arriesgar no solo su vida sino la de aquellos a quienes más quiere. Bajo una trama aparentemente sencilla, en Para morir en la orilla se esconde una oscura historia de tráfico de personas, prostitución y violencia policial que mantiene la intriga con los recursos que han hecho de José Luis Correa una de las voces más genuinas del panorama literario actual: un ritmo vertiginoso, una visión socarrona del mundo y un lenguaje poético que abren un espacio original y muy sugerente en el mundo habitual de la novela negra. Y la isla de Gran Canaria como telón de fondo.

 

La sinopsis de La estación enjaulada:

La paz y el equilibrio de un pueblo de pescadores se resquebrajan con la desaparición, primero, y el asesinato, después, de una joven irlandesa que pasa sus vacaciones en la isla. El hallazgo del cadáver en los bajíos atormenta a la dueña de un hostal que no se atrevió a hacer una llamada a la Guardia Civil. La vergüenza y la culpa la empujan a buscar ayuda en «un conocido de la época de la universidad: un tipo con una mirada franca, un andar desgarbado y un oficio estrambótico». De esta manera azarosa, como la vida misma, el detective Ricardo Blanco acaba en un pueblo dejado de la mano de Dios. Y, a cada paso que da en su investigación, la trama se va enredando más. Cada peldaño que conduce al fondo del crimen esconde un nuevo enigma.

La estación enjaulada es la decimotercera entrega de la saga de Ricardo Blanco y supone otra vuelta de tuerca en la producción literaria de José Luis Correa. Aquí el autor grancanario se adentra en la oscuridad de las sectas, un mundo tenebroso con personajes siniestros, intenciones aviesas y ausencia de escrúpulos que se apilan en una novela que estremece y abruma.

En esta nueva entrega el lector se encontrará con un Ricardo Blanco cada vez más hondo y reflexivo, más cercano a Maigret que nunca. No obstante, la riqueza verbal y la socarronería siguen siendo las inconfundibles del estilo de José Luis Correa.

 

El autor, José Luis Correa:

Nació en Las Palmas en 1962. Es profesor de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universidad de las Palmas de Gran Canaria. Sus primeros relatos cortos obtuvieron, entre otros, el Premio Julio Cortázar (La Laguna, 1998) y el Premio Campus (Las Palmas, 1999). Como novelista obtuvo el Premio Benito Pérez Armas (Santa Cruz de Tenerife, 2000) con Me mataron tan mal y el Premio Vargas Llosa (Murcia, 2002) con Échale un ojo a Carla. Pero acaso la aportación más significativa de Correa al panorama literario español tenga que ver con la creación de un personaje que ya forma parte del imaginario de la novela criminal actual: el detective Ricardo Blanco. La saga de este personaje se inicia con Quince días de noviembre (2003) y continúa con Muerte en abril (2004), Muerte de un violinista (2006), Un rastro de sirena (2009), Nuestra Señora de la Luna (2012), Blue Christmas (2013), El verano que murió Chabela (2014), Mientras seamos jóvenes (2015), El detective nostálgico (2017), La noche en que se odiaron dos colores (2019), Las dos Amelias (2020) y La estación enjaulada (2022), todas editadas en la colección Novela Negra de Alba. Su obra ha sido traducida a varios idiomas (alemán, finlandés, italiano) y goza de gran éxito entre los lectores del norte de Europa, tan aficionados a la novela criminal.

 

 

 

 

Cazarabet conversa con José Luis Correa:

 

-José Luis, ¿qué es lo que te ha hecho acercarte a contar historias y a asomarte al “factor humano”, mediante la novela negra?

-Todo comienza, creo, por la lectura. Me recuerdo siempre con un libro en las manos, compartiendo las aventuras que me narraban (solo a mí, claro, porque este es un placer incompartible) Verne, Salgari, Dumas, Poe, Stevenson… Es algo así como vivir más de una vida, cosa que después experimenté escribiendo. Contar es una manera de entender el mundo y entenderse uno mismo. A la novela negra llegué primero como divertimento, si quieres como homenaje a Chandler, Hammet, Thompson. Ocurre que ahora es el género que mejor refleja lo que quiero contar: la capacidad del alma humana de ser un héroe o un villano, de comportarse de un modo valiente o cobarde, de jugarse la vida o de quitarla.

 

-¿Qué crees que aporta este género para discernir mejor a una persona, trama, historia…?

-Si uno pretende analizar el mundo en que vive, comprender qué mueve a una persona a comportarse de determinada manera, cómo alguien es capaz de cometer una atrocidad, el género negro es el que mejor lo refleja. Lo mires por donde lo mires todo es negro, una mezcla de novela social, de novela crítica, de novela realista. Si Galdós viviera ahora, escribiría novela negra: la trata de personas (la inmigración), las mafias que mercan con la droga o la prostitución, las sectas, la corrupción. No dejan de ser los episodios nacionales de nuestro tiempo.

 

-¿Hay situaciones que al ponernos al límite sacan lo mejor y lo peor de nosotros mismos? ¿Por qué te ha dado por la novela negra y desmenuzar, desde allí, de lo humano a lo social y con ello, e insisto, lo mejor y lo peor…?

-Precisamente por eso. Porque la realidad a la que nos enfrentamos nos interpela y no hay una única manera de afrontarla. Por ejemplo, en Canarias tenemos (y no ahora, sino desde hace muchos años) el drama de la inmigración. Cada vez llega más gente huyendo del hambre, de la guerra, de la miseria. No podemos cerrar los ojos ante su sufrimiento, pero tampoco podemos acogerlos a todos porque, como islas, somos un territorio finito. Esto está sacando lo mejor y lo peor de nosotros, desde los voluntarios que acogen en el puerto a los que llegan agotados y famélicos, hasta los que, desde una tarima, quieren que los botemos al agua de nuevo.

 

-Además, es que es un género que, como pocos, se adentra en “lo social” sin tener que “camuflarse”. Eso pienso; ¿o esto depende de las manos y/o intencionalidad del autor…?

-Hace veinticinco años, cuando empecé a escribir novela criminal o policiaca o detectivesca, el negro era un subgénero y muchos te miraban como si fueras un escritor insustancial, un advenedizo. Resulta que ahora se ha convertido en un supergénero y dentro cabe desde el Hard Boiled a la novela de misterio, desde el thriller a la novela enigma, desde el True Crime al suspense. Incluso hay algo a lo que llaman Cozy Crime que viene a ser una historia de crímenes amables. A mí en verdad no me interesa tanto el crimen (la investigación) o las tramas enrevesadas como todo lo que está alrededor: la víctima, el victimario, la estrecha relación entre lo correcto y lo inicuo, etc. Y hay ahí un componente social porque el delincuente pobre suele pagarlo más (y peor) que el delincuente rico.

 

-En La estación enjaulada te adentras en el mundo de las sectas. Un mundo que está ahí y que desconocemos bastante -aunque hay muchas organizaciones que pasan como “normales” y tienen un funcionamiento de secta total-, pero volvamos a la pregunta: las desconocemos bien porque no queremos verlo, no nos conviene o ¿qué poder de “convicción” o de “casi abducción” tienen las sectas y cómo lo hacen? ¿qué es lo que te hizo escribir una novela negra centrada en las sectas?

-Llevaba tiempo queriendo hablar de ello. Me interesaba ese poder de sugestión que tiene el líder de una secta para con sus integrantes. La falta de empatía. La manipulación. La mentira. Como decíamos antes, lo peor del alma humana. Intenté explicar (nunca justificar) cómo alguien es capaz de aprovecharse de la debilidad, de la necesidad de otros para despojarlos, amén de su dinero, de su voluntad. Es una relación de poder espeluznante. Ahora bien. ¿No estamos viviendo un fenómeno similar en el mundo de la política? ¿No se comportan a veces los presidentes de gobierno (y me da igual el país y la tendencia) como líderes de sectas? ¿No están manipulando, mintiendo, aprovechándose de la necesidad o la ingenuidad de un pueblo para mantenerse en el poder?

 

-¿Cómo te llegaste a documentar para llevar a cabo este libro sobre el “submundo” de las sectas?

-No soy de los que empleen mucha energía en la documentación. Obviamente necesito que la trama se sostenga, que el calibre de la bala exista, que los síntomas del veneno concuerden, que el centurión romano no lleve reloj de pulsera. Pero soy escritor de ficción para lo bueno y para lo malo. Intento crear un universo que los(as) lectores(as) puedan creerse, pero que no es real. Eso de la novela realista es un oxímoron. Incluso en ese género que ahora está tan en auge, el True Crime, hablamos de fabular. ¿De verdad alguien cree que una novela basada en hechos reales es más real que una ficción pura? ¿Que el autor o la autora miente menos? La escritura bebe de la experiencia, de la observación y, sobre todo, de la memoria. Y no hay nada más engañosa que la memoria. Dicho esto, para escribir una novela verosímil de sectas basta echar un vistazo a algunas sentencias sobre este fenómeno no tan inusual.

 

-Las sectas suelen ser como muñecas rusas y la trama del libro es lo mismo a cada paso que das se abren nuevas ventanas, ¿qué nos puedes decir? ¿qué dificultad entraña?

-Estoy de acuerdo. Una novela negro criminal es un constante abrir ventanas. La estructura de las mías, y ya estoy en el proceso final de la decimosexta entrega de la saga de Ricardo Blanco, es siempre la misma. Diría que es a la vez sencilla y compleja. Todo comienza con un cadáver en extrañas circunstancias. La policía investiga la muerte. Alguien cercano a la víctima no acaba de fiarse de la policía. Y acaba contratando a un detective. Hasta ahí lo sencillo. Luego vienen doscientas páginas de preguntas, mentiras, trampas, sospechosos, intrigas… La dificultad estriba en que la última pieza del puzle encaje, así que lo que no gasto en documentación lo gasto en reescritura. Estoy constantemente reescribiendo el texto, cerrando esas ventanas.

 

-Poner a los personajes en esta trama, presentárnoslos te ha sido difícil porque ponerse en la piel de otros y presentarnos sus habilidades y desafíos nunca es sencillo.

-La literatura es esa conexión casi milagrosa que se establece entre alguien que escribe en la soledad de su casa y alguien que lee en la soledad de la suya. Esas dos personas puede que no compartan idioma, ni cultura, ni tiempo, pero ambas buscan ponerse en la piel de otro. Cuando lees (y cuando escribes) te conviertes en corsario, en científica, en prostituta, en asesino en serie, en cura, en profesora de universidad, en taxista. Y no es sencillo porque uno a veces busca hacer sentir incómodo al lector(a). En cierto modo, le pides cuentas: ¿qué harías tú si te ocurriera esto?, ¿te pondrías de perfil?, ¿huirías?, ¿matarías? La literatura es a veces un espejo que le pones delante a tu lector(a).

 

-En Para morir en la orilla el mismo inspector, Ricardo Blanco, se enfrenta a una trama bien diferente, pero que es “el pan nuestro de cada día” en la Costa del Archipiélago Canario donde llegan pateras en busca de auxilio y en donde la realidad les recibe como en una bofetada: ahí entran las mafias de tráfico de personas, de prostitución y hasta de violencia policial…Esta novela negra, amigo, ¿puede levantar “ronchas”?

-En algún lado he dicho que el mayor desafío que se nos presenta a los canarios no es la falta de vivienda, el aumento del paro o los excesos del turismo. El mayor desafío es el de la inmigración. Se calcula que llegarán a las costas canarias entre ochenta mil y cien mil inmigrantes cada año. Hay un chiste muy viejo que cuenta que los canarios somos aplatanados, que vamos al golpito, despacio, porque si corres te sales de la isla. Y es que, no lo olvidemos, somos islas. En algunas de ellas hay ahora más extranjeros que nativos. Y eso no va a cambiar porque si un pibe, un viejo o una madre con su hijo son capaces de jugarse la vida en una balsa de madera medio podrida es porque lo que dejan atrás es más terrible. Antes hablábamos de la cuestión social en la novela negra y aquí la tienes. Detrás del éxodo africano hay una mafia que gana mucho dinero. Muchas de las mujeres que llegan acaban en el mundo de la prostitución o de la droga, la forma de esclavitud de nuestro tiempo.

 

-Es una novela negra muy contundente y con mucho ritmo, un ritmo realista, nada hipócrita, que te sumerge en la realidad tal como es y que te desgarra. También llega a crearte, a poca conciencia social que tengas, un poco de impotencia. ¿Qué nos puedes decir?

-Es lo que uno busca, ¿verdad? Yo defiendo que la literatura es emoción y compromiso y conciencia social, pero también es entretenimiento. Los primeros los aporta el tema (el dolor de los inmigrantes, su sufrimiento, el desengaño que se llevan al no encontrar lo que venían buscando) Y el segundo, el ritmo. Toda novela tiene su melodía, su tempo. Yo quería que en una obra tan cruda como Para morir en la orilla el lector sintiera esa angustia, esa impotencia. Y que se pusiera en el lugar del inmigrante diferente. Diferente, sí. Porque es curioso que nadie ponga en duda que debamos acoger a los europeos que huyen de la guerra de Ucrania y, sin embargo, nos asuste el maliense o el senegalés de la patera. ¿Es porque son pobres, porque rezan a otro Dios, porque son negros?

 

-En tus tramas e historias me da que casi haces que el lector o lectora “tome partido”. ¿Eres consciente de ello? ¿Qué pretendes con estas novelas en las que te acercas a realidades que, a veces, solemos “vetar”?

-Pretendo que los(as) lectores(as) se tomen un tiempo para la reflexión. Hay asuntos en los que no vale ponerse de perfil, en lo que tienes que tomar partido. Lo vemos en detalles a diario. No toleramos a los africanos pobres porque vienen a delinquir, a robarnos el trabajo, a violar a nuestras mujeres, pero a los ricos que juegan en nuestros equipos de fútbol o de baloncesto los adoramos. O todos estamos en contra de la corrupción, del enriquecimiento ilícito, del abuso de poder, pero de los del otro. Cuando son los nuestros los que se enriquecen y están en el poder vale todo. Y no. No vale todo.

 

-Por cierto, amigo José Luis, ¿qué es para ti la narración? ¿Qué pretendías al sumergirnos en estos dos ejercicios narrativos?

-Yo me considero un contador de historias. Fabulo una trama que, no siendo real, puede estar sucediendo ahora mismo a nuestro lado. Pero le doy mucha importancia al estilo. El estilo lo es todo. En mis novelas busco una voz personal (en literatura no hay nada original), que el lector(a) reconozca desde la primera línea. Leo en alto lo que escribo y soy incapaz de seguir adelante si lo que oigo no me suena. He leído las respuestas de esta entrevista tres veces y aun ando dándole vueltas a la melodía. Porque no solo en la poesía, en la narrativa también hay letra y música. 

 

-En tus creaciones ¿qué papel quieres darles a los personajes?, ¿prioritario frente a la trama y al escenario? Son personajes que muestras y haces desfilar en tu historia. ¿Han ido cambiando tal como los pensaste en un inicio bajo el influjo de la trama?

-Cuando creé a Ricardo Blanco, lo dije antes, lo hice como homenaje a los personajes de las obras que leía de joven, a Sam Spade o a Marlowe, de ahí que eligiera un detective en lugar de un policía o un guardia civil, que son los que parten el bacalao en cuestión de asesinatos. Mi intención con Quince días de noviembre era escribir una sola novela (aún no se habían puesto de moda las trilogías o las tetralogías), pero ocurrió que la disfruté muchísimo, que encontré una manera de contar lo que ocurría a nuestro alrededor y tuve la suerte de que Alba, mi editorial desde entonces, creyese en mí. Ahora estoy escribiendo la decimosexta entrega. Y los personajes son el eje de las historias. Han ido evolucionando a lo largo de estos veinticinco años, han crecido, se han llenado de matices. Cuando escribes una historia única con un grupo de protagonistas, puede que sea la trama o el escenario lo que importe. Cuando escribes dieciséis, son los protagonistas los que se imponen. Por supuesto que narro historias diferentes, pero vistas desde los ojos de los personajes que me han acompañado tantos años. Es su mirada la que me interesa.

 

¿Cuál y cómo es el papel que le otorgas al escenario en el que se pasean los personajes y se desarrolla la trama?

-Nadie duda en asociar el espacio creativo a la mayoría de las manifestaciones artísticas: el cine, la pintura, la arquitectura… Woody Allen no se entiende sin Manhattan ni Toulouse-Lautrec sin París ni Gaudí sin Barcelona. ¿Cómo no va a ocurrir lo mismo en la literatura? El espacio, el escenario, es igual de esencial en la novela, sobre todo en la novela negra, que los personajes o el conflicto. A ves me han preguntado para cuándo una novela de Ricardo Blanco en Nueva York. Bien. ¿Y cómo se titularía? ¿Un canario en Nueva York? Porque Ricardo Blanco respira, vive, come, se viste y habla en y desde Las Palmas de Gran Canaria. Su cultura y su lengua (su acento) no pueden separarse de esta ciudad. Sus andanzas serían impensables en ningún otro lugar. 

 

-Se nota que te lo has pasado muy bien escribiendo, creando e imaginando estas historias, ¿no?

-Hablaba antes de la literatura como divertimento. Creo firmemente en ello. Y esa filosofía, como la caridad bien entendida, empieza por uno mismo. No puedes esperar que el lector(a) disfrute con tu novela si tú no lo hiciste cuando la escribías. Tal vez suene a boutade, pero, después de veinticinco novelas, me da que he vivido buena parte de mi vida en mis libros. Y soy un disfrutón. Me he divertido mucho escribiendo. ¿Eso significa que tu novela se asienta sobre el chiste fácil y la broma insustancial? No. También he sufrido y he llorado y he tenido miedo y me he cabreado mucho escribiendo. Porque también se disfruta de esos sentimientos. Un día te para una lectora en la calle y te dice: Correa, llevo tres noches gozando como una niña con su última novela; ha sido un carrusel de emociones; mi marido me oye reír, llorar, enfadarme y cree que me estoy volviendo loca.

 

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