Cazarabet conversa con... Juan Carlos Calvo
Asensio, autor de “Francisco Moya. Un escultor al servicio episcopal en el
Teruel del siglo XVIII” (Instituto de Estudios Turolenses)
El Instituto de Estudios
Turolenses lanza el nº 10 de la colección e_librosdeteruel.
Está dedicado a
Francisco Moya. Un escultor al servicio episcopal en el Teruel del siglo XVIII
desde el trabajo de investigación del joven Juan Carlos Calvo Asensio que forma
parte del Comité de Jóvenes Investigadores del Instituto de Estudios Turolenses.
Organismo de reciente creación, hace cosa de dos años.
La investigación
es tan minuciosa como magnífica.
La sinopsis de
este libro de investigación:
Debemos tener en
cuenta que un retablo en el siglo XVIII no era únicamente una pieza para la
contemplación, sino que en él se solapaban muchos factores y condicionantes que
determinaban su resultado final.
Analizar la retablística turolense de esta centuria nos permite adentrarnos
como la religiosidad o los actos protocolarios. También, nos descubre aspectos
socioeconómicos como el estado de riqueza de la diócesis de Teruel en este
siglo, circunstancia favorable que propició la reforma de numerosos templos y
decoración de sus interiores.
Otra cuestión
importante es que las piezas que se han analizado no fueron ideadas por un
único creador. En su concepción intervinieron muchos factores importantes para
comprenderlas en su totalidad. El gremio estipulaba las condiciones en las que
se desempeñaba el oficio, después el escultor con ayuda del taller -en el que
las funciones eran dispares- estaba al cargo de la ejecución y, por último, el
comitente actuaba como iconógrafo.
Francisco
de Moya, despuntó entre
sus contemporáneos por la dimensión de sus encargos y por su temprana
autoconciencia como artista, pero a pesar de ello, la historiografía lo olvidó
rápidamente. Su figura fue recuperada a mediados del siglo pasado por Santiago
Sebastián, que le atribuyo obras de relevancia hasta entonces anónimas. Sus
libros y artículos fueron los primeros en los que se puso de manifiesto la
riqueza temática del escultor, su capacidad para crear escenografías y la
activa relación con Pérez de Prado. Así, con el paso de los años, se configuró
un catálogo extenso que se ha ido ampliando gracias a las aportaciones de otros
autores como César Tomás Laguía, Cristina Esteras o
Ana María Gimeno.
Moya desempeño una labor fundamental, sin la cual no es posible comprender la
escultura turolense del siglo XVIII.
El autor, Juan Carlos Calvo Asensio: Juan Carlos Calvo es
graduado en Historia del Arte por la Universidad de Barcelona, profesor
sustituto en el departamento de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza
y miembro del grupo de investigación de referencia Vestigium
del Gobierno de Aragón.
Actualmente, dedica su tesis doctoral a las artes en la
ciudad de Teruel en el siglo XVII, bajo la dirección de los doctores Juan
Carlos Lozano y Rebeca Carretero. Ha realizado estancias de investigación en
centros nacionales e internacionales y ha publicado los resultados en diversas
revistas científicas españolas.
Cazarabet
conversa con Juan Carlos Calvo Asensio:
-Amigo Juan Carlos, ¿qué te ha hecho
estudiar Historia del Arte? ¿qué supone para ti? ---conozco directa e
indirectamente a bastantes “jóvenes” que, en los últimos años les ha dado por
estudiar esa licenciatura y me llama la atención—
-Estudié Historia
del Arte por la influencia de una buena profesora de Historia e Historia del
Arte del Instituto Segundo de Chomón. Ella, María Jesús Pérez, supo inculcarme
el valor de las imágenes para conocer el pasado y transmitirme la importancia
de estudiar el entorno inmediato. La carrera de Historia del Arte me ayudó a
englobar esos elementos cercanos en fenómenos más amplios y a darles una
explicación en vinculación con una serie de acontecimientos de trascendencia
global. El arte no sucede porque sí, está motivado por unas causas concretas,
se genera en unas tendencias generales y responde a unas necesidades
específicas. Conocer esos contextos fue mi motivación para estudiar la
disciplina, movido por mi buena experiencia en la ESO y el Bachillerato.
-¿Por qué es objeto o se convierte en objeto de
tu estudio e investigación la figura de Francisco Moya al que defines como un
escultor episcopal en el Teruel del siglo XVIII?
-Francisco Moya
es una figura que siempre ha suscitado mucho interés. Los autores de los siglos
XVIII y XIX desprestigiaron el arte barroco, que consideraban extravagante,
recargado y fuera de todo orden. Por eso, los primeros comentarios sobre las
obras del escultor son muy críticas. A mediados del siglo XX, Santiago
Sebastián, historiador del arte turolense, fue el primero en recuperar la
figura de Francisco Moya desde una más óptica científica, intentando matizar
todas estas afirmaciones que se habían sucedido a lo largo del tiempo. Más
recientemente, en 2003, Ana María Gimeno, dedicó su tesis doctoral al arte del
siglo XVIII en Teruel. Ella fue quien detectó que era una figura importante, el
escultor más destacado de su generación en el contexto local.
Por eso, pensé
que merecía una atención especial y, cuando era estudiante del Máster de
Estudios Avanzados de la Universidad de Zaragoza, decidí que era el momento de
despejar las incógnitas que existían sobre su biografía y su trayectoria
laboral. Le dediqué mi Trabajo Final de Máster, tutorizado por la profesora
Rebeca Carretero. Ella fue quien me animó a publicar el texto tras haber
conseguido la Mención de Excelencia al mejor Trabajo Final de Máster en
Historia del Arte del curso 2018/2019. Con la ayuda del Instituto de Estudios
Turolenses y la colaboración de la Cátedra Gonzalo Borrás la publicación ha
podido materializarse en un libro.
-¿Qué significaba estar al servicio de una
Diócesis? ¿Y qué significaba o podía significar en aquel siglo, el XVIII?
-“Estar al servicio de una diócesis”, en
realidad, significa que una serie de comitentes importantes depositan su
confianza en ti como artista para encargarte las obras de arte que ellos
consideran primordiales para la renovación de los templos del obispado. Cuando
digo que Francisco Moya era un “escultor al servicio episcopal” quiero transmitir
la idea de que, por sus altas capacidades, se convirtió en el artífice de
referencia para el obispo Francisco Pérez de Prado, su principal cliente.
-Estamos
en el período artístico del barroco y eso se nota mucho en los retablos de
Francisco Moya, ¿no?
-Sí, así es. Los
retablos de Francisco Moya son plenamente barrocos. Incorporan mecanismos que
aportaban espectacularidad a la liturgia, como espejos que generaban reflejos o
lienzos bocaporte que podían mostrarse y ocultarse a
voluntad. También presentan decoración vegetal y de rocalla muy exuberante en
línea con la estética del siglo XVIII. Además, son retablos con elementos
arquitectónicos clásicos libremente interpretados. En ellos aparecen
entablamentos partidos, fustes de columnas retorcidos, etc. Todo forma parte de
las características del arte barroco, en este caso combinadas para impresionar
a los files que contemplaban esas obras.
-¿Qué características aportaba este
escultor que no era capaz de aportar otro y por eso lo acoge Teruel…?
-Especialmente la
calidad de la talla. Francisco Moya trabajó muy hábilmente y sus obras
alcanzaron una calidad superior a las de sus contemporáneos. Esto se nota
especialmente en el retablo mayor de la desaparecida iglesia de San Juan, un
mueble sin policromar. Al no estar pintado, en él se puede apreciar muy bien el
buen trabajo de la madera.
-¿Y qué huella deja é Francisco Moya en Teruel y
en el conjunto y trayecto de su carrera como escultor?
-No hemos
conseguido saber dónde nació Francisco Moya, aunque por la documentación
localizada en el Archivo Diocesano de Zaragoza y las referencias que habían
aportado otros autores, pensamos que fue natural de Jorcas. Tampoco sabemos
dónde se formó, aunque Santiago Sebastián sugirió que quizás lo hizo en
Valencia. La primera mención conocida del escultor data de 1727, cuando
presupuestó el coro y la sillería de la iglesia de la Purificación de Fortanete
junto al albañil Pedro Gonel. En la documentación de ese
momento se lo menciona como “maestro”, lo que indica que ya se había examinado.
Es decir, entonces trabajaba de manera independiente.
Posteriormente,
en las décadas de 1730 y 1740 experimentó un éxito profesional extraordinario.
Entre 1732 y 1735 se hizo cargo de la figura titular del retablo de la
Inmaculada de la iglesia de San Pedro de Teruel y, en 1737, esculpió el retablo
de la Virgen del Rosario de la localidad de Alba del Campo. En la misma
iglesia, en Alba del Campo, se encargó también del retablo mayor.
Hacia 1739 debió
establecerse en Teruel y comenzó su vínculo con los principales templos de la
ciudad, especialmente con la catedral de Santa María de Mediavilla. Entonces
gobernaba la diócesis Francisco Pérez de Prado, un importante prelado y
escritor de la España del siglo XVIII que recurrió a Moya constantemente. Pérez
de Prado nació en Aranda de Duero (Burgos) en 1678 y fue bautizado el 8 de
diciembre, el día de la Inmaculada Concepción. Por este motivo, siempre fue
devoto de María y como mecenas de las artes siempre intentó promocionar el
culto mariano. Francisco Moya fue el vehículo para plasmar esas ideas, su
escultor de referencia.
En la catedral de
Teruel, Moya se encargó del retablo de la capilla de la Inmaculada Concepción,
que fue costeado por el obispo, y del ostensorio del retablo mayor, que
sustituyó al original obrado en el siglo XVI. Otro trabajo muy importante para
la catedral turolense, también patrocinado por Francisco Pérez de Prado, fue el
diseño del armario para guardar la custodia y la plata. Esta es una pieza muy
interesante porque contiene pinturas de chinerías, unos motivos de estilo
chinesco que se pusieron de moda en Europa en el siglo XVIII como consecuencia
de la fascinación hacia el continente asiático. En mi libro he localizado los
grabados alemanes y franceses que se emplearon para esas pinturas.
Con
posterioridad, Francisco Pérez de Prado debió de reclamar los servicios de
Francisco Moya para coordinar los trabajos escultóricos del que fue el
principal edificio de Teruel en el siglo XVIII: la iglesia de los jesuitas, el
actual Seminario Conciliar. Por desgracia, prácticamente todos los retablos de
este edificio fueron quemados en la Guerra Civil. En el libro hemos podido
identificar algunos de los restos del retablo mayor del templo conservados en
los almacenes de la Diócesis de Teruel y cotejarlos con fotografías antiguas
previas a su destrucción para reconstruir su aspecto primigenio. Es un mueble
muy interesante porque en él Moya aplicó las soluciones de Andrea Pozzo, un jesuita, pintor y arquitecto italiano que editó
un tratado de perspectiva para instruir a los artistas en la composición de
escenografías. Seguramente fueron los propios jesuitas los que solicitaron a
Francisco Moya que siguiera este modelo, pues siempre intentaron realizar un
control exhaustivo de sus fundaciones. Teruel no fue una excepción.
Fruto de estas
empresas tan relevantes, Francisco Moya fue reclamado para renovar varios
retablos de las iglesias parroquiales de Teruel. Por eso, en la década de 1740,
el escultor se encargó del retablo mayor de la iglesia de San Juan, que después
de la Guerra Civil fue recolocado en San Andrés, y del mueble titular de la
iglesia de San Miguel, que hoy en día se localiza en Torres de Albarracín. En
estas obras se aprecia muy bien como Moya había asimilado el aprendizaje del
tratado de Andrea Pozzo, pues son mucho más
escenográficas, desbordan la pared y pretenden introducirse en el espacio del
espectador.
En 1753, Moya
presentó un relieve de la Matanza de los Inocentes para ser admitido como
miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, institución
que acababa de ser fundada. No obstante, no adjuntó la documentación necesaria
y fue rechazado. En este momento el escultor intentó acercarse a la corte y
seguramente fuera reclamado para alguna empresa colectiva vinculada al monarca,
pues en la documentación era llamado “estatuario de Fernando VI”. Creemos que
este acercamiento con la capital estuvo motivado por el obispo Francisco Pérez
de Prado, quien residía en Madrid desde 1746 para atender los cargos de
inquisidor general y consejero del monarca.
Sabemos muy poco
de los últimos años de vida del escultor. Falleció antes de 1765, cuando su
esposa Francisca Gómez ya era viuda, según indica la documentación del Archivo
Diocesano de Zaragoza.
-¿El escultor llegaba a un acuerdo con el
obispado para reflejar en sus tallas unas cosas y no otras o unas por encima de
otras?
-Desde la Edad
Media y durante toda la Edad Moderna cuando se pactaba una obra de arte
importante sus condiciones se fijaban ante un notario. El comitente
desembolsaba una cantidad de dinero considerable en esa empresa y, por este
motivo, esperaba ver materializadas sus expectativas de la manera correcta. Por
eso, era importante indicar al artista la forma, la iconografía y los
materiales.
-¿Cómo empieza Francisco Moya su carrera
y cómo llega a ser el escultor en el que se fija el Obispado de Teruel?
-Como decía
anteriormente, sus trabajos en las iglesias de Fortanete y Alba del Campo
seguramente lo pusieron en el punto de mira.
-Para
la realización de esta investigación y estudio la documentación ha debido de
ser fundamental el ir a los sitios y contrastar el antes y el después de los
conjuntos escultóricos dejados por él; ¿qué nos puedes contar?
-En cualquier
trabajo de Historia del Arte es fundamental realizar lo que llamamos “trabajo
de campo”. Los historiadores del arte, primero, consultamos los archivos, con o
sin éxito. En segundo lugar, debemos ver la obra de arte en directo, pues es
una fuente más, la primordial. Combinando toda esa información podemos plantear
nuestras hipótesis de manera sólida y justificada.
-En
aquellos años, ¿cómo era “ser escultor” y cómo estaba de considerado…?
-A mediados del
siglo XVIII ser escultor tenía una doble vertiente. En las grandes ciudades,
donde el pensamiento humanista había tenido calado desde el siglo XVI, la
escultura era considerada un arte. En las localidades más pequeñas como Teruel
los escultores se englobaban con otros oficios de la madera, desde un
carpintero hasta un cubero, y tenían la consideración de trabajadores manuales.
Sin embargo, hubo maestros que buscaron mecanismos para escapar del control del
gremio. Francisco Moya fue uno de ellos; por eso intentó ser admitido en la
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, aunque nunca lo logró.
-¿Qué destacarías de sus trabajos en el Obispado
de Teruel?, porque ¿qué tenían de común y de “reconocible como de Francisco
Moya?
-Especialmente, y
como decía anteriormente, la calidad de la talla. Francisco Moya sabía crear
rostros veraces, generaba volúmenes convincentes a través de la vestimenta y
componía retablos complejos desde el punto de vista arquitectónico e
iconográfico. Sus muebles siempre presentan una riqueza temática
extraordinaria. Aprovechaba muy bien los relieves de las casas para transmitir
las historias que sus comitentes querían ver plasmadas.
-¿El conjunto escultórico de Francisco Moya
sufre en la Guerra de España, explícanos?
-Todo el
patrimonio de la ciudad de Teruel sufrió en la Guerra Civil, también el
conjunto escultórico de Francisco Moya. El retablo de la iglesia de los
jesuitas fue destruido casi por completo y el mueble de la iglesia de San Juan
tuvo que ser trasladado a la iglesia de San Andrés cuando se derribó el templo
que lo acogía originalmente. En su traslado, o durante la contienda (no lo sé
con certeza), el sagrario y algunas esculturas de este último retablo
desaparecieron. No obstante, creo que este aspecto aporta interés a estos
conjuntos por participar en el proceso de reconstrucción de la ciudad durante
el franquismo. Eso convierte su historia en convulsa y los introduce en
diferentes contextos y discursos. El retablo de la iglesia de San Juan, por
ejemplo, todavía conserva las marcas a lápiz realizadas por los operarios de
Regiones Devastadas para no confundirse en su montaje.
-Dentro
de sus trabajos, ¿qué retablos o qué retablo destacarías más y por qué?
-Sin duda,
destacaría el retablo de la iglesia de la Compañía de Jesús por ser el más
monumental que albergó Teruel. Además, es muy interesante el retablo de la
iglesia de San Juan. Al no estar policromado, es una obra en la que se aprecia
muy bien el trabajo escultórico de Francisco Moya y su taller.
-Y
de “obras menores” como el armario para platas y joyas de la sacristía y
similares… ¿qué nos puedes decir?
-Todas las obras
del escultor tienen interés. El armario para guardar la plata de la catedral es
muy sugestivo porque tiene formato de retablo. Es un mueble monumental para
albergar la custodia de asiento y el tesoro del templo y, como he comentado,
incorpora pinturas de chinerías, motivos imaginarios instalados en el
pensamiento europeo del siglo XVIII sobre el continente asiático. Esas imágenes
fueron copiadas a partir de grabados alemanes y franceses que hemos podido
identificar.
-¿Qué rasgos son más distintivos de Francisco
Moya?
-De Francisco
Moya destaco la monumentalidad de sus obras, su capacidad para contar historias
y su profusión decorativa. Son retablos pensados para impresionar al
espectador.
-Hoy,
fruto del “fichaje” de Francisco Moya por el Obispado de Teruel ¿qué podemos
encontrarnos y disfrutar?
-Hoy todavía
podemos contemplar muchas de sus obras. Los retablos de Alba del Campo siguen
ocupando los espacios para los que fueron creados; también aquellos citados que
se han conservado en la ciudad de Teruel. La iglesia de Torres de Albarracín
alberga el retablo mayor de la iglesia de San Miguel de Teruel, que fue
desacralizada hace décadas. Es muy interesante acercarse a estos muebles y
apreciar todos los aspectos que he explicado. Pero cuentan mucho más: escenas
cotidianas, momentos de afecto maternofilial, animales y objetos utilitarios
que reconocemos y que pueden interesarnos desde una mirada “profana”. Los tipos
humanos, los comportamientos y las acciones no han cambiado tanto. Por eso, un
escultor del siglo XVIII podía escenificar historias bíblicas de hace miles de
años fijándose en su entorno y, actualmente, ese universo todavía nos resulta
familiar.
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Cazarabet
Mas de las Matas
(Teruel)