Cazarabet conversa con...   Carmen Romeo Pemán, autora de “El Frago, 1901. Por enseñar a las niñas” (Comuniter)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Carmen Romeo Pemán se adentra desde la narrativa novelada en la vida de las maestras en el mundo rural a comienzos del siglo pasado…cuando en las escuelas las mujeres daban clase a las niñas ---y los hombres a los niños---

Muchas de las veces, ellas, estas maestras se convertían en una luz en la oscuridad de un mundo más bien cerrado para la mujer y las niñas.

La sinopsis de este libro:

El Frago, 1901. Por enseñar a las niñas es el re- lato de la heroica labor de una maestra rural en aquel pueblo pirenaico durante los primeros años del pasado siglo. Matilde, su protagonista, debe luchar contra los caciques, los curas trabucaires, los prejuicios, el fanatismo y la incultura de aquella España atrasada y enfrentada a sí misma, incubadora de los odios cainitas que unas décadas después iban a materializarse en el baño de sangre que arruinó nuestra historia reciente. Las niñas a quienes se pretendía hurtar el futuro, y sus madres, las mujeres que ya lo habían perdido, serán la inspiración de la maestra.

Carmen Romeo Pemán, autora de la novela y también profesora, nos obsequia una narración vibrante y emotiva, en la que vierte su amor incondicional por la enseñanza y rinde homenaje a aquellas pioneras del magisterio rural.

La autora, Carmen Romeo Pemán: Catedrática de Lengua y literatura, fue alumna de la escuela de El Frago hasta los 13 años.

Es Maestra de Primera Enseñanza y Licenciada en Lenguas Románicas. Fue profesora de la Universidad de Zaragoza, del Instituto Francés de Aranda de Teruel y del Instituto Goya de Zaragoza. En 1977 recibió el premio «Bernardo Zapater Marconell», de ámbito nacional, por un trabajo de investigación, que se reflejó en su libro Los Mayos de la Sierra de Albarracín (1980), CSIC.

Desde que, en 1972, se ocupó de la Toponimia de la ribera del Arba de Biel, en sus publicaciones han menudeado las referencias a El Frago y a las Cinco Villas. En 2014, obtuvo un premio nacional con el relato De la roca nacida, de su serie

«Las fragolinas de mis ayeres». Ese mismo año el Centro de Estudios de las Cin co Villas, con la IFC, le publicó De las Escuelas de Frago; y en 2021, De la roca nacidas, relatos con acuarelas de María Aguirre Romeo. Desde el año 2016, en el blog Letras desde Mocade, lleva publicadas casi 200 entradas, entre relatos fragolinos, artículos de investigación, sobre todo recuperación de maestras, y de

crítica literaria. Desde 2019 es colaboradora de la revista digital «Masticadores», para las grandes áreas urbanas de todo el mundo.

De sus publicaciones destacamos, Estado general de las escuelas de Primeras Letras en la comarca de Borja antes de la Ley de 1838 (1980), Universidad de Zaragoza. Acceso al magisterio de Retórica y Gramática de Borja en 1774 (1980), Universidad de Zaragoza. Corrección y creación idiomática en los medios de comunicación de la Comunidad Autónoma aragonesa (1995), (coautora), Universidad de Zaragoza. Varias guías de lectura publicadas por el MEC: En torno a Goya y Muñoz Puelles (1996) (coautora), «Cinco mujeres en la vida de un hombre» de Ramón Acín (2007), Una lectura de la obra de María Ángeles de Irisarri, entre otros.

 

 

 

 

Cazarabet conversa con Carmen Romeo Pemán:

 

—Amiga Carmen, qué te lleva a escribir esta novela narrativa que retrata muy, muy bien cualquier lugar de aquella España rural de principios de siglo era tan valorado como lo ha sido en tiempos más contemporáneos y en los que la enseñanza a la mujer estaba sujeta a ciertas necesidades y encorsetada y la libertad para dar clase y más si se era mujer era una odisea

-La novela lleva un doble título. Es que no sabía cuál elegir. Los dos responden a dos regalos de mis padres: don Gregorio y doña Asunción, mis maestros de El Frago. Me hicieron nacer en el Frago y me contagiaron el amor por el pueblo, por sus gentes y por su historia. Mi padre sentía muy vivos sus genes fragolinos, y así nos los contagio a sus dos hijas, Maruja y Carmen. Nuestra madre, de Biel, también colaboró en nuestro amor a la tierra. Una de las pocas salidas que hace doña Matilde es un viaje a Biel a ver a su amiga Gala. ¡Cuántas veces hemos recorrido nosotros ese mismo camino para ver a mi abuelo, mis tíos y mis primos!

De los dos, de mi padre y de mi madre, me viene la pasión por enseñar. Como ellos, no podía dedicar mi vida a otra cosa. De ellos aprendí que la enseñanza se engrandece cuando nos entregamos a los alumnos con menos oportunidades, entonces se decía a los más desfavorecidos. Sin olvidar a ninguno, claro.

Mientras escribía esta novela, desplegaba las alas que ellos me dieron. Esas alas que me ayudaron a documentarme y a recrear un año muy complejo en la historia de la Educación en España y en Aragón. Y en El Frago en particular.

Para escribir esta novela, he puesto a funcionar elementos del contexto histórico de España en Aragón y en El Frago, porque es lo que mejor conozco. Siempre he ejercido de profesora en Aragón y fui alumna de la escuela de El Frago hasta los trece años, donde viví situaciones que se parecían más a las de las escuelas del XIX que a las del XX. El tesón y la lucha de mi maestra, mi madre, por defender la educación de las niñas era muy parecido al que reflejaban las maestras del siglo XIX en las memorias que publicaban en la prensa nacional. Y como alumna, no como hija, recuerdo una frase que nos repetía muchas veces en la escuela: Hijas mías, no sé qué seréis de mayores ni qué ideas tendréis. Pero estéis donde estéis y penséis como penséis, nunca os olvidéis de que sois mujeres. Pues con ese mandato de mi maestra yo ya no puedo ser otra cosa que una defensora de los derechos de las mujeres.

—Porque educar es y era “dar clase y algo más”, ¿no?

-Por supuesto. Eso siempre, antes y ahora. Si entendemos “dar clase” en la escuela, o “clase magistral” en bachillerato y la universidad como la rigurosa trasmisión de conocimientos, no tiene nada que ver con la tarea educativa. Eso podemos adquirirlo hasta en un documental de la tele. Un maestro que trata con adolescentes, tiene que ser un guía que los acompañe en su crecimiento como personas sociales. Doña Matilde da la clase de labores en un carasol, donde mezcla a las niñas con las señoras del pueblo. Allí todas enseñan y todas aprenden.

Las maestras rurales no tenían como ahora un currículo cerrado. Su currículo estaba condicionado por el contexto y por la vida del pueblo. Según las memorias que las maestras iban publicando en la prensa del XIX, las niñas aprendían a peinarse, a lavarse las manos y a aprovechar el agua del río para una higiene más íntima. Una tarea importante de las maestras era despiojarlas con una buena peineta. Incluso les cortaban el pelo y les enseñaban a hacerse trenzas para evitar el contacto de los pelos.

En la escuela aprendían a coser su ropa y la de sus hermanos. En todas las memorias se cita que enseñaban a hacerse las prendas íntimas. Era una concepción de la clase de labores diferente a la que posteriormente planteó la Sección Femenina. En las escuelas, más que los adornos de los ajuares, que también, se enseñaba costura para vestirse en la vida diaria. Algunos vestidos de las niñas de la fotografía de la portada se los habían cosido ellas con ayuda de su maestra.

En la escuela aprendían las formas de relacionarse, entre ellas y con los mayores. Les enseñaban a saludar a todo el mundo y cuestiones de lo que hoy llamaríamos urbanidad. Pero, sobre todo, valores, aunque entonces no se llamaran así

—En sociedades rurales e imagino de cariz un tanto cerradas como pueden ser las zonas del Prepirineo, como la población de El Frago, donde todo era más difícil o simplemente diferente que en lugares un poco más poblados o en las urbes?

-El contraste entre la vida en un pueblo y la de una ciudad ha sido un tema clásico, que cobró mucha importancia con la revolución industrial. Campo versus ciudad fue un tópico en literatura del XIX y XX que alcanzó su auge en los escritores de la Generación del 98. Ya entonces se discutió mucho si la mentalidad ciudadana era más abierta o más encorsetada por las nuevas corrientes de pensamiento. Hoy estamos en un nuevo canto al bucolismo. Pero tenemos que ser sensatos. Más que de un nuevo bucolismo, yo hablaría de un reparto de la riqueza y del espacio. Volver a relaciones humanas cercanas y evitar la vida alienada en las grandes ciudades, donde el hombre pierde sus atributos.

Los pueblos del Prepirineo tenían su propia forma de vida, con sus usos y costumbres, un código a su medida. En ese sentido, desde fuera, se ven como sociedades cerradas, de vida difícil para alguien que llegue de fuera. En cambio, sus habitantes se encuentran como en el útero materno, en un mundo que los protege y les da seguridad. Los personajes de mi novela están muy orgullosos de su mundo. Es más, hay una vecina, Engracia, a la que su marido compró en la feria de Ayerbe, a la que todos ven como intrusa. Precisamente Matilde se identifica con ella. Esta costumbre de comprar o apalabrar matrimonios por dinero en las ferias estuvo muy extendida en toda España hasta bien entrado el siglo XX. Yo la recojo en el relato, Las feriaban en Ayerbe.

—Desde un primer momento la novela…la historia y la vida, en el día a día de esta maestra y de sus alumnas me recuerda a La lengua de las mariposas y El maestro que prometió el mar, salvando todas las distancias, claro. ¿Qué nos puedes decir?

-Es posible que la aventura de Matilde evoque las de don Gregorio y don Antoni, pero es por pura casualidad, más por el tema que por la manera de estar contadas. En las tres obras se plantea una nueva forma de enseñar y los tres protagonistas son maestros modernos y vocacionales, cuyas ideas chocan con los principios tradicionales que anidaban en los pueblos. Y, en las tres, de ese contraste surge el conflicto narrativo. Pero los contextos son diferentes.

Doña Matilde vive en la época de la Regencia y don Gregorio y don Antoni, treinta años después. Es decir, doña Matilde y sus compañeros pudieron ser los modelos de la Lengua de las mariposas y El maestro que prometió el mar. Tengo la tentación de decir que fue una pionera. Pero no, que desde que se normalizó la enseñanza pública con la ley de 1838, las maestras lucharon por la enseñanza de las niñas. En El Frago, en el siglo XIX, tenemos varios ejemplos, doña Inés Cervera, la primera maestra, doña Juana Bonaluque, natural de El Frago que se empeñó en alfabetizar a todas las niñas del pueblo y doña Simona Paúles, que estuvo treinta años con su marido don Pedro Uhalte, ayudó a conseguir una gran estabilidad educativa en la enseñanza de un pueblo tan pequeño.

Además, he encerrado la historia de doña Matilde en un año y en un pueblo de menos de 500 habitantes, donde casi nunca pasaba nada.

Siempre me había fascinado la técnica de Jean-Paul Sartre en A puerta cerrada. A medida que vas limitando el espacio y el tiempo, se genera una gran tensión en el tema y en la trama, en este caso en la lucha de la maestra, sin tener que recurrir a largas explicaciones. Y esas restricciones condicionan a una novela intensa y corta.

Con esta acotación del contexto narrativo, el personaje tiene el tiempo justo para definirse y cumplir su misión, para convertirse en un mito de alcance general. Si lo expandiéramos en anécdotas narrativas perdería el carácter fundacional de una saga, a la que representa. Ella es la maestra por antonomasia, la resultante de todas las que en El Frago han sido. Aspira a ser la representante de toda una época.

Y todo sucede en 1901, un año definitivo para la Educación Pública. Ese año nació el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, y los maestros dejaron de cobrar de los ayuntamientos y pasaron a cobrar del Estado. Además, los contrataba el rectorado y se dotó de poder a la inspección, frente a los caciques y a la Iglesia, que no aceptaban perder su influencia y, mucho menos, que las mujeres educaran a las niñas. A cambio, los ayuntamientos tenían que poner los locales. Y manipulando los locales, hicieron valer su fuerza.

 La educación de las niñas se consideraba algo secundario, en lo que no había que invertir dinero ni esfuerzos. Los caciques y mucha gente del pueblo se opusieron a la ilusión de doña Matilde, una maestra de los nuevos tiempos, dispuesta a entregar lo mejor de sí misma en el sueño de enseñar a las niñas.

—La idiosincrasia de El Frago, ¿se dejaba ver y se descifraba en el aula de las niñas?, ¿cómo y de qué manera?

-Por supuesto. Las niñas acudían a clase con sus prejuicios y la maestra, con paciencia, intentaba desmontar aquella religión milagrera y la dependencia de unos caciques bastante incultos.

Los comentarios de las niñas en las casas atraían a las madres que pronto se convirtieron en las grandes defensoras de la maestra.

En esa interacción se van creando situaciones en las que aparecen los primeros pasos de la emancipación de las niñas junto a la denuncia de la violencia, la opresión y el dolor de muchas mujeres. Y más, mucho más, doña Matilde, con su gramola organiza bailes para todo el pueblo.

Matilde, seguro, es una de las muchas maestras que paso por El Frago y por otras muchas poblaciones y aldeas del Pirineo o de otras zonas rurales de aquella España en la que según Antonio Machado de cada diez españoles uno pensaba y diez embestían

-Doña Matilde no está inspirada en ningún personaje real, no podía estarlo. Yo quería crear un modelo, un mito, que trascendiera la dimensión cotidiana, sin dejar de participar en ella.

Pues porque la mente tiene sus obsesiones y asociaciones. Hace unos años conocí, por la prensa de 1903, el asesinato de un niño de pocos días en la catedral de la Seo de Zaragoza. Se encontró el cadáver en la Sala de los Tapices, detrás del tapiz de la matanza de los Inocentes. Fue un caso muy comentado en el Imparcial y en el Sol. Todo había sido fruto de unas relaciones incestuosas de un canónigo de la Seo con una prima suya y con su sobrina maestra. Este caso, muy famoso en toda España, me impresionó tanto que le dedique el relato "Crimen en los tapices de la Seo". Y ahora, sin saber por qué, doña Matilde vuelve a vivir en la parroquia del Gancho y siente en sus carnes la misma amenaza que sintió la sobrina del aquel canónigo de la Seo. Y se apellida Zugasti por exigencias narrativas: tenía que llegar la última, y a tiempo, a las oposiciones de Huesca. El personaje, no, no es de El Frago, pero su nombre sí. Es el de Matilde la hija de la señora Presentación, que, durante muchos años, vino a mi casa todas las tardes a traernos leche de cabra. Con el tiempo se casó con Angelito de Moño, de Biel.

—¿Cómo era el retrato de Matilde en aquellos primeros años del siglo pasado enseñando en la España rural?

-Según Francisca Soria: “Matilde una joven con una imagen fresca y moderna. Una mujer de ciudad, con estudios, que desea trabajar. Su sola presencia marca el vivo contraste que existía entre la vida urbana y la rural. Y, además, posee la fuerte personalidad y el conocimiento necesarios para llevar a cabo su histórica misión de implantar las novedades educativas del Ministerio.

La autora no duda en vestirla a la última moda y describe a lo largo de toda la obra su vestimenta y calzado, lo que constituye otro de sus aciertos. El siglo XX inició una tendencia de cambio imparable en la moda femenina: las ropas y calzados se adaptaron a una nueva forma de vivir y actuar, que inauguró un nuevo código en las relaciones sociales.

Matilde, una extraña en aquel pueblo, se siente, de principio a fin, muy sola. Pero el personaje de María del Socarrau que, en principio, parecía que no tenía más papel que hospedar en su casa a la maestra, crece a lo largo del relato hasta convertirse en su confidente y su apoyo”.

—¿Cuáles eran sus principales problemas porque, seguro, que los principales estaban más allá del aula?

-El principal problema es su soledad. Intenta paliarla con las conversaciones con María del Socarrau, su casera, y con su amiga Gala, la maestra de Biel. Y con esos escarceos amorosos con el médico, don Valero. Pero, como están todo el día bajo la atenta mirada de los vecinos, se permiten pocos escarceos. Dejo a la imaginación del lector el desenlace de este asusto con un final abierto.

Siente que la mano de su tío el canónigo la amenaza, aunque ella había puesto pies en polvorosa. En el pueblo se tiene que enfrentar a los caciques y al mosén Mateo, un vestigio de los viejos curas carlistas, que se resiste a que la Iglesia pierda su autoridad en la formación de las niñas. El mosén acusa a la maestra de todos los males que han llegado al pueblo, incluso de la epidemia de tifus.

—Dentro seguro que había mucho estímulo, más del que nos podemos imaginar, por aprender… ¿qué nos puedes decir?

-El estímulo por aprender lo crean los maestros vocacionales como Matilde. Si un maestro no se cree la trascendencia de lo que hace, si no le interesa el mundo de sus alumnos y no los mira a los ojos, el estímulo se pierde.

—En comparación, ya sé que éstas son odiosas, más aún que las de hoy…me refiero a ese espíritu curioso por aprender, ¿qué nos puedes decir?

-La curiosidad se despierta con el estímulo. Y una persona está viva mientras tiene ganas de aprender. Y esas ganas de aprender que nos acompañarán toda la vida tienen que ser un regalo de nuestros maestros.

—¿Qué suponía ser alumna de El Frago en aquellos tiempos porque tú misma lo fuiste muchos años después hasta los trece años?

-Nacer en El Frago y educarme en sus calles y entre sus gentes es lo mejor que me pudo pasar de niña. Y eso ha condicionado toda mi vida posterior.

Tantas tardes de inviernos calentándome en los hogares fragolinos, tantas charradas desgranando maíz, tantas horas jugando en la plaza, tantos años corriendo por sus arboledas

me han dejado muchas huellas. Son tesoros que llevo dentro, que unas veces me los quiero guardar para mí y otras los quiero compartir en mis escritos. Creo que sin estos años fragolinos no hubiera soñado con ser escritora. Y, aún ahora. Sueño con compartir mis vivencias fragolinas con todo el mundo.

—Una niña imagínate si como tú, por lo que puedo ir intuyendo, llega a los trece años y quiere más…. quería seguir estudiando estaba destinada a dejar su pueblo atrás y debía empezar a sumir que sería más o menos para siempre y para no volver al pueblo solamente para los tiempos vacacionales y poco más?, porque, claro, después del estudio viene el trabajo.

-En mi relato, Quería salir a estudiar, recojo estos problemas y materializo estos deseos. Este deseo era más intenso en los segundones que se quedaban sin herencia y se convertían en servidores de sus hermanos mayores. Ellos sí que querían salir a estudiar, como don Benjamín Biescas, el protagonista de este relato basado en hechos reales. Pero no todos estaban dispuestos a abandonar su arraigo en la tierra.

Abandonar el pueblo y pasar por un internado era la única opción que teníamos para poder estudiar. No había otra manera de sacar de casa a una niña de 13 años. ¡Qué duro me resultó adaptarme a un dormitorio con 80 niñas más! ¡Cómo echaba de menos los cuentos que me leía mi madre! Ya nadie vendría a ver si dormía y estaba bien tapada. Y si una rompía a llorar, al momento, aquello era un hipido, nadie nos podía parar, ni los gritos de la hermana que estaba encargada del dormitorio. Precisamente en mi relato Una ninfa en el Zarrampullo, hablo de un grupo de chicos y chicas que despiden el verano. Al día siguiente los chicos se van al Seminario y algunas chicas a un internado. Esa despedida tan triste tiene ecos de tragedia.

El trabajo es la ruptura definitiva, pero te resistes a aceptarlo. Yo tuve mi casa y mi residencia en El Frago hasta que me casé. Aún conservo la casa. Y cuando me preguntan cuánto hace me fui, noto una punzada en el pecho y rápidamente respondo: “Yo me he ido nunca”. Pero sé que no es la verdad. Que lo que tengo es una gran nostalgia.

—Si eso, presumo, era difícil en los niños, ya no digo nada en las niñas y más de los primeros años del siglo pasado; ¿qué nos puedes decir?

-Que me resultó muy difícil adaptarme a un internado. Tanto que he necesitado, y necesito, escribir mucho sobre esto para ir soltando lastre.

Ten en cuenta que, cuando yo era pequeña, El Frago no tenía carretera. Podía llegar en autobús hasta Luna y dormir allí en casa de alguna familia conocida. Al día siguiente vendrían a buscarme con una caballería para hacer 14 kilómetros por la ribera del Arba. Ese viaje de vuelta a casa abría mis sueños y mi imaginación. Creo que esos viajes han alimentado gran parte de mi actividad creativa.

¿Y el uniforme? Yo no tuve ropa de calle mientras estuve interna. Y por supuesto, ni peluquerías, ni uñas pintadas ni maquillajes, esas cosas que tanto gustan a las adolescentes. Cuando cierro los ojos, esta etapa está siempre en blanco y negro.

—Los recursos económicos debían ser una de las principales trabas, ¿verdad? ¿cuántas niñas se quedaron sin poder desarrollar sus habilidades por no poder ir a estudiar?, ¿esto desarrollaría la frustración?, ¿qué tipo de vida les esperaba en El Frago?

-Las niñas faltaban mucho a la escuela. Algunas nunca la pisaron. Sus manos eran necesarias en las faenas de la casa. Tenían que subir el agua de la fuente, lavar en el río, ocuparse de sus hermanos, incluso cuidar el ganado. Muchas no acabaron la primaria. Así que eso de salir a estudiar, ni pensarlo. Solo salía alguna, de vez en cuando, si había alguna maestra implicada que convencía a los padres. Incluso las familias con posibles pensaban que las mujeres no tenían que estudiar. Y que se tenían que quedar en casa. Su destino era el matrimonio y criar muchos hijos. En eso insistía la Iglesia. Y el modelo de mujer venía en La perfecta casada, el libro que mosén Mateo le regala a Matilde y se lo tira a la cara.

Claro que estaban frustradas, o resignadas. En mi novela, dice Dominica del Corroncha: “Con una maestra así, otro gallo nos habría cantado”. Y en mi relato Quería aprender a leer, una niña aprende sola en el monte, mientras cuida las cabras, con las indicaciones y las cartillas que le regalaba su maestra.

Las niñas estaban condenadas a seguir la vida de sus madres. Y las de casas más pobres tenían que salir a servir. ¡Durísimo!

—Carmen, antes de terminar, ¿cuál crees que era la diferencia entre educarse en un pueblo como El Frago y educarse en una población mayor o en una urbe?

-Pues mucha. Los pueblos pequeños están hechos a la medida de los niños y adolescentes. La escuela y la vida se mezclaban y se retroalimentaban. La sensación que se siente es de una libertad total. Aunque también había que estudiar. Yo recuerdo que en la escuela de El Frago aprendí más gramática y sintaxis que en mi educación posterior.

En las ciudades es otra cosa. Y lo comprobé cuando salí a estudiar a Zaragoza. La escuela está muy separada de las familias, es más como una academia en la que se aprenden conocimientos disociados de la vida. La enseñanza es una especie de burbuja en la que estás oprimida y quieres romper los límites para alcanzar la libertad.

—¿Cómo ha sido el proceso de investigación detrás de este libro?

-Un proceso largo, muy largo. Desde que acabé los estudios universitarios he ido recopilando, en entrevistas, la tradición oral fragolina y los documentos del pueblo: Archivo del Ayuntamiento, archivos provinciales y nacionales. Censos, boletines de educación, prensa de los siglos XIX y XX. Y todos los documentos familiares que me han proporcionado las familias. A la vez que investigaba iba publicando artículos y relatos.

En 2014, la DPZ me publicó un ensayo: De las escuelas de El Frago. A partir de 2016, con tres escritoras más, creamos el blog Letras desde Mocade y aumenté el ritmo en la publicación de biografías de maestras, y maestros, y relatos fragolinos. En 2021, también en la DPZ, De la roca nacidas, una selección de relatos de mis series fragolinas, sobre todo del grupo Las fragolinas de mis ayeres.

Y finalmente, en 2023, llego mi doña Matilde, la protagonista de la novela: un trasunto de todas las maestras españolas y la principal fragolina de mis ayeres. A este personaje de ficción, y a todo su contexto, solo pude llegar con toda mi documentación y mi escritura anterior.

“Se trata de una novela, sí, pero alguna cosa más. “El Frago, 1901” es para mí, en primer lugar, un trabajo de investigación. Un gran trabajo de archivo que documenta, con sistémica precisión y referencias, toda la historia de la educación en los primeros años del s. XX, entre la crisis del 98 y la esperanza del Regeneracionismo. El funcionamiento escolar y académico, las nuevas disposiciones políticas, los políticos y los personajes destacados, las innovaciones, los Boletines oficiales, artículos de revistas.  Todo está perfectamente reseñado. Un buen resumen de las novedades y los cambios educativos de la época, descritos, eso sí, de otra forma.” (Concha Gauendó, Prestación de El Frago, 1b901. Por enseñar a las niñas)

Me gustaría cerrar la entrevista con una recomendación. Si les ha interesado la novela, lean los estudios que de ella han hecho las catedráticas Francisca Soria y Concha Gaudó, que les ayudarán a profundizar en la lectura. Estos estudios están incorporados en las presentaciones del libro y recogidos en dos artículo en el blog Letras desde Mocade,

El Frago, 1901. Por enseñar a las niñas.

http://letrasdesdemocade.com/2024/03/08/el-frago-1901-por-ensenar-a-las-ninas/

Francisca Soria y Concha Gaudó analizaron “El Frago, 1901”,

http://letrasdesdemocade.com/2024/05/21/francisca-soria-y-concha-gaudo-analizaron-el-frago-1901/

 

 

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