Cazarabet conversa con... Susana Diez de la Cortina,
autora de “La mujer y los sueños
en el romancero” (Mira)
Susana Diez de la Cortina analiza el papel de la
mujer, sus anhelos y sus sueños, en la época del romancero.
La sinopsis del libro:
El ensayo La mujer y los sueños en el
romancero indaga en la contribución de la mujer al conocimiento y a la
sociedad de su época, tomando como referencia el corpus de los romances
medievales que, en su mayoría, conocemos por sus versiones escritas, que
comenzaron a publicarse desde el siglo XIV, y que han llegado hasta nuestros
días también por tradición oral. Mientras que a los varones, instruidos en las
artes, las letras y las ciencias, les estaba reservada la gran literatura culta
de autor y el conocimiento técnico-científico, las mujeres, analfabetas y
apenas educadas, se especializaron en el folclore y los saberes ancestrales
sobre la naturaleza y sus ciclos, que no precisan la escritura, pues se
conservan en la memoria y se comparten de una generación a la siguiente:
recetas, refranes, remedios o cantares que han asegurado la pervivencia de
nuestra especie y de nuestra cultura a lo largo de los siglos.
Con un enfoque principalmente divulgativo, Susana Diez de la Cortina se centra
en la mujer como heroína, albacea y transmisora del romancero de origen
medieval, época que nos remite idealmente a dos figuras femeninas antagónicas
pero complementarias: Eva, la que induce al varón al pecado, y María, la que
intercede por él y lo salva. A través de los relatos oníricos que jalonan las
baladas, vamos descubriendo una tercera figura poderosamente clarividente,
intérprete de sueños, súcubo y hechicera, capaz de transformaciones
sobrenaturales, de la que, tal vez deliberadamente, solemos olvidarnos: Lilith,
la «doncella de la noche», cuyo referente escrito más antiguo se remonta a la
epopeya sumeria de Gilgamesh, que reaparece, ya demonizada, en las
culturas semíticas, y emerge en el Génesis como primera mujer de Adán, al que
abandonó por no aceptar una existencia sojuzgada a él. En ese recorrido por el
imaginario de lo femenino comprobaremos que no hay gran diferencia entre la
adoración del amor cortés a la dama, divinizada por el caballero que le rinde
vasallaje, la devoción a María, y la veneración de los pueblos antiguos a las
diosas de la fecundidad.
El romancero, patrimonio del pueblo que lo conserva y reflejo privilegiado de
su idiosincrasia, se halla repleto de datos históricos, es decir, de los que
hay memoria escrita, pero resuena también con las reminiscencias orales de
lejanas civilizaciones y culturas de los primeros cantos de la humanidad. La
mujer del romancero es fuerte y decidida: se pone al frente del feudo o del reino
cuando su marido está ausente; no duda en vestirse de hombre para ir a la
guerra; va en busca de su amado pasando mil calamidades hasta encontrarlo; goza
de enorme consideración como madre; es inteligente, incluso sabia, y admirada
por ello; verdadera protagonista de los romances, es una mujer que tiene
contacto con el mundo sobrenatural, que posee unos conocimientos y unos poderes
que le permiten hacer premoniciones. La interpretación de los sueños, práctica
habitual y remunerada, era ejercida por mujeres de la estirpe de Lilith, como
muestra el caso de Lucrecia de León, famosa onirocrítica
de la corte de Felipe II que predijo el fracaso de la Armada Invencible: los
destinos del imperio podían depender de las interpretaciones de los sueños de
estas mujeres extraordinarias.
La autora, Susana Diez de la Cortina:
Nacida en Huesca y residente en Madrid, es
filóloga y profesora de lengua castellana y literatura. Combina la actividad
docente con la investigadora y literaria; dirige AulaDiez
español online desde 2002, y, en 2017, fundó la Tertulia Cultural María
Moliner en la Casa de Aragón en Madrid.
Colabora habitualmente en diferentes medios; ha escrito numerosos artículos
científicos y de opinión, libros de gramática y manuales de español para
extranjeros.
Como poeta, ha colaborado en diversas obras colectivas, y es autora de los
libros Poesie (B&V Edizioni,
Turín, 1983), El Castillo (2016), La voz desnuda (2016), La
Senda Impar (2018), Mutaciones (2019) y El olivar azul
(2020), en la editorial Manuscritos. Actualmente tiene en preparación Migra.
Cazarabet conversa
con Susana Díez de la Cortina:
-Amiga Susana,
¿qué te ha hecho estudiar e investigar sobre el papel de la mujer en los
romances -épicos y epicolíricos- desde la perspectiva
en la que ella ha interaccionado en el conocimiento y la sociedad de su época,
que era en su origen la medieval?
-Bueno, debo decir antes que nada que la
primera canción que aprendí de mi madre fue el Romance del Conde Olinos, así que mi afición
al género romancístico viene de muy antiguo, pero el libro como tal, La mujer y los sueños en el romancero,
cobró cuerpo a partir de mis investigaciones doctorales sobre el verbo ‘soñar’.
Trabajando con ejemplos literarios de sueños me di cuenta de que en los sueños
del Romancero Viejo emergía una figura femenina diferente a la habitual, una
mujer muy fuerte y valiente, y a la vez con capacidades sobrenaturales, incluso
proféticas... de modo que comencé a investigar, presenté una ponencia en el congreso
Mujeres Medievales en Santiago de
Compostela en 2017, más tarde hablé del asunto con Berta Sariñena de Mira
Editores, que se interesó por el proyecto... y el resultado es este ensayo.
-Los romances
fueron publicados a partir del siglo XIV, siendo transmitidos, día a día,
mediante la tradición oral -o sea, el boca a boca- ¿temes que, sin que
quedasen muchos romances por escrito, se perdiesen?
-Es posible, resulta muy difícil saber cuántos
romances se han podido perder en los vericuetos de la oralidad, pero al menos
debemos alegrarnos de que muchos hayan llegado hasta nosotros por las dos vías,
la escrita y la oral, y que se hayan inventariado, fechado, etc. correctamente
gracias al trabajo de los folcloristas, historiadores, etnógrafos o filólogos,
y de fundaciones como las de Joaquín Díaz o Ramón Menéndez Pidal, los
diferentes archivos de patrimonio inmaterial, etc.
-Enlazo con la
pregunta anterior: si bien los hombres eran más instruidos y educados con la
lectura, la escritura..., la mujer no lo era tanto, o casi nada, ¿verdad? y
tenía menos recursos para transmitir la tradición de los romances...
-Es cierto que las mujeres de aquellos tiempos
partían con desventaja, pues los estudios superiores se reservaban a los
hombres; sin embargo, a medida que avanzan las investigaciones nos vamos dando
cuenta de lo importante que fue su papel en la conservación de la cultura, y no
solo en la de transmisión oral. Hoy sabemos que el Cantar de Mío Cid pudo ser fruto de la promoción de doña Ximena, la
esposa de Rodrigo Díaz de Vivar; conocemos la poesía de Garcilaso y de Boscán
gracias a la viuda de este último, que la publicó...
-Los romances, su
transmisión, solía ir acompañada de instrumentos... ¿qué papel tenía la mujer
en torno al instrumento?
-Hay multitud de imágenes de aquella época que
nos muestran a las mujeres como tañedoras, hubo de hecho mujeres ‘trobairitz’ cuyas producciones se van recuperando poco a
poco, sabemos el importantísimo papel que tuvieron en la evolución de la música
mujeres como Hildegarda de Bingen, no se nos oculta
que la polifonía floreció entre las monjas, en los conventos... En fin, la
mujer era la que se ocupaba de organizar las veladas en los palacios, la
encargada de gestionar el ocio y la cultura.
-En los romances,
¿qué estructura métrica se seguía, eran diferentes los del romancero viejo?
¿cómo fueron evolucionando? ¿La mujer tuvo en esta evolución su papel?
Hay consenso entre la mayoría de los
estudiosos en considerar que el origen de los romances está en la división en
dos hemistiquios de los largos versos de los cantares de gesta, de ahí
surgieron las tiradas romancísticas octosilábicas con rima principalmente asonante
en los versos pares. Luego esas tiradas se fueron dividiendo en cuartetas, y de
ahí surgieron las diferentes formas métricas de nuestra tradición en versos de
arte menor: coplas, redondillas, seguidillas, etc.
-¿Por
qué el romancero viejo medieval era anónimo?
-Quizás en el origen de cada composición haya
habido un autor, claro está, pero la forma de transmisión, por tradición oral,
implica una constante actualización de esas composiciones, cada juglar aportaba
su granito de arena, hacía modificaciones... es lo que Menéndez Pidal llamó
“autor legión”.
-¿Y qué pasa para
que, como de repente, dejen de serlo y pasen a tener, detrás de lo que
reconoceríamos como Romancero Nuevo, nombres de tanto peso como Cervantes,
Góngora, Quevedo y Lope de Vega?
-Eso debió de ser sin duda consecuencia de la
enorme popularidad de este género, que era perfecto para un público
mayoritariamente analfabeto... y los autores cultos lo hicieron suyo, como
parte de su tradición literaria: al fin y al cabo, la cultura no solamente se
debe identificar con lo escrito, lo que se transmite oralmente también es
cultura y es patrimonio de todos.
-Pero
antes de los romances, incluso de los del romancero viejo, estaban “los
cantares de gesta”, ¿en qué se diferencian? ¿O los romances son una evolución
del cantar de gesta?
-Efectivamente, está ampliamente aceptada la
teoría de que los romances surgen por fragmentación y evolución de las gestas.
-¿El
papel de la mujer dentro del romance, como parte de él, siempre ha sido “como
más pobre” o tratado como si ella estuviera “por debajo”?
-No, qué va, todo lo contrario, la mujer es la
principal protagonista de los romances, lo que no debe extrañarnos si tenemos
en cuenta que la conservación por la vía oral fue también una tarea
principalmente femenina. Otra cosa es que la mujer estuviese socialmente
supeditada al hombre, claro.
-Si la mujer es
la parte activa del romance, la que lo transmite, como no estaba tan instruida
en la lectura y ya no digamos en las artes o las ciencias... ¿qué transmitían
más aquellas mujeres, lo que veían, hacían, vivían, o se adentraban más en lo
que les daba la naturaleza?
-Pues mira, efectivamente eso es lo más
curioso, de los romances surge una figura femenina poderosamente conocedora de
la naturaleza, sabía hacer remedios curativos, filtros de amor, incluso
hechizos mágicos, todo tipo de conjuros y encantamientos...
-¿Y
siguieron utilizando para la transmisión de esos saberes la tradición oral, que
va de abuelas a nietas , pasando por las madres?
-Exacto, ellas han sido las encargadas de
mantener esa cadena de transmisión a través de los siglos.
-¿Pero
eran estos romances una manera de inspirar a los varones a que hiciesen del
romancero algo que quedase impreso, escrito y empezase a ser almacenado y en
adelante fuente de estudio?¿Y cómo lo hacían, como heroínas, albaceas y
personajes protagonistas del romancero, además de transmisoras?
-Pues sí, la mujer ha sido, por supuesto, una
fuente de inspiración también para los autores que han cultivado este género,
como lo ha sido de cualquier otro género poético, pero además es la
protagonista, la receptora, la transmisora y hay que suponer que también, al
menos en algunos casos, ha sido la creadora de muchos romances.
-La mujer ha sido
objeto de cierto paternalismo, es la que induce al pecado -caso de Eva y Adán-
o es la que es capaz de traducir, mejor que nadie, a la madre naturaleza...
-Sí, se puede rastrear una corriente que une
aquellas primeras estatuillas de greda que representaban a primitivas diosas de
la fecundidad con las divinidades femeninas mesopotámicas, del mundo clásico
grecolatino, del cristianismo, con el culto a María…
-También es
objeto de un amor, pero de un amor cortés, como encasillado, como si lo
quisieran domesticar o domar, ¿es así?
-Claro, el amor cortés no deja de ser, en el
fondo, sino una creación cultural, casi podríamos decir que un producto
literario, basado en una extrema idealización en la que la mujer es elevada al
papel de un ser superior, y hasta cierto punto inalcanzable, al que el caballero
rinde vasallaje.
-Los
romances no tienen fronteras, ¿verdad?, viajan más allá de ellas, ¿no?, pero
¿en todos los lugares tienen la misma pretensión, la misma razón de ser, la
misma idiosincrasia?
-El género baladístico
es un fenómeno paneuropeo, e incluso podría decirse que universal, y desde ese
punto de vista no tiene fronteras, pero Menéndez Pidal y otros autores, después
de él, han recopilado las peculiaridades de nuestro romancero, que lo
identifican como un producto idiosincrásico de nuestra cultura peninsular.
-En todas la
épocas y lugares la literatura refleja lo que hay, lo que es y cómo
evoluciona la sociedad, y tarde o temprano -a menudo más tarde que temprano- a
todas y a todos nos pone en nuestro sitio en la historia...con la mujer siempre
vamos con retraso, como que se nos valora tarde y ,a menudo, siempre
queda la historia y la memoria endeudada con nosotras... en el romancero pasa
igual, pero la mujer siempre ha estado para todo y con todo, con fortaleza
desmedida, heroína, fuerte, tan decidida como el hombre a la hora de emprender
todo tipo de iniciativas...cuidando de los suyos y luchando si era preciso,
arando los campos o poniéndose una armadura..
-Así es; aunque sufrieran enormes desventajas,
su papel no es secundario en la cultura, no es un papel de sumisión, ignorancia
o pasividad en todos los casos, sino que ha sido siempre la compañera del
varón, en los palacios y castillos, en los monasterios y conventos, en las
labores artesanales y del campo... e incluso en la guerra, sí.
-¿Podemos
decir que en el romancero la mujer queda mejor parada que en otras
composiciones en las que su perfil queda como más preso del paternalismo?
¿Es porque el romance es como más libre, por tener esa parte, más remota en el
tiempo, tan oral, y según va pasando el tiempo el hombre, como ser más formado
e instruido y para no perder sus privilegios, va arrinconando a la mujer?
-Los romances pertenecen a un género
principalmente narrativo, y muchos de ellos son enormemente realistas, de ahí
que a menudo nos sirvan como fuente de información bastante fiable sobre hechos
históricos, como fechas, o topónimos, y también acerca de la situación real de
las mujeres y su papel en la sociedad de la época. Y nadie puede negar que,
efectivamente, la mujer como agente cultural ha sido relegada a un segundo
plano durante muchos siglos.
-Susana, ¿cómo
eran los sueños de la mujer en el romancero?
-Los relatos de sueños, incrustados dentro de los
romances, a menudo tienen un carácter profético, y sirven para adelantar
acontecimientos, desde un punto de vista narrativo. La mujer funciona en ellos
como intérprete, pero también, por esa naturaleza sobrenatural que muestra
tener muchas veces en los romances, es capaz de introducirse en los sueños, de
hacer todo tipo de sortilegios e incluso de inducir el deseo erótico del varón
mientras duerme para concebir hijos de él sin su consentimiento...
-¿En
qué temas del romancero la mujer tenía como más “protagonismo” formando parte
de él: en los históricos, en los fronterizos, en los carolingios, en los
líricos, en los novelescos...?¿Y en cuáles de los romances, teniendo en cuenta
los temas, ella, me refiero a la mujer, puede ser “más mujer” o “dirigir”
los acontecimientos?
-En realidad en todos, porque la encontramos
como protagonista de romances históricos, pero también en las historias de
cautivas, ya fueran moras o cristianas, como heroína de las historias
novelescas, y por supuesto de las líricas y sentimentales...
-¿El
romancero “cala” tanto porque estilísticamente es sencillo, sobrio, parco...?
-Es un género muy nuestro, lo llevamos en el
alma, está en nuestras celebraciones, en nuestras fiestas, en nuestras
tradiciones. Es imposible concebir nuestra cultura sin él. Lamentablemente, se
está perdiendo la transmisión oral... pero esperemos que adopte nuevas fórmulas
de transmisión adaptadas a los nuevos tiempos, y que sobreviva. Sería una pena
perder todo ese patrimonio cultural que nos conecta fuertemente con nuestras
raíces, con el origen de nuestras lenguas romances peninsulares, con nuestra
historia, en definitiva: con el hilo que nos une con lo que hemos sido para
poder comprender lo que ahora somos.
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