Cazarabet conversa con... Roberto Martínez Catalán, autor de “Rumbo a Zaragoza. Crónica de la Columna Durruti” (Rasmia)
Un libro que nos llega desde la editorial
Rasmia, afincada en Zaragoza, y que
narra, desgranando la crónica de la Columna Durruti.
Es una especie de retrato minucioso del día a
día de la Columna Durruti desde su génesis
El libro desde el sello editorial Rasmia forma
parte de la colección Exergo.
El otro libro del que forma parte esta
colección es La decisión de Ippolit de Javier Llop.
El escritor y articulista, geógrafo,
historiador y profesor de secundaria, nos ofrece una crónica que es camaleónica
desde muchas perspectivas….y que consigue hacer de un trabajo de investigación
un libro que no puedes dejar de leer.
Bien escrito desde la discreción está, además,
muy bien acompañado por una portada que invita a la lectura desde la traza y el
trazo de David Gálvez.
La sinopsis del libro:
El 24 de julio de 1936 partía desde Barcelona
una columna armada compuesta mayoritariamente por milicianos de la CNT, la confederación
sindical anarquista. A su cabeza marchaba un bien conocido «hombre de acción»:
José Buenaventura Durruti. Hacía pocos días, él y muchos de los que le
acompañaban habían participado en los combates callejeros que derrotaron la
sublevación militar en la capital catalana. Ahora se dirigían a Zaragoza,
importante baluarte cenetista en manos sublevadas cuya próxima liberación
consideraban iba a suponer un avance decisivo para la guerra y la revolución en
curso.
Cazarabet
conversa con Roberto Martínez Catalán:
- Amigo, ¿nos puedes explicar el por qué de
esta reflexión que toma forma de libro de investigación y reflexión histórica
Rumbo a Zaragoza que gira en torno a las Columnas, en concreto la Columna
Durruti, que marcharon hacia Zaragoza desde Barcelona?
-Hola, Cazarabet. El porqué radica en que la
historia de la Columna Durruti, así como del resto de fuerzas que colaboraron
en su marcha sobre Zaragoza, se entrelaza estrechamente con la del proceso
revolucionario desatado en la retaguardia republicana tras la derrota del
levantamiento militar.
De manera que su estudio nos permite no solo
profundizar en las operaciones, composición y funcionamiento de estas unidades,
sino además en general en la Revolución: en sus logros y éxitos, promesas de la
posibilidad de un mundo nuevo gestionado por los trabajadores; pero también en
sus errores y limitaciones. Todo lo cual constituye una valiosa fuente de
lecciones de cara al futuro.
-¿Por quién estaba conformada la Columna
Durruti?, ¿cuál era “su perfil” más allá de su filiación…?
-La Columna Durruti estaba conformada
mayoritariamente por milicianos de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).
Entre ellos buena parte de su élite combativa, de sus militantes más entregados
y bregados en los enfrentamientos de años pasados. Además, dentro de la Columna
se contaban trabajadores sin filiación política específica, una pequeña minoría
de afiliados a la Unión General de Trabajadores (UGT), algunos grupos de
soldados, guardias civiles y de asalto, y un puñado de militantes de Esquerra
Republicana de Catalunya (ERC) alistados siguiendo a Pérez Farrás,
el técnico militar, persona de confianza de Lluís Companys.
A este respecto, es interesante señalar que a
la partida de la Columna había cierta ambigüedad en cuanto a su jefatura, no
estaba claro a quién le correspondía o si era colegiada. Tanto que inicialmente
se llamó Columna Durruti-Farrás. Pero muy pronto
Durruti, ayudado porque la mayoría de sus acompañantes fueran como él
cenetistas, se erigió en único e indiscutido “Jefe”. Pérez Farrás,
orillado de la dirección, sin influencia ni poder algunos, terminaría
regresando a Barcelona.
Más allá de su filiación, el perfil más común
era el de joven de clase trabajadora y varón; pues hay que mencionar la
presencia de algunas milicianas, de algunas mujeres que rompiendo los clichés
se unieron como combatientes.
- ¿La personalidad de Durruti, blindada por
sus años de reivindicación a pie de calle en Barcelona y de pararle los pies al
golpe de Estado “arrastro” a muchos hacia Zaragoza, verdad?, ¿o es “casi un
mito de mitos” pensar eso?
-Es innegable que la personalidad de Durruti,
su fama de abnegado luchador -merecidamente ganada tras tantos
enfrentamientos-, actuó como un imán para muchos.
Como Jefe de Columna, además, se preocupó
siempre en dar ejemplo demostrando que seguía siendo el mismo, que su puesto no
le había conferido ningún privilegio o distinción. Son comunes los testimonios
que le presentan conversando con sus milicianos, llevando la misma ropa y
calzado, compartiendo la comida e -indudablemente lo que más apreciaban-
combatiendo junto a ellos. De modo que era muy respetado y admirado. Pero esto
no significa que su jefatura se desarrollase sin problemas.
Sobre todo durante los primeros compases de la
guerra, Durruti tuvo que enfrentar una serie de comportamientos irresponsables
(escapadas a retaguardia, enfermedades fingidas, desobediencias, “acciones por
libre”…) que amenazaban con hacer naufragar a la Columna. A su pesar, no le
quedó más remedio que establecer una disciplina y mando firmes. Lo cual chocaba
con las tradicionales concepciones anarquistas sobre el pueblo en armas, libre
y espontáneo, y parece debió encontrar alguna resistencia entre los milicianos.
Lo que desde luego sí es un mito es la idea,
cultivada por algunos autores y propagandistas ácratas, de que la Columna se
desenvolvía sin ningún tipo o prácticamente sin ningún tipo de coerción, sin
necesidad de amenazas o castigos. La disciplina no era tan dura ni tenía el
mismo carácter que la de un ejército tradicional al uso, pero existía y llegaba
hasta el fusilamiento en algunos casos.
- ¿Cómo se materializa esa marcha por la
liberación de las ciudades que cayeron presas del fascismo después del Golpe de
Estado del 36?
-El avance de la Columna, inicialmente, se
realizó casi como si fuera un paseo triunfal. En un par de días se plantaron en
Bujaraloz sin apenas encontrar resistencia. Desde
allí se pusieron en marcha hacia Osera y Pina de Ebro; sin embargo, a mitad de
camino, tuvieron el primer encontronazo con la realidad de la guerra moderna:
les atacó la aviación enemiga, de uno a tres aparatos, causándoles algunos
muertos y sobre todo provocando una desbandada tremenda.
Ante esta situación, Durruti prefirió volver a
Bujaraloz para reagrupar y reorganizar sus fuerzas.
Tareas necesarias, positivas, pero que le ocuparon más de una semana. Un tiempo
excesivo en aquel contexto, pues permitió al enemigo consolidarse y organizar
la defensa. En Zaragoza capital, en concreto, los sublevados aprovecharon aquel
paréntesis para reprimir salvajemente la huelga general convocada por las
centrales sindicales.
Tras esa pausa el avance se reinició, quedando
en zona liberada los pueblos de Gelsa, Monegrillo, Farlete, Osera y Pina
de Ebro; pero de allí ya no se pasó. El frente quedó estabilizado, salvo
pequeños golpes de mano y tiras y afloja. La escasez de armas y municiones,
debida al boicot de los Gobiernos de la República a las fuerzas libertarias,
impidió que se pudieran acumular los medios necesarios para culminar la
ofensiva sobre Zaragoza.
- ¿Quién hay detrás de “esta empresa”
ambiciosa, pero, sobre todo, llena de mucha determinación…?
-Detrás, fundamentalmente, estaba el grupo de
afinidad del que formaba parte Durruti: el grupo Nosotros, antes conocido como
Los Solidarios. Sus miembros, influyentes militantes de la CNT, desempeñaron un
papel de primer nivel en la derrota del levantamiento militar en Barcelona.
Concluidos los combates, pasaron a ocupar importantes puestos en las milicias y
los organismos creados con el fin de controlar el orden público y las
operaciones bélicas. Estas posiciones de poder, de fuerza, les permitió impulsar “esta empresa”.
El protagonismo recaía en Durruti, cuya
columna cargaba con el peso principal del ataque. Sin embargo, dentro del
proyecto desempeñaban también papeles muy relevantes, a destacar: Antonio
Ortiz, al frente de una segunda columna de apoyo de menor tamaño que operó al
sur del Ebro; García Oliver, jefe del Departamento de Guerra del Comité Central
de Milicias Antifascistas; y Ricardo Sanz, encargado del Cuartel de Pedralbes, punto neurálgico de armamento y organización de
las milicias.
- Determinación que a mucha gente le
costó la vida, represalias, el exilio…
-Sí, así es. Muchos de aquellos combatientes,
a las penalidades de la guerra, debieron sumar las de la posguerra. El cruel y
vengativo régimen de Franco se cebó con quienes habían representado una
alternativa a su reaccionaria visión de España.
- Y eso que muchos de los que marcharon en la
Columna Durruti iban como “subidos” en la euforia de “hacer la revolución”
-también, paralelamente a la guerra- y de haber parado el Golpe de Estado en
las atarazanas de Barcelona. ¿Qué nos puedes decir?
-Tras la derrota del golpe de Estado, los
militantes libertarios -acompañados por miembros de otras organizaciones
obreras y trabajadores sin filiación política específica- se lanzaron a “hacer
la revolución” como dices. El Estado Republicano no desapareció, pero el poder
de facto pasó a los organismos revolucionarios que se crearon (comités,
patrullas de control, colectividades, milicias…).
La Columna Durruti en concreto, a su paso,
conforme liberaba pueblos, iba implantando la colectivización de la tierra; es
decir, el fin de la propiedad privada y el establecimiento del trabajo en común
de ella. Más importante todavía era el proyecto revolucionario que llevaba
aparejado su objetivo de liberar Zaragoza.
Para explicar esto es necesario volver a poco
antes de la partida de la Columna en Barcelona. Allí, el alzamiento militar y
los combates que le siguieron habían dejado a la Generalidad tambaleante y
reducida a poco más que un símbolo; a la par que habían elevado a la CNT en
dueña de la calle gracias al asalto a los cuarteles, lo cual les había permitido
hacerse con gran cantidad de armamento. Así, el 21 de julio, se convocó un
Pleno Regional de Locales y Comarcales de Sindicatos para decidir el siguiente paso a dar. En esta reunión la decisión rápidamente se
polarizó entre dos alternativas: disolver la Generalidad y proclamar el
comunismo libertario, lo cual entendían como entregar la gestión de la sociedad
a sus sindicatos; o, por contra, aplazar tal etapa final de la revolución para
después y colaborar primero con las demás fuerzas antifascistas en la derrota
del enemigo común. Imponiéndose por amplísima mayoría esta segunda opción;
entre otras razones por el temor a quedar excesivamente limitados, aislados, en
Cataluña. Pues, además de quedar todavía regiones de España en manos
sublevadas, había otras regiones donde la supremacía de la CNT no era clara o
directamente no existía: el caso por ejemplo de Madrid y Asturias, donde
predominaban los socialistas; o el País Vasco, con el Partido Nacionalista
Vasco.
En este contexto, Zaragoza se erigía en un
objetivo trascendental. Primero por el propio valor estratégico, militar, de la
ciudad; pero también, y esto es fundamental, porque constituía una importante
plaza fuerte anarquista -había sido la segunda ciudad en implantación
cenetista, solo por detrás de Barcelona-. De manera que su liberación era
considerada por la mayoría de militantes de la CNT catalana, Durruti a
destacar, como un avance decisivo en la derrota de los sublevados y el triunfo
de la revolución; tanto que la contemplaban como el toque de rebato para
lanzarse, entonces sí, a disolver definitivamente el Estado Republicano y
proclamar el comunismo libertario. En principio en las regiones de Cataluña y
Aragón, como paso inicial para extenderlo a todo el país.
Esto
explica el boicot de los Gobiernos de la República; así como el ansia de los
anarquistas, de Durruti, sus energías frustradas, por culminar la ofensiva. En
torno a Zaragoza se libraba no solo una batalla militar contra los facciosos,
sino también una batalla política dentro de lo que se suele llamar bando
republicano; denominación que en ocasiones hace pasar por alto lo diferentes y
opuestas que eran las fuerzas que lo integraban.
- Se plantearon la marcha hacia Zaragoza
reconquistando, conquistando y convenciendo también con la “revolución”…-Guerra,
revolución… estas dos sendas no siempre caminaron, para todos los que sentían
la idea anarco y librepensadora de la mano, ¿no?, se derramaron muchas
disensiones por ello, ¿es así? Y todavía se reflexiona y se escribe,
debatiendo, sobre ello… ¿En qué lugar está el debate, cómo ha evolucionado?...
-¿Cómo vivió “ese debate” desde y en la Columna Durruti?
-Tal debate, es importante señalar, se planteó
ya avanzada la guerra como resultado del retroceso -primero- y derrota -luego-
del movimiento libertario. Al comienzo del conflicto, guerra y Revolución iban
férreamente unidas. Los militantes libertarios podían discrepar en cuanto la
profundidad que había que darle a la Revolución, lo lejos que podía llevarse…
Pero desde luego, todos coincidían, en que había que ganar la guerra para
salvarla y darle continuidad. La colaboración con el resto de fuerzas
antifascistas, inicialmente, no anulaba la defensa y persecución de su proyecto
revolucionario.
Mucho se ha escrito sobre las causas de la
derrota de la Revolución, me llevaría demasiado tiempo detenerme a analizar las
diferentes posturas. En mi opinión, como resumen, diría que el movimiento
libertario enfrentaba mal preparado ideológicamente aquel escenario. Después de
décadas de luchas, de incansable propaganda, la Revolución por fin había
estallado; no obstante, para su consternación, se mostraba mucho más compleja
de lo que la mayoría había imaginado. Tenían una concepción demasiado
idealista, que no se ajustaba a la realidad.
Tras dejar pasar las primeras semanas sin
intentar articular algún tipo de poder central revolucionario que diese la
patada definitiva al Gobierno de la República y aglutinase la multitud de
organismos revolucionarios dispersos; fueron perdiendo posiciones paso a paso y
libertad de actuación, quedando más y más a remolque de sus rivales, que se
entregaban a reconstruir el Estado Republicano, a la par que ocupaban las
principales posiciones dentro de él.
En aquellas circunstancias, como mal menor,
comenzó a barajarse desde los comités dirigentes del movimiento libertario la
conveniencia o no de renunciar a diferentes “conquistas revolucionarias” e
integrarse -aunque solo fuera parcialmente- en el Estado Republicano. Lo cual,
no sin dudas y resistencias, en efecto, así se hizo. El objetivo era intentar
mantener su presencia y poder, evitar dejar la maquinaria del Estado y sus
recursos únicamente en manos de sus rivales.
En el caso concreto de la Columna Durruti, su
militarización y conversión en unidad del Ejército Republicano abrió un
tormentoso periodo de discusiones, choques y abandonos que amenazó incluso con
llevarla a su disolución. Los que estaban a favor argumentaban que era
necesario para poder tener acceso a los suministros bélicos estatales; los que
se oponían destacaban el retroceso que para la Revolución suponía la
integración de las milicias en un ejército de tipo tradicional, además que lo
de recibir armamento constituía en un todo caso una promesa, una posibilidad,
no una certeza. Algunos de los refractarios incluso argumentaron en favor de la
constitución de un ejército revolucionario en su lugar; ¿pero era posible a
esas alturas? Lo dudo. Esa es la gran tragedia a la que se enfrentaban; habían
dejado cerrar la ventana de oportunidad abierta en julio de 1936.
Aquella política de integración,
además, gestionada sobre la base de permanentes concesiones, les fue
debilitando hasta conducirles a la completa derrota tras los Sucesos de Mayo de
1937. En adelante, el movimiento libertario quedó convertido en un actor de segunda
fila dentro del conglomerado de fuerzas antifascistas, condenado a pelear
únicamente por su supervivencia. La Revolución había quedado atrás, muy atrás.
Sería en aquel contexto que desde la dirigencia libertaria se forjó el
argumento de que, en aras de poder derrotar al fascismo, de ganar la guerra,
había sido y seguía siendo preciso renunciar a la Revolución. Pero aquella
afirmación era, más que nada, una consigna dictada por su debilidad y la
necesidad de justificar su nefasta estrategia de concesiones y colaboración a
cualquier precio.
Lo fundamental que quiero destacar es que
cuando la Revolución estaba en su apogeo, recién derrotado el Golpe de Estado,
no había ninguna contradicción entre ambas “sendas”. La guerra podría haberse
hecho tanto por medio de un ejército revolucionario, sustentado sobre y en
apoyo de la Revolución; como de un ejército tradicional y en defensa del
restablecimiento de la República liberal, que es lo que se hizo. La dicotomía
Guerra-Revolución surgió de sus errores, en especial de su negativa a
establecer algún tipo de poder central revolucionario. Pues a falta de
sustituto, era inevitable que el Gobierno Republicano, tarde o temprano,
recobrase el mando y dirigiese el proceso de construcción de la organización
militar necesaria para poder enfrentar con éxito a los sublevados.
- Háblanos, por favor, del proceso de
investigación… de esa tarea tan ardua, de búsqueda, mucha lectura, poner orden…
-Tarea ardua, en efecto. La base es hacerse
una idea general, un estudio de la cuestión, sobre el tema. Y, a partir de
allí, ir profundizando en sus diferentes aspectos; labor en la que es
fundamental indagar en las fuentes de primera mano de la época (testigos,
protagonistas, informes, actas de reuniones, periódicos…). Desde el comienzo de
la investigación es conveniente ir subrayando, escribiendo notas, colocando
marcadores en los libros y documentos… poniendo orden como dices. Si no llega
un punto en que empiezas a perder la noción de dónde has leído esto o aquello,
obligándote a dedicar tiempo a volver a localizarlo.
En cierto modo tiene mucho de trabajo
detectivesco: buscar indicios, hechos, ir atando cabos, saltando de una
intuición a otra… en un proceso que te obliga a visitar diferentes archivos y
personas en búsqueda de información. Y eso que gracias a Internet mucha
documentación ya está disponible desde casa.
- Trabajas teniendo en cuenta como un guion de
cuestiones a ir contestando, a ir dando respuesta…
-Sí que trabajo teniendo en cuenta un guion,
una especie de esquema general; el cual a su vez se descompone en otros guiones
o esquemas por apartados. Estos me sirven como referencia y ayudan a encauzar
el trabajo. Aunque, por supuesto, no constituyen estructuras rígidas; sino que
están abiertos a revisiones conforme la investigación avanza y te lleva en un
sentido u otro.
- ¿Cómo es coordinar todas estas plumas,
teniendo en cuenta que, seguramente, cada una de ellas nos aporte un capítulo
y/o participación desde donde se es especialista?
-Es muy complejo. Mi obra, inevitablemente,
bebe del trabajo previo de muchos otros historiadores y especialistas en
diferentes materias. En gran medida lo veo como montar un puzle: ahí tienes
todas esas piezas, todos esos pedazos de conocimiento y de Historia, y debes
buscar el sitio en el que encajan. Porque no es solo cuestión de acumular
datos, de cuidar el fondo del libro, sino también la forma. El objetivo es
crear una narración precisa, al fin y al cabo es un libro de Historia; pero a
la vez fluida, atractiva y lo más accesible posible.
- Una vez recopilado todo, ¿cómo es la
metodología de trabajo que utilizas?; ¿cómo le pones orden a todo?
-Metodológicamente hablando, es importante
valorar críticamente las fuentes disponibles. Libros de Historia los hay más
objetivos y menos, más al día y menos; no es igual de fiable un testimonio
cercano a los hechos, que otro de muchas décadas después; en ocasiones las
personas mienten por diferentes razones u ocultan parte de la verdad,
descalifican a sus enemigos, aunque no esté justificado; cada periódico sigue
una línea editorial, una orientación ideológica, diferente… Todo esto y mucho
más hay que tenerlo en cuenta. Y, bueno, luego para poner orden a toda esa
información, pues paciencia y mucho trabajo.
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