Historia

Cuando la “guerra total” llegó a Teruel

 

En este apartado, tan apasionante de historia del km36 del País de Cazarabet, nos acercamos a la batalla de Teruel desde la analítica y la mirada de David Alegre, un historiador  que pasó unos cuantos años, sus primeros años de juegos, viviendo aquí en Mas de las Matas, ya que su padre estuvo de maestro aquí en Mas de las Matas, Antonio Alegre. El autor lleva muy en la memoria esos años y sus recuerdos, quizás un poco enturbiados por la memoria del paso de los años, pero aún presentes, así que nunca olvidados. Pues el amigo David Alegre se paró ante la batalla de Teruel, considerándola como un acontecimiento, más que trascendental, en el devenir de la contienda española. Ha sido directo, nada “farragoso” en el título del libro: La Batalla de Teruel, aunque el subtítulo del libro lo dice todo: “La Batalla de Teruel. Guerra total en España”.


principal-portada-la-batalla-de-teruel_1-es.jpgEl turolense David Alegre Lorenz se para en esta batalla importantísima en el devenir de la Guerra Civil Española.

La batalla, reconocida, también, como “la batalla del frío” fue de las más desgarradoras, dado que hay que tener en cuenta que tenía  a una ciudad a los pies del caballo de la guerra.

Teruel cayó, sin más, a las pretensiones de los militares rebeldes durante los primeros días de la guerra….para convertirse en la primera y única ciudad reconquistada por el ejército republicana entre el invierno 37-38 y para volver a ser conquistada por las tropas de los alzados franquistas.

El libro lo ha editado la esfera de los libros.

Una breve sinopsis:

La batalla de Teruel, por su magnitud y virulencia, constituyó un punto de inflexión en la Guerra Civil española. A través de la experiencia de civiles y combatientes, testimonios orales y documentación de archivo, esta obra ofrece una visión inédita y novedosa sobre uno de los acontecimientos bélicos clave del siglo XX en España.

El autor, David Alegre Lorenz:

(Teruel, 1988) es Doctor Europeo en Historia Comparada, Política y Social por la Universitat Autònoma de Barcelona con la tesis titulada Experiencia de guerra y colaboracionismo político-militar en Bélgica, Francia y España bajo el Nuevo Orden..

 

 

Cazarabet conversa con David Alegre Lorenz:

_DSC0008.JPG-David, explícanos, por favor, el por qué de este libro; de la necesidad de escribir un libro que indague sobre la batalla de Teruel, su influencia en el devenir de la guerra…

-El campo de las humanidades en general está atravesando por un momento de grandes dificultades, más en este tiempo nuestro en que todo se valora en términos productivos y de rendimiento económico. No es extraño escuchar desde el establishment loas a la cultura y a las múltiples herencias que han dado forma a nuestras sociedades. Sin embargo, muchas veces esas mismas voces son incapaces de entender y valorar los esfuerzos y las necesidades sobre los que se levanta todo nuestro patrimonio material e inmaterial, los tempos de maduración que precisa, la necesidad real que tenemos de ella para repensarnos a nosotros y nosotras mismas como individuos y comunidades humanas, para tener unos puntos de referencia que nos permitan sobrevivir ante un mundo en constante cambio (y desde luego no siempre para bien). Sin embargo, todo aquello que dentro de nuestra cultura no sanciona el statu quo actual y los estereotipos hegemónicos resulta molesto, se aparta y se minoriza, no se dota de los canales adecuados para que llegue a la sociedad, ello aunque se mantenga una pequeña cuota para mantener la ficción de la pluralidad.

Digo esto porque afortunadamente, y a pesar de todo, la historia entendida como oficio es algo muy vivo y en constante evolución, muy al calor de cada tiempo. Por eso también, desde la historiografía siempre intentamos explicar que la manida cuestión de la objetividad no tiene sentido, porque tal cosa no existe: es imposible que uno se desprenda de lo que es cuando escribe y reflexiona, cuando analiza e interpreta. Pero al final ocurre con todo en la cultura: uno escribe, esculpe y pinta siempre desde una sensibilidad personal, desde una imagen y comprensión de la realidad que se ha forjado sobre múltiples experiencias, sobre nuestro modo de vivir en comunidad. Con esto quiero decir que las perspectivas y las interpretaciones se renuevan constantemente de acuerdo a nuestras preocupaciones individuales y comunitarias, y ahí es donde tenía sentido e importancia un libro que revisitara un acontecimiento tan paradigmático e importante en muchos sentidos como la batalla de Teruel. Yo creo que si algo nos enseña nuestro oficio a los historiadores y a las historiadoras es la humildad: nunca existirá eso que a veces los medios y el márketing quieren llamar "la visión definitiva de", porque no solo es imposible, sino que además sería poco deseable. La falta de interés por el pasado y la incapacidad para revisitarlo sería un síntoma muy claro de estancamiento, de que algo no funciona, y desde luego cada generación tiene el derecho y la responsabilidad de expresarse y pensar respecto a un pasado que forma parte inevitable de su impronta. Y al final no deja de ser también un ejercicio de autodescubrimiento necesario.

En definitiva, y después de intentar poner claro el punto de partida, escribir un libro sobre la batalla de Teruel nacía de la necesidad de aportar una nueva visión sobre un acontecimiento que fue universal y que es muy representativo de la modernidad. Las guerras civiles y las guerras totales siguen y seguirán siendo un elemento omnipresente de nuestro mundo, desafortunadamente, por eso entender un episodio como el de Teruel, lo que los combates y la guerra civil supusieron para los y las turolenses, pero también para los soldados de toda España y de diferentes lugares del mundo que lucharon en la batalla propiamente dicha nos puede aportar instrumentos básicos para entender de forma crítica lo que está ocurriendo actualmente en conflictos como el de Ucrania o Siria, o en los que vendrán. No es para nada casual que los testimonios de los y las supervivientes que tengo la fortuna de poder entrevistar habitualmente vean su experiencia de la guerra y la posguerra reflejada en muchas de las imágenes, reportajes y documentales que se publican sobre los conflictos de hoy. De ahí que sea tan importante recoger e interpretar esos testimonios, porque nos dan la verdadera medida de lo que es y lo que supone una guerra total en la vida de las personas y el territorio que la sufren. Además de eso, y como turolense de cuna, sentía la obligación casi diría personal de poder aportar una visión sobre un momento clave de la historia de mi propia tierra a través de todo lo que he podido aprender estos años de intensa y constante formación académica y humana, donde me he podido beneficiar de a amistad y las enseñanzas de algunos de los y las mejores a nivel nacional e internacional. Ha sido una experiencia investigadora increíble y muy gratificante, pero también la más dura que he vivido hasta ahora, mucho más que cualquier otra por la que haya pasado hasta ahora, incluida la tesis, siendo que seguramente abordaba un episodio más complejo. Sin embargo, el vínculo emocional que uno mantiene con el objeto de estudio, con mucha de la gente que aparece en las páginas o que lo leerá, hacen que se sienta el peso de la responsabilidad de una manera mucho más evidente y a veces diría que hasta autolesiva.

-¿Qué aporta este libro, “de nuevo”, a la investigación de la Batalla de Teruel?—hay que tener en cuenta que es de las batallas sobre las que más tinta se ha derramado, quizás después de la del Ebro….---

-Yo creo que lo que aporta de nuevo este libro es una visión holística de lo que fue y supuso la batalla de Teruel, y de cómo se llegó hasta ella, pero también de lo que dejó tras de sí. La obra fue concebida con la idea y el deseo de aportar un fresco lo más amplio y complejo posible de la guerra en los lugares donde tuvo lugar la batalla propiamente dicha. Y cuando digo complejo me gusta insistir en ello: no me refiero a dificultar la comprensión del hecho en sí, sino más bien a aportar una mirada completa y muy apegada al terreno, atendiendo a las múltiples interacciones individuales y colectivas que dieron forma al acontecimiento. Es verdad que existen bastantes trabajos de la batalla de Teruel, pero también lo es que muchos de ellos estaban anticuados y presentaban una imagen tan irreal o distanciada de lo que realmente fue la batalla que era necesario aprovechar este 80 aniversario para revisitar el acontecimiento. Más allá de eso existen obras que han sido y son muy valiosas para mí a la hora de concebir mi propio trabajo, y por supuesto muy inteligentes e interesantes en su modo de abordar lo ocurrido en Teruel durante los años de la guerra. Pienso siempre en el libro de Pedro Corral, Si me quieres escribir. Gloria y castigo de la 84ª Brigada Mixta del Ejército Popular, un trabajo concienzudo, precioso, duro y desgarrador que nos da una idea muy clara de la magnitud de la batalla y de eso que en la historiografía y en la obra definimos como guerra total. También tienen una gran importancia las últimas cosas que ha publicado Vicente Aupí sobre aspectos más parciales y concretos de la batalla, esenciales para entenderla. Desde luego no se pueden olvidar tampoco las investigaciones de Ángela Cenarro sobre el golpe de estado y sus consecuencias inmediatas en la provincia de Teruel. En definitiva, lo que quiero decir es que el trabajo de un historiador es uno de deudas constantes e impagables con los que le han precedido y se han esforzado por aportar una visión compleja del pasado, porque en su propio camino han abierto las puertas que luego uno atraviesa al sumergirse en el estudio del episodio en sí. De algún modo mi deseo sería haber conseguido lo mismo con este libro: abrir una ventana al pasado, pero también ofrecer puertas para que otros historiadores e historiadoras se animen a abordar cualquier aspecto de la propia batalla de Teruel, o incluso a revisitar y reenfocar cualquier otro episodio de la guerra civil en España. 

Otra visión novedosa dentro del libro es que la mayor parte del tiempo se mueve en la primera línea de combate y en los pueblos de las inmediatas retaguardias tratando de dar con el modo en que combatientes y civiles experimentaron la guerra, cómo se relacionaron entre sí, qué tipo de conflictos y formas de solidaridad se dieron entre ellos, cuáles eran las condiciones de vida de ambos colectivos. Hay que pensar que en los territorios donde se dio la batalla de Teruel propiamente dicha los efectivos militares doblaron con mucho a la población autóctona, lo cual en un terreno semiestepario y con un tejido demográfico muy poco denso planteó retos humanos y logísticos a todos los niveles que hicieron de la batalla una mucho más dura e inmisericorde para los que hubieron de vivirla. No por nada la de Teruel es la batalla de la guerra civil que más bajas causó, a pesar de ser más corta e implicar menos efectivos que la del Ebro. 

Hasta cierto punto es paradójico que no haya comenzado a existir hasta hace muy pocos años una preocupación por hacer una historia social de la guerra en los frentes de combate del 36-39. Esto se explica en parte porque el enorme trauma que supuso la violencia y la represión durante los meses posteriores al golpe, en la guerra y la posguerra ha requerido y ocupado casi todos los esfuerzos de la historiografía dedicada al estudio de la guerra civil. Podría decirse que era una suerte responsabilidad social de los historiadores y las historiadoras abordar las múltiples formas de violencia que existieron en ambas retaguardias y en la posguerra bajo el franquismo, y se han publicado y se siguen publicando trabajos magníficos que también han sido decisivos a la hora de dar forma a muchos aspectos de este libro. Sin embargo, como decía, es extraño que en una guerra convencional como fue la civil española y en un país con una historia donde lo bélico se encuentra tan presente no haya existido más interés por parte de la historiografía más avanzada hacia los aspectos militares del conflicto. Y dada la importancia que han tenido los estudios de la violencia en la guerra civil aún sorprende más que se haya prestado tan poca atención a la experiencia de guerra de los combatientes y a su relación con los civiles, cuando la conscripción o recluta obligatoria y la ocupación militar de las poblaciones fueron una de las formas más evidentes y efectivas -aunque menos vistosas a priori- de violencia y control político-social. Desde luego, muchas veces no ha ayudado el hecho de que carezcamos de una tradición propia en el ámbito de lo que llamamos estudios de la guerra o la nueva historia militar. Sin embargo, estamos en un gran momento con toda una serie de jóvenes investigadores e investigadoras como Ángel Alcalde y Miguel Alonso, ambos aragoneses, Fran Leira o James Matthews, que a su vez se han beneficiado de un buen conocimiento de las principales corrientes y debates internacionales, en buena medida por las contribuciones decisivas de autores como Eduardo González Calleja, Xosé Manoel Núñez Seixas y el también aragonés Javier Rodrigo. De hecho, la impronta que ha tenido sobre mí la obra de este último hace que sea uno de mis puntos de referencia fundamentales, sobre todo también en tanto que director de tesis y mentor que ha sabido transmitir su magisterio al calor de lo que ya es una hermosa amistad para toda la vida. Como decía, la historia es un oficio en el que se contraen deudas impagables con tus predecesores, pero también con tus compañeros y compañeras, y sin el camino abierto por ellos y ellas y los debates compartidos sería mucho más difícil sacar adelante buenos trabajos. 

Como te decía, estamos en un buen momento y espero que este libro pueda ser una fuente de inspiración positiva para otros y otras colegas, y también que pueda contribuir a romper ciertos tópicos persistentes en torno a la historia militar, concebida como algo rancio y anticuado. Mi deseo sería poder contribuir en la medida de lo posible a difundir una nueva perspectiva mucho más amplia de las cuestiones castrenses y bélicas donde no solo tenga cabida la dimensión puramente operacional y la descripción sin interpretación como forma de narrar. En definitiva, creo que otra de las aportaciones novedosas de este libro radica en que más allá del enfoque adoptado, primando mucho la dimensión o perspectiva del individuo, el objetivo ha sido integrar el mayor número de voces y variables posible: se habla de los civiles y los combatientes, pero también de las heridas que sufrían, dejando a un altísimo porcentaje de ellos inhabilitados de por vida; del modo de morir; de los problemas logísticos y de intendencia; del sufrimiento animal; del trabajo forzoso; de las estrategias de supervivencia; del miedo; de los errores militares; etc. De algún modo, mi deseo último es que el lector entienda hasta qué punto son erradas (e interesadas) las visiones tradicionales de la guerra, donde las unidades y los ejércitos se presentan como números que avanzan de forma aséptica y mecánica sobre el terreno, sin aparentes consecuencias sobre el territorio y sus poblaciones. En estos relatos apenas hay margen para las miserias y las dificultades, para los imprevistos o para dar cuenta del drama de las exacciones en materia alimentaria, las múltiples formas de violencia y la muerte individual junto al vacío que genera. Por último, tengo que reconocer que el último capítulo, "Región devastada", es un poco mi ojito derecho, porque da cuenta de lo que ocurre con un territorio afectado por la guerra en los meses y años siguientes a esta, una cuestión que por lo general no suele ser tenida en cuenta por los historiadores e historiadoras que llevan a cabo el análisis integral de una batalla como el que planteo yo en el libro. Se trata de algo que en mi opinión nunca debería faltar en este tipo de estudios, porque la guerra acaba o continúa en otros escenarios, pero después comienza una nueva lucha por la supervivencia.

_DSC0015.JPG-Una Batalla local que llegó a ser más que trascendente en el devenir de la Guerra Civil, ¿verdad?, explícanos…

-Es importante el matiz o el calificativo de batalla local que señalas en la pregunta, y lo es por varias razones, pero fundamentalmente una: la batalla de Teruel, que tuvo lugar en las vegas, los montes, los páramos esteparios y los pueblos del tercio provincial suroccidental constituye una atalaya privilegiada para analizar un problema o una cuestión universal desde una perspectiva local, y es ahí donde reside su importancia como objeto de estudio. Eso también explica el subtítulo de la obra: "guerra total en España", que para nada es casual. La guerra total, un concepto sobre el cual se ha debatido y se sigue debatiendo mucho en el ámbito académico. Básicamente, y para decirlo de manera rápida y sencilla, la guerra total sería un fenómeno propio de la contemporaneidad, favorecido por los avances tecnológicos de la industria armamentística, tanto en su capacidad masiva para matar como para destruir. Sus tres rasgos fundamentales serían la movilización de todos los recursos humanos y materiales a disposición de los contendientes; la prosecución del conflicto hasta la destrucción total del enemigo con el empleo de todos los medios necesarios para ello; y la disolución de la frontera entre combatientes y civiles, haciendo de ambos objetivos militares en tanto que sostenes del esfuerzo bélico en el frente y la retaguardia o habitantes de un territorio o un espacio delimitado que debe ser batido. Durante la guerra civil fue en la batalla de Teruel cuando esto ocurrió por primera vez en un mismo escenario de forma más clara, masiva y evidente. Fue precisamente esto lo que hizo de este rincón olvidado de la península ibérica uno de los centros del mundo durante los más de dos meses que duró la batalla, algo que queda bien reflejado en la última obra de Vicente Aupí, Crónicas de fuego y nieve, que aborda el papel clave y la producción escrita de los corresponsales de guerra que cubrieron los terribles embates del invierno del 37-38. Desgraciadamente no pude incluir su obra entre las referencias de mi trabajo porque justo entregué a imprenta el mío en los días en que se publicó el suyo. Desde luego, para cualquier futura exploración será una fuente clave, sobre todo porque en ese campo del impacto mediático de la batalla de Teruel y su significación política a nivel internacional queda todavía mucho trabajo por hacer en archivos y hemerotecas de todo el mundo.

Todo lo que comentaba más arriba es lo que hizo de la batalla de Teruel el punto de inflexión de la guerra. En cualquier caso, fue planteada como una maniobra secundaria de distracción para desviar la atención de Franco de Madrid tras la caída definitiva del frente norte en el otoño de 1937. Y digo maniobra secundaria porque el principal golpe se había previsto en Extremadura, con el llamado Plan P. Este fue ideado por el estado mayor del ejército republicano con el objetivo de separar la zona sublevada en dos y tratar de recuperar la iniciativa con un golpe de efecto que diera credibilidad militar a la República a ojos de la escena internacional. No obstante, el modo en que discurrieron los acontecimientos en Teruel desde el primer momento hizo que esta última operación hubiera de abortarse. Y es que, como es propio de la guerra, y más aún de la guerra total, siempre hay en ella un margen muy alto de impredecibilidad. Dicho de otro modo: una vez se pone en marcha una operación militar a gran escala esta cobra vida propia sobre el terreno dentro del margen de maniobra con que siempre cuentan unidades e individuos, dentro de la variabilidad climatológica o de los errores tácticos. En última instancia, en la guerra hay mucho de improvisación a ras de suelo y, desde luego, de lucha por la supervivencia, hasta el punto que los conflictos armados casi siempre escapan a lo preconcebido en las mesas de los estados mayores o los centros de mando. 

De algún modo se puede decir que las autoridades republicanas consiguieron lo que querían, que no era otra cosa que una respuesta contundente del mando sublevado que implicara a un número suficiente de efectivos como para desactivar los planes para atacar Madrid. Sin embargo, no es como a veces se suele decir que Franco mordiera el anzuelo. Desde luego, a nivel estratégico la ciudad de Teruel no tenía ningún valor estratégico, y su pérdida no habría representado ningún problema para el mando sublevado, pero las guerras, y menos aún las civiles, no solo se rigen por cálculos o análisis estrictamente militares, sino también de índole política. En este caso, para Franco la resistencia de los rebeldes sitiados en Teruel y su liberación representaban una nueva oportunidad para seguir forjando y reforzando algunos principios sobre los que se sustentaría su autoridad y la legitimidad de su régimen: la imbatibilidad del ejército rebelde y su condición de líder invicto que nunca deja a los suyos en la estacada, que se niega a dejar ni un solo palmo del suelo patrio en manos de un enemigo estereotipado por la propaganda fascista como la Anti-España. Por eso mismo Franco ordenó el desvío de las tropas golpistas hacia Toledo a finales de septiembre de 1936 con el objetivo de liberar a los sitiados en El Alcázar: perdió un tiempo precioso para la toma de Madrid, pero consiguió la forja de un mito fundacional de la "resistencia heroica" de la "verdadera España" frente a sus enemigos mortales. Cuando atendemos a la lógica de las operaciones en la guerra civil española siempre hay que tener en cuenta los factores político-simbólicos y el gran peso que juegan en la toma de decisiones. Así pues, puesto en marcha el ataque republicano sobre Teruel el ingente despliegue de tropas sublevadas para intentar conectar con los sitiados y reconquistar la ciudad y el fracaso para conseguirlo convirtió la batalla en una de desgaste, al más puro estilo de la Gran Guerra, si bien a la escala de las posibilidades de los bandos en liza. Esto obligó a ambos contendientes a enviar cada vez más recursos humanos y materiales, tanto para cubrir las numerosas bajas como para conseguir romper el frente enemigo, en el caso rebelde, o aguantar las embestidas de las tropas golpistas, en el caso republicano. El tremendo esfuerzo que supuso la batalla para el Ejército Popular, levantado y organizado a costa de muchos esfuerzos y sacrificios desde finales del año 1936 y a lo largo de 1937 desarticuló las unidades, supuso la pérdida de gran cantidad de mandos intermedios u oficiales de campo y generó tal cantidad de bajas que apenas pudo rehacerse del golpe y recuperar la iniciativa. A partir de ahí la única salida para la supervivencia de la República era ganar tiempo con el fin de conseguir enmarcar la guerra civil en una guerra generalizada a nivel europeo que parecía muy cerca en el verano del 38 a causa de la cuestión de los Sudetes, y ahí es donde cobra sentido la batalla del Ebro. 

-¿Cómo llegó a influenciar la batalla por la ciudad de Teruel a toda la provincia?; porque fue una batalla con un claro efecto dominó, ¿no?

-Como avanzaba al final de mi respuesta anterior, la batalla de Teruel dejó al ejército republicano sin apenas reservas y sin capacidad de respuesta ante la ofensiva general que lanzarían las fuerzas sublevadas el día 7 de marzo de 1938, dos semanas después de acabados los combates por la capital meridional de Aragón. En poco más de un mes de operaciones las tropas sublevadas avanzaron hasta 160 kilómetros, llegando a Vinaròs y Lleida. La mayor parte de Aragón, incluida toda la parte nororiental de la provincia de Teruel, que hasta entonces había sido parte de la retaguardia republicana, cayó también en manos de los rebeldes. El éxito abrumador de esta operación, que partió en dos la zona republicana, aislando del resto una zona vital para el esfuerzo de guerra como era Cataluña, está directamente conectado con la magnitud de la derrota sufrida por los republicanos en la batalla de Teruel. Sin embargo, en la parte meridional y suroriental de la provincia, muy intrincada a nivel orográfico, la guerra aún seguiría haciendo estragos durante varios meses más. Quizás los combates más paradigmáticos de aquella última fase de la guerra en la provincia fueron los que tuvieron lugar en torno a La Muela de Sarrión y el Barranco de la Hoz durante el verano de 1938, con gran número de bajas por ambos bandos y donde quedaría estabilizado el frente hasta marzo de 1939. Evidentemente, el hecho de que el Aragón oriental fuera ocupado de manera tan rápida por los rebeldes tuvo consecuencias inmediatas para sus pueblos, núcleos paradigmáticos muchas veces del experimento colectivizador anarcosindicalista de 1936-1937 y lugares que habían pasado por procesos traumáticos de transformación social y política con un protagonismo evidente de la violencia política. Sin embargo, lo que uno observa al analizar la represión franquista tras la entrada de las tropas es que la gestión de la vida comunitaria y la aplicación de la represión, ejecuciones incluidas, vino muy marcada por los equilibrios locales imperantes en cada núcleo y por el papel de las autoridades o fuerzas vivas de los pueblos. Así, encontramos lugares como Calanda, con un alto índice de asesinatos por parte de ambos bandos, y otros como Aliaga o Villalba Baja que también vivieron la guerra en las dos zonas y no tuvieron que lamentar muertos, muchas veces contra el criterio de agentes externos que llegaban con listas de individuos que debían ser ejecutados.

IMG_5802.JPG-Leyendo tu libro y otros sobre el paso, como un huracán, de esta guerra por este territorio, sumándole como le podemos sumar otros factores; se puede entender, mejor que nunca, que esta provincia esté bajo la permanente amenaza de la desmembración social causada por, entre otras cosas, la despoblación…. ¿Qué nos puedes reflexionar? , ¿Hubo detrás del paso de la guerra un efecto irremediable?

-Como bien dices, el gran éxodo rural que ha puesto al borde de la extinción una vida y civilización centenaria como es la del mundo rural peninsular, algo que incluye el caso de Aragón de forma muy clara y evidente, tiene muchas causas. En su mayor parte ha sido algo generalizado en el mundo occidental, pero factores como las guerras carlistas, la desamortización de los comunales de Madoz, la crisis finisecular del XIX, la estructura de la propiedad y las particularidades geográficas de un territorio por lo general  árido y poco fértil hacen que haya sido más agudo en el caso español. Con esto quiero decir que el problema forma parte de las lógicas propias del modelo de capitalismo que ha acabado por imponerse, y que gira en torno al mundo urbano. Tanto es así que en los casos donde a duras penas ha subsistido la vida del mundo rural esto ha comportado una redefinición completa de esta, subordinada en buena medida a los intereses y necesidades de la ciudad.

Al margen de las cuestiones señaladas, es evidente que la guerra civil, la posguerra y las políticas del franquismo en lo referente al agro tuvieron consecuencias terribles para las comunidades rurales. Sin ir más lejos, las diversas formas de violencia y represión marcaron su cotidianeidad de forma mucho más traumática y evidente que en las ciudades por la simple razón de que las relaciones de los pueblos son de mayor dependencia, y por tanto los vínculos sociales y laborales son mucho más estrechos. Hubo poblaciones que no se recuperaron nunca de las consecuencias que dejó el derramamiento de sangre, al menos según destacan sus testimonios, igual que hubo muchos hombres y mujeres obligados a dejarlo todo atrás para buscar el anonimato de las ciudades o el exilio y huir así de la marginación y del acoso que sufrían en sus lugares de origen a manos de las nuevas autoridades. Tampoco ayudó el hecho de que se consolidaran las relaciones laborales y económicas imperantes en el campo desde la crisis finisecular, que hacían que una parte sustancial de las clases populares con poca tierra dependiera del trabajo que pudieran darle las clases dominantes, todo ello a cambio de salarios por lo general muy bajos y en condiciones de trabajo que hoy calificaríamos de explotación (y así lo ven los testimonios orales que he tenido ocasión de recoger). Evidentemente, la falta de expectativas y la ausencia de justicia social en muchos casos forzó a muchos habitantes del campo a emprender el camino de la emigración a la ciudad en busca de mejores oportunidades. Tampoco podemos olvidar el problema de las decenas de miles de mutilados y enfermos crónicos que, hijos de familias humildes, volvieron a sus casas incapaces para hacer trabajos pesados de por vida, agravando la situación de economías domésticas ya de por sí precarias al convertirse en una carga para los suyos. Los suicidios o muertes en circunstancias extrañas por cuestiones relacionadas con la guerra también tuvieron un peso importante en la posguerra, tal y como se puede seguir en la documentación judicial de los años 40 y en la propia memoria colectiva. Tampoco podemos olvidar la contaminación de acuíferos y tierras por la gran cantidad de chatarra de guerra que quedó diseminada en los principales escenarios de combate, un problema con el que hubieron de lidiar los habitantes de los pueblos mediante diferentes estrategias y que causó un goteo constante de mutilaciones y muertes a lo largo de varios años. Finalmente, en muchos lugares caracterizados por una combinación de núcleos poblacionales y masadas, como el Matarranya, el Maestrazgo o la Sierra de Albarracín, los métodos de lucha antipartisana empleados por la Guardia Civil para combatir a la resistencia antifranquista pasaron en muchos casos por la imposición de toques de queda. Un caso muy claro es el de Pena-Roja de Tastavins, donde se llevaron a cabo políticas de reconcentración según las cuales los masoveros eran obligados a acudir al pueblo para dormir, cuando sus masadas, sus tierras y sus animales podían estar en muchos casos a distancias superiores a los diez kilómetros. Basta con pensar el lastre que suponía para la actividad económica de estos masoveros el tener que hacer el camino de ida y vuelta a sus casas cada día. El objetivo no era otro que eliminar las facilidades de la guerrilla para operar en un tejido demográfico de estas características restándoles cualquier posible apoyo. Si a eso unimos el saldo de violencia que hubieron de sufrir a manos de guerrilleros y guardia civiles o el aislamiento cada vez mayor por la ausencia de inversiones en infraestructuras podría decirse que, efectivamente, en muchos casos la guerra civil marcó un antes y un después decisivo en la agonía del mundo rural. Un claro ejemplo de esto último es lo que ocurrió con núcleos como Las Casillas de Bezas, en la Sierra de Albarracín, donde la política de reforestaciones que puso trabas al pastoreo y las negativas reiteradas de las autoridades franquistas a dotar el núcleo de tendido eléctrico lo condenaron a la extinción. Otro caso sería el del Mas del Llaurador, en el Matarranya, pueblo que durante unos meses formó parte de la línea del frente y que fue completamente arrasado hasta los cimientos, hasta el punto que las dificultades de los vecinos para acometer una reconstrucción de este empujaron a la mayoría a la emigración. Si alguien quiere seguir este tema más de cerca recomiendo la obra de Luis del Romero Renau y Antonio Valera Lozano, Territorios abandonados. Paisajes y pueblos olvidados de Teruel, una obra muy bonita e interesante.

-¿Arrastra de alguna manera Teruel todavía los efectos de la guerra?

-Como comentaba en la pregunta anterior, la guerra, la fuerte presencia de la guerrilla y los métodos para combatirla por parte del régimen fueron determinantes para la destrucción del tejido demográfico característico de ciertas comarcas, mucho más tupido entonces que en la actualidad. Al mismo tiempo, en muchos pueblos hizo la vida materialmente imposible para muchas viudas y huérfanos de guerra o mujeres e hijos de prisioneros en cárceles y campos de concentración. En no pocos casos la falta de la fuerza de trabajo masculina planteó un grave problema a la hora de sostener las economías familiares, a pesar de que, todo sea dicho, hubo mujeres que salieron solas adelante. También, en muchos pueblos como Alba del Campo existieron mecanismos de solidaridad con los más desfavorecidos, y en otros como Aliaga las redes clientelares del propio régimen y de las clases dominantes aseguraron el sustento de muchas familias de las clases populares en situación difícil. 

En cualquier caso, nada de lo dicho debe hacernos obviar que estamos hablando de una situación de dependencia y unas políticas de caridad generadas y queridas por un sistema de poder forjado durante la guerra y concebido en ese sentido. Este tema ha sido muy bien estudiado por Miguel Ángel del Arco para el caso de Andalucía oriental en su libro Hambre de siglos. Mundo rural y apoyos sociales del franquismo, donde demuestra hasta qué punto el hambre fue gestionada por el régimen en la posguerra como instrumento de castigo y represión, pero también para la forja de los apoyos sociales sobre los que se sostendría el franquismo. En este sentido coincido bastante con una parte del análisis que hace Sergio del Molino en La España vacía: las élites rectoras de los territorios peninsulares han vivido por lo general de espaldas al mundo rural, concibiéndolo como una suerte de territorio inhóspito y sin civilizar de donde podían extraer recursos fiscales y humanos para nutrir sus huestes. Esta constante histórica alcanzó su cénit con las políticas del franquismo, tanto durante la autarquía como durante el desarrollismo, con la industrialización acelerada del país, dejando el desgarro irreparable de la despoblación en las comunidades rurales y gravísimos problemas estructurales en el modelo de país a todos los niveles. Del Molino dice con razón que "Ningún dictador ha maltratado tanto y tan persistentemente la España rural como Franco", lo cual no deja de ser paradójico y cruel cuando, tal y como él destaca, la propaganda del régimen vendió durante más de una década la idea de que el campo albergaba las verdaderas esencias patrias y debía ser el foco de todos los esfuerzos del régimen.

Más allá de todo eso, los efectos persistentes de la guerra en Teruel se dejan sentir a nivel discursivo, como en muchos otros territorios del estado español, sobre todo en la relación que muchos ciudadanos mantienen con el pasado, en la comprensión que han adquirido de este. Esto se observa de inmediato cuando uno hace trabajo de campo recogiendo testimonios orales entre personas nacidas a partir de los años 20. En casi todos los casos acaba apareciendo la cuestión de Cataluña como una de las causas directas de la guerra civil, algo que seguramente se agudiza por la cuestión de la vecindad. Sin quererlo en muchos casos acaban abonando el discurso autolegitimador elaborado y difundido durante todo el franquismo, aún hoy sostenido en ciertas publicaciones de gran alcance público. Según este modo de pensar, el golpe de estado y la guerra habrían sido inevitables por la supuesta situación de conflictividad e inestabilidad que atravesaba España durante la República. Quizás los historiadores e historiadoras no estamos sabiendo hacer llegar de manera efectiva a la sociedad el hecho de que la única causa de la guerra civil fue el golpe de estado propiamente dicho. De hecho, merece la pena mirar al caso francés, comparable en buena medida al español en lo que se refiere al grado de conflictividad político-social y laboral o en la existencia de un gobierno frentepopulista entre 1936 y 1938. Sin embargo, en Francia no hubo una parte de la oficialidad que diera un golpe de estado, única causa directa de la guerra civil española y de las diferentes formas de violencia que se vivieron por todo el país desde el verano del 36. Es por eso que resulta sintomático que muchas personas mayores miren la situación de Cataluña con temor, muy marcadas por la idea de que en los años 30 todo comenzó del mismo modo, cuando es evidente que la situación no es comparable ni en la forma ni el desarrollo de los hechos, ni por supuesto la guerra fue culpa de los catalanes. Otra cosa bien diferente es que el modo en que veían la cuestión catalana, entre otras cosas, fuera una de las motivaciones que movió a los militares golpistas a rebelarse contra la República.

FullSizeRender.jpg-Teruel, ocupa y ocupó un lugar geoestratégico que hizo que el Ejército Republicano apostase muy por su reconquista, ¿no?

-En realidad, como apuntaba ya antes, Teruel no tenía ningún valor estratégico para ninguno de los dos contendientes, ni a nivel económico ni a nivel geoestratégico. El hecho de que se optara por dar el golpe allí tuvo que ver más con la supuesta facilidad de un objetivo que estaba muy expuesto, pues conformaba un saliente en el frente del Aragón meridional, estaba defendido por efectivos escasos y podía tener un impacto mediático importante por ser capital de provincia. En aquel momento, tras haber perdido la campaña del norte hacía falta un golpe de efecto que levantara la moral de la retaguardia y del Ejército Popular. Al mismo tiempo, también se buscaba generar una visión positiva de la República a nivel internacional como un estado sólido y de confianza que no solo había sido capaz de poner fin a la violencia de supuestos "elementos incontrolados" o la experiencia colectivizadora de los anarquistas en la retaguardia. No menos importante era mostrar ante el mundo que la República había sido capaz de crear un ejército moderno y eficaz capaz de lograr éxitos militares e infringir derrotas a su enemigo, todo ello también con la vista puesta en la posibilidad de que dentro de un eventual conflicto europeo las democracias se aliaran con ella y le prestaran su apoyo material y financiero.

-Pero no la supo o no la pudo mantener bajo su dominio, ¿qué pasó?

-Existen varios factores que ayudan a explicar la derrota, pero hay que dejar muy claro que los propios dirigentes republicanos eran conscientes de que la ciudad no podría ser mantenida por mucho tiempo, que aquello tan solo era una maniobra de distracción. De hecho, hay un testimonio muy significativo del jefe de propaganda de la Generalitat, Jaume Miravitlles, que fue recogida por Ronald Fraser y que aparece en mi libro. Una vez se conoció la caída de los últimos reductos que resistían en Teruel entre el 7 y el 8 de enero Miravitlles acudió eufórico a Indalecio Prieto, ministro de guerra socialista en aquel momento, y le propuso organizar una gran campaña de propaganda. Sin embargo, Prieto pronto le paró los pies y le dijo que la ciudad en ningún caso podría mantenerse más allá de tres semanas, aunque al final se equivocó y fueron seis. Miravitlles cuenta que en aquel momento se dio cuenta de que no podrían ganar la guerra, que todo estaba perdido. En este caso, el problema es que la batalla también se acabó convirtiendo para los republicanos en una lucha de prestigio, y una vez dio comienzo militarmente ya no la podían parar, algo a lo que también contribuyó la cobertura que le dieron los medios estatales de ambos bandos e internacionales. Así fue como acabaron malogrando allí sus mejores recursos humanos y materiales. 

Más allá de todo lo dicho, la capacidad operativa o la movilidad del ejército republicano sobre el terreno era muy reducida por la notable carencia de mandos intermedios bien formados, que son precisamente los que encuadran las unidades, comparten las miserias de las tropas y se encargan de dirigirlas en la ejecución de las operaciones. De hecho, las academias militares de la República no solo tenían menos capacidad para formar un número suficiente de mandos intermedios, sino que además contaba con menos personal profesional y formativo por la simple razón de que una mayor parte de los militares intermedios de carrera se habían unido al golpe. En este sentido, el ejército republicano tuvo problemas para explotar a fondo sus éxitos militares desde el primer momento de la batalla por esas dificultades operativas. Y, en definitiva, tampoco hay que obviar que el ejército sublevado era un tercio más grande que el republicano, lo cual le daba ventaja en una batalla de desgaste como la de Teruel; estaba mejor surtido de armamento por sus aliados, sobre todo en materia de artillería y aviación, dos recursos fundamentales en la guerra moderna; dicho armamento era mucho más homogéneo, algo que favorecía mucho las cosas a nivel logístico cuando se trataba de repartir y gestionar las municiones o la reparación de las armas dañadas.

-¿Por qué la mencionas o le atribuyes el calificativo de “guerra total”?

-A grandes rasgos ya he definido el concepto en una de las preguntas anteriores y su importancia para la historiografía, en tanto que ayuda a aproximarse a la naturaleza de la batalla de Teruel y le devuelve la magnitud y la universalidad que tuvo y que la caracterizaron. En cualquier caso hay un rasgo más que a mi parecer define la guerra total como el paradigma de la guerra en la modernidad, y que también se manifestó de forma muy evidente en la batalla de Teruel. En la guerra total el conflicto no se detiene con la llegada de los fríos y se reactiva con la primavera, tal y como había ocurrido casi siempre hasta la llegada de la contemporaneidad, sino que persiste durante todo el año, sean cuales sean las condiciones climatológicas y de vida de los combatientes. Es más, el clima pasa a convertirse en un factor fundamental en los cálculos y planificaciones militares, donde las autoridades buscan aprovecharse o extraer ventajas de situaciones extremas. Una buena muestra de ello fue la contraofensiva soviética del invierno del 41-42 frente a la Wehrmacht, donde los mandos soviéticos aprovecharon la llegada de tropas de refresco combinada con el cansancio, las bajas y el desgaste acumulado por los alemanes y unas condiciones invernales extremas para las que no estaban preparados.

Ya he comentado también que uno de los elementos definitorios de la guerra total es la búsqueda de la rendición incondicional del enemigo. En este sentido, la batalla de Teruel fue decisiva una vez más, porque el éxito inicial y el gran coste que tuvo en vidas humanas consiguió acallar las voces republicanas cada vez más numerosas y partidarias de buscar un armisticio con los rebeldes para parar la guerra y salvar todo lo salvable del sistema republicano. Nada de aquello entraba en los cálculos de los mandos militares y las autoridades civiles golpistas, cuyo objetivo era suprimir por completo la democracia, cualquier forma de disidencia y protesta y establecer un régimen fascista, en la línea de lo que era común por entonces en casi todo el ámbito contrarrevolucionario europeo.

Respecto a la desaparición de la distinción entre civiles y combatientes, convertidos ambos en objetivos militares, encontramos una muestra evidente de ello en el comunicado que dirigieron los mandos republicanos a los sitiados en el interior de Teruel. Muchos de los que se habían refugiado en los dos reductos, el del Seminario y el de Comandancia eran civiles, a menudo familiares de los defensores o gente de derechas que temía por sus vidas fruto de las historias que corrían sobre los republicanos y conocedores de la virulencia que había tenido la violencia y represión en Teruel. Así pues, la noche del 18 al 19 de diciembre el ejército republicano ofreció la posibilidad de que los civiles y todos los combatientes que quisieran depusieran las armas y se entregaran a los sitiadores con la garantía de conservar sus vidas. Todos aquellos que no se entregaran serían considerados como combatientes a partir del día siguiente, un rasgo que se observa de forma constante en los conflictos de la contemporaneidad. Y así ocurrió: la dificultad para tomar los reductos, por los laberintos de ruinas, el riesgo extremo de los combates urbanos y el deseo de emplear el mínimo número de fuerzas en su conquista tuvo mucho que ver en ello. El mando republicano tenía la necesidad de desplegar el máximo número de hombres en el anillo exterior del cerco para frenar los intentos de rescate enemigos desde fuera, y eso hizo que se optara por someter ambos reductos con el empleo de toda la potencia de fuego disponible combinada con acciones puntuales de la infantería. Más allá de la artillería pesada, lo más característico fue el empleo de minas subterráneas bajo los cimientos de los edificios de los reductos donde se hacinaban civiles y defensores, muchos de ellos heridos, abrasados por la sed y cada vez más debilitados por el hambre. Por supuesto, estos métodos fueron denunciados por el bando sublevado para intentar deslegitimar la causa republicana a ojos del mundo dentro de la lucha mediática librada por ambos bandos y sus partidarios en todo el orbe. Sin embargo, los bombardeos aéreos de centros logísticos y de comunicaciones como Alfambra y Perales del Alfambra fueron algo muy común, dejando derruidas gran número de casas. Cualquier pueblo de la provincia que albergara tropas tuvo que sufrir los efectos materiales y humanos de las bombas de la aviación, especialmente en los espacios de operaciones, incluso se dio el caso en que los cazas rebeldes ametrallaron a las columnas de refugiados evacuados por el mando republicano en dirección a Segorbe. 

_DSC0004.JPG-Háblanos de “esa cotidianidad” de la gente de la calle?

-Siempre recuerdo algo que nos decía en sus clases de la Universidad de Zaragoza otro turolense, Ignacio Peiró, que fue un maestro para mí en muchos sentidos: "un buen historiador tiene que leer y empaparse de literatura", y tenía toda la razón. En los últimos años he descubierto, he leído y he releído la obra de la Premio Nobel de Literatura Svetlana Aleksiévich. Esta autora de origen bielorruso y ucraniano ha sido una inspiración constante y un punto de referencia fundamental para mí en el intento y el deseo por poner cara y ojos a la historia. Y antes de avanzar en mi respuesta no querría dejar de señalar algo que ella misma reconocía y que yo he sentido: el enorme peso de la responsabilidad que se siente al trabajar con los testimonios orales de los hombres y mujeres a los que uno entrevista en el curso de una investigación, y las dificultades que comporta tanto para el entrevistador como para el entrevistado. Aleksiévich lo decía bien en el discurso de aceptación del Nóbel en el año 2015 cuando señalaba que el camino para dar forma a su obra, basada en centenares de testimonios personales tomados en todo el territorio de la antigua Unión Soviética, había sido muchas veces superior a sus fuerzas: "Muchas veces me han conmovido y me han dejado helada los seres humanos; he experimentado admiración y repulsión; he tenido ganas de olvidar lo que había escuchado, de volver al tiempo en que yo vivía en la ignorancia. Más de una vez igualmente he visto la belleza del ser humano y he tenido ganas de llorar de alegría". Y creo que sensaciones así las hemos vivido de forma muy intensa todos y todas los que trabajamos apoyados en lo que se suele llamar historia oral, cuando vuelves a casa haciendo un repaso mental de lo que has escuchado, abrumado y agradecido por un alma que se acaba de abrir ante ti, que te ha compartido las miserias y las grandezas de la vida del ser humano común. En este sentido, como decía la propia Aleksiévich "me interesa el ser humano pequeño. El gran ser humano pequeño, como yo lo llamaría, porque el sufrimiento lo engrandece. En mis libros esta gente cuenta su historia pequeña, y al mismo tiempo cuenta la gran historia." Por eso, uno de los objetivos fundamentales de mi libro era poder dar voz a la experiencia de guerra de la población civil de los pueblos y la capital turolenses, saber qué supuso para ellos la batalla, porque era una manera de acceder a lo universal a través de lo local. Su memoria individual y colectiva es un patrimonio inmaterial valiosísimo que no podemos perder porque nos aporta claves esenciales para entender al ser y a las comunidades humanas en toda su maravillosa y desgarradora complejidad. Por eso era tan importante para mí que quedara bien recogida esa lucha diaria de las clases populares por la supervivencia, una lucha que se alargó durante muchos años en todos los ámbitos de la existencia, desde la guerra hasta muy entrada la larga y agónica posguerra, y siempre dependiendo de la realidad y el pasado de cada familia, pero también de cada pueblo. 

Realizar un buen trabajo de campo entrevistando a los y las supervivientes, la mayor parte de ellos aún niños o jóvenes durante la guerra y la posguerra, es lo que da la medida de la complejidad real de las cosas a ras de suelo en una guerra, de la gran variabilidad de las experiencias y circunstancias que confluyeron en la batalla de Teruel. Y el deber del historiador y la historiadora es transmitir al público lector y a la sociedad la complejidad del pasado, que las cosas pocas veces suelen ser blancas o negras del todo, que existen muchos matices. Eso es lo que he intentado con este libro, y el resultado es sorprendente en el sentido de que la relación que mantuvieron los civiles con los combatientes y el modo que tienen de verlos es ambivalente: por un lado siempre inspiran compasión, siendo como eran jóvenes reclutados a la fuerza en su mayor parte, muchachos destrozados física y psicológicamente por el frío y la tensión a su vuelta de los combates; por el otro se recuerdan los abusos y diferentes formas de violencia que ejercieron en los pueblos de la inmediata retaguardia, con el constante goteo de saqueos y requisas de alimentos, animales de tiro, mantas y ropas que dejaban muy expuestas a las familias; las violaciones y los embarazos, que suponían un trauma y un estigma de por vida para las víctimas; las muertes en circunstancias poco claras; la ocupación forzosa de las viviendas; etc. Todos estos sucesos, sumados a la violencia de los primeros meses posteriores al golpe y a un estado de tensión habitual durante la guerra y la posguerra, también dejaron un rastro muy profundo en forma de trastornos mentales difícil de cuantificar y de valorar en su magnitud, pero los testimonios orales dan cuenta de casos estremecedores. 

Por ejemplo, los abusos en materia alimentaria parece que fueron muy comunes y constantes en Gea de Albarracín, no así en Alba del Campo, ambas en zona rebelde; lo mismo ocurre si vamos a pueblos de la zona republicana, como Cuevas Labradas, Villalba Baja o Castralvo, después de ser tomado en la ofensiva del 15 de diciembre, donde hubo saqueos y exacciones ante las que poco podían hacer los vecinos, si bien hubo casos en los que estos se presentaban en la comandancia para protestar por los abusos, consiguiendo traerse de vuelta a casa los animales y alimentos que les habían robado. Como digo la experiencia fue muy variada entre pueblos, y el recuerdo ambivalente, dependiendo mucho de la posición socio-económica y política de cada familia y de quién ocupaba la localidad, habiendo casos en los que incluso soldados que volvían con sus familias a visitar los escenarios de la batalla se alojaban con aquellos que les habían dado cobijo en la guerra, porque al final la convivencia también podía acabar dando lugar a lazos de amistad. En muchos casos, la realidad diaria de la ocupación y los problemas que había de enfrentar la población civil dependían del grado de flexibilidad o disciplina que el comandante al mando de cada plaza imponía sobre la tropa. Así nos encontramos con casos como Calamocha, centro logístico y de concentración de tropas fundamental de la retaguardia sublevada, donde parece que fueron muchas las jóvenes que quedaron embarazadas por soldados. En casos así es casi imposible determinar en qué condiciones se produjo la relación, por mucho que se puedan intuir cosas, pero en núcleos como la mencionada capital del Jiloca era habitual que se produjeran conflictos entre los autóctonos y las tropas, llegando a las manos por el acecho al que eran sometidas las mujeres. También se dan casos como el de Villalba Baja o el de Linares de Mora, en este último ya más avanzada la guerra y fuera del marco de la batalla de Teruel, donde una población muchas veces desprotegida debía buscar mecanismos de autodefensa. En el primer pueblo, sin ir más lejos, un muchacho salvó a una joven de ser violada a manos de un grupo de regulares (tropas voluntarias de origen magrebí por lo general) porque empezó a gritar por la calle y al momento acudió un grupo de soldados peninsulares que se enfrentó con los agresores a pesar de compartir bando. En el caso de Linares de Mora ocurrió otro episodio significativo muy favorecido por el poblamiento disperso de la zona, donde abundaban las masadas. Una de ellas fue asaltada de noche por el balcón donde dormían las hijas de la familia, y el padre tuvo que acudir corriendo para defender a su prole y enfrentarse al agresor, que antes de caer por el balcón consiguió acuchillar y asesinar al cabeza de familia. 

Podríamos hablar de muchas cosas más, pero sobre todo, y para acabar, merece la pena hablar de qué ocurrió acabada la guerra, cómo quedaron el paisaje, los pueblos y las comunidades humanas posteriormente a la batalla. Durante los combates había sido práctica común de ambos contendientes evacuar a la población civil, tanto por razones humanitarias como para preservar el secreto militar y poder emplear toda la potencia de fuego en las zonas de combate sin las consecuencias propagandísticas que podía implicar la muerte de civiles. En muchos casos, cuando los evacuados volvieron a sus pueblos meses y años después se encontraron todo arrasado. Celadas, Concud y buena parte de Teruel quedaron prácticamente arrasados hasta los cimientos, pero en todos los pueblos ocupados por los sublevados en el curso de la ofensiva del Alfambra (5-8 de febrero de 1938) o en las semanas siguientes, como Villalba Baja y Cuevas Labradas, los vecinos se encontraron con que cualquier trozo de madera había desaparecido: los marcos de las puertas y las ventanas, los aperos de labranza, el mobiliario, todo. El terrible frío polar que presidió buena parte de la batalla y la ausencia de arbolado adecuado para hacer leña en buena parte de los escenarios de los combates llevó a los soldados a quemar todo lo que encontraron en los pueblos para poder calentarse, muchas veces dentro de las propias viviendas para resguardarse de las inclemencias. En muchos casos, la vuelta a casa suponía empezar de cero en todos los sentidos, habiendo perdido por lo general todo aquello de valor que no se hubiera podido acarrear en la evacuación. Así pues, las tareas de reconstrucción y reacondicionamiento de las viviendas y la reactivación de las tareas agroganaderas estuvieron marcadísimas por las dificultades, sobre todo por los problemas para hacerse con materiales de construcción. Esto mantuvo muy unidos los pueblos a la capital durante la posguerra, donde los vecinos de los pueblos cercanos bajaban a intercambiar alimentos por ladrillos, maderas, cemento, etc. Por supuesto, en una ciudad como Teruel, con un altísimo grado de devastación, las familias que iban volviendo se veían obligadas a compartir pisos por habitaciones, tal y como ocurriría más tarde de forma recurrente en la segunda posguerra mundial. 

En una situación así no es de extrañar que la población pusiera en marcha todo tipo de prácticas de supervivencia para sobrevivir, defraudando al estado con la ocultación de parte de la producción agraria para evitarse las cuotas impuesta por el estado a precios muy bajos. El estraperlo y diferentes formas de corrupción fueron otra constante en la vida cotidiana de los pueblos y la capital, con el tráfico constante de alimentos básicos y materiales de construcción procedentes del parque de Regiones Devastadas a cargo de la reconstrucción de los lugares más significativos de Teruel. A Calamocha los trenes subían cargados con sacos ocultos en la parte de abajo de los vagones, lo cual hacía que los ferroviarios tuvieran un papel privilegiado en los circuitos de distribución alimentaria. Por toda la vega del Jiloca era común ver mujeres procedentes de Segorbe y Altura con grandes sayas bajo las cuales ocultaban envases de aceite que intercambiaban por otros productos o vendían. Sin embargo, el dislocamiento de las economías locales y el control sobre alimentos de primera necesidad planteó graves dificultades a muchos habitantes de los pueblos, sin ir más lejos en los casos en que necesitaran la ración de leche que tuvieran asignada en el racionamiento por tener a su cargo criaturas en edad de tetar. Esto hizo que vecinos de Villalba Baja tuvieran que bajar a Teruel varias veces a la semana para recoger su ración de leche, recorriendo para ello diez kilómetros de ida y diez kilómetros de vuelta, a lo que había que sumar la espera en las largas colas del racionamiento, de manera que se veían forzados a perder de forma habitual una jornada de trabajo en el campo.

La historia social de la guerra que se hace hoy en día apunta en ese sentido, muy apoyada precisamente sobre la vuelta al individuo como sujeto central del relato histórico, algo que en cualquier caso no tiene por qué implicar obviar a los grandes sujetos como las clases, a las comunidades humanas o a las tropas de un ejército. Por eso, y para dejar claras las dificultades y problemas de este enfoque, me gustaría volver a las palabras de Aleksiévich, quien decía sobre el rastro de la Segunda Guerra Mundial y el comunismo en los territorios postsoviéticos que "la gente habla desde su época, por supuesto, no puede hablar desde la nada. Pero es difícil llegar al alma de un ser humano; está marcada por las supersticiones, los prejuicios y los engaños. Por lo que se escucha en la televisión y lo que se lee en los diarios." Por eso pesa tanto trabajar con testimonios personales, por eso se siente una responsabilidad tan abrumadora: los y las supervivientes que te brindan su confianza, que te abren la puerta de sus casas y que se entregan de forma más o menos abierta y generosa pueden no sentirse identificados con las interpretaciones que hacemos los y las investigadoras de vuelta a casa, con los cascos ya puestos y al entrecruzar sus palabras con la documentación de archivo y con lo que la historiografía ha ido desentrañando sobre el pasado en los últimos años.

IMG_5931.JPG-Depuraciones de responsabilidades dentro del lado sublevado: ¿cómo se llevaron a cabo? , ¿Por qué crees del ensañamiento?. Estoy segura que no surge de hoy para mañana…

-Supongo que te refieres a la violencia inmediatamente posterior al golpe y a las diferentes formas de represión que tuvieron lugar en la provincia. Se trata de un tema extremadamente complejo que no ha sido el objeto central de atención en mi libro, pero que conozco bastante bien porque mi compañero y antiguo director de tesis, Javier Rodrigo, lo ha trabajado a fondo en muchas de sus vertientes. Las primeras semanas de enfrentamientos tras el golpe estuvieron acompañadas por altas dosis de violencia, todo ello favorecido por un tipo de enfrentamientos basados en la guerra de columnas, las huidas a la montaña de fugitivos que huían de la recluta, la formación de grupos armados marcados por la improvisación y, por último, el alto grado de inestabilidad e incertidumbre respecto a cómo acabaría todo aquello. En este sentido, los meses de verano y otoño de 1936 son los que más se asemejan a la naturaleza de lo que han sido y suelen ser por lo general las guerras civiles: escaramuzas localizadas, escuadrones móviles de la muerte, guerra irregular, etc.

Por lo que respecta a la violencia está claro que en ambos bandos tuvo un paraguas político y un marco propiciatorio creado por el golpe de estado, que rompió los equilibrios comunitarios y sumió todos los territorios peninsulares en un estado de excepción permanente. Sin embargo, bajo ese paraguas confluyeron múltiples motivaciones y conflictos personales o locales (temas de deudas, lindes, aguas, relaciones laborales de semiexplotación, asuntos amorosos, etc.) que no tenían por qué ser única y exclusivamente políticos. Aunque decir esto de forma categórica siempre es peligroso por una razón muy simple: lo personal ciertamente suele ser político, es decir, el resultado de problemas sistémicos o de tipo estructural muy enquistados en el largo plazo. Por eso mismo, en buena medida la violencia fue tan virulenta, porque se basaba en conflictos que a veces se habían transmitido de generación en generación y que habrían tenido diferentes episodios y manifestaciones a lo largo de las décadas previas a la guerra, pero que alcanzaron su cénit en los años del conflicto y la posguerra. Existen casos en el agro turolense donde hubo muchachas de buena familia que se enamoraron de hombres de las clases bajas y que o bien tuvieron muchos problemas para llegar a casarse con su pareja o simplemente no pudieron hacerlo. Si un conflicto de este tipo acababa con derramamiento de sangre, tal y como ocurría a veces, es evidente que era por la existencia de una sociedad muy dividida en clases y con graves problemas de desigualdad y sumisión, algo que fue sancionado y reforzado por el franquismo.

Sin embargo, como te digo, la violencia que estalló por toda la península, incluida toda la provincia de Teruel y Aragón en su conjunto, estuvo lejos de responder a elementos incontrolados, incluso, y en contra de lo que se ha supuesto, también en el lado republicano. Este problema tenía mucho que ver con esa situación de inestabilidad, indefinición y miedo de las primeras semanas y meses, pero también con el intento de diferentes poderes (militares, sindicales, gubernamentales, partidos políticos) por consolidar el control del territorio mediante la eliminación de cualquier forma de resistencia a través del asesinato y el terror. Seguramente los rumores, determinantes en cualquier conflicto armado y que muy pronto empezaron a correr de pueblo en pueblo alentados por el miedo de los vecinos o el interés de ciertos agentes, fueron un elemento fundamental a la hora de dar lugar a una violencia que no hizo sino retroalimentarse en muchos casos dando lugar a una espiral. Por eso no es casual que pueblos como Aliaga o Villalba Baja, donde durante la ocupación republicana no hubo asesinatos y donde los miembros de los consejos revolucionarios sacaron la cara por sus vecinos el cambio de autoridades se viera correspondido por la misma política de contención, lo cual no implica que hubiera otras formas de represión económicas o encarcelamientos. En cualquier caso, es evidente que la existencia de distintos proyectos y agentes políticos en pugna, que emergieron y ganaron cotas de poder que hubieran sido inimaginables hasta el fracaso parcial del golpe de estado, y que incitaron, promovieron y ejecutaron la violencia como instrumento de lucha política en la imposición de sus modelos de organización social, fue lo que más favoreció que esta alcanzara grados de virulencia sin parangón en la historia peninsular.

Respecto al modus operandi que se seguía en la ejecución de la violencia merece la pena señalar varias cosas que contribuyen a arrumbar algunos tópicos, muchas veces propagados de forma interesada por el propio franquismo. La violencia que acabó con la vida de múltiples vecinos no fue algo que viniera impuesto desde fuera, o desde luego no siempre. Esto es así tanto en el caso de las columnas de milicianos que ocuparon el Aragón oriental y meridional procedentes del País Valenciano o de Cataluña, como en el caso de las tropas de voluntarios de Falange y la Guardia Civil que actuaron en la parte occidental de la provincia, muchas veces procedentes de Zaragoza. En el primer caso, muchos habitantes de los pueblos y sus descendientes se acogieron a la tesis de la invasión de las columnas de milicianos que trajeron consigo la violencia y la revolución por dos razones muy concretas: al franquismo le interesaba promover un discurso antiobrero y anticatalanista y a las comunidades les venía bien para tratar de restañar heridas y construirse una suerte de martirologio según el cual Aragón habría sido una suerte de Arcadia feliz antes de la guerra. Nada más lejos de la realidad. Tanto en uno como en otro lado la mayor parte de las muertes tuvieron lugar por denuncias intracomunitarias, es decir, de vecinos que acusaban a sus convecinos; por las listas que habrían preparado elementos significados de derechas e izquierdas que no tenían por qué ser del mismo pueblo pero que eran de la misma comarca y la conocían bien al moverse de forma habitual por sus pueblos; y, también, gracias a la cooperación de individuos naturales de los lugares donde tuvo lugar la violencia que habrían emigrado previamente a Zaragoza, a Cataluña y al País Valenciano, que se habrían politizado allí y que comenzado el conflicto habrían vuelto a sus pueblos como parte de las milicias y unidades armadas de uno u otro bando. Las dos últimas casuísticas han sido bien estudiadas por Assumpta Castillo para el caso de la comarca oscense de La Llitera en un artículo muy sugerente llamado "El forastero en la guerra civil española". Volviendo a Teruel, en el caso de Calamocha, uno de los pueblos de la provincia con una tasa de muertes más alta, se sabe bien que el cura tuvo bastante responsabilidad en la muerte de los 33 vecinos que fueron ejecutados. Lo mismo ocurre en Teruel, donde el nombre y la trayectoria de los vecinos más significados que actuaron a menudo como denunciantes y verdugos es bien conocido. No era diferente a lo que ocurría en el lado republicano, donde fueron los miembros de los comités revolucionarios locales los que marcaron los objetivos a batir y los que tenían cierto margen de poder para salvar las vidas de vecinos en situación comprometida. 

Algo corriente era llevar a cabo las ejecuciones de noche y en términos municipales vecinos, siguiendo una praxis habitual en contextos de guerra civil, de tal manera que al no ser un acto público y constatable de forma visual por testigos sería como si nunca hubiera ocurrido y, por tanto, no se podría acusar a nadie por la desaparición de los asesinados. Con esta medida también podía esperarse limitar el impacto público de la violencia, que podía llegar a repugnar de tal modo a sectores sociales proclives al bando de los ejecutores como para generar desafección, restar apoyos fundamentales y legitimidad a la causa. Sin embargo, hubo otras ocasiones en que las ejecuciones se llevaron a cabo de forma abierta, como ocurrió a finales de agosto del 36 con la ejecución de entre 11 y 13 hombres en plena plaza del Torico con gran concurrencia de público, una forma muy efectiva de extender el terror a la par que de mesurar el grado de apoyo popular a las políticas de los golpistas. Algo similar se intentó hacer en La Puebla de Valverde, donde un mes antes un grupo de falangistas venido desde Teruel con 22 prisioneros tomados a la primera columna de milicianos llegados al sur de la provincia desde el País Valenciano quiso ejecutarlos en la plaza del pueblo, algo que consiguieron evitar las vecinas con sus quejas y su oposición.

-Creo recordar que eres “un estudioso” del fascismo. ¿Cómo crees que influyó éste en las depuraciones que llevó a cabo el lado sublevado en torno a la Batalla de Teruel?

-Es evidente que la impronta fascista del régimen que los sublevados fueron forjando a lo largo de la guerra tuvo un papel importante en las características de la violencia y la represión que acompañaron a la batalla de Teruel y que siguieron en la posguerra, al fin y al cabo el fascismo es una cultura política que lleva a cabo una exaltación de la violencia como manifestación de la verdadera masculinidad y de la superación de valores burgueses considerados caducos, a la par que como un instrumento de lucha contra sus enemigos políticos. Sin embargo, esta sublimación y visión de la violencia era compartida también por los sectores revolucionarios agrupados bajo el bando gubernamental, y así se pudo se manifiesto de muy diversas formas en la retaguardia republicana. En ambos bandos la violencia fue utilizada como un medio radical para la resolución de conflictos, la imposición de proyectos políticos y el control del territorio, a la par que en la creación de un amplio tejido comunitario de silencios y complicidades. En lo que respecta a las prácticas de guerra está claro que la naturaleza política del golpe cívico-militar y del nuevo régimen influyó en el tratamiento y clasificación de los prisioneros de guerra, que eran "reciclados", es decir, reintegrados en el ejército sublevado; destinados a batallones de trabajadores que cumplían labores auxiliares en zonas aledañas al frente; enviados a campos de concentración; o, en definitiva, fusilados en función de la información que se tenía de ellos, que se extraía a través de los interrogatorios o que se podía conseguir tras contactar con las autoridades locales de su lugar de origen, caso de que estuviera ya en zona sublevada. De hecho, no deja de ser paradójico que los batallones de trabajadores, prisioneros republicanos que "redimían sus pecados" con su sudor, acabaran siendo vitales en el esfuerzo de guerra sublevado acarreando y descargando suministros, limpiando de nieve carreteras, recuperando municiones, cavando trincheras o construyendo fortificaciones.

Sin embargo, un aspecto de la batalla de Teruel que ha quedado pendiente de una mayor profundización en mi libro tiene que ver con las políticas de ocupación del bando republicano en la estrecha franja de terreno que ocuparon durante los combates, y que incluyó a la población de la capital y de varios pueblos de su entorno más inmediato como Valdecebro, Castralvo o Villaspesa. Se trata de un ejercicio interesante porque nos permite intuir cómo habrían podido ser otras ocupaciones de poblaciones de cierta entidad como Teruel, que contaba por entonces con 16.000 habitantes. A día de hoy ya estoy trabajando en esta cuestión, con la vista puesta en preparar algún artículo, y a estas alturas ya empiezo a tener algunas intuiciones que precisamente apuntan a la naturaleza total que alcanzó la guerra en Teruel. Por ejemplo, y a pesar de las órdenes expresas del gobierno republicano de tratar de forma humana y respetuosa a los prisioneros y a la población civil, incluido de forma muy especial el obispo Anselmo Polanco, hubo ejecuciones extrajudiciales en varios casos, por ejemplo en el viejo asilo bajo los viaductos, frente a las Escuelas del Arrabal o durante las evacuaciones de civiles de la zona de la calle San Francisco en su camino a través de la carretera de Cuenca. Además, en La Puebla de Valverde se estableció un puesto de control para el triaje de los evacuados de la ciudad, para que se escapara ningún elemento significado, y también se conoce allí la existencia de ejecuciones en las afueras del pueblo, aunque por el momento desconozco más sobre la identidad y el pasado de la mayoría de las víctimas, así como también de los ejecutores. Espero poder seguir recogiendo testimonios y trabajando la documentación que tengo para poder arrojar más luz sobre esta cuestión tan interesante.

Al final, como digo, buena parte de lo ocurrido en el curso de la batalla de Teruel se explica a través del prisma de la guerra total, algo que ocurre por ejemplo con la cuestión de los prisioneros de guerra en el marco de los avances militares. El caso de la ofensiva sublevada del Alfambra fue paradigmático en este sentido, y tenemos constancia documental de hasta qué punto en muchos casos no se respetaron las regulaciones internacionales para el ejercicio de la guerra al no tomarse prisioneros. Y esto no tenía por qué tener que ver necesariamente con la deshumanización a la que había sido sometido el enemigo por la propaganda o el odio que se le pudiera profesar por razones políticas, que sin duda pudo jugar un papel en ocasiones, sino sobre todo con las dificultades logísticas y los problemas de movilidad que plantea la toma de numerosos prisioneros en el marco de una ofensiva. Desgraciadamente esto es algo común a todos los conflictos, y a veces, por lo que se ha sabido a través del testimonio de combatientes, la ejecución de prisioneros tiene mucho que ver también con la rabia que provoca el saber que los que se rendían en general ya no tendrían que seguir aguantando el infierno de la guerra en el frente.

IMG_5911.JPG-El paso de los italianos enviados por Mussolini, ¿cómo influyó en esta batalla?

-El CTV no participó en ningún momento de los combates por Teruel, en parte por el descrédito que supuso su participación en la ofensiva de Guadalajara de marzo de 1937, a pesar de que sí que habían tomado parte en los combates de la campaña del norte durante el verano y otoño de ese mismo año. Sin embargo, no ocurrió lo mismo con la Aviazione Legionaria, que sí apoyó de forma decisiva las operaciones sublevadas durante la batalla de Teruel junto a la Legión Cóndor y la Brigada Aérea Hispana siempre que las condiciones climatológicas permitían despegar a los aviones, que partían de los aeródromos situados en la vega del Jiloca, junto a Calamocha, una zona de espesas nieblas. De hecho, fue poco más de una semana después de acabar la batalla de Teruel cuando se produjo el terrible bombardeo de Alcañiz (3 de marzo) a manos de la aviación expedicionaria italiana y poco antes de comenzar la ofensiva de Aragón. Sea como fuere, había italianos desplegados por diferentes pueblos de la vega del Jiloca, ya fueran pilotos, mecánicos o personal auxiliar de vuelo, y la imagen que perduró de ellos en la cultura popular de pueblos como Alba del Campo o Calamocha y en la memoria de los supervivientes fue bastante negativa. Como siempre, detrás de los estereotipos hay una parte de prejuicio, ya que los italianos fueron denostados y tratados con desprecio por sus propios aliados españoles, y una parte de verdad que los implicaba de forma constante en rollos de faldas, violaciones (se cantaba una coplilla que decía algo del tipo "los italianos se marcharán y un bombo te dejarán") y robos, hasta el punto que eran etiquetados como "pequeños, ladrones y gitanos". Todo lo contrario ocurría en el caso de los alemanes de la Legión Cóndor, considerados por lo general gente seria y de confianza que pagaba por los servicios y recursos que demandaba de la población civil de Calamocha y los alrededores, que era desde donde operaban y por donde se movían.

Por lo demás, fueron muy comunes los conflictos entre los mandos y autoridades italianas y los españoles por la forma en que Franco conducía la guerra. Sin ir más lejos, la decisión de este de no renunciar a Teruel provocó una fuerte discusión y la incomprensión de los aliados italianos, que acabaron por ver en el dictador español un inútil incapaz de llevar la guerra a buen puerto. Evidentemente, aquellos tenían sus propios intereses, su modo de enfocar la guerra y creían que las prioridades a la hora de lanzar las operaciones debían ser otras, mientras que Franco, como ya hemos dicho, buscaba reforzar su poder carismático con un nuevo hito para el relato de la Cruzada. Tal llegó a ser la situación de tensión y el descontento por el hecho de no haber tenido el CTV ningún papel en la batalla de Teruel que desde Roma se amenazó con retirar sus fuerzas en caso de que no se les otorgara un papel en futuras ofensivas. Esa fue una de las razones por las cuales tomaron parte en la posterior ofensiva de Aragón.

-Pero también merecen punto y aparte las Brigadas Internacionales y su paso por la provincia y la capital….

-Como parte de la propia dimensión propagandística de la ofensiva republicana sobre Teruel el mando del Ejército Popular decidió no implicar a ninguna unidad de las Brigadas Internacionales en el principio de la batalla, sobre todo con esa idea de demostrar ante el mundo su capacidad para dar forma a una fuerza de combate eficaz conformada solo por españoles. De hecho, hay una cuestión curiosa detrás de todo este asunto. Los mandos y combatientes del bando sublevado tenían en muy mala consideración las cualidades militares de los compatriotas que combatían en el bando contrario. Tanto es así que al ver la destreza y el empuje con que se desenvolvían las unidades republicanas implicadas en la ofensiva de Teruel muy pronto se hizo correr el rumor de que las tropas a las que se enfrentaban en los Llanos de Caudé eran parte de las Brigadas Internacionales, cuando en realidad se trataba de la 11ª División al mando de Líster. No obstante, tras el fuerte desgaste sufrido en las primeras dos semanas de combates y ante la inminente contraofensiva sublevada para tratar de conectar con los sitiados en Teruel, el mando republicano se vio obligado a recurrir a la 35ª División, que integraba a las Brigadas Internacionales 11ª y 14ª, compuestas en su mayor parte por austriacos y alemanes por un lado, y franceses por el otro. De hecho, ambas unidades entraron en combate en uno de los momentos críticos de la batalla, el 29 de diciembre, y en un sector tan sensible como era el que separaba Concud de los Altos de las Celadas. Desde entonces hasta primeros de febrero fue una de las unidades más castigadas por los ataques sublevados y los contraataques republicanos en la zona del Alto de las Celadas, el Muletón y el Barranco de las Gilochas, siendo su objetivo frenar las acometidas de los rebeldes en dirección al río Alfambra y evitar el cierre de la carretera de Alcañiz. En aquellos lances fue una de las unidades del Ejército Popular que consiguió mantener en pie el frente a pesar de la virulencia de los ataques que hubo de soportar, pero pagó un altísimo precio en materia de bajas humanas hasta el punto que el 7 de febrero les fue concedido a sus hombres un permiso en València. Sin embargo, algo que nos da una buena idea del grado de exigencia extremo en que había derivado la guerra civil con la batalla de Teruel es que el permiso de esta unidad fue abortado a los tres días por la situación de emergencia que se vivía en todo el frente de Teruel tras el descalabro republicano en la ofensiva rebelde del Alfambra. Por entonces los días de la batalla estaban contados ya, y a pesar de todo los hombres de la 35ª División, que incluía las dos Brigadas Internacionales mencionadas, aún tuvieron que ejecutar junto a otras unidades una operación de distracción en el saliente de Vivel del Río, al norte del frente de Teruel con el fin de aligerar la presión al sur, en el principal escenario de combate. Podemos hacernos una idea de lo que supuso haber de volver al frente tres días después, con los nervios destrozados y el cuerpo roto por semanas de combates continuados, de privaciones y expuestos a los elementos y a la superioridad de medios abrumadora de los sublevados. En este sentido, para conocer la experiencia de las Brigadas Internacionales en Teruel desde una perspectiva muy íntima y directa recomendaría el diario de James Neugass, La guerra es bella. Diario de un brigadista americano en la guerra civil española, quien participó en el conflicto como conductor de ambulancias y cuyas vivencias más significativas de la batalla aparecen varias veces en mi libro.

Más allá del valor militar de su contribución a la batalla de Teruel, la participación de las Brigadas Internacionales y el tratamiento que se dispensó a sus prisioneros por parte de las autoridades militares sublevadas nos revela algunas dimensiones importantes de la lucha política mucho más amplia que estaba teniendo lugar en Europa entre la revolución y la contrarrevolución. No es para nada casual que a finales de enero de 1938, en plena batalla de Teruel, se ordenara desde el Cuartel General de Franco realizar interrogatorios mucho más concienzudos contra los brigadistas prisioneros de origen austriaco, seguramente a petición de los aliados italianos y alemanes. Por aquel entonces, tanto Mussolini como Hitler estaban diseñando el futuro de Austria, cada uno de ellos con objetivos y proyectos diferentes. El primero apoyaba políticamente el régimen fascista del canciller Engelbert Döllfus en un intento por hacer de Austria un estado títere, y el segundo ya tenía la vista puesta en la anexión del país desde principios de noviembre, todo lo cual dio lugar a algunos conflictos puntuales entre ambos países. En cualquier caso, el hecho de que se intentara extraer más información sobre los austriacos, asociados al socialismo o al comunismo por su pertenencia a las Brigadas Internacionales, tenía que ver con el interés tanto del Reich como de Italia por conocer las redes transnacionales europeas de solidaridad sobre las que se movía la izquierda austriaca, sus cuadros políticos y sus enlaces con el objetivo de desmantelarlas de forma definitiva. Al fin y al cabo, se suponía que tras las luchas de febrero de 1934 en Austria, calificadas por una parte de la historiografía como una auténtica guerra civil de cuatro días, toda la izquierda del país había sido desmantelada a nivel organizativo e institucional, lo cual incluyó detenciones masivas, ejecuciones y el exilio de destacados líderes. De ahí que alemanes e italianos solicitaran cooperación a sus aliados españoles con el objetivo de poder desentrañar los circuitos sobre los que se sustentaba el envío de brigadistas austriacos a la guerra civil. Compartir inteligencia entre países con fines contrainsurgentes y represivos es algo común, y en ambos casos, sobre todo en el alemán, la mirada ya estaba claramente puesta en aplastar cualquier atisbo de oposición a la anexión del país por parte del Reich, un hecho que se consumaría apenas un mes y medio después. Así vemos cómo un documento militar aparentemente anodino conecta las políticas de inteligencia sublevadas en los combates por Teruel con lo que estaba ocurriendo en Europa y con lo que iba a determinar el futuro del continente.

IMG_5909.JPG-¿Qué nombre, qué mandos destacarías dentro de este tablero de ajedrez que fue la Batalla de Teruel?

-De entre los mandos podríamos destacar a muchos por muy diversas razones, pero si tengo que quedarme con uno de cada bando por lo que ponen de manifiesto de la naturaleza de la guerra en general y de la guerra civil en particular serían Rafael García-Valiño, del bando sublevado, y Enrique Líster, del republicano. Está claro que mi trabajo es uno que se ha intentado centrar en la experiencia del hombre y la mujer comunes, ya fueran combatientes y civiles, pero es cierto que un buen análisis del desempeño y la mentalidad de aquellos con poder y responsabilidad sobre la vida y la muerte puede aportarnos información muy valiosa: desde el modo de hacer la guerra, a los estereotipos de masculinidad, pasando por los equilibrios y tensiones políticas de cada bando, la influencia de lo político sobre lo militar, las claves e intereses que existen tras la forja de los relatos mito-poéticos de guerra y de los héroes militares y, sobre todo, sobre la miseria absoluta que caracteriza a los conflictos armados y a la muerte de masas que estos comportan en la modernidad.

Por ejemplo, vayamos al caso del entonces coronel García-Valiño, que durante la batalla de Teruel comandó la 1ª División de Navarra. Curiosamente, Paul Preston considera que este militar toledano fue "uno de los más jóvenes y capacitados generales de Franco", una vez alcanzó dicho rango. En cualquier caso, merece la pena excavar un poco bajo la imagen de este militar africanista y saber cómo se forjó a sí mismo la imagen de gran comandante, porque su concurso y modus operandi en la batalla de Teruel nos revela una cara mucho menos brillante, al menos tal y como lo recordaban y valoraban sus propios hombres años después de concluida la guerra. Él mismo reconocía de forma implícita en sus memorias muchos años después las condiciones infrahumanas en las que se vieron obligados a luchar los combatientes, a menudo sin ninguno de los medios necesarios para enfrentar una batalla invernal marcada por el frío polar. Sin embargo no lo hacía para apiadarse de ellos, ni para lamentar los múltiples casos de muerte por congelación o las amputaciones, sino para destacar la grandeza de la victoria sublevada, la capacidad de resistencia de los soldados que habrían aguantado por la pureza de los valores que los inspiraban en aquella situación extrema. De hecho, García-Valiño motivaba a sus hombres estimulando una competencia extrema entre ellos apelando a su virilidad y a su ardor combativo. Para ello dividió su unidad en tres agrupaciones diferentes, una de falangistas, otra de requetés y otra de reclutas convencionales, y explotó las rencillas políticas e identitarias que siempre solían existir entre estos tres colectivos para que se picaran entre sí a la hora de cumplir con los objetivos que les asignaba y en un intento por demostrar que cada una era la más valiente y hábil haciendo la guerra. Con estos métodos la División quedó en cuadro en menos de dos semanas de combate al sur de La Muela, en la primera quincena de enero, perdiendo el cincuenta por ciento de sus efectivos entre heridos, enfermos y muertos. Así pues, como vemos la fama de García-Valiño se forjó sobre su falta de compasión a la hora de enviar a sus hombres a morir, incluso cuando las condiciones eran tan adversas como para desaconsejar las operaciones ofensivas. Y eso es lo que pasó en el asalto final sobre Teruel, donde su 1ª División de Navarra volvió a entrar en combate una vez repuestas las bajas. Su objetivo era cubrir todo el dispositivo sublevado que había de cercar Teruel por el norte, cruzando el río Alfambra, Sierra Gorda y cortando la carretera de València. La unidad de García-Valiño debía cruzar el río desde Los Baños y llegar hasta el Cerro de Santa Bárbara, pero para ello debía superar una zona con todos los ángulos muy bien cubiertos por las armas automáticas, lo cual aconsejaba esperar primero avances de la unidad desplegada al norte para poder silenciar el fuego de flanqueo que amenazaba su avance por la izquierda. Sin embargo, una vez más no tuvo problema en empujar a sus hombres a una muerte segura. Así ocurrió que en cuanto intentaron avanzar los días 17 y 18 de febrero los números de bajas fueron altísimos, tanto que los hombres quedaron inmovilizados y se aferraron a la tierra tras todo aquello que pudiera representar un obstáculo para las balas, ello a pesar de las amenazas proferidas por su propio comandante. De hecho, el día 18 no se sabe muy bien por qué García-Valiño ordenó a su segunda agrupación, al mando de su subordinado, el teniente coronel Rafael Tejero, que atacara los objetivos que les habían sido asignados alegando que la resistencia del flanco izquierdo ya había sido reducida por la división que avanzaba más al norte, y que por tanto no encontrarían fuego desde ese lado. Sin embargo, cuando comenzaron el asalto se vieron bajo una lluvia de acero cruzada, también procedente del nido de ametralladoras que supuestamente había sido ya tomado al norte. Esto comportó la pérdida de casi toda una compañía, unos 200 hombres, con Rafael Tejero a la cabeza. Hay quienes dicen que se trató de un fallo en la transmisión de la información y la coordinación entre unidades, lo cual nos pone ante las consecuencias de los errores en una guerra, mucho más habituales de lo que se suele señalar en la literatura bélica. Sin embargo, algún veterano de la unidad acusaba a García-Valiño, a sus ansias de avanzar y a su inquina contra Rafael Tejero, que contaba con el aprecio de la tropa y que solía cuestionar muchas de las decisiones de su inmediato superior por el escaso aprecio que mostraba por la vida de sus hombres. Nunca lo sabremos a ciencia cierta, pero lo cierto es que las luchas de egos entre mandos militares y la eliminación sutil de aquellos que pudieran hacer sombra a la hora de labrar el propio discurso heroico y la propia carrera siempre han formado parte del mundo castrense y de la guerra. Al parecer, y ya para acabar, contaba un veterano que Tejero le decía a García-Valiño que "una bomba se compra con dinero, pero una persona cuesta mucho esfuerzo, y tiene madre..." No nos engañemos: el oficio de un militar profesional al mando de una tropa comporta conseguir una serie de objetivos con las mínimas pérdidas posibles, pero a sabiendas de que la metralla enemiga se cobrará la vida de algunos combatientes. Sin embargo, ha sido común que algunas carreras supuestamente brillantes se hayan forjado gracias a la falta de escrúpulos, a las amenazas y a la violencia ejercida por ciertos mandos contra sus propios hombres, porque al fin y al cabo el mundo castrense es uno basado en las jerarquías y la subordinación, en la sumisión de la voluntad individual a las órdenes de los superiores.

Por su parte, Enrique Líster se caracteriza por un perfil bastante similar en muchos aspectos relacionados con la dirección de su tropa. También en su caso hubo subordinados como su comisario político que reconocían haber enviado a la tropa a la ofensiva sin contar con los mínimos medios necesarios para enfrentarse al frío, lo cual tuvo consecuencias terribles a nivel de bajas por congelación. Bajo el pretexto de la inevitabilidad y la obligación de cumplir con las órdenes encomendadas por el estado mayor republicano su 11ª División sufrió centenares de bajas causadas por el fuego enemigo y por el frío, mientras construían pistas en la nieve para hacer posible el aprovisionamiento de la unidad, encargada de cerrar el cerco de Teruel desde el este, y defender el perímetro exterior una vez conseguido esto. A la par, en sí misma su figura es la encarnación de los profundos cambios sociales y políticos a los que dio lugar la guerra civil española en el bando republicano y la necesidad que este tuvo de crear sus propios mitos heroicos y movilizadores. Por eso también resulta una personalidad difícil de estudiar, por todo el halo de leyenda que existe en torno a él, aunque es bien conocido su carácter ególatra, violento y su falta de escrúpulos tanto hacia sus hombres como hacia el enemigo, que igual podían ser los anarquistas, cuando aplastó por la fuerza las colectivizaciones del Aragón oriental en el verano del 37, que los sublevados, entre los que a menudo no tomaba prisioneros. Y lo cierto es que Líster era de algún modo un hombre hecho a sí mismo que supo construirse durante la guerra la imagen de militante viril y ejemplar y hombre de acción por excelencia: de familia obrera y cantero de profesión, emigra a Cuba y regresa a España, pasa los años 30 en la Unión Soviética, donde es formado política y militarmente y participa de forma muy activa en la paralización del golpe de estado en Madrid y en la posterior defensa de la capital a finales de 1936. Su figura se convirtió en un mito dentro del bando republicano, a pesar de su carácter problemático, pero también en una obsesión para el bando sublevado, que a menudo lo presentaba como un estereotipo del comunista monstruoso y sin escrúpulos. Tal llegó a ser su prestigio a nivel popular, promovido por su partido y por la propaganda republicana, que fue el primer militar no profesional del Ejército Popular que tuvo acceso a un rango superior a comandante o mayor, contraviniendo un decreto de Largo Caballero de 1936 que buscaba preservar los privilegios de los militares profesionales y garantizar que el personal al mando de la tropa no era designado por razones políticas, sino por sus cualidades castrenses. Esto nos da una idea de la precariedad de los equibrios políticos dentro de la coalición republicana y del papel que jugaba lo político en el Ejército Popular, porque Vicente Rojo, jefe del estado mayor republicano, decidió ascenderlo sin consultarlo previamente con Indalecio Prieto, ministro de Defensa. En parte, el objetivo de Rojo era conseguir picar el orgullo de Líster para que acatara la orden de enviar a su 11ª División de nuevo al frente, que había quedado completamente destrozada tras las dos primeras semanas de combates en Los Llanos de Caudé, donde había lidiado contra los embates más duros de los sublevados en su intento por conectar con los sitiados dentro de la ciudad. Su condición de intocable en tanto que mito propagandístico quedó clara cuando se negó a acatar las órdenes del jefe del estado mayor republicano, lo cual podría haberle acarreado un consejo de guerra y su ejecución con el código militar en la mano. En este caso no le faltaba razón al alegar que sus hombres no estaban en condiciones de combatir, pero no tuvieron tanta suerte los combatientes de la 84ª Brigada Mixta de la 40ª División, que al negarse a volver al frente tras un mes terrible de combates en el casco de Teruel y en La Muela no solo sufrieron el desmantelamiento de su unidad, sino también la ejecución ejemplarizante 46 combatientes. Este episodio ha sido investigado y narrado de forma muy intensa por Pedro Corral en su libro Si me quieres escribir. Gloria y castigo de la 84ª Brigada Mixta del Ejército Popular. En el caso del bando sublevado ni mis colegas Fran Leira y Miguel Alonso, que están trabajando en torno a estas cuestiones internas del ejército sublevado con documentación de archivo y testimonios orales, ni tampoco yo en el estudio de la batalla de Teruel hemos encontrado un caso similar, que también debió ser extraordinario en el bando republicano. En este sentido, lo normal en el bando rebelde, que es el que mejor conozco, es encontrar ejecuciones aisladas, por lo general de un solo individuo y con fines ejemplarizantes sobre toda una unidad, obligando a menudo a formar el piquete a los más allegados al finado para causar un mayor impacto.

_DSC0023.JPG-¿Qué piezas del puzle de esta batalla te han costado más de rellenar o de encontrar respuestas?

-En un trabajo historiográfico que pretende plantear una serie de tesis sólidas, como la de la naturaleza total que cobra la guerra en la batalla de Teruel, y una visión holística de un acontecimiento bélico siempre quedan cosas por cerrar. Es decir, soy consciente de que este no es el trabajo definitivo de la batalla de Teruel ni nada por el estilo, porque ni tan siquiera sería deseable que así lo fuera. Probablemente en el futuro haya nuevas miradas desde nuevas preocupaciones y preguntas, y eso significará que como campo de conocimiento habremos seguido progresando, lo cual será digno de celebrar. Al final, una de las cosas que uno espera con un trabajo así es ofrecer al público unas herramientas interpretativas y unas intuiciones para comprender el alcance, la naturaleza y las consecuencias reales de una guerra moderna, y por lo que respecta a otros y otras colegas de oficio el sueño sería haber abierto puertas que atravesar y ventanas por donde reevaluar episodios similares, tanto en referencia a la guerra civil española como a las campañas de Marruecos o las guerras carlistas. Pero en definitiva, el deseo era acercar las visiones más avanzadas de los estudios de la guerra a través del análisis de la batalla de Teruel, por las razones que ya he señalado.

En este sentido, efectivamente, hay toda una serie de preguntas para las que ya no encontraremos respuestas, o no del modo que habría sido deseable. Me refiero por ejemplo a cómo se perdió la oportunidad de realizar un buen trabajo de campo con entrevistas orales a combatientes de ambos bandos en los años 90, cuando muchos de ellos aún estaban vivos. Hubiera sido fundamental poder conocer su experiencia de primera mano, y no solo a través de diarios o memorias que están a menudo reescritos en el primer caso y muy repensadas y contaminadas de discurso político y estereotipos en el segundo. Otra vía para intentar acercarnos a este tema es a través de familiares, generalmente hijos e hijas de combatientes, pero en muchos casos la segunda generación no ha tenido el interés que tenemos los de la tercera. Eso tiene una explicación muy simple en muchos casos, y tiene que ver con la saturación provocada por el adoctrinamiento que impuso el régimen franquista en las escuelas, en la prensa, en la cultura popular o en los actos públicos, donde promovió por activa y por pasiva la visión heroica de la guerra civil como Cruzada, algo de lo que muchos y muchas jóvenes huyeron por agotamiento, por rebeldía o por distancia respecto a la guerra. Y en el caso de los veteranos de izquierdas quizás ha sido más común cultivar y transmitir generacionalmente los recuerdos de la guerra y la lucha contra el fascismo. No obstante, también los hubo que debido al trauma de la guerra (esto en ambos casos) y de la derrota, ya fuera por vergüenza, por estigma o por preservar a la propia descendencia de problemas políticos se sumieron en el más absoluto silencio y murieron sin que los suyos supieran realmente qué habían tenido que pasar ni quiénes habían sido en cierto modo, porque la guerra marcó a decenas de miles de hombres de forma irreparable. Precisamente cuento esto porque hace unos días me escribió un compañero mexicano comentándome esto mismo que estoy diciendo: que su abuelo había muerto sin soltar prenda, sin explicar el dolor que llevaba dentro por todo lo que había vivido al combatir en batallas como la de Teruel, en la retirada y enel exilio. En cualquier caso, estoy seguro de que hay mucho más trabajo hecho del que pensamos, tanto de investigadores e investigadoras locales (en Teruel tenemos el gran trabajo que hizo Pompeyo García, por suerte) como de extranjeros, que en el último caso tenían más éxito durante los años 70 y 80 por el miedo que existía (y que en algunos casos sigue existiendo) a hablar de ciertas cosas entre españoles. De hecho, existen grupos de investigación como HISTAGRA, de la Universidade de Santiago de Compostela, que cuentan con un valioso fondo de testimonios orales relacionados con la guerra del 36-39. Y estoy seguro también de que ciertas asociaciones y grupos de investigación comarcales han realizado trabajos en este sentido que todavía están por abordar de forma exhaustiva o que pueden ser revisitados al calor de las nuevas preocupaciones historiográficas.

Otra cuestión importante y difícil de analizar es el tema de las tropas voluntarias de origen norafricano que combatían en las unidades de regulares y en las meha-las (policía político-militar del Protectorado español en Marruecos). Todos sabemos que detrás de cualquier mito o leyenda existe algo de verdad, pero que una vez comenzamos a diseccionarlos damos con distorsiones de la realidad, con muchas más aristas del problema y con los intereses que han dado lugar a esas imágenes o relatos estereotipados. En el caso de los llamados "moros" existe una leyenda negra en la que se les culpabiliza de cometer todo tipo de tropelías contra la población civil, especialmente violaciones contra mujeres, a la par que se los presenta como combatientes salvajes y carentes de escrúpulos frente al enemigo. Es evidente que detrás de este discurso, sobre todo en el último punto, hay un claro sesgo racista heredado de las propias campañas de Marruecos y provocado por el choque o la barrera cultural que generaban las costumbres y las lenguas de los norafricanos entre los peninsulares. La brutalidad y el salvajismo que se les atribuía tenía mucho que ver con los supuestos alaridos que proferían al atacar las posiciones enemigas, pero ese discurso también fue activamente promovido por la propia maquinaria propagandística rebelde para infundir terror en el enemigo. Y respecto a la cuestión de las violaciones tampoco parece casual que se hayan cargado tanto las tintas contra los combatientes magrebíes, pero también contra los italianos, lo cual da la sensación que podría ser un modo de ocultar las vergüenzas y las tropelías cometidas por los propios soldados peninsulares. No era difícil culparlos, al fin y al cabo acabada la guerra regresaron a sus lugares de origen y por lo general no tuvieron ni han tenido la oportunidad de aportar su visión de los hechos. Sin embargo, lo poco que sabemos es que pasaron mucho miedo (de ahí los alaridos y la violencia en combate) y que quedaron marcados por el alto número de muertos que sufrieron en sus unidades, dada su condición de tropas de choque y obligados como eran a menudo a avanzar a pecho descubierto sin apoyo de la artillería. En cualquier caso, aunque es imposible saberlo a ciencia cierta, es posible que el índice de violaciones fuera más alto entre tropas de origen extranjero, sobre todo porque la cercanía cultural de los españoles respecto a sus compatriotas podía generar un mayor grado de contención. Desgraciadamente, esto tiene mucho que ver con el comportamiento colectivo de los hombres armados al encontrarse lejos de sus casas combatiendo en otros países, lo cual da cierta sensación de impunidad. Es común que dentro de los grupos primarios, que son pequeñas cuadrillas de combatientes que se forman dentro de las unidades en base a la afinidad personal y a la experiencia compartida, una de las cuestiones que mide la virilidad de cada uno de sus componentes es el número de "conquistas", y desde luego estas no siempre tienen lugar a través del amor, la complicidad y el consentimiento de la mujer, sino a menudo todo lo contrario. Yo he tratado de aportar algo en este sentido en el libro respecto al papel real de los combatientes magrebíes, que con toda certeza fueron 62.000, e incluso más, y que fueron vitales en la victoria del bando sublevado.

Para más inri, y ya para acabar, el tema de las violaciones es muy difícil de seguir más allá de lo que podemos rastrear en la memoria colectiva al trabajar con los testimonios de supervivientes, porque estas no solían dejar rastro en la documentación en tanto que los mandos entendían a menudo que era una consecuencia inevitable de la guerra y una vía de escape para la tensión producida por los combates. Esto forma parte de una visión de muy largo alcance en la guerra, muy asociada también al predominio histórico del heteropatriarcado, donde las mujeres del enemigo formarían parte del botín de guerra por derecho de conquista. Pero como digo, a pesar de que no quedara registro documental de ellas existieron y debieron ser frecuentes, tanto por parte de peninsulares como de los contingentes extranjeros que combatieron en uno y otro bando. Solo hace falta escuchar la famosa invectiva radiofónica de Queipo de Llano en el verano del 36, donde invitaba a los soldados del bando sublevado a enseñarles a las mujeres de los milicianos lo que era un hombre de verdad. 

-Porque, seguramente, todavía hay vacíos o dudas muy, muy fuertes…

-Siempre hay dudas: es una labor dura la del historiador y la historiadora cuando tratan de trabajar con rigor y ambición. Por supuesto siempre quedan vacíos, también es lo hermoso de un oficio como la historia y sus productos en forma de libro, que valen tanto por los instrumentos de análisis que ofrecen como por las preguntas que plantean. Arriba he dejado expresados algunos de esos vacíos. A ciertas cosas solo podemos llegar de forma indirecta, por lo implícito o a través de intuiciones, atendiendo a nuestro conocimiento de lo ocurrido en otros conflictos similares del periodo, por eso al hacer historia de la guerra es importante tener una visión y un conocimiento amplio de lo que hay detrás de cualquier conflicto armado. Y por eso es tan importante mantenerse activos como historiadores o historiadoras, no dejar nunca de leer las nuevas aportaciones, ampliar horizontes en el estudio de batallas y guerras o renovar los métodos, que es justamente lo que intentamos desde la Revista Universitaria de Historia Militar, la cual coedito junto a mis inestimables colegas y amigos Miguel Alonso y Fran Leira.

-David, eres un estudioso e investigador que imaginamos no paras, ¿nos puedes decir en qué estás trabajando en la actualidad?

-Proyectos hay muchos, lo que falta son el tiempo y los recursos. En lo que se refiere a Teruel, su batalla y su posguerra sigo entrevistando gente y recogiendo documentación con la mente puesta en la posibilidad de hacer una historia social de la posguerra en nuestra tierra, pero esto es algo que me planteo largo plazo. 

Ahora mismo el objetivo central es preparar algunos artículos antes de llegar al ecuador del año, tanto relacionados con mi tesis doctoral sobre los voluntarios europeos y el colaboracionismo en el Nuevo Orden fascista durante la Segunda Guerra Mundial como sobre el Teruel de la batalla y la posguerra. En este último caso hay una serie de aspectos parciales que querría haber tratado más a fondo, siendo dos de ellos las políticas de ocupación republicanas durante los dos meses que tuvieron la capital y sus alrededores bajo su poder y la cuestión de los suicidios en la posguerra. En el año 2019 espero publicar mi tesis doctoral en formato libro bajo el título Los voluntarios europeos en el Nuevo Orden: colaboracionismo político-militar en Bélgica, Francia y España (1941-1945). Además, en muy poco tiempo publicaré junto a mis colegas Javier Rodrigo y Miguel Alonso Ibarra un libro colectivo con autores y autoras de referencia internacional en el ámbito de los estudios de la guerra o la nueva historia militar bajo el título Europa desgarrada: Guerra, ocupación y violencia (1914-1950), donde se abordan diferentes cuestiones y casos de estudio de todo el continente europeo. Finalmente, estoy trabajando con Javier Rodrigo en un ensayo sobre las guerras civiles en el siglo XX que entregaremos a finales de este año y donde yo me haré cargo de la segunda mitad de la centuria. En cualquier caso, a día de hoy uno de los proyectos que más tiempo me ocupa junto a mis colegas es mantener la pujanza y el nivel de la Revista Universitaria de Historia Militar, que os invito a conocer y a descargar en nuestra web.

 

 

 

 

principal-portada-la-batalla-de-teruel_1-es.jpg27108
La Batalla de Teruel. Guerra total en España. David Alegre Lorenz   
520 páginas         16 x 24 cms.
23.90 euros
La Esfera de los Libros


 

La batalla de Teruel, por su magnitud y virulencia, constituyó un punto de inflexión en la Guerra Civil española. A través de la experiencia de civiles y combatientes, testimonios orales y documentación de archivo, esta obra ofrece una visión inédita y novedosa sobre uno de los acontecimientos bélicos clave del siglo XX en España.

 

«El autor combina lo mejor de la historia militar tradicional y los enfoques más novedosos de la llamada nueva historia militar. Sin duda estamos ante una obra que cambiará nuestra percepción de la Guerra Civil española».

Klaus Schmider, Royal Military Academy Sandhurst 

 

«David Alegre tiene en cuenta las múltiples dimensiones de la guerra total en su trabajo. Este nos ofrece una nueva comprensión de la Guerra Civil española a través de un estudio exhaustivo de la batalla de Teruel».

Jeff Rutherford, profesor asociado en la Wheeling Jesuit University (Estados Unidos) y autor de La guerra de la infantería alemana. 1941-1944.

 

 

Índice e introducción:

http://www.esferalibros.com/uploads/ficheros/libros/primeras-paginas/201803/primeras-paginas-primeras-paginas-la-batalla-de-teruel-es.pdf

 

David Alegre Lorenz (Teruel, 1988) es Doctor Europeo en Historia Comparada, Política y Social por la Universitat Autònoma de Barcelona con la tesis titulada Experiencia de guerra y colaboracionismo político-militar en Bélgica, Francia y España bajo el Nuevo Orden (1941-1945). Desde el año 2014 es coeditor de la Revista Universitaria de Historia Militar, un espacio de encuentro transatlántico para el análisis y el debate donde se promueven los estudios de la guerra. Ha realizado estancias de investigación en Alemania y ha publicado diversos trabajos sobre los estudios de la guerra, la identidad del combatiente, la experiencia de guerra y el fascismo, todos ellos centrados por lo general en la guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial y sus posguerras.

 

 

 

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