País de Cazarabet

Sórdido calor, tierra agrietada

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El aire es caliente y levanta como oleadas de polvo de los campos de cereal casi desintegrado. Un año de poco tallo, poca paja y el interrogante de qué podrá dar la siega. De sol a  sol en estos días de finales de junio y primeros de julio los campesinos se esfuerzan, afanándose  por sacar de la sequedad de sus campos algo de fruto en forma de vaina de cereal. Después de que la  cosechadora pase por esos bancales que se mecían como mares amarillos a merced del aire, aparece un campo de púas hirientes y el suelo está surcado por grietas que se cruzan unas con otras haciendo que los campos sean rostros o reflejos de un mundo seco, sin agua, sin casi lluvias o con lluvias violentas y repentinas que no recogen la humedad porque el agua descorre la tierra y erosiona ese mismo rostro agrietado, arrugado, con una falta de hidratación que se te tuerce la mueca solo con pensarlo. Mientras el cielo se enrojece en las tardes más dilatadas el suelo permanece inmóvil y alguna pequeña gota de agua levanta una mota de polvo, casi microscópico que vuelve a depositarse lenta y familiarmente y espera, desesperado a que más gotas, sosegadas y acompasadas, vuelvan a decidirse a caer sobre la tierra, ahora amarilla, mientras antaño fueron verdes.