image003.jpgDe la República a la Idea. Memoria histórica en Mas de las Matas

 

 

PROTAGONISTAS DE LA II REPÚBLICA:

LUIS BELLO, PRESIDENTE DE LA COMISIÓN DEL ESTATUTO DE CATALUÑA

 

José Miguel González Soriano

Investigador

jmgonzalezsoriano@hotmail.com

 

(Publicado en CIERE. Cuadernos Republicanos 66)

 

En la mañana del 14 de abril de 1931, cuando el hasta entonces rey de España Alfonso XIII se disponía a abandonar el país rumbo al exilio, y un nuevo gobierno provisional republicano se aprestaba desde Madrid a asumir el poder de la nación, en Barcelona, el venerable coronel retirado Françes Maciá proclamaba, por iniciativa propia ante una multitud enfervorizada, la «República catalana» «...como Estat integrant de la Federació Ibèrica».

Semejante declaración –claramente inspirada en las tesis federalistas de Prat de la Riba–,1 pronunciada por el anciano militar desde un balcón de la Diputación, no pudo por menos que provocar la sorpresa y el desconcierto entre los futuros miembros del Gobierno provisional. La República aspiraba a crear un Estado descentralizado, no uniforme, en el que tendrían cabida las autonomías regionales; pero dentro siempre de un concepto incuestionable de unidad integral que no admitía el modelo federativo para su organización. Asaltaba, pues, al nuevo régimen, desde el mismo momento de su nacimiento, la necesidad de dar resolución a las reivindicaciones históricas del catalanismo político, pues la Monarquía, con su concepción centralista de la administración del país, no había aceptado otra modificación en la organización territorial del Estado que la creación, en 1914, de una Mancomunidad catalana derogada pocos años después, tras el pronunciamiento del general Primo de Rivera en 1923.

1 Vid. (e.g.), La Nacionalitat Catalana (1906), su obra más conocida e influyente, en la que desarrollaba la idea de construir una nueva España, una «Iberia» –incorporando a ella a Portugal–, bajo la fórmula federalista o de un «Estado compuesto».

Tres días después de proclamada la República, tres ministros del nuevo Gobierno –Nicolau d’Olwer, Marcelino Domingo y Fernando de los Ríos– viajaban en avión rumbo a Barcelona, con el objeto de intentar convencer a Françes Maciá para que atenuase sus palabras del día 14, acerca del «Estado catalán»; y se atuviera a los compromisos suscritos en el denominado «Pacto de San Sebastián». Dicho pacto había tenido lugar meses antes, ya en el ocaso de la Monarquía, en una célebre reunión sostenida en la capital donostiarra entre los representantes de diferentes partidos republicanos y los de diversas fuerzas políticas catalanistas, con vistas a organizar el futurible cambio de régimen y acordar la estructura nacional que configuraría el país. La fórmula de consenso allí alcanzada establecía que, una vez proclamada la República, una Asamblea de Ayuntamientos de Cataluña confeccionaría un estatuto que, tras conseguir mediante plebiscito la aprobación del pueblo catalán, sería sometido a la libre resolución de las Cortes Constituyentes, encargadas de su definitiva votación y aprobación; y cuya Ley fundamental sería la norma delimitadora de las autonomías regionales y sus competencias.2 No sin dificultades, los tres ministros del Gobierno provisional republicano desplazados a Barcelona conseguirían dar por íntegramente válido el Pacto de San Sebastián, a cambio de ofrecer garantías a Maciá de acelerar al máximo los trámites de la convocatoria del referéndum para votar la autonomía. Un decreto publicado el 21 de abril legalizaba la existencia de un gobierno provisional de la Generalitat; y unos días después, el apoteósico viaje oficial del presidente Alcalá-Zamora a Cataluña se encargaría de sellar de forma definitiva el acuerdo.

Unos meses después, el 14 de agosto de 1931, era Françes Maciá quien se dirigía a Madrid para hacer entrega oficial al Gobierno del proyecto del Estatuto, redactado con gran celeridad por una comisión municipal, y abrumadoramente aprobado por el pueblo catalán dos semanas atrás, para

2 Acerca del Pacto de San Sebastián, cfr. Miguel Maura, Así cayó Alfonso XIII... Madrid, Marcial Pons, 2007, pp. 167-170.

su elevación ante las Cortes;3 pero su discusión parlamentaria no podría llevarse a cabo hasta que no estuviera promulgado el nuevo texto constitucional, lo que no sucederá hasta el 9 de diciembre. El futuro Estatuto de Cataluña debía de ajustarse de forma escrupulosa a lo estipulado por la Constitución, pero las divergencias existentes entre ambos textos eran, sin embargo, más que evidentes.4 Pocos días antes de ser proclamado Manuel Azaña como primer jefe de Gobierno constitucional de la República, las Cortes nombraban una Comisión de Estatutos cuya primera tarea consistiría en tratar de poner de acuerdo el cuerpo legislativo del Estatuto con el cuerpo legislativo de la Constitución; y elaborar así un dictamen cuyo texto sería el soporte de la discusión parlamentaria. Al frente de dicha Comisión se nombró a un ilustre miembro azañista, diputado a Cortes por Madrid, quien, no obstante su falta de conocimientos forenses –aunque de joven había estudiado la carrera de Derecho–, su indiscutible prestigio personal y su postura inequívocamente favorable hacia el estatuto le hacían merecedor de la confianza de las principales fuerzas políticas, muy especialmente entre el grupo catalán: el periodista y escritor Luis Bello Trompeta.

 

Luis Bello: trayectoria política y vinculación con Cataluña

Nacido en Alba de Tormes (Salamanca) en 1872, y criado desde la infancia en Madrid, era Luis Bello un castellano integral, «castellano cien por cien» –como señalaría tras su muerte su compañero y amigo Roberto

3 El proyecto estatutario catalán, conocido como el «Estatuto de Núria», fue aprobado el 2 de agosto de 1931 mediante referéndum popular por mayoría casi total: sólo 3.000 electores de 600.000 votaron en contra de dicho proyecto, siendo la participación electoral del 75%.

4 El Estatuto de Núria establecía de hecho una estructura de Estado para Cataluña, al crear una ciudadanía catalana, posibilitar la incorporación de otros territorios, declarar como lengua oficial el catalán y establecer condiciones especiales para el cumplimiento del servicio militar. La Constitución de 1931, estableciendo el precepto de Estado «integral», admitía las autonomías regionales, pero negaba su derecho de autodeterminación, rechazando así un modelo de República federal.

Castrovido-5; viejo, de la Villa y Corte y también de la Sagra, pues era descendiente del linaje de los Trompeta, naturales de Carranque (Toledo), una familia de rancio abolengo republicano, «republicanos progresistas, librecambistas de la Asociación para la reforma de los Aranceles, bien quistos en la tertulia de la calle de Esparteros y en el Círculo de la Unión Mercantil».6 Asentados en Madrid, donde se dedicaban al comercio de paños y tejidos, fueron los Trompeta colaboradores estrechos del Partido Democrático Progresista, en el ala revolucionaria encabezada por Ruiz Zorrilla; y, dentro de la sostenida polémica de segunda mitad del siglo XIX entre los partidarios del librecambio y los de la protección arancelaria,7 figurarían en el número de los más entusiastas librecambistas, al ocupar Ildefonso Trompeta –tío carnal de Luis Bello– el cargo de secretario de la Asociación para la Reforma de los Aranceles de Aduanas (A.R.A.A.), la principal organización librecambista española. Los proteccionistas –conservadores en su mayoría–, por su parte, se agrupaban en torno a las asociaciones representantes de la industria textil catalana, que constituía, precisamente, el grupo de presión más organizado y constante. Viviendo a través de su propia familia aquellos conflictos de intereses entre la industria textil castellana y la de Cataluña, surgirán los primeros vínculos de tipo personal de Bello con la política catalanista, como recordaría posteriormente (1907) en un artículo publicado en el periódico El Mundo:

Yo he visto aparecer el problema catalán desde un almacén de paños que hubo frente a Correos, en la calle de la Paz. Allí, a la edad de Aníbal, juré odio eterno a los romanos, que eran los catalanes. Allí veía diariamente la aparición de los viajantes y de los librecambistas, porque mi tío Ildefonso no era un almacenista vulgar, era el secretario de la «Junta para la reforma de los aranceles de Aduanas». (...) Y digo que apareció allí el problema catalán,

5 Roberto Castrovido, «Luis Bello», Heraldo de Aragón, Zaragoza, y El Liberal, Bilbao, 10-11-1935; El Luchador, Alicante, 12-11-1935; El Noroeste, Gijón, 14-11-1935.

6 Id.

7 A este respecto, cfr. José María Serrano Sanz, El viraje proteccionista en la Restauración, La política comercial española, 1875-1895, Madrid, Siglo XXI, 1987.

más que por la visita asidua de los leaders librecambistas, por la intrusión pacífica de los viajantes catalanes. Cierto es que aquella casa comercial perdió con Sabadell y con Tarrasa lo que había ganado con Alcoy y con Béjar; pero ¡cómo sabían insinuarse los catalanes! ¡Y cómo se arreglaban para que cada éxito oratorio de los librecambistas fuera acompañado de una nueva subida de las tarifas!

–Cuando esto logran –pensaba yo ya entonces– deben ser el demonio los catalanes. Pueden más que Costa, más que Moret y más que mi tío. –E imagínese si en mi criterio juvenil serían formidables esos tres poderes.

Pudieron más. ¡Se acabó el librecambio! ¡Es cursi hablar de librecambio! Todos los folletos de propaganda están arrinconados no sé dónde, en algún sótano, y yo, mientras el negocio se arruinaba paso a paso, he escrito muchos versos en un papel con membrete, que decía: «Asociación para la reforma de los Aranceles de Aduanas».8

Escribía Luis Bello este artículo sobre el catalanismo en el contexto de una campaña periodística contra la Solidaritat Catalana –coalición de la mayoría de partidos de Cataluña, en la que participaban desde los carlistas hasta los republicanos–9 emprendida poco antes por aquel diario, fundado por Santiago Mataix el 21 de octubre de 1907, y al que Bello se había incorporado tras abandonar la dirección de la famosa hoja literaria de «Los Lunes» de El Imparcial. Anteriormente, Luis Bello había pertenecido también a la redacción del Heraldo de Madrid –donde comenzó su carrera periodística, tras ejercer como pasante en el bufete de Canalejas–y permaneció un año en París (1904) como corresponsal del diario España, además de colaborar en varias de las muchas revistas literarias de principios del siglo XX.10 Aunque el anticatalanismo y la oposición a Antonio Maura

8 Luis Bello, «Del problema catalán. Los sentimientos», El Mundo, 15-12-1907.

9 Sólo los partidos dinásticos y una parte del republicanismo, la fracción liderada por Lerroux, se situó al margen y en contra del movimiento solidario. Su gran éxito electoral en los comicios de 1907 supondría la masiva irrupción, por primera vez, de los catalanistas en el Parlamento español, al obtener 41 de los 44 diputados que se elegían en Cataluña.

–jefe de Gobierno en aquel momento– y a su proyecto de Ley de Administración Local, que se estaba debatiendo en las Cortes, centraban la atención de El Mundo en sus primeros meses,11 Bello comenzaba por advertir en su artículo su admiración por el pueblo catalán: «Mis amigos de El Mundo no saben que yo soy un castellano catalanista, y al llamarme a esta información están lejos de sospechar que no he de hacer otra cosa sino explicarles mi catalanismo».12 A pesar de los perjuicios económicos que en su día el proteccionismo arancelario, avalado principalmente por la industria catalana de tejidos, había supuesto para familias castellanas como la suya, declaraba Bello no sentir rencor alguno hacia Cataluña:

¿No explicaría esto el odio a Cataluña? Sin embargo, la vida enseña que en la lucha abierta triunfa lo que debe triunfar. Me bastaron los primeros viajes a Barcelona para comprender su fuerza. En la vida material, fabril, industrial, agrícola, los catalanes son, dentro de España, un pueblo aparte. Van más de prisa. Van con paso más firme. Es indudable que nosotros les pesamos, y se comprende muy bien que ellos sueñen con que al quedarse solos sus movimientos habían de ser más desembarazados.

Tienen el espíritu más práctico. La administración centralizada es inferior a ellos. Por eso yo soy catalanista, y me complazco en decirlo y en darles toda la razón.

Pero ahora no se trata ya de conseguir la elevación de unas tarifas. Se trata de la hegemonía de Cataluña, impuesta por la invasión del criterio, del alma, de la fuerza catalana. ¿Esto es posible? Hasta ahí no llega mi catalanismo.13

10E.g., Blanco y Negro, Vida Nueva, Electra, La Lectura, Alma Española, Nuevo Mundo, etc.

11 Vid. Cecilio Alonso, Intelectuales en crisis. Pío Baroja, militante radical (1905-1911), Alicante, Instituto de Estudios «Juan Gil-Albert», 1985, pp.120-146.

12 Luis Bello, art. cit.

El primer viaje de Luis Bello a Barcelona había tenido lugar en 1888, con motivo de la Exposición Universal celebrada aquel año en la Ciudad Condal, desplazándose desde Mallorca –donde su padre, Francisco Bello, ejercía como juez municipal– a bordo del barco Lulio.14 Lejos estaba entonces de imaginar la estrecha relación que, con el transcurrir de los años, habría de guardar su figura con aquella ciudad, por motivos políticos y de implicación personal. El proyecto de descentralización de Maura, que había dado origen a la campaña anticatalanista de El Mundo, habría finalmente de perderse en el Senado, tras dilatarse extraordinariamente su discusión en el Congreso durante más de un año, sin que llegara nunca a ser promulgado. Ya en 1909, los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona –más de cien muertos y numerosos conventos y edificios religiosos quemados–, consecuencia de una huelga general convocada en Cataluña como protesta por el envío de reservistas a la campaña militar de Marruecos, y la ejecución, poco después, del pedagogo Francisco Ferrer Guardia, acusado injustamente de ser el cabecilla de la revuelta, provocarán la caída de Maura y su gabinete, como consecuencia de la presión popular; y la salida de Luis Bello de la redacción de El Mundo, ante el claro giro hacia el maurismo que había efectuado el diario en su política al situarse, durante los incidentes de la Semana Trágica y la represión subsiguiente, inequívocamente al lado del Gobierno.15 Este cambio de postura venía ya precedido de una actitud más comprensiva en sus páginas con el problema catalán, habiendo pasado incluso, desde febrero de 1909, a defender de forma abierta el antes denostado proyecto autonomista.16

 

13 Id.

14 Así lo cuenta en su artículo «El vuelo de Navarro», publicado en La Voz, 14-1-1930.

15 "En 1909, por no seguir la campaña antiferrerista, me separé con pena de mis amigos de la redacción de El Mundo". (Luis Bello, «Los de hoy y los de mañana», El Liberal, Bilbao, 28-12-1923).

16 Sobre la errática trayectoria de El Mundo durante sus años de existencia, cfr. María Dolores Saiz y María Cruz Seoane, Historia del periodismo en España. 3. El siglo XX: 1898-1936, Madrid, Alianza, 1998, pp.96-98.

Tras abandonar El Mundo, la formación, a finales de 1909, de la Conjunción Republicano-Socialista, que generaría entre los sectores más avanzados del país un mayor clima de esperanza e ilusión por la República, llevará a Luis Bello a colaborar, a partir de 1910, en la prensa nacional de dicha filiación: El Radical, órgano del lerrouxismo, primero; y una vez que el Partido Radical se desvinculaba en 1911 de la Conjunción, en España Nueva, el periódico propiedad de Rodrigo Soriano. Junto a este último, además de Luis Blanco Soria –el director del diario– y de Pablo Iglesias, llegaría a participar como orador en un mitin de propaganda de la Conjunción, celebrado en Talavera de la Reina (Toledo) en el mes de abril de 1912.17 Una vez apagados, sin embargo, los entusiasmos despertados por el pacto entre socialistas y republicanos, Bello retornará al campo liberal al ingresar nuevamente en El Imparcial, llamado por Rafael Gasset para sustentar el programa de Joaquín Costa, la llamada política hidráulica, logrando dar estado periodístico a las ideas que aquel político le apuntara. Al estallar la I Guerra Mundial, además, escribirá los artículos de fondo defendiendo la causa de los aliados. En 1915 pasará a ser uno de los principales redactores del semanario España, fundado por José Ortega y Gasset como órgano de expresión de la «Liga de Educación Política» creada por él en octubre de 1913; y que, en opinión de José Carlos Mainer, fue «el periódico político más importante de nuestra Edad de Plata».18

Ya en 1917, la implicación de Luis Bello con el movimiento político catalanista se tornará aún más estrecha al formar parte de la Asamblea de Parlamentarios que tuvo lugar en Barcelona en julio de ese año. Antes, el 6 de abril de 1914, el gabinete conservador de Eduardo Dato había posibilitado la constitución en Cataluña de la Mancomunidad –cuya discusión parlamentaria previa hubo de romper, en buena medida, la unidad dentro del

 

17 Vid. «Campaña de la Conjunción. Contra la guerra. Contra la Ley de jurisdicciones. El mitin de Talavera de la Reina», España Nueva, 15-4-1912.

18 José Carlos Mainer, La Edad de Plata (1902-1939). Ensayo de interpretación de un proceso cultural, Madrid, Cátedra, 1999, p.147.

Partido Liberal–19, con la cual, pese a su carácter meramente administrativo, el Estado español reconocía por vez primera personalidad jurídica propia a Cataluña. No por ello, sin embargo, quedarían satisfechas las aspiraciones autonomistas y de hegemonía política de aquella región, fortalecidas además por su creciente desarrollo industrial, propiciado por la neutralidad española en la Gran Guerra; y así, bajo el liderazgo indiscutido de Francesc Cambó, los catalanistas de la Lliga Regionalista –el principal partido entonces de Cataluña– impulsarán una serie de medidas para establecer reformas económicas generales y modificar la organización del Estado. Cuando, en el verano de 1917, el aparato institucional centralista entra en un periodo de crisis al iniciarse un movimiento de revolución social que, tras la aparición de las llamadas Juntas militares de Defensa (1 de junio), culminará con la huelga general del mes de agosto, llegaba para el catalanismo «el momento de pasar a la acción; de declarar incapaces a los partidos del sistema y crear un contrapoder; la Asamblea de Parlamentarios».20

El 5 de julio de 1917, por iniciativa de los hombres de la Lliga, se celebraba en Barcelona una asamblea de diputados y senadores catalanes en la que, bajo la presidencia de Raimón d’Abadal, se declaraba la voluntad de Cataluña por obtener un régimen autonómico amplio, extensible a todas las regiones de España; y la convocatoria inmediata de Cortes Constituyentes. En el caso de que el Gobierno no accediese a ninguna de sus peticiones, se invitaba a todos los parlamentarios españoles a una asamblea extraoficial que, como representación legítima de la voluntad del país, actuase de auténtica fuente del poder. El gabinete de Eduardo Dato se mostró inflexible al respecto, rechazando las propuestas formuladas y prohibiendo la anunciada reunión, al tiempo que tomaba medidas represivas para evitar que ésta pudiera tener

19 En el mes de junio de 1913, su mayoría en el Senado se dividía al debatirse la cuestión; y unos meses más tarde, el 25 de octubre, al plantearse en el Congreso una moción de confianza al gobierno Romanones, 44 diputados liberales seguidores de García Prieto votaron en su contra, provocando al momento su dimisión.

20 Borja de Riquer, «El fracaso de la Asamblea de Parlamentarios», en Cuadernos Historia 16, nº254 (1985), p.23.

lugar.21 Era Luis Bello, por entonces, diputado del grupo liberal por un distrito gallego, Arzúa, perteneciente al feudo electoral de los Gasset; agradecido a su labor redactora en El Imparcial, Rafael Gasset había correspondido a Bello como lo solían hacer en aquel tiempo los políticos influyentes: regalando un acta al periodista.22 Mas, al surgir la susodicha convocatoria de la Asamblea de Parlamentarios, Luis Bello, siguiendo a su temperamento, se sumó a ella, lo que le valió tener que separarse de Rafael Gasset y de El Imparcial. Así lo recordaba varios años después, ya en plena etapa de la República:

Yo he sido uno de aquellos diputados periodistas que debían su acta, ocasional, circunstancial, a un artículo 29. Aquel artículo 29 tan desmoralizador, tan justamente combatido. Pocos meses. Los necesarios para hacerme cargo de aquella terrible realidad; y para desear a Galicia otra más justa y más libre. Fue el año 17 cuando tiré mi periódico que me dio el acta, y el acta misma, para acudir a Barcelona, arrastrado por el conato de revolución que entrañaba la Asamblea de Parlamentarios. Aún conservo el borrador de la carta que envié a D. Eduardo Gasset, árbitro entonces de cuatro distritos gallegos: «Se presenta hoy –decía– una nueva fase del regionalismo. Cataluña abandona su actitud exclusivista y quiere trabajar para todos. Creo sinceramente que esta tendencia, que, en suma, no es sino el esfuerzo particular de cada región para estimular la acción demasiado lenta del Estado, ha de triunfar en un porvenir muy próximo. Piense que en Galicia nosotros podemos quedarnos atrás y que los moldes políticos no son eternos, y la juventud debe pensar en el mañana».23

21 Ibid, p.24.

22 Luis Bello sería proclamado diputado, en noviembre de 1916, en la elección parcial convocada en aquel distrito gallego para cubrir la baja del también periodista Alfredo Vicenti, fallecido dos meses antes, con arreglo al artículo 29 de la entonces vigente ley electoral, que establecía la proclamación directa allí donde el número de candidatos fuese menor o igual al número de diputados que correspondiese elegir (sobre legislación electoral, vid. Montserrat García Muñoz, «La documentación electoral y el Fichero Histórico de diputados», en Revista General de Información y Documentación, vol. 12, nº1 (2002), pp.107-108).

El 19 de julio de 1917, pese a la ocupación por el ejército de las calles barcelonesas, 68 parlamentarios de todas las tendencias, a excepción de los datistas y los mauristas, se reunían en el palacio municipal del parque de la Ciudadela. La asamblea, que volvió a ser presidida por Abadal, acordó por unanimidad formular su protesta por la actitud del Gobierno; y se declaraba indispensable la convocatoria de unas Cortes Constituyentes que abordasen el problema de la reforma del Estado. Se formaron tres comisiones que debían tratar, respectivamente, la problemática de la reforma constitucional, de la defensa nacional, enseñanza y justicia, y de la situación económica y social.24 Sin embargo, la policía y la guardia civil interrumpieron la reunión, y tras un tenso diálogo entre Abadal y el propio gobernador civil, la fuerza pública obligó a los parlamentarios a abandonar el local.25 Aunque Luis Bello reconocía después haber asistido a la asamblea «sin demasiada fe –sin fe, mejor dicho–, sólo por no decirme a mí mismo que había negado concurso a un intento más o menos viable»,26 allí nacería el político republicano y autonomista que fue desde entonces, al considerar definitivamente agotados los cauces tradicionales del liberalismo monárquico para la materialización de sus ideas regeneracionistas y de reconstrucción del país: «La Asamblea de Parlamentarios fue su camino de Damasco. Allí conoció lo que estorbaba a España y allí comprendió a Cataluña y abrazó la causa de su autonomía».27

Si en Madrid había nacido el escritor, el político nacería aquel año de 1917 en Barcelona. Desligado ya de El Imparcial, el popular semanario satírico catalán L’ Esquella de la Torratxa saludaba así su vigorosa y resuelta actitud:

 

24 El texto íntegro de los acuerdos fue publicado por El Imparcial el 30-7-1917 («De la asamblea de Barcelona. Los acuerdos»).

25 El relato del desarrollo de la Asamblea sería descrito por Luis Bello en el que fue su último artículo dentro de El Imparcial («La asamblea del 19. Las dos versiones», 31-7-1917).

26 Luis Bello, «En alta voz. Los de hoy y los de mañana», loc. cit.

27 Roberto Castrovido, art. cit.

 

La ploma pirotècnica d’En Brossa, saludant an En Lluis Bello, l’ha nomenat «el bon viatger». En Lluis Bello és un dels més fins, inquisitius i pulcres dels joves escriptors de Madrid. I per ara el més honest dels periodistes. Per creure no podría tenir en el seu diari, després de la Assemblea, una absoluta llibertat d’acció política í de ploma, abandona el seu diari, és a dir, un sòu com no n’hi ha cap en els diaris barcelonins i una posició política. Un gentleman. I aquí on un banquet a El Caballero Audaz ha estat presidit pel que vol ésser el condestable de les nostres lletres, amb En Lluis Bello no hem partit ni un troç de pa, ni hem begut una fraternal copa de vi de Catalunya. Si En Bello pogués excitar vanitats des de La Esfera, com l’enrotllarien totes les nostres inflades granotes filosòfiques i literaries!28

Tras la Asamblea, Luis Bello publicará, desde las páginas de la revista España –donde, junto con La Esfera, continuará escribiendo por entonces– una serie de artículos analizando sus consecuencias futuribles y el resurgir de los sentimientos autonomistas que trajo consigo, al concluir la I Guerra Mundial, el planteamiento en toda Europa del derecho a la autodeterminación de las nacionalidades. Especialmente crítico se mostrará con la actitud adoptada poco después por Cambó y la Lliga, pues, tras afirmar que los regionalistas no formarían parte de ningún gobierno «que no respondiese por su estructura y finalidad a los acuerdos de la Asamblea del 19 de julio», aceptarán dos carteras, Hacienda e Instrucción Pública, en un gabinete de concentración presidido por García Prieto, donde «no se reconoce ningún derecho autonomista, ni ningún programa de reforma constitucional mediante la convocatoria de Cortes Constituyentes (...) La Asamblea para él [Cambó] fue sólo un instrumento, una medida de presión».29 Cree Bello, al discutirse nuevamente en el Congreso, a finales de 1918, la cuestión de la autonomía para Cataluña, que «en vano el régimen se resiste a aceptar el cambio radical

28 «El bon viatger», L’Esquella de la Torratxa, 6-9-1917.

29 Luis Bello, «Más sobre la moral regionalista», España, 13-12-1917.

de política y de hombres que dirijan la nueva política», pues «la guerra ha dado otra energía a la dirección de los Estados, una percepción más fina para apreciar el valor de los sentimientos regionales».30 La autonomía no será el «bálsamo maravilloso» que solucione todos los problemas de Cataluña; no obstante, lo más político es concederla, «ya que tiene tanta fe en el remedio», y para el resto de España «supondrá excitar el ansia de reformas, de trastornos, de cosas nuevas; y se irá hacia ellas, por lo que no habrá resultado baldío el esfuerzo por la autonomía».31

En diciembre de 1921, Luis Bello dará un giro en su trayectoria y se trasladará a Bilbao para, a requerimiento de Indalecio Prieto, hacerse cargo de la dirección de El Liberal de aquella provincia. En una entrevista posterior, reconocía Bello que «cuando fui a Bilbao para dirigir El Liberal, estaba en un momento verdaderamente trágico. Habían venido las cosas rodadas de tal modo, que tuve que ir abandonando todos mis medios de vida y me encontré, nos encontramos, totalmente en la calle. La estancia en Bilbao me sirvió de mucho. Me hizo conocer íntimamente la vida de una provincia española».32 Allí le sorprenderá, en septiembre de 1923, el golpe de Estado y la Dictadura establecida por el general Primo de Rivera, quien, al decretar el régimen de censura previa para la prensa, restringía gravemente la libertad de expresión de diarios que, como El Liberal, desde un principio declararon su oposición a la sedición militar. Dicha circunstancia precipitará la renuncia de Bello a continuar al frente del periódico; y una vez acabada la aventura bilbaína, regresará a Madrid en enero de 1924 para colaborar en El Sol con su nombre y en La Voz con los seudónimos de «El Tramoyista» y «Juan Bereber». Acorralado por la censura, sin poder abordar en sus artículos los grandes temas políticos y de actualidad, su vocación social y cultural le llevará a

30 Vid. Luis Bello, «La autonomía» y «Notas de un viaje a Barcelona. La autonomía sin sangre», España, 5 y 26-12-1918.

31 Luis Bello, «El bálsamo maravilloso», España, 9-1-1919.

32 Paulino Masip, «La mujer en el hogar de los hombres célebres. La familia de Luis Bello», Estampa, 13-11-1928.

emprender su gran obra periodística, aquella que le proporcionaría fama y reconocimiento globales: su campaña en pro de la enseñanza pública, la «Visita de escuelas», cuya popularidad le valdrá, incluso, la celebración de un homenaje nacional hacia su figura.33

Entre 1925 y 1931, Luis Bello irá visitando –no sin contratiempos– las escuelas primarias de casi toda España y denunciará sus lacras y deficiencias, bien por el material o bien por el maestro o por la miseria de los alumnos. Sus artículos, publicados sucesivamente en El Sol, forman en conjunto un libro de viajes, de psicología experimental y de educación y enseñanza, pues Bello no hace referencia solamente a la escuela de cada lugar, sino también a sus paisajes, monumentos, costumbres, historia... Como cabría imaginar, dentro de su periplo viajero no podían faltar las tierras de Cataluña, las cuales visitará en dos ocasiones diferentes: la primera corresponde al invierno de 1925 y el otoño de 1926, al comienzo de su campaña; y la segunda se produce en la primavera de 1930 y el invierno de 1930-1931, cuando, una vez caída la dictadura de Primo de Rivera, comienza a intuirse el viraje político que va a dar el país. Bello, que se declara partidario del uso del catalán –lengua materna– dentro de la escuela primaria, percibe el «ideal nacionalista» que la Mancomunidad, durante su etapa de existencia –bruscamente interrumpida en 1923–, había implantado a sus proyectos educativos, si bien la afirmación de su cultura estaba todavía, en gran medida, por definir.34 Por lo demás, la región catalana conformaba globalmente un escenario lleno de contrastes, como los existentes entre la vital e industriosa

33 El 24 de marzo de 1928, cuando ya habían aparecido hasta tres tomos recogiendo las visitas a las escuelas –aún aparecería un cuarto volumen en 1929–, Luis Araquistain publicaba en las páginas de El Sol un artículo pidiendo un homenaje nacional para Luis Bello («Homenaje necesario»). Tras el llamamiento se abría, por iniciativa de la Asociación de la Prensa de Madrid, una suscripción pública con el objetivo de regalarle una casa al escritor. Con pequeñas aportaciones procedentes de toda la España liberal y de progreso, se reunieron más de 100.000 pesetas; y, una vez construida la casa, su entrega formal tendría lugar en Madrid el 21 de junio de 1930.

34 Vid. Agustín Escolano, «Luis Bello, profeta de la escuela de la República»,en Ángeles Egido León (ed.), Republicanos en la memoria. Azaña y los suyos, Madrid, Eneida, 2006, p.189.

Barcelona, ciudad a la que Bello volvía siempre que quería pulsar los ritmos de modernización de un país tan arcaico en formas y modos de comportamiento como la España de aquella época,35 y el resto de Cataluña, donde aún no se había producido «el hecho diferencial» en lo referente a la enseñanza: «Puedo decir que no encontré frontera hasta llegar al Pirineo. Y lo que vi en el Ampurdán, en la Cerdaña, y aun en los mismos arrabales barceloneses, es harto semejante al triste cuadro que llevo todavía en la retina desde que me asomé a la primera escuelita del Guadarrama».36

Tras la visita, precisamente, a un pueblo de Cataluña, Ripoll, en la provincia de Girona, quedaría interrumpida la campaña escolar de Luis Bello, a causa del cambio de propiedad, a manos monárquicas, de El Sol en la antesala de la República, en el mes de marzo de 1931, lo que provocó su salida del periódico y la de otros de sus más destacados redactores y colaboradores: llegaba para Bello –que significativamente anunciaba en su última «Visita de escuelas» la apertura de un «paréntesis indefinido»–, en vísperas de las elecciones municipales que supondrían el triunfo republicano y la caída de la Monarquía, la hora de pasar al primer plano de la actividad política, pues «éste es el momento de ayudar a otra campaña más amplia, de urgencia más aguda, y (...) al aproximarse días decisivos, dramáticos, debo estar dispuesto a la movilización».37 Durante la Dictadura había firmado

35 «El español integral necesita saber cómo marcha Barcelona, para saber cómo marcha España..., y cómo marcha él mismo. Es una manera de tomarse el pulso» (Luis Bello, «Barcelona y enerode 1925. Concepto de la normalidad», El Sol, 23-1-1925).

36 Luis Bello, «Visita de escuelas. Por Cataluña. Prólogo en la Rambla», El Sol, 18-12-1930. Los artículos de Luis Bello referentes a las escuelas de Cataluña, junto con otras adiciones, han sido recopilados y reeditados de forma reciente en el volumen Viaje por las escuelas de Cataluña, Valencia, Tirant lo Blanch, 2002, edición y estudio introductorio de Agustín Escolano Benito.

37Luis Bello, «Visita de escuelas. Paréntesis indefinido. Resumen. Consecuencias», El Sol, 25-3-1931.

el manifiesto fundacional de la Alianza Republicana en 1926;38 y en lo concerniente a Cataluña, puso su firma en 1924 en la proclama que una pléyade de intelectuales castellanos dirigieron al general Primo de Rivera en defensa de la lengua y la cultura catalanas, y en marzo de 1930 estuvo presente en el banquete de cordialidad celebrado en Barcelona entre intelectuales catalanes y castellanos.39 Con razón podía hablar Roberto Castrovido, en el semanario barcelonés La Calle, de «otro amigo de Cataluña» cuando, tras las elecciones a Cortes Constituyentes de la recién proclamada República, Luis Bello obtenía su acta de diputado por Madrid: frente a la idea extendida de considerar a la capital y a sus representantes políticos como centralistas y enemigos de la autonomía catalana, «...a desvanecer el arraigado tópico ha de contribuir poderosamente el nuevo diputado por Madrid»; el cual «por Cataluña ha andado, y sabe de su personalidad, y ha de apoyar, seguramente, su demanda de autonomía íntegra».40

 

El proceso estatutario

El 24 de noviembre de 1931, en pleno debate constitucional dentro el Congreso, quedaba constituida la Comisión especial encargada de dar dictamen sobre el Estatuto catalán, integrada, como era preceptivo, por

38 Dicho manifiesto, redactado por Lerroux, señalaba entre sus aspiraciones «una ordenación federativa del Estado, reconociendo la existencia de diferentes personalidades peninsulares», además de reclamar la convocatoria inmediata de Cortes Constituyentes, «en las cuales lucharemos por la proclamación del régimen republicano, sin renunciar por ello a ningún otro procedimiento de los que no repugnan la conciencia individual ni la colectiva, apelación que dependerá de la pertinacia en el empeño de arrojarnos y mantenernos fuera de la ley y de los medios de que dispongamos.» (Texto íntegro del manifiesto en Octavio Ruiz Manjón, El Partido Republicano Radical (1908-1936), Madrid, Tebas, 1976, pp.130-133).

39 Vid. «Intelectuales catalanes y castellanos. Cordial homenaje celebrado en Barcelona», El Sol, 25-3-1930. El manifiesto de 1924 fue reproducido (e.g.) en El País, 5-7-1981.

40 Roberto Castrovido, «Otro amigo de Cataluña», La Calle, 17-7-1931.

representantes de todos los grupos parlamentarios.41 Allí figuraba Luis Bello

como miembro de Acción Republicana, la facción política encabezada por Manuel Azaña, a la cual se había incorporado desde su fundación en 1930. Una semana más tarde, el 2 de diciembre, se reunían oficialmente por primera vez los componentes de la Comisión para determinar la configuración interna de la misma: Luis Bello, a propuesta unánime de sus compañeros comisionados, era designado como presidente; de vicepresidente, Antonio Lara; y Miguel San Andrés e Isidro Escandell, como secretarios.42 Recordaba con posterioridad uno de aquellos miembros de la Comisión, el radical-socialista Francisco López de Goicoechea:

Tuve ocasión de conocer a Luis Bello cuando fui nombrado miembro de la Comisión de Estatutos en las Cortes Constituyentes. El nombramiento de presidente de aquella Comisión fue por unanimidad. Todos los partidos votamos la candidatura sin reserva de ninguna clase, y Luis Bello dirigió con ahínco y perseverancia ejemplar nuestras deliberaciones. Teníamos el temor de que nuestro presidente, que carecía de dotes oratorias, en los apasionados debates parlamentarios fuera vencido por hombres que cultivaron la tribuna pública.

El propio Luis Bello, cuando fue nombrado presidente, nos dijo:

- Bueno, señores; yo acepto el nombramiento; pero yo no hablo... A ustedes es a quienes les corresponde esta labor.43

 

41 Cfr. Diario de Sesiones, legislatura 1931-33, nº79, p.2.593.

42 Acuerdo que notificarán a la Cámara al día siguiente (vid. Diario de Sesiones, legislatura 1931-33, nº85, p.2.828). El resto de la Comisión la conformaban los siguientes diputados: López de Goicoechea, Vicente Fatrás, Francisco Basterrechea, Poza Juncal, Abad Conde, Marco Miranda, Eloy Vaquero, Marcelino Pascua, Miguel Bargalló, Sánchez Gallego, Enrique de Francisco, Castrillo Santos, Royo Villanova, Antonio Xiràu, Juan Lluhí, Bernardino Valle y Gracia y Vicente Iranzo.

43 Francisco López de Goicoechea, «In memoriam. La modestia de Luis Bello», Heraldo de Madrid, 6-11-1935.

No poseía Luis Bello, en efecto, grandes cualidades oratorias; su voz, clara y bien timbrada, era sin embargo débil, y apenas se podían escuchar sus intervenciones dentro del hemiciclo. Cuando, obligado por las circunstancias, tenía que hablar en el transcurso de algún debate, para mayor seguridad solía leer cuartillas, una práctica poco habitual entre los parlamentarios en aquella época. Pese a ello, «cuando en el seno de la Comisión se suscitaba un problema, casi siempre enconado, Bello tomaba la palabra, y en tono menor pronunciaba un formidable discurso»,44 y en el Congreso, al menos, pudo salir airoso las veces que tuvo que intervenir de forma oral, ya fuera hablando directamente o bien a través de la lectura de algún texto escrito, expresión de su pensamiento político. Se dará la circunstancia, en la sesión del 13 de mayo de 1932, una vez iniciado el debate estatutario, de ser Bello el primer diputado en hablar a la Cámara a través del micrófono, medio acústico que, recién instalado en el hemiciclo, serviría desde entonces para hacerse oír bien quienes no tuvieran una gran potencia vocal.45

Una vez sancionada la nueva Constitución de la República el 9 de diciembre de 1931 –y con ella el régimen autonómico de las regiones–, los primeros trabajos de la Comisión se centrarán en adecuar jurídicamente el texto del Estatuto plebiscitado en Cataluña con la Ley constitucional, elaborando de ese modo un dictamen, resultado del compromiso entre todos sus miembros, que será presentado al Congreso para su posterior discusión y aprobación. Como presidente de la Comisión, Luis Bello habría de defender el dictamen de la misma ante ideologías políticas pro-estatutarias y anti-estatutarias y frente a notables juristas. Su trabajo será intenso y difícil. Se reúne a deliberar asiduamente con el resto de comisionados y también con Manuel Azaña, jefe de Gobierno y –además– su jefe de filas. «Ni uno solo de los argumentos en pro o en contra del Estatuto –señalará Bello– dejó de aparecer en aquellas deliberaciones. Y la obra había de ser imparcial, impersonal, por encima de grupos y partidos, puesto que todos estaban allí

 

44 Id.

45 Vid. «Don Luis Bello inaugura el altavoz en el salón de sesiones del Congreso», Ondas, 4-6-1932.

representados».46 También en el seno de Acción Republicana serán frecuentes las reuniones y la disparidad de criterios entre sus componentes, como señala Azaña, mordaz, dentro de sus Diarios.47 Con respecto a Bello, si bien al principio se limita a consignar que trabajan juntos en la elaboración del dictamen, a partir de mediados de junio Azaña criticará, a veces con dureza, la labor del presidente de la Comisión, en su opinión demasiado «estatutista» por carácter, aunque las razones no siempre le asistiesen, lo que a veces generaba un «barullo indescriptible». Pese a su mejor voluntad, «en cosas de Derecho y de administración, Bello, como es natural –enfatizaba Azaña– no sabe nada», lo que podía hacer fracasar el proyecto catalán, y con él toda una política.48

Aunque, hasta el 8 de abril de 1932, la Comisión no haría lectura de su dictamen en el interior el Congreso, ya desde el mes de febrero comenzaron a hacerse públicas algunas modificaciones esenciales incorporadas al Estatuto, como el cambio en su primer artículo de la denominación de «Estado autónomo» por la de «región autónoma», más acorde con el texto constitucional; o la cooficialidad del idioma castellano junto con el catalán.49

46 Luis Bello, «Del Estatuto. La escollera», El Luchador, Alicante, El Liberal, Bilbao, La Voz de Guipúzcoa, Avance, Oviedo, y El Mercantil Valenciano, 25-5-1932.

47 Así, aparece escrito en la entrada del 9 de mayo de 1932: «Reunión del grupo parlamentario de Acción Republicana en el Ministerio de la Guerra. Tratamos del Estatuto. Casi todos sienten recelos, pero uno solo es enemigo: Figueroa, trabajado por Sánchez Román. Honorato Castro, a medida que voy explicando el problema, día tras día, va cediendo. En la reunión hemos hablado mucho, he oído algunas tontunas. Sánchez Albornoz, que admite ciertas partes de la autonomía, es muy enemigo de otras. Y lo mismo le sucede a Fernández Clérigo, que es autonomista en todo, pero no en lo de Justicia. Por su parte, Franco, que es hacendista, es autonomista en todo lo que no toque a la Hacienda. Este fenómeno es bastante general. Luis Bello es muy estatutista, pero no suele encontrar buenas razones para defenderlo; diríase que es estatutista por carácter» (Manuel Azaña, Diarios completos, Barcelona, Crítica, 2000, p.508)

48 Cfr. ibid., entradas del 18, 25 de junio y 8 de julio de 1932 (pp.532, 539 y 557).

49 Vid. «El Estatuto catalán. La Comisión parlamentaria ha emitido dictamen», Luz, 1-2-1932.

Respecto a la fórmula de reparto de competencias, la nueva Constitución establecía una división tripartita entre competencias estatales, de las regiones y del Estado pero con ejecución regional; y a dicha distribución debían de ajustarse de manera estricta Cataluña y todas las futuras regiones que se acogiesen a régimen de autonomía. Para el estudio de la parte económica y financiera, dada su importancia, se nombraría una subcomisión de técnicos, compuesta por representantes catalanes y del Estado, que, tras disentir a la hora de evaluar los recursos que habían de ser cedidos a la Generalitat, presentará dos informes independientes que la Comisión habría de intentar acoplar en su dictamen.50

Estas primeras enmiendas al texto estatutario original provocarían la reacción airada de varios representantes del catalanismo, en especial entre los miembros de la Lliga, quienes, por hostilizar a la izquierda catalana, «no han visto inconveniente en disparar contra el Estatuto».51 Desde las páginas de Luz –su nueva tribuna periodística tras desaparecer Crisol, cabecera provisional creada el 4 de abril de 1931 con el grueso de la redacción que había formado parte hasta ese momento de El Sol–, Bello señalará (Estelrich, Maspons, Pere Corominas...) a los sostenedores de una actitud extremista, reacia a toda modificación sobre el Estatuto, y que, en su opinión, obedecían al prejuicio de que la República –al igual que la Monarquía– se desviaría de su compromiso de dar a Cataluña la máxima autonomía posible. Mas «los trabajos parlamentarios nada prejuzgan, porque todas las cuestiones van íntegras a las Cortes, que, en su calidad de Constituyentes, habrán de resolver».52 Allí, los partidos catalanes, tomando como base de transigencia el voto particular que sus representantes en la Comisión, Lluhí y Xiráu, presentarán al dictamen, participarán de forma decidida en la discusión del

50 Vid. «El Estatuto de Cataluña», Luz, 28-3-1932. Dicha subcomisión estaba integrada por Corominas, Campalans y Virgili, por parte catalana; y como representantes del Estado, Lara, Viñuales y Gabriel Franco.

51 Luis Bello, «Política. En guerrilla», Luz, 8-4-1932.

52 Luis Bello, «Política. Sobre el Estatuto», Luz, 16-4-1932.

Estatuto configurando un «frente único» parlamentario; otra cosa «...carecería de seny, y al genio catalán no le han faltado nunca ponderación y sentido práctico».53

No menos virulenta habría de ser la campaña en contra del Estatuto que, bajo la consigna de que su voto suponía la desmembración de la Patria, fue promovida desde los sectores monárquicos y derechistas del país, encontrando eco, además, en diversas esferas de la intelectualidad liberal, como las que podían representar Unamuno, Sánchez Román o José Ortega y Gasset. Los socialistas, por su parte, exigían de inicio una casi unanimidad para la aprobación del Estatuto, lo que suponía importantes recortes en el dictamen para acercarlo al criterio radical. Ante la atmósfera de hostilidad generalizada, Luis Bello equiparará, metafóricamente, el dictamen de la Comisión a una «escollera» o «rompeolas –primero de la marea procedente de Cataluña, después del viento originario del lado de la soberanía, y a veces, de todo el cuadrante– que, a la hora de construirla, «hubo que ir con cuidado para hacer obra sólida, y la Comisión se valió de algo más firme todavía que los bloques de cemento. Se valió de la Constitución».54 Frente a las acusaciones de antipatriotismo lanzadas por determinados grupos centralistas –en especial, los agrarios, representantes de intereses y votos castellanos–, los patriotas de buena fe, según Bello, tendrán presentes dos cosas: primera, «que en el Estatuto viene expresada la voluntad de la mayoría de los catalanes»; y segunda, «que el régimen de regiones autónomas aceptado por la República en la Constitución mantiene la unidad española y puede dar a España, seguramente dará a España, días más gloriosos que el régimen unitarista de la Monarquía borbónica».55

En medio de una gran expectación, el 6 de mayo de 1932 daba comienzo, en el salón de sesiones del Congreso, el debate a la totalidad del Estatuto. Como presidente de la Comisión, Luis Bello, con su voz ahilada, sería el primer miembro de la Cámara en intervenir:

Cumplimos el deber inexcusable para esta Comisión de presentar a las Cortes nuestro dictamen sobre el Estatuto de Cataluña. (...)

53 Id.

54 Luis Bello, «Del Estatuto. La escollera», loc. cit.

55 Luis Bello, «Política. Propaganda contra el Estatuto», Luz, 4-5-1932.

Este dictamen, señores diputados, viene encajado, encarrilado fatal y forzosamente, no ya en dos pautas o dos normas, sino en dos textos: uno de ellos, el primero en el orden del tiempo, es el Estatuto de Cataluña, aprobado por el pueblo catalán en pleno, votado por los Ayuntamientos y traído a estas Cortes en sesión solemne por el primer presidente del Gobierno provisional de la República española. El segundo, la Constitución. (...) Cada cual, según sus convicciones, podía aventurar una opinión libre; pero todos estábamos y estamos obligados a mantener allí y aquí la Constitución. No podíamos salirnos nunca de la Constitución, y mucho menos a la hora del Estatuto catalán, que ha de servir de precedente para futuros estatutos. (...)

El Estatuto es reformable; (...) para eso estamos aquí, para eso estáis vosotros (...) tenéis tiempo por delante; pero que no sea un obstáculo, que no sea un prejuicio contra el Estatuto. La Constitución de España no estará terminada mientras no tengamos el Estatuto catalán. He dicho. (Aplausos)56

De su delicada labor como escritor y jurista al frente de la Comisión, dará cuenta en el debate a la totalidad Felipe Sánchez Román cuando, en un momento de su discurso, entre cariñosa y admonitoriamente le dice: «Es lástima que escritor tan fino como el Sr. Bello no haya encontrado con su pluma una fórmula que añadir al dictamen (...) Cuide, pues, el maestro de las letras que preside la Comisión dictaminadora del Estatuto catalán de afinar, para este punto sustancialísimo, para este punto fundamental, su pluma ilustre y exprese los conceptos con tal claridad que ni los legisladores...»57 Como orador, una

de sus intervenciones más destacadas tendrá lugar en réplica al discurso

56 Diario de Sesiones, leg. 1931-33, nº161, pp.5.456-5.457.

57 Diario de Sesiones, leg. 1931-33, nº164, p.5.551.

pronunciado en la Cámara por José Ortega y Gasset, quien, en famosa aseveración, declaraba que el problema catalán «es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar». Según Bello, la relatividad de aquella solución, y de cualquier otra, en materia política, resulta inexorable:

Ha sido su discurso [el de Ortega y Gasset], más bien que contra el dictamen, contra el Estatuto; pero quizá esto sea excesivo; más que contra el Estatuto ha sido contra la idea de resolver definitivamente el problema de Cataluña. No creo que ni en el ánimo de los que han traído aquí el Estatuto, de los que lo han votado, ni en el ánimo de la Comisión ni de las Cortes, se pueda considerar jamás que una obra parlamentaria, una obra profundamente humana, pueda ser definitiva. El arreglo de la situación de un país, el arreglo de la situación de una región respecto de un país, no puede ser sino pasajero.

La política no es sino una serie de fórmulas pasajeras que van tendiendo hacia una solución definitiva; lo definitivo no llega nunca, y el Sr. Ortega y Gasset, que es maestro en todo, y especialmente en Filosofía, sabe que lo definitivo no existe.58

Relataba Francisco López de Goicoechea que, al comenzar a discutirse el Estatuto de Cataluña en el salón de sesiones, Luis Bello, «después de haber leído unas cuartillas admirables, nos «repartió los papeles», y a cada cual nos adjudicó una misión. A mí graciosamente me dijo: «Mire usted: cuando un cura hable, usted le contesta». Yo le repliqué: «Bueno, don Luis; ¿pero y si algún cura trata alguna cuestión que yo no conozca bien?» Y él me replicó: «No se preocupe; ningún cura suele saber nada de nada». Efectivamente: cumplí con el mandato que se me había adjudicado, y en todas mis intervenciones quedé airosamente. Más tarde me encargó Luis Bello de tratar lo referente a la cuestión social y a la Justicia y le quedé enormemente agradecido por la singular deferencia que para mí representaba el cumplimiento de esta misión».59

58 Ibid., p. 5.586.

59 Francisco López de Goicoechea, art. cit.

En las primeras intervenciones a la totalidad, a la postura soberanista protagonizada por Sánchez Román y Ortega y Gasset, y a la reacción catalanista, entre sentimental y doctrinal, a cargo de Hurtado y Abadal –más moderados, sin embargo, que sus representantes en la Comisión, Xiráu y Lluhí–, sucederán los discursos con mayor calado político de Lerroux –quien, pese a encontrar «maximalista» el dictamen de la Comisión, declarará aceptar el mismo como base de discusión– y, sobre todo, de Azaña, que defenderá, en la sesión del 27 de mayo de 1932, como doctrina de la República la organización autónoma de Cataluña: «El organismo de Gobierno de la región es una parte del Estado español; no es un organismo rival, ni defensivo ni agresivo, sino una parte integrante de la República española; y mientras esto no se comprenda así, señores diputados, no entenderá nadie lo que es la Autonomía (...) Ahora es cuando vamos a hacer la unidad española. La unión de los españoles bajo un Estado común la vamos a hacer nosotros y probablemente por primera vez».60 «Este discurso –señala Bello–, de grandes proporciones, gigantesco, pero no disforme, es parte esencial de la doctrina de la República (...) Escrito ya en la Constitución el texto legal, hacía falta proclamar la doctrina con tal fuerza de expresión que acabara con los interesados y tendenciosos ataques al patriotismo de las Cortes».61

En los problemas concretos –Hacienda, Justicia, Enseñanza, Orden público, Legislación social–, Azaña irá fijando la posición gubernamental, si bien dejará a la Cámara el conveniente margen de enmienda y aclaración. La impresión general fue favorable; pero, habiendo planteado el jefe de Gobierno alguna disparidad de criterio con respecto al dictamen, surgirá el rumor de su posible retirada, que llegará incluso a solicitar de forma directa –infructuosamente- mediante votación nominal en el hemiciclo, el agrario Abilio Calderón. El argumento de Luis Bello para defender su permanencia consistía en que, en el debate a la totalidad, nadie –excepto la minoría agraria– se había declarado en contra absolutamente del Estatuto; sólo se disentía de algunas líneas trazadas

60 Diario de Sesiones, leg.1931-33, nº173, p. 5.865 y ss.

61 Luis Bello, «Política. Nuevo rumbo», El Luchador, Alicante, El Liberal, Bilbao, La Voz de Guipúzcoa, Avance, Oviedo, 2-6-1932; La Región, Murcia, 14-6-1932.

por él. «Parece lógico, por consiguiente, que si se discute sólo tal o cual artículo, se reserve el empuje para cargarlo sobre el articulado».62 Respecto a las indicaciones realizadas en algunos puntos del mismo por Azaña, para Bello éstas iban ya formuladas en votos particulares y enmiendas, por lo que serían aportación útil para la «obligada e indispensable corrección del dictamen».63

El 9 de junio de 1932 comenzaba la discusión sobre el articulado, con alguna modificación previa introducida por la Comisión en el título I, como advertía Bello en una breve intervención de inicio.64 En nombre de la minoría radical, el diputado Salazar Alonso presentará una enmienda al artículo primero del Estatuto, que, frente a la fórmula «Cataluña es una región autónoma de la República española», proponía definir a Cataluña como «región de España que se acoge al régimen de autonomía». Bello se pregunta: «¿En qué riesgo pone a la soberanía de la nación el texto del artículo? En ninguno. Al variarlo, sólo se pretende grabar en el pórtico del Estatuto, más que el acto de acogimiento, el de sumisión. Cataluña se acoge. Cataluña, que ha pensado en otras cosas, se somete. Por debajo de la letra van unos capítulos de historia política que unos deseamos borrar y otros quieren dejar presentes en cifra abreviada».65 Al hilo de este debate sobre el artículo primero, comentará también en la prensa Luis Bello:

Como suele ocurrir en la información del Estatuto, algún periódico -el ABC– tergiversa palabras mías. Habrá que llevar notario a los pasillos del Congreso. Yo no he dicho que «España sea simplemente una expresión

62 Luis Bello, «Política. El dictamen», Luz, 6-6-1932.

63 Id.

64 Vid. Diario de Sesiones, leg. 1931-33, nº180, p.6.116.

65 Luis Bello, «Del Estatuto. Cataluña, región autónoma», El Luchador, Alicante, El Liberal, Bilbao, La Voz de Guipúzcoa, 9-6-1932; Avance, Oviedo, El Mercantil Valenciano, 11-6-1932; La Tarde, Tenerife, 20-6-1932.

geográfica», ni al Sr. Salazar Alonso, ni al Sr. Royo, ni a nadie. Conviene, por lo visto, circular estas especies para presentarnos como antiespañoles. ¡Gran triunfo el del Sr. Salazar convenciéndome a mí de que España es algo más que una expresión geográfica! Lo que yo dije que era una mera expresión geográfica es su fórmula de que Cataluña es «una región de España». Lo que debe aparecer en la primera línea del Estatuto es la expresión política y jurídica de Cataluña: es decir, la calidad de región autónoma, el hecho reconocido por las Cortes.66

Retirada la enmienda radical por su autor, la Comisión aceptará, apoyada en los votos de la mayoría, la presentada por Mariano Ruiz-Funes, de Acción Republicana –correligionario de Luis Bello–, por la cual, recogiendo fidedignamente el texto constitucional, «Cataluña se constituye en región autónoma dentro del Estado español». «¿Diferencia de matiz? Sí. La Constitución es más abierta, más generosa, más señora. No habla nunca de que vengan las regiones a acogerse a su favor».67

Más laboriosa, aún, resultaría la discusión del siguiente artículo, relativo al idioma y sus facultades, partiendo de la base –aceptada por todos los sectores de la Cámara– de la cooficialidad. La Comisión solicitará, ante las discrepancias de sus miembros, durante la sesión celebrada el 17 del junio, la suspensión del debate, para estudiar el contenido de varias de las enmiendas presentadas. Al respecto, escribía Azaña en su diario:

En la Comisión del Estatuto reina un barullo indescriptible. El presidente, Bello, tiene la mejor voluntad, pero no sirve para cargo de tal monta. Ahora andan a vueltas con una enmienda de Rey Mora, radical, que se mueve influido por Sánchez Román. Y hay otra enmienda de Peñalba, de Acción Republicana, que quisiera yo sacar como texto definitivo. En la Comisión chocan, naturalmente, y entre pocos, las furibundas pasiones y las intrigas desencadenadas por este gran asunto. Para gobernar esta Comisión

66 Id.

67Id.

harían falta una autoridad, una preparación y una destreza excepcionales. De modo que a las demás fuerzas que he de domar y encauzar, se suma la Comisión como otra pieza loca, que en vez de ayudarme, aumenta las dificultades.68

La mencionada enmienda de Matías Peñalba establecía la notificación en catalán de las disposiciones oficiales –salvo petición de la parte interesada, en cuyo caso se haría en catalán y en castellano–; y, con el apoyo de Azaña, sería aceptada por la Comisión y convertida en nuevo dictamen en la sesión parlamentaria del 23 de junio. Unamuno, diputado independiente, acusará entonces a sus compañeros en el Congreso de estar votando, por disciplina de partido, en contra de su conciencia, lo que provocaría una manifestación de protesta por parte de Luis Bello, primero desde el propio salón de sesiones y posteriormente desde la prensa.69

A partir de aquel momento, el ambiente adverso formado contra el Estatuto, tanto dentro como fuera de la Cámara, se irá haciendo cada vez mayor. Una cantidad innumerable de votos particulares, enmiendas y explicaciones de voto comenzará a caer sobre el proyecto, obstaculizándolo. Especialmente significativa en este sentido fue la labor impugnadora protagonizada por el catedrático de Derecho Antonio Royo Villanova, miembro de la Comisión por la minoría agraria, cuyas continuas obstrucciones legalistas encresparán en más de una ocasión la paciencia y los ánimos de los diputados. Azaña se quejará en repetidas ocasiones de las dificultades planteadas por la oposición, cuyo verdadero objetivo consistía en derribar al Gobierno; y de la ineficacia o insuficiencia de la labor de la Comisión parlamentaria: «Por su falta de tino, de saber, y por los discursos que hace, la Comisión puede hacer fracasar el proyecto, y con él toda una política».70

68 Manuel Azaña, op. cit., entrada del 18-6-1932, p. 516.

69 Cfr. Diario de Sesiones, leg. 1931-33, nº188, p.6.418; y Luis Bello, «Política. La conciencia y otras cosas», Luz, 4-7-1932.

70 Manuel Azaña, op. cit., entrada del 8-7-1932, p. 557.

Luis Bello, ante las dificultades amontonadas, llegará incluso a plantear su dimisión, pero sus compañeros se negarán a sustituirlo.71

En un intento por acelerar el debate, la Cámara acuerda, desde finales de junio, celebrar sesiones dobles, de tarde y noche, simultaneándose la discusión del Estatuto con la de la ley de Reforma Agraria. Ímprobo resultará entonces para Luis Bello, débil de salud y aquejado desde antiguo de una dolencia de estómago, el esfuerzo por asistir en pleno a las discusiones parlamentarias, lo que suponía un ritmo de trabajo que lograría sobrellevar, además de por su perseverante voluntad y sentido del deber, gracias a las inyecciones que, entre sesión y sesión, le administraba su sobrino Santiago Santos Bello, estudiante de Medicina.72 Al sufrimiento físico se unirá el dolor e indignación moral ante la serie de descalificaciones personales que, desde la prensa contraria al Estatuto, comenzará a ser objeto su figura. Así, Federico García Sanchiz le reprochaba hacer suya la causa de los catalanes, siendo él diputado por Madrid y habiéndole Madrid regalado un acta que suponía en sus manos «un arma parricida»;73 César González Ruano, en Informaciones, le calificaba de «espectro del 98», que apoya «la causa de la desmembración nacional como si España fuera un traje más de los suyos»;74 Víctor de la Serna, cronista parlamentario de La Voz, tildaba de heroico «...a muchas cosas en relación con el Sr. Bello: sus peluqueros, por ejemplo».75 Y en todos su números, la revista satírica Gracia y Justicia, dirigida por Manuel Delgado Barreto y editada por la llamada «Editorial Católica», le dedicará una serie

71 Cfr. ibid., entrada del 25-6-1932, p. 539.

72 Así lo afirmaba el diario Política al recoger la noticia de su muerte («La enfermedad y el fallecimiento», 6-11-1935).

73 Vid. «Una alusión al Sr. Bello diputado por Madrid», ABC, 21-6-1932.

74 César González-Ruano, «Los hombres y su sombra. Gárgola de Madrid», Informaciones, 28-6-1932.

75 Víctor de la Serna, «Un paseante en las Cortes. De Milá a Ventura Gassol», La Voz, 21-7-1932.

de agravios y de chistes particularmente denigrantes. Así recordaba meses después Luis Bello aquella campaña desatada contra él:

Al discutirse el Estatuto de Cataluña, la ofensiva de prensa arreció. Siendo yo el colaborador más insignificante, una especie de simpatía al revés o viceversa de la estimación me valió atenciones preferentes. Alguna vez dijeron, por ejemplo, que yo había ido por los pueblos españoles para comer buenos jamones a costa de los maestros. Cuando lo supe sentí que contra mi voluntad habían tocado una cuerda sensible. Los muy canallas afinaban la puntería. –¿Cuánto te vale el Estatuto de Cataluña? ¿Has cobrado ya tu medio millón de pesetas?– Eso que indicaban los periodicuchos satíricos venía luego en anónimos y en alguna carta firmada, que conservo. Sugerían las agresiones personales, y, en efecto, alguna vez tuvieron la satisfacción de ver que algo lograban. Pero aquella nube de gases asfixiantes en que quisieron envolverme, a mí como a otros de mucha mayor significación y jerarquía en la República, pasaba, se limpiaba con viento fresco. La República ha tenido la virtud de disipar nubes más serias, aunque yo no niego que esta campaña de difamación, de sátira burda y de agresiones calumniosas, ha sido quizá el arma que ha hecho, relativamente, más daño.76

También el Comercio de Madrid, a través del Círculo de la Unión Mercantil, se sumaría a la campaña de acoso y derribo organizada en torno al Estatuto; y de ese modo, el 27 de julio convocará un mitin en la plaza de toros de las Ventas, presidido por Royo Villanova y con una asistencia de público masiva, para expresar su protesta ante su posible promulgación. Debido a los ataques allí vertidos en contra de los diputados a Cortes por Madrid, éstos –Luis Bello incluido– redactarán conjuntamente un manifiesto, publicado en la prensa el día 29, en el que declaran que «estas Cortes fueron convocadas, entre otras cosas, para votar el «Estatuto de Cataluña», sin que el anuncio provocara protestas de nadie; por lo cual, ni nosotros podemos dejar de hacerlo ni nuestros electores sorprenderse de que lo hagamos»; que «en el texto sometido a las Cortes no hemos hallado concepto alguno que dañe, ni siquiera roce, los derechos o los intereses de Madrid»; y que «nos juzgamos más auténticos representantes madrileños cuanto más facilitamos el curso de las aspiraciones regionales españolas».77

76 Luis Bello, «Sobre un incidente. Argumentos de nuevo estilo que no tendrán fuerza en Madrid», Luz, 23-12-1932.

La discusión sobre el articulado, mientras tanto, discurría de forma dificultosa. Al comenzar a debatirse, en el mes de julio, las atribuciones de la Generalitat, en donde entraban en liza materias tan delicadas como la Justicia, la Enseñanza o el Orden Público, Bello consideraba muy complicado predecir cuál iba a ser el desarrollo de las sesiones, pues, aunque la Constitución marcaba unos límites en lo referente a atribuciones, «difícil será que la Cámara apure hasta esos límites».78 El día 8 afirmará escribir «en un momento dramático» del debate del Estatuto:

Anoche –noche del jueves– Royo fue algo más lejos. Pedía sangre. Un levantamiento. Una pequeña guerra civil. Necesita el Sr. Royo Villanova –y por él y con él hablan millares de energúmenos– (...) que antes de darles el Estatuto a los catalanes se lo ganen ellos con el sacrificio de unos cuantos mártires. ¡Temeridad! ¡Inconsciencia! El señor Royo puede hablar así. Lleva, sin darse cuenta, la voz de una muchedumbre (...)

Por eso aparece con tanto dramatismo esta hora del debate. Una escena más y acaso esté ya despejada la suerte que vamos a hacer correr a Cataluña. Juegan también su partida dura, porque puede ser partida final, el Gobierno y las Cortes (...) Sea cual fuere el papel de los otros, yo, por mi parte, sólo tengo una palabra: lealtad.

77 Vid. «Después del mitin del miércoles. Manifiesto de los diputados a Cortes por Madrid», Luz, 29-7-1932. Dicho texto lo firmaban, además de Bello, Alejandro Lerroux, Roberto Castrovido, Largo Caballero, Julián Besteiro, Luis de Tapia, Andrés Ovejero, Melchor Marial, Manuel Cordero, Andrés Saborit, Trifón Gómez, Ossorio y Gallardo y Pedro Rico; e incluía una nota de adhesión moral firmada por Sánchez Román y César Juarros, igualmente diputados por Madrid.

78 Luis Bello, «Política. Las atribuciones», Luz, 30-6-1932.

Lealtad. Con ella iremos hasta donde haya que ir (...) Todavía, cuando escribo, hay unas Cortes y un Gobierno que afirman (...) su solidaridad ante el deber común.79

Para rehacer el título II del dictamen, que «tal como lo ha dejado la Comisión es lastimoso», Manuel Azaña remitirá el texto para su revisión y ordenamiento a Jiménez de Asúa, destacado jurista y presidente de la Comisión constitucional, «...y que él con Ruiz Funes lo defiendan ante la Cámara, para evitar el triste espectáculo que da la Comisión».80 Tras la aprobación, los días 14 y 20 de julio, de los artículos 5 y 6 del Estatuto, el 21 de julio comenzará el debate del texto relativo a la enseñanza, cuya discusión se prolongará durante dos semanas. En ella, Luis Bello «fue por primera y última vez de una gran intransigencia, y mostró una energía tal que a todos nos dejó asombrados. Aquel hombre que conocía el problema tan a fondo no admitía objeciones».81 Bello, que no había dejado de preocuparse por las cuestiones educativas tras la proclamación de la República –fue nombrado vocal del primer Patronato de Misiones Pedagógicas y también de la Comisión parlamentaria adscrita al ministerio de Instrucción Pública–, presentó, al redactarse el primitivo dictamen de la Comisión, un voto particular a este respecto, en el que se concedía a la Generalitat la ejecución directa en materia educativa –que en el dictamen era competencia única del Estado–; la Universidad de Barcelona quedaba con autonomía bilingüe a cargo del Gobierno catalán; y se afirmaba que el Estado español podría mantener en Cataluña instituciones de primera y segunda enseñanza en castellano, según las necesidades que

79 Luis Bello, «El Estatuto. Lealtad», El Luchador, Alicante, 9-7-1932; El Liberal, Bilbao, La Voz de Guipúzcoa, La Región, Murcia, El Mercantil Valenciano, 10-7-1932; Avance, Oviedo, 12-7-1932; La Tarde, Tenerife, 20-7-1932.

80 Manuel Azaña, op. cit., entrada del 8-7-1932, p.557.

81 Francisco López de Goicoechea, art. cit.

determinara la población.82 El rechazo del mismo supuso para Bello el momento de mayor contrariedad en todo el proceso estatutario, como reconocería posteriormente: «Me proporcionó un gran disgusto. Sufrí la amargura de ver que no se podía realizar el voto particular que tuve que retirar y que no compartía la mayor parte de la Cámara».83

Dos fueron las intervenciones parlamentarias más relevantes de Luis Bello sobre esta materia: al comienzo del debate, en respuesta al voto particular del vicepresidente de la Comisión, el radical Antonio Lara, y, a continuación de Unamuno, el día de la aprobación del artículo, en la sesión celebrada el 2 de agosto. Aspecto principal de la discusión, además de lo relativo a la Universidad, consistía en dilucidar si el texto del dictamen debía contener la facultad o la obligación del Estado de crear y mantener centros docentes de todos los grados. En su propuesta, Lara establecía la obligación del Estado de asegurar una enseñanza en castellano, a través de sus propios centros, en Cataluña. Bello se opondría a la obligatoriedad, en nombre de la Comisión, al alegar que el asunto estaba dilucidado en el artículo 50 constitucional, que sólo establecía la facultad estatal; además, si no existía esa imposición al Estado, el esfuerzo económico del poder central sería menor a medida que Cataluña crease centros, lo que la convertiría en más autónoma cada vez en el área educativa.84 A la cuestión universitaria se referirá fundamentalmente Unamuno en la defensa de su enmienda, partidario de que el Estado tuviese la obligación –no la facultad– de mantener los centros de su propiedad, y por tanto de que mantuviera la competencia en la Universidad de Barcelona, lo que negaba su autonomía y abocaba a la existencia de dos

82 Cfr. Diario de Sesiones, legislatura 1931-33, apéndice 11 al nº159 («El diputado que suscribe lamentando disentir del criterio de sus compañeros de Comisión, tiene el honor de proponer a las Cortes el siguiente voto particular sobre el dictamen de Estatuto de Cataluña.- Palacio de las Cortes, 4 de mayo de 1932.- Luis Bello»)

83 Vid. El Sol, 8-9-1932.

84 Cfr. Diario de Sesiones, leg. 1931-33, nº204, pp. 7.235-7.240.

universidades, española una y catalana la otra. Como respuesta a Unamuno, Bello afirmará: Sustituir el «podrá» por «es obligatorio», es asegurar ya, desde ahora y para siempre, un régimen opuesto al concepto que nosotros tenemos de la autonomía. (...) ¿Es posible, cree el Sr. Unamuno, que la Universidad de Barcelona estará en el nuevo régimen, que implantemos con el Estatuto, peor que como está hoy? ¿Es posible que haya mayor lucha entre lo que S.S. llama las dos culturas, que yo estoy conforme con esto con el Sr. Unamuno, que no creo que haya dos culturas, sino una sola, pero por los menos entre las dos lenguas? Yo creo que la batalla continuará; cualquiera que sea el régimen que nosotros acordemos aquí, la batalla entre las dos lenguas continuará (...)

La Universidad podría funcionar, según la Constitución, separadamente; podría funcionar la Universidad de Barcelona dentro del régimen del Estado, es decir el que existe hoy. Pero ¿es que hay alguien dentro de la Cámara que considere conveniente que la Universidad de Barcelona continúe como hoy? Cualquiera de las fórmulas que encontremos será siempre preferible. (El señor Unamuno: Cualquiera no). Cualquiera será preferible. La Universidad castellana entregada a la Generalidad sería preferible; evitaría la lucha (...)85

También en sus intervenciones se manifestaron a favor de la doble universidad y en contra de la única bilingüe, por ser aquélla la solución que presentaba menos dificultades, Ortega y Gasset y Sánchez Román. Tras unos titubeos iniciales, la Comisión adoptará como dictamen una enmienda de Francisco Barnés, que será la que al fin prosperará, por la cual se falcultaba a la Generalitat a crear los centros de enseñanza que considerase oportunos, con independencia de las instituciones docentes del Estado –redacción que ocultaba o atenuaba lo que hiciese el poder central en el futuro–; en cuanto a la Universidad, se otorgaba al Gobierno de la República, a propuesta de la Generalitat, la facultad de decretar su autonomía, en cuyo caso se organizaría

como universidad única regida por un Patronato, que ofrecería garantías recíprocas de convivencia y mutuos derechos para las dos lenguas. Una fórmula de transacción que, aunque en uno de sus discursos, Bello proclamaba que «...así he entendido yo desde el primer instante que debían desarrollarse los trabajos de la Comisión y la labor del Estatuto. Un trabajo de concordia en el cual nosotros tenemos que sacrificar una parte y otra parte los catalanes»,86 pocos días después reconocía, en el diario Luz, cómo, a su juicio...

Hubiera sido mejor llegar resuelta, categóricamente, a la autonomía de Cataluña en la enseñanza. (...) No lo han sabido ver así o no lo han querido ver así D. Miguel de Unamuno y D. José Ortega y Gasset. Pueden jactarse de haber hecho imposible la solución más limpia. Don Miguel de Unamuno por su posición de siempre: unitarista, imperialista. Respetable, aunque equivocada; si puede haber error en lo que corresponde a la natural contextura. Don José Ortega y Gasset por motivos políticos, circunstanciales, que le han hecho rebajar para Cataluña el cupo de atribuciones correspondientes a la región –a la gran comarca–, según criterio no de ahora, sino de hace años. Véase su libro La redención de las provincias.87

Esta última afirmación irritaría sobremanera a Ortega, quien, en tono malhumorado, responderá a Bello afirmando que excluía a Cataluña y a Vasconia, en el libro citado, de su política de autonomías regionales, porque allí se plantea una cuestión «totalmente distinta de la autonomía», y no era válido confundir «barateramente» con ella la cuestión nacionalista.88 Bello le replicará a continuación aseverando que, en La redención de las provincias, «no hay tal exclusión de Cataluña. Estará en otra parte; allí no. La obra tiene contextura bastante sólida para omitir punto tan esencial. En el libro básico libro básico España invertebrada, tampoco. Porque decir que debe armonizarse el poder central con las autonomías regionales –Estado fuerte, región libre– no es otra cosa sino autorizar previamente la Constitución de 1931».89

86 Diario de Sesiones, leg.1931-33, nº204, p. 7.240.

87 Luis Bello, «Notas sobre instrucción. Cultura», Luz, 6-8-1932.

88 José Ortega y Gasset, «Por si sirve de algo», Luz, 8-8-1932 (Obras Completas, tomo V (1932-1940), Madrid, Taurus / Fundación José Ortega y Gasset, 2006, pp. 45-46)

Apenas un día después, sin embargo, de esta polémica, y tras debatirse en el Congreso la cuestión del Orden Público, un hecho sedicioso acontecido en Madrid y Sevilla resultaría decisivo para la marcha del Estatuto: el 10 de agosto de 1932, el general Sanjurjo encabezará un alzamiento militar antirrepublicano que concluiría en un fracaso. Sofocada la rebelión, lejos de interrumpirse la actividad parlamentaria, la fallida intentona golpista provocaría una reacción de solidaridad entre todas las fuerzas republicanas y socialistas, lo que sirvió para acelerar el voto del Estatuto y de la Reforma Agraria. Así, a la aprobación, el día 11, del artículo 10, sobre la legislación de ayuntamientos y municipios, sucederá, al día siguiente, la aprobación del artículo 11, sobre las competencias exclusivas de la Generalitat; y el día 17 la de los artículos 12 y 13, referentes a la administración de Justicia, sin apenas oposición y con escasa presencia de diputados. Luis Bello, que se mostraba muy satisfecho de la celeridad con que se llevaba entonces la discusión («Ya todo el mundo va dando facilidades, incluso los agrarios, que no piden tantas votaciones nominales como antes»90), analizaba desde Luz las razones de aquel giro catalizador producido en el debate estatutario:

La labor obstruccionista de la oposición jugaba con provocar el cansancio de adversario, dilatando el tiempo para dar ocasión a que surgiera la circunstancia, la eventualidad que haga imposibles el Estatuto, la Reforma agraria, la vida del Gobierno y la de las Cortes (...) Pero resulta que se han cansado ellos, con las sesiones dobles, con las enmiendas múltiples, las intervenciones forzadas, las votaciones nominales... (...)

89 Luis Bello, «Motivos políticos, circunstanciales», Luz, 9-8-1932.

90 Vid. «Hablando con el Sr. Bello», Luz, 18-9-1932.

El momento que esperaban ya llegó y no tuvo éxito. (...) Los que procuraban resistir, ganar tiempo, aprovechar las circunstancias o provocarlas si a tanto llegaba su fortuna, se han convencido ya de que es inútil cansarse. El desánimo no viene de la lucha parlamentaria, sino de la decepción de fuera.91

Tras la aprobación del artículo 14 –único del título III–, sobre el Parlamento de la Generalitat, el 19 de agosto; y la supresión de los primitivos títulos V y VI del Estatuto –excepto el primer artículo de este último, incluido con alguna pequeña modificación al final del título III–, relativos a los derechos individuales de los ciudadanos, que, al estar ya estipulados en la Constitución, resultaba innecesaria su incorporación al Estatuto, el 25 de agosto comenzaba el debate a la totalidad sobre la parte correspondiente a la Hacienda autonómica, que parecía –a priori– la de más difícil acuerdo. Sin embargo, sería aprobada apenas una semana después, sin gran discusión, después de otra destacada intervención parlamentaria del jefe de Gobierno, Manuel Azaña, en respuesta a un discurso de impugnación protagonizado por el ex ministro liberal Santiago Alba.92 Finalizado el debate a la totalidad, el 1 de septiembre se aprobaba el primer artículo del título de Hacienda, tras aceptarse una enmienda de Alba referente a la revisión del régimen de impuestos y participaciones; y el segundo artículo –y último– del mismo título, en la sesión del día siguiente. A través de ellos, la Generalitat recibía una parte de los impuestos directos, que podía verse eventualmente completada con una parte de los otros impuestos; sistema revisable cada cinco años de forma ordinaria y de forma extraordinaria siempre que el ministro de Hacienda, con las Cortes, lo creyera conveniente. «Esa facilidad para la revisión –declaraba Bello, ordinaria o extraordinaria, eliminó desde el primer momento la cuestión más grave. La idea de comprometer para siempre, como se nos decía, la Hacienda española en beneficio de una región».93

91 Luis Bello, «Política. Sobre el cansancio», Luz, 22-8-1932.

92 «La Hacienda: este era el verdadero punto sensible, el punto neurálgico. Aquí esperaban, encastillados, los antiestatutistas, y ha sido la solución más afortunada y el triunfo personal más satisfactorio para el señor Azaña» (declaraciones de Luis Bello a Julián Bonzon, Nuevo Mundo, 9-9-1932).

Solventada la parte hacendística, podía considerarse ya virtualmente aprobado el Estatuto; y de ese modo, tras acordar la fórmula de la posible revisión o modificación del texto estatutario –para la cual se necesitaría el voto favorable de las dos terceras partes del Congreso–, y el establecimiento de una disposición transitoria organizando las elecciones del primer Parlamento en Cataluña, junto al inventariado, a cargo de una Comisión mixta, de los bienes del Estado que pasaban a la Generalitat, el día 9 de septiembre de 1932, tras 107 días de debate parlamentario, se procedió a la votación definitiva, que arrojó el resultado aplastante de 314 votos a favor por 24 en contra. En medio de la emoción y alegría generales, los catalanes gritan alborozados: «¡Visça nostra Espanya!», a lo que los restantes diputados responden: «¡Viva nuestra Cataluña!» Se llegaba así al término de la consecución de «esta colosal tarea, sin semejante en el Parlamento español», como la definiría el propio Azaña en sus Diarios.94

 

Epílogo

A lo largo de su paso por las Cortes, el primitivo «Estatuto de Núria» había sufrido importantes modificaciones; aún así, los catalanes lo consideraron finalmente suficiente para iniciar el ejercicio de su capacidad política. La II República fue así, por tanto, el primer régimen político español que intentó dar respuesta y solución al problema de los nacionalismos regionales. El mismo día de su definitiva aprobación en las Cortes, el grupo parlamentario catalán invitaba a una comida de homenaje en el hotel Palace a Julián Besteiro, presidente del Congreso; Manuel Azaña, jefe de Gobierno; y a Luis Bello, presidente de la Comisión de Estatutos. Llegaba para este último, tras las luchas políticas, las campañas injuriosas y las dilatadas discusiones parlamentarias, la hora del reconocimiento público y de las más sinceras y desinteresadas felicitaciones por parte de Cataluña y del resto del país.

93 Modesto S. Monreal, «Al habla con don Luis Bello. Ante la ya inminente aprobación definitiva del Estatuto de Cataluña», La Voz, 7-9-1932.

94 M. Azaña, op. cit., entrada del 9-9-1932, p. 624.

En sus primeras declaraciones, cuando la promulgación del texto estatutario era ya inminente, Bello, además de resaltar el gran porvenir que, en su opinión, aguardaba a la autonomía catalana («Hay una cualidad que nadie puede negar a Cataluña: el carácter, la condición de energía, de perseverancia y de voluntad en el trabajo»95), y de señalar que, en su forma definitiva, el Estatuto era «tal como podía darse» dentro del equilibrio de fuerzas de la Cámara y del estado de opinión del país, destacaba de modo especial el trabajo de sus compañeros en la Comisión:

Los miembros de la Comisión nos hemos limitado a cumplir nuestra tarea, el encargo de las Cortes, y sería inocente que identificásemos nuestra personalidad con la obra de la autonomía de Cataluña, obra magna que no corresponde a una Comisión, sino a la República, que no hubiera podido realizarse sin el esfuerzo del Gobierno y de los partidos gubernamentales. (...)

En los votos particulares del Sr. Iranzo, que pertenece a la Agrupación al Servicio de la República, ha habido una porción de indicaciones que se han atendido. El Sr. Lara, de la minoría radical y vicepresidente de la Comisión, ha prestado una labor considerable, y lo mismo los señores Valle, de la federal; Poza Juncal, López Goicoechea y demás miembros de la Comisión.96

Todos mis compañeros han trabajado con la mejor intención. No puedo olvidar la colaboración que, por ejemplo, me han prestado Iranzo, del grupo Al Servicio de la República; Lara, radical; Valle, federal; Poza Juncal,

95 «Creo que el porvenir de la autonomía es espléndido», dice don Luis Bello, presidente de la Comisión», El Sol, 9-9-1932.

96 Modesto S. Monreal, art. cit.

gallego; López Goicoechea y San Andrés, radicales socialistas, y los miembros de la minoría socialista.97

Tendría incluso, Luis Bello, palabras de respeto y consideración para su gran opositor en la Comisión y en el Parlamento, el controvertido Antonio Royo Villanova:

Hay una parte del trabajo realizado por la Comisión que desde luego considero no sólo conveniente, sino indispensable: la controversia, la oposición, la actitud declaradamente en contra de la autonomía. Por eso yo he estimado siempre como una oposición leal la del señor Royo Villanova. Alguna vez me habrá parecido maniática; pero era una posición clara. Lo peor ha sido la serie de obstáculos sin sentido interpuestos por los que en principio se declaraban partidarios de la autonomía. Éstos, que en definitiva no han realizado trabajo útil, se han limitado a contribuir a la formación del ambiente derrotista en que se pudo suscitar el pronunciamiento del día 10.98

Yo tengo que destacar la oposición leal del Sr. Royo Villanova. Su actitud ha sido franca en todo momento. Más digna de elogio que la de aquellos que se declaraban partidarios de la autonomía y luego la obstaculizaban tanto como podían.99

El 25 de septiembre de 1932, se procedía en Barcelona a la entrega solemne del Estatuto por parte del jefe de Gobierno. El recibimiento que el pueblo catalán dedicará a Azaña es el más triunfal que haya recibido jamás un mandatario español en Cataluña; los catalanes reconocían así su decisivo protagonismo en la recuperación de sus libertades. Pero, junto a él, la

97 «Creo que el porvenir de la autonomía es espléndido», dice don Luis Bello, presidente de la Comisión», loc. cit.

98 Modesto S. Monreal, art. cit.

99 «Creo que el porvenir de la autonomía es espléndido», dice don Luis Bello, presidente de la Comisión», loc. cit.

muchedumbre descubre a Luis Bello, «su figura quijotesca y los rasgos particularísimos de su persona lo delataban en todas partes, y por donde iba los grupos le cercaban, los vítores le ensordecían y los abrazos y manifestaciones de simpatía y cariño le abrumaban».100 A lo largo de un fin de semana, la Asociación de la Prensa barcelonesa le nombra «socio de honor»; la Unión Radio-Barcelona le reclama para dirigir, desde su micrófono, unas palabras al pueblo catalán; se organiza un banquete de homenaje a su figura en el restaurante Miramar... «Nuestro presidente en todo momento quería hacer ver que el triunfo había sido de la Comisión; pero el instinto popular, siempre tan certero, señalaba al hombre que con su recia voluntad había sabido imponerse en los momentos de peligro».101

No acabará, con el Estatuto, la vinculación política de Luis Bello con Cataluña. En las elecciones generales de 1933, Luis Bello obtendrá su acta de diputado por la ciudad de Lleida, y a esta ciudad representará en las primeras Cortes ordinarias de la II República, si bien su precario estado de salud apenas le permitirá ya la asistencia a las Cortes. En octubre de 1934, hallándose en Barcelona, Bello será detenido junto a su jefe de filas, Manuel Azaña, acusados ambos, injustamente, de participar en la sublevación del Gobierno de la Generalitat, doloroso incidente que le mantuvo encarcelado más de ochenta jornadas, y que algunos relacionan con su muerte, diez meses después, en noviembre de 1935. El centro barcelonés de Izquierda Republicana convocará una velada de homenaje a su memoria al que asistirán todos los partidos catalanes de izquierda;102 y su antiguo enemigo político en la contienda por el Estatuto, Royo Villanova, le rendirá, noblemente, «derecho de gentes», en un sincero artículo testimonio de su austeridad y honrado comportamiento político:

Siempre he creído que en la lucha política como en la guerra internacional debe existir un derecho de gentes y que así como entre los beligerantes se rinden honores al cadáver del enemigo, todas las pasiones, todos los rencores, todas las diferencias que engendra la vida política deben detenerse ante la muerte. (...)

100 Francisco López de Goicoechea, art. cit.

101 Id.

102 Cfr. «Una vetllada d’ homenatge a la memòria de Lluís Bello», La Publicitat, 17-11-1933.

Conocí a Luis Bello siendo conmigo diputado ministerial, afiliado él, como reflejo natural de sus relaciones periodísticas, al grupo político de don Rafael Gasset. Y fue entonces cuando sin merma de nuestra amistad personal, comenzó él a alejarse de mi posición política. Se convocó la célebre Asamblea de Parlamentarios en la que por primera vez aparecieron unidos don Francisco Cambó y don Alejandro Lerroux. (...) Y a esa Asamblea fue Luis Bello impulsado, sin duda, por un movimiento generoso de su espíritu, pero sin que ello le proporcionara el menor provecho personal, puesto que a partir de aquel día ya no volvió a ser diputado en ningún Parlamento de la Monarquía.

Al proclamarse la República (...) presidió la comisión dictaminadora del Estatuto de Cataluña, y fue leal a los compromisos del Gobierno y a los antecedentes que arrancaban del pacto de San Sebastián. Yo recuerdo que hube de defenderle en el terreno particular en más de una ocasión, cuando se pretendía relacionar con motivos inconfesables la conducta, al parecer contradictoria, de un diputado por Madrid que servía a los intereses del catalanismo. Luis Bello –decía yo– no hace más que cumplir lealmente sus compromisos políticos (...) Ningún provecho personal obtuvo Luis Bello de su adhesión política al señor Azaña, como ningún provecho había recabado de su espontánea adhesión a la Asamblea de Parlamentarios. El acta de diputado a Cortes por Lérida es muy poca cosa para lo que Luis Bello hizo en servicio del catalanismo político.

(...) Conste, pues, que si el derecho de gentes obliga en la guerra internacional a rendir honores al cadáver del enemigo, la más elemental solidaridad política, periodística y humana obliga a tributar un homenaje de justicia y un tributo de respeto y de admiración al adversario.103

103 Antonio Royo Villanova, «Derecho de gentes. El caso de Luis Bello», Heraldo de Aragón, 3-12-1935.