Cazarabet conversa con...   David Conde-Caballero, coeditor de “Vidas sin pan. El hambre en la memoria de la posguerra española” (Comares)

 

 

 

 

 

 

 

 

Comares Historia edita este libro excelente que analiza cómo fue, y abatió dejando huella, a generaciones de españoles, tanto de manera directa como indirecta.

Guardan cuidado de esta edición de la que participan varias plumas, David Conde-Caballero; Borja Rivero Jiménez y Lorenzo Mariano Juárez.

La sinopsis del libro:

Durante mucho tiempo, la memoria de los años del hambre (1939-1952) estuvo presente más en los espacios íntimos de las casas o las conversaciones de familiares que en los libros o en las publicaciones científicas. Hasta hace no mucho, la historia y la antropología habían prestado poca atención a uno de los periodos más aciagos de nuestra historia. El hambre de la posguerra, sin embargo, atravesó la vida, las alacenas y los estómagos de miles de personas, ubicándose desde entonces en el terreno del relato, de la construcción de lo que somos por lo que fuimos. Para aquella generación y otras que vinieron, la memoria de los años del hambre formaría parte de la herencia que se ha mantenido durante largo tiempo en los modos y maneras de estar en el mundo, de alimentarnos, en los temores o en las amenazas por el porvenir. Este libro forma parte de los esfuerzos renovados por rescatar del olvido académico aquel periodo. El lector encontrará el resultado de una mirada interdisciplinar y complementaria antropólogos e historiadores a la vida cotidiana de un tiempo en el que a las mesas de muchos españoles se veía comer al hambre. Los motivos del hambre, las consecuencias encarnadas en el cuerpo, la falta de sueño o los sueños con comida, las preocupaciones, las maneras de repartir los mendrugos y presentar batalla, las pequeñas y las grandes formas de resistencia o las persistencias de todo aquello en los modos de entender la alimentación en el presente son analizados en este volumen. Una invitación, en esencia, a adentrarnos en aquellas vidas sin pan y colocarlas en el lugar de la historia que merecen.

Los que guardan cuidado de la edición:

David Conde-Caballero; Es Doctor en Antropología por la Universidad Nacional de Educación a Distancia con Premio Extraordinario de Doctorado. Autor de la única Tesis Doctoral que ha abordado el hambre de posguerra en España desde una perspectiva culturalista, un enfoque desde el que también ha publicado un buen número de artículos científicos, capítulos de libro o libros de éxito como “Cuando el pan era negro. Recetas de los años del hambre en Extremadura”, que ha alcanzado 4 ediciones, o “Hambre. Una etnografía de la escasez de posguerra en Extremadura”, que ha tenido 2 ediciones. Ha realizado múltiples contribuciones a congresos, jornadas y conferencias abordando los aspectos simbólicos y culturales de la comida y el hambre, con especial atención por los tiempos de posguerra. Ganador del Premio Internacional de Investigación Arturo Barea 2019 y del Premio Internacional de la Asociación Portuguesa de Antropología (APA) 2020. Ha sido profesor visitante en la Universidad San Carlos de Guatemala y en la Universidad Nova de Lisboa (Portugal). En la actualidad es Profesor a tiempo completo en la Universidad de Extremadura y centra sus investigaciones en las consecuencias y continuidades que la dramática experiencia que aquella hambre ha determinado en la dieta de los españoles de hoy en día. Es miembro del Grupo Interdisciplinar de Estudios en Sociedad, Cultura y Salud (GICSA) y de la Red Internacional de Estudios sobre Cultura y Hambre (CIEMEDH-UNED), asi como presidente electo de la International Commission on the Anthropology of Food and Nutrition (ICAF).

Borja Rivero Jiménez; Es Diplomado en Educación Social, Licenciado en Antropología Social y Cultural y Máster en Investigación en Ciencias Sociales por la Universidad de Extremadura (Uex). Profesor en el Departamento de Dirección de Empresas y Sociología en la Universidad de Extremadura. Forma parte del Grupo Interdisciplinar de Estudios en Sociedad, Cultura y Salud (GISCSA). Es miembro de la International Commission on Anthropology of Food and Nutrition (ICAF). Ha investigado sobre la memoria del hambre y el mercado negro durante la posguerra, especialmente sobre el estraperlo y el contrabando en la raya hispano-portuguesa, realizando trabajo de campo en localidades fronterizas. Ha trabajado cómo la memoria de los años del hambre se refleja en las creencias y prácticas alimentarias de las personas mayores en la actualidad. Su labor investigadora también ha abordado diferentes temáticas como el envejecimiento, la soledad o la alimentación, publicando más de 40 artículos y capítulos de libros en revistas científicas y editoriales internacionales de impacto. Ha participado como revisor de artículos en revistas de ciencias sociales y humanidades. Gracias a su labor como investigador ha sido galardonado con diferentes premios nacionales e internacionales, como el premio de investigación aplicada de la Asociación Portuguesa de Antropología 2020.

Lorenzo Mariano Juárez; Es Doctor en Antropología. En la actualidad es Coordinador de Relaciones con Iberoamérica de la International Commision of Anthropology of Food and Nutrition (ICAF) Ha sido subdirector de la Oficina de Cooperación al Desarrollo y el Voluntariado de la Uex durante dos años. Es autor de más de 140 publicaciones que incluyen artículos científicos, libros y capítulos de libro y ha participado como revisor de revistas de ciencias sociales y humanidades. Premio Extraordinario de doctorado, fue el ganador de la segunda edición de Premio a la mejor Tesis Doctoral del Grupo G9 de Universidades con un trabajo sobre los sentidos y experiencias del hambre entre población indígena (Nostalgias del maíz y desnutrición Contemporánea. Antropología del hambre en la región Ch'orti del oriente de Guatemala). Ha trabajado en diversos proyectos de investigación alrededor del hambre y la inseguridad alimentaria en Guatemala y España, publicando diversos artículos y monografías científicas, incluyendo aproximaciones al hambre de posguerra desde el punto de vista de la Antropología. Ha sido Profesor visitante en diversas universidades, como la San Carlos de Guatemala y el Visiting Scholar en Center for Human Rights and Peace Studies, en CUNY, New York. Es miembro del grupo de investigación “Etnología Americana”, del “Comité Científico de Acción contra el Hambre” en Guatemala.

 

 

 

 

Cazarabet conversa con David Conde-Caballero:

-Amigos, ¿nos podéis explicar el porqué de este libro…que mira cara a cara al hambre en España en los tiempos más duros de la posguerra?

-Hay muchas razones para escribir un libro. En nuestro caso, nuestra trayectoria académica ha estado siempre muy vinculada al hambre, probablemente por influencia de nuestro director de tesis, el antropólogo Julián López, que fue el mismo para los dos, y que siempre ha trabajado sobre este tema. A partir de trabajar con él, comenzamos a pensar en el hambre más cercana que hemos tenido, y fue cuando surgió la idea, allá por el 2012, de comenzar a trabajar sobre el hambre de posguerra. Ahí nos dimos cuenta de que, con nuestro enfoque, el de la Antropología, no había casi nada escrito sobre aquellos años, por lo que nos motivó mucho suplir de alguna manera la deuda de las ciencias sociales con aquel tiempo y aquellas circunstancias, pero sobre todo con aquellas personas. Es decir, los que vivieron aquellos tiempos.

De este modo, poco a poco fuimos entrando en contacto con otros investigadores interesados en la cuestión, sobre todo historiadores. Colaboramos en algunos proyectos de investigación y cursos de verano, y en uno de ellos nos dimos cuenta de la potencia de utilizar los dos enfoques, puesto que se enriquecían el uno al otro.  Es así como surge la idea de este libro, que no es más que la recopilación de los puntos de vista que desde la Historia y desde la Antropología de dan a los “años del hambre”. Estamos convencidos que sumando esfuerzos lograremos comprender lo que pasó en aquellos años y las respuestas dadas por la población. 

-Si bien en 1952 se acaba con la cartilla de racionamiento, en la mentalidad de la gente el fantasma del hambre y demás …

-Hemos pensado mucho sobre este tema, algo que acabamos reflejando en un artículo con el nombre de “Memories of hunger, continuities, and food choices: An ethnography of the elderly in extremadura (Spain)." Appetite 164 (2021). En el mismo afirmábamos que el trauma generado por aquellos tiempos ha atravesado la vida de los españoles durante varias generaciones, impregnando las ideologías y los comportamientos alimentarios. Todos recordamos a nuestras abuelas reprendiendo por no acabar el contenido del plato que, por cierto, siempre estaba rebosante. Esas alacenas llenas, esa actitud casi reverencial hacia el pan… Es evidente que todo esto se encuentra en franco retroceso en las nuevas generaciones, pero sigue siendo algo presente en las generaciones de los hijos e incluso algunos nietos de quienes lo vivieron. No sé puede explicar la alimentación en España en la última mitad del siglo XX sin entender primero lo que paso en los “años del hambre".

-Por favor, explícanos, ¿cómo se estableció el racionamiento? ¿cómo funcionaba?, ¿todas las familias tenían derecho a una cartilla de racionamiento?; ¿cómo y de qué manera se accedía al mismo?

-Es complicado explicar el racionamiento en unas pocas palabras, sobre todo porque no fue una entidad estática, sino que cambio a lo largo de los trece años que estuvo vigente. No obstante, podríamos resumir diciendo que el racionamiento era un sistema que, ante la escasez de alimentos de la época, tras la guerra civil, instauraba una exhaustiva vigilancia sobre la producción, la circulación y la compra de los alimentos considerados básicos: “Tenemos la necesidad de asegurar el normal abastecimiento de la población e impedir que prospere cierta tendencia al acaparamiento de algunas mercancías. Por eso se aconseja la adopción, con carácter temporal, de un sistema de racionamiento para determinados productos alimenticios”, fue lo esgrimido por el régimen para su instauración. Esto es algo que se aprueba el 14 de mayo de 1939, publicándose en el Boletín Oficial del Estado el día 17 de ese mes un decreto del Ministerio de Industria y Comerci0, momento en el que se establece el régimen de racionamiento en todo el territorio nacional.

Por concretar, se trataba de unas tarjetas que contenían una serie cupones que se canjeaban por el alimento que en ellas estaba impreso, previo pago del precio que el Gobierno establecía por ellas.  Inicialmente estas cartillas fueron familiares, pero que en 1943 se convirtieron en individuales. Con esto, a cada persona se le asignaría una tienda concreta para comprar esos artículos racionados, cantidad que solía variar según la semana o el mes. La prensa era la encargada de publicar la ración diaria de cada producto, así como los lugares para conseguirlo (LO HACIA SEMANALMENTE).

A la hora de organizar, no toda la población podía tener las mismas cartillas. Se dividió a la población en varios grupos. Los “racionamientos” fueron clasificados en tres categorías que iban desde la que correspondía a las personas que tenían más recursos hasta aquellos que eran más pobres. Además, también había diferencias entre hombres adultos, mujeres adultas (ración del 80% del hombre adulto), niños y niñas hasta catorce años (ración del 60% del hombre adulto) y hombres y mujeres de más de sesenta años (ración del 80% del hombre adulto). La asignación de cupos podía variar también en función del trabajo de cabeza de familia, con mayor asignación para los trabajos “dolosos” como es el caso de minería y, a partir de 1944, con una diferenciación incluso entre rural y urbano.

-Pero en este período entre 1939 y 1952, debió de haber gente, tuviese o no antes, un negocio de comercio, pongamos de ultramarinos que lo pudo volver a abrir y se supone que a estos negocios iban acudiendo las personas que, con más solvencia y liquidez, se lo podían permitir, ¿no?

-Al principio tan solo unos pocos alimentos estuvieron racionados, pero a poco casi todos fueron cayendo en el racionamiento. Aquellos que habían podido mantener sus tiendas de ultramarinos durante la guerra siguieron vendiendo, aunque el régimen decidía quien podía y quien no podía vender. Por ejemplo, la mayoría de las panaderías solo se asignaron a personas afines al régimen. La consideración de “rojo”, “viuda de rojo” o “huérfano de rojo”, pasó a convertirse en un verdadero estigma social. En aquellos tiempos los puestos de trabajo eran considerados como un auténtico “botín de guerra”, por lo que esto complicaba enormemente la vida de los que “pasaron a estar bajo sospecha”, quienes se encontraron, en la práctica, en una situación que algunos autores han definido como “muerte civil”. Por eso, al igual que muchos funcionarios considerados “rojos” tuvieron que dejar de ejercer su profesión, muchos “tenderos” en la misma situación no pudieron seguir adelante con sus negocios.

-Debía de haber un listado de alimentos básicos, ¿no? y el pan era el, llamémosle, el alimento emblemático, ¿verdad?

-Si, había una serie de alimentos que eran básicos para el régimen: legumbres, pan, arroz. Azúcar. aceite… La ración tipo para un hombre adulto se situó, por ejemplo, en un momento dado, en 400 gramos diarios de pan -12 kilos mensuales-, 250 gramos de patatas, 100 gramos de legumbres secas –arroz, lentejas, garbanzos o judías-, 5 decilitros de aceite, 10 gramos de café, 30 gramos de azúcar, 125 gramos de carne, 25 gramos de tocino, 75 gramos de bacalao y 200 gramos de pescado fresco. Poco a poco también se racionaron otros elementos como el jabón y el tabaco.

 Sin embargo, el gran drama de esta época no son estas cantidades, ya de por su exiguas, sino que en realidad nunca se llegaba a ellas, y la mayoría de los alimentos nunca estuvieron disponibles, a pesar de que el Gobierno anunciara la cantidad y el precio que tenían. La incapacidad del régimen de mantener los suministros, sobre todo en el mundo rural, fue la verdadera situación que acabó provocando los años del hambre. Así, alimentos como a carne o el azúcar nunca llegaban, mientras que los que si lo hacían llegaban en cantidades muy inferiores a las legales y con una calidad muy baja. 

 -Me contaban un día unos abuelos de hoy, niños del hambre entonces, que lo peor de la guerra fue el hambre y que pasaron más hambre desde inmediatamente después de la guerra, ¿es así?

-Si, esto es algo que uno se encuentra habitualmente en los relatos: “Fue peor lo que vino después que incluso la guerra”. Hoy en día sabemos que en la zona republicana también se pasó hambre por la falta de suministros. Sin embargo, el problema de la posguerra es que se trataba de un periodo de paz, y que además la situación duró mucho más tiempo, amén de que llovía sobre mojando, sumándose todo esto que estamos contando a las penurias de la guerra. Quizá por esto la gente lo recuerda como algo peor, porque llovía sobre mojado.

 -En mi casa cuando te comprabas, por gusto, pan de centeno o muy integral… recuerdo que mi abuela lo miraba con cierto recelo y decía: “ay si hubieses vivido los tiempos de la guerra no sé si te lo comerías tan a gusto. Lo entiendo, ellas y ellos tuvieron que morder mucho pan negro y, además duro…

-Es así. Como he comentado anteriormente, la memoria traumática de aquellos años se ha extendido a los comportamientos alimentarios de varias generaciones posteriores. Este que indicas es un ejemplo perfecto, mucho más cuando hablamos de una comida de la importancia simbólicamente del pan. Por eso, no hay nada más asociado a la pobreza y a los “años del hambre” para ellos que el pan negro, en contraposición del pan blanco, el que se deseaba, el que se anhelaba tanto. No es de extrañar que nosotros mismo publicáramos un libro con el título de “Cuando el pan era negro…”.

-El pan ¿de qué sirvió de excusa para el régimen?

-El régimen era perfectamente conocedor de la potencia simbólica del pan de trigo en España.  Por eso lo utilizo incluso durante la guerra en su propaganda, conscientes del efecto que podía tener sobre una población desesperada (la que aún estaba bajo en bando republicano). En plena Guerra Civil, por citar un ejemplo, el por aquel entonces bando sublevado bombardearía varias ciudades bajo el mando Republicano. La diferencia radica en que, en este caso, no se trataba de bombas, sino de panecillos de cien gramos de peso envueltos en papel de propaganda con la proclama “Una, Grande y Libre, no hay un hogar sin lumbre ni una familia sin pan”, y cuyo evidente objeto era el de demoler la resistencia moral de los soldados del Frente Popular. Así pasó, entre otros lugares, en Madrid, el 3 de octubre de 1938; o en Alicante, el 7 de octubre del mismo año.

 Finalizada la batalla, los mensajes del bando ganador se mantuvieron en el mismo tono con el pan como protagonista habitual, puesto que se centraban en dar énfasis a la normalidad de las subsistencias trigueras a bombo y platillo: “El gobierno de Franco nos ha devuelto el pan”, era una de las premisas más repetidas conocedores como eran del efecto sobre una población agotada.

 Sin embargo, pronto la necesidad de control surgió, y para ello de nuevo se recurrió al efecto del pan sobre la masa aún aturdida. Así, el trigo se convirtió en el primer producto intervenido tras la creación en 1937 del Servicio Nacional del Trigo. Las autoridades declararon su “batalla del trigo” siguiendo los pasos de la “Battaglia del grano” mussoliniana, y plenamente conscientes de su importancia hicieron del “pan blanco” el símbolo de la España “liberada” que acudía a redimir a la España “roja”. No fue una casualidad, por tanto, que la mayoría de las panaderías fueran de personas manifiestamente adeptas al régimen. Como tampoco lo fue que en las paredes de los comedores sociales el franquismo tratase de mostrar su mejor cara a través de lemas como: “Ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan “.

 El pan, elemento central en todos los sentidos, se ha encontrado siempre presente en la historia, y se encontraba por todos lados en los tiempos del franquismo.

-Las generaciones que vivieron y sintieron en sus propias carnes el hambre, ¿quedaron lastradas de por vida?

-Si, esto ya lo he comentado anteriormente.

-¿Y cómo lo trasladaron a generaciones posteriores?, lo de: “en esta casa no se tira nada y se aprovecha todo” era y es , todavía una constante, ¿no?

-Si, es lo que he comentado antes. La forma de trasmitirse ha sido sobre todo oral, porque sobre esta cuestión no se ha escrito nada hasta bien entrados los años dos mil. Por eso se trasmitía en comportamientos e ideologías, y así pasaba de generación en generación, sobre todo a partir de la trasmisión de abuelas y madres a hijas y nietas, que habitualmente se realizaba en la intimidad de la cocina, enseñando como preparar los platos. Por eso es tan importante investigar sobre esta cuestión. Ahora que ya no hay esa trasmisión, para que no se pierda lo que pasó, para que los jóvenes puedan apreciar la comida y su valor, resulta imprescindible acercárselo de otra manera, como por ejemplo como con los libros de los que estamos hablando.

-¿Qué pasó cando el hambre empezó a no ser el problema principal?. ¿Qué podemos aprender de aquellos años del hambre?

-Bueno, a partir de mediados de los años cincuenta aparece un cambio político importante en el franquismo con el desarrollismo a partir de los pactos de Madrid. A partir de aquí el hambre deja ser central y aparecen otros problemas como la migración rural-ciudad y otros problemas y circunstancias de la década de los sesenta y setenta que todos conocemos.

-¿Había muchos lugares en España ,antes de la guerra, en las que se pasaba hambre en mayúsculas…me viene  a la cabeza, por ejemplo, Las Hurdes….que se mostraron al mundo con Las Hurdes, tierra sin pan –1933 de Luis Buñuel--,pero había muchísimos lugares más entre los lugares rurales ,estaban  los lugares en los que se pasaba hambre y se malvivía en las grandes ciudades….?

-Por supuesto, siempre ha habido hambre rural, pero también lo ha habido urbano en España. Lo que ocurre es que el hambre hurdana siempre ha sido paradigmática por su crudeza, y por haber sido mostrado al mundo a través del documental que comentas, motivo por el que tendemos a pensar siempre en Las Hurdes. Sin embargo, ha habido otras muchas hambres no mostradas. No olvidemos que desde siempre se ha pasado hambre en el mundo, y por supuesto también en España. Tan habitual ha sido en nuestro país que aquí se inventó un género literario propio en el siglo XVI para dibujar una España atravesada por un mosaico de escasez y miseria: la novela picaresca Hasta en la mejor novela de entre todas las novelas escritas en castellano, El Quijote, el hambre es una constante. Una amenaza que sobrevuela todo tipo de escenarios y peripecias del más famoso de los hidalgos y su inseparable compañero Sancho Panza.

 -Todo esto se acentuó, después de la guerra. En algunos casos ¿hubo una deliberación, una especie de planificación para dejar que el hambre hiciese de las suyas ante algún tipo de población?

-Esto es un tema tradicionalmente polémico que se abordado desde la historia. Si analizamos los archivos franquistas es difícil pensar que hubiera una política de hambre para tener control sobre la población al estilo del Hungerplan alemán. Ahora bien, dicho esto, otra cosa es decir que el régimen no tuviera responsabilidad. Las políticas autárquicas, la decisión en las relaciones internacionales, todas ellas fueron decisiones del régimen que acabaron en la situación de los “años del hambre”. El régimen lo sabía, en un primer momento lo trató de ocultar y, cuando no pudo, trató de buscar excusas.

Ahora bien, lo que no se puede negar es que el hambre no se usara a nivel local. Aprovechando la situación, muchos falangistas y caciques de los pueblos usaron el hambre y la falta de trabajo como forma de represión. Si bien no estaba planificado desde las altas esferas, podemos decir que se usó como una “represión de bajos vuelos” del régimen sobre la población civil.

-A partir de ahí y de las ausencias en las necesidades esenciales para el día a día…surge, con más fuerza que nunca, el estraperlo, ¿verdad?

-El estraperlo es una de las estrategias que se utilizaron en la época. Por un lado, los productores desviaron su producción a un mercado donde podían obtener más dinero. Por el otro, la población, que no podía acceder a los alimentos por la vía “oficial”, encontraba aquí una vía paralela. De este modo, el contrabando, el estraperlo y el “mercado negro” se alzaron como un fenómeno de una trascendencia social sin igual a la que se vio abocada una buena parte de la población empujada por la crítica miseria cotidiana los que más; pero también por las ansias de enriquecerse los que menos. Ya fuera como suministradores, como consumidores, o ya fuera como intermediarios, casi todo el mundo acabó participando de una suerte de economía informal “adaptada a un sistema de subterfugios” regida por sus propias leyes que se deslizaban al margen de la legalidad para crear toda una estructura paralela de mercado y aprovisionamiento. Una manera de estar en el mundo en torno a lo prohibido que se alzó como una forma de vida y que, no solo consistía en la circulación de bienes que se encontraban fuera del abastecimiento, sino que además también se utilizaban productos que formaban parte de él, y que se llegaron a vender a precios muy superiores a los determinados por tasa.

-¿Qué productos eran más susceptibles del estraperlo?. ¿A quién beneficiaba el estraperlo, además de a quien lo llevaba a cabo?

-Casi todos los productos fueron susceptibles de ser estraperleados porque, menos alcohol, faltaba de todo. No obstante, todos los alimentos intervenidos por el Gobierno alcanzaron un valor especial, puesto que eran los que más faltaban. A eso hay que añadir las costumbres. Esa es la razón por la que el aceite y el pan eran habituales en el estraperlo. Pero no solo, porque también esto dependía de los contextos y de las posibilidades. Mientras en Extremadura era muy habitual el contrabando con café de Portugal, por ejemplo; en Cádiz se hizo famoso el estraperlo o contrabando con Penicilina y otros productos que venían de Gibraltar.

No obstante, no todo el estraperlo era igual: En la cúspide de la jerarquía social había un estraperlo de “altura” practicado por grandes jerarcas afectos al régimen que actuaban con total impunidad. Personas que llegaron a tener un peso específico en el poder merced a sus buenas relaciones con las autoridades y que, con el tiempo, tejieron toda una red clientelar en torno a la dictadura. Abella, por ejemplo, habla de enormes cantidades de bultos que eran retirados rápidamente de puertos y aeropuertos para ser llevados a factorías y almacenes desde los cuales, con una rapidez asombrosa para la época, se distribuían para su venta. El contrabando de Penicilina, que entraba fundamentalmente por Gibraltar, es un buen ejemplo de uno de uno de los negocios más lucrativos de la época. Un segundo tipo de “mercado negro” fue el que tenía que ver con el papel acaparador que en sus puestos de trabajo ejercían algunos funcionarios. Personas que se afanaban por apropiarse de alimentos muchas veces dirigidos al racionamiento y que, posteriormente, sin escrúpulos, trataban de vender para obtener un sobresueldo que probablemente les permitía vivir muy por encima de sus posibilidades. Muchos fueron los hogares de trabajadores a sueldo del régimen en los que era habitual que no faltara de nada, y todo a pesar de que los sueldos oficiales de por aquel entonces no eran ni mucho menos elevados. Arasa habla de inspectores de la Comisaria General de Abastecimientos y Transportes que participaban activamente en el estraperlo, algo que evidentemente no pudo darse sin la complicidad de altos cargos que, en muchos casos, participaban a través del falseamiento de informes, licencias o autorizaciones. El resultado final fue que la administración se convirtió en un mundo en el que se instauró la corrupción generalizada y el acaparamiento de alimentos. El tercer tipo de estraperlo fue el pequeño, el de subsistencia, el miserable. Un tipo de “mercado negro” definido por Abella (2008) como de “pellejo de aceite y saco de arroz”. Un menudeo que no daba más que para resistir a los duros tiempos con los que a muchos les había tocado lidiar.  Ese estraperlo de tantas y tantos pobres de la época como estrategia de acopio de una comida y unos recursos que no había forma de poder conseguir de otra manera.

 -¿Se interpuso en algún momento el hambre entre el descontento social y el régimen?

 -En circunstancias normales hubiera sido lo normal. Lo que ocurre es que el miedo, el control y la represión eran tan brutales que no habías espacio para nada más. La población se centró en buscar algo para comer, y poco más. Eso nos habla muy bien del plomizo ambiente de aquellos tiempos. De este modo, la población no tenía tiempo para nada más que no fuera tratar de sobrevivir buscando alimentos, y a la que no le quedaba ningún tipo de lugar para la lucha política y la oposición. Es difícil que, como afirma Caparrós (2014), personas que están amenazadas por el hambre puedan ponerse a mirar con detalle, y muchos menos oponerse, a lo que hacen sus gobernantes.

-Mi abuelo estuvo preso, después de la guerra en campos de concentración, campos de trabajo en varios lugares del estado…me contaba que se comían las algarrobas que el ejército traía para las caballerías y en la guerra, incluso me llegó a contar que las paellas de algún día con conejo nunca supieron si eran con conejo o gato porque poca diferencia había en el gusto…mucha miseria en aquellos lares…más o menos debía ser así, ¿verdad?

-Todo depende de a quien preguntes. No podemos pensar que el hambre fue igual para todos en la posguerra. Si por algo se caracterizaban aquellos años era por la desigualdad. Podemos diferenciar tres categorías, por simplificar. En primer lugar, los que tenían de todo. Estos mantuvieron una dieta mejor incluso que en la guerra, con platos que contenían todo tipo de alimentos. Eran, generalmente, los ricos y los vencedores. En el extremo contrario estaban los que se vieron empujados por la desesperación. Estos, como nos contaba algún informante, “tuvieron que hacer barbaridades”. Comieron ratas, cigüeñas, lagartos y, por su puesto, burro o gato. Tanto, que los relatos nos cuentan que los gatos desaparecieron de las calles. Estos fueron sobre todo jornaleros del arco sur peninsular. Y por último, una tercera categoría, la más numerosa, que fueron aquellos que sobrevivieron como pudieron a base de estrategias. A partir de estraperlo, de pequeños robos, de la solidaridad, de los huertos familiares, o de recetas, que con lo poco que tenían pretendían mantener algo de normalidad.

-Amigo/s, ¿cómo ha sido el proceso de investigación, documentación teniendo en cuenta de que se trata de un libro firmado por varios autores? ¿Y cómo ha sido la metodología de trabajo?

-Se trata de una obra colaborativa, donde se ha tratado de aunar el punto de vista de la Antropología y de la Historia. Es algo muy interesante, porque una y otra se retroalimentan hasta dar con matices sobre un fenómeno que normalmente se pasan por alto cuando se mira desde un solo enfoque. Cada autor ha utilizado un tipo de metodología, la que usa habitualmente. Hemos sido los editores los que hemos tratado de armonizar todo el texto, dándole sentido, para que el lector pueda tener una línea argumental a seguir.

-¿Cómo ha sido trabajar con Comares?

- Si tuviera que definirlo de alguna manera diría que ha sido fácil. Ya conocíamos bien a la editorial, que todos sabemos que es de gran prestigio. Sin embargo, más allá de esto, yo destacaría la cercanía y la facilidad en todo el proceso. La verdad es que solo tengo palabras buenas para ellos.

 

 

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