Cazarabet conversa con... Eva Bach, autora de “Cómo cuidar
la salud emocional. 100 herramientas
para calmar las emociones difíciles” (Plataforma)
Editorial
Plataforma Actual edita este libro con “100 herramientas para calmar las
emociones difíciles” de Eva Bach.
Se trata de una
“guía para aprender a escuchar, expresar e integrar lo que sentimos, con
orientaciones y ejemplos prácticos para todas las edades”.
Esta editorial,
dentro de su colección, Autenticidad y sentido ha editado, ya: Educar para amar
la vida y La belleza de sentir. De las emociones a la sensibilidad de Eva Bach
y también de la misma autora con coautoría con Cecilia Martí, Por amor a mi
familia. La fuerza emocional del vínculo con nuestros padres.
La sinopsis del
libro: Se trata de un libro útil y necesario que nos ayuda a sanar y a
reconciliarnos con nosotros mismos y con nuestras emociones más difíciles. La
autora nos ofrece una caja de herramientas diversa que destila sabiduría y que
nos da recursos, pistas y pautas de conocimiento para conocernos mejor y poder
acompañar con cuidado y atención a nuestros hijos, nietos y alumnado a través
de la educación emocional.
La autora, Eva
Bach: (Manresa, 1963) es licenciada en Ciencias de la Educación por la
Universidad de Barcelona. Es maestra, terapeuta y orientadora familiar, asesora
pedagógica, formadora de formadores y madre de dos hijos. Reconocida
investigadora y especialista en emociones, comunicación y relaciones humanas.
Colaboradora del diario Ara, profesora de posgrados y másteres universitarios y
conferenciante. Creadora, junto con Montse Jiménez, del proyecto «Observatorio
de la Comunicación Educativa». Es autora y coautora de diversos libros, entre
los que destacan: La asertividad (2008), Adolescentes
(2008), Por amor a mi familia (2013), La belleza de sentir (2015), Educar para
amar la vida (2017), El divorcio que nos une (2007), Des-educa’t
(2004) y Sedueix-te per seduir
(2002); los cinco primeros también publicados por Plataforma Editorial.
Cazarabet
conversa con Eva Bach:
-Amiga para entrar en
materia, ¿nos puedes explicar, así brevemente, ¿qué es la salud emocional? -No
hay que confundirla con la salud mental, aunque la fina raya que las separa es,
eso, muy, muy fina…-Partiendo, creo, por lo que estoy leyendo desde un punto de
vista holístico e integral de la salud, ¿no?
-Efectivamente,
estamos hablando de un concepto holístico e integral de la salud. La propia OMS
la define como un estado completo de bienestar físico, mental y social. La
salud emocional es una salud con entidad propia estrechamente vinculada a las
otras tres, la mala gestión de las emociones puede repercutir en todas ellas.
Pero solemos restringir o asociar preferentemente nuestro concepto de salud a
la salud física u orgánica. Cuando brindamos y decimos “salud”, ¿a qué salud
nos referimos? Normalmente a la del cuerpo. La salud emocional la tenemos poco
en cuenta.
En
cuanto a la relación entre salud mental y salud emocional, efectivamente, no es
lo mismo, pero hay una línea fina. Las crisis emocionales son inherentes al
vivir y, en principio, no son sinónimo de trastorno mental. Sin embargo, hay
que atenderlas adecuadamente para que no deriven en él. No todos los problemas
de salud mental son fruto de trastornos emocionales, los hay debidos a factores
genéticos, neurobiológicos y de otra índole, pero hay trastornos emocionales
que, si se acrecientan, se enquistan y/o se cronifican pueden repercutir en la
salud mental y malograrla.
-¿Le prestamos atención a la
salud emocional o se lo hemos empezado a prestar a golpes que nos da nuestro
paso por la senda de la vida? -¿En la salud emocional
como en la educación nos debemos de implicar todas y todos y de
todas las edades?
-Nos acordamos de Santa Bárbara cuando
truena. Nos damos cuenta de que no tenemos paraguas cuando ya está diluviando.
Le hemos comenzado a prestar atención porque la pandemia no nos ha dejado otro
remedio, pero, incluso así, se la hemos prestado tarde. Ariadna, una chica de 18 años entrevistada
por el diario ARA, decía los siguiente sobre el confinamiento: “Para la
Selectividad sí que se organizaron, pero para las cosas que nos afectan
emocionalmente no nos han tenido en cuenta”. Boris Cyrulnik,
referente mundial en resiliencia, corrobra la idea de que en nombre de la salud
física nos lastimaron las otras saludes: “El confinamiento nos protege contra
el virus -cito textualmente-, pero es una agresión psicológica; es incluso una
agresión neurológica por el aislamiento sensorial”.
No le damos la misma categoría ni el
mismo trato a las heridas del cuerpo que a las del alma. Si te fracturas una
pierna, buscas atención médica y puedes estar de baja laboral. Si se te rompe
el corazón, es menos probable que busques ayuda profesional y que puedas
cogerte una baja. Sin embargo, hay una similitud y es que en ambos casos
solemos buscar lo mismo cuando se deterioran: una pastilla. Cuando nos duele
algo, recurrimos a medicamentos o a profesionales que nos quiten el dolor y no
siempre nos preguntamos por el origen del malestar y nos cuestionamos qué
hábitos, actitudes, patrones de funcionamiento y estilos de vida nos puede
convenir modificar. Preferimos la comodidad de la pastilla al esfuerzo del
aprendizaje, que nos lo arreglen desde fuera a transformarlo desde dentro.
Sin duda alguna, la educación y la
salud emocional nos implican a todas y todos y en todas las edades. Son
procesos continuos y permanentes a lo largo de la vida, hay que comenzar desde
la cuna, o incluso antes, porque ya, desde nuestras expectativas previas,
madres y padres estamos proyectando emociones en hijas e hijos y transmitiendo
unos patrones emocionales determinados.
-Porque muchas veces dejamos el papel a los profesionales de los
centros educativos, en el caso en que sean niños, niñas, o jóvenes o en los
profesionales de la salud, pero debe haber una vinculación total por parte de
la familia y por parte nuestra estando predispuestos en caso en que nuestras
emociones estén como más vulnerables…
-Cuando
las familias abdican de sus responsabilidades o las rehúyen es porque se
sienten superadas, no saben cómo hacerlo y tienen muchos miedos. Así que huimos
de nuestras responsabilidades porque huimos también de nuestras emociones, nos
da miedo tener que enfrentarlas. Lo idóneo sería reconocer de forma honesta y
humilde lo que sentimos y lo que necesitamos, e informarnos, formarnos, pedir
ayuda, adentrarnos en procesos de crecimiento personal y sumar fuerzas,
aliarnos con los profesionales en lugar de exigirles y traspasarles lo que nos
corresponde como madres o padres.
La familia es la
primera escuela de vida y emociones. En ella se dan los vínculos más fuertes y
profundos y las emociones más poderosas y significativas de nuestras vidas. La
huella emocional familiar es profunda porque se forja a un doble nivel: el
genético o innato y el educativo o adquirido. Señala David Bueno que el
porcentaje hereditario de la empatía se cifra en un 47%, el de la impulsividad
en un 62%, el de la creatividad en un 55%, el del cociente intelectual en un
45%... A todo esto, hay que sumarle el factor ambiental, la transmisión por
ósmosis de estos y otros aspectos de nuestro carácter y personalidad, que se da
como fruto de estar inmersos en el campo emocional que es la familia, con todas
las resonancias emocionales que en él se dan. Está claro que la influencia
familiar es la más poderosa cuantitativa y cualitativamente. Por eso, con
Montse Jiménez, en nuestro libro “Madres y padres influencers”,
sostenemos que nosotras/os somos las/os primeras/os influencers
de nuestras/os hijas/os. No son las/os profesores, youtubers,
instagramers, tiktokers,
somos nosotras/os.
-¿Se pueden “dominar” las
emociones? -Pero para dominarlas hay que identificarlas y para identificarlas
hay que sentirlas…
-No
todas se pueden “dominar” y no siempre, pero sí podemos contenerlas e
incrementar progresivamente nuestro poder sobre ellas. Se trata de aprender a
tenerlas en lugar de que nos tengan ellas a nosotras/os. Dejar que nos visiten,
pero no que se nos instalen a perpetuidad. Aceptar que sean nuestras huéspedes
un cierto tiempo, pero no nosotras/os sus rehenes. Lo que también podemos
aprender a dominar es lo que hacemos con nuestras emociones, cómo respondemos y
actuamos a partir de ellas. No siempre podremos escoger lo que queremos sentir,
a veces no nos queda otro remedio que sentir algo que no nos gusta o que no
querríamos sentir. Pero podemos aprender, paulatinamente, a modular su
intensidad y sus efectos, y a algo muy importante: a ampliar el abanico de
emociones con que queremos guardar en nuestra memoria nuestras vivencias
significativas. Es decir, que por ejemplo un hecho que me enojó, no lo guarde
solamente con la rabia natural y lógica que me haya producido, sino también con
cierto sosiego o reconfortada en alguna medida por algo que comprendí,
descubrí, aprendí, crecí o transformé a partir de aquella situación.
El
primer paso para todo ello siempre es darnos espacios, tiempos y recursos para
conectar con nuestras emociones, para acogerlas, legitimarlas, reconocerlas,
identificarlas o nombrarlas y expresarlas de algún modo.
-¿Qué emociones se nos
escapan más a nuestra identificación y, finalmente, a nuestro control?
-Depende
de cada persona. Lo más normal es que escapen a nuestra consciencia o a nuestro
control aquellas que en nuestro entorno familiar y educativo no han sido
escuchadas, atendidas y entendidas. Las que han sido ignoradas, silenciadas,
prohibidas o reprimidas, invalidadas o desestimadas, etc. Si no han sido
acogidas y acompañadas, es muy difícil que podamos sentirlas, vivirlas y
autorregularlas de maneras saludables puesto que no se nos ha podido enseñar a
hacerlo. Esas emociones implosionarán (estallarán hacia adentro) o explosionarán
(estallarán hacia afuera) y en ambos casos van a causar dolor, sufrimiento o
desconexión en el propio sujeto y en su entorno y relaciones.
-¿Qué herramientas tenemos y
no utilizamos que nos podrían ayudar a ir de la mano de las emociones y
controlarlas cuando sea preciso…porque se sobreentiende que tener emociones es
positivo…
-El problema de las herramientas es
que solo vamos a utilizarlas si sobreentendemos que tener emociones es positivo
y que, por lo tanto, es saludable y necesario atenderlas. Precisamente, por los
malentendidos y el desconocimiento que sigue pesando sobre las emociones,
nuestra visión de las emociones suele ser muy simplista, sesgada, mecanicista o
errónea, algunas las vemos como signo de debilidad, otras como signo de
sensiblería, y de esta forma es difícil utilizar determinadas herramientas y
más difícil todavía usarlas adecuadamente. A menudo, utilizamos las
herramientas emocionales para evadirnos de nuestras emociones o para eludir o
anestesiar algunas de ellas. Se da la paradoja de que podemos utilizar
herramientas emocionales en contra de la salud emocional. Esto ocurre cuando
las usamos para anestesiar, maquillar, echar de nuestra mente o dejar en
sordina determinadas emociones que no queremos sentir, que consideramos
negativas o insanas, que nos incomodan, que no nos permitimos o que no sabemos
cómo abordar.
-Las emociones son buenas, pero no en exceso y no en carencia…en
todo encontrar el equilibrio es lo más difícil, ¿por qué…por qué el ser humano
vive en constante desequilibrio…será por el modo de vida precipitado…que quiere
abarcar más de lo que puede?
-Todas
las emociones son buenas en su justa medida y esa justa medida es un parámetro
que depende de tres factores: personal, interpersonal y ético-social. Hay que
encontrar la medida suficiente de cada emoción para cada persona, relación y
contexto o situación. No fácil, desde luego, pero es un reto y un requisito
indispensable para la salud emocional.
Nuestro
modo de vida veloz, acelerado, hacia afuera y no hacia adentro, centrado en
hacer y lograr más que en ser y sentir, no ayuda para nada al equilibro
emocional. Nuestra sociedad favorece el consumo de emociones, pero no la
sensibilidad emocional. Y, además, por el hecho de no ser conscientes de
nuestras emociones, somos mucho más manipulables emocionalmente. Es decir, sin
competencias emocional, somos esclavos de las emociones propias y ajenas. Sin
tiempos y espacios para la conexión interior, no solo nuestras emociones van a
tener más poder sobre nosotras/os que nosotras/os sobre ellas, sino que podrán
ser más fácilmente manipuladas por personas o colectivos que las utilizarán
para sus intereses. A menudo pienso que al poder político y económico no le
interesa la salud emocional de la ciudadanía.
-Yo cada vez he encontrado más en la música la herramienta ideal
para acompañar a mis emociones sea la alegría, sea la tristeza,….sea el
desasosiego, la ira, el miedo…pero no hay “un tipo de música que sea la
panacea”, ¿verdad?, quiero decir que cada uno o cada una de nosotros debemos de
encontrar nuestro tipo de música que nos acompañe en nuestra emoción porque,
además a cada emoción, como a cada persona y según el momento le corresponde
una música…---como cualquier tipo de herramienta que recomiendas—
-La música es una
de las actividades más completas en cuanto a las partes del cerebro que
moviliza y una de las más poderosas en cuanto a los cambios químicos que
favorece en él y a los estados de ánimo que puede inducir. Se ha demostrado que
hay músicas y terapias basadas en la música que pueden tener los mismos efectos
sobre el cerebro que un calmante o un ansiolítico. En el libro cito un estudio
sobre la que está considerada la canción más relajante del mundo “Weightless”, de Marconi Union.
Pero eso no significa que tenga efectos calmantes seguros en todas las personas
y en cualquier circunstancia.
Lo que sí se ha
constatado es que las músicas con efectos emocionalmente calmantes tienen unas
características determinadas. Las que tienen un máximo de sesenta beats por minuto son las que pueden generar más sensación
de placidez, puesto que inducen en el cerebro las ondas alfa, que están
asociadas a los estados de relajación. En cualquier caso, el hecho de que una
música se considere adecuada para calmar una emoción o para mejorar un estado
de ánimo, no quiere decir que funcione con todo el mundo. Por eso es importante
que cada cual descubramos y tengamos las nuestras e incorporemos a nuestro kit
emocional las que hayamos podido comprobar que ejercen efectos balsámicos y
beneficiosos sobre nuestras emociones.
-Háblanos un poco más del
resto de herramientas…
-En el libro recojo un total de 14 tipologías de herramientas, con
orientaciones, ejemplos, anécdotas, secretos y confidencias para favorecer su
utilización eficaz y saludable. Además de la música están las herramientas
verbales, las artísticas relacionadas con las artes plásticas, la danza y la
expresión corporal, las basadas en la respiración, catarsis, rituales,
meditación y mindfulness, técnicas orientales como el Yoga y otras, anclajes
emocionales, masajes y automasajes, técnicas de psicoterapia, humor y un
apartado final denominado “otras”, con herramientas variadas. También hay un
capítulo con herramientas específicas para el miedo, la ansiedad, la rabia y la
tristeza.
Es
una clasificación amplia pero no es exhaustiva, taxativa ni definitiva. Es mi
propia síntesis y clasificación personal. Podría haber seguido otros criterios.
He optado por esta en concreto porque funciona bien para describir, mostrar y
explicar varias tipologías de herramientas y es bastante útil y gráfica a la
hora de aplicarlas.
-En esto de las emociones y en encontrar el equilibrio hay mucho
de empatía…saber, esforzarse por ponerse en la piel de los demás, pero sin
pasarse…que no hay que inmiscuirse, ¿cómo lo ves?
-A la
empatía le dediqué un capítulo entero en otro libro, “La belleza de sentir”
(Plataforma editorial, 2015). Empatizar o comprender las emociones tiene una
triple vertiente: comprender las propias emociones, comprender las de las otras
personas y comprender los efectos de las propias emociones y acciones sobre
una/o misma/o y sobre las otras personas. La empatía requiere la capacidad de
aproximarnos al sentir de la otra persona conservando el propio centro y la de
comprender y legitimar sus sentimientos, aunque nosotras/os tengamos otros. Si
sólo sintonizamos cuando sus sentimientos coinciden con los nuestros es
simpatía y no empatía.
Empatía significa, etimológicamente,
sentir dentro. No es inmiscuirse, efectivamente, no es un emitir un dictamen,
diagnóstico o juicio sobre el sentir ajeno. Implica sintonía emocional, respeto
y acogida, y esto solo puede darse desde algún lugar profundo de nuestro propio
ser. La empatía empieza por uno/a mismo/a, por sentir la propia piel y en la
propia piel. Si no empezamos por aquí, la empatía acaba siendo un mero
formulismo, una comprensión racional no vivida ni sentida dentro del corazón.
Hay al menos cuatro grados de empatía:
- Reconocimiento
de la diferencia è
El grado más elemental de empatía no es ponerse en la piel de la otra persona,
sino reconocer que la otra persona tiene otra piel. Es decir, que siente y
actúa diferente porque tiene otra historia y otras circunstancias diferentes a
las propias. Y seguro que nosotras/os, con su historia y sus circunstancias,
sentiríamos y actuaríamos como ella o él.
- Sintonización
è Un
segundo grado de empatía es saber identificar las emociones de la otra persona,
captar con qué frecuencia emocional emite. Es decir, identificar qué emoción
subyace en lo que dice o hace.
- Comprensión
o conexión profunda è
Un tercer grado más amplio de empatía es comprender qué origina las emociones
de la otra persona. Es la capacidad de percibir qué le mueve, las emociones de
trasfondo que impulsan sus actos. Esto sí que se ya acerca un poco a “ponerse
en la piel de la otra persona” y es bastante más complejo que el nivel anterior
de saber identificar o reconocer sus emociones. Solo puede lograrse desde la
conexión humana, la sintonía emocional profunda y el reconocimiento de la
vulnerabilidad que nos une.
- Dignificación
del otro/a è
Es la empatía que saber ver la bondad y la dignidad del ser, más allá de los
comportamientos inadecuados y de las emociones, motivaciones o necesidades que
tal vez no llegamos a descifrar o a comprender.
-Me llama mucho la atención porque lo he vivido lo de desanclar
emociones. A veces, me da, que se convierte como el viaje del duelo, duelo, con
sus fases y las tienes que pasar una a una, pero, a la vez, tan inevitable como
casi catártico y sanador…
-Así
es. Lo que cuenta no son tanto las emociones concretas que los hechos me
generan como lo que he podido extraer o aprender de ellas. Lo esencial casi
nunca es lo que me ha sucedido sino en quién me he convertido a partir de lo
que me ha sucedido, lo que de verdad importa es cómo me han esculpido mis
vivencias, si me han humanizado o por el contrario me han insensibilizado,
endurecido o roto en pedazos. Dice Àlex Rovira que en toda crisis hay una
crisálida y Antonio Bolinches que no se trata de sufrir para aprender sino de aprender
de lo que sufrimos, es justo esto. El problema es que nos cuesta mucho verlo y
confiar en ello cuando estamos sufriéndolo, mientras nos azotan fuertemente
turbulencias emocionales, necesitamos básicamente consciencia, paciencia,
responsabilidad y a menudo también humildad y coraje para pedir ayuda. Cuando
salgamos, después de haber realizado un proceso personal, con la perspectiva
del tiempo y con algo de suerte, probablemente podremos llegar a percibir la
vertiente catártica y sanadora que tuvo, a pesar de todos los pesares y de lo
ingrato que fue, que no podemos negar y que no nos quita nadie.
-Amiga, este libro mientras lo escribías, ¿para quién lo pensabas
o es para todos porque como te preguntaba anteriormente todos formamos parte de
ese todo que es una suma de emociones que nos debe llevar a encontrar la salud
emocional?
-Este
libro está escrito para cualquier persona que desee cuidar su salud emocional y
la de las personas de su entorno más cercano. No es solamente para un público
educativo (familias y docentes), sino que es válido para cualquier persona que
quiera conocer y disponer de herramientas y recursos eficaces y saludables para
conectar con sus emociones y aprender a expresarlas, calmarlas y transformarlas
o integrarlas.
-¿Cuántos problemas de salud
nos evitaríamos si le prestásemos más atención a la salud emocional?
-Bastantes.
Desde somatizaciones, malestares físicos y algunas enfermedades concretas con
claro trasfondo emocional, hasta múltiples problemas y conflictos en nuestras
relaciones familiares, personales o laborales, y desde luego muchas emociones
perturbadoras, episodios de ansiedad, explosiones de rabia, depresiones, etc.,
que, como decíamos antes, pueden derivar en trastornos mentales si se
desenfrenan, se intensifican y se cronifican.
Desatender,
esconder, reprimir o silenciar las emociones, no solo nos desconecta de nuestra
esencia, de nuestro cuerpo y corazón. También nos insensibiliza, nos
deshumaniza, pone en juego nuestro equilibrio psíquico y nos conduce a actitudes
y conductas perjudiciales o insanas. Mientras que aprender a expresar las
emociones nos conecta con nuestro ser auténtico, nos ahorra acumular dosis
ingentes de dolor emocional que podemos acabar somatizando o que nos pueden
causar una parálisis vital.
-Hace un tiempo leí el libro Ikigai de
Francesc Miralles y Héctor García que editó Urano y me dejó muy buen sabor de
boca… fue como un interruptor… busco cada día un propósito, además de los que
tengo fijos, para luchar en el camino de la vida… es algo tan sencillo que se
nos puede pasar, es como si las ramas no nos dejasen ver el bosque… basta con
ir buscando propósitos y dejar fluir… ¿qué punto de confluencia encuentras tú
con el bienestar de la salud emocional?
-Para mí la salud emocional es un
propósito o un camino para un fin mayor, que es el de humanizarnos más
plenamente y poder vivir con la mayor Alegría, placidez y
conexión humana posible. El objetivo último de cuidar nuestra salud emocional
es poder amar y saborear la vida más plenamente. El “sí” a sentir es un “SÍ” en
la vida, incluso cuando lo que sentimos es ingrato o doloroso. Aprender a
escuchar y expresar las emociones es aprender a vivir, amarnos y a amar la
vida.
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Cazarabet
Mas de las Matas
(Teruel)