Cazarabet conversa con... Francisco Javier Aguirre, autor de “Debacle
en Nagoragorana” (Muñoz Moya)
Francisco Javier
Aguirre nos sorprende, si es que un escritor, con su imaginación, nos puede
sorprender con una especie de distopía literaria, editada, muy valientemente,
por Ediciones Muñoz Moya.
La sinopsis del
libro: Nagoragorana es un territorio imaginario creado por el autor. Puede ser
que alguien pretenda identificarlo, pero ya se advierte al inicio que cualquier
parecido con la realidad no siempre es inevitable.
La trama parte de
la profecía de Newton, en 1705, pronosticando el fin del mundo en 2060, y de
las teorías de Alexandre Deulofeu, en La matemática de la historia (1967),
asegurando que hacia 2029 se disgregaría el Estado español. Ese tiempo ha
llegado, porque la acción transcurre a mediados del siglo XXI. Debacle en
Nagoragorana describe la situación mediante una larga carta a Mijaíl, lejano
pariente del narrador, que quiere conocer la tierra de sus antepasados antes de
que sobrevenga el fin del mundo. El conflicto entre las banderías gobernantes
–la coalición de la Higuera y la del Guindo–, los proyectos para paliar la gran
sequía, la desertización creciente, el abandono de villas y aldeas, la
indolencia administrativa y el conato de rebelión de los menesterosos, cada vez
más indignados por la inoperancia del gobierno, así como por la injerencia de
la Orden Dórica en los asuntos públicos, van a propiciar el desastre. La índole
especial de esta novela exige la creación de un entorno imaginario, en el que
los personajes se puedan mover con libertad. Un mundo imaginario, habitado por
seres imaginarios, pero tan alejados del símbolo y de la alegoría, tan
impregnados de realidad, que este relato de sus vicisitudes se parece más a una
crónica de sucesos, de intrigas sociales reales, que a una creación vehiculada
por la ficción literaria. La forma con que el autor consigue esta original
simbiosis literaria, permite calificar a Debacle en Nagoragorana de sátira
magistralmente contrapunteada por la voz de la tragedia.
El autor,
Francisco Javier Aguirre (Logroño, La Rioja, 1945) ha trabajado siempre en el
mundo del libro: bibliotecario del Estado, editor, prologuista, crítico
literario, columnista, bibliógrafo, traductor, transcriptor, escritor... En
esta última faceta ha consolidado una obra abundante y de amplio espectro, que
supera el medio centenar de títulos. Prescindiendo de modas, tendencias y
estereotipos, su producción es de carácter muy personal. Cultiva el
costumbrismo en Los duendes del Matarraña (1991), El hombre-pez y
otras magias (2000), Noches del Matarraña (2004), Los peregrinos
de Valdejalón (2005) o Tierra de silencios
(2021); el realismo trágico en Tirana Memoria (2006), La dama del
Matarraña (2009), Desertores de Dios (2012) o El último infierno
de Juan ll (2018); el simbolismo surrealista o cómico en El Avispero (1977),
La última cena (1992), Tiempo de delirio (1993) o El Látigo
del Diablo (2004); el erotismo en Cupido en el Matarraña (2014) y en
Musgo caliente, criaturas de Venus (2015); la biografía novelada en Florentino
Ballesteros, un corazón en la arena (2004), habiendo impulsado también la
colección 'Trípode', en la que participaron narradores, artistas plásticos y
poetas. Su última novela, En busca del Lobo, ha aparecido en esta misma
editorial. Tres de sus libros enmarcados en la comarca turolense del Matarraña/Matarranya han sido traducidos al catalán. Ha participado
en una treintena de publicaciones colectivas con relatos de temática diversa,
algunos de ellos premiados o finalistas en concursos literarios. Ha colaborado
en numerosas revistas y publicaciones periódicas. Actualmente lo hace en
'Heraldo de Aragón' y 'Aragón Digital'.
Cazarabet
conversa con Francisco Javier Aguirre:
-¿Francisco
Javier, estamos ante un libro en el que te adentras en una especie de distopía
literaria?
-Así es, pero no
lo hago de forma gratuita, sino documentada, a partir de una carta de Newton
fechada en 1705 y conservada en la Biblioteca Hebrea de Jerusalén, y de las
previsiones de futuro de Alexandre Deulofeu que ya en 1967 vaticinó en su libro La Matemática de la Historia que el
Estado español se disgregaría a finales de la presente década. Por eso la
acción, aunque solo relativamente porque en la trama se alude a etapas
anteriores, se desarrolla a mediados de este siglo XXI.
-¿Por
qué como de repente te adentras en un estilo dentro del género de la novela que
da como una vuelta de tuerca a lo que nos habías ofrecido hasta ahora…? (o no
existe ese “como de repente”)
-A veces he
intentado hacer cosas diferentes en literatura, aunque ya esté todo inventado.
De ese modo he escrito algunos libros que podemos considerar ‘fuera de
circuito’ porque se apartan de la escritura y la estructura convencionales.
Este es uno de ellos. Otros serían La
última cena (1992), Tiempo de delirio (1993) o El Látigo del Diablo (2004). Exigen
especial atención por parte del lector, ya que no son simples textos de
evasión. Hay que encontrar y desentrañar ciertas claves, que por cierto no
tienen nada que ver con una novela policíaca, sino que van por caminos más
sutiles. Dicho lo anterior, está claro que Debacle
en Nagoragorana es una vuelta de tuerca a lo habitual, pero he de precisar
que no ha sido de repente, porque llevo trabajando en este libro algo así como
veinte años. Habré hecho unas ocho o nueve versiones hasta que he encontrado
una que me parece aceptable para lo que intento transmitir por vía narrativa. Y
también hasta que he dado con un editor inteligente que ha visto en la
narración algo más que sus posibilidades comerciales.
-Aunque siempre había habido la misma o
parecida intencionalidad en tus anteriores aportaciones literarias, ¿no es así?
-Es cierto que
cada uno de mis libros tiene una intencionalidad concreta, que en algunos casos
se alinea con el espíritu entre grotesco y surrealista de la novela que
comentamos, como el ya citado El Látigo
del Diablo, y también Microclímax (2015) o Latripatías (2017). Otras veces refleja mi empeño por
destacar el valor de la mujer o su importancia dentro del contexto social.
Sería el caso de Cónclave en Illueca
(1995), La dama del Matarraña
(2009), Cupido en el Matarraña
(2014) o Gineceo (2016). En
algunas ocasiones se ha tratado de una especie de homenaje a los hombres y
mujeres de Aragón, como en Los duendes
del Matarraña (1991), El hombre-pez
y otras magias (2000), Los
peregrinos de Valdejalón (2005) o Tierra de silencios, memorial turolense (2021).
-Bueno,
aquí, en esta novela corta, la realidad que nos sacude socialmente todos los
días, con lo que esto implica, se deja notar mucho…
-Es muy oportuno
hablar de “la realidad que nos sacude socialmente todos los días”, como lo
haces, porque es una gran verdad y vivimos agitados por noticias, temores,
sospechas, e incluso amenazas que nos sacuden constantemente. Estas sacudidas
se trasladan literariamente a la novela en sus varios enfoques.
-Y las preocupaciones que nos alcanzan,
nos atrapan y nos quiebran, ¿es eso lo que nos pretendes enseñar y lo que, a la
vez, te ha arrastrado a escribir Debacle en Nagoragorana?
-Los problemas
que nos acucian hoy día no son nuevos, pero se han ido agravando con el paso de
los años. Hace más de un cuarto de siglo mantuve un debate con mi jefe en la
DGA, un profesor de historia medieval que fue eventualmente director general de
Patrimonio, sobre el avance de la desertificación y los problemas de la sequía.
Es un personaje secundario de esta novela, por cierto. Esquivaba el tema
diciendo que también en el siglo XV hubo sequías. No era capaz de comprender
que en el siglo XV los niveles de contaminación provocados por el hombre no
tenían nada que ver con los actuales. En la novela se le presenta de forma
caricaturesca, por supuesto.
-Debacle de Nagoragorana ¿es un retrato
social y una especie de denuncia de la destrucción medio ambiental?
-Siempre he sido
optimista por naturaleza, pero en estos momentos he de admitir mi pesimismo
sobre la situación medioambiental que cada vez nos conduce con mayor celeridad
hacia el desastre. Suele decirse que un pesimista es un optimista bien
informado. Por ahí andan las cosas. A pesar de que la especie humana es capaz
de reciclarse y siempre ha destacado por su capacidad adaptativa, creo que
hemos llegado demasiado lejos en el deterioro de nuestro hábitat y en la
explotación de nuestros recursos naturales. Del consumo, que es una fórmula
para satisfacer las necesidades reales, se ha pasado al consumismo, o sea la
perversión de la mente para suscitar necesidades ficticias que solo conducen al
enriquecimiento legal, pero moralmente deleznable, de los grandes imperios
financieros que gobiernan el mundo utilizando como lacayos a la mayoría de los
políticos que ocupan puestos de responsabilidad pública.
-Javier, ¿piensas que hay tiempo de
intentar parar algo de la debacle medioambiental a la que hemos sometido al
planeta, porque vuelta atrás ya no la hay?, ¿o cómo lo ves?
-La reciente Cumbre mundial sobre el
clima, celebrada en Egipto, ha sido un gran fracaso, como las anteriores,
porque los referidos testaferros de los grandes imperios financieros no se
atreven a proponer, y menos a aplicar, las medidas drásticas que necesitaría el
planeta para no llegar a una situación dramática sin retorno. Se sigue bailando
al ritmo de siempre, como lo hacían los pasajeros de primera clase en el ‘Titanic’ mientras se hundía el barco. En mi novela, ubicada
como he indicado a mediados del siglo XXI, dentro de dos décadas y media, ya se
da la situación por perdida.
-¿Por qué
escoges el recurso del discurso literario de la sátira…?, ¿qué te ha llevado a
ello?
-Citas la sátira
y aciertas en el término, porque es una fórmula expresiva que utilizo con
cierta frecuencia tanto en esta obra como en otros trabajos menores, tanto
narrativos como periodísticos. Podría añadir, además, que el cinismo y el
enfoque grotesco de la realidad han ido creciendo en mi manera de expresarme
como un modo de reflejar el mundo, tal como lo percibo tras un análisis que
intenta ser documentado y objetivo.
-Pero tú dirías que es una novela corta
“como con aires apocalípticos” porque al principio, cuando lees la sinopsis, se
te arruga un poco el ánimo rodeado como estamos de una realidad tan decadente y
que ya convive con una debacle social, medio ambiental, humana…
-Claro que el
título es intencionado, porque hablar de debacle significa que se ha producido
o va a producirse una destrucción masiva de la realidad que nos envuelve. Y
ciertamente hay una idea apocalíptica en el trasfondo de la narración. Aunque
el ámbito geográfico se circunscribe a un lugar concreto fácilmente
identificable, cualquier lector inteligente comprenderá que puede hacerse una
rápida transferencia o traslación a otros territorios de nuestro entorno. Están
todos tan desquiciados que hasta han cambiado, lo mismo que ha ocurrido en
Nagoragorana, sus nombres seculares: ahora son Joraila,
Varnara, Lacañuta (para
algunos Tacañula), Alcivena,
etc.
-Es que hasta reflejas la despoblación…o
las coaliciones y otras injerencias e ingredientes que lo único que van a
propiciar es que todo desencadene en un viaje sin fin…
-El tema de la
despoblación de las zonas rurales es algo que me ha preocupado desde hace mucho
tiempo. Hace más de treinta años participé en un coloquio de TVE-Aragón
proponiendo algunas soluciones, pero advirtiendo a uno de los contertulios,
miembro del gobierno regional, que ningún partido se atrevería a ponerlas en
marcha. En la novela se hace constante referencia al despropósito de los
gobernantes, a sus coaliciones de conveniencia, a su espíritu mezquino en
muchas ocasiones y al oportunismo que les mueve a menudo. Y hay una chanza
permanente en torno a los sucesivos gobiernos que ha tenido el territorio.
-¿Tienes
cierta tendencia “nihilista” que camuflas detrás de esa pluma enigmáticamente
cargada de sátira?
-Utilizo la
sátira como vía de desahogo de la indignación que se provoca en las personas
que están atentas a la realidad. Esa indignación desemboca lamentablemente en
el nihilismo, una visión de la vida que siempre me he resistido a aceptar, pero
que cada día resulta más evidente si analizamos con atención la realidad.
-Javier, ¿cómo se te ha ocurrido meterte
en esta distopía y en qué estás metido en estos momentos, nos puedes dar alguna
pista?
-La alternativa
al tratamiento distópico de la situación hubiera sido un retorno a la
literatura realista de mediados del siglo XX. He preferido la primera fórmula
porque me ha parecido más divertida, incluso más eficaz desde el punto de vista
narrativo. Confieso haber disfrutado escribiendo la novela y reconozco que me
ha servido de terapia, al menos de forma parcial.
En cuanto a los
proyectos inmediatos, tengo terminado otro libro diametralmente opuesto, que
enfoca el tema de la concordia y la solución de los conflictos familiares en el
momento actual. Lo escribí durante la pandemia. Y tengo también perfilada
la continuación de una novela testimonial sobre un preso inocente, El último infierno de Juan V., que se
publicó en 2018, porque he recibido nuevas informaciones sobre el caso,
procedentes sorprendentemente de la antagonista del relato. Todo lo que se
cuenta en el libro ya publicado es cierto, pero hay nuevos datos que esta
mujer, causante de la desgracia de Juan V., me ha proporcionado y que dan un
giro copernicano a la trama. Estoy trabajando en esta nueva narración de
carácter testimonial, un género que también cultivé en la espinosa novela Desertores de Dios (2012).
-Por cierto, ¿cómo ha sido trabajar con
Muñoz Moya?
-Todo lo que
tengo que decir respecto a Muñoz Moya Editores y a su director es altamente
positivo. Creo que es un lujo para la provincia de Teruel, y para la villa de
Sarrión en particular, que exista una editorial con el enfoque y la solvencia
de esta empresa, a la que agradezco enormemente la atención prestada a mi
narrativa ya por segunda vez. Y un detalle que quiero dejar bien claro es que
ofrecen unos libros de calidad a un precio realmente asequible, (10 € PVP para
un texto muy dignamente editado, de 180 páginas) lo cual consiguen haciendo una
tirada amplia con buena distribución, lo que no deja de ser un riesgo
económico, tal como está de mediatizado el mercado librero por las
multinacionales que dominan el sector editorial en España.
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Cazarabet
Mas de las Matas
(Teruel)