Cazarabet conversa con... Daniel
Aguilar, traductor de “Sueños de un gato azulado” (Quaterni) de Sakutarō Hagiwara
Quaterni Ediciones
nos brinda un libro delicioso desde la sutileza de la pluma de Sakutarō Hagiwara con poesías, delirios y aforismos....
Lo que nos cuenta
la editorial Quaterni sobre el libro:
Sakutarō Hagiwara
está considerado
como el padre de la poesía japonesa de estilo moderno. Su «poesía en prosa», de
fuerte carácter simbolista y con pinceladas de expresionismo y decadentismo,
nos recuerda a maestros del siglo XIX como Baudelaire o Poe. Un pueblo de
gatos, un diabólico gato azul que se aparece en las pesadillas, uno que vaga
por el cementerio. Gatos, gatos, gatos. Una dama con plumaje de cuervo.
Delirios
opiáceos, poemas melancólicos y lúcidos aforismos. Los veteranos escritores Takahiko Osaki y Daniel Aguilar
han unido fuerzas y talento para ofrecer una traducción precisa y a la vez
accesible de la obra de tan singular autor.
Un libro para
leer y releer varias veces, que descorre el pestillo de la puerta entre el
mundo ordinario y el de los sueños. Una música cuyos acordes llegan diáfanos y
luminosos en una noche de luna.
El autor,
Sakutarō Hagiwara:
(Maebashi, 1886 – Tokio, 1942)
Nacido en la
prefectura de Gunma en 1886, fue el precursor del verso libre, liberando a la
poesía tradicional de sus férreas normas. Por tal motivo es considerado el
padre de la poesía moderna japonesa. Publicó numerosos ensayos, críticas
culturales y aforismos a lo largo de su carrera. Su prosa poética recuerda a
maestros del siglo XIX de la talla de Baudelaire o Poe.
Cazarabet
conversa con Daniel Aguilar, traductor de Sakutarō
Hagiwara:
-Amigo, ¿cómo es el papel de un
traductor en una obra como esta?
- Pues bastante
difícil, por diversos motivos. En primer lugar, creo que un buen traductor debe
transmitir fielmente no solo las palabras y el estilo del autor sino, de alguna
manera, también la atmósfera de la época. Pero, por otra parte, con
Sakutarō hablamos de un escritor simbolista de hace cien años, que
escribía en un lenguaje de estructura diferente y, a menudo, en clave poética,
todo lo cual complica mucho más la labor del traductor. No basta con conocer el
idioma, sino que tienes que conocer otros escritores de esa época que pudieran
inspirar al autor, la sociedad de entonces, etcétera.
-¿Cómo era la manera de crear con la palabra
versos y poesías, “esos delirios y aforismos” por parte de Sakutarō Hagiwara... cómo definirías a su estilo literario?
- El de
Sakutarō era un estilo espontáneo, escribía según sus sentimientos de ese
día, por lo que no siempre está unificado y, como él mismo reconoce, abundan en
él las contradicciones. Pero por eso mismo nos llegan con mucha nitidez las
sensaciones que experimentaba. En general, la impresión que se lleva el lector
es que escribía, como muchos poetas, cuando algo le marcaba en especial. Pueden
ser momentos de grandes alegrías, aun cuando fueran por motivos sencillos, de
deprimente tristeza o aquellos en que veía algo que le fascinaba. Una misma
situación puede producirnos diferentes sentimientos según el estado de ánimo de
ese momento y eso se deja notar en la pluma del autor. Posiblemente escribía
muy deprisa, como en un arrebato. Pero en todo momento denota una extrema
sensibilidad, un riquísimo vocabulario y una muy pulida capacidad de
observación, además de una lúcida autocrítica.
-Como
traductor, ¿qué destacarías, de diferente y diferencial, en la expresión
escrita de este poeta japonés?
- Por una parte,
su marcado carácter elitista. Sakutarō es muy consciente de ser una rara avis, de que sus puntos de vista
son compartidos por pocos. Es decir, no busca un modo alambicado de expresarse
porque existan en él ganas de diferenciarse de manera artificiosa, sino porque
cualquier otra manera le dejaría insatisfecho a sí mismo. Entonces, aunque
escribe de manera inusual, no resulta forzado, sino natural. Sí que denota una
profunda cultura en todo lo que escriba y, además, cuenta con que el lector
también comparte ese conocimiento previo.
-¿Es un escritor libre que toma, en este caso,
“a ese gato azulado” como casi excusa para desarrollar sus anhelos?
- El gato es una
figura frecuente en la obra de Sakutarō. Ignoro si a título personal le
gustaban los gatos o si simplemente le fascinaban como elemento literario.
Además de El pueblo de los gatos o Un gato azulado que he traducido para
este volumen, tiene también un relato corto titulado El gato negro de la Señora Worthon y en
otras muchas poesías lo pone en escena. Sakutarō, como otros muchos
autores japoneses de su generación, era un gran amante del mundo de Edgar Allan
Poe, quien también recurría con frecuencia a los gatos en sus relatos. Por
tanto, en la obra de Sakutarō el gato no es ni excusa ni portavoz ni
símbolo de nada. Es cierto que en determinado momento Sakutarō mismo se
califica de gato azulado que se aparece en las pesadillas, pero, sobre todo, el
gato en su obra es un elemento dramático del que se sirve para crear una
atmósfera inquietante. Cuando Sakutarō se imagina determinado paisaje,
necesita un gato para completarlo.
-¿Hay diferencias entre el Hagiwara que se dedica a la poesía, el que se dedica a los
delirios y a los aforismos?
- Paso la palabra
al propio Hagiwara. Escribir novela es una profesión,
pero el poeta vocacional no escribe poesía para sobrevivir, sino que lo hace
llevado por un impulso. Un impulso que a veces puede suceder una vez cada tres
años o cada diez. Aunque circunstancialmente pueda llegar a vivir de ello, no
compone por ese motivo. En la poesía cuenta más lo espontáneo, y lo mismo
sucede con los aforismos, que son ocurrencias sobrevenidas en el momento ante
la visión de una escena concreta. La literatura de ficción, esos “delirios” que
el autor nos presenta como relatos, son, en cambio, construcciones con una
estructura mucho más trabajada. Desde el punto de vista estilístico, la poesía
de Sakutarō tiene un lenguaje más rebuscado
porque busca expresar con la mayor precisión posible unas emociones concretas,
y casi nunca lo que entendemos por sinónimos expresan exactamente lo mismo. En
cambio, en los aforismos, que son como conversaciones entre amigos, el lenguaje
es más accesible. Los relatos de ficción estarían en un punto intermedio.
-Normalmente
l@s traductor@s, ¿veis
vuestro trabajo compensado…os sentís compensados por el colectivo de lectores?
- No sé si por el colectivo de
lectores... Cuando lees en una reseña que se trata de una “excelente
traducción” por supuesto que te alegras. En general, esos comentarios son pocos
y mucha gente no repara en la importancia del traductor, pero así y todo tú
mismo eres quien está en la mejor posición para darte cuenta de si te ha
quedado bien o no y también por eso te esfuerzas, porque tú eres tu más duro juez, ves las cosas que a otro se le pasan por
alto.
-Cuando
una persona se dedica a la traducción, ¿a qué se condena para bien y para mal?
- Depende del
número de encargos que te lleguen y depende también de lo que traduzcas. Si
tienes muchos encargos y son de literatura, te estás condenando a no escribir
tus propias obras. Primero, porque nadie te conoce como escritor y segundo y
principal porque se gana más dinero como traductor que como escritor, ya que no
dependes apenas de las ventas. Si traduces a otro, cobras seguro. Si escribes
tú, solo cobras si vendes. Entonces, por una cuestión alimenticia, te vas
centrando en traducir.
-¿Una traductora o un traductor se especializa
en temas y en determinadas plumas? ¿Cómo ha sido en el caso
de “Sueños de un gato azulado. Poesías, delirios,
aforismos” de Sakutarō Hagiwara?
- No exactamente.
Lo que pasa es que a medida que traduces, vas marcando una línea y los editores
que se fijan en tí te piden cosas similares porque
saben que eso lo vas a hacer bien. Nadie me va a pedir que traduzca manuales de
automóviles o de maquinaria, porque es obvio que no tendría ni idea. Entonces
pasa un poco como en el cine, que si interpretas bien
a un villano, la mayoría de papeles que te caigan serán de eso. Yo intento ser
diverso, y este libro de Sakutarō nace un poco por eso, por hacer algo
diferente. Nunca había traducido poesía, pero es cierto que, aun siendo un
estilo muy diferente, al final no deja de ser un autor japonés de los años
treinta, que es mi principal especialidad.
-¿Cómo es el proceso de documentación de
los traductores porque os tenéis que meter dentro del estilo, el ambiente del
escritor, pero también de la época y del tiempo de una cultura, además, muy
poco conocida, por su idiosincrasia, para aquellos días?; ¿cómo ha sido en esta
ocasión?
- Algo sí que te
documentas, aunque no quieras. Porque muchas veces, cuando traduces, te das
cuenta de que “algo va mal” y se está escapando algo. Entonces comienzas a
buscar sobre lo que te parece ambiguo, a leer otras obras del mismo autor o de
sus contemporáneos o sobre la historia y la sociedad del momento. En casos como
este, en que puede ser más complicado por ser un autor elitista, lo que hago es
hablar con un experto japonés en el tema y pedirle consejo o aclaraciones sobre
ciertos puntos. Esto, claro, es un trabajo que no se ve y que lleva tiempo, pero
que te da muchas satisfacciones. Cuando solo tienes que leer una obra, pasas
por encima de muchas cosas, pero cuando tienes que traducirla, entonces ya
sientes la responsabilidad de tener que entenderla al cien por cien.
-Háblanos
de la relación con los editores porque son ellos los que te contratan, ¿no?
- Sí, claro,
quienes nos contratan son los editores, pero unas veces el proyecto nace de
ellos y te lo ofrecen porque conocen otras traducciones tuyas y otras eres tú
quien lo presenta (a veces a varios editores, hasta que encuentras alguien que
te lo “compre”). Si puedes vivir solo con la primera opción eres un
privilegiado en el sentido económico pero, de nuevo,
eso te va apartando de presentar proyectos propios de traducción que te
apetezcan más. Entonces, tienes que leer mucho, buscar títulos atractivos y
saberlos “vender”. Tened en cuenta que cuando hablamos de un idioma como el
japonés, el editor no puede decidir por sí mismo si la obra es interesante o
no. Eres tú quien tiene que convencerle de que lo es y, también, de que puede
tener su público. En cuanto a la relación en sí, hay de todo. Algunos son muy
quisquillosos y quieren estar encima de cada palabra, otros te dejan una
libertad casi total... Al final, si puedes elegir, das preferencia a los que
mejor te tratan, claro, pero lo importante es que haya confianza entre ambas
partes. Si empiezas a ver algo raro, es mejor apartarte.
-¿Cómo es el día a día en el trabajo de una
traductor@?
- Muy cansado
para la vista y para el cuerpo en general, pero a veces también
psicológicamente. Tienes que parar cada cierto tiempo, darte una vueltecita por
ahí para hacer un poco de ejercicio, o, simplemente, quedarte tumbado mirando
al techo intentando dejar la mente medio en blanco para poder descansar. Lo que
más cuesta es acostumbrarse a trabajar solo. No tienes ayuda ni compañero de conversación pero, a la vez, nadie que te vigile por lo que,
si no adquieres una disciplina interna, los días van pasando sin que el trabajo
avance. Y ya no es solo que tengas o no un límite de entrega, sino que si no
entregas, no cobras. Y encima mucha gente se cree que no das golpe, porque
siempre te ve por el barrio sin chaqueta ni corbata en cualquier hora del día,
cuando en realidad nunca descansas, porque siempre le estás dando vueltas a
nuevos proyectos y no tienes horario.
-Explícanos todos o todas sois en su
mayoría filólogos o miembros de las escuelas de traducción, ¿no?; ¿cuál es el
perfil de las y los que se dedican a la traducción?
- La verdad es
que desconozco las circunstancias del resto de mis compañeros, pero yo diría
que filólogos o miembros de escuelas de traducción hay pocos. Tengo la
impresión de que, como en mi caso, predominan los autodidactas, sobre todo
cuando se trata de idiomas “raros”. La condición sine qua non es que desde niño
te haya gustado leer y escribir, y poseas un rico vocabulario. Si no eres bueno
en tu idioma materno, de poco te sirve conocer otro. A partir de ahí es
cuestión de entrenamiento.
-¿Qué manías tienes como traductor@?
- Conservar al máximo
el estilo del original, aunque a veces las expresiones chirríen un poco o
puedan parecer anticuadas. Creo que los clásicos deben traducirse con el
lenguaje de la época, aunque muchas palabras puedan estar ya en desuso. Algunos
editores me lo admiten, otros no. Yo no puedo verle la gracia a una versión de
Don Quijote de La Mancha adaptada al lenguaje actual, por ejemplo. Eso incluye
también el mantener las frases largas, a veces muy largas de los originales.
Pero muchos editores prefieren cortarlas, dando por sentado que al público de
ahora le resultan difíciles.
-Amigo,
¿en qué consiste el trabajo de traductor porque es mucho más que “traducir” tal
como lo entendemos… requiere mucho más de lo que aparentemente se ve, aunque
quedéis en un tercer plano…?
- Bueno, como he
dicho antes, es importante conocer la época en general en que la obra fue
escrita. Hay aparatos y utensilios que ya no existen, palabras en desuso,
alusiones a la política o a los movimientos sociales del momento, refranes,
etcétera. Entonces, si traduces solo literatura contemporánea, no hay problema,
pero cuanto más antigua es la obra, más problemas tendrás. Por eso, si haces
traducción de literatura, es preferible centrarte en unas coordenadas espacio
temporales que conozcas bien, porque si no algún lector que sepa más que tú te
puede dejar en ridículo.
-Trabajo
que requiere, además de una metodología exigente, ¿verdad?
- No sé si yo lo
llamaría metodología. Depende un poco del tiempo de que disponga. En general,
prefiero hacer primero una versión a mano con bolígrafo y papel y después,
mientras la voy pasando a ordenador, la voy mejorando. Al final, una última
revisión para los detalles y luego la corrección de las pruebas.
-¿Nos puedes avanzar, en qué estás trabajando
ahora?
- Estoy
traduciendo un libro sobre el cineasta Hiroshi Teshigahara,
otro sobre arte budista, una antología de cuentos detectivescos, también una
novela de ciencia ficción cuyo título no puedo revelar, y otra novela de
literatura femenina. Entre otros... Como veis, intento no encasillarme.
Diversidad de géneros, que se diría ahora.
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Cazarabet
Mas de las Matas
(Teruel)