Cazarabet conversa con...   Javier Benito, autor de “El carcelero” (Prames)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una historia testimonial y con una fuerza descomunal desde la edición, cuidada y exquisita, de Prames Ediciones.

Javier Benito investiga y realiza un trabajo meticuloso y preciso sobre la vida de un hombre como tejida para un personaje y una vida “de película o de las que debían de plasmarse, como hace Javier Benito, negro sobre blanco.

Un libro tan emocionante como emotivo y, a la vez, estremecedor porque estás leyendo algo que pasó, aconteció...

Narra la vida de Manuel Joaquín Hueso Argente más allá de como funcionario de prisiones, como persona humana y cargada de “su propia manera de entender el humanismo”.

Con la lectura de este libro la lectora o lector romperá muchos estereotipos y pude que aprendamos a dejar atrás no pocos prejuicios...no nos vendrá mal...

Lo edita Prames dentro de su colección Temas.

La sinopsis: «Cautivo de sus circunstancias, de los cinco hijos menores y la mujer a los que había de proteger y debía mantener ya no sabía cómo, y desarmado e impotente para seguir hacia un destino desconocido, pero sin duda terrible a un bando ahora en retirada que en su día estuvo a punto de matarle y le encerró, que le procesó por desafecto y que, a pesar de ser absuelto, le intentó desterrar sin la mínima confianza en él. Manuel Joaquín, aquel hombre lleno de coraje que de joven aprendió a sangre y fuego a valorar la vida y el respeto hacia los demás, que siempre apreció la educación, al que no le importó ponerse el mundo por montera casándose con una mujer 26 años más joven que estuvo a su cargo como reclusa por abortar; aquel hombre que se atrevió a denunciar alguna prácticas caciquiles, que siempre tuvo un trato humanitario con todos los presos sin distinción alguna y que en su día le salvaron la vida, aquel hombre, el Carcelero, no encontró al final más salida que la rendición moral ni más esperanza que la clemencia del bando sublevado que ahora se hacía con el poder en Caspe e iba camino de ganar la guerra».

La historia real de este personaje es la excusa de Javier Benito para ofrecer una extensa y profunda visión del acontecer histórico de España, desde la pérdida de Filipinas hasta la Transición, con una particular visión en detalle hacia Aragón.

El autor, Javier Benito: "He tenido la suerte de poder ganarme la vida con la palabra. Hablada, en mis primeros pasos de periodista en Televisión Española y en algunas colaboraciones en radio. Y sobre todo escrita, donde toqué todos los palos en la Agencia Efe y especialmente en Heraldo de Aragón. Siempre me interesaron la política y particularmente los grandes asuntos que marcaron la identidad colectiva de Aragón desde la Transición, como el desarrollo autonómico o las sucesivas tentativas de trasvase del Ebro. En 1993 gané el premio de periodismo Ramón Pignatelli por mis trabajos sobre agua. En su día entrevisté a José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. También profundicé en su momento, entre otros muchos asuntos, en la financiación autonómica. E hice un prolijo seguimiento de las acciones de las USAF en Zaragoza antes y durante la Guerra del Golfo, hasta su abandono de la Base aragonesa y la de Torrejón, que en su momento adelanté antes que ningún otro medio. He desarrollado igualmente la faceta del periodismo institucional como jefe de Prensa de las Cortes de Aragón en la legislatura 2007-2011 y como responsable de prensa de varios departamentos del Gobierno de Aragón en la legislatura 2015-2019. Mi retirada involuntaria del periodismo activo me ha permitido sin embargo afrontar un gran reto pendiente que ha cobrado forma en este libro: El Carcelero".

 

 

 

 

Cazarabet conversa con Javier Benito:

-Javier, ¿nos puedes hablar de tu libro El Carcelero? ¿cómo nos lo presentarías porque no es una novela de ficción... en cambio, ni la mejor ficción hubiese podido desarrollar una trama que te sumerge tanto en la lectura?

-Bueno, el protagonista en sí tiene una grandísima historia detrás: la dura experiencia como prisionero arrojado a los cerdos para que lo devoraran durante la Guerra de Filipinas le marcó de por vida tres lograr evadirse y salvarse y le infundió un respeto diría sagrado hacia los demás y particularmente hacia los reclusos cuando él mismo logró, de forma un tanto épica, hacerse funcionario de prisiones y ejerció como tal durante distintos regímenes; la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera, la II República, la Guerra Civil y los primeros años del Franquismo. Para mi este proyecto se convirtió en una misión, porque Joaquín, Manuel Joaquín ‘El Carcelero’, era mi abuelo materno, había un deseo latente en toda la familia de recopilar su historia y creo que yo era el más indicado y además tenía en este momento la oportunidad de hacerlo.

-Podríamos definirlo, si hablásemos de géneros, de una especie de mezcla híbrida entre ensayo y novela, aunque se trate de relatar el episodio humano de una persona que dejó huella... ¿Qué huella dejó?

--Sí, efectivamente el relato se desarrolla en diferentes estilos o géneros. Hay muchos momentos recreados a partir de escasos datos y testimonios que podrían verse como novela histórica. Así arranca el libro y de hecho reconozco que al principio tuve la tentación de seguir en esa línea. Pero mi objetivo fundamental era contar la historia de la forma más fiel posible y reflejando además el complejo y a menudo agitado contexto histórico en que le tocó vivir al protagonista. Así que a veces carecía de documentación que relacionase directamente a Manuel Joaquín con acontecimientos que sin embargo consideré que debía explicar, como la mal llamada ‘gripe española’. Por esa razón ese u otros capítulos son eminentemente documentales, mientras que en otros también introduzco apuntes complementados en numerosas notas donde me posiciono personalmente sobre distintos asuntos, lo que se acercaría más al ensayo. Yo si tuviera que poner una etiqueta al relato sería una crónica, donde -como género bastante libre del reportaje periodístico- me siento más cómodo.

En cuanto a la huella que dejó mi abuelo, en el desarrollo de este trabajo he tenido la enorme satisfacción de poder comprobar que -además de su familia y de todo su pueblo, donde fue una persona muy apreciada-, se ganó el respeto, el reconocimiento e incluso el cariño de la mayoría de las personas con las que trató y especialmente de presos cuyos descendientes lo siguen recordando hoy en día con gran afecto. Creo que su ejemplo de bondad y compromiso colectivo es la mayor huella que podemos dejar cualquier persona, más allá de quien ambicione además la fama.

-Pero lo de tratar hechos que fueron, sí o sí, y el acercarse a una persona como haciéndole un retrato detrás de él; ¿qué te supone?, porque la documentación; el contrastar datos y demás, debe someterte a una disciplina muy, muy fuerte, ¿no? ¿Esto no te genera ansiedad?

-No, ansiedad, no. Sí tensión, obviamente. Pero, por una parte, considero que cierto grado de tensión es necesaria e incluso imprescindible en cualquier tipo de actividad si quieres que las cosas salgan bien. Y por otra, ahora disponía de tiempo y no tenía ningún tipo de presiones detrás. A veces resultaban un tanto frustrantes las gestiones infructuoses o las largas esperas en la búsqueda de fuentes documentales directas (la investigación se desarrolló durante la peor fase de la epidemia de covid). Pero vamos, nada comparable con la ansiedad que cualquier periodista ha podido experimentar cuando a veces surgen complicaciones a la hora de cerrar una pieza de radio o televisión para entrar a tiempo en un boletín o informativo, o bien un artículo de prensa cuando se acerca el cierre de edición.

-Pero , además, era una persona muy, muy cercana  a  ti. Coméntanos, ¿qué te supone esto?

-De entrada una gran responsabilidad. Si de por sí me gusta hacer las cosas bien, ahora tenía que ser lo mejor posible, y aun así resultan inevitables pequeños errores. También un compromiso personal, primero para conocer bien la historia y después para entenderla y explicarla a su vez. Como decía antes, para mí este libro se convirtió en una misión. Porque además del Carcelero estaba su segunda mujer, mi abuela, a la que conoció como reclusa a su cargo, condenada por abortar; un delito que, como recuerdo en el libro, no se abolió hasta la regulación de 1985, siete años después de aprobarse la actual Constitución. A mi abuelo no lo llegué a conocer; murió mucho antes de nacer yo. A mi abuela sí, era 26 años más joven que él y aun así tuvieron nada menos que siete hijos, entre ellos mi querida madre Anita, por la que hice este trabajo. 

-Lo que sí pasa es que sufres mucho al saber que estos hechos se dieron y es que la realidad siempre supera a la ficción...

-Hay una máxima según la cual la comedia es igual a drama más tiempo. No estoy de acuerdo; es así en muchas cosas, pero hay otras tan terribles que jamás pueden condensarse o reducirse hasta lo irrisorio; al menos yo no lo creo. Y en esta historia, que de alguna forma es la historia de todos, hay muchas cosas terribles. Sin profundizar en cuestiones como los campos de exterminio nazis, a los que hago alguna referencia por varias víctimas aragoneses, de lo peor que le tocó vivir directamente a mi abuelo fueron las terribles ‘sacas’ de presos que había de entregar obligatoriamente y eran llevados a fusilar, tanto con uno como con otro bando durante la Guerra Civil, así como presos republicanos víctimas de la represión franquista ya en la posguerra.  

-¿Qué peso supone en este libro, amigo, tu experiencia como periodista en todos los campos?

-Bueno, la experiencia como periodista quizá me ha aportado la perseverancia en la búsqueda de información fidedigna, la disciplina –cada vez más relajada desgraciadamente- de contrastar los datos y los testimonios, o el hábito de insistir hasta conseguir lo que buscas. Pero, a veces vinculados a la profesión pero a menudo no, también han sido importantes los contactos personales y las relaciones de confianza tejidas durante años.

-Las experiencias periodísticas en campos como las entrevistas a presidentes, el escribir sobre los entresijos de la Transición, sobre todo en Aragón, la presencia de la USAF en Zaragoza en torno a la Guerra del Golfo... ¿cómo te marcaron?

-Gracias por el apunte biográfico. Creo que sí me marcaron en el sentido de que algunas de las cuestiones que me más me han preocupado como ciudadano y más me han ocupado como periodista aparecen reflejadas y en parte explicadas en este trabajo. Aunque puede haber más asuntos, destacaría dos especialmente; el desarrollo autonómico y la despoblación. No entro aquí en detalles, pero sí quiero resaltar que la Guerra Civil, que castigó a Aragón por encima de cualquier otro territorio, fue la puntilla para el vaciado y el abandono de muchísimos pueblos de nuestra Comunidad, muchos de los cuales ya habían sufrido antes lo suyo durante las guerras carlistas, como bien sabéis en el Mas como portal del Maestrazgo.

-Todo lo anterior te valió luego para pasar a desarrollar el periodismo institucional... ¿ese otro periodismo como que es al otro lado de la acequia?

-Curiosa la analogia y, sí, en cierto sentido es así, más como un río que como una acequia, si entendemos la información como el agua necesaria para regar las conciencias de ciudadanos libres. Y hacen falta las aportaciones de ambas márgenes. En esa faceta tuve la suerte de colaborar en su día como jefe de Prensa de las Cortes de Aragón con el presidente Francisco Pina, quien me hizo ver que –a diferencia de tantos jefes mediocres- la fortaleza de un líder es la que genera, con su propio margen de maniobra, su equipo de confianza. O también que un auténtico líder es aquel capaz de coger una bandera y tirar en solitario para adelante hasta que se vuelve y comprueba que tiene tras de sí una multitud de seguidores. 

-Hablas de tu salida del periodismo como “hecho involuntario”... bueno, cuando una puerta se cierra se abre una ventana, suelen decir. ¿Lo podemos afirmar en este caso?

-Sí, en cierto sentido sí. Por diversos avatares me quedé fuera de juego profesionalmente con 58 años. Probé la formación en marketing de cara a la comunicación empresarial, que siempre será imprescindible, pero enseguida vi que el de la edad, como otros ‘ismos’, es muy real, así que descarté alimentar la frustración y, ya que podía, opté por una jubilación anticipada menos mala que otras alternativas pese a la sustancial merma de ingresos que sufrí. Al margen de mi caso particular, lo que me parece más lamentable de esta situación tan generalizada es la gran pérdida de talento que se está produciendo en muchos campos.

-¿Si no hubiese sido por eso no hubiese sido posible el libro, El Carcelero o éste se hubiese demorado por más tiempo al no poderte dedicarte de la manera en que lo has hecho?

-Así es. Por eso como decías se abrió esta ventana. Tenía intención de abordar este reto personal tarde o temprano, pero sin el tiempo de que he dispuesto habría sido del todo imposible de momento. 

-Es un libro en el que el protagonista desborda, sobre todo, humanismo y entrega... una persona cargada de valores que se la juega por ello...

-Me alegro de que esa sea vuestra percepción como lectores. Yo, como te decía, pese a mi vinculación personal he procurado reflejar la historia de la forma lo más fiel posible a la realidad, tanto del protagonista como del contexto en el que le tocó vivir. Fue para mí un motivo de satisfacción que mi editor, Rafa Yuste, de Prames, especialista en historia, dijera en una reciente presentación del libro que éste no estaba marcado por sesgos ideológicos. Con independencia de que yo no oculte para nada mi inclinación personal como ciudadano de izquierdas.  

-Lo que viene a ratificar que las personas incómodas, para unos y para otros, son las que verdaderamente llevan el peso de “cierta razón humana”, pudiéndose equivocarse o no, pero al menos no hay mala intención, solamente ausencia de malicia...

-En el libro, aparte de mi abuelo, hay algún pasaje dedicado a Gumersindo de Estella, un fraile que se distinguió por su dolorosa empatía como confesor en la prisión de Torrero con una multitud de víctimas fusiladas allí, reconocido en su día como “cordero entre lobos” y como exponente de “la tercera España”; la que no pudo impedir la Guerra Civil pero la sufrió de lleno. Me interesa mucho ese concepto de ‘la tercera España’, quizá vigente aún en diversos sentidos, en la que seguramente se podrían encuadrar tanto mi abuelo como el padre Gumersindo de Estella. Aunque, por algunos valiosos testimonios escritos, los propios hermanos capuchinos de este fraile se caracterizaran en Zaragoza, a diferencia del resto de España, por la delación de desafectos y su crueldad con los presos republicanos. Paradójico y contradictorio, como la vida misma.

-Quizás sean personas que sufran mucho porque tontas precisamente no son y sufren al saber que ellos mismos puedan ser “como juzgados” de manera constante por unos y por otros... que tienen amistades, pero que ¿hasta qué punto son amistades sinceras?, les pesa el constante prejuicio al que son sometidos...

-En el caso de mi abuelo, bien que lo pagó, especialmente cuando en plena Guerra Civil le intervinieron una carta donde simplemente advertía a una amiga de Utrillas de lo delicada y peligrosa que era la situación en Caspe y solo por eso lo procesaron por hostilidad y desafección al régimen y, pese a ser absuelto, lo pretendieron ‘desterrar’ a Almería.

-¿Y todo por no ser parte de los dogmas que rodeaban y rodean el mundo de las ideas?, ponía “al factor humano” por encima de cualquier otra consideración...

-Bueno, supongo que nadie podemos abstraernos totalmente de nuestro entorno en cada momento, pero evidentemente Manuel Joaquín Hueso Argente rompió bastantes moldes: se esforzó en adquirir una formación autodidacta y en aprovechar las oportunidades para superar sus condicionantes que limitaban su vida como mero jornalero; procuró dar a su primera hija una esmerada educación generalmente reservada a las clases más pudientes; en su día denunció algunas prácticas caciquiles; llegado el momento no le importó volver a casarse con una mujer 26 años más joven que él que había estado prisionera a su cargo por abortar; y siempre, siempre, brindó en la medida de lo posible un trato humanitario a todos los presos que tuvo a su cargo.  

-¿De esta manera lo podríamos calificar como humanista?

-Supongo que sí. Para mí, sin duda. Aunque no plasmara por escrito ninguna construcción intelectual en ese sentido, sí que lo reflejó, lo que es más importante, en su conducta y su actitud hacia los demás. 

-De todas maneras, a él los propios presos le salvan la vida como que “le avalan” el latido del paso por ésta, ¿no?...

-Así es. El intento de golpe de Estado de 1936 le cogió destinado en la prisión de Caspe, donde el tristemente célebre capitán Negrete de la Guardia Civil se sumó a la sublevación y encarceló a diversos dirigentes republicanos. Éstos salvarían después la vida al ‘Carcelero’ cuando las columnas llegadas desde Cataluña y Valencia recuperaron a sangre y fuego el control de la ciudad. “Una vez encarcelados por Negrete, (…), ingresamos en una celda especial donde recibimos toda clase de atenciones por Manuel Hueso, jefe de la prisión. No fuimos objeto de ninguna amenaza, pero sí mucha amabilidad, hasta facilitarnos tabaco, leche y café, permitirnos ver a nuestra familia a pesar de tenernos incomunicados por orden del referido capitán y órdenes severas sobre nuestra detención. Se nos permitía durante el día el acceso a otras celdas contiguas para no hacernos tan pesado nuestro encierro. Donde podemos acreditar que, una vez liberados por las fuerzas leales, éstas querían fusilar a los carceleros, imponiéndonos nosotros enérgicamente ya que solamente habíamos recibido atenciones y alientos para obtener de nuevo la libertad. Nuestras fuerzas al ver nuestra actitud y nuestros razonamientos le contestaron: «Esto te salva»”. Así lo atestiguaron varios de aquellos presos al año siguiente, en 1937, durante el proceso por “hostilidad y desafección al régimen” al que fue sometido durante la singular etapa del Consejo de Aragón.

-¿Por qué se granjea nuestro protagonista tantos “enemigos”; por qué es tan incómodo?

-En realidad no creo que tuviera tantos enemigos. Al revés, me resulta muy llamativo que tantas personas dieran la cara por él en distintos momentos sin nada que ganar, en circunstancias tan adversas y también bajo bandos contrapuestos. Claro que había quien desconfiaba de él. Especialmente en tiempos convulsos es cuando más se buscan lealtades incondicionales, pero por encima de eso ha de estar siempre la dignidad humana, algo que él trato de preservar en todo momento con los presos a su cargo.  

-¿Qué peso tienen en él esas ideas tan bien formadas, desde esa educación que tanto valoraba nuestro protagonista, Manuel Joaquín Hueso Argente?

-Por sí mismo comprendió pronto la importancia capital de la educación y luego procuró brindar la mejor posible entonces a su primogénita. Lo lamentable, además de muy triste, es que la mayoría de sus otros hijos, los del segundo matrimonio, retrocedieran después a causa de la Guerra Civil hacia el analfabetismo generalizado de varias décadas atrás, como tantos y tantos niños en aquellos años.

-Pero en aquellos tiempos poca gente creía como él, y otros, pero pocos, en la educación como pilar de pilares, ¿no?; ¿por qué crees?

-A principios del siglo XX más del 60% de la población española no sabía ni leer ni escribir, más aún en el medio rural y sobre todo las mujeres. En muchos pueblos la mayoría de los habitantes eran jornaleros sin tierras propias y sin muchas más expectativas que la mera subsistencia, que a menudo tampoco hacían nada fácil los caciques locales que dominaban en toda España durante el régimen de la Restauración. En esas circunstancias era difícil pensar y la escuela a menudo era vista como una pérdida de tiempo. Los niños pronto habían de ir labrar el campo o a cuidar el ganado y las niñas igual, además de ayudar en las faenas del hogar y, si tenían ocasión, ir a servir a casas de los más pudientes para ahorrar gastos y traer algo a casa. Y en la posguerra se volvió prácticamente a la misma situación, como le ocurrió a mi propia familia. 

-De todas maneras, lo de la educación o te lo crees de raíz o no te lo crees... porque la educación nos atañe en todos los aspectos sociales, desde la familia a la escuela, a la sociedad en sí, ¿no?

-Por supuesto. La educación, y así lo recoge nuestra Constitución, es un derecho fundamental. Sócrates ya decía en la antigua Grecia que “el conocimiento os hará libres” y, cuatro siglos después, Jesucristo proclamó –según el evangelio de San Juan- algo parecido, pero distinto: “La verdad os hará libres”. En algún punto o alguna nota del libro recuerdo que la trascendente Institución de Libre Enseñanza surgió a finales del siglo XIX de un grupo de catedráticos de Madrid que, entre otras cosas, antepusieron su libertad de cátedra frente al dogmatismo católico, como defensores del método científico próximos a las teorías de Darwin. La educación ha de ser sagrada, valga la expresión, y por supuesto orientada siempre al desarrollo de un pensamiento crítico. 

-¿Es por la educación y por el amor a ella que él tenía la mente tan abierta y que supo plantar cara a todo porque rompe muchos estereotipos y plantar cara a ciertos cosas que iban en contra de sus idearios, manera de concebir la vida o lo que él consideraba que estaba bien o mal?

-La educación en sentido profundo y amplio no es ni de lejos la mera acumulación del saber enciclopédico, que nunca está de más, pero ante todo la veo como como el cultivo de una curiosidad intelectual que permite adquirir y ampliar un conjunto de conocimientos, habilidades y destrezas útiles para relacionarse y desenvolverse con éxito primero en el entorno más próximo y después ampliando horizontes geográficos y culturales. Y eso pasa necesariamente también por el desarrollo de unos valores –como el respeto, el sentido de la justicia o la solidaridad- que a menudo se hacen patentes en las personas más sencillas y humildes, mientras supuestos intelectuales derrochan vanidad y desprecio hacia los demás.

-El cultivar el humanismo, quizás hasta podríamos hablar de “el cuidar de la bondad”, ¿puede ser algo más que una opción en cualquier contexto, escenario... sea quien sea de quien estemos rodeados?

-Entiendo que es una forma de ser, una actitud general ante la vida, que evidentemente no nace de la nada, sino que viene en parte heredada del ejemplo que recibimos en nuestra familia y en otra parte se va construyendo en función de las experiencias que vamos teniendo y la forma en que afrontamos las adversidades. Mi abuelo superó de forma sobresaliente muchas pruebas y creo que ante todo dio un ejemplo de bondad. Pero también he de decir al margen de su historia que personalmente estoy convencido de que todos somos capaces tanto de los mayores sacrificios a favor de los demás como de las mayores atrocidades; y que los héroes se acabaron en la realidad cuando se inventó la tortura. De ahí la necesidad de desarrollar nuestra conciencia racional y de fomentar desde la infancia los valores de la convivencia colectiva y de preservar la paz.   

-¿Puede que una de las mejores características para vencer un poco a todo de tu abuelo fuese la empatía que mostraba... esa capacidad de ponerse en la piel de los que estaban presos mientras él era su carcelero?

-Sí, desde luego. La impresión que saqué de la investigación y que reflejo en el libro es, como he dicho antes, que la traumática y aterradora experiencia que sufrió como prisionero en la guerra de Filipinas le marco de por vida en sentido positivo, salvaguardando ante todo la dignidad de cualquier persona.  

-Y es que, en nuestro imaginario, puede que corrompido por las pelis, las series y demás, puede que sea el de un funcionario de prisiones abusón, corrupto... -aunque también hemos conocido de todo, es verdad-.

-Es que el mundo de las prisiones da mucho juego en ese sentido. Pero creo que no me corresponde ni procede hablar aquí y ahora del sistema penitenciario y la situación actual en España por más que sea un asunto de interés periodístico. No obstante, sí considero que, de alguna forma, “El Carcelero” viene a romper una lanza en general a favor de los funcionarios de prisiones.

-Amigo, háblanos, por favor, háblanos del proceso de documentación, entrevistas, testimonios. ¿Qué ha sido lo más fácil y qué ha sido lo más difícil?

-Me pasa un poco lo de la memoria selectiva: sí que ha habido gestiones complicadas por diversas razones, partiendo como he dicho antes de que estábamos en plena epidemia de covid, pero tampoco quiero acordarme de los detalles. El punto de partida fueron los testimonios primero de mi madre y después de mis tíos, que corroboré, perfilé y completé después a través de diversos archivos del Estado, de Aragón y de diversos municipios, como Alcañiz. Asimismo, busqué y contrasté información a través de numerosas fuentes bibliográficas, de internet y de televisión. Lo más gratificante durante el trabajo fue localizar y hablar con descendientes de algunos de los presos que mi abuelo tuvo a su cargo y comprobar el aprecio que le guardaban. Y por supuesto que dos de mis tíos pudieran llegar a ver –y pulir en su caso- el primer borrador del libro. 

-¿Y cómo lo ha sido tu metodología de trabajo?

-Un poco anárquica quizás, pero en todo caso perseverante. Lo primero fue acabar de recopilar testimonios, luego recabar y estudiar la documentación de archivos oficiales y después ir construyendo el relato y rellenando vacíos con documentación adicional. Una metodología un tanto anárquica como digo porque no me marqué una rutina de preestablecida, sino que me dejaba llevar a veces por la concentración y a veces por la distracción. De forma que igual me entusiasmaba con lo que iba hallando e hilando y me tiraba horas y horas, incluso noches enteras escribiendo hasta el amanecer, como me tomaba a veces días enteros de descanso para desconectar y atender otros asuntos. Pero también fui perseverante, porque mantuve la ruta todo el tiempo aunque a veces fuera con piloto automático.

-De momento, ¿cómo has visto acogido este trabajo tuyo?

-En cuanto a ventas no os puedo decir; os daría más detalles Prames, que ha editado el libro en papel junto al Instituto de Estudios Turolenses de la Diputación Provincial de Teruel, que enseguida aceptó la publicación cuando se lo propuse en 2022, aunque hubiera que hacer algunos ajustes. Pero en cuanto a mi percepción sobre la acogida de momento es muy positiva y espero que vaya a más. Llevamos la obra primero a la Feria del Libro de Teruel y no fue mal, y además el Diario de Teruel nos dedicó varias informaciones por las que les estoy muy agradecido. En la Feria de Zaragoza fue bastante bien, porque prácticamente se agotaron los ejemplares que llevamos para firmar.  También hemos hecho hasta ahora dos presentaciones; una en Cuarte de Huerva, donde vivo, de la mano de la Asociación de Mujeres Progresistas a la que me honra pertenecer, y otra en Montalbán (Teruel), el pueblo de mi abuelo, donde estuvo destinado en varias ocasiones y donde conoció a mi abuela como reclusa. Allí la Casa de Cultura casi se quedó pequeña y se agotaron también los ejemplares que firmé. Ahora espero que podamos hacer todavía tres presentaciones más, aunque todavía no hay fecha: una en Zaragoza capital, otra en Caspe y una más en Alcañiz, a la que espero que vengáis. 

-Amigo, ¿en qué andas metido ahora; en qué estás trabajando; nos puedes dar alguna pista?

-Bueno, me gusta tomarme las cosas con calma y aprovechar mi libertad actual, dentro de las limitaciones económicas, para disfrutar un poco del ‘dolce far niente’, que en realidad no es ‘niente’, porque tengo diversas y variades aficiones como la micología (buscar setas y cocinarlas), el windsurf que quiero recuperar poco a poco en la Estanca de Alcañiz, el esquí en invierno, o la pesca de la trucha a la que me enganché de chaval, en el Pirineo y también en diversos parajes de Teruel como Montoro o Pitarque y, por cierto, también en Mas de las Matas, que antes del encauzamiento del Guadalope (para mí equivocado) a su paso por allí albergaba numerosas y preciosas truchas comunes en sus corrientes y badinas.  Tengo alguna idea para algún otro libro, pero aún está muy verde y, en todo caso, sería muy distinto, seguramente más ficcionado. Ya veremos.

 

 

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Cazarabet

Mas de las Matas (Teruel)

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