Cazarabet conversa con... Pablo Aguirre Herráinz, autor de “Ya no hay vuelta atrás. El
retorno desde el exilio republicano español (1939-1975)” (Centro de Estudios
Políticos y Constitucionales)
Pablo Aguirre Herráinz indaga,
investiga y reflexiona sobre “el retorno desde el exilio republicano español”
entre 1939 y 1975.
El ensayo lo editó el Centro de
Estudios Políticos y Constitucionales desde la colección Política y Sociedad en
la Historia de España.
El libro consiguió el Premio Miguel Artola de 2018
El prólogo del libro se lo hace a
pablo Aguirre, Jesús Vicente Aguirre y la presentación del mismo corre a cargo
de Carlos Gil Andrés.
Lo que nos dice el libro:
Cuando la Guerra Civil española se aproxima a su final, cerca de 470.000
personas cruzan la frontera pirenaica. Todas huyen de las bombas, muchas,
también, de la represión desencadenada por las tropas sublevadas. A lo largo de
ese mismo año de 1939 una gran proporción de la población española refugiada en Francia regresa a España. El resto, una tercera
parte del total, se niega a volver, dando comienzo a uno de los exilios más
duraderos del siglo XX europeo, así como a la mayor expatriación conocida en
nuestro país desde la expulsión de los moriscos.
Ya no hay vuelta atrás es la historia de estos hombres y mujeres que se fueron para no volver en mucho tiempo, o
para no volver nunca. Es también la historia de sus sueños y proyectos, de sus frustraciones,
sus lamentos y, por qué no, sus pequeñas miserias.
Pablo Aguirre Herráinz:
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Cazarabet conversa con
Pablo Aguirre Herráinz:
- Pablo,
¿qué fue lo que te hizo emprender este libro sobre el exilio...?
-Yo había trabajado la acogida de los refugiados
republicanos de la Guerra Civil en Francia para el año 1939 como tema para mi Trabajo
Fin de Máster. Me había centrado en su llegada al Departamento de los
Bajos-Pirineos (hoy Pirineos Atlánticos), donde se encuentra el tristemente
célebre campo de Gurs. Cuando terminé el Máster me planteé la posibilidad de
seguir explorando ese tema, pero recuerdo que tuve unas conversaciones con el
que por aquel entonces parecía que podía convertirse en mi director de tesis
(al final acabó siéndolo), el profesor Gonzalo Pasamar de la Universidad de
Zaragoza, y me sugirió este tema. Me dijo: “¿Sabes que está poco trabajado
sobre el exilio republicano que has empezado a estudiar? El tema del retorno
desde el exilio”.
Llevaba razón, era algo relativamente poco estudiado, que
bien merecía una Tesis Doctoral. Sin embargo, yo no lo tenía muy claro. No tenía
ni idea sobre cómo empezar. Para mí hubiese sido más fácil volver a lo que ya
conocía, la Francia de 1939, y no salir de ahí, pero al final me dejé llevar y
me fui comprometiendo con la propuesta de Gonzalo. Creo que fue para mejor. Me
compliqué la existencia un poco, es cierto, pero salió una aportación más
novedosa.
-Pero ¿es un libro diferente sobre el exilio?, ¿es por la
perspectiva en que lo miras...y en la que encaras y miras este fenómeno?
-El libro tiene dos grandes partes. La primera no es muy
original, pero ayuda a que el lector o lectora se pueda ubicar. Si conoce el
tema, que lo repase (cómo se inició el exilio, qué lo caracterizó, dónde fueron
los exiliados…), si no lo controla, que pueda hacerse con un contexto mínimo
para entender lo que viene después. La segunda mitad de la obra es la que
aporta, o intenta aportar, una mirada algo diferente. Digo “algo diferente”
porque en la producción del conocimiento nada es nunca original o inédito al
cien por cien, lo cual por otra parte no solo es natural, sino necesario.
Seguimos estudiando aquello que alguien señaló ya antes, y si el tema es
completamente nuevo, de igual modo hemos llegado a él por lo que otros hicieron
antes. Pero respondiendo a la pregunta, que me voy por las ramas, la gran
originalidad del libro es la de haberse escrito pensando en el retorno en todo
momento.
Verás, en muchos otros libros sobre el exilio el regreso
desde aquel suele ocupar un capítulo final, una suerte de epílogo o conclusión
sobre qué fue de los exiliados al final de sus vidas. Esta configuración hace
además que pensemos en el retorno desde exilio como un broche biográfico que se
produce al final de la vida del desplazado, algo que es radicalmente falso, como
precisaré más adelante. En mi caso traté de “empezar el libro desde el final”,
haciendo que fuese la expectativa de retorno lo que marcase el compás.
-¿Qué aporta de diferente y diferencial respecto a otros
estudios sobre el exilio republicano español?
-Ahondando en lo anterior y para no ser tan ambiguo, el
libro aporta tres cosas diferentes. De menos a más:
1) intenta rastrear los retornos que se produjeron a lo
largo del exilio, allí donde se concentren, lo que a la postre redunda en un
relato que va desde el año 1939 (en el que ya hay retornos, y muchos) hasta
1975, cuando muere el Dictador, e incluso más allá. No obstante este es un
apartado en el que lo que he podido aportar es, desde el punto de vista
investigador, un avance muy modesto. Una sola persona en cinco años cubre poco
terreno de archivo.
2) más allá de estudiar el regreso como “desplazamiento
geográfico”, ha sido mi intención explorar de qué modo permea la condición del
exiliado, es decir, ¿hasta qué punto la expectativa del retorno, o de un tipo
de retorno u otro, prefigura una actitud ante el exilio u otra?, en este
sentido puedo adelantar que el retorno mayoritario que imaginaron los exiliados
(un regreso triunfal) complicó mucho la experiencia del regreso real que más
tarde ensayaron, aunque no fue el único factor; y
3) en este intento por radiografiar el exilio desde la
perspectiva del retorno, he intentado no quedarme solo en lo personal y
declarativo (los deseos de las personas) sino en ver cómo las condiciones
materiales, psicológicas y la intervención de otros factores, influye en lo que
al final un exiliado puede o no puede hacer. Esto último quizá suene todavía un
poco ambiguo, pero según avance esta entrevista confío en que lo vayamos
desmigando…
-De exilios ha habido siempre, pero no hay dos exilios
iguales ,¿no?, cada exilio está motivado por una serie de circunstancias,
¿verdad?, coméntanos...
-Los propios exiliados cuando nos hablan de sí mismos
suelen hacer alusión a esto. Unos te dicen: “cada caso es diferente”, y otros
en cambio afirman: “esta es la pena común del desterrado”. Estas dos frases
reflejan muy bien la paradoja del exilio humano, y en general, de las
desgracias que sufrimos las personas. Ante el trauma y la pérdida, cada uno
reacciona de una manera distinta, pero los seres humanos compartimos en este
caso una patria común: el dolor. Todos los exiliados sufren. Algunos pueden
disimularlo o superarlo antes, otros se recrean en ello. Puede que unos pocos
lleguen a reinventarse, reconstruyendo un mundo tanto o más rico que el que
perdieron, pero lo normal es que el exilio se cobre siempre un precio. “La
expatriación talla a las personas con dureza”, he escrito en este libro, y
ahora regreso a esa frase.
Cuando uno ha perdido no solo los lugares de su infancia,
o de media vida; cuando uno ha perdido además a seres queridos (no olvidemos
que el exilio republicano español procede de una Guerra Civil previa, y que en
el exilio muchas familias fueron separadas), cuando uno ha perdido, además, un
proyecto personal y colectivo, en muchos casos, y además carga por el mundo con
la sensación de no ser bien recibido, de no haber sido ayudado, y por si fuera
poco, cuando uno empieza a sospechar que no se va a hacer justicia, que el
mundo va a seguir adelante y es posible que no haya reparación posible… cuando
uno contempla a la vez todas estas circunstancias hace falta un talante, una
templanza, muy particulares, para no hacerse añicos. Así que sí, cada uno
reacciona ante el dolor de una manera, pero incluso quienes reaccionan “bien”,
si les rebuscamos entre la ropa, encontramos cicatrices. Ninguna herida sana
sin ellas.
-Pero los exilios y el exilio republicano español en
concreto no fue “la panacea”...quizás porque los exilios nunca lo
son...exiliarse no es un capricho y muchas veces, además, comporta llegar a un
país en el que la acogida no es la que debería ser...por ejemplo muchos
españolas y españoles atravesaron la frontera con Francia y jamás imaginaron
que en el país de la fraternidad, la libertad y la igualdad se encontrarían
con muchas insolidaridades...
-Hay una verdad muy triste en la historia contemporánea
de la especie humana y que afecta por igual a exiliados, emigrantes económicos,
o cualquier otro tipo de desplazado… Por lo general las comunidades humanas no
somos ni comprensivas ante el otro ni mucho menos acogedoras. Voy a poner un
ejemplo muy inocente, pero muy significativo a mis ojos. Un día me dijo
alguien: “estoy harto de tales inmigrantes, vas por el barrio y oyes su música,
que está muy alta, hueles su comida, que es muy distinta, y encima les escuchas
hablar su idioma por todas partes. ¡No quieren integrarse!”.
Las personas, desde que comenzamos a hacernos sedentarias
y cultivar la tierra, atesorar propiedades, bienes… hemos generado una dinámica
que ahora hemos llevado más allá. Tu vecino puede ser un cretino, pero es tu
vecino, le tienes que aguantar. Te imaginas que formáis parte de algo mayor (de
esto va el nacionalismo). El que viene de fuera en cambio… tenemos otra vara de
medir para él. No basta con que acepte nuestras leyes, nuestros peores
trabajos, si no se convierte de la noche a la mañana en “uno más de nosotros”
(que coma los mismo, escuche la misma música, hable igual) es que “no se ha
integrado”. E incluso si sí lo hace, nunca olvidamos que vino de fuera, y si un
día tenemos un enfrentamiento con él, lo mismo se lo reprochamos.
En 1939 pasó esto que estoy comentando, pero elevado a la
centésima potencia. Los españoles fueron muy mal recibidos en Francia, al menos
en un primer momento, y buena parte de la opinión pública gala hubiera
preferido que nunca hubiesen cruzado la frontera (algunos, incluso, hubieran
preferido que se les hubiera impedido entrar a golpe de bala y alambre). A esto
se suma, también, que la Guerra Civil española había sido cubierta de manera
muy partidista por el resto del mundo: cada uno contó su versión sobre quiénes
eran los buenos y los malos, y eso explica que la derecha francesa y quienes
eran de esa sensibilidad, o se vieron afectados por sus soflamas, creyeran que
se les venían encima criminales, “diablos rojos”… en una palabra, los indésirables
(indeseables). Por supuesto no todos reaccionaron así. La izquierda
francesa y otra parte de la ciudadanía intentó recordar la tradición de asilo
francesa y los valores revolucionarios de 1789, e hizo honor a ella.
En cualquier caso, es el tiempo el que suele, como hace
siempre, restañar las heridas. Los españoles que se instalaron en Francia, que
pelearon en Francia contra los nazis, que tuvieron hijos, que establecieron
vínculos… con el tiempo fueron siendo mayoritariamente aceptados. Pero no hay
derecho a que las cosas sean así. Nuestra sociedad tarda mucho en integrar al
nuevo, y cuando lo acepta y ha pasado mucho tiempo ya está mirando mal a otro
que acaba de llegar. No es que estemos
hechos biológicamente para ser tan xenófobos (tampoco lo contrario). Es un
hecho cultural, y económico. Lo diferente solo nos gusta cuándo y cómo nosotros
digamos, y más importante, las fronteras las hemos levantado para separar
rentas per cápita y evitar que la riqueza se redistribuya. Aunque somos una
especie “inteligente” y gregaria, nos hemos acostumbrado demasiado a no
colaborar, a no sumar. Hemos decidido vivir en la noche del egoísmo, y ahora lo
estamos pagando (me refiero a la crisis sanitaria que estamos viviendo).
-Aunque también hubo gentes que acogieron con un abrazo
fraterno a los exiliados republicanos españoles...
-La verdad, no os voy a engañar, una de las cosas que más
me ha emocionado en los archivos es ver las cartas que muchos franceses envían
a las autoridades prefectorales, en la primavera de 1939, para ofrecer ayuda u
ofrecerse ellos mismos. Considero que es muy importante estudiar estas
manifestaciones de apoyo que se dieron en todo el mundo (no solo en Francia,
desde Noruega se formó por ejemplo un Comité que durante muchos muchos años
ayudaría a los republicanos españoles en suelo galo). En primer lugar, porque
al escribir sobre ello, y recordarlo, les estamos dando las gracias a esas
personas que hicieron algo para que la vida de otras personas fuera menos
penosa. En segundo lugar, porque así evitamos caer en relatos excesivamente
pesimistas sobre nuestra propia historia reciente, algo que tarde o temprano
lleva a la realización de equiparaciones que relativizan una realidad donde no
todos decidimos obrar igual: en la historia no hay buenos y malos, pero sí que
hay personas que, entre las múltiples tonalidades del gris, se destacan más
hacia la claridad o la negrura. Hay verdugos y hay víctimas. En el estudio de
la historia no valen aseveraciones como “era una guerra… ya se sabe”, “era un
exilio… ya te puedes imaginar”. No, no y no. ¿Qué se sabe? ¿Qué tenemos que
imaginar? Hay que estudiar quién reaccionó de un determinado modo, y por
qué. Esto hay que contarlo, y hay que
hacerlo porque, en tercer lugar, la historia no solo está hecha de biografías
individuales.
No. Hemos formado estados, países, instituciones
internacionales, hemos redactado leyes, normativas, derechos… Hemos construido
un sentimiento de responsabilidad colectiva que tenemos que honrar o, en su
defecto y para no ser unos hipócritas, rechazar. Si entre 1939 y 1945 los
europeos se masacraron y se hicieron desaparecer en fosas, chimeneas y tumbas anónimas,
es para que a día de hoy saquemos algo en limpio de todo ello. Y no lo hemos
hecho. Me duele decirlo, pero es una realidad. En la posguerra europea se
plantearon iniciativas para garantizar la paz entre los pueblos y la
salvaguarda de los derechos humanos, pero la Guerra Fría (que es la competición
geopolítica por el poder, una vez más), y luego el neoliberalismo y el
capitalismo salvaje, nos hacen no respetar lo que nosotros mismos hemos
firmado. ¿Exiliados, refugiados? Los sigue habiendo, más que nunca, y nos da
igual, particularmente nos da igual a los europeos, que nunca hemos sido más
ricos, más “democráticos” … La historia no terminó cuando empezamos a tener
lavadoras y televisores en casa. El fascismo y el comunismo no trajeron el
paraíso a la tierra. Tampoco el capitalismo. A ver si nos damos cuenta de una
vez de que somos una generación sin consistencia histórica, y lo vamos a seguir
siendo hasta que no asumamos que en base al pasado que tuvimos tenemos que
construir otro presente.
-El exilio
republicano español, ¿se puede clasificar al margen del lugar elegido para
exiliarse?
-Sí y no. Como he dicho antes, hay una serie de pautas
comunes a todos los exiliados del mundo, ya solo por el hecho de haber sufrido
extrañamiento de su tierra o su hogar. A partir de ahí las diferencias. Pero
volviendo a la clasificación previa, creo que los exilios del siglo XX, y en
particular el republicano español, posee una serie de características
reconocibles:
1)
Es un exilio combativo, en todos los frentes, además. Es un exilio donde se
empuñan armas tanto como pancartas. Esto quiere decir que los exiliados no se
limitan a esperar, ni mucho menos. Intentan, en la medida de sus posibilidades,
concienciar a las sociedades de acogida, y a la propia España (en suma, a la
comunidad internacional), de que el franquismo es un aliado del fascismo,
primero, y un régimen dictatorial inaceptable en un “mundo libre”, después.
2)
En relación a lo anterior, es un exilio muy sacrificado, también. Muchos
exiliados dejaron sus vidas luchando contra el nazismo y sus aliados, durante
la Segunda Guerra Mundial. Otros muchos sufrieron persecución (particularmente
en Francia durante las oleadas anti-comunistas de los años cincuenta), y desde
luego que todos sufrieron el abandono de esa misma comunidad internacional a la
que se buscaba concienciar. Franco no gustaba particularmente a los gobiernos
de numerosos países (Francia, Inglaterra, Estados Unidos al principio), pero
era útil en la nueva situación geopolítica, y ya se sabe. “Ser decente” es un
“lujo” que la política internacional rara vez se permite. Por último, los
exiliados sufrieron el “largo exilio” y el fogonazo de su propio ardor
militante. Más sobre eso después.
3)
En tercer lugar, y de nuevo conectando con lo anterior, es un exilio con un
marcado carácter ideológico. El exilio republicano utilizó la cultura para
todo: para hacer política, cuando la política no se podía hacer abiertamente;
para denunciar al franquismo y mantener la lucha contra el fascismo; para
distanciarse de los “simples” emigrantes económicos; para formar a sus nuevas
generaciones y, por qué no, también, para ganarse la vida (no olvidemos que una
proporción importante -aunque a menudo sobredimensionada- de los desplazados
eran personas pertenecientes a profesiones intelectuales).
4)
El último factor que nos permite reconocer al exilio republicano español con
facilidad en el triste siglo en el que vagó por el mundo, es su extremada
longevidad. Otros muchos exiliados pudieron volver a sus países cuando la
Segunda Guerra Mundial terminó. Los españoles no. Trataron de proseguir su
lucha a través de la diplomacia y de la guerrilla, pero a la altura de los años
cincuenta se dieron cuenta de que el verdadero vencedor de la Guerra Fría era
Franco. Entraron a partir de ahí en lo que llamo “largo exilio”: el
reconocimiento, más o menos consciente, de que el exilio no es provisional, de
que puede ser permanente, de que toca hacer planes para afrontar una vida que
va a ser muy distinta a lo que se ha proyectado durante años…
Estas son, a grandes rasgos, las características del
exilio republicano español. Ninguna de ellas es privativa a aquel, eso sí. Los
exiliados antifascistas italianos también pelearon contra el fascismo en su
expatriación, mientras que los exiliados del Cono Sur destacaron en su labor
por denunciar a los Dictadores que los habían expulsado, los polacos
desterrados realizaron una gran contribución cultural en Estados Unidos y los
griegos o los portugueses conocieron asimismo un largo exilio. El exilio
español tuvo particularidades, pero no caigamos en el ensimismamiento de creer
que fue excepcional. Por desgracia no lo fue. Otros muchos siguieron su
agridulce camino.
-Francia, México, la Unión Soviética, otros países
latinoamericanos...¿cómo fue la diáspora de los españoles y por qué unos
elegían un país y no otra para exiliarse?
-Lo primero que hay que aclarar con respecto a esta
diáspora es que fue muy desigual. Si a Francia habían llegado a la altura de
febrero de 1939 515.000 personas (470.000 haciendo La Retirada, el resto
en los años previos de la guerra), a la URSS no llegarían más de 4.500 para esa
misma fecha, entre niños evacuados (los “niños de Rusia”) y personal docente y
militar, mientras que a toda Latinoamérica llegarían entre 1939 y 1940 unos
25.000.
Estas cifras, que son muy desiguales, merecen no obstante
una corrección trascendental. El grueso de los desplazados de la Guerra Civil
que se refugiaron en Francia regresó a España durante el propio año de 1939.
Voy a repetir este dato porque a menudo se omite o no se pasa por alto: casi
las dos terceras partes del medio millón de españoles que hicieron La
Retirada, la “deshicieron” ese mismo año. Esto es muy relevante porque por
un lado reduce la cantidad de exiliados propiamente dichos en Francia a unos
170.000 en enero de 1940 (105.000 al acabar la Segunda Guerra Mundial).
También, es fundamental subrayar este regreso porque supone el retorno más
importante de españoles a su país producido con posterioridad al final de la
Guerra Civil. ¿Recordáis cuando más atrás dije que el retorno no es algo que
uno emprenda necesariamente después de muchos años, o al final de una vida?
Pues a esto me refiero. Más de la mitad de quienes se fueron de España por
temor a Franco o a la guerra estaban de vuelta en sus casas en enero de 1940.
Lo que queda después de ese regreso masivo es un exilio en sentido estricto
configurado así (los porcentajes son aproximados): 68% francés, 16% mexicano, 3%
soviético, 2% dominicano, y otro 3% distribuido entre Chile, Cuba, Argentina,
Venezuela y Colombia. El que haga las cuentas verá que aún falta un cierto
porcentaje, del orden de un 8%, hasta llegar a cien. En este sentido debe
recordarse los cerca de 10.000-12.000 exiliados que se instalaron en África del
norte, tras salir de España desde las costas levantinas, así como pequeños
contingentes de niños o exiliados que fueron a parar a Inglaterra, Bélgica, y
un largo etcétera de países.
Sin embargo, y después de hacer tanto esfuerzo en dar
cifras y porcentajes sobre la distribución del exilio español, pediría que no
se tomen muy a pecho los números que he dado. Por una sencilla razón: muchos
desplazados reemigraron de unos países a otros (esto es especialmente cierto en
el caso de un buen número de desterrados en África, que luego pasaron a Francia
y de ahí a Latinoamérica), o dejaron de formar parte del cómputo global, pues
por ejemplo las autoridades franquistas se las ingeniaron para repatriar a la
altura de 1945 a 21.000 de los cerca de 32.000 niños que el gobierno
republicano había evacuado fuera del país. Como se puede ver, los números en el
exilio bailan tremendamente, por no mencionar que no siempre es fácil seguir la
contabilidad de quién está dónde, y durante cuánto tiempo.
Los motivos por los que unos desplazados terminan en un
país o continente u otro son en ocasiones bastante azarosos. Así, el primer
destino viene marcado por la geografía. Quienes huyeron de los sublevados desde
el norte, fueron a Francia, quienes lo hicieron desde el sur, acabaron en
Marruecos y Argelia. Luego, quienes tuvieron recursos, contactos o la fortuna
de salir a tiempo, pudieron llegar hasta Latinoamérica (aquí es pertinente
reconocer el ofrecimiento que hizo el presidente mexicano Lázaro Cárdenas, en
tal sentido, o la labor de personalidades concretas, como Neruda en Chile). A
la URSS ya hemos dicho que fueron una serie de niños evacuados tempranamente
por la República, junto a sus educadores. Otros españoles (pilotos y marinos),
acabaron allí fortuitamente, al no poder regresar cuando la guerra se perdió, o
precisamente porque se perdió fueron allí determinados cuadros comunistas.
Por resumir, porque estoy empezando a alargarme mucho en
mis respuestas, concluyamos que la mayoría de los exiliados acabó donde
dictaron las circunstancias. De haber podido elegir, al menos en un primer
momento, la mayoría habría abandonado Europa y en particular, Francia. No era
para menos: se les echaba encima una nueva Guerra Mundial y un viejo enemigo,
el nazismo, sediento de venganza.
-Si duro es el exilio...duro será el retorno de este
fenómeno sociopolítico, ¿qué nos puedes comentar?
-Los exilios, como cualquier otro rompimiento vital,
existencial o colectivo (una enfermedad grave, un desastre natural, una
guerra), se espera que sean temporales, que no duren para siempre. Esta es una
reacción humana muy natural y comprensible, pues si nos dijesen que mañana
vamos a perder algo que es para nosotros vital y nos asegurasen que lo vamos a
perder para siempre, no sé, muchos también perderíamos las ganas de vivir. El
problema de este mecanismo inicial es que, si un exilio se alarga (y esto es
algo controvertido, ¿cuándo es largo un exilio?), si empieza a crecer en
ti la sospecha, el miedo, de que no está siendo provisional, de que estás
pasando más parte de tu vida esperando “volver a tu vida”, que viviéndola
plenamente, entonces tienes un problema muy grave.
Si esto fuera, como digo, una enfermedad crónica o
terminal, tarde o temprano habría que recomendarle al paciente la aceptación.
Es así como funciona el duelo: cuando pierdes algo de forma definitiva tarde o
temprano conviene poder asumir esa pérdida, vivir con ella, o de otro modo no
habrá supervivencia posible. Pero, ¿qué pasa si le dices al paciente que hay
una cura posible, por remota que sea? ¿Qué pasa si el paciente lo cree por su
cuenta propia? ¿Qué pasa -agrandemos la apuesta- si ese paciente incluso piensa
que la cura tiene que venir de él mismo? Se levantará de la cama, no parará
quieto todo el día, luchará cada minuto, censurará su cansancio, su fatiga, su
desánimo. ¡Él puede curarse si lo hace bien!
Esto, trasladado a una realidad colectiva (no es un
paciente, son muchísimos) es lo que le sucede al exilio republicano español. No
descabelladamente, se cree que la capacidad para tumbar al franquismo reside en
el pueblo español y, particularmente, en el exilio. Gracias a esta confianza,
casi mesiánica, la expatriación republicana es un hervidero de mítines, actividad
frenética, exposiciones culturales… todo lo que quieras. Los exiliados esperan
volver, pero su espera es activa. Psicológicamente esto es hasta positivo,
pero… ¿qué pasa si al final las cosas no salen como se ha previsto? No es lo
mismo vivir en la derrota desde el día uno que descubrir la derrota diez,
veinte, treinta años después. Ya no solo hay que llorar la guerra que se
perdió, sino el exilio que, en cierto modo -podría pensar alguien- se
“malgastó” eligiendo proseguir la lucha. Por supuesto, no es esto lo que
concluyen la mayoría de los exiliados, pero estoy seguro de que la pregunta
inconscientemente se les pasa por la cabeza.
Así pues, el exilio español no solo fue perder amigos,
patria y sangre, fue también perder años, juventud, esfuerzos, dejar por el
camino a más seres queridos, ¿y al final para qué?, ¿para tener que asumir en
el año 69 lo que era inaceptable en el 39? Tiene que ser muy duro eso…
-Hubo
retornos en plena dictadura y los hubo que no retornaron hasta que el dictador
murió, se produce la transición o está bien “impuesta” la democracia...¿qué nos
puedes decir de unos respecto a los otros?
-Lo primero que se puede decir con respecto a los dos
“tipos” de retornos, es que el segundo (el que se produce después de la muerte
de Franco) es, que yo sepa, puramente testimonial. Que no se me malinterprete:
existe la impresión de que después de que muriera el Dictador mucha gente
regresó, precisamente, porque había muerto el tirano “que causó todo”. Esto no
es mentira. Ahora bien, esta impresión se construye a partir de una serie de
retornos muy significativos que además encontraron buena cobertura mediática
(es sorprendente la gran cantidad de artículos que cabeceras como El País,
nacido en el año 76, dedica a estos regresos), pero lo cierto es que, si me
atengo a las cifras de los estudios que he leído o a los casos que he tratado
directamente, la mayoría de los exiliados de la Guerra Civil española o bien
regresaron mucho antes del año 75, o bien no regresaron nunca, porque murieron
antes que el Dictador o decidieron no volver a su país. Cuidado: hablo de
volver de forma definitiva, o de intentarlo al menos, porque lo cierto es que
muchos de quienes deciden que no van a reinstalarse en España sí que realizan
algunos “viajes exploratorios”, como los llamamos los estudiosos del retorno.
Unos viajes pensados para “ver” cómo se encuentra la patria dejada atrás, y que
en algunos casos se sistematizan en estancias periódicas que, casi como si
fueran una suerte de vacaciones familiares, permiten a los exiliados
reestablecer un cierto contacto con su tierra. Pero no, la inmensidad de
retornos son aquellos que nunca se produjeron o se produjeron a un país donde
la democracia todavía “no había llegado”.
¿Qué mas puedo contar sobre ambas modalidades de regreso?
Bueno, la diferencia que primero salta a la vista, obvia
diría, es que en el primer caso (volver a una Dictadura) necesitas que primero
te autoricen a entrar y, segundo y más importante, que luego te “permitan
vivir”. Esto a la hora de la verdad se traduce por “oír y callar”, es decir,
has sido un exiliado de la Guerra Civil que ha vuelto a su país, pero cuídate
mucho de manifestarte o movilizarte contra una Dictadura que, además, traduce
casi cualquier tipo de reclamación (salarial, social, personal) en un conflicto
político. Así pues, el mayor problema para volver antes de la muerte de Franco
y de la normalización del país es que primero tienes que asumir un cierto nivel
de humillación (hasta el año 54 los exiliados que vuelven lo hacen “perdonados
por la gracia de Franco”) y, después, aún tienes que acomodarte a las
restricciones de libertad asociativa, editorial, política, de un país
dictatorial.
Llegados a este punto podríamos pensar que los retornos
post-Franco son necesariamente más “llevaderos”, pero tengo la sospecha de que
nos equivocaríamos si pensásemos así, porque lo cierto es que, aunque quienes
regresaron a finales de los setenta u ochenta no tuvieron que (en palabras de
los propios retornados) “tragar tantos sapos”, España se revelaba como un país
que había cambiado demasiado como para que fuera tarea fácil volver a
arraigarse. Era más seguro, y cómodo, regresar, pero se volvía a un lugar más y
más desconocido. La ecuación, como se ve, dibujaba una curva retorcidamente
irónica. En las desgracias humanas suele llover sobre mojado. Este es un claro
ejemplo.
-Después de un largo exilio, ¿cómo se retornaba?
-El largo exilio, tal y como lo entiendo yo (sirviéndome
de una reflexión realizada por el célebre exiliado Max Aub), se produce cuando
el expatriado abandona la “sala de espera” y da a parar en la “sala de estar”.
Ya hemos hablado sobre esto, sobre lo que supone creer que algo es provisional,
reversible, y que no lo acabe siendo, hablemos ahora sobre qué tipo de retorno
comienza a “estar disponible” según avanzan los años, y muy pronto entenderéis
que no era para nada el que los exiliados habían imaginado.
Desde el año 45 el franquismo promueve, con gran
publicidad, medidas para facilitar que buena parte de los exiliados del 39 puedan
regresar. Se busca reducir el número de los refugiados políticos reconocidos
estatuariamente, en la comunidad internacional, para que así la España de
Franco no parezca ser lo que es: un país dictatorial que priva de libertad, y
en muchos casos de vida, a quien demanda una sociedad más justa, sin tantos
privilegios y jerarquías. Para ello Franco indulta a buena parte de los
expatriados, los “perdona”, en esencia. Para muchos esto es, y pido disculpas
por la expresión, como que les escupan a la cara. No le toca al Dictador, ni a
sus allegados, perdonar nada. En todo caso debería ser al revés. Sea como
fuere, está claro que este retorno no es el que soñaban los desterrados.
Ellos creían merecer, porque habían sangrado y muerto por
ello, y porque su causa era “justa”, un regreso que yo llamo triunfal.
¿En qué consistiría este tipo de retorno? Habría varias versiones, pero
básicamente supondría algún tipo de restitución o reparación generosa de los
pesares y sacrificios afrontados: para empezar, volver a un país donde lo que
esté condenado sea el franquismo; para seguir, quizá una restauración
republicana, y para terminar, por qué no, la constitución efectiva de los
proyectos que fueron rendidos a balazos durante la guerra o asfixiadas durante
la II República (revolución, descentralización, federalización,
modernización…). Este regreso no resucitaría a los compañeros y compañeras
perdidas en la lucha, claro, pero daría un sentido a su sacrificio.
Conjuguemos ahora estos dos elementos, el hecho de que el
exilio “se alarga” y la circunstancia de que nunca llega ese “regreso
triunfal”, y tenemos una receta depresiva: no solo vas a volver a tu país mucho
tiempo después de lo que habías previsto, sino que vas a tener que volver
asumiendo que no hay reparación, no hay restitución, solo resignación. Ya no
hay vuelta atrás, como titulo mi libro. Las cosas son como son, lo que se
tuvo, se perdió, y quien te lo quitó… quien te lo quitó sigue ahí, cambiando la
camisa azul, la sotana, el uniforme, por un traje con corbata. Es que no creo
que haya palabras para expresar lo que tiene que ser eso…
-Enlazando con la pregunta anterior: ¿hubo, imagino, todo
tipo de respuestas ante el retorno? ; debieron haber también desilusiones,
frustraciones desde el punto de vista político al social...¿es así?
-He hablado anteriormente del impacto que tuvo el tiempo
y el hecho de que la Dictadura, como se suele decir, muriera en la cama.
Hablemos ahora de un aspecto sobre el que se suele pasar de puntillas: el impacto
que tuvo lo que lo llamo “el papel de los compañeros del barco”. ¿Qué es esto?
Veamos:
Una cosa que creo que hay que aclarar es que el
franquismo, aunque podía ofender a los exiliados con sus medidas, su cinismo y
su hipocresía, difícilmente podía sorprenderles. Lo conocían demasiado bien.
Pero había otras cosas que no se habían previsto, y que de nuevo coinciden con
una de las consecuencias del largo exilio: tanto en España como en la
expatriación nacían nuevas generaciones y nuevas sensibilidades políticas, se
producían cambios culturales, incluso tecnológicos… Esto no hace posible el
entendimiento intergeneracional pero sí lo complica. La izquierda “del
interior” va desarrollando otra hoja de ruta que no es la que mayoritariamente
aprueba la izquierda exterior (el exilio). Por otro lado, los expatriados
tienen hijos, y esos hijos, aunque se socialicen en la cultura política de sus
padres y “hereden” sus memorias traumáticas, no son estrictamente exiliados. Si
han nacido en Francia, han aprendido francés, han socializado con franceses, y
aunque se les haya educado como españoles que un día van a volver a su país, es
irremediable que un día se digan a sí mismos: “escucha, pero si yo soy mitad
francés, o más, y por otra parte, ¿cómo puedo volver a un lugar en el que nunca
he estado?”.
Esto no es todo. El extrañamiento y la incomprensión
surgen también frente a compañeros de antaño. Los cruces de reproches que
inició la Guerra Civil en el bando republicano siguieron y se multiplicaron en
el exilio, donde el anticomunismo de determinadas fuerzas llegó a ser tanto o
más fuerte que el antifranquismo, por ejemplo. Por otro lado la exigencia
objetiva de una lucha sin cuartel ni fecha límite (militar, pagar cotizaciones,
integrar a los hijos en esta dinámica) causó un conflicto interno, primero,
dentro de cada exiliado -¿me tengo que dedicar tiempo completo a la causa de
España o puedo también dedicarme a mí?- y luego entre aquellos. ¿Era factible,
esto último? ¿Se podía ser un “buen exiliado” o, mejor dicho, el tipo de
exiliado que una expatriación tan prolongada y desoída requería, y ser capaz a
un mismo tiempo de establecer familias, raíces, negocios o proyectos
personales? ¿Cuántos “mandamientos” tenía que respetar cada exiliado, dentro
del ideal, primero, y de su organización, después? ¿Durante cuánto tiempo? Si
se fallaba en alguno, ¿bastaba con que un exiliado se perdonase a sí mismo?
¿Ante quién más debía rendir cuentas? Y aunque se respetaran todas las
consignas y circulares, se evitaran los “desviacionismos” y se mantuviera la
“acción eficaz”, ¿quién limpiaba las conciencias de aquellos que, como decía
Machado, por haber salido al exilio no habían ofrecido aún un “testimonio de
fidelidad” definitivo? ¿Quién podía mirar cara a cara a sus muertos y decir,
con imperturbable convicción: “ya está, ya hemos hecho bastante”?
Esto hace que la culpa y la vergüenza eclosionen muy
agresivamente en los ambientes del exilio, un tema del que se suele hablar
poco, y que afectaba al propio retorno: a un país donde la dictadura franquista
no había sido expulsada por las armas, ni desalojada por medio de la presión
internacional, ¿se podía volver?. Para muchos no se podía –no se debía–,
mientras Franco siguiera con vida, salvo que el retorno tuviera precisamente
una finalidad de lucha antifranquista. Con todo esto lo que intento decir es
que muchas personas directamente descartaban el retorno porque sentían que era
una prohibición, o si lo ensayaban, lo hacían sintiendo que fallaban a su
causa. Y luego estaban los factores adaptativos más mundanos, si podemos
llamarlos así, y las cuestiones materiales: para volver a España, según tu
edad, tenías que resolverte o bien la cuestión del trabajo o de la pensión, así
como el dónde ibas a vivir (algo nada obvio en el caso de retornados cuyas
casas familiares habían sido rapiñadas, destruidas, o estaban abarrotadas). Por
otra parte, no todo giraba en torno a la incompatibilidad política con el
franquismo. Así, por ejemplo, los cerca de 2.000 “niños de Rusia” que se
repatriaron a España entre los años 1956 y 1957, sufrieron ante todo una
profunda incompatibilidad cotidiana con sus compatriotas, que no tenían apenas
hábitos culturales ni intereses más allá del fútbol y las “películas de
vaqueros”, ni eran críticos con el sistema capitalista (aunque sí lo fuesen con
el franquismo). Son muchas cosas las que, antes, durante y después, torpedean
la posibilidad de éxito de un retorno pleno. Para cubrirlas todas tendría que
escribir… pues sí, tendría que escribir un libro [se ríe].
-Pero no
siempre era posible volver, ¿verdad?; ¿en la mayoría de los casos, por qué
nunca fue factible volver?; cuando murió el dictador y con él la
dictadura...tampoco a todos les fue factible volver, ¿verdad?, ¿por qué?
-Józef Wittlin, el poeta y novelista polaco que se exilió
de Europa en 1940 por el avance de los nazis, tiene la clave para entender esta
imposibilidad. Wittlin, que además era traductor, señaló en alguno de sus
estudios que el castellano le sorprendía a la hora de hablar del desplazamiento
forzoso, porque en nuestro idioma existe una palabra que no se encuentra con
facilidad en otras: “destierro”. Es una palabra muy cantarina que anuncia a los
cuatro vientos su propio significado: si te han desterrado, tus raíces están
expuestas, te has quedado sin tu tierra, sin tu terruño, sin tu hogar, tu
espacio de referencia, el que ha sido hasta entonces tu mundo. ¿Cómo se cura el
destierro? La respuesta inmediata sería: volviendo a tu tierra, o en su
defecto, buscando otro lugar en el que echar raíces. Lo que sea, con tal de
“recuperar una tierra”. Visto desde este punto de vista, la condición de
exiliado parece bastante reversible, ¿no? Si recuperas el suelo que has
perdido, o si haces el esfuerzo de buscar uno nuevo, estarás bien…
Józef Wittlin reflexionó sobre el mal del exilio y
concluyó que había algo más. Fascinado por esa palabra tan nuestra, destierro,
se inventó otra, destiempo. El desterrado no solo pierde su punto de
referencia, sino su momento, también, y esto es lo que les ocurrió a los exiliados
del año 39. España, como país, no se fue a ningún sitio. Los ríos siguieron en
su curso y las montañas no se desplazaron tampoco. Cambiaron las gentes, los
paisajes rurales, más aún los urbanos, pero la tierra siguió siendo la misma.
El problema era el tiempo histórico. Cuando los exiliados comienzan a visitar
su país, encuentran los lugares que recuerdan, pero no los momentos. Yo hice la
revolución en esta tierra, ¿qué queda de ella?; yo celebré la proclamación de
la República en esta plaza, que sigue aquí, ¿pero dónde está aquel periodo
fundamental en mi vida? Yo fui joven, aquí, pero ya no lo soy. El tiempo
perdido es irrecuperable, y la identidad personal juega malas pasadas a los
exiliados, pues cuando están en México, en Francia, en la URSS, se sienten ante
todo españoles y les quema esa lejanía, pero cuando ya vuelven a estar en
España, de repente pierden la referencia vital. Han vivido a veces décadas en
otro país. Están más en sintonía tal vez con ese México, esa Francia, esa URSS,
o no están en sintonía con nada y se sienten “de aquí y de allá”, que a veces
es lo mismo que decir “ni de allá, ni de aquí”…
Y como siempre, eso no es todo. Si el mundo de 1939 se
congeló para quienes fueron expulsados de su hogar, el calendario global a
partir de 1945 se aceleró. La Guerra Fría, la reconstrucción de Europa, la
descolonización, los nuevos movimientos sociales… todo esto fue pasando. Un
poco como la evolución del televisor, los exiliados se fueron de una España en
blanco y negro, y cuando volvieron, la imagen que encontraban, a color, no
tenía por qué ser negativa, pero desde luego que no cuadraba con sus memorias
personales. Por supuesto no se trataba de un fenómeno individual de no
reconocimiento de entornos, un exilio político es siempre colectivo y se
refiere a la forma en que una sociedad decide vivir. Los exiliados no se
engañaban a sí mismos. Ya sabían que los viajes en el tiempo son imposibles,
pero me atrevo a decir que la mayoría de ellos sí que había tenido la
expectativa de que, de algún modo, a su regreso “conectaran” más cosas. Que se
pudiese retomar, algo más, la agenda política que se abandonó en los años
treinta, que los españoles del interior hubiesen sido un poco más sensibles
hacia ese pasado, hacia sus historias, vivencias, y experiencias. Pero la
realidad les había dejado atrás, no era solo que ellos se hubieran desorientado
al ser peregrinos del mundo. Si acaso, unos pocos fueron lo suficientemente
“afortunados” de retomar una cierta presencia política, de ser preguntados,
escuchados… No fue frecuente, ni duró mucho. Los exiliados recuperaron su
tierra, en gran medida, pero del tiempo perdido apenas se salvaron unos pocos
días o semanas, las mismas que les costaba a los retornados volver a sentirse
desplazados…
-El exilio dejó huellas, heridas... ¿todo esto hasta qué
punto ha podido ir cicatrizándose?
-Las cicatrices se producen, y en consecuencia se tratan,
en diversos niveles.
En un ámbito más personal el exiliado puede, como
cualquier otra persona traumatizada, reconstruirse más o menos. Para ello
tendrán que entrar en juego actitudes personales, terapias conscientes o
inconscientes, como traer nueva vida a este mundo, el papel regenerador del
amor, sentirse íntegro, aunque dolido… Este es un camino que los desterrados
enfocan en todo caso familiar o individualmente, y el resultado es tan variado
como el de la infinidad de maneras de ser y tipos de exilio de los que ya
habláramos antes. En tal nivel los exiliados han podido, o pudieron,
regenerarse más o menos si, siguiendo un poco la estela de lo que planteaba
María Zambrano, lograron “desexiliarse”. Es decir, si lograron aceptar que el
exilio, con su elevada carga amarga, y sus escasas (pero notables)
satisfacciones, formaba parte de ellos. Que no era un paréntesis, sino un periodo
del que, pese a todo, podían sentirse ya que no dichosos, al menos sí
orgullosos. En una frase: si lograban aceptar que la vida es la que había sido,
y no la que hubieran deseado que fuera, y si además valoraban que habían
afrontado aquella dura prueba con la templanza de vivir, a pesar de todo, los
exiliados podían dejar de sentirse partidos. Por supuesto esto es algo que,
sospecho, la mayoría dejó a medias, y no les culpo…
En un nivel superior, de reconocimiento o reparación
institucional, al exilio republicano se le han hecho diversos reconocimientos,
a título personal o bien general (el actual exrey Juan Carlos llegó a
homenajearlos allá por el año 2000, qué cosas, ¿verdad?), y desde la historia y
la memoria democrática se ha hecho un esfuerzo por recuperar parte de sus
testimonios, escritos y singladura existencial, pero asimismo hay que señalar
que como siempre pasa, en lo material se les ayudó muy poco cuando tocaba: las
equiparaciones por ejemplo de los mutilados republicanos de la Guerra Civil (muchos
de ellos en el exilio) con los llamados “caballeros mutilados” (pertenecientes
al ejército rebelde), no llegaron hasta el año 84. También se tardó mucho en
facilitar convenios internacionales que permitieran a los desterrados, lo mismo
que a los emigrantes económicos (víctimas también de la rapacidad franquista),
regresar a su tierra. Es decir los exiliados han sufrido aquello del “te doy
las gracias, pero no dinero, que lo primero es más barato”… con lo que ya veis
que reconocimiento sincero, del que muestra implicación y restitución, poquito.
Y por último el nivel que más me interesa, el de la
sensibilización y cambio colectivo, y aquí me es imposible juzgar aisladamente
al exilio español, debo tratarlo junto con el resto de desplazamientos, junto con
las masacres, la represión, la miseria provocada, y el genocidio. Quien esté ya
saturado de negatividad que no siga leyendo, porque voy a ser inclemente a este
respecto.
¿Han cicatrizado las heridas del exilio desde el punto de
vista de la corresponsabilidad histórica? Aquí las heridas, es un secreto a
voces, nunca cicatrizaron, como no han cicatrizado las heridas del propio
franquismo y la Guerra Civil. ¿Por qué? Porque, tanto en el ámbito de la
política como de la economía, sin olvidar el respeto de los Derechos Humanos,
hemos sido bastante incapaces como sociedad a la hora de establecer consensos y
de respetar dichos acuerdos. No se ha condenado unánimemente en este país al
franquismo, que no lo olvidemos, es el responsable primero de que llegase a existir
algo llamado “exilio republicano español”. No se ha construido, ni en España,
ni en Europa, ni en el mundo entero, un modelo productivo que permita que las
sociedades humanas vivan con dignidad y libertad. Durante décadas se vivió al
borde del colapso total, con la Guerra Fría, y ahora vivimos al borde del
colapso social y ambiental, que son dos caras de la misma manera. La Unión
Europea abandonó hace mucho su vocación igualadora, actualmente es un club
heterogéneo de países cada vez más egoístas donde, además, hay un claro
distanciamiento norte-sur que tarde o temprano reventará. Por último, la crisis
de los refugiados de Siria, o de donde sea, junto al problema, siempre tratado
como cosa menor, de las emigraciones económicas de millones de personas. Nos
dan igual. De verdad, hay que decirlo ya, dejar de ser por lo menos tan
hipócritas. NO NOS IMPORTAN. Hemos firmado mil acuerdos internacionales, nos
hemos suscrito a convenciones de derechos, de principios, de lo que sea, y
hemos estado garabateando papel mojado todo el tiempo. Cuando las cosas se han
puesto un poco difíciles, la empatía nos la hemos reservado para nosotros. No
“nos ha pillado en buen momento” el respeto de los derechos humanos porque,
como dijo Rajoy, que de verdad que yo le agradezco muchísimo que tenga momentos
lúcidos en los que dice las cosas como son, sin molestarse en disimular: “una
cosa es ser solidario, y otra es serlo a cambio de nada”. Amén.
-Amigo Pablo, ¿cómo ha sido el proceso de
documentación e investigación?;¿cómo te lo planteaste y cómo lo has ido
llevando a cabo?
-Durante el primer año – segundo año de investigación me
dediqué, como la mayoría de doctorandos que conozco, a dar palos de ciego. Me
costó mucho ir dando con hilos de los que tirar. Al principio de un trabajo así
lo que hay que hacer es leer, claro, pero lo importante después de los primeros
atracones es seleccionar. Hay episodios del exilio republicano donde tarde o
temprano hay que parar las rotativas: si vas a estudiar el retorno desde el
exilio un día tienes que decir, voy a procurar no leer más sobre la literatura
del exilio republicano, o sobre su historia política, voy a dejar de leer sobre
el año 39 o los años cuarenta, no voy a pasar de la muerte de Franco, etc.
Paralelamente donde la investigación realmente va a
avanzar, o estancarse, es en el trabajo de Archivo. Para sacar adelante este
libro visité veinticuatro archivos, nueve de ellos en Francia. Los más
importantes para mí terminaron siendo los fondos del Archivo General de la
Administración, en Alcalá de Henares, junto con los registros del Centro
Documental para la Memoria Histórica, de Salamanca, así como los archivos
departamentales fronterizos franceses de la línea pirenaica
(Pau-Tarbes-Toulouse-Foix-Perpignan), y, cómo no, diversos archivos de París.
Otros muchos centros documentales de partidos políticos (PCE, PSOE) o centrales
sindicales (UGT, CNT, CC.OO.) redondearon la labor. De todo este sinfín de
libros leídos u ojeados (varios centenares) y a partir de las fotografías o
fotocopias realizadas en archivos (varios millares), pude hacer una especie de
macedonia de hechos, datos y casos relacionados con el exilio y el retorno. Aun
así, me he ido quedando más con lo que encontraba que con lo que buscaba, una
máxima en el mundo de la investigación.
-Y después, ¿cómo ha sido tu metodología de trabajo?
-Con todo lo que he recogido he intentado construir un
hilo narrativo que fuera cabal. Esto es más fácil de decir que de hacer, porque
a fin de cuentas lo que en un principio iba a ser una investigación centrada en
los retornos que se producen durante los años setenta (últimos años de Franco y
Transición) se había ido ampliando hasta el mismísimo año 39. Tenía que dar
cuenta prácticamente de 40 años de historia, hablando de un exilio que no solo
era francés, que tampoco se exiliaba (ni regresaba) a la vez, y donde había que
tener en cuenta no solo el hecho de regresar, sino el cómo (procedimientos,
actitudes franquistas, recepción), el por qué (psicología del retorno), el por
qué no (más psicología, junto con reflexiones materiales y económicas), e
importantísimo, también, la evolución de esos retornos y la reflexión general
sobre si el exilio tiene cura. Esta composición de lugar además no la tienes
cuando empiezas a investigar, sino que la ves clara cuando vas llegando a la
recta final. Ves entonces lo que tienes e intentas equilibrar: unas lecturas
más, unas visitas de archivo más, para llenar donde hay más carencias.
Con todo lo que has ido recopilando, que por fuerza va a
ser parcial y poco equilibrado, intentas componer algo que sea representativo
de la realidad, pero que también sea legible. Hay que pensar sobre qué se
escribe, luego qué se escribe, y a la vez cómo se escribe. La metodología
resultante, ya no tengo que disimularlo, es una caótica composición de parches,
buenas intenciones, correcciones y abandonos. Los esquemas limpios sobre cómo
organizar una correcta investigación que me enseñaron en la carrera me duraron
un fin de semana, claro que también se aprende. Si mañana me pidieran que
hiciera una nueva tesis sobre un tema completamente nuevo y a ciegas, sé que
empezaría mejor pertrechado pero, asimismo, creo que terminaría haciendo algún
que otro malabar. Esa ha sido, al menos, mi experiencia.
-Amigo, me da que estás bastante ocupada y eso, pero ¿nos
puedes comunicar en qué estás trabajando ahora?
-Actualmente trabajo en la Universidad Popular de
Zaragoza, y estoy encantado.
En este país, aunque no son todas iguales, una
“Universidad Popular” es una institución de enseñanza no reglada (no damos
títulos) para mayores de edad. Yo imparto cursos de francés y de historia, y
tengo la suerte de estar todos los días con unos alumnos que vienen a clase sin
que nadie les obligue, por el mero deseo de aprender y socializar los unos con
los otros. Por si esto fuera poco no me tengo que preocupar por realizar
exámenes ni nada que se le parezca, y me puedo concentrar en preparar clases sobre
temáticas que en la mayoría de los casos propongo y diseño yo mismo (hasta la
fecha hemos hecho una Historia del mundo a través de los viajes de
descubrimientos, un seminario sobre la UE y su crisis actual, una historia de
la mentalidad en la Edad Media a partir de la leyenda artúrica, una historia de
la magia y la superstición y, actualmente, una historia sobre China y Japón…).
En mi faceta investigadora estoy un poco detenido. Creo
que tengo que recobrar aliento después del esfuerzo que supuso terminar la
tesis y preparar este libro. En el campo universitario… bueno, en ese campo
hace mucho que no muevo ficha. Aunque hubo cosas muy positivas en lo
individual, quedé ampliamente desencantado de mi paso general por la
universidad. Es una institución que me ha decepcionado muchísimo, a mí y a
infinidad de compañeros y compañeras. Con esto no quiero decir que no haya
gente encantadora, trabajadora y comprometida (por favor, quiero subrayar esto
último: mi crítica es general, no particular). No hablo de eso, hablo del
espíritu de la institución, de su filosofía de trabajo, sus políticas de
contratación, de su ego…
La idea de una Universidad como lugar de aprendizaje
abierto a la ciudadanía, como punto de encuentro de conocimiento (pero no de
sabios ególatras), pero sobre todo de solidaridad sapiencial e implicación
humanística… es un cuento. La Universidad española es, a día de hoy y le pese a
quien le pese, un negocio más, que está además de capa caída, que deshace los
esfuerzos de quienes tienen ganas de aportar algo, y que encumbra a quienes por
otra parte disfrutan estableciendo dinámicas poco menos que feudales, por no
olvidar a ciertos sectores que entraron en su día en ella y se acomodaron, sin
apenas dar, como se suele decir, “palo al agua”. Sé que
mis palabras son muy duras, pero hablo de lo que he visto y sufrido, y de lo
que también han visto y padecido miles de personas como yo. Sin ir más lejos,
tengo conocidos que ahora mismo están en juicios durísimos con la Universidad
de Zaragoza, porque se niega a pagarles lo que les debe, lo retrasa, lo niega
todo… Es bochornoso, de verdad, y tiene que cambiar. Si no lo hace, le auguro
mal futuro a esta institución que tanto podría aportar, y tanto ejemplo debería
dar.
El tiempo dirá si quiero, o mejor dicho si puedo,
dedicarme a seguir investigando. Por ahora, o en este país, no.
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