img761.jpgCazarabet conversa con...   Pablo Aguirre Herráinz, autor de “Ya no hay vuelta atrás. El retorno desde el exilio republicano español (1939-1975)” (Centro de Estudios Políticos y Constitucionales)

 

 

 

 

 

 

 

 

Pablo Aguirre Herráinz indaga, investiga y reflexiona sobre “el retorno desde el exilio republicano español” entre 1939 y 1975.

El ensayo lo editó el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales desde la colección Política y Sociedad en la Historia de España.

El libro  consiguió el Premio Miguel Artola de 2018

El prólogo del libro se lo hace a pablo Aguirre, Jesús Vicente Aguirre y la presentación del mismo corre a cargo de Carlos Gil Andrés.

Lo que nos dice el libro:

Cuando la Guerra Civil española se aproxima a su final, cerca de 470.000 personas cruzan la frontera pirenaica. Todas huyen de las bombas, muchas, también, de la represión desencadenada por las tropas sublevadas. A lo largo de ese mismo año de 1939 una gran proporción de la población española refugiada en Francia regresa a España. El resto, una tercera parte del total, se niega a volver, dando comienzo a uno de los exilios más duraderos del siglo XX europeo, así como a la mayor expatriación conocida en nuestro país desde la expulsión de los moriscos.

Ya no hay vuelta atrás es la historia de estos hombres y mujeres que se fueron para no volver en mucho tiempo, o para no volver nunca. Es también la historia de sus sueños y proyectos, de sus frustraciones, sus lamentos y, por qué no, sus pequeñas miserias.

Pablo Aguirre Herráinz:

No te pierdas este documento gráfico: https://www.youtube.com/watch?v=gKdItEfGbyI

 

 

 

Cazarabet conversa con Pablo Aguirre Herráinz:

maxresdefault.jpg- Pablo, ¿qué fue lo que te hizo emprender este libro sobre el exilio...? 

-Yo había trabajado la acogida de los refugiados republicanos de la Guerra Civil en Francia para el año 1939 como tema para mi Trabajo Fin de Máster. Me había centrado en su llegada al Departamento de los Bajos-Pirineos (hoy Pirineos Atlánticos), donde se encuentra el tristemente célebre campo de Gurs. Cuando terminé el Máster me planteé la posibilidad de seguir explorando ese tema, pero recuerdo que tuve unas conversaciones con el que por aquel entonces parecía que podía convertirse en mi director de tesis (al final acabó siéndolo), el profesor Gonzalo Pasamar de la Universidad de Zaragoza, y me sugirió este tema. Me dijo: “¿Sabes que está poco trabajado sobre el exilio republicano que has empezado a estudiar? El tema del retorno desde el exilio”.

Llevaba razón, era algo relativamente poco estudiado, que bien merecía una Tesis Doctoral. Sin embargo, yo no lo tenía muy claro. No tenía ni idea sobre cómo empezar. Para mí hubiese sido más fácil volver a lo que ya conocía, la Francia de 1939, y no salir de ahí, pero al final me dejé llevar y me fui comprometiendo con la propuesta de Gonzalo. Creo que fue para mejor. Me compliqué la existencia un poco, es cierto, pero salió una aportación más novedosa.  

-Pero ¿es un libro diferente sobre el exilio?, ¿es por la perspectiva en que lo miras...y en la que encaras y miras este fenómeno? 

-El libro tiene dos grandes partes. La primera no es muy original, pero ayuda a que el lector o lectora se pueda ubicar. Si conoce el tema, que lo repase (cómo se inició el exilio, qué lo caracterizó, dónde fueron los exiliados…), si no lo controla, que pueda hacerse con un contexto mínimo para entender lo que viene después. La segunda mitad de la obra es la que aporta, o intenta aportar, una mirada algo diferente. Digo “algo diferente” porque en la producción del conocimiento nada es nunca original o inédito al cien por cien, lo cual por otra parte no solo es natural, sino necesario. Seguimos estudiando aquello que alguien señaló ya antes, y si el tema es completamente nuevo, de igual modo hemos llegado a él por lo que otros hicieron antes. Pero respondiendo a la pregunta, que me voy por las ramas, la gran originalidad del libro es la de haberse escrito pensando en el retorno en todo momento.

Verás, en muchos otros libros sobre el exilio el regreso desde aquel suele ocupar un capítulo final, una suerte de epílogo o conclusión sobre qué fue de los exiliados al final de sus vidas. Esta configuración hace además que pensemos en el retorno desde exilio como un broche biográfico que se produce al final de la vida del desplazado, algo que es radicalmente falso, como precisaré más adelante. En mi caso traté de “empezar el libro desde el final”, haciendo que fuese la expectativa de retorno lo que marcase el compás.  

-¿Qué aporta de diferente y diferencial respecto a otros estudios sobre el exilio republicano español? 

-Ahondando en lo anterior y para no ser tan ambiguo, el libro aporta tres cosas diferentes. De menos a más:

1) intenta rastrear los retornos que se produjeron a lo largo del exilio, allí donde se concentren, lo que a la postre redunda en un relato que va desde el año 1939 (en el que ya hay retornos, y muchos) hasta 1975, cuando muere el Dictador, e incluso más allá. No obstante este es un apartado en el que lo que he podido aportar es, desde el punto de vista investigador, un avance muy modesto. Una sola persona en cinco años cubre poco terreno de archivo.

2) más allá de estudiar el regreso como “desplazamiento geográfico”, ha sido mi intención explorar de qué modo permea la condición del exiliado, es decir, ¿hasta qué punto la expectativa del retorno, o de un tipo de retorno u otro, prefigura una actitud ante el exilio u otra?, en este sentido puedo adelantar que el retorno mayoritario que imaginaron los exiliados (un regreso triunfal) complicó mucho la experiencia del regreso real que más tarde ensayaron, aunque no fue el único factor; y

3) en este intento por radiografiar el exilio desde la perspectiva del retorno, he intentado no quedarme solo en lo personal y declarativo (los deseos de las personas) sino en ver cómo las condiciones materiales, psicológicas y la intervención de otros factores, influye en lo que al final un exiliado puede o no puede hacer. Esto último quizá suene todavía un poco ambiguo, pero según avance esta entrevista confío en que lo vayamos desmigando…  

-De exilios ha habido siempre, pero no hay dos exilios iguales ,¿no?, cada exilio está motivado por una serie de circunstancias, ¿verdad?, coméntanos... 

-Los propios exiliados cuando nos hablan de sí mismos suelen hacer alusión a esto. Unos te dicen: “cada caso es diferente”, y otros en cambio afirman: “esta es la pena común del desterrado”. Estas dos frases reflejan muy bien la paradoja del exilio humano, y en general, de las desgracias que sufrimos las personas. Ante el trauma y la pérdida, cada uno reacciona de una manera distinta, pero los seres humanos compartimos en este caso una patria común: el dolor. Todos los exiliados sufren. Algunos pueden disimularlo o superarlo antes, otros se recrean en ello. Puede que unos pocos lleguen a reinventarse, reconstruyendo un mundo tanto o más rico que el que perdieron, pero lo normal es que el exilio se cobre siempre un precio. “La expatriación talla a las personas con dureza”, he escrito en este libro, y ahora regreso a esa frase.

Cuando uno ha perdido no solo los lugares de su infancia, o de media vida; cuando uno ha perdido además a seres queridos (no olvidemos que el exilio republicano español procede de una Guerra Civil previa, y que en el exilio muchas familias fueron separadas), cuando uno ha perdido, además, un proyecto personal y colectivo, en muchos casos, y además carga por el mundo con la sensación de no ser bien recibido, de no haber sido ayudado, y por si fuera poco, cuando uno empieza a sospechar que no se va a hacer justicia, que el mundo va a seguir adelante y es posible que no haya reparación posible… cuando uno contempla a la vez todas estas circunstancias hace falta un talante, una templanza, muy particulares, para no hacerse añicos. Así que sí, cada uno reacciona ante el dolor de una manera, pero incluso quienes reaccionan “bien”, si les rebuscamos entre la ropa, encontramos cicatrices. Ninguna herida sana sin ellas.  

-Pero los exilios y el exilio republicano español en concreto no fue “la panacea”...quizás porque los exilios nunca lo son...exiliarse no es un capricho y muchas veces, además, comporta llegar a un país en el que la acogida no es la que debería ser...por ejemplo muchos españolas y españoles atravesaron la frontera con Francia y jamás imaginaron que en el país de la fraternidad, la libertad y la igualdad se encontrarían con  muchas insolidaridades... 

-Hay una verdad muy triste en la historia contemporánea de la especie humana y que afecta por igual a exiliados, emigrantes económicos, o cualquier otro tipo de desplazado… Por lo general las comunidades humanas no somos ni comprensivas ante el otro ni mucho menos acogedoras. Voy a poner un ejemplo muy inocente, pero muy significativo a mis ojos. Un día me dijo alguien: “estoy harto de tales inmigrantes, vas por el barrio y oyes su música, que está muy alta, hueles su comida, que es muy distinta, y encima les escuchas hablar su idioma por todas partes. ¡No quieren integrarse!”.

Las personas, desde que comenzamos a hacernos sedentarias y cultivar la tierra, atesorar propiedades, bienes… hemos generado una dinámica que ahora hemos llevado más allá. Tu vecino puede ser un cretino, pero es tu vecino, le tienes que aguantar. Te imaginas que formáis parte de algo mayor (de esto va el nacionalismo). El que viene de fuera en cambio… tenemos otra vara de medir para él. No basta con que acepte nuestras leyes, nuestros peores trabajos, si no se convierte de la noche a la mañana en “uno más de nosotros” (que coma los mismo, escuche la misma música, hable igual) es que “no se ha integrado”. E incluso si sí lo hace, nunca olvidamos que vino de fuera, y si un día tenemos un enfrentamiento con él, lo mismo se lo reprochamos.

En 1939 pasó esto que estoy comentando, pero elevado a la centésima potencia. Los españoles fueron muy mal recibidos en Francia, al menos en un primer momento, y buena parte de la opinión pública gala hubiera preferido que nunca hubiesen cruzado la frontera (algunos, incluso, hubieran preferido que se les hubiera impedido entrar a golpe de bala y alambre). A esto se suma, también, que la Guerra Civil española había sido cubierta de manera muy partidista por el resto del mundo: cada uno contó su versión sobre quiénes eran los buenos y los malos, y eso explica que la derecha francesa y quienes eran de esa sensibilidad, o se vieron afectados por sus soflamas, creyeran que se les venían encima criminales, “diablos rojos”… en una palabra, los indésirables (indeseables). Por supuesto no todos reaccionaron así. La izquierda francesa y otra parte de la ciudadanía intentó recordar la tradición de asilo francesa y los valores revolucionarios de 1789, e hizo honor a ella.

En cualquier caso, es el tiempo el que suele, como hace siempre, restañar las heridas. Los españoles que se instalaron en Francia, que pelearon en Francia contra los nazis, que tuvieron hijos, que establecieron vínculos… con el tiempo fueron siendo mayoritariamente aceptados. Pero no hay derecho a que las cosas sean así. Nuestra sociedad tarda mucho en integrar al nuevo, y cuando lo acepta y ha pasado mucho tiempo ya está mirando mal a otro que acaba de llegar.  No es que estemos hechos biológicamente para ser tan xenófobos (tampoco lo contrario). Es un hecho cultural, y económico. Lo diferente solo nos gusta cuándo y cómo nosotros digamos, y más importante, las fronteras las hemos levantado para separar rentas per cápita y evitar que la riqueza se redistribuya. Aunque somos una especie “inteligente” y gregaria, nos hemos acostumbrado demasiado a no colaborar, a no sumar. Hemos decidido vivir en la noche del egoísmo, y ahora lo estamos pagando (me refiero a la crisis sanitaria que estamos viviendo).  

-Aunque también hubo gentes que acogieron con un abrazo fraterno a los exiliados republicanos españoles... 

-La verdad, no os voy a engañar, una de las cosas que más me ha emocionado en los archivos es ver las cartas que muchos franceses envían a las autoridades prefectorales, en la primavera de 1939, para ofrecer ayuda u ofrecerse ellos mismos. Considero que es muy importante estudiar estas manifestaciones de apoyo que se dieron en todo el mundo (no solo en Francia, desde Noruega se formó por ejemplo un Comité que durante muchos muchos años ayudaría a los republicanos españoles en suelo galo). En primer lugar, porque al escribir sobre ello, y recordarlo, les estamos dando las gracias a esas personas que hicieron algo para que la vida de otras personas fuera menos penosa. En segundo lugar, porque así evitamos caer en relatos excesivamente pesimistas sobre nuestra propia historia reciente, algo que tarde o temprano lleva a la realización de equiparaciones que relativizan una realidad donde no todos decidimos obrar igual: en la historia no hay buenos y malos, pero sí que hay personas que, entre las múltiples tonalidades del gris, se destacan más hacia la claridad o la negrura. Hay verdugos y hay víctimas. En el estudio de la historia no valen aseveraciones como “era una guerra… ya se sabe”, “era un exilio… ya te puedes imaginar”. No, no y no. ¿Qué se sabe? ¿Qué tenemos que imaginar? Hay que estudiar quién reaccionó de un determinado modo, y por qué.  Esto hay que contarlo, y hay que hacerlo porque, en tercer lugar, la historia no solo está hecha de biografías individuales.

No. Hemos formado estados, países, instituciones internacionales, hemos redactado leyes, normativas, derechos… Hemos construido un sentimiento de responsabilidad colectiva que tenemos que honrar o, en su defecto y para no ser unos hipócritas, rechazar. Si entre 1939 y 1945 los europeos se masacraron y se hicieron desaparecer en fosas, chimeneas y tumbas anónimas, es para que a día de hoy saquemos algo en limpio de todo ello. Y no lo hemos hecho. Me duele decirlo, pero es una realidad. En la posguerra europea se plantearon iniciativas para garantizar la paz entre los pueblos y la salvaguarda de los derechos humanos, pero la Guerra Fría (que es la competición geopolítica por el poder, una vez más), y luego el neoliberalismo y el capitalismo salvaje, nos hacen no respetar lo que nosotros mismos hemos firmado. ¿Exiliados, refugiados? Los sigue habiendo, más que nunca, y nos da igual, particularmente nos da igual a los europeos, que nunca hemos sido más ricos, más “democráticos” … La historia no terminó cuando empezamos a tener lavadoras y televisores en casa. El fascismo y el comunismo no trajeron el paraíso a la tierra. Tampoco el capitalismo. A ver si nos damos cuenta de una vez de que somos una generación sin consistencia histórica, y lo vamos a seguir siendo hasta que no asumamos que en base al pasado que tuvimos tenemos que construir otro presente.  

yanohayvueltaatras (1).jpg-El exilio republicano español, ¿se puede clasificar al margen del lugar elegido para exiliarse? 

-Sí y no. Como he dicho antes, hay una serie de pautas comunes a todos los exiliados del mundo, ya solo por el hecho de haber sufrido extrañamiento de su tierra o su hogar. A partir de ahí las diferencias. Pero volviendo a la clasificación previa, creo que los exilios del siglo XX, y en particular el republicano español, posee una serie de características reconocibles:

1)      Es un exilio combativo, en todos los frentes, además. Es un exilio donde se empuñan armas tanto como pancartas. Esto quiere decir que los exiliados no se limitan a esperar, ni mucho menos. Intentan, en la medida de sus posibilidades, concienciar a las sociedades de acogida, y a la propia España (en suma, a la comunidad internacional), de que el franquismo es un aliado del fascismo, primero, y un régimen dictatorial inaceptable en un “mundo libre”, después.

2)      En relación a lo anterior, es un exilio muy sacrificado, también. Muchos exiliados dejaron sus vidas luchando contra el nazismo y sus aliados, durante la Segunda Guerra Mundial. Otros muchos sufrieron persecución (particularmente en Francia durante las oleadas anti-comunistas de los años cincuenta), y desde luego que todos sufrieron el abandono de esa misma comunidad internacional a la que se buscaba concienciar. Franco no gustaba particularmente a los gobiernos de numerosos países (Francia, Inglaterra, Estados Unidos al principio), pero era útil en la nueva situación geopolítica, y ya se sabe. “Ser decente” es un “lujo” que la política internacional rara vez se permite. Por último, los exiliados sufrieron el “largo exilio” y el fogonazo de su propio ardor militante. Más sobre eso después.

3)      En tercer lugar, y de nuevo conectando con lo anterior, es un exilio con un marcado carácter ideológico. El exilio republicano utilizó la cultura para todo: para hacer política, cuando la política no se podía hacer abiertamente; para denunciar al franquismo y mantener la lucha contra el fascismo; para distanciarse de los “simples” emigrantes económicos; para formar a sus nuevas generaciones y, por qué no, también, para ganarse la vida (no olvidemos que una proporción importante -aunque a menudo sobredimensionada- de los desplazados eran personas pertenecientes a profesiones intelectuales).

4)      El último factor que nos permite reconocer al exilio republicano español con facilidad en el triste siglo en el que vagó por el mundo, es su extremada longevidad. Otros muchos exiliados pudieron volver a sus países cuando la Segunda Guerra Mundial terminó. Los españoles no. Trataron de proseguir su lucha a través de la diplomacia y de la guerrilla, pero a la altura de los años cincuenta se dieron cuenta de que el verdadero vencedor de la Guerra Fría era Franco. Entraron a partir de ahí en lo que llamo “largo exilio”: el reconocimiento, más o menos consciente, de que el exilio no es provisional, de que puede ser permanente, de que toca hacer planes para afrontar una vida que va a ser muy distinta a lo que se ha proyectado durante años…  

Estas son, a grandes rasgos, las características del exilio republicano español. Ninguna de ellas es privativa a aquel, eso sí. Los exiliados antifascistas italianos también pelearon contra el fascismo en su expatriación, mientras que los exiliados del Cono Sur destacaron en su labor por denunciar a los Dictadores que los habían expulsado, los polacos desterrados realizaron una gran contribución cultural en Estados Unidos y los griegos o los portugueses conocieron asimismo un largo exilio. El exilio español tuvo particularidades, pero no caigamos en el ensimismamiento de creer que fue excepcional. Por desgracia no lo fue. Otros muchos siguieron su agridulce camino.  

-Francia, México, la Unión Soviética, otros países latinoamericanos...¿cómo fue la diáspora de los españoles y por qué unos elegían un país y no otra para exiliarse? 

-Lo primero que hay que aclarar con respecto a esta diáspora es que fue muy desigual. Si a Francia habían llegado a la altura de febrero de 1939 515.000 personas (470.000 haciendo La Retirada, el resto en los años previos de la guerra), a la URSS no llegarían más de 4.500 para esa misma fecha, entre niños evacuados (los “niños de Rusia”) y personal docente y militar, mientras que a toda Latinoamérica llegarían entre 1939 y 1940 unos 25.000.

Estas cifras, que son muy desiguales, merecen no obstante una corrección trascendental. El grueso de los desplazados de la Guerra Civil que se refugiaron en Francia regresó a España durante el propio año de 1939. Voy a repetir este dato porque a menudo se omite o no se pasa por alto: casi las dos terceras partes del medio millón de españoles que hicieron La Retirada, la “deshicieron” ese mismo año. Esto es muy relevante porque por un lado reduce la cantidad de exiliados propiamente dichos en Francia a unos 170.000 en enero de 1940 (105.000 al acabar la Segunda Guerra Mundial). También, es fundamental subrayar este regreso porque supone el retorno más importante de españoles a su país producido con posterioridad al final de la Guerra Civil. ¿Recordáis cuando más atrás dije que el retorno no es algo que uno emprenda necesariamente después de muchos años, o al final de una vida? Pues a esto me refiero. Más de la mitad de quienes se fueron de España por temor a Franco o a la guerra estaban de vuelta en sus casas en enero de 1940. Lo que queda después de ese regreso masivo es un exilio en sentido estricto configurado así (los porcentajes son aproximados): 68% francés, 16% mexicano, 3% soviético, 2% dominicano, y otro 3% distribuido entre Chile, Cuba, Argentina, Venezuela y Colombia. El que haga las cuentas verá que aún falta un cierto porcentaje, del orden de un 8%, hasta llegar a cien. En este sentido debe recordarse los cerca de 10.000-12.000 exiliados que se instalaron en África del norte, tras salir de España desde las costas levantinas, así como pequeños contingentes de niños o exiliados que fueron a parar a Inglaterra, Bélgica, y un largo etcétera de países.

Sin embargo, y después de hacer tanto esfuerzo en dar cifras y porcentajes sobre la distribución del exilio español, pediría que no se tomen muy a pecho los números que he dado. Por una sencilla razón: muchos desplazados reemigraron de unos países a otros (esto es especialmente cierto en el caso de un buen número de desterrados en África, que luego pasaron a Francia y de ahí a Latinoamérica), o dejaron de formar parte del cómputo global, pues por ejemplo las autoridades franquistas se las ingeniaron para repatriar a la altura de 1945 a 21.000 de los cerca de 32.000 niños que el gobierno republicano había evacuado fuera del país. Como se puede ver, los números en el exilio bailan tremendamente, por no mencionar que no siempre es fácil seguir la contabilidad de quién está dónde, y durante cuánto tiempo.

Los motivos por los que unos desplazados terminan en un país o continente u otro son en ocasiones bastante azarosos. Así, el primer destino viene marcado por la geografía. Quienes huyeron de los sublevados desde el norte, fueron a Francia, quienes lo hicieron desde el sur, acabaron en Marruecos y Argelia. Luego, quienes tuvieron recursos, contactos o la fortuna de salir a tiempo, pudieron llegar hasta Latinoamérica (aquí es pertinente reconocer el ofrecimiento que hizo el presidente mexicano Lázaro Cárdenas, en tal sentido, o la labor de personalidades concretas, como Neruda en Chile). A la URSS ya hemos dicho que fueron una serie de niños evacuados tempranamente por la República, junto a sus educadores. Otros españoles (pilotos y marinos), acabaron allí fortuitamente, al no poder regresar cuando la guerra se perdió, o precisamente porque se perdió fueron allí determinados cuadros comunistas.

Por resumir, porque estoy empezando a alargarme mucho en mis respuestas, concluyamos que la mayoría de los exiliados acabó donde dictaron las circunstancias. De haber podido elegir, al menos en un primer momento, la mayoría habría abandonado Europa y en particular, Francia. No era para menos: se les echaba encima una nueva Guerra Mundial y un viejo enemigo, el nazismo, sediento de venganza. 

-Si duro es el exilio...duro será el retorno de este fenómeno sociopolítico, ¿qué nos puedes comentar? 

-Los exilios, como cualquier otro rompimiento vital, existencial o colectivo (una enfermedad grave, un desastre natural, una guerra), se espera que sean temporales, que no duren para siempre. Esta es una reacción humana muy natural y comprensible, pues si nos dijesen que mañana vamos a perder algo que es para nosotros vital y nos asegurasen que lo vamos a perder para siempre, no sé, muchos también perderíamos las ganas de vivir. El problema de este mecanismo inicial es que, si un exilio se alarga (y esto es algo controvertido, ¿cuándo es largo un exilio?), si empieza a crecer en ti la sospecha, el miedo, de que no está siendo provisional, de que estás pasando más parte de tu vida esperando “volver a tu vida”, que viviéndola plenamente, entonces tienes un problema muy grave.

Si esto fuera, como digo, una enfermedad crónica o terminal, tarde o temprano habría que recomendarle al paciente la aceptación. Es así como funciona el duelo: cuando pierdes algo de forma definitiva tarde o temprano conviene poder asumir esa pérdida, vivir con ella, o de otro modo no habrá supervivencia posible. Pero, ¿qué pasa si le dices al paciente que hay una cura posible, por remota que sea? ¿Qué pasa si el paciente lo cree por su cuenta propia? ¿Qué pasa -agrandemos la apuesta- si ese paciente incluso piensa que la cura tiene que venir de él mismo? Se levantará de la cama, no parará quieto todo el día, luchará cada minuto, censurará su cansancio, su fatiga, su desánimo. ¡Él puede curarse si lo hace bien!

Esto, trasladado a una realidad colectiva (no es un paciente, son muchísimos) es lo que le sucede al exilio republicano español. No descabelladamente, se cree que la capacidad para tumbar al franquismo reside en el pueblo español y, particularmente, en el exilio. Gracias a esta confianza, casi mesiánica, la expatriación republicana es un hervidero de mítines, actividad frenética, exposiciones culturales… todo lo que quieras. Los exiliados esperan volver, pero su espera es activa. Psicológicamente esto es hasta positivo, pero… ¿qué pasa si al final las cosas no salen como se ha previsto? No es lo mismo vivir en la derrota desde el día uno que descubrir la derrota diez, veinte, treinta años después. Ya no solo hay que llorar la guerra que se perdió, sino el exilio que, en cierto modo -podría pensar alguien- se “malgastó” eligiendo proseguir la lucha. Por supuesto, no es esto lo que concluyen la mayoría de los exiliados, pero estoy seguro de que la pregunta inconscientemente se les pasa por la cabeza.

Así pues, el exilio español no solo fue perder amigos, patria y sangre, fue también perder años, juventud, esfuerzos, dejar por el camino a más seres queridos, ¿y al final para qué?, ¿para tener que asumir en el año 69 lo que era inaceptable en el 39? Tiene que ser muy duro eso…  

yanohayvueltaatras (3).jpg-Hubo retornos en plena dictadura y los hubo que no retornaron hasta que el dictador murió, se produce la transición o está bien “impuesta” la democracia...¿qué nos puedes decir de unos respecto a los otros? 

-Lo primero que se puede decir con respecto a los dos “tipos” de retornos, es que el segundo (el que se produce después de la muerte de Franco) es, que yo sepa, puramente testimonial. Que no se me malinterprete: existe la impresión de que después de que muriera el Dictador mucha gente regresó, precisamente, porque había muerto el tirano “que causó todo”. Esto no es mentira. Ahora bien, esta impresión se construye a partir de una serie de retornos muy significativos que además encontraron buena cobertura mediática (es sorprendente la gran cantidad de artículos que cabeceras como El País, nacido en el año 76, dedica a estos regresos), pero lo cierto es que, si me atengo a las cifras de los estudios que he leído o a los casos que he tratado directamente, la mayoría de los exiliados de la Guerra Civil española o bien regresaron mucho antes del año 75, o bien no regresaron nunca, porque murieron antes que el Dictador o decidieron no volver a su país. Cuidado: hablo de volver de forma definitiva, o de intentarlo al menos, porque lo cierto es que muchos de quienes deciden que no van a reinstalarse en España sí que realizan algunos “viajes exploratorios”, como los llamamos los estudiosos del retorno. Unos viajes pensados para “ver” cómo se encuentra la patria dejada atrás, y que en algunos casos se sistematizan en estancias periódicas que, casi como si fueran una suerte de vacaciones familiares, permiten a los exiliados reestablecer un cierto contacto con su tierra. Pero no, la inmensidad de retornos son aquellos que nunca se produjeron o se produjeron a un país donde la democracia todavía “no había llegado”.

¿Qué mas puedo contar sobre ambas modalidades de regreso?

Bueno, la diferencia que primero salta a la vista, obvia diría, es que en el primer caso (volver a una Dictadura) necesitas que primero te autoricen a entrar y, segundo y más importante, que luego te “permitan vivir”. Esto a la hora de la verdad se traduce por “oír y callar”, es decir, has sido un exiliado de la Guerra Civil que ha vuelto a su país, pero cuídate mucho de manifestarte o movilizarte contra una Dictadura que, además, traduce casi cualquier tipo de reclamación (salarial, social, personal) en un conflicto político. Así pues, el mayor problema para volver antes de la muerte de Franco y de la normalización del país es que primero tienes que asumir un cierto nivel de humillación (hasta el año 54 los exiliados que vuelven lo hacen “perdonados por la gracia de Franco”) y, después, aún tienes que acomodarte a las restricciones de libertad asociativa, editorial, política, de un país dictatorial.

Llegados a este punto podríamos pensar que los retornos post-Franco son necesariamente más “llevaderos”, pero tengo la sospecha de que nos equivocaríamos si pensásemos así, porque lo cierto es que, aunque quienes regresaron a finales de los setenta u ochenta no tuvieron que (en palabras de los propios retornados) “tragar tantos sapos”, España se revelaba como un país que había cambiado demasiado como para que fuera tarea fácil volver a arraigarse. Era más seguro, y cómodo, regresar, pero se volvía a un lugar más y más desconocido. La ecuación, como se ve, dibujaba una curva retorcidamente irónica. En las desgracias humanas suele llover sobre mojado. Este es un claro ejemplo.  

-Después de un largo exilio, ¿cómo se retornaba? 

-El largo exilio, tal y como lo entiendo yo (sirviéndome de una reflexión realizada por el célebre exiliado Max Aub), se produce cuando el expatriado abandona la “sala de espera” y da a parar en la “sala de estar”. Ya hemos hablado sobre esto, sobre lo que supone creer que algo es provisional, reversible, y que no lo acabe siendo, hablemos ahora sobre qué tipo de retorno comienza a “estar disponible” según avanzan los años, y muy pronto entenderéis que no era para nada el que los exiliados habían imaginado.

Desde el año 45 el franquismo promueve, con gran publicidad, medidas para facilitar que buena parte de los exiliados del 39 puedan regresar. Se busca reducir el número de los refugiados políticos reconocidos estatuariamente, en la comunidad internacional, para que así la España de Franco no parezca ser lo que es: un país dictatorial que priva de libertad, y en muchos casos de vida, a quien demanda una sociedad más justa, sin tantos privilegios y jerarquías. Para ello Franco indulta a buena parte de los expatriados, los “perdona”, en esencia. Para muchos esto es, y pido disculpas por la expresión, como que les escupan a la cara. No le toca al Dictador, ni a sus allegados, perdonar nada. En todo caso debería ser al revés. Sea como fuere, está claro que este retorno no es el que soñaban los desterrados.

Ellos creían merecer, porque habían sangrado y muerto por ello, y porque su causa era “justa”, un regreso que yo llamo triunfal. ¿En qué consistiría este tipo de retorno? Habría varias versiones, pero básicamente supondría algún tipo de restitución o reparación generosa de los pesares y sacrificios afrontados: para empezar, volver a un país donde lo que esté condenado sea el franquismo; para seguir, quizá una restauración republicana, y para terminar, por qué no, la constitución efectiva de los proyectos que fueron rendidos a balazos durante la guerra o asfixiadas durante la II República (revolución, descentralización, federalización, modernización…). Este regreso no resucitaría a los compañeros y compañeras perdidas en la lucha, claro, pero daría un sentido a su sacrificio.

Conjuguemos ahora estos dos elementos, el hecho de que el exilio “se alarga” y la circunstancia de que nunca llega ese “regreso triunfal”, y tenemos una receta depresiva: no solo vas a volver a tu país mucho tiempo después de lo que habías previsto, sino que vas a tener que volver asumiendo que no hay reparación, no hay restitución, solo resignación. Ya no hay vuelta atrás, como titulo mi libro. Las cosas son como son, lo que se tuvo, se perdió, y quien te lo quitó… quien te lo quitó sigue ahí, cambiando la camisa azul, la sotana, el uniforme, por un traje con corbata. Es que no creo que haya palabras para expresar lo que tiene que ser eso…     

-Enlazando con la pregunta anterior: ¿hubo, imagino, todo tipo de respuestas ante el retorno? ; debieron haber también desilusiones, frustraciones  desde el punto de vista político al social...¿es así? 

-He hablado anteriormente del impacto que tuvo el tiempo y el hecho de que la Dictadura, como se suele decir, muriera en la cama. Hablemos ahora de un aspecto sobre el que se suele pasar de puntillas: el impacto que tuvo lo que lo llamo “el papel de los compañeros del barco”. ¿Qué es esto? Veamos:

Una cosa que creo que hay que aclarar es que el franquismo, aunque podía ofender a los exiliados con sus medidas, su cinismo y su hipocresía, difícilmente podía sorprenderles. Lo conocían demasiado bien. Pero había otras cosas que no se habían previsto, y que de nuevo coinciden con una de las consecuencias del largo exilio: tanto en España como en la expatriación nacían nuevas generaciones y nuevas sensibilidades políticas, se producían cambios culturales, incluso tecnológicos… Esto no hace posible el entendimiento intergeneracional pero sí lo complica. La izquierda “del interior” va desarrollando otra hoja de ruta que no es la que mayoritariamente aprueba la izquierda exterior (el exilio). Por otro lado, los expatriados tienen hijos, y esos hijos, aunque se socialicen en la cultura política de sus padres y “hereden” sus memorias traumáticas, no son estrictamente exiliados. Si han nacido en Francia, han aprendido francés, han socializado con franceses, y aunque se les haya educado como españoles que un día van a volver a su país, es irremediable que un día se digan a sí mismos: “escucha, pero si yo soy mitad francés, o más, y por otra parte, ¿cómo puedo volver a un lugar en el que nunca he estado?”.

Esto no es todo. El extrañamiento y la incomprensión surgen también frente a compañeros de antaño. Los cruces de reproches que inició la Guerra Civil en el bando republicano siguieron y se multiplicaron en el exilio, donde el anticomunismo de determinadas fuerzas llegó a ser tanto o más fuerte que el antifranquismo, por ejemplo. Por otro lado la exigencia objetiva de una lucha sin cuartel ni fecha límite (militar, pagar cotizaciones, integrar a los hijos en esta dinámica) causó un conflicto interno, primero, dentro de cada exiliado -¿me tengo que dedicar tiempo completo a la causa de España o puedo también dedicarme a mí?- y luego entre aquellos. ¿Era factible, esto último? ¿Se podía ser un “buen exiliado” o, mejor dicho, el tipo de exiliado que una expatriación tan prolongada y desoída requería, y ser capaz a un mismo tiempo de establecer familias, raíces, negocios o proyectos personales? ¿Cuántos “mandamientos” tenía que respetar cada exiliado, dentro del ideal, primero, y de su organización, después? ¿Durante cuánto tiempo? Si se fallaba en alguno, ¿bastaba con que un exiliado se perdonase a sí mismo? ¿Ante quién más debía rendir cuentas? Y aunque se respetaran todas las consignas y circulares, se evitaran los “desviacionismos” y se mantuviera la “acción eficaz”, ¿quién limpiaba las conciencias de aquellos que, como decía Machado, por haber salido al exilio no habían ofrecido aún un “testimonio de fidelidad” definitivo? ¿Quién podía mirar cara a cara a sus muertos y decir, con imperturbable convicción: “ya está, ya hemos hecho bastante”?

Esto hace que la culpa y la vergüenza eclosionen muy agresivamente en los ambientes del exilio, un tema del que se suele hablar poco, y que afectaba al propio retorno: a un país donde la dictadura franquista no había sido expulsada por las armas, ni desalojada por medio de la presión internacional, ¿se podía volver?. Para muchos no se podía –no se debía–, mientras Franco siguiera con vida, salvo que el retorno tuviera precisamente una finalidad de lucha antifranquista. Con todo esto lo que intento decir es que muchas personas directamente descartaban el retorno porque sentían que era una prohibición, o si lo ensayaban, lo hacían sintiendo que fallaban a su causa. Y luego estaban los factores adaptativos más mundanos, si podemos llamarlos así, y las cuestiones materiales: para volver a España, según tu edad, tenías que resolverte o bien la cuestión del trabajo o de la pensión, así como el dónde ibas a vivir (algo nada obvio en el caso de retornados cuyas casas familiares habían sido rapiñadas, destruidas, o estaban abarrotadas). Por otra parte, no todo giraba en torno a la incompatibilidad política con el franquismo. Así, por ejemplo, los cerca de 2.000 “niños de Rusia” que se repatriaron a España entre los años 1956 y 1957, sufrieron ante todo una profunda incompatibilidad cotidiana con sus compatriotas, que no tenían apenas hábitos culturales ni intereses más allá del fútbol y las “películas de vaqueros”, ni eran críticos con el sistema capitalista (aunque sí lo fuesen con el franquismo). Son muchas cosas las que, antes, durante y después, torpedean la posibilidad de éxito de un retorno pleno. Para cubrirlas todas tendría que escribir… pues sí, tendría que escribir un libro [se ríe].  

yanohayvueltaatras (2).jpg-Pero no siempre era posible volver, ¿verdad?; ¿en la mayoría de los casos, por qué nunca fue factible volver?; cuando murió el dictador y con él la dictadura...tampoco a todos les fue factible volver, ¿verdad?, ¿por qué? 

-Józef Wittlin, el poeta y novelista polaco que se exilió de Europa en 1940 por el avance de los nazis, tiene la clave para entender esta imposibilidad. Wittlin, que además era traductor, señaló en alguno de sus estudios que el castellano le sorprendía a la hora de hablar del desplazamiento forzoso, porque en nuestro idioma existe una palabra que no se encuentra con facilidad en otras: “destierro”. Es una palabra muy cantarina que anuncia a los cuatro vientos su propio significado: si te han desterrado, tus raíces están expuestas, te has quedado sin tu tierra, sin tu terruño, sin tu hogar, tu espacio de referencia, el que ha sido hasta entonces tu mundo. ¿Cómo se cura el destierro? La respuesta inmediata sería: volviendo a tu tierra, o en su defecto, buscando otro lugar en el que echar raíces. Lo que sea, con tal de “recuperar una tierra”. Visto desde este punto de vista, la condición de exiliado parece bastante reversible, ¿no? Si recuperas el suelo que has perdido, o si haces el esfuerzo de buscar uno nuevo, estarás bien…

Józef Wittlin reflexionó sobre el mal del exilio y concluyó que había algo más. Fascinado por esa palabra tan nuestra, destierro, se inventó otra, destiempo. El desterrado no solo pierde su punto de referencia, sino su momento, también, y esto es lo que les ocurrió a los exiliados del año 39. España, como país, no se fue a ningún sitio. Los ríos siguieron en su curso y las montañas no se desplazaron tampoco. Cambiaron las gentes, los paisajes rurales, más aún los urbanos, pero la tierra siguió siendo la misma. El problema era el tiempo histórico. Cuando los exiliados comienzan a visitar su país, encuentran los lugares que recuerdan, pero no los momentos. Yo hice la revolución en esta tierra, ¿qué queda de ella?; yo celebré la proclamación de la República en esta plaza, que sigue aquí, ¿pero dónde está aquel periodo fundamental en mi vida? Yo fui joven, aquí, pero ya no lo soy. El tiempo perdido es irrecuperable, y la identidad personal juega malas pasadas a los exiliados, pues cuando están en México, en Francia, en la URSS, se sienten ante todo españoles y les quema esa lejanía, pero cuando ya vuelven a estar en España, de repente pierden la referencia vital. Han vivido a veces décadas en otro país. Están más en sintonía tal vez con ese México, esa Francia, esa URSS, o no están en sintonía con nada y se sienten “de aquí y de allá”, que a veces es lo mismo que decir “ni de allá, ni de aquí”…

Y como siempre, eso no es todo. Si el mundo de 1939 se congeló para quienes fueron expulsados de su hogar, el calendario global a partir de 1945 se aceleró. La Guerra Fría, la reconstrucción de Europa, la descolonización, los nuevos movimientos sociales… todo esto fue pasando. Un poco como la evolución del televisor, los exiliados se fueron de una España en blanco y negro, y cuando volvieron, la imagen que encontraban, a color, no tenía por qué ser negativa, pero desde luego que no cuadraba con sus memorias personales. Por supuesto no se trataba de un fenómeno individual de no reconocimiento de entornos, un exilio político es siempre colectivo y se refiere a la forma en que una sociedad decide vivir. Los exiliados no se engañaban a sí mismos. Ya sabían que los viajes en el tiempo son imposibles, pero me atrevo a decir que la mayoría de ellos sí que había tenido la expectativa de que, de algún modo, a su regreso “conectaran” más cosas. Que se pudiese retomar, algo más, la agenda política que se abandonó en los años treinta, que los españoles del interior hubiesen sido un poco más sensibles hacia ese pasado, hacia sus historias, vivencias, y experiencias. Pero la realidad les había dejado atrás, no era solo que ellos se hubieran desorientado al ser peregrinos del mundo. Si acaso, unos pocos fueron lo suficientemente “afortunados” de retomar una cierta presencia política, de ser preguntados, escuchados… No fue frecuente, ni duró mucho. Los exiliados recuperaron su tierra, en gran medida, pero del tiempo perdido apenas se salvaron unos pocos días o semanas, las mismas que les costaba a los retornados volver a sentirse desplazados…   

-El exilio dejó huellas, heridas... ¿todo esto hasta qué punto ha podido ir cicatrizándose?

-Las cicatrices se producen, y en consecuencia se tratan, en diversos niveles.

En un ámbito más personal el exiliado puede, como cualquier otra persona traumatizada, reconstruirse más o menos. Para ello tendrán que entrar en juego actitudes personales, terapias conscientes o inconscientes, como traer nueva vida a este mundo, el papel regenerador del amor, sentirse íntegro, aunque dolido… Este es un camino que los desterrados enfocan en todo caso familiar o individualmente, y el resultado es tan variado como el de la infinidad de maneras de ser y tipos de exilio de los que ya habláramos antes. En tal nivel los exiliados han podido, o pudieron, regenerarse más o menos si, siguiendo un poco la estela de lo que planteaba María Zambrano, lograron “desexiliarse”. Es decir, si lograron aceptar que el exilio, con su elevada carga amarga, y sus escasas (pero notables) satisfacciones, formaba parte de ellos. Que no era un paréntesis, sino un periodo del que, pese a todo, podían sentirse ya que no dichosos, al menos sí orgullosos. En una frase: si lograban aceptar que la vida es la que había sido, y no la que hubieran deseado que fuera, y si además valoraban que habían afrontado aquella dura prueba con la templanza de vivir, a pesar de todo, los exiliados podían dejar de sentirse partidos. Por supuesto esto es algo que, sospecho, la mayoría dejó a medias, y no les culpo…

En un nivel superior, de reconocimiento o reparación institucional, al exilio republicano se le han hecho diversos reconocimientos, a título personal o bien general (el actual exrey Juan Carlos llegó a homenajearlos allá por el año 2000, qué cosas, ¿verdad?), y desde la historia y la memoria democrática se ha hecho un esfuerzo por recuperar parte de sus testimonios, escritos y singladura existencial, pero asimismo hay que señalar que como siempre pasa, en lo material se les ayudó muy poco cuando tocaba: las equiparaciones por ejemplo de los mutilados republicanos de la Guerra Civil (muchos de ellos en el exilio) con los llamados “caballeros mutilados” (pertenecientes al ejército rebelde), no llegaron hasta el año 84. También se tardó mucho en facilitar convenios internacionales que permitieran a los desterrados, lo mismo que a los emigrantes económicos (víctimas también de la rapacidad franquista), regresar a su tierra. Es decir los exiliados han sufrido aquello del “te doy las gracias, pero no dinero, que lo primero es más barato”… con lo que ya veis que reconocimiento sincero, del que muestra implicación y restitución, poquito.

Y por último el nivel que más me interesa, el de la sensibilización y cambio colectivo, y aquí me es imposible juzgar aisladamente al exilio español, debo tratarlo junto con el resto de desplazamientos, junto con las masacres, la represión, la miseria provocada, y el genocidio. Quien esté ya saturado de negatividad que no siga leyendo, porque voy a ser inclemente a este respecto.

¿Han cicatrizado las heridas del exilio desde el punto de vista de la corresponsabilidad histórica? Aquí las heridas, es un secreto a voces, nunca cicatrizaron, como no han cicatrizado las heridas del propio franquismo y la Guerra Civil. ¿Por qué? Porque, tanto en el ámbito de la política como de la economía, sin olvidar el respeto de los Derechos Humanos, hemos sido bastante incapaces como sociedad a la hora de establecer consensos y de respetar dichos acuerdos. No se ha condenado unánimemente en este país al franquismo, que no lo olvidemos, es el responsable primero de que llegase a existir algo llamado “exilio republicano español”. No se ha construido, ni en España, ni en Europa, ni en el mundo entero, un modelo productivo que permita que las sociedades humanas vivan con dignidad y libertad. Durante décadas se vivió al borde del colapso total, con la Guerra Fría, y ahora vivimos al borde del colapso social y ambiental, que son dos caras de la misma manera. La Unión Europea abandonó hace mucho su vocación igualadora, actualmente es un club heterogéneo de países cada vez más egoístas donde, además, hay un claro distanciamiento norte-sur que tarde o temprano reventará. Por último, la crisis de los refugiados de Siria, o de donde sea, junto al problema, siempre tratado como cosa menor, de las emigraciones económicas de millones de personas. Nos dan igual. De verdad, hay que decirlo ya, dejar de ser por lo menos tan hipócritas. NO NOS IMPORTAN. Hemos firmado mil acuerdos internacionales, nos hemos suscrito a convenciones de derechos, de principios, de lo que sea, y hemos estado garabateando papel mojado todo el tiempo. Cuando las cosas se han puesto un poco difíciles, la empatía nos la hemos reservado para nosotros. No “nos ha pillado en buen momento” el respeto de los derechos humanos porque, como dijo Rajoy, que de verdad que yo le agradezco muchísimo que tenga momentos lúcidos en los que dice las cosas como son, sin molestarse en disimular: “una cosa es ser solidario, y otra es serlo a cambio de nada”. Amén.  

-Amigo Pablo, ¿cómo ha sido el proceso de documentación e investigación?;¿cómo te lo planteaste y cómo lo has ido llevando a cabo? 

-Durante el primer año – segundo año de investigación me dediqué, como la mayoría de doctorandos que conozco, a dar palos de ciego. Me costó mucho ir dando con hilos de los que tirar. Al principio de un trabajo así lo que hay que hacer es leer, claro, pero lo importante después de los primeros atracones es seleccionar. Hay episodios del exilio republicano donde tarde o temprano hay que parar las rotativas: si vas a estudiar el retorno desde el exilio un día tienes que decir, voy a procurar no leer más sobre la literatura del exilio republicano, o sobre su historia política, voy a dejar de leer sobre el año 39 o los años cuarenta, no voy a pasar de la muerte de Franco, etc.

Paralelamente donde la investigación realmente va a avanzar, o estancarse, es en el trabajo de Archivo. Para sacar adelante este libro visité veinticuatro archivos, nueve de ellos en Francia. Los más importantes para mí terminaron siendo los fondos del Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares, junto con los registros del Centro Documental para la Memoria Histórica, de Salamanca, así como los archivos departamentales fronterizos franceses de la línea pirenaica (Pau-Tarbes-Toulouse-Foix-Perpignan), y, cómo no, diversos archivos de París. Otros muchos centros documentales de partidos políticos (PCE, PSOE) o centrales sindicales (UGT, CNT, CC.OO.) redondearon la labor. De todo este sinfín de libros leídos u ojeados (varios centenares) y a partir de las fotografías o fotocopias realizadas en archivos (varios millares), pude hacer una especie de macedonia de hechos, datos y casos relacionados con el exilio y el retorno. Aun así, me he ido quedando más con lo que encontraba que con lo que buscaba, una máxima en el mundo de la investigación.   

-Y después, ¿cómo ha sido tu metodología de trabajo? 

-Con todo lo que he recogido he intentado construir un hilo narrativo que fuera cabal. Esto es más fácil de decir que de hacer, porque a fin de cuentas lo que en un principio iba a ser una investigación centrada en los retornos que se producen durante los años setenta (últimos años de Franco y Transición) se había ido ampliando hasta el mismísimo año 39. Tenía que dar cuenta prácticamente de 40 años de historia, hablando de un exilio que no solo era francés, que tampoco se exiliaba (ni regresaba) a la vez, y donde había que tener en cuenta no solo el hecho de regresar, sino el cómo (procedimientos, actitudes franquistas, recepción), el por qué (psicología del retorno), el por qué no (más psicología, junto con reflexiones materiales y económicas), e importantísimo, también, la evolución de esos retornos y la reflexión general sobre si el exilio tiene cura. Esta composición de lugar además no la tienes cuando empiezas a investigar, sino que la ves clara cuando vas llegando a la recta final. Ves entonces lo que tienes e intentas equilibrar: unas lecturas más, unas visitas de archivo más, para llenar donde hay más carencias.

Con todo lo que has ido recopilando, que por fuerza va a ser parcial y poco equilibrado, intentas componer algo que sea representativo de la realidad, pero que también sea legible. Hay que pensar sobre qué se escribe, luego qué se escribe, y a la vez cómo se escribe. La metodología resultante, ya no tengo que disimularlo, es una caótica composición de parches, buenas intenciones, correcciones y abandonos. Los esquemas limpios sobre cómo organizar una correcta investigación que me enseñaron en la carrera me duraron un fin de semana, claro que también se aprende. Si mañana me pidieran que hiciera una nueva tesis sobre un tema completamente nuevo y a ciegas, sé que empezaría mejor pertrechado pero, asimismo, creo que terminaría haciendo algún que otro malabar. Esa ha sido, al menos, mi experiencia.    

-Amigo, me da que estás bastante ocupada y eso, pero ¿nos puedes comunicar en qué estás trabajando ahora? 

-Actualmente trabajo en la Universidad Popular de Zaragoza, y estoy encantado.

En este país, aunque no son todas iguales, una “Universidad Popular” es una institución de enseñanza no reglada (no damos títulos) para mayores de edad. Yo imparto cursos de francés y de historia, y tengo la suerte de estar todos los días con unos alumnos que vienen a clase sin que nadie les obligue, por el mero deseo de aprender y socializar los unos con los otros. Por si esto fuera poco no me tengo que preocupar por realizar exámenes ni nada que se le parezca, y me puedo concentrar en preparar clases sobre temáticas que en la mayoría de los casos propongo y diseño yo mismo (hasta la fecha hemos hecho una Historia del mundo a través de los viajes de descubrimientos, un seminario sobre la UE y su crisis actual, una historia de la mentalidad en la Edad Media a partir de la leyenda artúrica, una historia de la magia y la superstición y, actualmente, una historia sobre China y Japón…).  

En mi faceta investigadora estoy un poco detenido. Creo que tengo que recobrar aliento después del esfuerzo que supuso terminar la tesis y preparar este libro. En el campo universitario… bueno, en ese campo hace mucho que no muevo ficha. Aunque hubo cosas muy positivas en lo individual, quedé ampliamente desencantado de mi paso general por la universidad. Es una institución que me ha decepcionado muchísimo, a mí y a infinidad de compañeros y compañeras. Con esto no quiero decir que no haya gente encantadora, trabajadora y comprometida (por favor, quiero subrayar esto último: mi crítica es general, no particular). No hablo de eso, hablo del espíritu de la institución, de su filosofía de trabajo, sus políticas de contratación, de su ego…

La idea de una Universidad como lugar de aprendizaje abierto a la ciudadanía, como punto de encuentro de conocimiento (pero no de sabios ególatras), pero sobre todo de solidaridad sapiencial e implicación humanística… es un cuento. La Universidad española es, a día de hoy y le pese a quien le pese, un negocio más, que está además de capa caída, que deshace los esfuerzos de quienes tienen ganas de aportar algo, y que encumbra a quienes por otra parte disfrutan estableciendo dinámicas poco menos que feudales, por no olvidar a ciertos sectores que entraron en su día en ella y se acomodaron, sin apenas dar, como se suele decir, “palo al agua”. Sé que mis palabras son muy duras, pero hablo de lo que he visto y sufrido, y de lo que también han visto y padecido miles de personas como yo. Sin ir más lejos, tengo conocidos que ahora mismo están en juicios durísimos con la Universidad de Zaragoza, porque se niega a pagarles lo que les debe, lo retrasa, lo niega todo… Es bochornoso, de verdad, y tiene que cambiar. Si no lo hace, le auguro mal futuro a esta institución que tanto podría aportar, y tanto ejemplo debería dar.

El tiempo dirá si quiero, o mejor dicho si puedo, dedicarme a seguir investigando. Por ahora, o en este país, no.

 

 

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