La
Librería de El Sueño Igualitario
Cazarabet conversa con... Ángel Luis López Villaverde,
autor de “La Segunda República
(1931-1936). Las claves para la primera democracia española del siglo XX”
(Sílex)
Las claves para entender la primera democracia
española del siglo XX.
Ángel Luis López Villaverde reflexiona y
argumenta sobre la que fue la primera tentativa de democracia española en el
siglo XX.
La sinopsis de este libro:
El lector podrá encontrar en estas páginas las
principales aportaciones de las diferentes líneas historiográficas sobre
asuntos sujetos a un debate abierto. No obstante, el autor huye de
equidistancias y de otras imposturas y se muestra crítico con los enfoques
revisionistas sobre la Segunda República, tan dados a contraponer su “fracaso”
con el “éxito” de la Transición. A su juicio, ese relato maniqueo parte desde
el colapso republicano, desde la posterior experiencia traumática, destripando
un final que altera su análisis y vincula su memoria a la derrota, enfrentando
la República en paz al espejo deformante de la República en guerra. Se ha
estructurado el libro en dos partes, de cuatro capítulos cada una. Se puede
leer cada uno de ellos como pieza separada, sin importar demasiado el orden.
Todos encajan a modo de puzle y responden a diferentes planteamientos. Las
preguntas fundamentales (¿qué, cómo, quiénes y por qué?) están en la primera
parte, que atiende básicamente a la historia política y cultural. La segunda se
centra en las claves temáticas (la organización del poder, las esperanzas y
solivianto que suscitó y la gestación de la traición a la República). En esta
segunda parte, junto a la política y la cultura, se recurre a la historia
social. De esta manera, tienen cabida tanto los protagonistas individuales como
los actores colectivos, el relato diacrónico como el análisis temático, las
continuidades como las rupturas, así como la perspectiva desde “arriba” y
“desde abajo”, sin olvidar la de género.
El
autor, Ángel Luis López Villaverde:
Ángel
Luis López Villaverde es licenciado en Historia Contemporánea por la
Universidad Complutense (1986), doctor en Historia por la Universidad de
Castilla-La Mancha (1993) y Profesor Titular de Historia Contemporánea de la
UCLM (2003).
Sus áreas de investigación son: Historia
regional, Historia de la prensa, Historia de la Iglesia, Estudios de
asociacionismo y sociabilidad. Aunque en la Universidad de Castilla la Mancha
imparte clases de: Historia del mundo actual y Análisis de la actualidad.
Entre sus
publicaciones, destaca:
Cuenca durante la
Segunda República: elecciones, partidos y vida política. (Diputación de
Cuenca/UCLM, 1997)
Historia y evolución
de la prensa conquense, 1811-1939. (UCLM, 1998), en
coautoría con Isidro Sánchez Sánchez
Honra, agua y pan: un
sueño comunista de Cipriano López Crespo, 1934-1938. (CECLM, 2004),
en coautoría con Isidro Sánchez Sánchez.
Juan Giménez de
Aguilar (1876-1947): conciencia crítica de la sociedad conquense. (Almud/CECLM,
2005)
El gorro frigio y la
mitra frente a frente: construcción y diversidad territorial del conflicto
político religioso en la España republicana.(Rubeo, 2008)
El crimen de Cuenca en
treinta artículos. Antología periodística del error judicial. (CECLM, 2010).
El poder de la Iglesia
en la España contemporánea. La llave de las almas y de las aulas (La Catarata
de los Libros, 2013)
Y ha coordinado:
Relaciones de poder en
Castilla. El ejemplo de Cuenca.(UCLM, 1997),
coordinado junto a Joaquín S. García Marchante
Clericalismo y asociacionismo
católico en España. De la Restauración a la Transición. (UCLM, 2005),
coordinado junto a Julio de la Cueva Merino
Historia de la Iglesia
en Castilla-La Mancha (Almud, 2010)
Cazarabet
conversa con Ángel Luis López Villaverde:
-Amigo,
solemos hablar y reflexionar mucho sobre la II República, pero me gustaría
mirar un poco hacia atrás, ¿qué heredó esta II República de aquella I República
tan maltratada por la historia como malinterpretada y manipulada?
La II República fue la primera experiencia
democrática del siglo XX, pero no hubiera sido igual sin los ecos de la
primera, en 1873. Evidentemente, hubo muchas diferencias. Si la primera apostó
por un estado federal y fue efímera, pues no llegó a entrar en vigor su
Constitución, la segunda apostó por un estado “integral”, compatible con la
autonomía regional, tuvo un desarrollo legislativo constitucional y sólo un
sino una larga y sangrienta guerra civil acabó con ella. Además, el federalismo
era minoritario entre los republicanos del primer tercio del siglo XX, a
diferencia del republicanismo del último tercio del XIX. Hasta el color de la
bandera fue distinto. Pero ambas experiencias republicanas quisieron dar
respuesta una de las cuestiones políticas más enquistadas, la territorial, y apostaron
por democratizar el marco político. Por eso, ambas deben tener un lugar
preferente en nuestra memoria democrática.
-¿Qué aporta tu
libro al estudio y reflexión sobre la II República?
Nos encontramos con una paradoja. Pese a ser
uno de los períodos que mayor debate ha suscitado y sobre los que existe una
mayor literatura, sin embargo, persiste una imagen bastante maniquea y
simplista de la II República en la memoria colectiva. El público lector suele
comprar más las obras que impugnan su legado como experiencia democrática y no
logra desvincularse de su trágico final o de su vinculación con la izquierda
Mi propósito era escribir un libro distinto.
No tanto por introducir nuevos datos o interpretaciones inéditas como por
contarlo de manera diferente. De ahí su estructura. También que me haya
centrado en el quinquenio 1931-1936, es decir, la “República en paz”, sin el
espejo deformante de la guerra. Y, en todo momento, mi objetivo ha sido
traducir a un lenguaje comprensivo debates que suelen quedarse en ámbitos
académicos, con el fin de ofrecer una visión más compleja del período
republicano. He tratado de ofrecer una visión didáctica y plural, aunque no
equidistante. La verdad histórica es poliédrica y hay que observarla desde
diferentes ángulos. De ahí que me haya servido tanto de la historia política
como de la social y de la cultural, desde arriba y desde abajo.
-Es un ensayo no
lineal que se puede leer sin seguir un orden preestablecido, ¿no es así?, por
qué elegiste este modo de escribirlo y ¿cómo ha afectado esto a la metodología
de trabajo?
Precisamente esta es mi principal aportación.
Cada capítulo se puede leer por separado y tiene sentido en sí mismo. El orden
de la lectura no importa. Ofrezco uno posible, pero podría haber sido de otra
manera. Si el primero es un resumen de la evolución política (que puede venir
bien tanto a un estudiante como a un lector interesado, que se conforma con las
referencias básicas), el segundo incide en cómo se ha ido difundiendo ese
relato en los libros y las aulas, en el cine y en las memorias generacionales,
mientras el tercero se centra en los protagonistas (biografías políticas) y el
cuarto en sus culturas políticas. Esta primera parte, por tanto, responde a las
preguntas básicas de ¿qué? ¿cómo?, ¿quién? y ¿por qué?.
La segunda parte contiene otros cuatro capítulos que se ocupan,
respectivamente, de la organización del Estado y las relaciones de poder, las
realizaciones (las reformas), los conflictos (sociales y políticos) y la
conspiración que colapsó la República.
-¿A qué
acontecimientos obedece la II República? Preguntado de otra manera, ¿por qué
pudo darse la II República?
El desencadenante fueron unas elecciones
municipales que se interpretaron como un plebiscito a la Corona, celebradas el
12 de abril de 1931, dos días antes de su proclamación. Pero el proceso venía
de atrás, pues es fruto de una crisis sistémica: la primera respuesta a la
crisis del sistema canovista fue autoritaria (durante
la dictadura de Primo de Rivera) y fracasó; de ahí que la República fuera la
respuesta democrática a una crisis que, a esas alturas, era no sólo política,
sino también económica y social. Naturalmente, todo ello fue posible porque el
principal partido de masas entonces, el PSOE, hizo su viraje republicano y,
paralelamente, el republicanismo fue ganando terreno. Curiosamente, la vía
conspirativa (que había abierto todos los cambios políticos en la España
contemporánea hasta entonces) fracasó y la República vino acompañada de una
movilización urbana, tras un vacío de poder.
-¿Cuánto
de ingrediente “revolucionario” hubo en la proclamación de la II República?
A esta pregunta le dedico buena parte del
segundo capítulo. Los conceptos han ido evolucionando a lo largo de la
historia. Hablar de “revolución”, de “democracia” o de “república” en el
período de entreguerras implica asumir su significado en la época, que no es el
actual. En esos momentos, se vivía una lucha entre reforma, revolución y
contrarrevolución en toda Europa. También en España. Aquí tuvo un resultado
diferente, pues terminó en guerra civil. Pudo haber sido de otra manera. De
todos modos, proyectar un sesgo presentista en el
análisis histórico suele conducir a establecer un relato equivocado. Comparar
las experiencias democráticas de los setenta y los treinta en clave de consenso
es tramposo. La democracia consensuada no llegará hasta la segunda posguerra
mundial.
¿Quiénes fueron
los principales “hacedores” de la II República?
Si la pregunta trata de identificar a los
protagonistas de su proclamación, entre ellos estaban, lógicamente, quienes
formaron parte del Gobierno Provisional. Pero para entender qué supuso la
República se necesita abrir el objetivo. Al estudio de las elites he dedicado
el tercer capítulo. Entre ellas, hay no pocas mujeres. Pero, junto a las elites,
están los protagonistas colectivos, los partidos, los grupos de interés, la
prensa, etcétera. Y, por supuesto, no se puede olvidar el pulso que se estaba
echando en el ámbito local, donde se jugaba el futuro de la República.
-¿Qué principales
dificultades se vivieron antes de la proclamación de la II República?
Ya he mencionado la crisis sistémica. La
propia corona se había vinculado tanto a la dictadura que la caída del dictador
no pudo evitar su deterioro. Cada vez tenía menos apoyos. Por su parte, el Ejército
estaba dividido. El panorama político no tenía nada que ver con el anterior a
1923. La situación económica internacional estaba afectando también al país,
aunque su incidencia fuera menor o más tardía que en los grandes países
industrializados.
No obstante, que el rey renunciara a la Corona
no era algo inevitable. Tras el fracaso de la sublevación de diciembre de 1930,
no parecía que los acontecimientos evolucionaran tan rápido. Pero lo hicieron.
Las fuerzas antimonárquicas eran un conglomerado heterogéneo, a quienes unía
más el deseo de cambio que un programa coherente para implementarlo.
Los ayuntamientos republicanos heredaron unas
arcas endeudadas y un desempleo creciente. El Gobierno Provisional tenía que
afrontar uan serie de cuestiones pendientes: desde la
territorial a la agraria, pasando por la educativa, la religiosa o la militar.
Paradójicamente, la República trajo la democracia a España cuando en su entorno
europeo se abrían paso experiencias dictatoriales y estaba en cuestión tanto la
democracia como el capitalismo.
-Una vez
“instalada” esta II República, ¿cuáles son los principales escollos que debe
saldar?
Junto a la necesidad de afrontar los grandes
desafíos políticos, económicos y sociales había debía forjar una cultura
republicana, basada en una identidad laica y una alternativa a los valores
tradicionales. A los partidarios de la vía reformista les salieron impugnadores
a izquierda y derecha. Las derechas se reorganizaron pronto y ofrecieron una
respuesta accidentalista, que contaba con el apoyo de
un sector de la Iglesia, a iniciativa vaticana. El deseo del gobierno
republicano-socialista de someter al poder civil a dos instituciones tan
poderosas como el Ejército y la Iglesia resultó frustrado. Por otra parte, el
movimiento anarcosindicalista se convirtió en una permanente fuente de
inestabilidad y conflicto. Tampoco ayudaron las divisiones en el seno de las
fuerzas del cambio, con diferentes visiones sobre los ritmos de las reformas y
de los objetivos a conseguir.
-La educación sí
que fue una de las “áreas” que puede decirse que sufrió una especie de
revolución….
Efectivamente. La República se concibió como
un “Estado educador”. Sin educación no era posible ejercer las reglas del juego
democrático ni el ascenso social. Fue una de las prioridades de los gobernantes
republicano-socialistas. Era una de las claves también para abordar la nueva
identidad republicana. La revolución en la escuela, diseñada por el socialista
Rodolfo Llopis, requería la construcción de
veintisiete mil aulas, siete mil nuevas plazas de maestros y la extensión de la
cultura al mundo rural (las Misiones Pedagógicas). Pero faltó presupuesto
suficiente para desarrollarla al ritmo previsto y perdió empuje tras el viraje
político del otoño de 1933.
-La Iglesia y su influencia, sobre
todo en áreas rurales y entre algunos colectivos, sí que puede afirmarse que
fue un importante escollo, ¿no?, ¿qué papel jugó?
Frente a la imagen en positivo de la reforma
educativa, suele proyectarse como contrapunto, por negativa, la reforma
religiosa. Aunque ni la primera fue tan exitosa ni la segunda se puede
interpretar en clave apocalíptica.
Sobre el pulso entre las autoridades
republicanas y eclesiásticas hablé extensamente en otro libro (El gorro frigio y la mitra frente a frente,
Rubeo, 2008). No se trata de un conflicto entre un
poder político agresor y uno religioso agredido. Tampoco se puede calificar la
política religiosa como persecutoria (al menos antes del verano del 36, ya en
plena guerra). Desde luego, no se puede hablar de una Iglesia o de un
catolicismo con planteamientos monolíticos, como tampoco los tuvo el Gobierno
Provisional. Hubo intentos de acordar, que no fructificaron, y hubo una
variedad territorial mayor de la que parece.
En esa pugna católico-laicista hubo un
componente cultural evidente, pues laicismo y catolicismo jugaban la carta identitaria. Y en el ámbito de la educación, se llegó a una
“guerra escolar”. Hay que tener en cuenta que la Iglesia tenía la “llave de las
aulas” desde que perdió la “llave de las arcas” el siglo anterior. De ello me
ocupé en otro de mis libros (El poder de
la Iglesia en la España contemporánea, La Catarata, 2013). La Constitución
de 1931 excluyó a los eclesiásticos de derechos reconocidos al resto de
españoles (pues no podían ejercer el comercio, la industria o la educación).
Aunque, paradójicamente, las Cortes disponían, por primera vez en un siglo, de
escaños ocupados por sacerdotes. La Iglesia aprovechó los excesos laicistas
para contrarrestar el anticlericalismo por la vía de la movilización social y
política. Y le salió razonablemente bien porque el movimiento católico se
fortaleció desde fines de 1933 y sus aliados políticos consiguieron marcar la
agenda del segundo bienio, aunque no lograron su principal propósito, la reforma
constitucional. Al final, quienes se levantaron contra la República
respondieron a objetivos muy diversos, pero encontraron la complicidad
episcopal, pues la idea de cruzada sirvió a los sublevados como un potente
argumento legitimador.
-La reforma militar
así como la agraria fueron de las que causaron auténticos quebraderos de
cabeza…
El Ejército se sintió agredido por la reforma
militar de Azaña. Y fue ganando peso político y social conforme se fue militarizando
el orden público y se convirtió en la pieza fundamental de la conspiración. Las
conspiraciones, tanto civiles como militares, empezaron desde el minuto uno,
aunque no se precipitaron hasta agosto de 1932 y culminaron en julio de 1936.
No se puede separar demasiado la reforma
militar de la agraria. De hecho, el fracaso de la sanjurjada
de 1932 propició la aprobación de la Ley de Bases de Reforma Agraria en
septiembre de ese año, que quedó por debajo de las expectativas de los
jornaleros del sur (cuyos asentamientos fueron demasiado lentos, por un
presupuesto escaso) e ignoró los intereses tanto de los pequeños propietarios
como de los arrendatarios. Los planos militar y agrario volvieron a
entrecruzarse en el verano de 1936. El estallido del golpe impidió la
aprobación de otra reforma agraria, que amenazaba con subvertir el orden social
y podría haber reconciliado a la República con buena parte de las bases
sociales que había ido perdiendo en el campo.
-¿Qué cambios le
dio al mundo de la cultura la llegada de la II República?
El término cultura es polisémico. Frente al
concepto aristocrático está aquel que entiende como tal toda manifestación
material o espiritual de una colectividad humana. Desde este punto vista, el
choque identitario entre laicistas y católicos tuvo
una base cultural. Pero supongo que la pregunta se refiere a la democratización
de las expresiones culturales y a la llegada de libros, cuadros, conciertos y
representaciones teatrales a lugares recónditos merced a las Misiones Pedagógicas.
En este sentido, era parte sustancial del Estado educador y supuso también una
revolución cultural.
-¿Cómo eran las
relaciones entre los políticos republicanos, fuesen conservadores o de
izquierdas?
La respuesta a esta pregunta requeriría una
extensión imposible de abordar en una entrevista de este tipo. El
pluripartidismo de los años treinta convierte en una sopa de letras el estudio
de la vida política durante la II República. Le dedico también un buen número
de páginas en el cuarto capítulo de mi libro. Básicamente, en abril de 1931, el
espectro republicano estaba representada por cuatro partidos de ámbito nacional
(sin contar los catalanistas o galleguistas): uno
representaba el republicanismo histórico (el Partido Radical, de Lerroux) y se situaba en posiciones algo más centristas que
el partido recién fundado por ex monárquicos reconvertidos al republicanismo
(la Derecha Liberal Republicana, de Alcalá-Zamora y Miguel Maura). A la
izquierda quedaban entonces la Acción Republicana (de Azaña) y el Partido
Radical Socialista (de Marcelino Domingo). Los años siguientes vivirán varias
escisiones en el seno de los partidos republicanos y se romperá la alianza del
Gobierno Provisional, situándose en posiciones de gobierno diferentes. Mientras
Alcalá-Zamora acepta la presidencia de la República, el lerrouxismo
pasará a la oposición, al igual que el nuevo partido de Maura (el Partido
Republicano Conservador), durante el gobierno de Azaña, intercambiando los
papeles durante el siguiente bienio.
Las relaciones entre partidos fueron bastante
malas. También entre sus líderes. Incluso dentro de cada partido. Recordemos
las malas relaciones entre el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora,
con dos de los presidentes del Gobierno al que él mismo nombró, Manuel Azaña y
Alejandro Lerroux, O la ruptura, dentro del Partido
Republicano Radical, entre los partidarios de este último y los de Diego
Martínez Barrio. O las sucesivas escisiones dentro del Partido Republicano
Radical-Socialista. Por no hablar de los diferentes sectores enfrentados en el
seno del socialismo, que llegó en la primavera de 1936 tan dividido que prietistas y caballeristas parecían representar partidos diferentes. También hubo malas
relaciones en el seno de las derechas, que impidieron una colaboración más
estrecha entre sus diferentes partidos, lo que impidió formalizar alianzas
electorales más estables.
-Háblanos
un poco más de las relaciones de los que eran republicanos de izquierdas y que
acabaron constituyendo el Frente Popular…
Hubo una “vía española” hacia el Frente
Popular, rebajado a una mera coalición electoral., que permitió recomponer en
1936 la antigua alianza de la izquierda burguesa y obrera. Aunque las
diferencias entre prietistas y caballeristas
habían dificultado su nacimiento, encontró el impulso de un republicanismo
reorganizado, tras el fiasco electoral del noviembre de 1933, con Izquierda
Republicana (fruto de la fusión de AR, de Azaña, el PRSS, de Domingo) y Unión
Republicana (tras la confluencia de antiguos radicales socialistas y del sector
radical liderado por Martínez Barrio) como referentes. Mientras, el proyecto lerrouxista, al margen del Frente Popular, mostraba su
agotamiento y se descomponía tras las elecciones de febrero de 1936. Desde
entonces, y hasta la sublevación militar, el Gobierno quedó formado
exclusivamente por republicanos de izquierdas, con el apoyo parlamentario de
socialistas y comunistas y con un programa mínimo. El cambio en la presidencia
de la República, de Azaña por Alcalá-Zamora, resultó una maniobra
contraproducente, tras quedar bloqueada la proyectada coalición gubernamental
republicano-socialista.
-La CEDA actuó
como “más a una”. No sé me da la impresión que sabía más el poder que tenía, lo
que quería y que eran más prácticos en el “hacer” de la política.
Frente a la división en el seno del PSOE, la
CEDA fue un partido más cohesionado. Desde posiciones accidentalistas
y un ideario católico, tenía como principal objetivo la rectificación de la
República. Pese a incluir en su seno a un conglomerado amplio, donde cabían
desde los democristianos (una minoría que representaban Luis Lucía y Manuel
Giménez Fernández, sobre todo) hasta sectores parafascistas o fascistizantes,
nadie cuestionaba las decisiones de su líder, José María Gil-Robles. Bajo su
liderazgo, se convirtió en la principal organización de la derecha española, un
verdadero partido de masas, al que aupó al triunfo electoral en noviembre de
1933, aunque no pudiera formar gobierno por los recelos del entonces presidente
de la República, Niceto Alcalá-Zamora. La presencia de tres ministros cedistas fue interpretado por sus enemigos como una
provocación y abrió la espita a la revolución de octubre de 1934.
En los últimos años, se ha suavizado bastante
la imagen de un partido cuyo líder pidió a su electorado en la campaña de 1936,
sin éxito, que le diera la mayoría absoluta para hacer una España grande. Pero
no conviene equiparar a los dos partidos de masas (PSOE y CEDA) a la hora de
interpretar su escaso interés por consolidar la República. Establecer una
equidistancia entre ambos es una impostura. El PSOE fue un partido fundamental
en la consolidación de las reformas del primer bienio y la dirección
socialista, con Prieto a la cabeza, resultó una pieza fundamental en el
recobrado impulso reformismo frentepopulista, aunque resultara frustrada esta
vía por la fortaleza de la retórica revolucionaria de los partidarios de Largo
Caballero, que controlaba el sindicato, la UGT. En contrapartida, fuera de su
sector democristiano, la CEDA no hizo otra cosa que buscar una alternativa
corporativista y autoritaria a la democracia republicana.
-¿Cómo era hacer
y ejercer la política en el período de la Segunda República?
Suele hablarse de una República de intelectuales.
No fueron tantos, aunque sí muy significados. Muchos de ellos habían pasado
previamente por el Ateneo de Madrid, que seguía siendo una verdadera escuela de
formación política, donde se plantearon debates que tomaron forma legal en la
etapa republicana. Pero, junto a los intelectuales, había también políticos
veteranos, reconvertidos o no al republicanismo. La gran diferencia con la
política parlamentaria actual es la ausencia entonces de disciplina de voto,
pues eran elegidos en listas abiertas, por lo que no debían su escaño
directamente al partido. Por otra parte, el nivel de los debates solía ser más
elevado entonces, aunque también más bronco. Y en un contexto tan tensionado,
la política constituía una opción de alto riesgo.
-A tu entender,
¿por qué se precipitó el final de la República?
La República había recibido muchas heridas por
parte de sus enemigos, en forma de conspiraciones cívico-militares y de
insurrecciones obreras. Pero supo reponerse de un golpe de estado fallido, en
agosto de 1932, y de una revolución obrera y una insurrección catalanista, en
octubre de 1934. Sólo un golpe militar, con apoyo civil, que encendió la mecha
de una sangrienta guerra, pudo colapsarla. Lo que vino a continuación tiene
muchos protagonistas, pero los principales responsables del desastre tienen
nombres y apellidos y, uno de ellos, estuvo al frente de la dictadura más
sangrienta de la historia de España.
Fue, por consiguiente, la guerra la que acabó
con la República en paz, con la experiencia democrática. No fue su consecuencia
lógica, sino su verdugo. Aunque hubiera que esperar casi tres años para la
derrota definitiva de la República, en el verano de 1936 ya nada quedaba de
aquella alegoría de la “niña bonita” de abril de 1931.
25540
La Segunda República
(1931-1936). Las claves para la primera democracia española del siglo XX. Ángel Luis López Villaverde
472 páginas
22.00 euros
Sílex
El lector podrá
encontrar en estas páginas las principales aportaciones de las diferentes
líneas historiográficas sobre asuntos sujetos a un debate abierto. No obstante,
el autor huye de equidistancias y de otras imposturas y se muestra crítico con
los enfoques revisionistas sobre la Segunda República, tan dados a contraponer
su fracaso con el éxito de la Transición. A su juicio, ese relato
maniqueo parte desde el colapso republicano, desde la posterior experiencia
traumática, destripando un final que altera su análisis y vincula su memoria a
la derrota, enfrentando la República en paz al espejo deformante de la República
en guerra. Se ha estructurado el libro en dos partes, de cuatro capítulos cada
una. Se puede leer cada uno de ellos como pieza separada, sin importar
demasiado el orden. Todos encajan a modo de puzle y responden a diferentes
planteamientos. Las preguntas fundamentales (¿qué, cómo, quiénes y por qué?)
están en la primera parte, que atiende básicamente a la historia política y
cultural. La segunda se centra en las claves temáticas (la organización del
poder, las esperanzas y solivianto que suscitó y la gestación de la traición a
la República). En esta segunda parte, junto a la política y la cultura, se
recurre a la historia social. De esta manera, tienen cabida tanto los
protagonistas individuales como los actores colectivos, el relato diacrónico
como el análisis temático, las continuidades como las rupturas, así como la
perspectiva desde arriba y desde abajo, sin olvidar la de género.
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