La Librería de El Sueño Igualitario

la-segunda-republica-1931-1936-las-claves-para-la-primera-democracia-espanola-del-siglo-xx-.jpgCazarabet conversa con...  Ángel Luis López Villaverde, autor de “La Segunda República (1931-1936). Las claves para la primera democracia española del siglo XX” (Sílex)

 

 

 

 

 

 

 

Las claves para entender la primera democracia española del siglo XX.

Ángel Luis López Villaverde reflexiona y argumenta sobre la que fue la primera tentativa de democracia española en el siglo XX.

La sinopsis de este libro:

El lector podrá encontrar en estas páginas las principales aportaciones de las diferentes líneas historiográficas sobre asuntos sujetos a un debate abierto. No obstante, el autor huye de equidistancias y de otras imposturas y se muestra crítico con los enfoques revisionistas sobre la Segunda República, tan dados a contraponer su “fracaso” con el “éxito” de la Transición. A su juicio, ese relato maniqueo parte desde el colapso republicano, desde la posterior experiencia traumática, destripando un final que altera su análisis y vincula su memoria a la derrota, enfrentando la República en paz al espejo deformante de la República en guerra. Se ha estructurado el libro en dos partes, de cuatro capítulos cada una. Se puede leer cada uno de ellos como pieza separada, sin importar demasiado el orden. Todos encajan a modo de puzle y responden a diferentes planteamientos. Las preguntas fundamentales (¿qué, cómo, quiénes y por qué?) están en la primera parte, que atiende básicamente a la historia política y cultural. La segunda se centra en las claves temáticas (la organización del poder, las esperanzas y solivianto que suscitó y la gestación de la traición a la República). En esta segunda parte, junto a la política y la cultura, se recurre a la historia social. De esta manera, tienen cabida tanto los protagonistas individuales como los actores colectivos, el relato diacrónico como el análisis temático, las continuidades como las rupturas, así como la perspectiva desde “arriba” y “desde abajo”, sin olvidar la de género.

El autor, Ángel Luis López Villaverde:

Ángel Luis López Villaverde es licenciado en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense (1986), doctor en Historia por la Universidad de Castilla-La Mancha (1993) y Profesor Titular de Historia Contemporánea de la UCLM (2003).

Sus áreas de investigación son: Historia regional, Historia de la prensa, Historia de la Iglesia, Estudios de asociacionismo y sociabilidad. Aunque en la Universidad de Castilla la Mancha imparte clases de: Historia del mundo actual y Análisis de la actualidad.

Entre sus publicaciones, destaca:

Cuenca durante la Segunda República: elecciones, partidos y vida política. (Diputación de Cuenca/UCLM, 1997)

Historia y evolución de la prensa conquense, 1811-1939. (UCLM, 1998), en coautoría con Isidro Sánchez Sánchez

Honra, agua y pan: un sueño comunista de Cipriano López Crespo, 1934-1938. (CECLM, 2004), en coautoría con Isidro Sánchez Sánchez.

Juan Giménez de Aguilar (1876-1947): conciencia crítica de la sociedad conquense. (Almud/CECLM, 2005)

El gorro frigio y la mitra frente a frente: construcción y diversidad territorial del conflicto político religioso en la España republicana.(Rubeo, 2008)

El crimen de Cuenca en treinta artículos. Antología periodística del error judicial. (CECLM, 2010).

El poder de la Iglesia en la España contemporánea. La llave de las almas y de las aulas (La Catarata de los Libros, 2013)

 

Y ha coordinado:

Relaciones de poder en Castilla. El ejemplo de Cuenca.(UCLM, 1997), coordinado junto a Joaquín S. García Marchante

Clericalismo y asociacionismo católico en España. De la Restauración a la Transición. (UCLM, 2005), coordinado junto a Julio de la Cueva Merino

Historia de la Iglesia en Castilla-La Mancha (Almud, 2010)

 

 

Cazarabet conversa con Ángel Luis López Villaverde:

cv.jpg-Amigo, solemos hablar y reflexionar mucho sobre la II República, pero me gustaría mirar un poco hacia atrás, ¿qué heredó esta II República de aquella I República tan maltratada por la historia como malinterpretada y manipulada?

La II República fue la primera experiencia democrática del siglo XX, pero no hubiera sido igual sin los ecos de la primera, en 1873. Evidentemente, hubo muchas diferencias. Si la primera apostó por un estado federal y fue efímera, pues no llegó a entrar en vigor su Constitución, la segunda apostó por un estado “integral”, compatible con la autonomía regional, tuvo un desarrollo legislativo constitucional y sólo un sino una larga y sangrienta guerra civil acabó con ella. Además, el federalismo era minoritario entre los republicanos del primer tercio del siglo XX, a diferencia del republicanismo del último tercio del XIX. Hasta el color de la bandera fue distinto. Pero ambas experiencias republicanas quisieron dar respuesta una de las cuestiones políticas más enquistadas, la territorial, y apostaron por democratizar el marco político. Por eso, ambas deben tener un lugar preferente en nuestra memoria democrática.

-¿Qué aporta tu libro al estudio y reflexión sobre la II República?

Nos encontramos con una paradoja. Pese a ser uno de los períodos que mayor debate ha suscitado y sobre los que existe una mayor literatura, sin embargo, persiste una imagen bastante maniquea y simplista de la II República en la memoria colectiva. El público lector suele comprar más las obras que impugnan su legado como experiencia democrática y no logra desvincularse de su trágico final o de su vinculación con la izquierda

Mi propósito era escribir un libro distinto. No tanto por introducir nuevos datos o interpretaciones inéditas como por contarlo de manera diferente. De ahí su estructura. También que me haya centrado en el quinquenio 1931-1936, es decir, la “República en paz”, sin el espejo deformante de la guerra. Y, en todo momento, mi objetivo ha sido traducir a un lenguaje comprensivo debates que suelen quedarse en ámbitos académicos, con el fin de ofrecer una visión más compleja del período republicano. He tratado de ofrecer una visión didáctica y plural, aunque no equidistante. La verdad histórica es poliédrica y hay que observarla desde diferentes ángulos. De ahí que me haya servido tanto de la historia política como de la social y de la cultural, desde arriba y desde abajo.

-Es un ensayo no lineal que se puede leer sin seguir un orden preestablecido, ¿no es así?, por qué elegiste este modo de escribirlo y ¿cómo ha afectado esto a la metodología de trabajo?

Precisamente esta es mi principal aportación. Cada capítulo se puede leer por separado y tiene sentido en sí mismo. El orden de la lectura no importa. Ofrezco uno posible, pero podría haber sido de otra manera. Si el primero es un resumen de la evolución política (que puede venir bien tanto a un estudiante como a un lector interesado, que se conforma con las referencias básicas), el segundo incide en cómo se ha ido difundiendo ese relato en los libros y las aulas, en el cine y en las memorias generacionales, mientras el tercero se centra en los protagonistas (biografías políticas) y el cuarto en sus culturas políticas. Esta primera parte, por tanto, responde a las preguntas básicas de ¿qué? ¿cómo?, ¿quién? y ¿por qué?. La segunda parte contiene otros cuatro capítulos que se ocupan, respectivamente, de la organización del Estado y las relaciones de poder, las realizaciones (las reformas), los conflictos (sociales y políticos) y la conspiración que colapsó la República.

-¿A qué acontecimientos obedece la II República? Preguntado de otra manera, ¿por qué pudo darse la II República?

El desencadenante fueron unas elecciones municipales que se interpretaron como un plebiscito a la Corona, celebradas el 12 de abril de 1931, dos días antes de su proclamación. Pero el proceso venía de atrás, pues es fruto de una crisis sistémica: la primera respuesta a la crisis del sistema canovista fue autoritaria (durante la dictadura de Primo de Rivera) y fracasó; de ahí que la República fuera la respuesta democrática a una crisis que, a esas alturas, era no sólo política, sino también económica y social. Naturalmente, todo ello fue posible porque el principal partido de masas entonces, el PSOE, hizo su viraje republicano y, paralelamente, el republicanismo fue ganando terreno. Curiosamente, la vía conspirativa (que había abierto todos los cambios políticos en la España contemporánea hasta entonces) fracasó y la República vino acompañada de una movilización urbana, tras un vacío de poder.

_angelluislopezvillaverde_aac32a81.jpg-¿Cuánto de ingrediente “revolucionario” hubo en la proclamación de la II República?

A esta pregunta le dedico buena parte del segundo capítulo. Los conceptos han ido evolucionando a lo largo de la historia. Hablar de “revolución”, de “democracia” o de “república” en el período de entreguerras implica asumir su significado en la época, que no es el actual. En esos momentos, se vivía una lucha entre reforma, revolución y contrarrevolución en toda Europa. También en España. Aquí tuvo un resultado diferente, pues terminó en guerra civil. Pudo haber sido de otra manera. De todos modos, proyectar un sesgo presentista en el análisis histórico suele conducir a establecer un relato equivocado. Comparar las experiencias democráticas de los setenta y los treinta en clave de consenso es tramposo. La democracia consensuada no llegará hasta la segunda posguerra mundial.

¿Quiénes fueron los principales “hacedores” de la II República?

Si la pregunta trata de identificar a los protagonistas de su proclamación, entre ellos estaban, lógicamente, quienes formaron parte del Gobierno Provisional. Pero para entender qué supuso la República se necesita abrir el objetivo. Al estudio de las elites he dedicado el tercer capítulo. Entre ellas, hay no pocas mujeres. Pero, junto a las elites, están los protagonistas colectivos, los partidos, los grupos de interés, la prensa, etcétera. Y, por supuesto, no se puede olvidar el pulso que se estaba echando en el ámbito local, donde se jugaba el futuro de la República.

-¿Qué principales dificultades se vivieron antes de la proclamación de la II República?

Ya he mencionado la crisis sistémica. La propia corona se había vinculado tanto a la dictadura que la caída del dictador no pudo evitar su deterioro. Cada vez tenía menos apoyos. Por su parte, el Ejército estaba dividido. El panorama político no tenía nada que ver con el anterior a 1923. La situación económica internacional estaba afectando también al país, aunque su incidencia fuera menor o más tardía que en los grandes países industrializados.

No obstante, que el rey renunciara a la Corona no era algo inevitable. Tras el fracaso de la sublevación de diciembre de 1930, no parecía que los acontecimientos evolucionaran tan rápido. Pero lo hicieron. Las fuerzas antimonárquicas eran un conglomerado heterogéneo, a quienes unía más el deseo de cambio que un programa coherente para implementarlo.

Los ayuntamientos republicanos heredaron unas arcas endeudadas y un desempleo creciente. El Gobierno Provisional tenía que afrontar uan serie de cuestiones pendientes: desde la territorial a la agraria, pasando por la educativa, la religiosa o la militar. Paradójicamente, la República trajo la democracia a España cuando en su entorno europeo se abrían paso experiencias dictatoriales y estaba en cuestión tanto la democracia como el capitalismo.

-Una vez “instalada” esta II República, ¿cuáles son los principales escollos que debe saldar?

Junto a la necesidad de afrontar los grandes desafíos políticos, económicos y sociales había debía forjar una cultura republicana, basada en una identidad laica y una alternativa a los valores tradicionales. A los partidarios de la vía reformista les salieron impugnadores a izquierda y derecha. Las derechas se reorganizaron pronto y ofrecieron una respuesta accidentalista, que contaba con el apoyo de un sector de la Iglesia, a iniciativa vaticana. El deseo del gobierno republicano-socialista de someter al poder civil a dos instituciones tan poderosas como el Ejército y la Iglesia resultó frustrado. Por otra parte, el movimiento anarcosindicalista se convirtió en una permanente fuente de inestabilidad y conflicto. Tampoco ayudaron las divisiones en el seno de las fuerzas del cambio, con diferentes visiones sobre los ritmos de las reformas y de los objetivos a conseguir.

-La educación sí que fue una de las “áreas” que puede decirse que sufrió una especie de revolución….

Efectivamente. La República se concibió como un “Estado educador”. Sin educación no era posible ejercer las reglas del juego democrático ni el ascenso social. Fue una de las prioridades de los gobernantes republicano-socialistas. Era una de las claves también para abordar la nueva identidad republicana. La revolución en la escuela, diseñada por el socialista Rodolfo Llopis, requería la construcción de veintisiete mil aulas, siete mil nuevas plazas de maestros y la extensión de la cultura al mundo rural (las Misiones Pedagógicas). Pero faltó presupuesto suficiente para desarrollarla al ritmo previsto y perdió empuje tras el viraje político del otoño de 1933.

IMG_1464.JPG-La Iglesia y su influencia, sobre todo en áreas rurales y entre algunos colectivos, sí que puede afirmarse que fue un importante escollo, ¿no?, ¿qué papel jugó?

Frente a la imagen en positivo de la reforma educativa, suele proyectarse como contrapunto, por negativa, la reforma religiosa. Aunque ni la primera fue tan exitosa ni la segunda se puede interpretar en clave apocalíptica.

Sobre el pulso entre las autoridades republicanas y eclesiásticas hablé extensamente en otro libro (El gorro frigio y la mitra frente a frente, Rubeo, 2008). No se trata de un conflicto entre un poder político agresor y uno religioso agredido. Tampoco se puede calificar la política religiosa como persecutoria (al menos antes del verano del 36, ya en plena guerra). Desde luego, no se puede hablar de una Iglesia o de un catolicismo con planteamientos monolíticos, como tampoco los tuvo el Gobierno Provisional. Hubo intentos de acordar, que no fructificaron, y hubo una variedad territorial mayor de la que parece.

En esa pugna católico-laicista hubo un componente cultural evidente, pues laicismo y catolicismo jugaban la carta identitaria. Y en el ámbito de la educación, se llegó a una “guerra escolar”. Hay que tener en cuenta que la Iglesia tenía la “llave de las aulas” desde que perdió la “llave de las arcas” el siglo anterior. De ello me ocupé en otro de mis libros (El poder de la Iglesia en la España contemporánea, La Catarata, 2013). La Constitución de 1931 excluyó a los eclesiásticos de derechos reconocidos al resto de españoles (pues no podían ejercer el comercio, la industria o la educación). Aunque, paradójicamente, las Cortes disponían, por primera vez en un siglo, de escaños ocupados por sacerdotes. La Iglesia aprovechó los excesos laicistas para contrarrestar el anticlericalismo por la vía de la movilización social y política. Y le salió razonablemente bien porque el movimiento católico se fortaleció desde fines de 1933 y sus aliados políticos consiguieron marcar la agenda del segundo bienio, aunque no lograron su principal propósito, la reforma constitucional. Al final, quienes se levantaron contra la República respondieron a objetivos muy diversos, pero encontraron la complicidad episcopal, pues la idea de cruzada sirvió a los sublevados como un potente argumento legitimador.

-La reforma militar así como la agraria fueron de las que causaron auténticos quebraderos de cabeza…

El Ejército se sintió agredido por la reforma militar de Azaña. Y fue ganando peso político y social conforme se fue militarizando el orden público y se convirtió en la pieza fundamental de la conspiración. Las conspiraciones, tanto civiles como militares, empezaron desde el minuto uno, aunque no se precipitaron hasta agosto de 1932 y culminaron en julio de 1936.

No se puede separar demasiado la reforma militar de la agraria. De hecho, el fracaso de la sanjurjada de 1932 propició la aprobación de la Ley de Bases de Reforma Agraria en septiembre de ese año, que quedó por debajo de las expectativas de los jornaleros del sur (cuyos asentamientos fueron demasiado lentos, por un presupuesto escaso) e ignoró los intereses tanto de los pequeños propietarios como de los arrendatarios. Los planos militar y agrario volvieron a entrecruzarse en el verano de 1936. El estallido del golpe impidió la aprobación de otra reforma agraria, que amenazaba con subvertir el orden social y podría haber reconciliado a la República con buena parte de las bases sociales que había ido perdiendo en el campo.

-¿Qué cambios le dio al mundo de la cultura la llegada de la II República?

El término cultura es polisémico. Frente al concepto aristocrático está aquel que entiende como tal toda manifestación material o espiritual de una colectividad humana. Desde este punto vista, el choque identitario entre laicistas y católicos tuvo una base cultural. Pero supongo que la pregunta se refiere a la democratización de las expresiones culturales y a la llegada de libros, cuadros, conciertos y representaciones teatrales a lugares recónditos merced a las Misiones Pedagógicas. En este sentido, era parte sustancial del Estado educador y supuso también una revolución cultural.

-¿Cómo eran las relaciones entre los políticos republicanos, fuesen conservadores o de izquierdas?

La respuesta a esta pregunta requeriría una extensión imposible de abordar en una entrevista de este tipo. El pluripartidismo de los años treinta convierte en una sopa de letras el estudio de la vida política durante la II República. Le dedico también un buen número de páginas en el cuarto capítulo de mi libro. Básicamente, en abril de 1931, el espectro republicano estaba representada por cuatro partidos de ámbito nacional (sin contar los catalanistas o galleguistas): uno representaba el republicanismo histórico (el Partido Radical, de Lerroux) y se situaba en posiciones algo más centristas que el partido recién fundado por ex monárquicos reconvertidos al republicanismo (la Derecha Liberal Republicana, de Alcalá-Zamora y Miguel Maura). A la izquierda quedaban entonces la Acción Republicana (de Azaña) y el Partido Radical Socialista (de Marcelino Domingo). Los años siguientes vivirán varias escisiones en el seno de los partidos republicanos y se romperá la alianza del Gobierno Provisional, situándose en posiciones de gobierno diferentes. Mientras Alcalá-Zamora acepta la presidencia de la República, el lerrouxismo pasará a la oposición, al igual que el nuevo partido de Maura (el Partido Republicano Conservador), durante el gobierno de Azaña, intercambiando los papeles durante el siguiente bienio.

Las relaciones entre partidos fueron bastante malas. También entre sus líderes. Incluso dentro de cada partido. Recordemos las malas relaciones entre el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, con dos de los presidentes del Gobierno al que él mismo nombró, Manuel Azaña y Alejandro Lerroux, O la ruptura, dentro del Partido Republicano Radical, entre los partidarios de este último y los de Diego Martínez Barrio. O las sucesivas escisiones dentro del Partido Republicano Radical-Socialista. Por no hablar de los diferentes sectores enfrentados en el seno del socialismo, que llegó en la primavera de 1936 tan dividido que prietistas y caballeristas parecían representar partidos diferentes. También hubo malas relaciones en el seno de las derechas, que impidieron una colaboración más estrecha entre sus diferentes partidos, lo que impidió formalizar alianzas electorales más estables.

WhatsApp-Image-2017-05-11-a.jpg-Háblanos un poco más de las relaciones de los que eran republicanos de izquierdas y que acabaron constituyendo el Frente Popular…

Hubo una “vía española” hacia el Frente Popular, rebajado a una mera coalición electoral., que permitió recomponer en 1936 la antigua alianza de la izquierda burguesa y obrera. Aunque las diferencias entre prietistas y caballeristas habían dificultado su nacimiento, encontró el impulso de un republicanismo reorganizado, tras el fiasco electoral del noviembre de 1933, con Izquierda Republicana (fruto de la fusión de AR, de Azaña, el PRSS, de Domingo) y Unión Republicana (tras la confluencia de antiguos radicales socialistas y del sector radical liderado por Martínez Barrio) como referentes. Mientras, el proyecto lerrouxista, al margen del Frente Popular, mostraba su agotamiento y se descomponía tras las elecciones de febrero de 1936. Desde entonces, y hasta la sublevación militar, el Gobierno quedó formado exclusivamente por republicanos de izquierdas, con el apoyo parlamentario de socialistas y comunistas y con un programa mínimo. El cambio en la presidencia de la República, de Azaña por Alcalá-Zamora, resultó una maniobra contraproducente, tras quedar bloqueada la proyectada coalición gubernamental republicano-socialista.

-La CEDA actuó como “más a una”. No sé me da la impresión que sabía más el poder que tenía, lo que quería y que eran más prácticos en el “hacer” de la política.

Frente a la división en el seno del PSOE, la CEDA fue un partido más cohesionado. Desde posiciones accidentalistas y un ideario católico, tenía como principal objetivo la rectificación de la República. Pese a incluir en su seno a un conglomerado amplio, donde cabían desde los democristianos (una minoría que representaban Luis Lucía y Manuel Giménez Fernández, sobre todo) hasta sectores parafascistas o fascistizantes, nadie cuestionaba las decisiones de su líder, José María Gil-Robles. Bajo su liderazgo, se convirtió en la principal organización de la derecha española, un verdadero partido de masas, al que aupó al triunfo electoral en noviembre de 1933, aunque no pudiera formar gobierno por los recelos del entonces presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora. La presencia de tres ministros cedistas fue interpretado por sus enemigos como una provocación y abrió la espita a la revolución de octubre de 1934.

En los últimos años, se ha suavizado bastante la imagen de un partido cuyo líder pidió a su electorado en la campaña de 1936, sin éxito, que le diera la mayoría absoluta para hacer una España grande. Pero no conviene equiparar a los dos partidos de masas (PSOE y CEDA) a la hora de interpretar su escaso interés por consolidar la República. Establecer una equidistancia entre ambos es una impostura. El PSOE fue un partido fundamental en la consolidación de las reformas del primer bienio y la dirección socialista, con Prieto a la cabeza, resultó una pieza fundamental en el recobrado impulso reformismo frentepopulista, aunque resultara frustrada esta vía por la fortaleza de la retórica revolucionaria de los partidarios de Largo Caballero, que controlaba el sindicato, la UGT. En contrapartida, fuera de su sector democristiano, la CEDA no hizo otra cosa que buscar una alternativa corporativista y autoritaria a la democracia republicana.

-¿Cómo era hacer y ejercer la política en el período de la Segunda República?

Suele hablarse de una República de intelectuales. No fueron tantos, aunque sí muy significados. Muchos de ellos habían pasado previamente por el Ateneo de Madrid, que seguía siendo una verdadera escuela de formación política, donde se plantearon debates que tomaron forma legal en la etapa republicana. Pero, junto a los intelectuales, había también políticos veteranos, reconvertidos o no al republicanismo. La gran diferencia con la política parlamentaria actual es la ausencia entonces de disciplina de voto, pues eran elegidos en listas abiertas, por lo que no debían su escaño directamente al partido. Por otra parte, el nivel de los debates solía ser más elevado entonces, aunque también más bronco. Y en un contexto tan tensionado, la política constituía una opción de alto riesgo.

-A tu entender, ¿por qué se precipitó el final de la República?

La República había recibido muchas heridas por parte de sus enemigos, en forma de conspiraciones cívico-militares y de insurrecciones obreras. Pero supo reponerse de un golpe de estado fallido, en agosto de 1932, y de una revolución obrera y una insurrección catalanista, en octubre de 1934. Sólo un golpe militar, con apoyo civil, que encendió la mecha de una sangrienta guerra, pudo colapsarla. Lo que vino a continuación tiene muchos protagonistas, pero los principales responsables del desastre tienen nombres y apellidos y, uno de ellos, estuvo al frente de la dictadura más sangrienta de la historia de España.

Fue, por consiguiente, la guerra la que acabó con la República en paz, con la experiencia democrática. No fue su consecuencia lógica, sino su verdugo. Aunque hubiera que esperar casi tres años para la derrota definitiva de la República, en el verano de 1936 ya nada quedaba de aquella alegoría de la “niña bonita” de abril de 1931.

 

 

 

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La Segunda República (1931-1936). Las claves para la primera democracia española del siglo XX. Ángel Luis López Villaverde 
472 páginas
22.00 euros
Sílex


El lector podrá encontrar en estas páginas las principales aportaciones de las diferentes líneas historiográficas sobre asuntos sujetos a un debate abierto. No obstante, el autor huye de equidistancias y de otras imposturas y se muestra crítico con los enfoques revisionistas sobre la Segunda República, tan dados a contraponer su fracaso con el éxito de la Transición. A su juicio, ese relato maniqueo parte desde el colapso republicano, desde la posterior experiencia traumática, destripando un final que altera su análisis y vincula su memoria a la derrota, enfrentando la República en paz al espejo deformante de la República en guerra. Se ha estructurado el libro en dos partes, de cuatro capítulos cada una. Se puede leer cada uno de ellos como pieza separada, sin importar demasiado el orden. Todos encajan a modo de puzle y responden a diferentes planteamientos. Las preguntas fundamentales (¿qué, cómo, quiénes y por qué?) están en la primera parte, que atiende básicamente a la historia política y cultural. La segunda se centra en las claves temáticas (la organización del poder, las esperanzas y solivianto que suscitó y la gestación de la traición a la República). En esta segunda parte, junto a la política y la cultura, se recurre a la historia social. De esta manera, tienen cabida tanto los protagonistas individuales como los actores colectivos, el relato diacrónico como el análisis temático, las continuidades como las rupturas, así como la perspectiva desde arriba y desde abajo, sin olvidar la de género.

 

 

 

 

 

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