Épila.jpgCazarabet conversa con...   Manuel Ballarín Aured, autor de “Un paso adelante, cien atrás. Épila, 1931-1939” (Comuniter)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Manuel Ballarín narra en un libro que edita Comuniter en la colección Es un decir cómo es y fue la historia de Épila durante la Segunda República y hasta el fin de la guerra de España, fruto de esta contienda se instaló la dictadura de Franco.

Lo que nos explica la editorial Comuniter sobre el libro, la sinopsis: En 1983 el autor y su hermano se adjudicaron, por concurso de méritos convocado por el Ayuntamiento de Épila, la puesta en orden del archivo local, que había sufrido lo suyo en las guerras del XIX---sobre todo en las carlistas—en traslados sucesivos y almacenamientos inadecuados. En esas tareas comenzó a trabajarse este libro.

Si el lector llega a interesarse, le echa el ojo y se fija en las fuentes, comprobará la amplitud y diversidad de los archivos visitados, que auguran un rigor más allá de lo habitual en trabajos visitados, que auguran un rigor más allá de lo habitual en trabajos de historia de una localidad en un período determinado. Porque el autor nació en el territorio objeto de estudio y debe sortear el peligro de la subjetividad, es extremadamente cuidadoso en las fuentes primarias y los datos aportados. Otro elemento que resalta es el tratamiento historiográfico, que no olvida que para entender a las gentes que vivieron entonces y entender lo acontecido, es necesario informar del medio en que se desarrollan los hechos, y en esta obra, el soporte analítico y los datos dan una gran fortaleza a la historia que cuenta.

Nos atrevemos a manifestar que Un paso adelante, cien atrás va a ser, además, fuente de información y conocimiento de lo acontecido en ese tiempo en el territorio valdejonense, obra de referencia para investigadores y ejemplo de cómo debe abordarse el análisis histórico.

El autor, Manuel Ballarín Aured: Es licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Zaragoza, autor o coordinador de una decena de libros—Del paro al Movimiento, La razón en marcha, Crónica del Frente Popular de Zaragoza, Avenida de la República, La II República en la encrucijada, Vicente Cazcarra y el Aragón de su tiempo y autor de numerosos artículos publicados en revistas y libros colectivos. Ha sido coordinador de la Sección de Historia de la FIM Rey del Corral, secretario del Foro por la Memoria de Aragón y miembro del Consejo Asesor de la Cátedra de la Memoria Histórica del Siglo XX de la Universidad Complutense. En la actualidad, es miembro del consejo de redacción de XIX y Veinte. Revista de historia y pensamiento contemporáneos y de la Sección de Historia de la Fundación de Investigaciones Marxistas.

 

 

 

Cazarabet conversa con Manuel Ballarín Aured:

DSCF4699 (1) 1.jpg-Amigo Manuel, ¿qué te ha llevado a escribir este libro? ¿Le hacía falta a Épila un retrato de esta franja histórico temporal…?     

-Desde luego, aunque ya le había dedicado atención anteriormente, tanto en el capítulo correspondiente a la historia del Valdejalón contemporáneo, inserto en el libro Comarca de Valdejalón, que coordiné para la Colección Territorio, editada por el Gobierno de Aragón, como en la introducción al libro de Antonio Téllez, Agustín Remiro. De la guerrilla confederal a los servicios secretos británicos, editado por la DPZ, así como en varios artículos sueltos.

-Amigo, ¿cuánto tiempo te ha llevado escribir la historia del periodo 1931-1939 en Épila?

-Lo cierto es que la comencé con mucho brío, allá por los años ochenta, pero fui arrinconando el trabajo en beneficio de la redacción o coordinación de otros libros y artículos más “urgentes” y en el de compromisos que requerían bastante dedicación, como la coordinación de la sección de historia de la Fundación Rey del Corral de Investigaciones Marxistas, con la consiguiente participación en los comités de las sucesivas ediciones de los Encuentros Historia y Compromiso, organizados por la FIM en colaboración con la Universidad de Zaragoza; la participación, asimismo, en comités científicos u organizativos de diferentes congresos organizados por la sección de historia de la Fundación de Investigaciones Marxistas estatal, de la que soy miembro; o la asunción, durante varios años, de las tareas propias como secretario del Foro por la Memoria de Aragón. Retomé la redacción del libro en 2008, gracias a la beca de investigación que me fue concedida por el programa Amarga Memoria de la Dirección General de Patrimonio Cultural del Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón. El trabajo resultante, que estaba pendiente de edición, finalmente no vio la luz como consecuencia del acceso al Gobierno aragonés del Partido Popular, que dio carpetazo al programa. Por fin, en el interín transcurrido entre entonces y la edición a cargo de Comuniter, aproveché para introducir algunas modificaciones y nuevos datos e interpretaciones. No ha resultado el parto de los montes, pero casi.

-¿El testimonio oral tiene su presencia en este libro, aunque no tiene por qué ser directo?, pero con alguien habrás ido hablando, preguntado…

-El hecho de que el libro comenzara a pergeñarse a mediados de los ochenta me permitió entrevistar a decenas de personas que vivieron durante el periodo estudiado. Desde labradores, jornaleros o amas de casa que no tuvieron especial protagonismo en el discurrir de los acontecimientos que refiero, pero que fueron testigos de los mismos, hasta dirigentes de las juventudes libertarias o meros afiliados a Unión Republicana que, tras la derrota, sufrieron las calamidades de las cárceles y campos de trabajo. También recogí el testimonio de familiares de los represaliados (fusilados, presos, exiliados, sancionados por responsabilidades políticas, víctimas de palizas o rapadas…), pero sin olvidar el de algunos de los vencedores, como el del destacado latifundista y falangista Manuel Latre del Solar, que llegó a ser diputado en las Cortes franquistas, o el de simples soldados movilizados por el ejército rebelde.

-El título que le das “Un paso adelante y cien atrás”, te crea—como lectoras /es-- cierto desaliento ¿es así como te has quedado con respecto a la historia en esa franja temporal en el que la República hizo que la sociedad de Épila diese un paso adelante para con la República y con el golpe, la guerra y la  dictadura se diesen unos cuántos pasos atrás?

-¿Por qué́ un paso adelante y cien atrás? Porque, como preciso en la Introducción y en uno de los capítulos del libro, «La voluntad modernizadora», a pesar de algunos sonados fiascos, las sucesivas corporaciones que gobernaron Épila durante los cinco años «republicanos» acometieron una más que apreciable batería de obras de renovación que entrañaron una indudable mejora para las precarias infraestructuras con las que Épila venía conviviendo hasta ese momento. La premura de las actuaciones a acometer, que no admitían más dilación; la actitud emprendedora de los concejales, espoleada por la presión de las centrales obreras; los contactos y gestiones de los ediles ante las autoridades y líderes de diferentes significaciones políticas, etc., suscitaron una notable sucesión de realizaciones (grupo escolar, matadero, depósito de aguas de abastecimiento…) de las que en algunos casos el municipio ha disfrutado hasta fechas recientes. Pero ese innegable avance modernizador registrado en el periodo democrático comprendido entre abril de 1931 y julio de 1936, ese incontestable paso adelante dado por la sociedad epilense tras las calamidades finiseculares del XIX y los convulsos últimos años de la Restauración, quedó cercenado de raíz por el ignominioso golpe militar de julio de 1936, por una dictadura que se llevó por delante a casi cien de los mejores cuadros dirigentes epilenses y que se mantuvo en el poder cuarenta años que se antojaron cien.

DSCF4720 (1) 1.jpg-¿Con qué dificultades te has encontrado con bastante asiduidad desde el proceso de documentación y el poner orden, también desde la escritura a esta historia de la Historia Contemporánea de Épila?, aunque me da que fruto de empeñarse se sacan adelante muchas cosas…

-Al principio, en los ochenta, las dificultades estribaron, principalmente, en el estado en que se encontraban algunos archivos de la comarca, todavía sin catalogar e instalados, en ocasiones, en dependencias inadecuadas e insalubres, tanto para el investigador como para el archivo. Aunque en los primeros años de mi trabajo todavía no existía el carné de investigador, que aparecería poco después, lo cierto es que un documento firmado por el historiador Herminio Lafoz, entonces director general de Cultura de Aragón en el Gobierno de Santiago Marraco, sirvió para avalar mi propósito y para vencer, cuando fue necesario, las reticencias y desconfianzas que, al solicitar la consulta de documentos que entonces se estimaban como “delicados”, surgían en los ayuntamientos en aquellos años de la Transición. Otra de las dificultades más comunes fue la negativa o resistencia de muchas personas a someterse a entrevistas orales (o por escrito), habida cuenta de que el miedo todavía arraigaba entre muchos de los vencidos y sus familiares. Y es que, como señala el historiador gallego Julio Prada en La España masacrada, sobrevivir a la derrota y la miseria y vivir con una perenne sensación de miedo fueron, para media España, las principales preocupaciones durante largas décadas. Y, frecuentemente, muchos de los vencidos –como aprecia el propio Prada- tuvieron que enfrentarse a la censura y coerción de sus propios familiares y aceptar, con un insoportable sentimiento de culpa, que se los responsabilizara de la desdicha que su compromiso había entrañado para sus familiares en lugar de reprobar a quienes habían conculcado la legalidad vigente.

-¿Cómo fueron los partidarios de la II República de Épila?

-En Épila, el partido depositario de los ideales republicanos, el que recogió el testigo de algunos históricos militantes del XIX (Fernando Soler, Jacinto Font, Nicolás Farjas…), fue el Partido Republicano Radical Socialista, el partido hegemónico entre los existentes en Épila y, hasta octubre de 1934 (cuando la corporación municipal fue depuesta a raíz de los “sucesos de Asturias”), el máximo protagonista de la vida municipal, con continuidad –ya como Unión Republicana y con la colaboración ugetista- en la etapa de gobierno del Frente Popular. Aunque estatutaria y programáticamente la orientación política del PRRS (y UR) estaba guiada por un carácter reformista, lo cierto es que la práctica de la agrupación local no estuvo exenta de un marcado compromiso progresista, plasmado, por ejemplo, en las cordiales relaciones con la CNT epilense (que llegó a ceder sus locales para un mitin del partido), la frecuente doble militancia en ambas organizaciones, la decidida apuesta por la aplicación de la reforma agraria o la firme actitud antifascista demostrada ante la sublevación militar de julio de 1936, que ocasionó la muerte, el exilio o la cárcel a muchos de sus militantes. La agrupación epilense, que aglutinaba a afiliados representativos de un amplio espectro social (arrendatarios, pequeños propietarios agrícolas, jornaleros, comerciantes, industriales, empleados...), siempre se mantuvo fiel al sector ortodoxo de Gordón Ordás, quien protagonizó un concurrido mitin en la plaza de toros de Épila. De notable peso e influencia comarcal, la sección local casi siempre estuvo representada en los órganos provinciales del partido por su figura más destacada, el veterinario Alfonso Gaspar, primer alcalde de la II República, que fue asesinado por los facciosos en agosto de 1936. Por el contrario, otros partidos reclamados de republicanismo, como Acción Republicana o el Partido Republicano Radical, se nutrieron en Épila de elementos conservadores y oportunistas que, provenientes de la monarquía, acabarían su periplo político en las filas de Falange. O sea, en la línea de lo manifestado por aquel cacique de pueblo referido por Gil Robles en No fue posible la paz, liberal con Romanones, conservador con Bugallal, de la Unión Patriótica con Primo de Rivera, berenguerista en 1930, radical en 1931 y de Azaña después: «yo no cambio; los que cambian son los gobiernos».

DSCF5518 1.JPG-¿Había en la población una importante oposición a la II República?

-Durante el periodo que transcurre desde el cambio de régimen hasta la articulación de la derecha en un verdadero partido de masas; es decir, hasta la creación de Acción Popular Agraria Aragonesa (APAA), la única presencia política organizada de los sectores derechistas epilenses se detecta en la forma más conservadora y minoritaria del espectro, alrededor del tradicionalismo. Aunque en Épila no hubo organización propiamente dicha de Acción Popular, sus dos secciones, la Agrupación Femenina Aragonesa (AFA), que llegó a contar con más de 300 asociadas, y las Juventudes de Acción Popular (JAP), suplieron con notable eficacia esa carencia. Significativamente, la dirección de la primera entidad siempre estuvo hegemonizada por genuinas representantes de los diferentes sectores acomodados de la localidad, mientras que las filas de la segunda estuvieron nutridas, fundamentalmente, por los hijos de algunos de los mayores propietarios locales y por profesionales, religiosos, maestros y estudiantes. Aunque la izquierda no dudó nunca en considerar a las JAP como una organización capaz de instaurar en España un régimen autoritario de tipo fascista, lo cierto es que, a pesar de incorporar abundantes elementos ideológicos del fascismo, de copiar parte de su parafernalia, no habría sido –según sostiene su mejor estudioso, José María Báez- una formación genuinamente fascista, aunque sí ciertamente fascistizada. A juzgar por la trayectoria de los 33 afiliados que he podido identificar, a partir de los datos obtenidos de los expedientes de quintas y del fichero de FET y de las JONS, más de la mitad de la agrupación epilense de las JAP terminó seducida por la supuesta épica del fascismo. En cuanto a la Falange, las noticias sobre sus actividades anteriores el 18 de julio de 1936 son tan escasas como copiosas lo fueron a partir de esa fecha. Según me refirió el destacado falangista Manuel Latre del Solar (que durante el franquismo fue alcalde la localidad, diputado provincial y procurador en Cortes), tan solo un pequeño grupo de media docena de afiliados, encabezado por los estudiantes Manuel de la Parra y Mateo Villamana, habría constituido el primer núcleo de la organización epilense. Pero si se estiman testimonios diferentes de los de Latre (la documentación sobre FET y de las JONS del archivo epilense, fundamentalmente), puede inferirse que al menos una docena de afiliados más de los señalados por nuestro informante habrían ingresado con anterioridad al 21 de julio, a no ser que hubieran exagerado su antigüedad en aras del provechoso pedigrí de la «camisa vieja». Con la toma del pueblo por las tropas sublevadas procedentes de Zaragoza, este primer núcleo, apoyado por otros de índole derechista, se puso a disposición de las nuevas autoridades resultantes y, o bien se enroló en las primeras banderas que salieron hacia el frente, o bien se aprestó a las tareas de «limpieza» (por seguir el eufemismo empleado por el falangista Alejandro Allanegui) de la localidad y comarca. Con la nueva situación, la afiliación a la Falange registró un aumento imparable (el escritor Juan Benet lo calificó socarronamente de «tasa conejera»), fruto tanto de la sincera incorporación de elementos de derechas como de tránsfugas que se vieron impelidos a hacerlo, debido a las circunstancias.

50553613_282226835797581_1996437228816957440_n copia 1.jpg-¿Cómo fueron los primeros días de guerra en Épila y cómo se vivió la contienda?

-El día 19 de julio, los mandos golpistas del cuartel de caballería de Castillejos organizaron una «columna de castigo» para tomar Épila, conscientes de la importancia de la neutralización de un señalado reducto obrero situado en el estratégico corredor del Jalón. Dicha columna, integrada por fuerzas regulares y guardias civiles al mando del teniente de caballería Luis González Álvarez de Ron y por milicianos de Falange y de la CESO liderados por Fernando Muñoz Blas, efectuó un primer asalto a Épila hacia la medianoche del 20. Pero ante lo inesperado de la firme resistencia mostrada por los antifascistas epilenses, que se defendieron con escopetas, algún arma corta y algún rudimentario explosivo, los insurgentes optaron por retirar el grueso de sus fuerzas a La Muela, evacuar a un herido a Zaragoza y esperar refuerzos de la capital y otras localidades de la comarca. Tras horas de combate, hacia las once de la mañana, la presencia de dos aviones Breguet, que sobrevolaron a los combatientes y lanzaron octavillas en las que se advertía del control de la situación, de la detención del general Núñez de Prado (enviado a Zaragoza por el Gobierno de Madrid) y del castigo que esperaba a quien se opusiera a los sublevados, terminó por desmoralizar a los resistentes. Hacia el mediodía del 21, las tropas rebeldes confluyeron en la plaza de España. En la acción habían caído mortalmente heridos tres vecinos de Épila. Finalmente, los últimos grupos de antifascistas desistieron de su resistencia, presos de desánimo. Mientras unos regresaron a sus casas para seguir discretamente el curso de los acontecimientos, otros prefirieron esconderse en domicilios de familiares, en la huerta o en los montes de Rodanas. Inmediatamente, las tropas del teniente González, auxiliadas por la Guardia Civil y derechistas locales, comenzaron a practicar detenciones. Concejales, empleados municipales, militantes obreros y republicanos fueron conducidos a las escuelas de la calle del Burgo y al contiguo Cine Principal, improvisados como cárceles. Como consecuencia de las detenciones, inmediatamente dieron comienzo los interrogatorios, efectuados a base de brutales palizas (que, en ocasiones, acabaron con la vida de los detenidos) y de vejatorias purgas con aceite de ricino. Una vez conseguida la neutralización de cualquier tipo de resistencia, las autoridades sediciosas se plantearon como principal objetivo garantizar la vuelta a la «normalidad» en el territorio controlado, asegurar el cotidiano funcionamiento de las instituciones, de la vida económica, de las comunicaciones... Las primeras medidas al respecto consistieron en deponer a los ayuntamientos frentepopulistas y sustituirlos por comisiones gestoras, integradas por elementos derechistas de la más variada procedencia (falangistas, tradicionalistas, radicales, cedistas...) y constituidas en nombre de un heterogéneo ramillete de autoridades. El día 25 de julio, con el asesinato del factor de la estación, comenzaba en Épila una salvaje campaña de exterminio. En total, si a los asesinados en el verano de 1936, añadimos tres epilenses más que fueron ejecutados en 1938 o en la inmediata posguerra, resulta que noventa antifascistas (entre ellos, muchos concejales y directivos de partidos y sindicatos; es decir, buena parte de los mejores cuadros de Épila) fueron asesinados alevosamente, algo que debería servir para demostrar –contra los que, interesadamente o por ignorancia, mantienen opiniones simplistas- que los crímenes perpetrados contra los militantes antifascistas no fueron fruto de «deudas económicas», «envidias», «rencillas» o «venganzas personales», sino que obedecieron a una calculada estrategia que, pretendiendo sembrar el terror, producir escarmiento y descabezar a los partidos, corporaciones, entidades de izquierdas y movimiento obrero, se llevó por delante a casi 450 republicanos de la comarca, entre los que se encontraban la mitad de los alcaldes del Frente Popular (Santa Cruz, Morata, Chodes, La Almunia, Salillas, Lumpiaque, Bardallur y Plasencia), algunos exalcaldes republicanos (Épila y Plasencia) y –contando solo los identificados- casi un centenar de cuadros, entre concejales y dirigentes de partidos y organizaciones obreras.

DSCF9355 1.JPG-La posguerra con el hambre, el exilio, las represalias, el escarmiento, el miedo… ¿cómo lo vivió Épila?

-La victoria franquista dejó al descubierto la cruel paradoja de una guerra que, en el caso de Épila, donde no hubo frente, donde solo se registró un bombardeo que produjo desperfectos en la fábrica de harinas, había dejado en la más completa miseria económica y moral a decenas de hogares, enlutados por los familiares asesinados o muertos en campaña y asolados por las secuelas de la cárcel, el exilio, las multas y las requisas. Y es que, en realidad, excepto la curtida casta dominante local o la nueva «clase» surgida al amparo del estraperlo y del carné del partido único, casi toda la población sufrió en mayor o menor grado la inacabable y atroz posguerra. Ya lo había vaticinado el presidente Azaña en su famoso discurso «Paz, piedad y perdón», el 18 de julio de 1938: «los daños alcanzan a todos: al burgués, al republicano, al proletario y al fascista. Durante cincuenta años, los españoles estarán condenados a una pobreza estrecha y a trabajos forzados, si no quieren alimentarse con la corteza de los árboles». Terminó la guerra, pero –como había vaticinado Azaña- no la hambruna y la miseria, y se volvieron a ver escenas (como en 1946, en que 214 familias epilenses fueron auxiliadas con víveres de primera necesidad) que no tenían lugar desde finales de la centuria anterior. Se acabó el pan, la carne, el café, la gasolina, el tabaco y el aceite y se popularizaron las cartillas de racionamiento. Terminó la guerra, pero no la lacra del desempleo. En diciembre de 1942 Épila fue una de las diecinueve localidades españolas «agraciadas» por el reparto de algo más de millón y medio de pesetas, designadas por la Junta Interministerial para «mitigar el paro». Se acabaron las oficinas de colocación obrera y los turnos establecidos por la bolsa de trabajo y comenzó la contratación libre de los jornaleros más dóciles, de los preferidos por los patronos. Como se había hecho siempre, en plena calle, en las Cuatro Esquinas; sin jurados mixtos, sin oficinas de colocación obrera, sin leyes contra el envilecimiento del salario. Se olvidó la reforma agraria, pero uno de los terratenientes locales, el duque de Híjar, practicó la «suya» pocos años después, sin expropiaciones, sin la supervisión de los funcionarios del Instituto de Reforma Agraria, a buen precio de mercado. Se prohibieron las organizaciones obreras, pero se creó la Central Nacional Sindicalista, que acogió en precario equilibrio (verticalmente) a patronos y productores. Se prohibieron las movilizaciones, pero también el estacionamiento del público, las colas y los corrillos. El celo represivo se intensificó tanto, que consiguió que la vida cotidiana, salpicada de avales, salvoconductos, disposiciones sancionadoras e informes sobre conductas, se impregnara de un aura de miedo y tristeza que tan solo las celebraciones de decenas de bodas aplazadas por la guerra consiguieron mitigar. En definitiva, terminó la guerra, pero, como advirtió Guillermo Cabanellas, detrás de aquel lema del nuevo régimen que campearía por doquier, «Pan, Patria y Justicia», quedaba un sistema en el que el pan había desaparecido, la justicia brillaba por su ausencia y la Patria había quedado reducida a los límites más exiguos desde el reinado de los Reyes Católicos.

-¿Cómo fue el estado en el que encontraste los documentos, archivos y demás?

-Como advierto en la introducción del libro, la primera corporación municipal democrática de Épila, allá por 1983, sacó a concurso de méritos la tarea de poner en orden el archivo local, concurso que ganamos mi hermano Rodolfo yo. El archivo, que sufrió graves atropellos en el sigo XIX, con ocasión de la Guerra de Independencia y las racias carlistas, también sufrió lo suyo con el traslado de que fue objeto a raíz de la construcción de la actual Casa de la Villa, dado que, una vez terminada esta, fue amontonado de malas maneras en un nuevo pero inclemente sótano. La abrumadora faena de ordenación, que no de catalogación (esta, de manera profesional, fue abordada años después por los archiveros de la DPZ), resultó francamente penosa, pero apasionante, ya que día a día, en una tarea que tuvo más de arqueológica que de archivística, conforme se fue «desbastando» aquel informe acervo, me fui percatando de que el conjunto de la documentación (bastante completa a partir de 1838, año en que los carlistas destrozaron el archivo) permitía la elaboración de un estudio de los años treinta del siglo XX, habida cuenta de lo completo del corpus documental referente a la etapa de la II República y lo sorprendente de buena parte de los documentos relacionados con la Guerra Civil, que yo intuía eliminados. En lamentable estado de conservación me encontré también otro archivo local que también había sufrido un reciente traslado, el del Sindicato de Riegos, fundamental para conocer aspectos relacionados con la propiedad agraria. “Singular”, aunque correcta, fue la atención que recibí por parte de los jefes militares que me facilitaron la consulta en el antiguo Servicio Histórico Militar, en Madrid. También tuvo algo de singular la empresa de obtener un listado de asesinados por los rebeldes durante el periodo 1936-1939, a partir de los libros de registro de defunciones del Cementerio de Torrero, tarea en la que algunos días coincidí con integrantes del equipo que redactó El pasado oculto. Otra cosa fue, obviamente, el trabajo de investigación y consulta en archivos, bibliotecas y hemerotecas provinciales o nacionales (Archivo Histórico Provincial, Archivo Histórico Nacional, Centro Documental de la Memoria Histórica, Fondo del Siglo XX de las Cortes de Aragón, hemerotecas municipales de Madrid y Zaragoza…), desarrollado dentro de unos parámetros de plena normalidad.

-¿En qué andas metido ahora? ¿Preparas un nuevo libro?

-He retomado la historia del PCE en Aragón durante la II República y la Guerra Civil, que irá acompañada de un diccionario biográfico de unos 3.000 militantes comunistas. Me gustaría que viera la luz este año, cuando se cumple el centenario del nacimiento del partido, aunque lo veo difícil.

 

50493398_594786304307003_4498051749394776064_n copia 1.jpg   Portada La razon en marcha copia 1.jpg

sc0002 copia 1.jpg   REMIRO Agustin 1.jpg

50294486_541418529671546_3995027902696521728_n copia 1.jpg   DSCF1468 1.JPG

DSCF1440 copia 1.JPG  DSCF1467 copia 1.JPG  DSCF1547 1.JPG

 

 

_____________________________________________________________________

Cazarabet

c/ Santa Lucía, 53

44564 - Mas de las Matas (Teruel)

Tlfs. 978849970 - 686110069

http://www.cazarabet.com

libreria@cazarabet.com