Cazarabet conversa con... Manuel Ballarín Aured, autor de “Un paso adelante, cien
atrás. Épila, 1931-1939” (Comuniter)
Manuel Ballarín
narra en un libro que edita Comuniter en la colección Es un decir cómo es y fue la historia de Épila durante la Segunda República
y hasta el fin de la guerra de España, fruto de esta contienda se instaló la
dictadura de Franco.
Lo que nos explica
la editorial Comuniter sobre el libro, la sinopsis: En 1983 el autor y su
hermano se adjudicaron, por concurso de méritos convocado por el Ayuntamiento
de Épila, la puesta en orden del archivo local, que había sufrido lo suyo en
las guerras del XIX---sobre todo en las carlistas—en traslados sucesivos y
almacenamientos inadecuados. En esas tareas comenzó a trabajarse este libro.
Si el lector llega
a interesarse, le echa el ojo y se fija en las fuentes, comprobará la amplitud
y diversidad de los archivos visitados, que auguran un rigor más allá de lo
habitual en trabajos visitados, que auguran un rigor más allá de lo habitual en
trabajos de historia de una localidad en un período determinado. Porque el
autor nació en el territorio objeto de estudio y debe sortear el peligro de la
subjetividad, es extremadamente cuidadoso en las fuentes primarias y los datos
aportados. Otro elemento que resalta es el tratamiento historiográfico, que no
olvida que para entender a las gentes que vivieron entonces y entender lo
acontecido, es necesario informar del medio en que se desarrollan los hechos, y
en esta obra, el soporte analítico y los datos dan una gran fortaleza a la
historia que cuenta.
Nos atrevemos a
manifestar que Un paso adelante, cien atrás va a ser, además, fuente de
información y conocimiento de lo acontecido en ese tiempo en el territorio valdejonense, obra de referencia para investigadores y
ejemplo de cómo debe abordarse el análisis histórico.
El autor, Manuel
Ballarín Aured: Es licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de
Zaragoza, autor o coordinador de una decena de libros—Del paro al Movimiento,
La razón en marcha, Crónica del Frente Popular de Zaragoza, Avenida de la
República, La II República en la encrucijada, Vicente Cazcarra y el Aragón de
su tiempo y autor de numerosos artículos publicados en revistas y libros
colectivos. Ha sido coordinador de la Sección de Historia de la FIM Rey del
Corral, secretario del Foro por la Memoria de Aragón y miembro del Consejo
Asesor de la Cátedra de la Memoria Histórica del Siglo XX de la Universidad
Complutense. En la actualidad, es miembro del consejo de redacción de XIX y
Veinte. Revista de historia y pensamiento contemporáneos y de la Sección de
Historia de la Fundación de Investigaciones Marxistas.
Cazarabet conversa con
Manuel Ballarín Aured:
-Amigo Manuel, ¿qué te ha llevado a
escribir este libro? ¿Le hacía falta a Épila un retrato de esta franja
histórico temporal…?
-Desde luego, aunque ya le había dedicado
atención anteriormente, tanto en el capítulo correspondiente a la historia del
Valdejalón contemporáneo, inserto en el libro Comarca de Valdejalón, que
coordiné para la Colección Territorio, editada por el Gobierno de Aragón, como
en la introducción al libro de Antonio Téllez, Agustín Remiro. De la
guerrilla confederal a los servicios secretos británicos, editado por la
DPZ, así como en varios artículos sueltos.
-Amigo, ¿cuánto tiempo te ha llevado escribir la
historia del periodo 1931-1939 en Épila?
-Lo cierto es que la comencé con mucho brío, allá por los años
ochenta, pero fui arrinconando el trabajo en beneficio de la redacción o
coordinación de otros libros y artículos más “urgentes” y en el de compromisos
que requerían bastante dedicación, como la coordinación de la sección de
historia de la Fundación Rey del Corral de Investigaciones Marxistas, con la
consiguiente participación en los comités de las sucesivas ediciones de los
Encuentros Historia y Compromiso, organizados por la FIM en colaboración con la
Universidad de Zaragoza; la participación,
asimismo, en comités
científicos u organizativos de diferentes congresos organizados por la sección
de historia de la Fundación de Investigaciones Marxistas estatal, de la que soy
miembro; o la asunción, durante varios años, de las tareas propias
como secretario del
Foro por la Memoria de Aragón. Retomé
la redacción del libro en 2008, gracias a la beca de investigación que me fue
concedida por el programa Amarga Memoria de la Dirección General de Patrimonio
Cultural del Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón.
El trabajo resultante, que estaba pendiente de edición, finalmente no vio la
luz como consecuencia del acceso al Gobierno aragonés del Partido Popular, que
dio carpetazo al programa. Por fin, en el interín transcurrido entre
entonces y la edición a cargo de Comuniter, aproveché para introducir
algunas modificaciones y nuevos datos e interpretaciones. No ha resultado el
parto de los montes, pero casi.
-¿El testimonio oral tiene su presencia en este
libro, aunque no tiene por qué ser directo?, pero con alguien habrás ido
hablando, preguntado…
-El
hecho de que el libro comenzara a pergeñarse a mediados de los ochenta me
permitió entrevistar a decenas de personas que vivieron durante el periodo
estudiado. Desde labradores, jornaleros o amas de casa que no tuvieron especial
protagonismo en el discurrir de los acontecimientos que refiero, pero que
fueron testigos de los mismos, hasta dirigentes de las juventudes libertarias o
meros afiliados a Unión Republicana que, tras la derrota, sufrieron las
calamidades de las cárceles y campos de trabajo. También recogí el testimonio
de familiares de los represaliados (fusilados, presos, exiliados, sancionados
por responsabilidades políticas, víctimas de palizas o rapadas…), pero sin
olvidar el de algunos de los vencedores, como el del destacado latifundista y falangista
Manuel Latre del Solar, que llegó a ser diputado en
las Cortes franquistas, o el de simples soldados movilizados por el ejército
rebelde.
-El título que le das “Un paso adelante y cien
atrás”, te crea—como lectoras /es-- cierto desaliento ¿es así como te has
quedado con respecto a la historia en esa franja temporal en el que la
República hizo que la sociedad de Épila diese un paso adelante para con la República
y con el golpe, la guerra y la dictadura
se diesen unos cuántos pasos atrás?
-¿Por qué́
un paso adelante y cien atrás? Porque, como
preciso en la Introducción y en uno de los capítulos del libro, «La voluntad
modernizadora», a pesar de algunos sonados fiascos, las sucesivas corporaciones
que gobernaron Épila durante los cinco años «republicanos» acometieron una más que apreciable batería
de obras de renovación que entrañaron
una indudable mejora para las precarias infraestructuras con las que Épila venía
conviviendo hasta ese momento. La premura de las actuaciones a acometer, que no
admitían más
dilación; la actitud emprendedora de los concejales, espoleada por la presión de las centrales obreras; los contactos y
gestiones de los ediles ante las autoridades y líderes
de diferentes significaciones políticas, etc.,
suscitaron una notable sucesión de
realizaciones (grupo escolar, matadero, depósito de aguas de abastecimiento…)
de las que en algunos casos el municipio ha
disfrutado hasta
fechas recientes. Pero ese innegable avance modernizador registrado en el
periodo democrático comprendido entre abril de
1931 y julio de 1936, ese incontestable paso adelante dado por la sociedad epilense tras las calamidades finiseculares del XIX y los
convulsos últimos años
de la Restauración, quedó cercenado de raíz
por el ignominioso golpe militar de julio de 1936, por una dictadura que se
llevó por delante a casi cien de los mejores cuadros dirigentes epilenses y que se mantuvo en el poder cuarenta años que se antojaron cien.
-¿Con qué
dificultades te has encontrado con bastante asiduidad desde el proceso de
documentación y el poner orden, también desde la escritura a esta historia de
la Historia Contemporánea de Épila?, aunque me da que fruto de empeñarse se
sacan adelante muchas cosas…
-Al principio, en los ochenta, las dificultades estribaron,
principalmente, en el estado en que se encontraban algunos archivos de la
comarca, todavía sin catalogar e instalados, en ocasiones, en dependencias
inadecuadas e insalubres, tanto para el investigador como para el archivo.
Aunque en los primeros años de mi trabajo todavía no existía el carné de
investigador, que aparecería poco después, lo cierto es que un documento firmado por el historiador Herminio Lafoz, entonces director general de Cultura de Aragón en el
Gobierno de Santiago Marraco, sirvió para avalar mi
propósito y para vencer, cuando fue necesario, las reticencias y desconfianzas
que, al solicitar la consulta de documentos que entonces se estimaban como
“delicados”, surgían en los ayuntamientos en aquellos años de la Transición.
Otra de las dificultades más comunes fue la negativa o resistencia de muchas
personas a someterse a entrevistas orales (o por escrito), habida cuenta de que
el miedo todavía arraigaba entre muchos de los vencidos y sus familiares. Y es que, como señala el historiador gallego Julio Prada en La
España masacrada, sobrevivir a la derrota y la miseria y vivir con una
perenne sensación de miedo fueron, para media España, las principales preocupaciones durante largas
décadas. Y, frecuentemente, muchos de los
vencidos –como aprecia el propio Prada- tuvieron que enfrentarse a la censura y
coerción de sus propios familiares y aceptar,
con un insoportable sentimiento de culpa, que se los responsabilizara de la
desdicha que su compromiso había entrañado para sus familiares en lugar de reprobar a
quienes habían conculcado la legalidad vigente.
-¿Cómo fueron los partidarios de la II República
de Épila?
-En Épila, el partido depositario de los ideales
republicanos, el que recogió el testigo de
algunos históricos militantes del XIX (Fernando
Soler, Jacinto Font, Nicolás Farjas…), fue el Partido Republicano Radical Socialista, el
partido hegemónico entre los existentes en Épila y, hasta octubre de 1934 (cuando la corporación
municipal fue depuesta a raíz de los “sucesos de Asturias”), el máximo protagonista de la vida municipal, con
continuidad –ya como Unión Republicana y con la
colaboración ugetista- en la etapa de gobierno
del Frente Popular. Aunque estatutaria y programáticamente
la orientación política
del PRRS (y UR) estaba guiada por un carácter
reformista, lo cierto es que la práctica de la agrupación local no estuvo exenta de un marcado
compromiso progresista, plasmado, por ejemplo, en las cordiales relaciones con
la CNT epilense (que llegó a ceder sus locales
para un mitin del partido), la frecuente doble militancia en ambas
organizaciones, la decidida apuesta por la aplicación
de la reforma agraria o la firme actitud antifascista demostrada ante la sublevación militar de julio de 1936, que ocasionó
la muerte, el exilio o la cárcel a muchos de
sus militantes. La agrupación epilense, que aglutinaba a afiliados representativos de un
amplio espectro social (arrendatarios, pequeños
propietarios agrícolas, jornaleros,
comerciantes, industriales, empleados...), siempre se mantuvo fiel al sector
ortodoxo de Gordón Ordás,
quien protagonizó un concurrido mitin en la plaza de toros de Épila. De
notable peso e influencia comarcal, la sección
local casi siempre estuvo representada en los órganos
provinciales del partido por su figura más destacada, el veterinario Alfonso
Gaspar, primer alcalde de la II República, que fue asesinado por los facciosos
en agosto de 1936. Por el contrario, otros partidos reclamados de
republicanismo, como Acción Republicana o el
Partido Republicano Radical, se nutrieron en Épila de elementos conservadores y
oportunistas que, provenientes de la monarquía,
acabarían su periplo político
en las filas de Falange. O sea, en la línea de
lo manifestado por aquel cacique de pueblo referido por Gil Robles en No fue
posible la paz, liberal con Romanones,
conservador con Bugallal, de la Unión
Patriótica con Primo de Rivera, berenguerista en 1930, radical en 1931 y de Azaña después: «yo no
cambio; los que cambian son los gobiernos».
-¿Había en la población una
importante oposición a la II República?
-Durante el periodo
que transcurre desde el cambio de régimen hasta
la articulación de la derecha en un verdadero
partido de masas; es decir, hasta la creación
de Acción Popular Agraria Aragonesa (APAA), la única presencia política
organizada de los sectores derechistas epilenses se
detecta en la forma más conservadora y
minoritaria del espectro, alrededor del tradicionalismo. Aunque en Épila no hubo organización
propiamente dicha de Acción Popular, sus dos
secciones, la Agrupación Femenina Aragonesa
(AFA), que llegó a contar con más de 300 asociadas, y las Juventudes de Acción
Popular (JAP), suplieron con notable eficacia esa carencia. Significativamente,
la dirección de la primera entidad siempre estuvo hegemonizada por genuinas
representantes de los diferentes sectores acomodados de la localidad, mientras
que las filas de la segunda estuvieron nutridas, fundamentalmente, por los
hijos de algunos de los mayores propietarios locales y por profesionales,
religiosos, maestros y estudiantes. Aunque la izquierda no dudó nunca en
considerar a las JAP como una organización
capaz de instaurar en España un régimen autoritario de tipo fascista, lo cierto es
que, a pesar de incorporar abundantes elementos ideológicos
del fascismo, de copiar parte de su parafernalia, no habría
sido –según sostiene su mejor estudioso, José María Báez- una formación
genuinamente fascista, aunque sí ciertamente fascistizada.
A juzgar por la trayectoria de los 33 afiliados que he podido identificar, a
partir de los datos obtenidos de los expedientes de quintas y del fichero de
FET y de las JONS, más de la mitad de la agrupación epilense de las
JAP terminó seducida por la supuesta épica
del fascismo. En cuanto a la Falange, las noticias sobre sus actividades
anteriores el 18 de julio de 1936 son tan escasas como copiosas lo fueron a
partir de esa fecha. Según me refirió el
destacado falangista Manuel Latre del Solar (que
durante el franquismo fue alcalde la localidad, diputado provincial y
procurador en Cortes), tan solo un pequeño
grupo de media docena de afiliados, encabezado por los estudiantes Manuel de la
Parra y Mateo Villamana, habría
constituido el primer núcleo de la organización epilense. Pero
si se estiman testimonios diferentes de los de Latre
(la documentación sobre FET y de las JONS del
archivo epilense, fundamentalmente), puede inferirse
que al menos una docena de afiliados más de los
señalados por nuestro informante habrían ingresado con anterioridad al 21 de julio, a
no ser que hubieran exagerado su antigüedad en
aras del provechoso pedigrí de la «camisa
vieja». Con la toma del pueblo por las tropas sublevadas procedentes de
Zaragoza, este primer núcleo, apoyado por otros
de índole derechista, se puso a disposición de las nuevas autoridades resultantes y,
o bien se enroló en las primeras banderas que salieron hacia el frente, o
bien se aprestó a las tareas de «limpieza» (por seguir el eufemismo
empleado por el falangista Alejandro Allanegui) de la
localidad y comarca. Con la nueva situación, la
afiliación a la Falange registró un
aumento imparable (el escritor Juan Benet lo calificó socarronamente de «tasa
conejera»), fruto tanto de la sincera incorporación
de elementos de derechas como de tránsfugas que
se vieron impelidos a hacerlo, debido a las circunstancias.
-¿Cómo fueron los primeros días de
guerra en Épila y cómo se vivió la contienda?
-El día 19 de julio, los mandos golpistas del
cuartel de caballería de Castillejos
organizaron una «columna de castigo» para tomar Épila, conscientes de la
importancia de la neutralización de un señalado reducto obrero situado en el estratégico corredor del Jalón.
Dicha columna, integrada por fuerzas regulares y guardias civiles al mando del
teniente de caballería Luis González
Álvarez de Ron y por milicianos de Falange y de
la CESO liderados por Fernando Muñoz Blas, efectuó un primer asalto a Épila
hacia la medianoche del 20. Pero ante lo inesperado de la firme resistencia
mostrada por los antifascistas epilenses, que se
defendieron con escopetas, algún arma corta y algún rudimentario explosivo, los
insurgentes optaron por retirar el grueso de sus fuerzas a La Muela, evacuar a
un herido a Zaragoza y esperar refuerzos de la capital y otras localidades de
la comarca. Tras horas de combate, hacia las once de la mañana,
la presencia de dos aviones Breguet, que sobrevolaron
a los combatientes y lanzaron octavillas en las que se advertía
del control de la situación, de la detención del general Núñez
de Prado (enviado a Zaragoza por el Gobierno de Madrid) y del castigo que
esperaba a quien se opusiera a los sublevados, terminó por desmoralizar a los
resistentes. Hacia el mediodía del 21, las
tropas rebeldes confluyeron en la plaza de España.
En la acción habían
caído mortalmente heridos tres vecinos de
Épila. Finalmente, los últimos grupos de
antifascistas desistieron de su resistencia, presos de desánimo.
Mientras unos regresaron a sus casas para seguir discretamente el curso de los
acontecimientos, otros prefirieron esconderse en domicilios de familiares, en
la huerta o en los montes de Rodanas. Inmediatamente,
las tropas del teniente González, auxiliadas
por la Guardia Civil y derechistas locales, comenzaron a practicar detenciones.
Concejales, empleados municipales, militantes obreros y republicanos fueron
conducidos a las escuelas de la calle del Burgo y al contiguo Cine Principal,
improvisados como cárceles. Como consecuencia
de las detenciones, inmediatamente dieron comienzo los interrogatorios,
efectuados a base de brutales palizas (que, en ocasiones, acabaron con la vida
de los detenidos) y de vejatorias purgas con aceite de ricino. Una vez
conseguida la neutralización de cualquier tipo
de resistencia, las autoridades sediciosas se plantearon como principal
objetivo garantizar la vuelta a la «normalidad» en el territorio controlado,
asegurar el cotidiano funcionamiento de las instituciones, de la vida económica, de las comunicaciones... Las primeras medidas
al respecto consistieron en deponer a los ayuntamientos frentepopulistas
y sustituirlos por comisiones gestoras, integradas por elementos derechistas de
la más variada procedencia (falangistas,
tradicionalistas, radicales, cedistas...) y
constituidas en nombre de un heterogéneo
ramillete de autoridades. El día 25 de julio,
con el asesinato del factor de la estación,
comenzaba en Épila una salvaje campaña de
exterminio. En total, si a los asesinados en el verano de 1936, añadimos tres epilenses más que fueron ejecutados en 1938 o en la inmediata
posguerra, resulta que noventa antifascistas (entre ellos, muchos concejales y
directivos de partidos y sindicatos; es decir, buena parte de los mejores
cuadros de Épila) fueron asesinados
alevosamente, algo que debería servir para
demostrar –contra los que, interesadamente o por ignorancia, mantienen
opiniones simplistas- que los crímenes
perpetrados contra los militantes antifascistas no fueron fruto de «deudas económicas», «envidias», «rencillas» o «venganzas
personales», sino que obedecieron a una calculada estrategia que, pretendiendo
sembrar el terror, producir escarmiento y descabezar a los partidos,
corporaciones, entidades de izquierdas y movimiento obrero, se llevó por
delante a casi 450 republicanos de la comarca, entre los que se encontraban la
mitad de los alcaldes del Frente Popular (Santa Cruz, Morata, Chodes, La Almunia, Salillas, Lumpiaque,
Bardallur y Plasencia), algunos exalcaldes
republicanos (Épila y Plasencia) y –contando
solo los identificados- casi un centenar de cuadros, entre concejales y
dirigentes de partidos y organizaciones obreras.
-La posguerra con el hambre, el
exilio, las represalias, el escarmiento, el miedo… ¿cómo lo vivió Épila?
-La victoria franquista dejó al descubierto
la cruel paradoja de una guerra que, en el caso de Épila,
donde no hubo frente, donde solo se registró un bombardeo que produjo
desperfectos en la fábrica de harinas, había
dejado en la más completa miseria económica y moral a decenas de hogares, enlutados por
los familiares asesinados o muertos en campaña
y asolados por las secuelas de la cárcel, el
exilio, las multas y las requisas. Y es que, en realidad, excepto la curtida
casta dominante local o la nueva «clase» surgida al amparo del estraperlo y del
carné del partido único, casi toda la población sufrió en mayor o menor grado la inacabable
y atroz posguerra. Ya lo había vaticinado el
presidente Azaña en su famoso discurso «Paz,
piedad y perdón», el 18 de julio de 1938: «los daños alcanzan a todos: al burgués,
al republicano, al proletario y al fascista. Durante cincuenta años, los españoles estarán condenados a una pobreza estrecha y a
trabajos forzados, si no quieren alimentarse con la corteza de los árboles». Terminó la guerra, pero –como había vaticinado Azaña-
no la hambruna y la miseria, y se volvieron a ver escenas (como en 1946, en que
214 familias epilenses fueron auxiliadas con víveres de primera necesidad) que no tenían lugar desde finales de la centuria anterior.
Se acabó el pan, la carne, el café, la
gasolina, el tabaco y el aceite y se popularizaron las cartillas de
racionamiento. Terminó la guerra, pero no la lacra del desempleo. En
diciembre de 1942 Épila fue una de las
diecinueve localidades españolas «agraciadas»
por el reparto de algo más de millón y medio de pesetas, designadas por la Junta
Interministerial para «mitigar el paro». Se acabaron las oficinas de colocación obrera y los turnos establecidos por la
bolsa de trabajo y comenzó la contratación libre de los jornaleros más dóciles, de los
preferidos por los patronos. Como se había
hecho siempre, en plena calle, en las Cuatro Esquinas; sin jurados mixtos, sin
oficinas de colocación obrera, sin leyes contra
el envilecimiento del salario. Se olvidó la reforma agraria, pero uno de
los terratenientes locales, el duque de Híjar,
practicó la «suya» pocos años después, sin expropiaciones, sin la supervisión de los funcionarios del Instituto de
Reforma Agraria, a buen precio de mercado. Se prohibieron las organizaciones
obreras, pero se creó la Central Nacional
Sindicalista, que acogió en precario equilibrio
(verticalmente) a patronos y productores. Se prohibieron las movilizaciones,
pero también el estacionamiento del público, las colas y los corrillos. El celo represivo
se intensificó tanto, que consiguió que
la vida cotidiana, salpicada de avales, salvoconductos, disposiciones
sancionadoras e informes sobre conductas, se impregnara de un aura de miedo y
tristeza que tan solo las celebraciones de decenas de bodas aplazadas por la
guerra consiguieron mitigar. En definitiva, terminó la guerra, pero, como advirtió Guillermo Cabanellas,
detrás de aquel lema del nuevo régimen que campearía
por doquier, «Pan, Patria y Justicia», quedaba un sistema en el que el pan había desaparecido, la justicia brillaba por su
ausencia y la Patria había quedado reducida a
los límites más
exiguos desde el reinado de los Reyes Católicos.
-¿Cómo fue el estado en el que encontraste los
documentos, archivos y demás?
-Como advierto en la introducción
del libro, la primera corporación municipal democrática de Épila,
allá por 1983, sacó a concurso de méritos la
tarea de poner en orden el archivo local, concurso que ganamos mi hermano
Rodolfo yo. El archivo, que sufrió graves atropellos en el sigo
XIX, con ocasión de la Guerra de Independencia
y las racias carlistas, también sufrió lo suyo con el
traslado de que fue objeto a raíz de la construcción
de la actual Casa de la Villa, dado que, una vez terminada esta, fue amontonado
de malas maneras en un nuevo pero inclemente sótano.
La abrumadora faena de ordenación, que no de catalogación (esta, de manera profesional, fue
abordada años después por los archiveros de la DPZ), resultó francamente
penosa, pero apasionante, ya que día a día, en una tarea que tuvo más
de arqueológica que de archivística,
conforme se fue «desbastando» aquel informe acervo, me fui percatando de que el
conjunto de la documentación (bastante completa
a partir de 1838, año en que los carlistas
destrozaron el archivo) permitía la elaboración de un estudio de los años
treinta del siglo XX, habida cuenta de lo completo del corpus documental
referente a la etapa de la II República y lo
sorprendente de buena parte de los documentos relacionados con la Guerra Civil,
que yo intuía eliminados. En lamentable estado
de conservación me encontré también otro archivo local que también había
sufrido un reciente traslado, el del Sindicato de Riegos, fundamental para
conocer aspectos relacionados con la propiedad agraria. “Singular”, aunque
correcta, fue la atención que recibí por parte de los jefes militares que me
facilitaron la consulta en el antiguo Servicio Histórico Militar, en Madrid.
También tuvo algo de singular la empresa de obtener un listado de asesinados
por los rebeldes durante el periodo 1936-1939, a partir de los libros de
registro de defunciones del Cementerio de Torrero, tarea en la que algunos días
coincidí con integrantes del equipo que redactó El pasado oculto. Otra
cosa fue, obviamente, el trabajo de investigación y consulta en archivos,
bibliotecas y hemerotecas provinciales o nacionales (Archivo Histórico
Provincial, Archivo Histórico Nacional, Centro Documental de la Memoria
Histórica, Fondo del Siglo XX de las Cortes de Aragón, hemerotecas municipales
de Madrid y Zaragoza…), desarrollado dentro de unos parámetros de plena
normalidad.
-¿En qué andas metido ahora? ¿Preparas un nuevo libro?
-He retomado la historia del PCE en Aragón
durante la II República y la Guerra Civil, que irá acompañada de un diccionario
biográfico de unos 3.000 militantes comunistas. Me gustaría que viera la luz
este año, cuando se cumple el centenario del nacimiento del partido, aunque lo
veo difícil.
_____________________________________________________________________
Cazarabet
c/ Santa Lucía, 53
44564 - Mas de las Matas (Teruel)
Tlfs. 978849970 - 686110069