Cazarabet conversa con...   Javier Calvo, traductor del libro “Tokio año cero” (Hoja de Lata) de David Peace.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

David Peace sacude cómo fue el mundo después de la rendición japonesa en La Segunda Guerra Mundial… sumergiéndonos en una serie de asesinatos, tal y cómo es la idiosincrasia de los mismos, entre tanta muerte dependiente de una guerra que desgarró a todo el mundo, aunque aquí en particular se mire a Tokio.

Es una especie de novela negra con un detective japonés que viaja entre el asqueamiento y el cinismo pasando por una agudeza, más que evidente…adicto a todo lo que le evada de una realidad que, quizás, le pondría en evidencia como ser humano…

El asesino, un soldado del ejército imperial, es el otro personaje que, además de miedo, da repelús porque nos recuerda a un asesino en serie que encuentra en la muerte y el sufrimiento, infringido a los demás, algo de atractivo que no lo tiene la vida en sí misma…

Con Tokio año cero, David Peace arranca su trilogía de Tokio… o sea que tendremos, al menos, dos novelas más sobre las que sumar el conocimiento de los estragos de una guerra, el saber reconocer, más y mejor, a una sociedad, la japonesa que era, a la vez, un ejemplo de supervivencia…

Edita el libro Hoja de Lata.

Traduce el libro, Javier Calvo.

La sinopsis del libro: Hace un año que Japón se ha rendido en la Segunda Guerra Mundial. En medio de la confusión y el caos que sigue, los cuerpos parcialmente descompuestos, violados y estrangulados, de dos mujeres se encuentran en el parque Shiba de la ciudad de Tokio. Pronto se descubrirán más asesinatos: mujeres asesinadas de la misma manera y, queda claro, por la misma mano.

Narrado por el cínico, desesperado pero decidido detective Minami de la Policía Metropolitana de Tokio, Tokio año cero ficciona la historia real del Barba Azul japonés, un soldado imperial condecorado que violó y asesinó al menos a diez mujeres en medio de la desolación del Japón de la posguerra («un enorme mar de personas desplazadas… Un segundo estás aquí y al otro has desaparecido»). Y esta es también la historia del detective Minami: perseguir y perseguir recuerdos de atrocidades que ya no puede explicar ni perdonar. David Peace arranca su Trilogía de Tokio con esta impactante novela negra que nos envuelve y zarandea, que nos arrastra a una ciudad que apesta a cloacas y en la que los piojos martirizan a los supervivientes, los afortunados, condenados a zurcir las mismas ropas durante años y a vivir bajo las normas del ocupante. Un libro magistral y mántrico del mejor Peace.

El autor David Peace: (Osset, Yorkshire del Oeste, 1967) vive desde hace años en Tokio, ya que la atmósfera de su Inglaterra natal le resulta «asfixiante para escribir». Esa distancia le permite desarrollar, según sus propias palabras, una inusual «narrativa del inmigrante», fuertemente arraigada en la Inglaterra thatcheriana, oscura y deshumanizada, en la que él nació y creció.

En 2003 fue elegido como uno de los jóvenes talentos del año por la revista Granta tras publicar el célebre Cuarteto de Yorkshire (1974, 1977, 1980 y 1983, Alba Editorial), la historia de un asesino en serie que actuó en el condado de Yorkshire durante los citados años. Seguirían las dos primeras entregas de la Trilogía de Tokio, Tokio, año cero y Ciudad ocupada (que Hoja de Lata reeditará próximamente), y las novelas de ambientación futbolística Maldito United (Contra, 2015) y Red or Dead. Con GB 84 Peace ganó el Premio James Tait Black Memorial en 2004, narrando la derrota de izquierda política y el violento triunfo del neoliberalismo a través de la huelga de los mineros del carbón contra las políticas económicas del Gobierno de Margaret Thatcher.

En el 2021 se puso a la venta en seis idiomas al mismo tiempo la impresionante Tokio Redux , última entrega de la Trilogía de Tokio, en la que el autor de Yorkshire ha empleado más de diez años de su vida.

 

 

 

 

Cazarabet conversa con el traductor Javier Calvo:

-Amigo, ¿cómo es el “papel” de un traductor en una obra como esta, Tokio año cero?; Eres escritor y traductor, pero como te entrevistamos como traductor… ¿por qué elegiste ser traductor?, ¿es una manera de aprender, entre otras cosas, a escribir?

-Empecé a traducir cosas mucho antes de ser traductor. Empecé en la adolescencia, con un par de diccionarios y una máquina de escribir. Traducía artículos sobre cosas que me gustaban, música, cine, libros. Lo hacía simplemente porque no los entendía. Si cogía un diccionario y lo reescribía en español, podía entender algo. A medida que me hacía mayor, me negaba a leer sólo lo que estaba escrito en castellano o en catalán. Quería acceder a muchas más cosas, pero el reflejo de traducir ya se me quedó. Empecé a traducir relatos un poco por la misma razón: para entenderlos, para tener una relación estrecha con ellos, para ponerlos en mis palabras.

Sí que aprendí a escribir traduciendo, pero eso fue un efecto secundario. No fue mi meta para nada cuando estaba empezando.

-¿Qué sentiste al leer Tokio bajo cero de David Peace?;¿qué te ha aportado la lectura y cómo definirías a esta pluma inglesa que, además, está afincada en Japón?

-Cuando leí Tokio año cero, ya era un fan rabioso de David Peace. El verdadero shock me lo llevé leyendo 1974, su primera novela. Cuando la leí, estando en Londres en los 90, me cambió un poco la vida, que es lo que pasa cuando encontramos a un autor importante para nosotros. No sabría decir exactamente qué fue lo que pensé, porque fueron muchas cosas. Me voló la cabeza lo que hacía con el lenguaje, por ejemplo. Cómo hacía algo con la tradición de Joyce, Beckett y Burroughs que nadie había hecho antes. Me fascinó que el lenguaje estuviera completamente desbocado en sus manos, que escribiera como si estuviera en trance. Me fascinó que hubiera inventado su propio idioma literario. Y me fascinó su capacidad para transformar Historia en mitología, y encima con esa facilidad. Como un proceso alquímico de destilar lo importante de la Historia, lo que no es contingente al espacio y el lugar. Supongo que a fin de cuentas pensé que quería ser como él.

-Normalmente, ¿veis vuestro trabajo compensado…os sentís compensados por el colectivo de lectores o del mundo editor del libro?, lo digo porque, me da, hubo tiempos mejores para la traducción y para los y las traductores…

-Lo que me compensa es simplemente la idea de que estoy ayudando a alguien a leer a un libro que de otra manera no podría leer. Esa idea me parece tremendamente excitante. No tengo mucha más aspiración que ésa; el mero hecho de vivir de una actividad que me divierte, me obsesiona y me hace feliz ya me parece un sueño. Casi me siento culpable. No tengo ni idea de si hubo tiempos mejores para la traducción y los traductores. Creo que hubo tiempos en que el traductor era mucho más libre y se le permitía ser algo mucho más parecido a un escritor (escribí un libro al respecto, de hecho, porque es una idea que me llena de nostalgia por algo no vivido). En todos los demás sentidos creo que la vida del traductor siempre ha sido más o menos como es ahora.

-Enlazando con la pregunta anterior, ¿por qué en países como EEUU, Inglaterra, Alemania, Irlanda…al traductor se le paga más por página y aquí mucho menos; y por qué tienen en algunos sitios protecciones legales que aquí no las hay?

-Pues ni idea. O sea, sé que es así, pero la explicación de por qué en otros países se trata mejor al trabajador cultural y en España sólo se le permite sobrevivir no la conozco.

-De todas formas, habrá escritores que sean más costosos de traducir por el tiempo dedicado que otros, ¿no?; ¿cómo es tu experiencia en torno a esto?; y después está el traductor, no habrá, ni creo que deba haber una velocidad constante en la traducción… es imposible.

-Mi experiencia en torno a esto es, imagino, como la de todos los demás traductores. Hay libros que se pueden traducir más deprisa y otros más despacio. No hay más que eso. No creo que influya en el resultado final de la traducción. Simplemente en el tiempo que se tarda.

-De todas formas, tú deseas pasar desapercibido, lo que no está reñido, creo, con el debido reconocimiento…

-Sí, es una de las cosas que más me gustan del oficio de traductor. Que no implica salir al mundo ni enseñar la cara ni hablar con nadie. Eres un ser invisible y, en gran medida, anónimo. Me encanta. También soy escritor, y con el tiempo la visibilidad que te da escribir y publicar libros me ha fatigado. No siento ninguna motivación para intentar ser popular o conocido ni mucho menos para salir en los medios. Últimamente, además, me da la impresión de que al artista se le pide mucho más que sea un vendedor, y encima un vendedor de sí mismo. Para mí esto es una pesadilla. Me encantaría ser autor de libros anónimos, jaja.

-¿Hubo un tiempo en que el traductor era como un “puente” entre culturas, además de hacer que llegasen a nosotros escritos, libros en otra lengua?

-Sí, hubo un tiempo en que el traductor era también alguien que indagaba e investigaba en otra cultura y elegía qué cosas traer de esa cultura a la suya propia. Ahora en el mundo de la literatura ese papel lo hacen los editores, a menudo siguiendo consideraciones comerciales.

-¿Por qué te dio a ti, en particular, por la lengua inglesa?

-No lo sé exactamente. Por pereza, supongo. La cultura anglosajona era la que estaba en todas partes y la que parecía producir más; por tanto, dominar el inglés parecía la opción más útil.

-Cuando una persona se dedica a la traducción, ¿a qué se condena para bien y para mal?

-Imagino que se condena a ser pobre; o por lo menos a no tener nunca mucho dinero. También hay que trabajar mucho, a veces a destajo, y los horarios no existen. Por suerte para mí, ninguna de estas dos cosas me parece particularmente mala.

-¿Hay como dos caminos para afrontar la traducción la que obedece a traducir literalmente y la que da margen a que el traductor/a   aporte cosas de sí, como imaginando…?; ¿tú en qué margen te sitúas a la hora de traducir?

No me parece que existan esos dos caminos. De hecho, creo más bien que son precisamente las dos cosas que todo el mundo evita porque se salen de los márgenes de lo que es la traducción. La trasposición literal de palabras es justamente lo contrario de una traducción. ¡Y que el traductor aporte cosas de su imaginación me parece directamente una actividad delictiva!

-¿Un traductor tiene que estar en contacto directo, de manera precisa, con el autor o el tomar distancia es, para ti, mejor….hombre, al menos en la segunda opción parece que el traductor trabaje con más libertad?.¿Cómo has hecho con David Peace en Tokio año cero?

-Nunca me pongo en contacto con los autores de los libros que traduzco, es un principio que tengo. Por varias razones. La primera es que me parece hacer trampa. Un traductor tiene que poder valerse por sí mismo, en todos los sentidos. El criterio que sigo es que todo libro debería poder traducirse como si el autor estuviera muerto. La segunda razón es que el criterio del autor no me parece necesariamente el más válido, por mucho que sea su obra. Es el criterio interpretativo del traductor el que tiene que imponerse, porque es el traductor quien tiene que recrear una voz con otra voz.

-¿Un  traductor se especializa en temas y en determinadas plumas?, ¿cómo ha sido en el caso de David Peace, leíste obras anteriores a Tokio año cero…no sé, como para captarlo mejor?

En la mayoría de casos, un traductor comercial no puede plantearse especializarse en lo que le gusta, o ni siquiera en lo que se ve más competente haciendo. Lo máximo que puede esperar a menudo es que el editor le permita traducir todos los libros de un mismo autor, que es algo que los editores hacen unas veces sí y otras veces no. Mi caso es un poco distinto, porque llevo treinta años haciendo este trabajo y tengo una carrera más o menos consolidada como traductor y cierto prestigio añadido por mi carrera literaria. Esto me permite hacer traducciones por razones no comerciales. Es decir, trabajo ocasionalmente con un par de editoriales pequeñas que me dan libros que saben que me gustan o a quienes puedo sugerir títulos y ellos los compran si pueden.

-¿Cómo es el proceso de documentación de los traductores?; ¿cómo ha sido en esta ocasión en el que el autor, David Peace, se sumerge en aquel Tokio de la inmediata posguerra?

-El proceso de documentación es distinto para cada libro. Hay libros que apenas requieren documentación, por la sencilla razón de que están ambientados en la actualidad, no tienen un lenguaje demasiado local o bien el traductor está familiarizado con el escenario. Hay otros que requieren procesos largos de documentación. Recuerdo un caso extremo que fue El rey pálido, donde necesité aprender contabilidad básica para después poder entender las diferencias entre la contabilidad pública en Estados Unidos y en España. En general, lo que hago es leer primero el libro entero, identificar los temas que involucran vocabulario especializado o registros locales no estándares, hacer listas de palabras y preparar de esa manera una “plantilla” léxica de cara a traducir.

-Háblanos de la relación con los editores porque son ellos los que te contratan, ¿no?; ¿cómo ha sido la convivencia con Hoja de Lata?

-Hoy en día la relación es básicamente inexistente. Cuando yo era joven y empecé a trabajar en esto, el traductor visitaba a los clientes en sus oficinas, hablabas del libro, contrastabas puntos de vista, etc. Hoy en día no suele haber relación alguna. Todo se hace por email y los contactos son puramente formularios. ¿Aceptas estas condiciones económicas? Sí o no. ¿Aceptas esta fecha de entrega? Sí o no.

-¿Cómo es el día a día en el trabajo de un traductor?

-Imagino que será distinto para cada cual. En mi caso, trabajar ocho horas al día durante siete días a la semana en mis traducciones. O a veces más, cuando los plazos de entregas aprietan.

-Explicadnos, ¿todos o todas sois en su mayoría filólogos?; ¿cuál es el perfil de los y las que se dedican a la traducción?

-No soy filólogo, ni tampoco los demás traductores que conozco con los que tengo amistad. Creo que hay de todo, desde licenciados en traducción hasta filólogos, escritores, editores, correctores o gente que viene del periodismo. En tiempos recientes, mucha gente que se ha quedado sin trabajo en otras profesiones del sector editorial ha intentado probar suerte como traductores literarios. Por desgracia, hay tanta oferta de traductores que la demanda en muchas editoriales es inexistente.

-¿Qué manías tienes como traductor?

-Francamente, no lo sé.

-Amigo, ¿en qué consiste el trabajo de traductor porque es mucho más que “traducir” tal como lo entendemos…requiere mucho más de lo que aparentemente se ve, aunque quedéis en un tercer plano…? -Trabajo que requiere, además de una metodología exigente, ¿verdad?

-No sé muy bien cómo contestar esta pregunta. Es un trabajo extraño, supongo, porque está a medio camino entre un trabajo técnico y una disciplina artística. Sin embargo, está claro que no es ninguna de ambas cosas. En cualquier caso, no lo imagino desconectado de la pasión por el lenguaje y la literatura. Creo que no se puede llevar a cabo de manera satisfactoria sin ser en muchos sentidos escritor y lector ferviente. Aunque supongo que mucha gente no estaría de acuerdo.

-Amigo, ¿nos puedes explicar en qué estás metido en la actualidad como escritor y como traductor?

-Trabajo tanto que seguramente para cuando se publicara esta entrevista ya estaría con otras traducciones distintas.

 

 

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