image001.jpgCazarabet conversa con...   Herminio Lafoz Rabaza, autor de Estaba yo tocando el banjo. Memoria incompleta, 1969-1983” (Comuniter)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un libro que es un ejercicio narrativo  desde la vertiente biográfica y memorialística---aunque el mismo autor remarca que “estas páginas no son unas memorias” del profesor Herminio Lafoz Rabaza.

Lo edita Comuniter dentro de la colección Es un decir.

La sinopsis: De entrada, debo decir que estas páginas no son unas memorias o, por lo menos, unas memorias al uso. Y además responden a una motivación muy concreta. En un libro de Javier Delagado(Uno de los nuestros) soy citado una sola vez y en negrita: Javier me recordaba en la Facultad de Filosofía y Letras tocando el banjo. Me pareció interesante como hallazgo. Yo, que no he tocado en mi vida el banjo---y muy mal la guitarra--, podría pasar a la Historia grande, recordado por una inexactitud. De ahí me vino la idea, y de que Antonio Martínez Valero me recordaba la cita de Javier Delgado continuamente, de escribir sobre mis años de Universidad, comenzando en 1969 cuando empiezo mis estudios de primero de Comunes.

No se trataba de contar todo, sino reflexionar, me decía, sobre cómo una generación de españoles procedentes de las clases bajas, aunque no proletarias, pudimos estudiar una carrera universitaria en pleno franquismo. Este fue un viaje en que entré como niño, hijo de una familia conservadora, de derechas vaya, y salí como un joven con ciertas ideas sociales que se irían acercando irremisiblemente a la izquierda. Por otra parte, nada nuevo. Es lo que pasó a miles de chicos y chicas como yo. En cualquier caso, conviviendo con una Universidad convulsa, con un país convulso, yo estaba “tocando el banjo”, ahora acertadamente como metáfora.

Prolongué la historia a los años posteriores, cuando ya fui profesor de Instituto en mis dos primeros destinos Barbastro  y Borja. Y la acabo en 1983 cuando dejé el Instituto para ir a servicio durante cuatro años en la administración autonómica aragonesa.

He pretendido mostrar mi acercamiento primero a la creación poética, después a la canción y finalmente a la lucha desde la educación por la cultura como un instrumento enormemente eficaz para combatir a la dictadura.

Y así, cuento no sólo lo que viví, sino también lo que viví en otros, para lo que he recurrido a lecturas y a alguna bibliografía.

Este era, pues mi objetivo: ilustrar un tiempo de cambio, contribuir, también, a la mejor comprensión de un tiempo convulso que me tocó vivir

El autor, Herminio Lafoz Rabaza:

Cursó los estudios de Geografía e Historia en la Universidad de Zaragoza en la que se doctoró en 1981.Como Catedrático de Geografía e Historia ejerció su docencia en los  Institutos de Bachillerato “Hermanos Argensola” de Barbastro, “Juan de Lanuza de Borja y el instituto  Avempace” de Zaragoza. Actualmente está jubilado.

Parte importante de sus trabajos de investigación se ha centrado en la didáctica, colaborando tanto en obras colectivas como en artículos y comunicaciones a Jornadas y Congresos. Partiendo también de experiencias escolares ha escrito libros y artículos sobre temas etnológicos. Sus estudios sobre historia se han centrado sobre todo en el análisis de la transición del feudalismo al capitalismo y la revolución burguesa en Aragón, sobre alguno de cuyos aspectos más sobresalientes ha escrito varios artículos. Ha escrito también una biografía de José  de Palafox y preparado la edición crítica de sus Memorias, además de varios artículos y libros sobre la Guerra de la Independencia. Finalmente, también se ha acercado, como historiador, a la historia contemporánea, al magisterio, al socialismo…

 

 

Cazarabet conversa con Herminio Lafoz Rabaza:

image002.jpg-Amigo, ¿qué pretendías al sumergirnos en este ejercicio narrativo que se acerca, o nos recuerda, a un ejercicio memorialístico que recorre un tramo importante y vital tuyo…?

-La verdad es que nunca he tenido otra pretensión que la de contar una serie de acontecimientos en los que me envuelto cuando accedía a la Universidad y posteriormente a la enseñanza en un Instituto. No como ejercicio presuntuoso de: “esto es lo que hice”, sino como estudio de caso. Y sobre todo, este escrito va en dirección a mis hijos, para que tengan recuerdos de su padre una vez yo no esté. A menudo comprobamos lo poco que sabemos de lo que hicieron nuestros padres. Qué poco nos contaron de sus afanes, de sus deseos, de su juventud. Algo de esto, que yo sufrí con mi padre, quería arreglar.

Por otra parte, como historiador he leído, y publicado muchas memorias de personas, desde el siglo XIX al XX. Sé por qué se escribieron muchas: para comunicar al mundo lo que hicieron sus autores. Tenían un sentimiento de no haber sido comprendidos por sus contemporáneos y les invadía un deseo de reivindicarse a la posteridad. He tratado de no caer en esta trampa.

-Y eso que el título de este ejercicio narrativo memorialístico no obedece, para nada, a algo real porque tú nunca tocaste el banjo—o eso es lo que nos afirmas, la verdad es que al que lee lo que narra eso le da igual porque es anécdota--, aunque sí que se despiertan otras muchas “tocatas” en ti como ser humano que habitaba una sociedad y un país que podrían obedecer a la definición de “estar en agitación” o “de vivir en estado de convulso”…¿qué nos puedes decir?

-Bueno, lo del título, como siempre, encierra intencionalidades. A menudo me gustan los títulos cortos, concisos, pero en este caso quería manifestar la moraleja de la anécdota. En el libro de Javier Delgado, un libro de muchas citas personales, en negrita, como se hace cuando quieres destacar nombres que se lean fácilmente a sí mismos, aparezco una sola vez; Javier me recuerda en la Facultad, dice, tocado el banjo. La cuestión está en que yo nunca he tocado el banjo, por más que aparezca en una foto de portada con un banjo en la mano, que tiene otra explicación. Y esto me hizo reflexionar en cómo puedes para a la historia escrita por una falsedad. Supongamos que alguien del futuro me estudia y busca documentación sobre mi vida y actos, pues pasaría a una publicación como un tocador de banjo en mi época de Facultad. Perdón por ejemplo tan personal. Quiero decir que existe un estilo fantasma en la forma de escribir la historia. Qué fácil es, sin una crítica documental rigurosa, elevar una falsedad a la categoría de verdad. Es más complicado de explicar, pero todo esto es lo que encierra el título.

Por lo demás, intento mostrar cómo un ser humano, con su carga personal y social determinada, va descubriendo la vida y la sociedad en la que vive a base de contradicciones. Aún así, no tengo idea de haber vivido en un estado convulso. El contacto con diversos tipos de gente, fue limando mis convicciones iniciales, obligándome a reflexionar y a avanzar por caminos que nunca hubiera imaginado. Lo digo en el libro: mi madre lo resumía en “las malas compañías”.

image003.jpg-Se nota que te lo has pasado muy bien escribiendo y recordando ciertas escenas de tu pasado ¿no?

-Bueno, lo he paso bien y mal. En cualquier caso, he huido conscientemente de mostrar escenas demasiado personales. No era lo que yo quería decir.

-En tus días. En tu tiempo. ¿Los días y las vivencias de la universidad y de la facultad marcaban más el carácter que el que pasabas o se habías pasado en la universidad?

-En aquellos días, la Universidad lo marcaba todo porque era mi principal ocupación. Ocurre que aquellos años finales de los 60 y la década de los 70, fueron años muy movidos, en los que la Universidad, junto con el movimiento obrero, se había convertido en el frente de lucha contra el franquismo. Todo lo que pasaba en la Universidad se convertía rápidamente en un acontecimiento social y político.

-De todas formas, se daba con bastante asiduidad ese tránsito de un estudiante de familia conservadora y de derechas que termina, o va, viajando a cobrar mucha “alma de lucha reivindicativa”, de conciencia de clase hasta deparar en sentirse y abrazar las ideas de izquierdas, ¿no?

-Es cierto, y así lo señalo en el libro. Desde luego fue muy común en aquellos años del “baby boom”, en el que muchos chicos y chicas procedentes de clases trabajadoras de derechas pudimos acceder a los estudios universitarios, el abrazo a ideas de izquierdas en más o menos grado. Quiero decir, que iban desde un cristianismo social al compromiso, todavía clandestino, con partidos obreros. Desde luego, todo ello no estaba exento de contradicciones.

-¿Qué factores crees que se daban; qué caldo de cultivo se citaba para que esto se diese?

-Para mí, más que otra cosa fueron las lecturas, y el sustrato familiar de una honestidad social, al margen de sus ideas. Los libros, para mí, jugaron un papel importante. El acceso, siempre difícil, a nuevas ideas, a un marxismo a menudo mal digerido, a través de los libros y la confrontación de la teoría con la realidad, nos llevaba siempre hacia adelante. Y también las conversaciones, las largas, interminables conversaciones. La libertad de las noches.

Y supongo que nos impelía esa realidad gris, asfixiante, de falta de libertades y de ideas que amenazaba con aplastarnos. Queríamos acabar con aquello como fuera.

-El viaje en el sentido contrario era muy, muy extraño, ¿no?

-Era extraño, pero no inexistente. Yo no recuerdo entonces viajes en sentido contrario, pero haberlos, los había. El ejemplo más claro, entre la gente que conocí en aquellos años, es el de Federico Jiménez Losantos. Poco que comentar. Luego, con el tiempo, la autopista hacia atrás está muy frecuentada.

image004.jpg-¿Cómo pasas de terminar tu carrera en la Facultad de Filosofía y Letras para dar clases? ; ¿cómo fue el tránsito?

-Al acabar la carrera, con la espada de Damocles de la mili encima, me puse a buscar trabajo, como muchos, en centros de enseñanza, sin demasiado éxito. Al poco, tuve que ingresar en lo que se llamaba “servicio militar” y allí estuve más de un año. Al acabar, tuve que plantearme qué hacer con mi vida, con pocos caminos por delante. Elegí probar con las oposiciones a Institutos, que se publicaron para el mes de julio de 1976. En octubre, con mi plaza ganada me incorporé al Instituto Hermanos Argensola, de Barbastro. Era mi primer destino y cómo estaría la cosa que, cuando me presenté, nadie me esperaba. Nadie había comunicado que iba un profesor nuevo. Luego ya sí. Tenía 24 años recién cumplidos y ninguna idea de cómo iba a desempeñarme como profesor de Historia en el próximo futuro. De modo que mi tránsito fue, se puede decir, glorioso.

-Evidentemente, te encontrabas un instituto muy diferente: el que dejaste como estudiante del que te encontrabas, ahora, como profesor…

-Es verdad, me encontré con un instituto bien diferente porque yo me había “educado”, en dos colegios de curas (Franciscanos y Maristas). Así que para mí era todo muy nuevo, salvo una sensación de que el poder subyacente era el mismo.

-¿Por qué dejas la enseñanza en el Instituto y cómo es tu irrupción en la administración autonómica aragonesa…qué te atrae más allá de enseñar?

-En 1983, el PSOE gana las elecciones autonómicas y pasa a formar el primer gobierno de la ya Autonomía. Yo estaba de profesor en Borja y militaba en el partido. Como hubo que reclutar gente para cubrir tantos puestos de la administración, alguien se fijó en nosotros (en mi compañero de Instituto, Simón Martín) y en mí, que teníamos alguna fama como activistas culturales, y nos cooptó para formar el departamento de Cultura y Educación de este primer gobierno. A mí se me designó para ocuparme de las cuestiones del patrimonio cultural (nada menos que archivos, bibliotecas, museos, arqueología, restauraciones, etc.). Casi nada. Hoy puede parecer mucho, y lo era. Todo era nuevo, pues el Estado había traspasado todas estas competencias a Aragón y desde ese mismo momento hubo que gestionarlas… con un presupuesto. El aprendizaje fue duro, pero lleno de cosas apasionantes. El pequeño profesor de Historia a medio cocer, tenía que ocuparse de políticas culturales, temas administrativos, normas, etc. Entre otras muchas cosas que recuerdo, la elaboración de las primeras leyes autonómicas que ordenaban la paleontología, la arqueología, los archivos, las bibliotecas y los museos. Y otras cuestiones apasionantes como el parque cultural de Molinos, etc.

-También hablas de tus días como poeta, aunque un poeta no deja nunca de serlo, aún sin que componga poemas…

-Bueno, lo de la poesía fue un recurso de juventud, casi una excrecencia del natural romanticismo de la adolescencia de aquellos días. Luego no he vuelto a escribir más. En todo caso, aquella experiencia sí me preparó para tener un cierto gusto por la poesía, y también a extraerla de muchos momentos de la vida.

-También escribes para la canción, ¿cómo fue?

-No, no escribí canciones. Mi papel siempre fue el de cantante en los diversos grupos en los que estuve en aquellos tiempos.

-Desde la educación a tu trabajo en la administración y hasta esas irrupciones en la composición poética y en el mundo de la canción… siempre ha tenido su denominador común en la dinamización cultural para que esta sea, o fuese, palanca a favor de los valores que en un primer lugar combatieron a la dictadura. Háblanos de aquellos días un poco por favor.

-Desde un momento determinado en que fui más consciente de esto, creo que tanto yo como gran parte de la gente con la cual compartí vivencias y creencias, pensábamos que toda nuestra acción debía estar encaminada a acabar con la dictadura. Y no solo en su tiempo cronológico, sino a posteriori, con todas las manifestaciones de que, aunque desaparecido el dictador, no se había acabado su gran influjo sobre la sociedad española. Creíamos que lo público, la enseñanza pública era una buena herramienta para acabar con la incuria de tanto tiempo. Pensábamos, tal vez ingenuamente, que la educación hacía pasar a los jóvenes la frontera del tiempo, les hacía olvidar el franquismo para convertirlos en ciudadanos de la democracia.

image007.jpg-Para después pasar a ser parte de qué… ¿cómo has visto tus trabajos en pro de la cultura, apuntalando los valores que deberían sustentar la democracia?

-Si volvemos al principio, y visto desde ahora, yo siempre he defendido el valor cultural de la educación y el valor educativo de la cultura. Ambas cosas inseparables. Siempre he aceptado este hecho como un valor republicano.

Nunca he pensado que la educación deba estar al servicio del sistema productivo, como se piensa desde muchos sectores de nuestra sociedad. Se oye constantemente la pepla de que debemos educar para el mercado. Pues no, hay que educar para hacer ciudadanos capaces de utilizar el pensamiento crítico. Pero es verdad que la burocratización nos impide continuamente completar nuestra labor. No nos alejamos del aprendizaje memorístico, no nos permiten hacer programas transversales, no hay tiempo para hablar y reunirse con los compañeros. Al capitalismo no le interesa crear ciudadanos críticos, sino jóvenes consumidores.

Así lo veo y así lo veíamos. Lo que hicimos algunos fue el combate por la historia, el combate para destruir el franquismo desde la escuela. Y casi lo logramos.

-Herminio, uno cuando hace repaso a una parte de su vida, de sus recuerdos, acciones, devaneos… ¿debe documentarse igualmente? ¿Cómo y de qué manera lo has hecho?

-Para personas que como yo tienen poca memoria, yo la tengo fatal, es imprescindible documentarse al escribir sobre su vida. No hubiera podido escribir muchas de las cosas que he puesto en el libro si no es porque he guardado mucha documentación a lo largo de mi vida. Y luego está la “deformación” profesional. He utilizado la metodología que solemos utilizar en los trabajos profesionales, pero siempre teniendo en cuenta que no es una investigación, solamente recuerdos. He echado mano de notas, libretas, agendas, prensa, fotografías… que he guardado pacientemente en estos años.

-Mirado en perspectiva Herminio, ¿a qué sabes que has contribuidos sí o sí y en escenario de situaciones qué te arrepientes no haber estado...?

-No tengo mucha conciencia concreta ahora de cuáles son las cosas en las que creo haber contribuido. Sí que tengo la convicción de que contribuí con otros muchos. A lo que fuera. En cualquier caso, no tengo arrepentimientos de ningún tipo. Hice lo que buenamente supe.

-Las amistades, los recuerdos de otros seres que nos acompañaron y coincidieron en el tiempo biográfico que nos ha tocado vivir… aquellas relaciones humanas que escribíamos y dejamos de escribir o que continuaron porque lo elegimos y además lo decidimos así… ¿es de lo más importante que nos queda y quedará como seres humanos?… ¿somos las personas, en parte, con qué elegimos viajar en la vida?

-Sin duda. Quedan las personas que nos acompañaron en este esfuerzo común. De algunas todavía su presencia, de vez en cuando; otras quedaron allí en el tiempo y alguna vez ocurre que vuelven a aparecer. Y luego las que definitivamente ya no están. A mí su recuerdo me acompaña y me reconforta.

Y quiero decir que los profes somos muy afortunados porque alguna vez nos es dado ver cuál fue nuestra labor cuando nos encontramos a alumnos que no hemos visto en mucho tiempo. En ellos nos vemos y sabemos enseguida que no nos equivocamos. Y ellos nos recordarán toda su vida como un referente. Sí, es un viaje muy agradable después de todo.

- Los personajes que muestras y haces desfilar en tu historia, ¿han ido cambiando tal como los pensaste en un inicio bajo el influjo de la trama? O es más bien algunos rasgos de la trama los que cambian bajo el influjo, influencia o enamoramiento al que te someten, como escritor, algunos de los personajes.

-El viaje ha sido agradable. He convocado a muchos de mis amigos y conocidos a lo largo de estos años a un encuentro que no tiene fin. Los he sacado de sus urnas temporales y les he hablado como cuando hablábamos en tardes interminables en las que la vida era lo que nos quedaba por delante. Ahora se impone la reflexión y el recuerdo.

-Esta parte de tu vida que aquí dibujas, escribes y describes, ¿pueden tener continuidad?

 -No lo sé. Sí, lo he pensado, pero no sé si lo haré. Hay otras preguntas que debo contestar ahora. Y poco tiempo que queda.

 

 

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