La Librería de El Sueño Igualitario

Frontal_Si_cantara_el_gallo_rojo.jpgCazarabet conversa con...   Pablo Batalla Cueto, autor de “Si cantara el gallo rojo. Biografía social de Jesús Montes Estrada, Churruca” (Trea)

 

 

 

 

 

 

Editorial Trea se acerca a la “biografía social de Jesús Montes Estrada, Churruca”.

El libro forma parte de la colección Trea Varia que mira, ente caso a la Historia de Asturias.

Pablo Batalla Cueto se acerca a la figura de este sindicalista y político comunista asturiano.

La sinopsis de este libro, de esta biografía:

El presente libro es la biografía del sindicalista y político comunista asturiano Jesús Montes Estrada, Churruca, pero una biografía social escrita sobre la base del principio enunciado en aquella misiva: contar la historia de cuantos más hombres (y mujeres) sea posible.

Churruca es tomado, en esta biografía de biografías, como mero hilo conductor; como el pisapapeles de una serie de círculos concéntricos dispuestos en torno a él y que son fundamentalmente cuatro. En primer lugar unas ideas, las comunistas. En segundo lugar, la organización que las encauzó y vertebró el combate por su puesta en práctica en España a partir de 1921: el Partido Comunista de España (y también su sindicato hermano a partir de los años sesenta, Comisiones Obreras). En tercer lugar, una generación concreta de militantes de ese partido: la que se impuso a sí misma la misión histórica de tumbar la estaca franquista, y en parte lo consiguió. Y en cuarto y último lugar, uno de los escenarios del desenvolvimiento de la lucha de esa generación heroica: la región española de Asturias, y en particular la ciudad de Gijón. De todo ello se aspira a contar la historia sin menoscabo de referir los hechos biográficos de Churruca: su nacimiento e infancia en la cuenca minera asturiana; la participación de su familia en las huelgas de los sesenta; su traslado a Gijón en los setenta; su implicación en la lucha clandestina hasta la muerte de Franco, que le cuesta tortura y cárcel; su experiencia de la agridulce Transición; la de la reconversión industrial de los ochenta, que lo convierte en líder destacado de las protestas del sector naval, y finalmente sus dos decenios como concejal de Izquierda Unida en el Ayuntamiento de Gijón.

Escrito con los instrumentos de la ciencia histórica pero entendiendo, como lo entendía el historiador africano Joseph Ki-Zerbo, que «la historia es una materia viva [y que] no podemos inclinarnos sobre ella como sobre el insecto que vemos en el museo, ni como el químico sobre sus redomas», Si cantara el gallo rojo toma su título de una famosa canción de Chicho Sánchez Ferlosio, huye de la neutralidad que condenaba Gabriel Celaya y hace bandera del mundo nuevo que bullía en los corazones de sus protagonistas, los Horacio Fernández Inguanzo, Juanín Muñiz Zapico o Anita Sirgo, entre otros muchos: héroes sencillos puestos por la historia al servicio de una causa más grande que ellos y que entendieron, como Benedetti, que «claudicar no trae sosiego»..

El autor, Pablo Batalla Cueto; (Gijón, 1987) es licenciado en historia por la Universidad de Salamanca y acaba de iniciar en la de Oviedo el doctorado con una tesis que versará sobre Izquierda Unida. Ejerce como periodista, trabajo que ha ido desempeñando como colaborador de los medios Asturias24, La Voz de Asturias, El Cuaderno, Atlántica XXII, Neville y La Soga. Dirige A Quemarropa, periódico oficial del festival literario y cultural Semana Negra de Gijón.

El profesor  de Historia Contemporánea Francisco Erice de la Universidad de Oviedo, dice sobre este libro con un elocuente título, El irrenunciable viaje hacia Ítaca: http://www.trea.es/system/books/enlace1s/000/005/353/original/El_irrenunciable_viaje_hacia_%C3%8Dtaca.pdf?1509003353

Desde la pluma del propio Churruca: http://www.trea.es/system/books/enlace2s/000/005/353/original/Esto_no_son_unas_memorias.pdf?1509003907

El historiador Luis Miguel Piñera, nos deja este escrito,”La consigna es crear dos, tres muchos gallos rojos”: http://www.trea.es/system/books/enlace3s/000/005/353/original/La_consigna_es_crear_dos__tres__muchos_gallos_rojos.pdf?1509003907

 

 

Cazarabet conversa con  Paco Batalla Cueto:

d9124cac17b65c8854ee289b9dcc943a.jpeg-Pablo, amigo, cuéntanos el por qué de este libro; de aquello que te hizo escribir la biografía humana, pero de compromiso sindicalista y político, de Jesús Montes Estrada, Churruca.

-El origen concreto del libro es una larguísima entrevista que yo le hice a Churruca para el diario digital —hoy desaparecido— en el que yo trabajaba entonces: Asturias24. Una de las señas de identidad del periódico era precisamente ésa: aprovechar la ausencia de límites propia del formato digital para publicar entrevistas largas, profundas y con oportunidad de explayarse a personajes relevantes de la vida local y regional. En un momento dado se me encargó entrevistar a Churruca, y le hice una entrevista de treinta páginas que acabó remedando una especie de pequeñas memorias dialogadas. La entrevista, después, tuvo un éxito sorprendente en cuanto a visitas pese a ser Churruca un personaje conocido sobre todo a nivel local de Gijón, y no tanto en el resto de Asturias. Y eso hizo a amigos de Churruca y gente de su entorno animarle a, sobre la base de esa entrevista, escribir unas memorias. Churruca, en un momento dado, me llamó para transmitirme esa idea de hacer algo más largo, pero dejándome claro que no quería que fueran unas memorias al uso, escritas a mayor gloria suya, sino algo en lo que, por más que él fuera el hilo conductor, los protagonistas fueran otros, y concretamente su familia y algunas personas a las que él conoció y con las que compartió «azares y luchas», como cantaba Silvio Rodríguez. A mí me encantó la idea y nos pusimos manos a la obra.

-Háblanos un poco del título, que nos parece muy atractivo: Si cantara el gallo rojo.

-Al título le di muchas vueltas, y el libro fue teniendo varios provisionales, pero me acabé decidiendo por ése que tomé de una famosa canción de Chicho Sánchez Ferlosio, Los dos gallos: «Cuando canta el gallo negro/ es que ya se acaba el día;/ si cantara el gallo rojo/ otro gallo cantaría». Me parecía que condensaba bien las dos dimensiones del libro: la de pura biografía y la de manifiesto en defensa de unas ideas. La de manifiesto porque yo creo, y evidentemente también lo cree Churruca, que, efectivamente, si cantara el gallo rojo otro gallo cantaría; que hay un mundo justo, igualitario, fraterno y con las mismas oportunidades para todos los seres humanos que está por construir. Y también la dimensión biográfica porque el modo subjuntivo del verbo cantara refleja bien lo que ha sido, para bien y para mal, la vida de todos estos viejos militantes comunistas: un sueño hermoso siempre luchado pero nunca realizado.

29000867--624x415.JPG-Háblanos, nos interesa mucho, de Jesús Montes Estrada, el ser humano…

-Churruca es un hombre afable, risueño y muy representativo del gracejo y el carácter vitalista de la cuenca minera asturiana. Es una persona muy activa, también: a sus sesenta y siete años, y retirado ya de la vida política, sigue participando en toda clase de actividades y causas. Baste de muestra un botón: hace dos o tres años participó en una protesta contra la actuación de una banda israelí en el Teatro Jovellanos de Gijón y acabó con una aparatosa herida en la cabeza de un toletazo de la Policía.

-…y de cómo y por qué se adentró en el mundo sindical y político.

-Fue un proceso absolutamente natural. Churruca nace en un lugar en el que la militancia política es casi inevitable: la cuenca minera del Nalón, y concretamente un pequeño pueblo del concejo de San Martín del Rey Aurelio, La Güeria Carrocera, al que en los años cuarenta se conocía como Pequeña Rusia, igual que a otros, porque era uno de los santuarios de la guerrilla antifranquista. El abuelo paterno de Churruca, Chus Pesetes, era militante del PSOE y había sido fusilado en 1940 en Gijón por su participación en la guerra civil, en la que había alcanzado el grado de comandante del Ejército republicano. Su otro abuelo, así como su abuela materna Malia, también eran militantes del PSOE: al abuelo, Nicasio, yo me lo encontré recaudando fondos para ayudar a los camaradas austriacos en 1934 buceando en la hemeroteca de Avance, el diario socialista de los años treinta. Y después de la guerra no fue represaliado al mismo nivel que el otro abuelo, pero también sufrió la represión franquista y acabó engrosando otra lista desoladora: la de accidentados y muertos en la mina. A la abuela paterna de Churruca, Chucha, los falangistas, que cuando se emborrachaban se dedicaban a dar palizas a rojos por toda la comarca, la apaleaban prácticamente todas las semanas, y acabó muriendo relativamente joven, seguramente debido entre otras cosas a esas palizas. El padre de Churruca, Chus, militó en el PCE desde los años cuarenta, fue enlace de la guerrilla y uno de los líderes de las huelgas mineras de los sesenta y también sufrió todos los palos del franquismo: en una ocasión, la Guardia Civil se lo llevó caminando desde La Güeria hasta El Entrego (5 kilómetros) atado a la cola de un burro. Churruca también es familia lejana de Gaspar García Laviana, un sacerdote de la cuenca minera asturiana que acabó luchando con la guerrilla sandinista en Nicaragua y muriendo en combate. Y podría seguir enumerando. Lo que quiero decir es que el entorno en el que Churruca nace y crece es un entorno enormemente politizado. Se militaba casi sin querer, y si no se quería se acababa queriendo cuando uno se topaba con las durísimas condiciones de vida y de trabajo que eran la norma entonces. Churruca, cuando entró a trabajar en uno de los astilleros gijoneses, se encontró, por ejemplo, con que se les daban unos guantes que se les indicaba que debían durar seis meses. Seis meses de guantes para un trabajo como el de los astilleros es una barbaridad: por más que los trabajadores ingeniaran triquiñuelas como dar la vuelta a los guantes o remendarlos, a los dos meses los guantes ya estaban inservibles. Tampoco había calzado de seguridad, sino que cada cual llevaba los zapatos que quería. Y todo así. Aquél era un mundo duro y la militancia era casi una obligación.

-Asturias: tierra de revoluciones, de contestación ciudadana, de manifestaciones, de enfado a pie de calle… ¿Qué le ha otorgado eso? Y, dinos, ¿se ha sabido manipular bien para que el conjunto de la ciudadanía obtenga sus demandas?

-Fundamentalmente, le ha otorgado una memoria de orgullo con una pervivencia a veces sorprendente. Hace poco me contaba el historiador Rubén Vega que está estudiando precisamente eso: lo que queda de la lucha obrera en forma de elementos identitarios cuando la lucha obrera desaparece. Me ponía de ejemplo una enorme pancarta que se sacó, no recuerdo si en El Molinón o el Carlos Tartiere, con motivo del último ascenso del equipo correspondiente: unos mineros emergiendo de un pozo sujetando sus candiles y el mensaje «Salimos del pozo». Es decir, hay toda una «Asturias dinamitera» identitaria que sigue ahí, que bebe del 34, del 62, de los astilleros en los ochenta, etcétera, y que es un timbre de orgullo para una parte importante de la sociedad asturiana. Ahora bien, si me preguntas por logros concretos y materiales de esa historia de movilización, creo que no cabe ser muy optimistas: los asturianos perdimos el 34, perdimos el 36, obtuvimos como mucho una victoria agridulce en el 62 y perdimos la reconversión industrial de los ochenta y noventa, que convirtió a algunas zonas de Asturias en poco menos que un páramo postapocalíptico, una situación que después agravó el hecho de que los responsables de invertir los dineros que llegaban de Europa no los utilizaron para crear un nuevo tejido industrial adaptado al siglo XXI, nuevas tecnologías y así, sino que los dilapidaron en gran medida. Asturias sigue inmersa en una crisis profunda. A mí me llama mucho la atención salir por Gijón durante las vacaciones de Navidad: de repente, las calles, las cafeterías, los pubs, etcétera, están llenos de gente joven, que el resto del año brilla por su ausencia en esos mismos sitios: son los jóvenes talentosos y preparados que se fueron de la región, si es que no de España, porque aquí no hay oportunidades para nadie.

churr.jpg-Amigo, ¿cómo ha ido y ha sido el ejercicio o necesario trabajo de rebuscar en su vida, en su historia… entre documentaciones, testimonios, entrevistas?

-Fue por momentos muy arduo, pero también muy enriquecedor para mí, porque me permitió descubrir cosas y realidades que existieron y sucedieron en mi propia región e incluso en mi propia ciudad pero en el mejor de los casos conocía sólo de pasada. En ese sentido, me resultó muy interesante, por ejemplo, bucear en la hemeroteca de El Comercio, el diario local de Gijón, cosa que hice sobre todo para documentar el papel de los cuatro concejales comunistas en la primera legislatura democrática de la ciudad (1979-1983). Me encontré una ciudad absolutamente distinta de la que yo conozco. Yo no sabía, por ejemplo, que el cerro de Santa Catalina, un amplio parque situado en el promontorio que domina la ciudad y hoy es seguramente el lugar más querido por los gijoneses, fue propiedad militar y estuvo vallado hasta 1982. Y sí que sabía, pero no hasta qué punto, de lo insalubres que eran las condiciones de vida en muchos barrios en los que hoy la gente se pega por vivir: calles sin asfaltar y embarradas, falta de alumbrado público y de agua corriente, chabolismo… Había barrios como Tremañes en los que la gente fallecía de enfermedades comunes por lo lamentables que eran las condiciones: había empresas que hacían sus vertidos allí. También me resultó interesante descubrir y conocer el papel de algunos sacerdotes comprometidos en la lucha antifranquista y en la transformación de la ciudad; curas que se trasladaban a esos mismos barrios insalubres a compartir con sus habitantes sus penurias y padecimientos, pero también a luchar por ellos. Yo soy un ateo redomado y siempre he tenido una vena muy anticlerical, pero esta investigación me hizo reconciliarme en cierta medida con la religión, que a veces es causa y justificación de las mayores barbaridades pero a veces mueve a la gente a hacer cosas extraordinarias. Normalmente toda esta gente tiene un punto firme en común: una infancia dura, unos ojos que lo captan todo (quizás hasta demasiadas cosas, según la edad). Coméntanos. Churruca recuerda su infancia de una forma muy curiosa. Por un lado, sí, recuerda cosas verdaderamente duras: las palizas y represalias a sus seres queridos, que a veces presenciaba directamente; una escuela tridentina en la que la letra con sangre entraba; la muerte en la mina de padres de amigos… Pero también tiene recuerdos felices. En algunos sentidos, aquélla era una época más libre y despreocupada: los niños jugaban al fútbol en cualquier parte e incluso en medio de la carretera, pasaban el día por ahí lejos de la vista de sus padres, iban a bañarse o a pescar al río… Ya digo, fue una infancia dura, pero tuvo también esa parte feliz y entrañable que es la que yo creo que hace que Churruca no sea una persona carcomida por el rencor.

-¿Cómo era, cómo fue, su paso por la clandestinidad?

-Fue una clandestinidad relativamente breve pero intensa, y comportó torturas en la comisaría de Oviedo (llegaron a colgarle boca abajo de una ventana y a amenazarle con hacerle correr la misma suerte que Enrique Ruano, aquel estudiante al que la Policía mató en Madrid arrojándolo por el hueco de una escalera) y un paso de tres meses por la cárcel gijonesa de El Coto. Por lo demás, lo típico: manifestaciones, saltos, huelgas, esconderse en casa de camaradas para no ser trincado por la Policía en la propia… Otra parte interesante de la clandestinidad de Churruca es la temporada que pasó en París y Luxemburgo. Viajó a París con la idea de, desde allí, trasladarse a Bucarest para pasar una temporada en la Escuela de Formación que el PCE tenía allí, pero una vez en la capital francesa el Partido cambió de idea (la Escuela de Formación estaba pensada sobre todo para formar en tareas de infiltración a militantes desconocidos para la dictadura, y Churruca ya estaba demasiado fichado) y Churruca se quedó allá, conociendo eso sí, y recibiendo clases informales de ellos, a militantes históricos como Ignacio Gallego. Después pasó un mes en Luxemburgo, y allí se enteró del asesinato de Salvador Puig Antich y participó en una protesta en la embajada española en Luxemburgo con otros camaradas: derribaron a unos seguratas y se encerraron en una dependencia, teniendo que ir la Policía luxemburguesa a sacarlos de allá a culatazos. Ya digo: un paso breve pero intenso.

-En el período de transición debió ver rasgos positivos ante el presente y el futuro, pero también estancamientos. La transición, aunque sea muy cómodo verlo en perspectiva, verdaderamente debió hacerse de mejor manera, ¿verdad?

-Sin duda que debió hacerse mejor, y no sólo en lo que respecta al debate Monarquía/República, que, aunque importante, no deja de ser relativamente menor. Hay cuestiones que los críticos con la Transición recordamos menos cuando abordamos el tema y que son mucho más sangrantes: por ejemplo, el reciclaje de los torturadores del franquismo, que en muchos casos, teniendo un historial sangriento a sus espaldas, acabaron cargados de medallas por su contribución a la lucha antiterrorista (en la que también habría que entrar: yo, sin tener demasiadas simpatías por el mundo abertzale, les creo cuando denuncian que en las comisarías se torturaba). O la no exigencia de reparaciones a ciertas empresas que, como Duro Felguera u OHL, se lucraron con el trabajo esclavo tras la guerra civil. De todas maneras, quienes vivieron la Transición no mienten, ni se mienten a sí mismos, cuando dicen que se hizo lo que se pudo. El país era el que era, el franquismo sociológico estaba lo extendido que estaba y no ya la revolución, sino una democratización profunda, sólo la quería una minoría muy minoritaria. Es triste, pero es así. Churruca suele hablar de los mansos y los mirones: los que, sentados en la grada, te miran bailar y te dicen que lo haces fatal pero Dios los libre de bailar ellos mismos. Con la Transición pasa mucho eso: señalamos las claudicaciones de aquella generación desde nuestra espléndida comodidad y no nos damos cuenta de que nosotros no lo hubiéramos hecho mejor y podríamos incluso haberlo hecho peor. Yo, desde luego, no me imagino a mí mismo corriendo los riesgos que aquella generación heroica estaba dispuesta a correr y de hecho corría. En la Transición, que es algo que también se olvida con frecuencia, hubo decenas de muertos, y no sólo los puestos sobre la mesa por ETA o el GRAPO, sino también asesinados por la ultraderecha con la connivencia de las fuerzas de seguridad y en algún caso directamente por las propias fuerzas de seguridad: Vitoria, Montejurra, Atocha… Si por un lado había una sociedad que no quería aventuras, sino una democratización limitada y tranquila, y por otro la movilización más allá de esos límites comportaba semejantes riesgos, lo raro es que la Transición llegara tan lejos como por otra parte llegó. Yo no soy muy entusiasta, tampoco, de ciertos llamados que se hacen a un proceso constituyente. La Constitución del 78 tiene las carencias evidentes que tiene, y es evidente que le hace falta una reforma profunda, pero también recoge, por ejemplo, uno de los derechos de huelga más generosos de Europa, que incluso permite hacer huelgas sociopolíticas, cosa que no sucede en otros países supuestamente más avanzados. Y eso lo conquistó aquella izquierda movilizada a la que hoy despreciamos. ¿Tiene la izquierda actual la fuerza suficiente para hacer ese tipo de imposiciones democráticas? ¿La tiene para proclamar la República? Mejor no responderse esas preguntas, no vaya a ser que nos sumamos en la melancolía.

si cantara el gallo rojo.JPG-Los ochenta significan otra vez barricadas en la calle defendiendo la industria, pero a veces la industria, cierto tipo de industria, se hace incompatible con los tiempos, el medio ambiente, la salud…

-Qué me vas a contar a mí. Vivo en Gijón, que es una de las ciudades más contaminadas de Europa. La térmica de Aboño, que está a un par de kilómetros de mi casa, es la industria concreta más contaminante de España, casi empatada pero un poco por encima de la térmica de As Neves, en Galicia. Y entre las diez primeras hay otras dos asturianas: Arcelor y la térmica de Soto de Ribera. De los diez municipios españoles con más índice de cáncer de pulmón, siete son asturianos. Todas estas estadísticas las tengo frescas porque escribí hace poco un reportaje sobre ello. No sé si está bien reflejado en el libro, quizás no, pero para mí no es que la reconversión industrial no fuera necesaria, sino que el problema fue cómo se hizo: de golpe y porrazo, sin pensar ni invertir en la necesaria alternativa e invirtiendo los dineros estatales no en el necesario remozamiento de las empresas existentes o en levantar otras nuevas más modernas y preparadas para el siglo XXI, sino en subsidiar las deudas de empresarios corruptos y negreros. La principal beneficiaria de la reconversión industrial española fue la banca. Y eso lo hizo un gobierno que se autoproclamaba socialista.

-Amigo, ¿y cómo se pasa de, cómo pasó nuestro protagonista, al escaño institucional?

-Pues sin especiales traumas, como una línea más en su currículum militante que trató de cumplir con dignidad y honradez. Creo que en aquel entonces (1991) no existía esa desconfianza medio anarquista hacia los políticos, la política en general y las instituciones que sí existe hoy, y que llevada a su extremo es la antesala del fascismo: frente a los políticos corruptos, un cirujano de hierro. Hoy el político es una persona automáticamente sospechosa; parece que todo contrapoder, toda vigilancia, todo límite es poco para su actividad y son de uso corriente frases hechas del tipo de la de que «todos los políticos son iguales». En aquel entonces no era así: todavía se entendía la política como un empleo que, si no era digno per se, sí que se podía ejercer con dignidad y sí que podía ser un frente de lucha más; el frente más importante, de hecho, porque es aquél en el que al final se sustancian las conquistas por las que uno lucha en la calle. La calle es importantísima, pero tiene sus limitaciones y acaba por no valer para nada cuando no se traduce en una expresión política. Y aquella generación era consciente de ello y actuó en consecuencia. Decía antes que la izquierda transformadora fue derrotada en cada momento clave de la historia reciente de España: el 34, el 36, la Transición, la reconversión… Pero sí que hubo un cierto margen de victoria que es el que permite no sumirse en la melancolía, que es el municipalismo; la labor importantísima que los comunistas desempeñaron, a veces directamente y a veces pactando con el PSOE, en muchos ayuntamientos de España. Uno de ellos fue Gijón, donde gobernó el PSOE desde 1979 hasta 2011 pero donde muchas veces el papel de los concejales del PCE e Izquierda Unida fue muy relevante en tanto el PSOE los necesitaba para conformar mayorías. Gijón vivió una transformación radical: de aquella ciudad sucia y a medio hacer que yo mencionaba antes se pasó a una de las españolas con mayor calidad de vida —salvando la contaminación—. Y eso se lo debe a los socialistas, por supuesto, pero también a los comunistas, que exigían determinadas cosas en larguísimas negociaciones presupuestarias y de investidura a cara de perro: piscinas y centros culturales para los barrios, museos, un fantástico Jardín Botánico inspirado en los de Córdoba y La Habana, memoria histórica… Churruca fue concejal durante veinte años, y fue una etapa que tuvo sus contradicciones y sinsabores, pero la recuerda con orgullo, y lo cierto es que no tiene por qué no recordarla así.

 

 

 

 

 

 

 

 

Frontal_Si_cantara_el_gallo_rojo.jpg26481
Si cantara el gallo rojo. Biografía social de Jesús Montes Estrada, Churruca. Pablo Batalla Cueto   
448 páginas       17 x 24 cms.
25.00 euros
Trea



El presente libro es la biografía del sindicalista y político comunista asturiano Jesús Montes Estrada, Churruca, pero una biografía social escrita sobre la base del principio enunciado en aquella misiva: contar la historia de cuantos más hombres (y mujeres) sea posible.

Churruca es tomado, en esta biografía de biografías, como mero hilo conductor; como el pisapapeles de una serie de círculos concéntricos dispuestos en torno a él y que son fundamentalmente cuatro. En primer lugar unas ideas, las comunistas. En segundo lugar, la organización que las encauzó y vertebró el combate por su puesta en práctica en España a partir de 1921: el Partido Comunista de España (y también su sindicato hermano a partir de los años sesenta, Comisiones Obreras). En tercer lugar, una generación concreta de militantes de ese partido: la que se impuso a sí misma la misión histórica de tumbar la estaca franquista, y en parte lo consiguió. Y en cuarto y último lugar, uno de los escenarios del desenvolvimiento de la lucha de esa generación heroica: la región española de Asturias, y en particular la ciudad de Gijón. De todo ello se aspira a contar la historia sin menoscabo de referir los hechos biográficos de Churruca: su nacimiento e infancia en la cuenca minera asturiana; la participación de su familia en las huelgas de los sesenta; su traslado a Gijón en los setenta; su implicación en la lucha clandestina hasta la muerte de Franco, que le cuesta tortura y cárcel; su experiencia de la agridulce Transición; la de la reconversión industrial de los ochenta, que lo convierte en líder destacado de las protestas del sector naval, y finalmente sus dos decenios como concejal de Izquierda Unida en el Ayuntamiento de Gijón.

Escrito con los instrumentos de la ciencia histórica pero entendiendo, como lo entendía el historiador africano Joseph Ki-Zerbo, que «la historia es una materia viva [y que] no podemos inclinarnos sobre ella como sobre el insecto que vemos en el museo, ni como el químico sobre sus redomas», Si cantara el gallo rojo toma su título de una famosa canción de Chicho Sánchez Ferlosio, huye de la neutralidad que condenaba Gabriel Celaya y hace bandera del mundo nuevo que bullía en los corazones de sus protagonistas, los Horacio Fernández Inguanzo, Juanín Muñiz Zapico o Anita Sirgo, entre otros muchos: héroes sencillos puestos por la historia al servicio de una causa más grande que ellos y que entendieron, como Benedetti, que «claudicar no trae sosiego».

Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987) es licenciado en historia por la Universidad de Salamanca y acaba de iniciar en la de Oviedo el doctorado con una tesis que versará sobre Izquierda Unida. Ejerce como periodista, trabajo que ha ido desempeñando como colaborador de los medios Asturias24, La Voz de Asturias, El Cuaderno, Atlántica XXII, Neville y La Soga. Dirige A Quemarropa, periódico oficial del festival literario y cultural Semana Negra de Gijón.

 

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