La
Librería de Cazarabet Indignado
Cazarabet conversa con... Emilio
Santiago Muíño, autor de “Rutas sin mapa. Horizontes de transición ecosocial”
(La Catarata)
Se trata
del libro de ensayo sobre el colapso socioecológico que azota a la humanidad y que se ha alzado
con el premio de La Catarata de Ensayo.
El autor
analiza minuciosamente el fenómeno y nos lo acerca de manera sugerente hasta
levantarnos de la curiosidad hacia el compromiso.
Lo que
nos dice La Catarata sobre el libro:
El
colapso socioecológico ya ha empezado: la humanidad
lleva al menos tres décadas viviendo por encima de sus posibilidades ecosistémicas. En esta cuenta atrás, la sostenibilidad y la
transición hacia un modelo poscapitalista no son una
simple opción, sino que surgen con la fuerza de un imperativo. Cada una de las
crisis y tensiones que confluyen en el mundo actual —la gran recesión, el
declive energético, el cambio climático, los conflictos geopolíticos por los
recursos, la superpoblación, etc.— hay que comprenderlas dentro de una realidad
unitaria y compleja: la crisis civilizatoria del capitalismo. Todas ellas son
consecuencia, en último término, del choque de nuestra actividad con los
límites biofísicos que el planeta impone a una economía que necesita expandirse
ilimitadamente. Las vías de salida no radican simplemente en cambios en
política económica o en soluciones tecnológicas. Requieren de un cambio radical
de paradigma, urgente y a la vez de largo alcance, de una transformación
integral de nuestros modos de vida, que involucra tanto a las instituciones
políticas y el sistema económico como a las relaciones sociales, los valores,
las cosmovisiones, las ideologías, la idea de felicidad que nos gobierna o los
modelos de vida buena. Emilio Santiago Muíño no sólo
descarta los mapas que ya no sirven, aquellos que guiaban las tendencias de
progreso y crecimiento del pasado, sino que traza las rutas posibles por las
que transitar hacia sociedades sustentables y mantener viva la promesa digna de
la emancipación social y de una vida plena.
El autor,
Emilio Santiago Muíño:
Licenciado
en Antropología Social y máster en Antropología de Orientación Pública. Ha sido
investigador doctoral y docente en el departamento de Antropología Social y
Pensamiento Filosófico Español de la Universidad Autónoma de Madrid. Es miembro
del Grupo de Investigación Transdisciplinar sobre
Transiciones Socioecológicas y del grupo motor del
manifiesto Última Llamada. A sus publicaciones científicas se
suma el libro No es una estafa, es una crisis (de civilización) (Enclave,
2015). Tiene una amplia experiencia en la gestión de proyectos desde los
movimientos sociales y es unos de los fundadores del colectivo de investigación
y transformación social Rompe el Círculo (Móstoles) y del Grupo Surrealista de
Madrid. Es también autor del poemario La llamada del mar (La Torre Magnética, 2011) y del
libro sobre geografía poética Sentir Madrid como si fuera un todo.
Es componente del grupo de rap Punto de Fuga y letrista del grupo Las órdenes
de mayo.
Cazarabet conversa con Emilio Santiago Muíño:
-En uno de tus anteriores libros afirmabas que
lo que vivíamos, creo que aún lo vivimos y que vamos a enlazar, casi sin
descanso, ”no es una estafa, es una crisis, (de civilización)”, por
favor explícanos..
-El 15m hizo del lema no es
una crisis, es una estafa, uno de sus estribillos recurrentes, y casi una de
sus señas de identidad. El lema tiene su encanto porque permite avivar la lucha
de clases, pero parte de un diagnóstico erróneo. No es que vivamos sobre un
sistema socioeconómico sano que un grupo minoritario y muy poderoso ha decido
trastornar a su servicio como parte de una inmensa conspiración. El sistema
socioeconómico está presentando disfunciones estructurales muy profundas, que
comprometen su viabilidad futura, aunque evidentemente esta quiebra y sus daños
no se reparten de modo igualitario, sino en unos segmentos de la
población y no en otros en función de la correlación de fuerza de cada clase
social. El término crisis de civilización me parece importante por dos
cuestiones: permite darnos cuenta en primer lugar de la multidimensionalidad
de la crisis que estamos padeciendo. Lo que nos sacude desde el 2007, y nos
seguirá sacudiendo muchos lustros, es más que una crisis económica: es una crisis
energética, ecológica, de cuidados, de nuestros mecanismos políticos e incluso
también de unas cosmovisiones que nos hacen interpretar el mundo de modo
erróneo –una crisis de sabiduría, decía Georgescu-Roegen-.
Por otro lado el concepto permite clarificar que es lo que está en juego: y lo
que está en juego es que ese patrón civilizatorio que podría denominarse de
modo muy genérico Modernidad, que tiene muchos rasgos perversos pero otros
muchos que encarnan promesas emancipadoras que no podemos rechazar (como
supieron ver bien muchos de sus mejores críticos, como Lewis Mumford), sea un patrón civilizatorio viable en el tercer
milenio. O se hunda dejando tras de sí las consecuencias de una implosión que
hay que pecar de mucha ingenuidad para no saber de antemano que será muy
doloroso.
-Por
qué mantienes que no es una estafa cuando, no sé a mi parecer se practicaron
métodos que fueron encaminados a engatusar y a engañar a la gente ,a la
ciudadanía; cuando se fabricaron, por ejemplo, burbujas como la inmobiliaria
que te hacían comprar productos a un precio que no era, para nada, el
verdadero…?
-Cierto. Estos mecanismos
existieron. Pero deben leerse como las olas superficiales de una tempestad que
agitan otras fuerzas mucho más profundas. Siguiendo con la metáfora acuosa,
podríamos reescribir el viejo refrán de “a río revuelto ganancia de pescadores”
afirmando: “a economía revuelta, ganancia de
especuladores, corruptos, banqueros privados, fondos buitre…”. Pero
estos actores son más consecuencia que causa. Ellos no agitan las aguas, solo
operan en un contexto dado, cuyo nacimiento y consolidación hay que explicar de
otra manera. En general, el proceso de financiarización
y de irracionalización de la economía capitalista en
los últimos cuarenta años, sin negar el componente que tuvo de proyecto
político intencional (Reagan, Thatcher…) también debe
ser leído como una mutación necesaria dentro del paradigma de acumulación de
capital. En definitiva, una de las vías de salida que le quedaba a un modelo
civilizatorio ahogado por muchas contradicciones internas (desde un horizonte
de rentabilidad cada vez más estrecho, las presiones de la automatización del
trabajo, una contestación social que ya no se dejaba canalizar en el marco
redistributivo socialdemócrata), a las que en el siglo XXI se suma el choque
con los límites biofísicos del planeta. En los setenta el capitalismo se salvó
enloqueciendo, eso fue el neoliberalismo, y de aquellos polvos estos lodos. Lo
interesante es entender que el giro hacia la derecha de nuestras sociedades,
cuya factura estamos sufriendo ahora y de qué manera las clases populares, no
es sólo una cuestión de lucha hegemónica. Es un proceso que posee ciertas
inercias estructurales que tenemos que comprender para no tropezar siempre con
las mismas piedras y las mismas decepciones.
-Estoy muy de acuerdo en que hay
crisis de la civilización , del hombre ante las problemáticas sociales y creo
que, aún con la movilización social y el escarmiento, en general se ha
aprendido poco para atajarla(esta crisis de la civilización)..¿Qué
crees?. ¿Qué nos puedes reflexionar?
-Seguramente hemos
sobrevalorado la capacidad que tenemos los seres humano para hacer aprendizajes
colectivos. Y con la crisis civilizatoria no es una excepción. Conviene
entendernos de un modo más modesto respecto a las ilusiones de sujeto
omnicomprensivo con las que nos autocoronamos desde
la Ilustración. Además, el capitalismo actual es seguramente la sociedad que
más dificulta procesos de racionalidad compartida. La imagen de sociedad del
conocimiento es un eslogan publicitario sin fundamentos. Nuestras sociedades
son más bien sociedades saturadas de información, información producida en una
vorágine y a un ritmo inmanejable, bajo un régimen de hiperespecialización
macabro, que va reduciendo nuestro comportamiento colectivo al del cerebro de
un reptil: respondemos automáticamente ante señales, como ante las señales de
los mercados, pero somos incapaces de pararnos a pensar la perversidad de la
pregunta y donde nos conduce.
En este marco general,
tenemos que tener en cuenta una cosa que siempre recuerda Luis González
Reyes: la gente aprende lo que quiere aprender. Por ello la pedagogía de las
situaciones es tan mala consejera: empobrecerse de golpe no es ninguna garantía
de convertirse en un revolucionario, también puede ser el caldo de cultivo
perfecto para el fascismo (como lo es de hecho mayoritariamente). Y es que
nosotros y nosotras somos sujetos constituidos, hasta la médula, por el mito
del progreso. Aprender el decrecimiento es algo que para la mayoría choca con
uno de los núcleos más esenciales de su constitución como personas. Eso también
explica que nos cueste tanto pensar nuestro contexto en clave de crisis civilizatoria,
y hace del cambio de imaginarios y deseos un ámbito central de nuestra lucha.
Por último destacaría la
importancia de las prácticas. La adscripción de la gente a procesos de cambio
social viene más determinada por la capacidad de dichos procesos para resolver
cuestiones cotidianas muy concretas que por movilizar un marco de ideas
afinado. Hasta que no seamos capaces de organizar respuestas a problemas
materiales específicos de la crisis en la que estamos y estaremos mucho tiempo
empantanados va a ser difícil generar mayorías sociales en pos de cambios socioecológicos. Hoy estas prácticas alternativas ya
existen, pero todavía en forma muy embrionaria, y tienen un largo recorrido por
delante para madurar y convertirse en elementos centrales de nuestro paisaje
social.
-Tú eres
de los que lleva tu indignación, el inconformismo, “tus peros” a la creación
artística y lo vuelcas en la poesía, la poética, el rap…Cuéntanos. ¿Por qué esa
válvula de escape?
-No me gusta mucho el
concepto de arte, prefiero emplear el término poesía como la emplea el
surrealismo: no como un procedimiento de escritura sino como un modo de estar
en el mundo que busca la experimentación activa de lo maravilloso con cualquier
procedimiento (que puede dar lugar a un poema, pero a muchas más cosas, muchas
de ellas intangibles, como momentos o encuentros con personas). Me parece que
ser capaces de organizar la creatividad humana en parámetros distintos a los
del arte es parte sustancial de un proyecto de cambio civilizatorio emancipador.
Dicho esto, creo que esa canalización o “válvula de escape” es fácil de
explicar: uno escribe un poema o una canción sobre lo que vive. Y si eres de
esa gente extraña que echa horas al activismo anticapitalista, es normal que
quede reflejado. De todas formas, no me gusta pensar la poesía como un
instrumento al servicio de ninguna causa. Más bien es al revés: la poesía es la
causa y la lucha anticapitalista es el instrumento para llegar a ella. Me
parece que se hace mucho más por la liberación social cuando lo poético sirve
para enamorar a la gente de sus propias potencialidades soberanas, que el
capitalismo niega y deprime sistemáticamente, que cuando se limita a cumplir un
papel político.
-Este libro que tengo entre mis manos y en el que
estoy sumergida con la lectura, “Rutas sin mapa”, te adentras en el colapso
socio ecológico y afirmas, lo comparto, que ya ha empezado (creo que ya hace
algunos años, solo volviendo la vista atrás y reflexionando con algunas
lecturas…te das cuenta)…¿Crees que hemos hecho tarde ,
me refiero a la humanidad, para que conviviendo en paz con la salud del planeta
nos podamos salvar?
-Sin duda llegamos tarde.
Seguramente, la década para haber comenzado transiciones ordenadas hacia
sociedades industriales sostenibles pudo haber sido los años setenta, en la que
estamos empezando a comprender ahora que tuvimos a nuestro favor muchos
elementos interesantes. Chile puede ser el símbolo del viraje que echado por
tierra todo un horizonte civilizatorio: la Unidad Popular no fue solo un intento
abortado de construcción democrática del socialismo. En Chile estaba teniendo
lugar un experimento pionero a nivel mundial de planificación socialista
descentralizada utilizando la tecnología informática y microelectrónica, que se
pensaba que podría ayudar a superar las derivas totalitarias inherentes a un
modelo de planificación como el soviético, con una infraestructura técnica que
a todas luces volvía imposible la planificación como autoorganización
de los productores. Pero en Chile lo que triunfó no fue el laboratorio de la
solución computacional al cálculo socialista, sino el laboratorio del
neoliberalismo, que luego se extendió por todo el planeta. Si combinas esto con
el hecho de que en esa década ya teníamos informes científicos que apuntaban claramente
a la insostenibilidad a largo plazo de nuestro modelo, existía un movimiento de
contestación global de carácter civilizatorio como el 68 y además no habíamos
sobrepasado la capacidad de carga de la tierra, y contábamos con recursos y
retorno energético abundante para la reconversión, no es disparato pensar lo
siguiente: en las huelgas salvajes del 77 en Italia estaba en juego el destino
de la especie de un modo que nadie supo ni pudo ver. Esto es un contrafactual, pura ciencia ficción, pero es una idea
interesante sobre todo para asumir lo siguiente: a nuestra generación ya no le
cabe esa opción. Ahora nos toca el aterrizaje de emergencia.
-¿Te
reafirmas que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades económicas?. ¿Por qué?.
-Hemos vivido por encima de
nuestras posibilidades ecológicas. Sin duda alguna, aunque remarco lo de
ecológicas. Desde una perspectiva igualitarista y universalista, que aspire a
dotar a todas y todos de lo suficiente más que maximizar el bienestar de
algunos privilegiados, el patrón de vida propio de las sociedades de consumo
desarrolladas es absolutamente insostenible. Ni siquiera es generalizable a
nivel planetario hoy, por no decir extensivo en el tiempo a las generaciones
futuras. El problema es que hemos codificado como normal una realidad que es
demencial, y nos hemos acostumbrado a cosas que son un lujo histórico muy
efímero, que necesariamente pasará –y nos tendremos que desenganchar como se
desengancha un adicto a una sustancia-. Pensemos en la movilidad privada, la cultura
del automóvil. Desde cualquier punto de vista racional, el automóvil es un
crimen cultural contra nuestros nietos. No solo ha convertido las ciudades en
metástasis urbanísticas invivibles, sino que nos ha hecho desperdiciar un
recurso precioso, como es el petróleo, en un auténtico fetiche religioso de
dudosa utilidad social. Decía Marvin Harris que si
queríamos ver una vaca sagrada de verdad no fuéramos a la India, sino bajáramos
a la calle a ver el automóvil aparcado en la puerta de casa. Esta reflexión se
podría llevar a muchas otras: el turismo de larga distancia, un patrón
alimentario desconectado de los ciclos naturales de los ecosistemas…
Lo más terrible es que
desde una perspectiva de maximización de la felicidad se trata de disparates ecológicos
que están ya demostrándose profundamente contraproductivos,
incluso desde una perspectiva particularista. Esto es algo que ya apuntó Ilich. ¿Cuántas horas de atasco y estrés al año le cuesta
al usuario medio de un automóvil esos 20 o 30 días en los que juega a sentirse
libre conduciendo por un paraje natural sobrecogedor, tal y como le dictan los
cánones publicitarios? ¿Qué precio paga en forma de enfermedades provocadas por
la contaminación atmosférica, inseguridad debido a las reacciones colaterales
de las guerras por los recursos, frustración psicológica por un modelo urbano
de mancha de aceite que nos aísla unos de otros?
El problema es que esta
extralimitación ecológica en la que están incurriendo nuestras sociedades, este
lado oscuro de la abundancia, no ha dejado de convivir con profundas carencias
para muchos sectores de la población, absolutamente injustificadas a nivel
material, que solo se explican por el modo perverso que esta sociedad tiene de
distribuir la riqueza colectiva. Y cuando se plantea el horizonte de
austeridad ecológica que necesitamos, estas restricciones están a la vez
mezcladas con otras cuya pervivencia es puramente social. Esto pone encima de
la mesa un escenario confuso que habrá que clarificar. Que en un Estado como el
español haya familias sin una solución habitacional es una decisión claramente
política. Pero seguramente es impensable una sociedad terciarizada
como la nuestra en un contexto de declive energético. Y por tanto una parte
sustancial de nuestra fuerza laboral debería destinarse a reconstruir un sector
agropecuario urbano y periurbano que será fundamental para que las ciudades
coman en un siglo como el XXI.
- Hay muchas maneras de “poder entender” que:
“hemos vivido por encima de nuestras necesidades económicas”. ¿Cuántas maneras hay
de entender o de explicar que vivimos por encima de nuestras posibilidades?
-Yo creo que simplemente
dándonos cuenta del tipo de salto que se ha dado a nivel de terreno de juego
vital entre generaciones. La nuestra es una generación en la que millones de
nietos de campesinos pobres hemos convertido en un derecho adquirido viajar a
Londres un fin de semana a ver un concierto. ¿Realmente pensamos que este nivel
de movilidad planetaria podrá generalizarse más y más a nivel global y
seguir el ritmo del crecimiento exponencial para el que está programado nuestro
sistema económico? La herramienta de la huella ecológica es interesante para
hacerse cargo de esta situación de modo muy intuitivo. Creo recordar que la
generalización del nivel de vida del español o española promedia, hoy, implica
el consumo de tres planetas. Sé que la media es una trampa estadística que
esconde enormes desigualdades, pero nos sirve como herramientas de trabajo. El
ingreso promedio en España es ligeramente inferior a 2000 euros. Crucemos los
datos: el nivel de impacto ecológico de una familia con dos salarios de 2000
euros puede estar suponiendo una extralimitación, respecto a nuestro techo biosférico, no del doble, sino del triple de lo que sería
correcto. No estamos hablando de yates y mansiones, que por supuesto son
productos culturales de una sociedad enferma y aberrante. La materialización de
la extralimitación en la vida cotidiana incluye rasgos que tenemos muy
normalizados, como los propios de un nivel de vida que el 99% de la sociedad
sentimos que nos merecemos, y que son seguramente problemáticos. Pienso en
cosas como a la aviación comercial, el automóvil privado, las segundas
viviendas, la conectividad tecnológica permanente o una dieta tan exageradamente
basada en la proteína animal.
-Ya me
perdonarás, pero yo no considero que haya vivido por encima de mis
posibilidades y hablo muy, muy en serio…más bien te diría que(por ejemplo)
siempre he percibido un sueldo muy por debajo de lo que he merecido por mi
trabajo, haciendo horas de más(las más de las veces mal pagadas) y encima sin
respaldo..Creo que he contribuido a que algunos viviesen a costa de mi trabajo
por encima de lo que merecían…-Y a callar porque temías quedarme sin trabajo..
-Esto tiene que ver con un
fenómeno social muy interesante que Jorge Riechmann
denomina el contrato social neoliberal: un
consumo low cost desaforado
a cambio de un universo laboral precarizado, en fase de decimonización.
Al mismo tiempo que nuestra capacidad de recorrer kilómetros se ha
multiplicado, estamos entregando a cambio concesiones críticas en el plano de
la igualdad social, la seguridad laboral y existencial, la pertenencia
comunitaria y la vinculación social… Por eso en el siglo XXI convive, de un
modo muy esquizofrénico, y en los mismos sujetos, el retorno de la vieja
pobreza con rasgos culturales propios de sociedades del derroche. Al
mismo tiempo que la vida se convierte en invivible bajo la presión de los
procesos de acumulación de capital hiperestrasados de
nuestro presente, recurrimos a mecanismos compensatorios cuya accesibilidad
masiva implica impactos ecológicos devastadores.
-Estoy
muy de acuerdo en que vivimos una crisis de la civilización, una crisis, ante
todo, social, de valores y humana… ¿Qué nos puedes reflexionar?
-Nuestro tiempo vive, sin
duda, algo que podría ser calificado de “crisis de valores”, para entendernos,
aunque es una expresión complicada que habría que definir bien. Por un lado,
existe un cierto nihilismo estructural, una especie de clima moral oficial
nihilista, que tiene que ver en primer lugar con el vacío apreciativo que está
dejando el naufragio del mito del progreso, que además tenemos que digerir
desde una auténtica esquizofrenia perceptiva, porque el discurso del progreso
sigue muy vivo como retículo oficial para mirar el mundo. Al mismo tiempo que,
en un siglo como el XXI, casi nadie en su fuero interno puede participar del
optimismo antropológico con el que se enfrentaba el futuro al inicio del
siglo XX, porque es demasiado evidente que las cosas no funcionan, aunque
todavía no sepamos entender de modo integral porqué, el discurso del progreso
sigue siendo omnipresente, y además se presente hoy en sus formas históricas
más exageradas. Por ejemplo, ha adoptado ya códigos explícitamente religiosos,
a través de las ideologías transhumanistas y posthumanistas… De esta disociación entre experiencia real
y marco de percepción inducido solo puede salir un profundo desengaño,
que lleve a la desconexión con la responsabilidad colectiva como
mecanismo casi de defensa psicológico. Desconexión que se acentúa, entre otros
muchos factores, porque nuestras generaciones son hijas de eso que Günther Anders llamó el desnivel
prometeico: hace décadas que producimos un mundo técnico cuyo control efectivo
escapa con mucho a nuestras capacidades, lo que nos va convirtiendo en
minusválidos morales respecto a nuestras obras.
Sin embargo, yo creo
que el nihilismo es una idea límite, y ninguna sociedad puede operar realmente
sin una codificación apreciativa sistemática. El capitalismo terminal también
tiene su código de valores. Lo que pasa que este, que gira en torno a un
hedonismo hiperestimulado por la necesidad de la
expansión económica a través del mecanismo del consumo, es profundamente desadaptativo en un marco de contracción de energía y
recursos. Por tanto, una profunda reforma moral será un prerrequisito para
avanzar hacia sociedades socioecológicamente viables.
-Enlazando con lo
anterior…es a mi parecer una crisis de la civilización porque muy menudo se cae
en aquello de “ande yo caliente…” y esto hace caer, a la larga o a
la corta, a la civilización en una crisis de valores en las que prima que salga
aún más a la luz ese egoísmo que todos llevamos dentro..
-Más que un egoísmo que
todos llevamos dentro, como si estuviéramos programados genética u
ontológicamente para ser sujetos neoliberales, lo que los seres humanos
mostramos, con tenacidad, es un comportamiento profundamente ambiguo y muy
marcado por el marco institucional en el que nos socializamos y en el que nos
desenvolvemos. No es cuestión de defender una naturaleza humana “buena”, error
en el que a veces ha caído la izquierda cultural, sino poner el énfasis en
nuestra potencialidad para los comportamientos colectivos más generosos y más
miserables en función del condicionamiento cultural dado. Un marco
institucional como este, que te obliga a competir o morir, es normal que
produzca comportamientos “egoístas” o particularistas, bien en el plano
puramente personal o en el plano colectivo, como el resurgimiento de
nacionalismos excluyentes, que aprovechan cualquier marca identitaria
para construir fronteras que delimiten el alcance de la dignidad humana y del
pacto social, gestionando entonces privilegios a favor de los incluidos y
cargando prejuicios sobre los excluidos. Este es un tema que exige una
reflexión profunda porque coloca la escala de las tareas en el nivel más
difícil: la modificación del marco institucional y cultural, educar al
educador, que debe ser educado, como nos sugirió Marx. El problema es que los
marcos institucionales y culturales no son convenciones sociales, producto de
pactos y acuerdos entre individuos conscientes, sino que arrastran toda una
serie de inercias históricas de tipo estructural que para ser modificadas
exigen un arte de provocar lo posible muy distinto al que nos ha acostumbrado a
manejar la política moderna como acción del Estado.
-También hay una
crisis de la civilización que, claro, lleva años y años embutida dentro del
“sistema” del “sacrosanto sistema capitalista”. Hombre, digo yo que no hay
“ninguna panacea total” para salvar a la civilización esté o no en el
capitalismo… ni que el capitalismo fuese lo único que deba prevalecer…
-Claro, las civilizaciones
nacen y mueren y el capitalismo, como cualquier sistema social, es un fenómeno
histórico: tuvo un principio y tendrá un final. Por supuesto, ambos conceptos,
civilización y capitalismo, no se pueden confundir. De hecho, nuestro gran
dilema de época, que cada vez tendremos menos tiempo de solucionar de modo
satisfactorio (incluso hay quien piensa que hemos perdido la oportunidad), es
que para salvar la civilización moderna, esto es, cierto nivel de complejidad
social con unos rasgos muy determinados (producción industrial, poblamiento
esencialmente urbano, individuo como marco de subjetividad, cosmovisión
científico-racional “posmuerte de Dios”) tendríamos
que ser capaces de liberar a esta civilización de su forma capitalista.
-Pienso que si nos
infundimos de valor, valores y compromiso cualquier sistema debería poder
transformar esta sociedad en una sociedad donde se palpasen los valores de
igualdad, libertad, justicia y fraternidad con especial elocuencia, sin
hipocresía…No sé si me explico. ¿Qué nos puedes reflexionar?
-Por supuesto, me parece
que el horizonte emancipatorio que ha inspirado casi
dos siglos de luchas sociales en pos de superar lo inherentemente aberrante del
capitalismo es un proyecto inclausurable, que además
en el siglo XXI se enfrentará a su prueba definitiva. Que tras el siglo XX no
vengamos en las mejores condiciones para disputar la batalla por la
emancipación ni significa que no fuera posible. Y aunque las posibilidades sean
escasas, tampoco significa que no tenga sentido intentarlo.
-Rutas
sin mapa. Sí andamos, como sujetos dentro de la sociedad, un tanto
perdidos…andamos por una senda sin mapa y esto qué bonito sería, pero pienso
que ahora es como un tanto utópico…que sería y es bueno pensar en ello ,en
intentarlo y en lucharlo, pero que hace falta un mapa muchas veces y que es
necesario darse cuenta cuándo debemos tomar el mapa, pero también , pienso que
es necesario, poder llegar a emprender rutas sin mapa…ser conscientes de ello,
pero llevar a cabo caminos , sin mapa.. .¿Qué nos
puedes reflexionar?
-Rutas sin mapa es una
metáfora para condensar nuestra coyuntura histórica: estamos en una encrucijada
que hace del viejo lema socialismo o barbarie casi un silogismo o un enunciado
científico. Pero tras el fracaso del socialismo en el siglo XX, en todas su
vertientes (el socialismo real, pero también las intentonas libertarias, la
socialdemocracia…) nadie sabe que es el socialismo, nadie sabe en que consiste en poscapitalismo.
Habrá que reinventarlo. Pero estamos obligados a ser humildes, a tantear más
que hacer ingeniería social. Y por tanto a ser muy flexibles en nuestros
planteamientos ideológicos. También Rutas sin mapa es una expresión de
esperanza: los embriones de un nuevo modo de organizar la sociedad ya están
ahí, emergiendo cotidianamente en muchas expresiones distintas y en muchos
lugares, aunque aún no tengan sitio en la cartografía oficial del mundo. Se
trata, en parte, de seguir avanzando por los caminos que entreabren, con
esperanza en que nos llevarán a alguna parte, aunque aún no sepamos dónde.
22355
Rutas sin mapa.
Horizontes de transición ecosocial. Emilio Santiago Muíño
144 páginas 13,5 x 21 cms.
15.00 euros
La Catarata
El colapso socioecológico
ya ha empezado: la humanidad lleva al menos tres décadas viviendo por encima de
sus posibilidades ecosistémicas. En esta cuenta
atrás, la sostenibilidad y la transición hacia un modelo poscapitalista
no son una simple opción, sino que surgen con la fuerza de un imperativo. Cada
una de las crisis y tensiones que confluyen en el mundo actual —la gran
recesión, el declive energético, el cambio climático, los conflictos
geopolíticos por los recursos, la superpoblación, etc.— hay que comprenderlas
dentro de una realidad unitaria y compleja: la crisis civilizatoria del
capitalismo. Todas ellas son consecuencia, en último término, del choque de
nuestra actividad con los límites biofísicos que el planeta impone a una
economía que necesita expandirse ilimitadamente. Las vías de salida no radican
simplemente en cambios en política económica o en soluciones tecnológicas.
Requieren de un cambio radical de paradigma, urgente y a la vez de largo
alcance, de una transformación integral de nuestros modos de vida, que
involucra tanto a las instituciones políticas y el sistema económico como a las
relaciones sociales, los valores, las cosmovisiones, las ideologías, la idea de
felicidad que nos gobierna o los modelos de vida buena. Emilio Santiago Muíño no sólo descarta los mapas que ya no sirven, aquellos
que guiaban las tendencias de progreso y crecimiento del pasado, sino que traza
las rutas posibles por las que transitar hacia sociedades sustentables y
mantener viva la promesa digna de la emancipación social y de una vida plena.
Emilio Santiago Muíño
Licenciado en Antropología Social y máster en Antropología de Orientación
Pública. Ha sido investigador doctoral y docente en el departamento de
Antropología Social y Pensamiento Filosófico Español de la Universidad Autónoma
de Madrid. Es miembro del Grupo de Investigación Transdisciplinar
sobre Transiciones Socioecológicas y del grupo motor
del manifiesto Última Llamada. A sus publicaciones científicas se suma el libro
No es una estafa, es una crisis (de civilización) (Enclave, 2015). Tiene una
amplia experiencia en la gestión de proyectos desde los movimientos sociales y
es unos de los fundadores del colectivo de investigación y transformación
social Rompe el Círculo (Móstoles) y del Grupo Surrealista de Madrid. Es
también autor del poemario La llamada del mar (La Torre Magnética, 2011) y del
libro sobre geografía poética Sentir Madrid como si fuera un todo. Es
componente del grupo de rap Punto de Fuga y letrista del grupo Las órdenes de
mayo.
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