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1453754209_12573076_9542667.jpgCazarabet conversa con...   Emilio Santiago Muíño, autor de “Rutas sin mapa. Horizontes de transición ecosocial” (La Catarata)

 

 

 

 

Se trata del libro de ensayo  sobre el colapso socioecológico que azota a la humanidad y que se ha alzado con el premio de La Catarata de Ensayo.

El autor analiza minuciosamente el fenómeno y nos lo acerca de manera sugerente hasta levantarnos de la curiosidad hacia el compromiso.

Lo que nos dice La Catarata sobre el libro:

El colapso socioecológico ya ha empezado: la humanidad lleva al menos tres décadas viviendo por encima de sus posibilidades ecosistémicas. En esta cuenta atrás, la sostenibilidad y la transición hacia un modelo poscapitalista no son una simple opción, sino que surgen con la fuerza de un imperativo. Cada una de las crisis y tensiones que confluyen en el mundo actual —la gran recesión, el declive energético, el cambio climático, los conflictos geopolíticos por los recursos, la superpoblación, etc.— hay que comprenderlas dentro de una realidad unitaria y compleja: la crisis civilizatoria del capitalismo. Todas ellas son consecuencia, en último término, del choque de nuestra actividad con los límites biofísicos que el planeta impone a una economía que necesita expandirse ilimitadamente. Las vías de salida no radican simplemente en cambios en política económica o en soluciones tecnológicas. Requieren de un cambio radical de paradigma, urgente y a la vez de largo alcance, de una transformación integral de nuestros modos de vida, que involucra tanto a las instituciones políticas y el sistema económico como a las relaciones sociales, los valores, las cosmovisiones, las ideologías, la idea de felicidad que nos gobierna o los modelos de vida buena. Emilio Santiago Muíño no sólo descarta los mapas que ya no sirven, aquellos que guiaban las tendencias de progreso y crecimiento del pasado, sino que traza las rutas posibles por las que transitar hacia sociedades sustentables y mantener viva la promesa digna de la emancipación social y de una vida plena.

El autor, Emilio Santiago Muíño:

Licenciado en Antropología Social y máster en Antropología de Orientación Pública. Ha sido investigador doctoral y docente en el departamento de Antropología Social y Pensamiento Filosófico Español de la Universidad Autónoma de Madrid. Es miembro del Grupo de Investigación Transdisciplinar sobre Transiciones Socioecológicas y del grupo motor del manifiesto Última Llamada. A sus publicaciones científicas se suma el libro No es una estafa, es una crisis (de civilización) (Enclave, 2015). Tiene una amplia experiencia en la gestión de proyectos desde los movimientos sociales y es unos de los fundadores del colectivo de investigación y transformación social Rompe el Círculo (Móstoles) y del Grupo Surrealista de Madrid. Es también autor del poemario La llamada del mar (La Torre Magnética, 2011) y del libro sobre geografía poética Sentir Madrid como si fuera un todo. Es componente del grupo de rap Punto de Fuga y letrista del grupo Las órdenes de mayo.

 

 

Cazarabet conversa con Emilio Santiago Muíño:

maxresdefault.jpg-En uno de tus anteriores libros afirmabas que lo que vivíamos, creo que aún lo vivimos y que vamos a enlazar, casi sin descanso,  ”no es una estafa, es una crisis, (de civilización)”, por favor explícanos..

-El 15m hizo del lema no es una crisis, es una estafa, uno de sus estribillos recurrentes, y casi una de sus señas de identidad. El lema tiene su encanto porque permite avivar la lucha de clases, pero parte de un diagnóstico erróneo. No es que vivamos sobre un sistema socioeconómico sano que un grupo minoritario y muy poderoso ha decido trastornar a su servicio como parte de una inmensa conspiración. El sistema socioeconómico está presentando disfunciones estructurales muy profundas, que comprometen su viabilidad futura, aunque evidentemente esta quiebra y sus daños no se reparten de modo igualitario,  sino en unos segmentos de la población y no en otros en función de la correlación de fuerza de cada clase social. El término crisis de civilización me parece importante por dos cuestiones: permite darnos cuenta en primer lugar de la multidimensionalidad de la crisis que estamos padeciendo. Lo que nos sacude desde el 2007, y nos seguirá sacudiendo muchos lustros, es más que una crisis económica: es una crisis energética, ecológica, de cuidados, de nuestros mecanismos políticos e incluso también de unas cosmovisiones que nos hacen interpretar el mundo de modo erróneo –una crisis de sabiduría, decía Georgescu-Roegen-.  Por otro lado el concepto permite clarificar que es lo que está en juego: y lo que está en juego es que ese patrón civilizatorio que podría denominarse de modo muy genérico Modernidad, que tiene muchos rasgos perversos pero otros muchos que encarnan promesas emancipadoras que no podemos rechazar (como supieron ver bien muchos de sus mejores críticos, como Lewis Mumford), sea un patrón civilizatorio viable en el tercer milenio. O se hunda dejando tras de sí las consecuencias de una implosión que hay que pecar de mucha ingenuidad para no saber de antemano que será muy doloroso.

 -Por qué mantienes que no es una estafa cuando, no sé a mi parecer se practicaron métodos que fueron encaminados a engatusar y a engañar a la gente ,a la ciudadanía;  cuando se fabricaron, por ejemplo, burbujas como la inmobiliaria que te hacían comprar productos a un precio que no era, para nada, el verdadero…?

-Cierto. Estos mecanismos existieron. Pero deben leerse como las olas superficiales de una tempestad que agitan otras fuerzas mucho más profundas. Siguiendo con la metáfora acuosa, podríamos reescribir el viejo refrán de “a río revuelto ganancia de pescadores” afirmando:  “a economía revuelta, ganancia de especuladores,  corruptos, banqueros privados, fondos buitre…”.  Pero estos actores son más consecuencia que causa. Ellos no agitan las aguas, solo operan en un contexto dado, cuyo nacimiento y consolidación hay que explicar de otra manera. En general, el proceso de financiarización y de irracionalización de la economía capitalista en los últimos cuarenta años, sin negar el componente que tuvo de proyecto político intencional (Reagan, Thatcher…) también debe ser leído como una mutación necesaria dentro del paradigma de acumulación de capital. En definitiva, una de las vías de salida que le quedaba a un modelo civilizatorio ahogado por muchas contradicciones internas (desde un horizonte de rentabilidad cada vez más estrecho, las presiones de la automatización del trabajo, una contestación social que ya no se dejaba canalizar en el marco redistributivo socialdemócrata), a las que en el siglo XXI se suma el choque con los límites biofísicos del planeta. En los setenta el capitalismo se salvó enloqueciendo, eso fue el neoliberalismo, y de aquellos polvos estos lodos. Lo interesante es entender que el giro hacia la derecha de nuestras sociedades, cuya factura estamos sufriendo ahora y de qué manera las clases populares, no es sólo una cuestión de lucha hegemónica. Es un proceso que posee ciertas inercias estructurales que tenemos que comprender para no tropezar siempre con las mismas piedras y las mismas decepciones.

Emilio-Santiago-Muino_EDIIMA20160326_0184_4.jpg-Estoy muy de  acuerdo en que hay crisis de la civilización , del hombre ante las problemáticas sociales y creo que, aún con la movilización social y el escarmiento, en general se ha aprendido poco para atajarla(esta crisis de la civilización)..¿Qué crees?. ¿Qué nos puedes reflexionar?

-Seguramente hemos sobrevalorado la capacidad que tenemos los seres humano para hacer aprendizajes colectivos. Y con la crisis civilizatoria no es una excepción. Conviene entendernos de un modo más modesto respecto a las ilusiones de sujeto omnicomprensivo con las que nos autocoronamos desde la Ilustración. Además, el capitalismo actual es seguramente la sociedad que más dificulta procesos de racionalidad compartida. La imagen de sociedad del conocimiento es un eslogan publicitario sin fundamentos. Nuestras sociedades son más bien sociedades saturadas de información, información producida en una vorágine y a un ritmo inmanejable, bajo un régimen de hiperespecialización macabro, que va reduciendo nuestro comportamiento colectivo al del cerebro de un reptil: respondemos automáticamente ante señales, como ante las señales de los mercados, pero somos incapaces de pararnos a pensar la perversidad de la pregunta y donde nos conduce.

En este marco general, tenemos que tener en cuenta  una cosa que siempre recuerda Luis González Reyes: la gente aprende lo que quiere aprender. Por ello la pedagogía de las situaciones es tan mala consejera: empobrecerse de golpe no es ninguna garantía de convertirse en un revolucionario, también puede ser el caldo de cultivo perfecto para el fascismo (como lo es de hecho mayoritariamente). Y es que nosotros y nosotras somos sujetos constituidos, hasta la médula, por el mito del progreso. Aprender el decrecimiento es algo que para la mayoría choca con uno de los núcleos más esenciales de su constitución como personas. Eso también explica que nos cueste tanto pensar nuestro contexto en clave de crisis civilizatoria, y hace del cambio de imaginarios y deseos un ámbito central de nuestra lucha.

Por último destacaría la importancia de las prácticas. La adscripción de la gente a procesos de cambio social viene más determinada por la capacidad de dichos procesos para resolver cuestiones cotidianas muy concretas que por movilizar un marco de ideas afinado. Hasta que no seamos capaces de organizar respuestas a problemas materiales específicos de la crisis en la que estamos y estaremos mucho tiempo empantanados va a ser difícil generar mayorías sociales en pos de cambios socioecológicos. Hoy estas prácticas alternativas ya existen, pero todavía en forma muy embrionaria, y tienen un largo recorrido por delante para madurar y convertirse en elementos centrales de nuestro paisaje social.

-Tú eres de los que lleva tu indignación, el inconformismo, “tus peros” a la creación artística y lo vuelcas en la poesía, la poética, el rap…Cuéntanos. ¿Por qué esa válvula de escape?

-No me gusta mucho el concepto de arte, prefiero emplear el término poesía como la emplea el surrealismo: no como un procedimiento de escritura sino como un modo de estar en el mundo que busca la experimentación activa de lo maravilloso con cualquier procedimiento (que puede dar lugar a un poema, pero a muchas más cosas, muchas de ellas intangibles, como momentos o encuentros con personas). Me parece que ser capaces de organizar la creatividad humana en parámetros distintos a los del arte es parte sustancial de un proyecto de cambio civilizatorio emancipador. Dicho esto, creo que esa canalización o “válvula de escape” es fácil de explicar: uno escribe un poema o una canción sobre lo que vive. Y si eres de esa gente extraña que echa horas al activismo anticapitalista, es normal que quede reflejado. De todas formas, no me gusta pensar la poesía como un instrumento al servicio de ninguna causa. Más bien es al revés: la poesía es la causa y la lucha anticapitalista es el instrumento para llegar a ella. Me parece que se hace mucho más por la liberación social cuando lo poético sirve para enamorar a la gente de sus propias potencialidades soberanas, que el capitalismo niega y deprime sistemáticamente, que cuando se limita a cumplir un papel político.

hqdefault.jpg-Este libro que tengo entre mis manos y en el que estoy sumergida con la lectura, “Rutas sin mapa”, te adentras en el colapso socio ecológico y afirmas, lo comparto, que ya ha empezado (creo que ya hace algunos años, solo volviendo la vista atrás y reflexionando con algunas lecturas…te das cuenta)…¿Crees que hemos hecho tarde , me refiero a la humanidad, para que conviviendo en paz con la salud del planeta nos podamos salvar?

-Sin duda llegamos tarde. Seguramente, la década para haber comenzado transiciones ordenadas hacia sociedades industriales sostenibles pudo haber sido los años setenta, en la que estamos empezando a comprender ahora que tuvimos a nuestro favor muchos elementos interesantes. Chile puede ser el símbolo del viraje que echado por tierra todo un horizonte civilizatorio: la Unidad Popular no fue solo un intento abortado de construcción democrática del socialismo. En Chile estaba teniendo lugar un experimento pionero a nivel mundial de planificación socialista descentralizada utilizando la tecnología informática y microelectrónica, que se pensaba que podría ayudar a superar las derivas totalitarias inherentes a un modelo de planificación como el soviético, con una infraestructura técnica que a todas luces volvía imposible la planificación como autoorganización de los productores. Pero en Chile lo que triunfó no fue el laboratorio de la solución computacional al cálculo socialista, sino el laboratorio del neoliberalismo, que luego se extendió por todo el planeta. Si combinas esto con el hecho de que en esa década ya teníamos informes científicos que apuntaban claramente a la insostenibilidad a largo plazo de nuestro modelo, existía un movimiento de contestación global de carácter civilizatorio como el 68 y además no habíamos sobrepasado la capacidad de carga de la tierra, y contábamos con recursos y retorno energético abundante para la reconversión, no es disparato pensar lo siguiente: en las huelgas salvajes del 77 en Italia estaba en juego el destino de la especie de un modo que nadie supo ni pudo ver. Esto es un contrafactual, pura ciencia ficción, pero es una idea interesante sobre todo para asumir lo siguiente: a nuestra generación ya no le cabe esa opción. Ahora nos toca el aterrizaje de emergencia.

-¿Te reafirmas que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades económicas?. ¿Por qué?.

-Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades ecológicas. Sin duda alguna, aunque remarco lo de ecológicas. Desde una perspectiva igualitarista y universalista, que aspire a dotar a todas y todos de lo suficiente más que maximizar el bienestar de algunos privilegiados, el patrón de vida propio de las sociedades de consumo desarrolladas es absolutamente insostenible. Ni siquiera es generalizable a nivel planetario hoy, por no decir extensivo en el tiempo a las generaciones futuras. El problema es que hemos codificado como normal una realidad que es demencial, y nos hemos acostumbrado a cosas que son un lujo histórico muy efímero, que necesariamente pasará –y nos tendremos que desenganchar como se desengancha un adicto a una sustancia-. Pensemos en la movilidad privada, la cultura del automóvil. Desde cualquier punto de vista racional, el automóvil es un crimen cultural contra nuestros nietos. No solo ha convertido las ciudades en metástasis urbanísticas invivibles, sino que nos ha hecho desperdiciar un recurso precioso, como es el petróleo, en un auténtico fetiche religioso de dudosa utilidad social. Decía Marvin Harris que si queríamos ver una vaca sagrada de verdad no fuéramos a la India, sino bajáramos a la calle a ver el automóvil aparcado en la puerta de casa. Esta reflexión se podría llevar a muchas otras: el turismo de larga distancia, un patrón alimentario desconectado de los ciclos naturales de los ecosistemas…

Lo más terrible es que desde una perspectiva de maximización de la felicidad se trata de disparates ecológicos que están ya demostrándose profundamente contraproductivos, incluso desde una perspectiva particularista. Esto es algo que ya apuntó Ilich. ¿Cuántas horas de atasco y estrés al año le cuesta al usuario medio de un automóvil esos 20 o 30 días en los que juega a sentirse libre conduciendo por un paraje natural sobrecogedor, tal y como le dictan los cánones publicitarios? ¿Qué precio paga en forma de enfermedades provocadas por la contaminación atmosférica, inseguridad debido a las reacciones colaterales de las guerras por los recursos, frustración psicológica por un modelo urbano de mancha de aceite que nos aísla unos de otros? 

El problema es que esta extralimitación ecológica en la que están incurriendo nuestras sociedades, este lado oscuro de la abundancia, no ha dejado de convivir con profundas carencias para muchos sectores de la población, absolutamente injustificadas a nivel material, que solo se explican por el modo perverso que esta sociedad tiene de distribuir la riqueza colectiva.  Y cuando se plantea el horizonte de austeridad ecológica que necesitamos, estas restricciones están a la vez mezcladas con otras cuya pervivencia es puramente social. Esto pone encima de la mesa un escenario confuso que habrá que clarificar. Que en un Estado como el español haya familias sin una solución habitacional es una decisión claramente política. Pero seguramente es impensable una sociedad terciarizada como la nuestra en un contexto de declive energético. Y por tanto una parte sustancial de nuestra fuerza laboral debería destinarse a reconstruir un sector agropecuario urbano y periurbano que será fundamental para que las ciudades coman en un siglo como el XXI.

c9b2bbbbd07690da2106d864535157d8ae315bd3.jpg- Hay muchas maneras de “poder entender” que: “hemos vivido por encima de nuestras necesidades económicas”. ¿Cuántas maneras hay de entender o de explicar que vivimos por encima de nuestras posibilidades?

-Yo creo que simplemente dándonos cuenta del tipo de salto que se ha dado a nivel de terreno de juego vital entre generaciones. La nuestra es una generación en la que millones de nietos de campesinos pobres hemos convertido en un derecho adquirido viajar a Londres un fin de semana a ver un concierto. ¿Realmente pensamos que este nivel de movilidad planetaria podrá generalizarse  más y más a nivel global y seguir el ritmo del crecimiento exponencial para el que está programado nuestro sistema económico? La herramienta de la huella ecológica es interesante para hacerse cargo de esta situación de modo muy intuitivo. Creo recordar que la generalización del nivel de vida del español o española promedia, hoy, implica el consumo de tres planetas. Sé que la media es una trampa estadística que esconde enormes desigualdades, pero nos sirve como herramientas de trabajo. El ingreso promedio en España es ligeramente inferior a 2000 euros. Crucemos los datos: el nivel de impacto ecológico de una familia con dos salarios de 2000 euros puede estar suponiendo una extralimitación, respecto a nuestro techo biosférico, no del doble, sino del triple de lo que sería correcto.  No estamos hablando de yates y mansiones, que por supuesto son productos culturales de una sociedad enferma y aberrante. La materialización de la extralimitación en la vida cotidiana incluye rasgos que tenemos muy normalizados, como los propios de un nivel de vida que el 99% de la sociedad sentimos que nos merecemos, y que son seguramente problemáticos. Pienso en cosas como a la aviación comercial, el automóvil privado, las segundas viviendas, la conectividad tecnológica permanente o una dieta tan exageradamente basada en la proteína animal.

-Ya me perdonarás, pero yo no considero que haya vivido por encima de mis posibilidades y hablo muy, muy en serio…más bien te diría que(por ejemplo) siempre he percibido un sueldo muy por debajo de lo que he merecido por mi trabajo, haciendo horas de más(las más de las veces mal pagadas) y encima sin respaldo..Creo que he contribuido a que algunos viviesen a costa de mi trabajo por encima de lo que merecían…-Y a callar porque temías quedarme sin trabajo..

-Esto tiene que ver con un fenómeno social muy interesante que Jorge Riechmann denomina el contrato social neoliberal:  un consumo low cost desaforado a cambio de un universo laboral precarizado, en fase de decimonización. Al mismo tiempo que nuestra capacidad de recorrer kilómetros se ha multiplicado, estamos entregando a cambio concesiones críticas en el plano de la igualdad social, la seguridad laboral y existencial, la pertenencia comunitaria y la vinculación social… Por eso en el siglo XXI convive, de un modo muy esquizofrénico, y en los mismos sujetos, el retorno de la vieja pobreza con rasgos culturales propios de sociedades del derroche.  Al mismo tiempo que la vida se convierte en invivible bajo la presión de los procesos de acumulación de capital hiperestrasados de nuestro presente, recurrimos a mecanismos compensatorios cuya accesibilidad masiva implica impactos ecológicos devastadores.

-Estoy muy de acuerdo en que vivimos una crisis de la civilización, una crisis, ante todo, social, de valores y humana… ¿Qué nos puedes reflexionar?

-Nuestro tiempo vive, sin duda, algo que podría ser calificado de “crisis de valores”, para entendernos, aunque es una expresión complicada que habría que definir bien. Por un lado, existe un cierto nihilismo estructural, una especie de clima moral oficial nihilista, que tiene que ver en primer lugar con el vacío apreciativo que está dejando el naufragio del mito del progreso, que además tenemos que digerir desde una auténtica esquizofrenia perceptiva, porque el discurso del progreso sigue muy vivo como retículo oficial para mirar el mundo. Al mismo tiempo que, en un siglo como el XXI, casi nadie en su fuero interno puede participar del optimismo antropológico con el que se enfrentaba el futuro  al inicio del siglo XX, porque es demasiado evidente que las cosas no funcionan, aunque todavía no sepamos entender de modo integral porqué, el discurso del progreso sigue siendo omnipresente, y además se presente hoy en sus formas históricas más exageradas. Por ejemplo, ha adoptado ya códigos explícitamente religiosos, a través de las ideologías transhumanistas y posthumanistas… De esta disociación entre experiencia real y marco de percepción inducido solo puede salir un profundo desengaño,  que lleve a la desconexión con la responsabilidad colectiva como mecanismo casi de defensa psicológico. Desconexión que se acentúa, entre otros muchos factores, porque nuestras generaciones son hijas de eso que Günther Anders llamó el desnivel prometeico: hace décadas que producimos un mundo técnico cuyo control efectivo escapa con mucho a nuestras capacidades, lo que nos va convirtiendo en minusválidos morales respecto a nuestras obras.

Sin embargo,  yo creo que el nihilismo es una idea límite, y ninguna sociedad puede operar realmente sin una codificación apreciativa sistemática. El capitalismo terminal también tiene su código de valores. Lo que pasa que este, que gira en torno a un hedonismo hiperestimulado por la necesidad de la expansión económica a través del mecanismo del consumo, es profundamente desadaptativo en un marco de contracción de energía y recursos. Por tanto, una profunda reforma moral será un prerrequisito para avanzar hacia sociedades socioecológicamente viables.

 -Enlazando con lo anterior…es a mi parecer una crisis de la civilización porque muy menudo se cae en aquello de “ande yo caliente…” y esto hace caer, a la larga o  a la corta, a la civilización en una crisis de valores en las que prima que salga aún más a la luz ese egoísmo que todos llevamos dentro..

-Más que un egoísmo que todos llevamos dentro, como si estuviéramos programados genética u ontológicamente para ser sujetos neoliberales, lo que los seres humanos mostramos, con tenacidad, es un comportamiento profundamente ambiguo y muy marcado por el marco institucional en el que nos socializamos y en el que nos desenvolvemos. No es cuestión de defender una naturaleza humana “buena”, error en el que a veces ha caído la izquierda cultural, sino poner el énfasis en nuestra potencialidad para los comportamientos colectivos más generosos y más miserables en función del condicionamiento cultural dado. Un marco institucional como este, que te obliga a competir o morir, es normal que produzca comportamientos “egoístas” o particularistas, bien en el plano puramente personal o en el plano colectivo, como el resurgimiento de nacionalismos excluyentes, que aprovechan cualquier marca identitaria para construir fronteras que delimiten el alcance de la dignidad humana y del pacto social,  gestionando entonces privilegios a favor de los incluidos y cargando prejuicios sobre los excluidos. Este es un tema que exige una reflexión profunda porque coloca la escala de las tareas en el nivel más difícil: la modificación del marco institucional y cultural, educar al educador, que debe ser educado, como nos sugirió Marx. El problema es que los marcos institucionales y culturales no son convenciones sociales, producto de pactos y acuerdos entre individuos conscientes, sino que arrastran toda una serie de inercias históricas de tipo estructural que para ser modificadas exigen un arte de provocar lo posible muy distinto al que nos ha acostumbrado a manejar la política moderna como acción del Estado.

 -También hay una crisis de la civilización que, claro, lleva años y años embutida dentro del “sistema” del “sacrosanto sistema capitalista”. Hombre, digo yo que no hay “ninguna panacea total” para salvar a la civilización esté o no en el capitalismo… ni que el capitalismo fuese lo único que deba prevalecer…

-Claro, las civilizaciones nacen y mueren y el capitalismo, como cualquier sistema social, es un fenómeno histórico: tuvo un principio y tendrá un final. Por supuesto, ambos conceptos, civilización y capitalismo, no se pueden confundir. De hecho, nuestro gran dilema de época, que cada vez tendremos menos tiempo de solucionar de modo satisfactorio (incluso hay quien piensa que hemos perdido la oportunidad), es que para salvar la civilización moderna, esto es, cierto nivel de complejidad social con unos rasgos muy determinados (producción industrial, poblamiento esencialmente urbano, individuo como marco de subjetividad, cosmovisión científico-racional “posmuerte de Dios”) tendríamos que ser capaces de liberar a esta civilización de su forma capitalista.

 -Pienso que si nos infundimos de valor, valores y compromiso cualquier sistema debería poder transformar esta sociedad en una sociedad donde se palpasen los valores de igualdad, libertad, justicia y fraternidad con especial elocuencia, sin hipocresía…No sé si me explico. ¿Qué nos puedes reflexionar?

-Por supuesto, me parece que el horizonte emancipatorio que ha inspirado casi dos siglos de luchas sociales en pos de superar lo inherentemente aberrante del capitalismo es un proyecto inclausurable, que además en el siglo XXI se enfrentará a su prueba definitiva. Que tras el siglo XX no vengamos en las mejores condiciones para disputar la batalla por la emancipación ni significa que no fuera posible. Y aunque las posibilidades sean escasas, tampoco significa que no tenga sentido intentarlo.

 -Rutas sin mapa. Sí andamos, como sujetos dentro de la sociedad, un tanto perdidos…andamos por una senda sin mapa y esto qué bonito sería, pero pienso que ahora es como un tanto utópico…que sería y es bueno pensar en ello ,en intentarlo y en lucharlo, pero que hace falta un mapa muchas veces y que es necesario darse cuenta cuándo debemos tomar el mapa, pero también , pienso que es necesario, poder llegar a emprender rutas sin mapa…ser conscientes de ello, pero llevar a cabo caminos , sin mapa.. .¿Qué nos puedes reflexionar?

-Rutas sin mapa es una metáfora para condensar nuestra coyuntura histórica: estamos en una encrucijada que hace del viejo lema socialismo o barbarie casi un silogismo o un enunciado científico. Pero tras el fracaso del socialismo en el siglo XX, en todas su vertientes (el socialismo real, pero también las intentonas libertarias, la socialdemocracia…) nadie sabe que es el socialismo, nadie sabe en que consiste en poscapitalismo. Habrá que reinventarlo. Pero estamos obligados a ser humildes, a tantear más que hacer ingeniería social. Y por tanto a ser muy flexibles en nuestros planteamientos ideológicos. También Rutas sin mapa es una expresión de esperanza: los embriones de un nuevo modo de organizar la sociedad ya están ahí, emergiendo cotidianamente en muchas expresiones distintas y en muchos lugares, aunque aún no tengan sitio en la cartografía oficial del mundo. Se trata, en parte, de seguir avanzando por los caminos que entreabren, con esperanza en que nos llevarán a alguna parte, aunque aún no sepamos dónde

 

 

 

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Rutas sin mapa. Horizontes de transición ecosocial. Emilio Santiago Muíño   
144 páginas       13,5 x 21 cms.
15.00 euros
La Catarata



El colapso socioecológico ya ha empezado: la humanidad lleva al menos tres décadas viviendo por encima de sus posibilidades ecosistémicas. En esta cuenta atrás, la sostenibilidad y la transición hacia un modelo poscapitalista no son una simple opción, sino que surgen con la fuerza de un imperativo. Cada una de las crisis y tensiones que confluyen en el mundo actual —la gran recesión, el declive energético, el cambio climático, los conflictos geopolíticos por los recursos, la superpoblación, etc.— hay que comprenderlas dentro de una realidad unitaria y compleja: la crisis civilizatoria del capitalismo. Todas ellas son consecuencia, en último término, del choque de nuestra actividad con los límites biofísicos que el planeta impone a una economía que necesita expandirse ilimitadamente. Las vías de salida no radican simplemente en cambios en política económica o en soluciones tecnológicas. Requieren de un cambio radical de paradigma, urgente y a la vez de largo alcance, de una transformación integral de nuestros modos de vida, que involucra tanto a las instituciones políticas y el sistema económico como a las relaciones sociales, los valores, las cosmovisiones, las ideologías, la idea de felicidad que nos gobierna o los modelos de vida buena. Emilio Santiago Muíño no sólo descarta los mapas que ya no sirven, aquellos que guiaban las tendencias de progreso y crecimiento del pasado, sino que traza las rutas posibles por las que transitar hacia sociedades sustentables y mantener viva la promesa digna de la emancipación social y de una vida plena.


Emilio Santiago Muíño
Licenciado en Antropología Social y máster en Antropología de Orientación Pública. Ha sido investigador doctoral y docente en el departamento de Antropología Social y Pensamiento Filosófico Español de la Universidad Autónoma de Madrid. Es miembro del Grupo de Investigación Transdisciplinar sobre Transiciones Socioecológicas y del grupo motor del manifiesto Última Llamada. A sus publicaciones científicas se suma el libro No es una estafa, es una crisis (de civilización) (Enclave, 2015). Tiene una amplia experiencia en la gestión de proyectos desde los movimientos sociales y es unos de los fundadores del colectivo de investigación y transformación social Rompe el Círculo (Móstoles) y del Grupo Surrealista de Madrid. Es también autor del poemario La llamada del mar (La Torre Magnética, 2011) y del libro sobre geografía poética Sentir Madrid como si fuera un todo. Es componente del grupo de rap Punto de Fuga y letrista del grupo Las órdenes de mayo.

 

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