Cazarabet conversa con... Ramón J. Soria
Breña, autor de “Los ríos salvajes” (Varasek)
Un libro de Ediciones Varasek
que se acerca a la naturaleza desde la pasión desgarrada y desgarradora de los
ríos, así como nuestro deambular por sus orillas o
entre sus aguas…
Se trata, también, de alguna manera, de una
crónica, la de un viaje, también
apasionante, desafiante y conmovedora para todos y cada uno de los sentidos.
Los ríos evocan muchas sensaciones. Cada uno
de nosotros tendrá y experimentará las suyas. Lugares de confluencias, de
encuentros, reencuentros. Lugares, como bien explica y experimenta el autor:
“qué vivir” y “donde vivir”. Los ríos no son tan solo fuente y metáfora de vida…son lugares de
pensamiento y reflexión. Lugares donde el agua más salvaje recorre tierras de
todo tipo; aguas que “escuchan” lenguas de todos lares; ríos que llevan
caudales más o menos abundantes, pero, seguramente, igual de evocadores; ríos
que visitan todo tipo de escenarios y paisajes. Ríos que, a lo largo de los
años se han pretendido domesticar… pero lo que “el ántropo”
no sabe es que nunca serán domesticados,
aunque aparentemente nos lo parezca. No todo lo puede el cemento porque la
última palabra la tiene y la tendrá la naturaleza y el agua es uno de sus
elementos que la dignifica y le otorga un semblante diferente (nosotros quizás
no lo veamos, pero algún día la naturaleza y el planeta vengará nuestros
abusos). Por los ríos viajan aguas que discurren y que tienen vida en sí mismas con sus
animalillos y sus características vegetaciones, pero también por las vidas
humanas que se desarrollan y que allí tienen lugar, guardando memoria entre sus
piedras un tanto erosionadas por el discurrir de las aguas...pero tranquilos
que ellos nunca delatarán los secretos
que de nuestras gargantas salgan; los ríos son lugares de susurros, pero
también de silencios y de guiños constantes
a la naturaleza y al amor que, no pocos ántropos,
sienten por ella. Entre sus aguas, más o menos caudalosas, se perfilan y
dibujan aventuras evocadoras, ficticias o no…quizás un tanto poéticas, pero,
siempre, conciliadoras. Solamente su susurro o el suave tacto del agua entre
nuestros dedos son un viaje a los sentidos de la calma y la quietud a los que
el día a día se nos resiste: las prisas, la competencia, el dejarse ir no
atormenta como seres. Por esto y mucho más los ríos deberían ser lugares
precisos a donde ir para sanar nuestras heridas y rendirles una especie de
homenaje digno, sincero y sentido. Cerremos un tanto los ojos y sabremos hasta
qué punto de importantes pueden llegar a ser. Este libro es un buen punto de
“arranque” para empezar a conciliarse o reconciliarse con ellos.
La sinopsis del libro:
Este libro es una aventura personal y
reflexiva por torrentes abruptos y desconocidos que aún esconden nuestras
montañas, pero sobre todo es un manifiesto universal en defensa de los últimos Ríos Salvajes de nuestro planeta,
de nuestra tierra y de su importancia para la vida. Desde su militancia por la
defensa de los últimos ríos salvajes de España y en contra de los embalses y la
creciente e ignorada contaminación, pero también desde la convicción de que los
ríos son un excelente espacio para el aprendizaje de vivir, se escribió este
libro, muchas veces a pie de agua. “Los ríos salvajes” quisiera continuar la senda
abierta por Edward Abbey,
Gary Snyder y Ota Pavel, porque de la defensa del
agua dulce del planeta y de sus bosques de ribera sigue dependiendo la vida
humana.
El autor, Ramón J Soria Breña: Escritor y
antropólogo de Jarandilla de la Vera, 1965, Cáceres. Ha
publicado el libro de relatos gastronómico-amorosos Los dientes del
corazón (2015) y en 2018 aparecerá su novela Salsa de Olvido, con la que ha
ganado el Premio Nacional de Novela Ciudad de Salamanca 2017. Ha protagonizado
el documental El hombre que estaba allí (2014) sobre la vida de
Manuel Chaves Nogales y ha colaborado en el guión de la película A tu
vera (2018), dirigida por Pilar Torán, donde los torrentes de montaña son
también, de alguna forma, protagonistas. Pero su oficio más permanente ha sido
el de padre, pescador y «viajero de ríos».
Cazarabet
conversa con Ramón J. Soria Breña:
-Ramón,
¿qué es lo que os ha hecho acercaros a
este libro tan narrativo como cercano o casi de retorno a la literatura que
tiene a ver con la naturaleza y sus elementos?
-Fui un niño de pueblo que además de tener
montañas, ríos limpios y bosques a tiro de piedra tenía una buena biblioteca a
mano. Cuando leí las historias de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, descubrí que
mis primos, hermanos y yo teníamos una vida parecida, sobre todo en verano, en
el sentido que nos dejaban salir por ahí, al campo, a nadar, pescar, coger
bichos, sin vigilancia, aprendiendo de una naturaleza más o menos salvaje.
Teníamos una libertad que hoy me asombra. Luego me fui a una ciudad, (y que conste
que, como todo niño de pueblo, me fascinan las ciudades), pero siempre que
tenía ocasión volvía a ese pueblo o a otros pueblos o a lugares donde no había
ningún pueblo, pero si bosques y ríos, a pescar y a cazar, caminar y mirar.
Aunque las grandes ciudades son “mi hogar” y me encanta el bullicio y el
anonimato, el mirarlo todo como un antropólogo a la inversa, también necesito
como el respirar volver a la naturaleza, sentir el tiempo de la vida que aún ha
sido poco civilizada. Luego he sentido que gentes como Gary Snider,
Edward Abbey, Annie Dillard. David George Haskell o
Doug Peacock sentían lo mismo, no tanto Thoreau, que
era más contemplativo o más filosófico, sino todos estos tipos (y tipa) que ya
desde hace muchas décadas supieron observar la naturaleza con fascinación de
biólogos, historiadores, botánicos, pescadores, poetas aficionados, gestes
expertas en nada pero interesadas por todo que consideraban que el hombre,
lejos de ser soberano de ninguna creación, era un bicho más y no siempre el más
interesante. Escribir desde ahí, sin ser experto en nada, pero siendo un
enamorado de lo salvaje, me interesaba mucho. Además es un espacio
imprescindible para aprender a ser persona, en eso sí estoy con Thoreau. Tengo
dos hijos y quería explicarles, por escrito, todo este rollo, porque, aunque lo
hagamos muchas veces con la voz, las palabras nos parece que se pierden, y por
escrito se pierden menos.
-En este caso te
acercas al elemento “agua” con sus ríos,
lo pocos que quedan como “vírgenes o salvajes”.¿ por
qué “los ríos”?, ¿qué te llama la atención de ellos?
-El agua lo es todo, el agua limpia es un
tesoro y pronto habrá guerras por este recurso, de hecho ya las hay. Y encima
hoy los ríos en España, sobre todo sus tramos medios y bajos están contaminados
o secos, totalmente destrozados, pero yo conocí a muchos de ellos aún limpios y
casi salvajes (y sin casi). Ver el destrozo que ha habido en treinta años es
desolador y desconcertante. Nuestra sociedad vive de espaldas a los ríos, sólo
nos interesan como canal de riego o como cloaca. Desde muy niño aprendí a
pescar, en mi familia, como en aquella novela de “A River
Runs Through It”, “el río de la vida” de Norman Maclean,
la pesca era como una religión, mi bisabuelo, mi abuelo, mi padre, mis tíos,
mis hermanos, mi hermana y muchos de mis primos son o han sido pescadores. De
niño y adolescente vivía a 100 metros de un torrente de montaña lleno de
truchas y tenía en un radio de 40 kilómetros unos 40 torrentes o gargantas
similares, salvajes, peligrosas, prístinas, además de muy cerca el Tiétar y el
Tajo. Pero las gargantas son ríos complicados, sobre todo en primavera, si no
sabes entender ese río o caminar por él, el río te mata; pero si logras
entenderlo te cuida y te lo regala todo, no sólo poder contemplar animales y
plantas que poca gente ha visto salvo en un zoológico o por la TV, sino
disfrutar de un sentido de la libertad y del propio cuerpo, del límite de tus
fuerzas, de tu propia identidad, que sólo quien ha tocado ese agua helada, que
puede beberse con sólo meter la boca en ella, puede entender y saber. Los ríos
son ecosistemas muy sofisticados y riquísimos en vida macro y micro, no hay día
que no vaya a pescar o a caminar que no aprenda diez cosas nuevas, vas de
asombro en asombro. Sobra decir que los pescadores a mosca tenemos un respeto
exquisito por los peces, utilizamos anzuelos sin arponcillo
y liberamos al pez, aspiramos siempre a no dejar rastro, a ser invisibles.
Ahora mismo, en España, los más activistas en la defensa de los ríos salvajes
son los pescadores con mosca, quizá porque son los que más días y más tiempo se
pasan metidos en el agua en sitios poco conocidos, o transitados o turistizados.
-Este es un libro
que se vuelve a acercar a la naturaleza como lo hicieron no pocas firmas, por
ejemplo del S XIX, me estoy acordando, en estos momentos, de Henry Thoreau.
-Me ha alegrado mucho ver todas esas ediciones
y reediciones de Thoreau o que editoriales como Turner, Errata Naturae, Varasek o Sajalín estén
recuperando a las “viejas glorias”, a los grandes escritores de la naturaleza,
descubrir que a pesar de los años, están muy vivos y son muy actuales, más que
nunca. Te puedo confesar que el catalizador de “Los Ríos Salvajes” fue un
pequeño libro de un periodista que se llamaba Ota
Pavel titulado “Cómo llegue a conocer a los peces”, luego han publicado también
“Carpas para la Wehrmacht”. Ota
es pescador pero no sólo habla de pesca o de peces en esas dos joyas de la
literatura europea, habla de la vida, de las aventuras de su padre antes de la
guerra mundial vendiendo aspiradores eléctricos en pueblos en los que no había
luz, de un mundo casi perdido en el que se podía luchar por la dignidad y la
libertad robando carpas a los nazis o escribiendo y describiendo la historia de
la gente corriente junto a un río limpio cualquiera. Ota
fue un descubrimiento muy feliz, también por su estilo limpio y directo. Ha
sido un maestro.
-Hay
cierto o mucho activismo, así como compromiso medioambiental detrás de este
libro que, a través de los ríos, se acerca a la naturaleza?
-Sí, es verdad “los ríos salvajes” tienen
“voluntad de activismo”. Un activismo que practico también a través de
asociaciones conservacionistas de pescadores (Unipesca,
Conmosca) Un activismo que nace de haber conocido muy
bien los ríos como estaban hace unas décadas y cómo están ahora. Denunciamos
vertidos, derribamos presas cuya concesión ha vencido, participamos en
limpiezas de cauces, recuperación de meandros, recuperación de fauna autóctona…
Pero eso no es nada o no es suficiente si la sociedad no se compromete a
defender y recuperar esos ríos. No se defiende, se aprecia o recupera lo que no
se conoce, lo que se ignora. El libro quiere ser una pequeña ventana para que
el lector observe el río que tenga más cerca de su casa y se pregunte ¿está
vivo?, ¿sigue siendo salvaje?, ¿cómo era antes? ¿qué
me puede enseñar? ¿qué puedo hacer para cuidarle? No
hay que olvidar que los ríos son un bien público, son de todos nosotros y si
alguien lo contamina o lo seca está envenenando o robando un agua que nos
pertenece a todos, pero no para explotar su agua como un recurso económico sino
para disfrutar y valorar esa agua como ecosistema precioso que nosotros también
necesitamos para beber. Hemos olvidado lo que antes decía, que somos un bicho
más, y si no lo entendemos, si nos consideramos por encima de esta vida
salvaje, vamos a sufrir las
consecuencias, ya las estamos sufriendo.
-Pero se acerca,
de nuevo, este libro tuyo, editado por Varasek, a mostrarnos que sí hay gente que, desde el
activismo y el compromiso ,hace algo más que una simple difusión porque se hace
“escuela de la estima de la naturaleza”, mediante el conocimiento…porque no se
puede estimar lo que no conocemos. ¿Qué nos puedes reflexionar?
-Nunca ha sido más fácil acceder a información
científica y de divulgación científica sobre los ecosistemas naturales, la TV,
Internet, libros… sin embargo nunca ha habido tanta ceguera social. Hoy priman
los intereses económicos de la agricultura intensiva, la nueva minería, el
urbanismo turístico, las compañías eléctricas, los fabricantes de químicos,
plásticos, automóviles… Se habla de “el recurso natural”, “el desarrollo
sostenible”, “la exploración sostenible de la naturaleza” y todo eso es un
eufemismo y una falsedad. La única solución es dejar de crecer, decrecer,
romper con un sistema capitalista que sigue pensando que los recursos son
infinitos y que la ciencia y tecnología puede arreglar todos los desastres
naturales y revertirlos. Y eso no queremos conocerlo ni saberlo, Destruido el
horror del “realismo socialista” tras la caída del muro, preferimos vivir en
este “realismo capitalista”, aunque sabemos que no tiene futuro y que no está
generando una vida confortable y feliz para la mayoría de los humanos.
-¿Los ríos son
“accidentes geográficos” que tienen mucho apego con todos nuestros sentidos y
sensibilidades?
-Un río condiciona el suelo, el clima próximo,
los bosques cercanos, lo que comemos y cultivamos y cómo lo cultivamos, el
paisaje, la fauna y también a los humanos que viven en sus riberas. La
civilización nació en el Creciente Fértil, en las orillas inundadas del Tigris
y el Éufrates, luego las ciudades crecieron en la orilla de los grandes ríos
del mundo y ellos nos alimentaban, protegían, servían de vías de transporte y
comunicaciones y eran espacios para la fabulación y el mito. Hoy los ríos sólo
son eso, “accidentes geográficos” que nos suministran agua para regar o beber
tras su forzosa potabilización y un barato sumidero para toda nuestra mierda.
Hemos perdido nuestra memoria del agua, ignoramos que los ríos son ecosistemas,
espacios llenos de vida, bacterias, algas, invertebrados, peces, aves,
mamíferos y plantas de una diversidad asombrosa y que al contaminar un río
destruimos todo eso. Necesitamos el sentido y la sensibilidad que antes,
incluso hace menos de un siglo, se tenía hacia los ríos.
-Porque,
además de simbolizar la vida un río es mucho más…es una vida de vidas, ¿no?,
¿cómo lo ves?
-Los ríos salvajes son mi lugar de plenitud
pero en ellos no busco ningún éxtasis místico, ninguna felicidad garantizada,
ningún misterio sagrado al que agarrarme ante las incertidumbres catastróficas
de nuestro futuro sino una forma de hogar. Pienso que sólo si son conocidos, si
adquieren fama, podrán ser conservados o salvados porque ha sido su olvido, la
ignorancia de todos hacia su belleza, su necesidad o su sentido lo que ha
permitido su casi total destrucción. Hoy los pescadores no matamos peces,
practicamos la captura y suelta. Hoy apenas consumimos peces de río o de agua
dulce, además nuestros ríos están embalsados, contaminados, secos, casi
muertos, apenas hay peces. Si nos empeñamos podemos comprar trucha de
piscifactoría, esturión también de criadero o anguilas si vivimos por en Valencia.
Pero sin darnos cuenta compraremos panga, tilapia, perca del Nilo o cualquier
otro pez comistrajo, que nos venderán como si fueran un lenguado o un mero…
Pero hubo un tiempo remoto o no tanto en el que los peces del río era casi el
único pescado que podían comprar y comer muchos españoles pobres de la España
interior. Los molinos que trituraban el trigo o hacían aceite aprovechaban de
una forma realmente sostenible el agua, la gente se bañaba, ir al río era una
forma de ocio, de vacaciones para miles
de españoles que no podían viajar porque eran pobres. Todo eso ya no se
recuerda.
-Muchas veces
este “acercamiento a la naturaleza” nos llega de relatos, más o menos ficticios
y lo importante es que acabe “como calando”
-Ahí tenemos “el río que nos lleva” de
Sampedro, que no se ha pasado de moda o “el río de la vida” que antes he
citado, o los relatos de London en el mítico Yukon, o
el libro de Edward Abbey que se baja con un amigo el
salvaje y casi virgen río Colorado por los cañones de Glen antes que una presa
lo ciegue, lo inunde y lo destruya todo para siempre, incluidos los rastros de
otras culturas que florecieron en sus orillas. Todos esos textos nos embrujan y
nos hacen amar esos ríos aunque no los conozcamos en persona y estén lejos de
nosotros.
-¿Por qué los
ríos son lugares tan recurrentes para el escritor/a como estimulantes para el
lector/a?
-Tengo muy presente que la literatura española
ha utilizado muchas veces la metáfora del río que corre para hablar del tiempo
de vivir, desde las coplas de Jorge Manrique en el siglo XV al romance de
Gerardo Diego en el XX y entre medias todo el poemario tradicional, Garcilaso,
Fray Luis, Góngora, Herrera, Lope, De Rivas, Zorrilla, Mateo Alemán, Rosalía,
Blasco Ibáñez, Unamuno, Machado, Azaña, Lorca, Barea, Delibes, Ferlosio, Llamazares... El río como pretexto o como paisaje
que el hombre otea, o como escenario del drama. Pero pocos han sabido leer un
río más allá del paisaje que dibujan, pocos han entendido y contado por qué sin
ríos no hay comunidad, no hay nosotros. Y Tampoco contábamos con naturalistas
con calidad literaria suficiente como para explicar el valor ecológico de los
ríos. Hoy sí, yo creo que muchos y muy buenos.
-Son, por tanto,
tanto lugares de encuentro como lugares de tránsito, ¿es así?, ¿lo sientes así?
-Son lugares de vida, para vivir, para estar
mucho tiempo, muchas horas, para aprender, ver, disfrutar, no con ojos del
turista o el visitante que admira, se hace un selfie
y nunca más vuelve sino como el “habitante” de ese río que vuelve una y otra
vez a él porque se siente parte de esa agua, de esos lugares. Un río es un
hogar.
-Amigo, muchos
somos los que nos tememos que son ,ya, pocos los “ríos
salvajes” para estos tiempos como “deshumanizados”… en los que estos ríos
simbolizan, más que nunca ese activismo que viene de la raíz, de la tierra, el
agua, el aire…,y que nos debería de hacer partícipes de la luchar por retrobar
la dignidad del humano dentro de la naturaleza…¿qué nos puedes reflexionar?
-Hace mucho tiempo que los agricultores, la
agricultura, las autoridades responsables de la cosa perdieron el oremus y
vendieron su alma a la industria química de los fertilizantes (pesticidas,
semillas, herbicidas...). El compost natural, el humus y todos los trillones de
bacterias, lombrices y demás valiosísimos bichitos de Dios ya no son
importantes para que los tomates sean gordos, las cerezas lustrosas o las
mazorcas de maíz gigantes. Además, los agricultores echan siempre dosis mayores
en la creencia errónea del “cuanto más mejor”. Todo ese fertilizante y
pesticida llega hasta las aguas subterráneas o, por escorrentía, llega al río
abonando y “desinsectando” el agua. Pueden hablar con cualquier biólogo que
haya estudiado, analizado e investigado la cuestión y les contará maravillas.
Envenenamos los ríos y no pasa nada. A nadie importa. No es noticia. Como mucho
decimos que es molesto que el agua se ponga verde y huela mal porque no podemos
bañarnos.
Pero quizá quedarme aquí sea
demasiado “funebrista”, aún nos quedan los tramos
altos de la mayoría de los ríos que siguen estando limpios, libres, salvajes,
apenas tocados. Esos, sobre todo son los que hay que defender. España tiene
zonas con una densidad de población similar a Laponia y esta situación para un
pescador explorador es una gran ventaja. Te hablo desde este oficio de
“pescador” porque es mi pretexto. En nuestro país, precisamente por esa
despoblación, hay innumerables pequeños ríos apenas pisados, apenas conocidos, poco o nada pescados. Estos ríos incógnitos, salvajes,
olvidados… son un tesoro. En el año 59, gracias al llamado “vuelo americano” se
hizo la primera minuciosa topografía aérea de toda España. Esos mapas eran
secreto militar hasta hace pocos años pero hoy ya están liberados y . En esas fotografías podemos ver cómo eran los ríos hace
más de 50 años. Hoy tenemos GPS, mapas cartográficos y el maravilloso google maps. Que son las
herramientas perfectas para comenzar a explorar desde casa, antes de calzarnos
las botas y explorar por nuestra cuenta. Yo utilizo la aplicación “mapas de
España del ING (Instituto Geográfico Nacional) que tiene todos los mapas a un
nivel de detalle topográfico muy bueno y permite grabar rutas, cargar tracks y todo tipo de cosas.
Los mejores ríos son los pequeños afluentes de
los grandes ríos de España, esos que están alejados de carriles, carreteras y
poblaciones. En el mapa muchas veces nos parecerán “poca cosa”, pero, como han
sido olvidados, no se les roba agua, no están contaminados y es difícil acceder
a ellos tienen todas las posibilidades de ser pequeños paraísos por
descubrir. Hay muchos en las zonas
llanas de la meseta, pero también en las estribaciones de las montañas menores.
En nuestra España vacía todos los ríos tienen nombre, vivimos en un país
habitado desde hace miles de años, pero todavía es posible descubrir sitios de
pesca salvajes de verdad, donde podremos disfrutar de la soledad más absoluta y
de unos peces que han visto a bien pocos pescadores.
-Este
libro, “Los ríos salvajes”, ¿es un libro como hecho a modo de “notas de
campo” desde la pluma un naturalista,
también ecologista, a modo de querer, al
tiempo, divulgar y reivindicar?
-En principio eran simples notas de campo cuyo
lector era mi hijo pescador, un chaval de 15 años, cuando comencé. Sentía que
era la mejor forma que tenía y que sabía para explicarle porqué para mí los
ríos y estar en ellos, era tan valioso.
-Es un libro
hecho, me da, de sensaciones, de impresiones, de arraigos… ¿qué hay de
quebrantos y de esperanzas?
-Yo soy hijo del Tiétar, del Tajo y durante
veinticinco años fueron encerrando su corriente detrás de nombres de fonética
antigua y que ahora nos suenan tan cercanos, tan de siempre: Valdecañas, Valdeobispo,
Torrejón, Azután, Alcántara, Cedillo, Gabriel y
Galán, Guijo de Granadilla... y ahogaron riberas, aceñas, batanes, pueblos,
reliquias, bosques, puentes, caminos, memoria… todo desaparecido bajo el agua
primero, y ahora bajo el cieno, para que los habitantes de este país tocasen
palabras soñadas durante siglos: prosperidad, empleo, bienestar, progreso,
modernidad… O apenas nada tras el espejismo de los años de construcción de
todas esas presas. Hoy son agua sucia, contaminada, llena de quién sabe cuántos
pesticidas, abonos, venenos y basuras urbanas e industriales de las grandes
ciudades: Madrid, Aranjuez, Talavera, Toledo… hasta el agua pesada de la JEN,
la primera instalación nuclear española, desapareció cierto día del año 1970
por el desagüe... en qué fondo del Tajo habrá parado el estroncio-90, el
cesio-137, el rutenio-106 y el plutonio… A partir del año 2039 todas esas
concesiones de aguas públicas, que se otorgaron durante un periodo de dictadura
espesa, opaca, corrupta y que ahora las explotan las grandes compañías
eléctricas que nos sangran se irán terminando ¿Se devolverá el río entonces a
su estado primitivo? ¿Se limpiarán los fondos? ¿Volverá la vida original a sus
corrientes? ¿los comizos,
sábalos, anguilas, bogas?... Así debería ser. Sé que el país será otro y sus
ciudadanos tendrán ya la certeza de que prosperidad, empleo, bienestar,
progreso y modernidad son otras cosas que nada tienen que ver con ríos muertos.
Sueño con un Tajo de nuevo furioso y rápido, otra vez transparente y bronco,
libre de presas mientras vuelven como siempre otro invierno las grullas. Así
que sí, se puede decir que a pesar de todo soy y quiero ser optimista.
-¿Eres de los que
piensa que “todavía estamos a tiempo” de salvar la vida, empezando a salvar,
por ejemplo, el latido de los ríos?
-En EEUU se están comenzando a demoler docenas
de presas y a recuperar miles de kilómetros de río, también en la Unión Europea
hay proyectos con esa orientación. En España todo esto aún es mínimo pero creo
que irá creciendo.
-Ramón, en la
actualidad ¿en qué andas trabajando?, ¿nos puedes dar o facilitar alguna pista?
-Además de la promoción de “los Ríos Salvajes”
con Varasek y de la novela “el Barco Caníbal” con la
que gané el premio de novela ciudad de Salamanca y que ha publicado Ediciones
del Viento, una editorial que publica libros de grandes viajeros y aventureros,
En Febrero sale un libro de relatos “de guerra” titulado “Partes de Guerra” con
la editorial Lunas de Oriente, en Abril un libro de recetas de cocina con la
Editorial Planeta y estoy terminando dos novelas que espero cerrar antes de
mayo, pero soy muy vago y además los ríos, disfrutar de ellos, caminar,
explorar, pescar, escribir de ellos en mi blog
http://mihijoelpescador.blogspot.com… me llevan mucho tiempo.
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