La
Librería de El Sueño Igualitario
Un libro que desgrana un atajo de
historias de arraigo y soledad en la España rural.
Un libro desde Libros del K.O. desde
la pluma, sensible, pero directa, de Virginia Mendoza.
Virginia realiza un periodismo
antropológico porque se acerca con una mirada diferente a “lo humano” y sus
crónicas periodísticas, como la presente, se transforman en una especie de
estudio de investigación antropológico sobre el viaje del hombre por el camino
de la vida en confluencia con el tiempo.
Lo que nos dice la editorial sobre el
libro:
Este libro habla de la soledad, de las
campanas que aún tañen en iglesias decrépitas, de las navajas con mango de
madera de boj, de los candiles que iluminan por la noche, de palabras y mundos
que desaparecen. Virginia Mendoza retrata a los que se quedaron en el pueblo
cuando todos sus vecinos emigraron a las ciudades, pero también a los que
abandonaron la ciudad y se fueron a vivir al campo. Permanecer o partir se
convierten en actos de rebeldía e independencia. Los hombres y mujeres de estas
páginas podrían ser los protagonistas de las novelas de Miguel Delibes y Julio
Llamazares. Con ellos desaparecerá por completo una forma de vida basada en el
arraigo a la tierra, la supervivencia y el contacto con la naturaleza más pura.
«Cuando volví a mi pueblo, se
había instalado una fría novedad: un tanatorio. ¿Qué iba a ser de aquellos
descendientes de mi abuelo que contaban chistes junto a la puerta de los
difuntos de cuerpo presente? Años después, mi abuela Francisca —la que guarda
tres mortajas, por si acaso, para no molestar—, me pidió que le pinte los
labios cuando muera. Empecé a creer que la gente de su generación estaba
obsesionada con la muerte. Me equivocaba. Nada amaban tanto como la vida y ni
la soledad ni las ausencias ni los miedos minarían su instinto de permanencia.
No sé si podré pintar los
labios a mi abuela, pero he conocido a quienes le cerrarán los ojos a la
tierra».
La autora, Virginia Mendoza:
Es “perioantropodista”,
le dijeron que abandonara el periodismo y se dedicara a la literatura; pero
también le dijeron que la única diferencia entre el periodismo y la
antropología es el tiempo. Siempre se le dio mal elegir..
Empezó a arrastrar el bolígrafo por los márgenes de los prospectos de su abuela
y ahora escribe en Yorokobu, Altaïr,
Píkara y donde le dejan. Se siente nómada, por eso
escribe sobre los que se quedan. Ha vivido en Armenia y es autora de Heridas
del viento. Crónicas armenias con manchas de jugo de granada.
Enlaces que te pueden interesar: http://www.yorokobu.es/que-es-yorokobu/
https://www.altairmagazine.com/
http://www.pikaramagazine.com/
Cazarabet
conversa con Virginia Mendoza:
-Virginia, ¿cómo y de dónde te
has inspirado para conjugar este libro?
-En cuanto al contenido, no hay lugar a la
inspiración, puesto que se trata de historias reales, contadas con las
herramientas de la literatura, pero sobre todo con las del periodismo y la
antropología. Si se refiere al origen, a lo que me llevó a buscar esas
historias, no lo tengo demasiado claro porque hay un trasfondo que me ha
acompañado siempre, entre otras cosas, porque crecí en una calle de pueblo que
se iba vaciando. Aunque mi pueblo no está vacío, siempre me han fascinado los
edificios en ruinas y las aldeas sin vecinos. Pasé mi infancia en la carretera,
de pueblo en pueblo, y siempre me preguntaba quién habría vivido en las casas
derruidas que iba viendo. Muchos años después, seguía un blog sobre pueblos
abandonados y no sólo volvía a mí aquella pregunta de infancia. También me
preguntaba si en sitios como aquellos no quedaría alguien viviendo. Una
persona, dos o tres. No más y, a poder ser, en la misma casa. Cuando salí a
buscarlos supe de La lluvia amarilla. Llevé conmigo la novela de Julio
Llamazares en el primer viaje y me decía: “Esto, exactamente, es lo que quiero
encontrar. Personas como Andrés, pero reales”. Algunos encontré, pero lo que
quería, en el fondo, era comprender a mi abuelo: un hombre que cavó su propia
tumba para asegurarse de que le iban a enterrar donde nació. Por eso, lo que me
interesaba era el arraigo, las historias de la gente que se negó a marchar
cuando todos se fueron y que se ha quedado ahí hasta el
final, sola.
-Libro que me da que tiene mucho de crónica
periodística, al fin y al cabo vienes de ese oficio…
-Sí, es crónica periodística con enfoque
antropológico.
-¿Por qué te dijeron que te dedicaras a la escritura
cuando ejercías de periodista; qué ácidos del estómago te faltaban…?
-Me dijeron que me dedicara a la literatura y no al
periodismo porque era “demasiado lírica”. La profesora que me lo dijo no estaba
teniendo en cuenta en aquel momento las posibilidades del periodismo narrativo;
a lo que se refería era a que lo que yo hacía no tenía cabida en los
periódicos. Yo en aquel momento pensaba que el periodismo no era para mí,
porque tampoco estaba teniendo en cuenta las posibilidades del periodismo
narrativo, que en ese momento sólo funcionaba en América Latina. Así que,
aunque me dolió por razones obvias, pensé que mi profesora seguramente tendría
razón.
-Es verdad, el presente es un libro que se acerca
mucho a lo antropológico, a lo humano. ¿es
tu manera de escribir y abordar los temas o es más bien la manera única que
pensaste que debía ser escrita esta historia de la soledad , esta crónica, que
azota buena parte de nuestro territorio?
-Siempre lo hago así. Me formé como antropóloga
cuando terminé periodismo. La primera vez que escribí un libro, no sabía que
estaba mezclando periodismo y antropología. Hacía, simplemente, lo que me pedía
el cuerpo, sin tener ni idea de escribir libros ni crónicas. Me di cuenta
después, porque me lo decían a menudo, que estaba haciendo todo de una forma
muy antropológica. A día de hoy no concibo lo uno sin lo otro.
-Virginia, ¿se ha puesto de moda esto de escribir
sobre el desangrado de nuestros pueblos como si se tratase, aún hoy y ahora, de
un estado de lenta agonía?
-Es una lenta agonía, sí, pero de una forma de vida,
que es la que empezó a desaparecer con nuestros abuelos. Ese entorno va a
seguir ahí y no sabemos lo que la gente va a hacer con él a la larga. No digo
que todos los pueblos vayan a revivir, pero sí tengo la esperanza de que la
gente vuelva a algunos lugares con proyectos interesantes. Ya ocurre, como un
goteo, pero ocurre. Al fin y al cabo, es lo que siempre hemos hecho: la
despoblación no es un problema nuevo. Casi podría decirse que es cíclico. A lo
largo de la historia hemos visto cómo los lugares se llenan, se vacían y se
vuelven a llenar. No creo que todo esté perdido.
-¿Conviene dejar ciertas zonas antes habitadas, hoy
deshabitadas; se trata de haber fomentado esa muerte agónica para poder
implantar en esos territorios, nuestros territorios, vertederos,
pantanos, líneas o redes de alta tensión, minas o explotaciones de todo tipo en
el territorio?
-Parece que sí hay a quienes les conviene. Durante
el franquismo no sólo se fomentaba, sino que se forzaba, y lo hemos visto con
los pantanos, los pinos, y las expropiaciones forzosas que acarreaban. La
ciudad demandaba mano de obra barata procedente del campo. Hoy todavía hay a quienes les conviene que
ciertos territorios se queden vacíos. Por ejemplo, hay una estrecha relación
entre despoblación e incendios forestales. Por eso, fijar población rural es tan importante.
-Lo casi cínico es que estos pueblos, algunos, se
pueblan un poco más, como a modo de limosna, los veranos (sobre todo en los
años de crisis, no nos engañemos antes preferían cualquier destino de sol y
playa o montaña antes que volver al pueblo a ver y visitar a “los retrasadicos” que se habían quedado allí porque no daban
para más) , algunos fines de semana, los puentes…eso
casi lo hace mucho más triste. No somos ni plato de segunda mesa, somos las
migajas de una sociedad montada en el neoliberalismo. ¿Qué nos puedes comentar?
-No estoy de acuerdo con esta afirmación porque no
podemos generalizar. No he conocido a nadie que antes se fuera a la playa y
ahora elija su pueblo, como dice, como un “segundo plato”. El que vive en la
ciudad porque se tuvo que ir del pueblo no necesariamente piensa eso de que
quedan “los retrasadicos” ni van para dar una limosna
ni son cínicos por ir en verano. La gente vuelve a su pueblo porque es su
pueblo, porque están sus raíces, porque les da tranquilidad, porque está su
casa o la de sus padres y porque tiene vacaciones o se jubila. En definitiva:
cuando puede. No es fácil ni es plato de buen gusto cerrar tu casa e irte a un
lugar desconocido a buscar trabajo porque ya has agotado todas tus
posibilidades en el pueblo. Empezar de cero, cuando tienes tu casa pagada y una
familia, como ocurre a menudo, en un sitio en el que no están tus principales
apoyos sociales.
-¿Qué lugar ocupa en todo esto el recuerdo, la
memoria y esa mirada de la gente mayor tan arraigada a la tierra, a su tierra?,
aunque también hay gentes de otras edades que o bien no quieren moverse o bien
están volviendo…
-La memoria está en todas las páginas, me parece.
Cuando empecé no sabía que la necesidad de entender a mi abuelo era tan fuerte,
pero a medida que avanzaba, me daba cuenta de que me había quedado con las
ganas de saber más de él y de su generación y que ya era tarde. Como ya no
podía preguntarle a él, había estado buscando esas respuestas en otra gente.
Muchos de ellos son ancianos porque cuando el pueblo
se fue vaciando ellos ya tenían una edad en la que, o bien creían que no
encontrarían trabajo en la ciudad o bien estaban a punto de jubilarse.
Entonces, para ellos no fue una necesidad marcharse: tenían una casa, un
huerto, y sus hijos eran mayores e independientes. Otros son más jóvenes, y
estos son los que se fueron y volvieron porque se sentían muy atados a la
tierra en la que crecieron o porque veían que iba a desaparecer y se sentían,
en cierto modo, responsables de mantenerla.
-Pero esto no es un ensayo, es una especie de
crónica compuesta de puzle de historias humanas de gentes que
habitan tierras sacudidas por la amenaza del olvido; un puzle que lo puedes
casi componer, desde la lectura, de diferentes maneras. ¿Qué nos puedes
comentar?
-Son varias crónicas que, al final, hablan de lo
mismo: del arraigo y de la soledad rural. Siempre hablamos de la soledad
urbana, quizá porque hasta ahora no nos interesaba tanto hablar del pueblo. La
soledad urbana es la del que se siente solo, mientras que la soledad rural, en
casos de despoblación extrema, es la del que está solo porque no hay nadie más.
Lo que pasa es que en castellano usamos la misma palabra para ambas. Estaría
bien que pudiéramos distinguir el sentimiento del hecho solo con una palabra,
como los ingleses.
Luego hay una historia que se divide en dos
capítulos que envuelven las demás. Es la historia del fotógrafo Eugene Smith,
que retrató el abandono del mundo rural español en Deleitosa (Cáceres), justo
antes de que los pueblos empezaran a vaciarse. Al final, como respuesta a la
pregunta inicial, 'Qué queda de la España de Eugene Smith', aparece la última
protagonista viva de las fotos de Smith que publicó la revista Life.
-El título del libro viene de una canción de José
Antonio Labordeta; una estrofa que le canta a la tierra y que le dice:”Quien te
cerrará los ojos, tierra cuando estés callada”, porque, amiga, al paso que
vamos, ¿quién lo hará?
-Pues no lo sé. La idea del libro es que ellos, los
protagonistas, serán los que cierren los ojos a su tierra. Pero al final me he
terminado con una sensación un poco más optimista, así que me gustaría pensar
que la pregunta sigue abierta y que todavía puede venir alguien.
-Quien empezó y hace bastantes años escribiendo,
vistiéndose casi de visionario, sobre esta antropología de tierras en
conjunción con la actitud del hombre y la mujer que la habitaba fue
Julio Llamazares, me viene a la memoria La lluvia amarilla .Parece
mentira, pero, a veces, me da que, tristemente, hasta se quedó un poco corto.
Fue demasiado benevolente. ¿qué nos puedes decir?
-Diría que Delibes ya vislumbró esa soledad rural
extrema. No sólo trató todos los problemas de la España rural en reportajes y
libros, sino que ya planteó la soledad en el mundo rural a raíz de la
despoblación extrema. El disputado voto del señor Cayo es, posiblemente, el
primer libro que aborda el tema. El señor Cayo vive con su mujer, muda, y con
un vecino con el que no tiene trato. Vamos, que no tiene con quién hablar.
Luego llegó La lluvia amarilla, donde el protagonista ya está absolutamente
solo. No se llevan ni una década de diferencia, así que este temor a que el
campo se quede vacío, aunque ahora salga en los periódicos, viene de largo o al
menos ya lo compartían Delibes y Llamazares. De hecho, lo que Sergio del Molino
ha llamado La España vacía, Julio Llamazares ya lo llamaba La España menguante.
No sé exactamente a qué se refiere cuando dice que
Llamazares se quedó corto, pero más allá de su famosa novela, conviene aclarar
que Llamazares, antes y después de escribir La lluvia amarilla se pateaba las
provincias más afectadas, como León y Soria, para escribir reportajes y
artículos sobre el tema. Además, Llamazares procede de una aldea que fue
expropiada para construir un pantano, por lo que su preocupación por el mundo
rural, la memoria y el vacío quedan reflejados en casi toda su obra de alguna
manera. Llamazares no sólo no se quedó corto: cuando da vida al protagonista de
La lluvia amarilla, está exponiendo exactamente las mismas preocupaciones que
tendría una persona que viviera en su situación. Me explico: Andrés, su
personaje, ha sido pastor y “vive” en un pueblo de Huesca en el que es el
último vecino. Hay un pueblo, muy cerca del suyo, en el que un hombre que
también fue pastor, hoy es el último vecino. Estuve con él y, tras transcribir
nuestra conversación, releí La lluvia amarilla con la idea de crear un diálogo
entre el personaje ficticio y el real. Aluciné con el logro de Llamazares: su
protagonista y el mío parecían estar conversando, porque sus preocupaciones,
hasta las más nimias, como nombrar a un animal o no, eran idénticas.
-Hace más de un año surgió La España vacía de Sergio
del Molino; a finales del año pasado surge Los últimos. La Laponia
del sur de Paco Cerdà y ahora casi todos los
políticos al levantarse lo primero que pronuncian no es un: “buenos días,
cariño”, sino: “la despoblación, a ver qué digo hoy para que cuele como si me
preocupase por la despoblación, quizás si hago un pabellón multiusos, además de
enterrar hormigón y millones, aunque no le haga falta al pueblo…”. Mucha
hipocresía y oportunismo de todo tipo, sobretodo político, ¿no te parece?
-Para nada. Hay algo, no sé exactamente qué es, que
nos llevó a varias personas a preocuparnos por el mismo tema casi a la vez.
Cuando salió La España vacía, yo llevaba más de una semana en la carretera y
algunos meses documentándome. Durante esos viajes, alguien me dijo que la
semana anterior había llegado un chico al pueblo, que estaba escribiendo un
libro sobre el mismo tema. Sospecho que era Paco Cerdà.
Supongo que a Cerdà le dio tiempo a pensar, hacer el
viaje y escribirlo tan bien en unos meses, después de La España vacía, igual
que a mí no me llevó justo un año, sino algo más. Así que me parece que los
tres estábamos metidos en el mismo tema casi a la vez sin saberlo y sin
conocernos. Y lo cierto es que me alegro, porque además los enfoques son
distintos. Me gusta pensar que un tema que entonces no parecía preocupar, de
pronto interesa a varias personas que no se conocen de nada. Luego Sergio
consiguió que se hablara del tema en todas partes. Mientras se mueva el tema,
no voy a pensar mal ni en lo que respecta a los políticos: se habla ahora y la
gente exige soluciones ahora. En todo caso, a los políticos sí les reprocharía
su desidia hasta ahora, porque el problema no es nuevo, pero sería absurdo que
les tachara de oportunistas por hablar ahora de un tema que me preocupa.
-¿Cómo ha sido la colaboración con la ilustradora
Buda Viedna?, ¿y la colaboración con esta editorial
que edita, dicho sea de paso, con tanto gusto?
-Aunque el pseudónimo pueda llevar a confusión, Buba
Viedma es un chico :). Los dos trabajamos para la misma revista, Yorokobu, aunque no nos conocíamos. Buba se había
convertido en mi ilustrador favorito y se me metió en la cabeza que lo ilustrara
él. Ha sido un placer porque además nos hemos entendido muy bien y compartimos
gustos. Como mi editor me mima, él consiguió que Buba lo ilustrara. Con la
editorial también ha sido un placer. He aprendido más trabajando con Emilio
Sánchez Mediavilla que en cinco años de carrera. Además, los chicos del K.O.
son unos tipos majísimos y divertidos y con ellos todo sale rodado.
-Amiga, dedicas el libro “A los que se quedaron”, es
indudable que a ellos se les debe mucho y desde muchas perspectivas; pero se decía,
se dice que hay que ser muy valiente para irse a un lugar nuevo, con gente
nueva y afrontar nuevos retos abriéndose una nueva vida; es cierto, me parece
que son unos y unas valientes; pero los que se quedan son valientes porque,
además luchan contra muchos truenos y relámpagos y a la vez, son Quijotes.
Reflexionemos sobre esto, amiga.
Lo cierto es que cuando hablo de los que se
quedaron, no lo dedico solamente a los que se han quedado en el pueblo. También
lo dedico a los que se han quedado en mi vida mientras otros se iban. No
pretendía ser críptica, pero tampoco contar mi vida en la dedicatoria.
Son Quijotes valientes, desde luego. Si algún día
sus pueblos revivieran, alguien tendría que dedicarles una calle por haberse
quedado cuando todos se fueron, cuidando lo que todos habían compartido y
manteniéndolo para cuando volvieran. Uno de estos pueblos, por ejemplo, se
llena un día al año con motivo de una romería. Es La Estrella, en Teruel. Si no
fuera por Sinforosa y Martín, que mantienen la
hospedería, la ermita y, en definitiva, el pueblo, ¿qué se encontrarían los
romeros?
25777
Quién te cerrará los
ojos. Historias de arraigo y soledad en la España rural. Virginia Mendoza Benavente.
Ilustraciones de Buba Biedma
184 páginas 14 x 21,5 cms.
15.90 euros
Libros del K.O.
Este
libro habla de la soledad, de las campanas que aún tañen en iglesias
decrépitas, de las navajas con mango de madera de boj, de los candiles que
iluminan por la noche, de palabras y mundos que desaparecen. Virginia Mendoza
retrata a los que se quedaron en el pueblo cuando todos sus vecinos emigraron a
las ciudades, pero también a los que abandonaron la ciudad y se fueron a vivir
al campo. Permanecer o partir se convierten en actos de rebeldía e
independencia. Los hombres y mujeres de estas páginas podrían ser los
protagonistas de las novelas de Miguel Delibes y Julio Llamazares. Con ellos
desaparecerá por completo una forma de vida basada en el arraigo a la tierra,
la supervivencia y el contacto con la naturaleza más pura.
«Cuando volví a mi pueblo, se había instalado una fría novedad: un tanatorio.
¿Qué iba a ser de aquellos descendientes de mi abuelo que contaban chistes
junto a la puerta de los difuntos de cuerpo presente? Años después, mi abuela
Francisca —la que guarda tres mortajas, por si acaso, para no molestar—, me
pidió que le pinte los labios cuando muera. Empecé a creer que la gente de su
generación estaba obsesionada con la muerte. Me equivocaba. Nada amaban tanto
como la vida y ni la soledad ni las ausencias ni los miedos minarían su instinto
de permanencia.
No sé si podré pintar los labios a mi abuela, pero he conocido a quienes le
cerrarán los ojos a la tierra».
Virginia Mendoza (Valdepeñas, 1987) es «perioantropodista». Le dijeron que dejara el periodismo y
se dedicara a la literatura, pero también le dijeron que la única diferencia
entre el periodismo y la antropología es el tiempo. Siempre se le dio mal
elegir. Empezó a arrastrar el bolígrafo por los márgenes de los prospectos de
su abuela y ahora escribe en Yorokobu, Altaïr, Píkara y donde le dejan. Se siente nómada, por eso
escribe sobre los que se quedan. Ha vivido en Armenia y es autora de Heridas
del viento. Crónicas armenias con manchas de jugo de granada.
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