Cazarabet conversa con... Gustavo Alares
López, autor de “Políticas del pasado en la España franquista (1939-1964).
Historia, nacionalismo y dictadura” (Marcial Pons)
Gustavo Alares López publica en la
colección de Historia (en Estudios/Contemporánea) de Marcial Pons, un libro que
ahonda en las políticas que dieron en la España franquista de 1939 a 1964… lo
hace indagando en su historia, nacionalismo y dictadura.
Esta colección de
Estudios/Contemporánea la dirigen para Marcial Pons, Borja de Riquer y Javier Moreno Luzón.
Aquello que nos cuenta el libro. La
sinopsis desde la Editorial:
El presente libro analiza las
políticas del pasado desplegadas por la dictadura y la configuración de una
determinada identidad histórica nacional bajo el franquismo. Tras el
hundimiento de 1939, los historiadores del Nuevo Estado se aprestaron a una
(re)construcción del pasado de la nación española. En este contexto, las
conmemoraciones históricas, al condensar de manera espectacular los discursos y
narrativas sobre la historia, constituyeron un instrumento de primer orden
dentro de las políticas del pasado, permitiendo explicitar tanto el contenido
literario inherente a las representaciones, como la interacción entre las
instituciones políticas y los historiadores. A través del análisis de las
celebraciones de la historia, la presente obra analiza tanto los discursos
históricos, como la gestión de unos recuerdos oficiales que pretendieron establecer
un pasado sólido —unívoco y excluyente— sobre el que perpetuar la dictadura.
ÍNDICE:
Agradecimientos.-Introducción. Narrar,
conmemorar y del pasado hacer patria.-PRIMERA PARTE.-EL MILENARIO DE
CASTILLA.BURGOS (1943).-Capítulo 1. La cultura histórica del fascismo español:
Castilla.-Capítulo 2. El Milenario de Castilla: historia y
espectáculo.-Capítulo 3. Coda transterrada. El exilio
español y el Milenario de Castilla.-Conclusiones. El Milenario de Castilla y
los límites de la cultura histórica del fascismo español.-SEGUNDA PARTE. EL V
CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE LOS REYES CATÓLICOS: EN LA UNIDAD DE ESPAÑA
(1951-1952).-Capítulo 4. El pasado desde la región. La Institución Fernando el
Católico.-Capítulo 5. El V Centenario del nacimiento de los Reyes Católicos
(1951-1952).-Capítulo 6. Escribir la historia de los Reyes
Católicos.-Conclusiones. El nudo gordiano de la cultura histórica
franquista.-TERCERA PARTE. LAS CONMEMORACIONES DEL IV CENTENARIO DE CARLOS V:
BAJO EL SIGNO DE OCCIDENTE.-Capítulo 7. Celebrar al César Carlos europeo. El IV
Centenario de la muerte de Carlos V en 1958.-Capítulo 8. Un emperador para
Europa. Las celebraciones europeas de Carlos V.-Conclusiones. Carlos V en la
encrucijada.-CUARTA PARTE. LA ESPAÑA HEROICA Y MÁRTIR. LA CONMEMORACIÓN DEL CL
ANIVERSARIO DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (1958-1959).-Capítulo 9. «La
ciudad de la desolación». El mito de los Sitios en la Zaragoza
franquista.-Capítulo 10. Gerona 1958: «La retirada, en el
cementerio».-Conclusiones. Gerona y Zaragoza. El triunfo de los héroes
locales.-EPÍLOGO. LOS XXV AÑOS DE PAZ DE 1964 O LA CONMEMORACIÓN
AUTISTA.-Capítulo 11. Conmemorar la paz de Franco.-Capítulo 12. «Si nosotros no
hacemos esa historia, nos la harán otros».-Conclusiones finales. Conmemorar el
pasado de la nación.-Bibliografía.-Anexos.-Índice de ilustraciones.-Índice de
nombres.
Cazarabet conversa con Gustavo
Alares:
-Gustavo, amigo, ¿desde dónde
sale este libro; qué fue lo que te llevó a escribirlo?
-El libro
intenta responder al interrogante de cómo se configuró la cultura histórica del
franquismo. Es decir, cuáles fueron sus mitos históricos, sus narrativas y
representaciones del pasado, y cómo se difundieron, fundamentalmente a través
de las conmemoraciones históricas. Claro que el estudio de las conmemoraciones
implica también analizar los discursos historiográficos del régimen, sus
“historias”. En este sentido, el libro aborda el papel desempeñado por los
historiadores franquistas en la construcción y la difusión de unos relatos
históricos que saturaron la sociedad española durante décadas. Es una reflexión
sobre el trabajo de los historiadores, sobre las imágenes históricas que
generan y su colaboración con el régimen. Pero también constituye un trabajo
sobre la construcción del nacionalismo franquista y sus referentes históricos.
Lo cierto
es que con anterioridad ya me había aproximado al estudio del franquismo a
través de sus discursos e imágenes, ya fuera a través del análisis de la
colonización agraria franquista y las imágenes en torno al mundo rural y al
campesinado, o con el estudio del uso político de la imagen de Fernando el
Católico en el Aragón franquista. No obstante, el grueso del libro procede de
las investigaciones conducentes a la elaboración de mi tesis doctoral,
defendida en el Instituto Universitario Europeo de Florencia en 2014.
-¿Cuál
o cuáles son los ingredientes que conforman el germen del fascismo en España?
-En la constitución histórica del fascismo concurren
numerosos elementos (ideológicos, sociales, culturales, etc.) que fraguaron en
un contexto muy determinado como fue el del periodo de entreguerras en Europa.
En este sentido, el caso español se atiene en líneas generales a la trayectoria
europea, aunque como no podía ser de otra manera, alberga ciertas
particularidades.
De manera sintética podría decir que el fascismo -también el
fascismo español representado por Falange- se fundamenta en el rechazo a la
modernidad democrática (liberal, marxista, etc.) ofreciendo una “modernidad
alternativa” como propuesta. El fascismo plantea una nueva sociedad sustanciada
en un ultranacionalismo proyectivo (aquello de la encriptada
“unidad de destino en lo universal”) que sitúa la nación (esencialista,
excluyente) en el centro del discurso político, y que transforma la lucha
política en una lucha por la nación. Dentro de ese ultranacionalismo, el
fascismo se plantea como un movimiento regenerador y trascendente, que vendría
a rectificar todo el pasado nacional para consolidar el definitivo
resurgimiento de la patria, libre de las impurezas y adiciones ajenas a la
esencia nacional como el liberalismo, el marxismo o el ateísmo. En esta
reorganización integral de la nación, la lucha de clases se elimina mediante la
represión y la organización corporativista del mundo del trabajo.
Del mismo modo, los fascismos destacaron por su
antiparlamentarismo y desprecio de la democracia. De hecho, la democracia y el
sistema liberal se consideraban periclitados, ineficaces, incapaces de ofrecer
una representación certera de la nación (la nación conceptuada por los propios
fascistas, claro). Otro elemento fundamental es la violencia. El fascismo
entiende la violencia como consustancial a la acción política. Es más, la
violencia se erige en un elemento principal en la identidad fascista: es la dialéctica de los puños y las pistolas,
que vino a consagrar la acción violenta como algo inherente al “buen fascista”
(una idea ya presente, por ejemplo, en el Manifiesto
futurista de Marinetti que tanto influyó en el
primer fascismo italiano). Y, asociada en cierto grado a esta sacralización de
la violencia, el fascismo también alberga una muy concreta conceptualización de
los roles de género sustanciada en una virilidad violenta (el “hombre de
acción” frente al adocenamiento del “padre burgués”), y una feminidad subalterna
en la que la maternidad se erige en elemento fundamental y definitorio de la
mujer. Todo ello, aunque provocara efectos paradójicos, como han señalado
diversas autoras como la historiadora Inma Blasco en
relación a la movilización política de la mujer, fundamentalmente a través de
la Sección Femenina. Esa atracción por la acción y la violencia también explica
el culto a la juventud y al cuerpo.
La violencia fascista se convierte en instrumento para la
regeneración nacional, que inevitablemente conlleva acabar con el liberalismo,
pero sobre todo con la amenaza proveniente de la izquierda: los partidos,
asociaciones y sindicatos progresistas, socialdemócratas, comunistas y
anarquistas, objetivo prioritario de los squadristi italianos, de las SA
nazis, o de los falangistas españoles. Y del mismo modo, ese ultranacionalismo,
esa voluntad de regenerar de manera quirúrgica el cuerpo nacional implica otros
fenómenos de exclusión expresados en el antisemitismo alemán e italiano, la
persecución de otras minorías étnicas y religiosas, pero también la condena sin
paliativos de la “Anti-España”, entendida como elemento exógeno a la esencia
nacional destinado a ser extirpado.
Lo que sucede en España, a diferencia de Alemania o Italia,
es que la base social del fascismo español era exigua. Falange es un grupo
político con reducidos militantes que sólo accederá a posiciones de poder tras
el golpe de estado y la guerra civil. Es en la Victoria cuando Falange se
consolida como un partido de masas, pero entonces lo hace como una fuerza
política más -relevante, influyente, pautadora en ciertos sentidos y contextos-
del conglomerado político-social que sustentó la dictadura franquista. Del
mismo modo, el catolicismo es un ingrediente especialmente relevante en el
falangismo, a diferencia de otras experiencias como la de la Alemania nazi -y
los estrambóticos cultos esotéricos desarrollados, entre otros, por Himmler-, o el persistente conflicto y reticencias mutuas
entre la Iglesia y el Partido Nacional Fascista italiano, al menos hasta los
acuerdos de Letrán en 1929. Aunque también es cierto que ese
auto-reconocimiento como católicos de los fascistas españoles no implicó
directamente afinidad con la institución eclesiástica como, por ejemplo,
expresó Ramiro Ledesma Ramos en su Discurso
a las Juventudes de España de 1935, desde unas JONS en plena ruptura con la
Falange de Primo de Rivera. La reorganización integral de la sociedad que
propugnaba el fascismo debía concluir con la creación de un Estado con
atribuciones absolutas sobre el conjunto del cuerpo nacional, incluyendo la
Iglesia. De hecho, durante la posguerra se sucederán diversas pugnas políticas
entre la Iglesia y FETJONS por el control de ciertas parcelas de poder,
significativamente la educación.
-¿Podríamos
afirmar que ya existía ese germen antes, incluso, de la fundación de La
Falange?
-Claro. El
fascismo histórico es un movimiento político y una ideología siempre en
construcción, con un origen que podríamos datar en esas rupturas que se
producen durante el periodo de entreguerras, en una Europa devastada por la I
Guerra Mundial, consciente de su declive político y asolada
por una crisis económica sin precedentes. Es un momento en el que las antiguas
certezas liberales que había “ordenado” el mundo anterior flaquean. Tras la I
Guerra Mundial caen imperios y monarquías, los sistemas liberales se ven
sobrepasados por las exigencias de mayores cotas de participación política y
democrática, y las clases propietarias se ven confrontadas por una amenazante
revolución social convertida en Estado: la URSS.
Es en este
contexto tan inestable cuando comienzan a articularse los fascismos en Europa.
El fascismo va a llevar a cabo una crítica a la modernidad democrática y a
proponer una particular “modernidad alternativa”, una utopía fascista. Eso
explica también la capacidad seductora del fascismo, por ejemplo, entre ciertos
sectores juveniles.
-¿Cuáles eran los nombres
detrás de aquellas ideas…? , ¿Cómo eran aquellas ideas “de diferenciales”
frente a las que se vinieron de la mano de La Falange….muy filtradas por el
fascismo del Duce en Italia?...porque había otros seguidores que no eran José
Antonio muy seguidores de aquel fascismo antes de que él se enfundase de ellas,
¿verdad?
-Durante el
periodo de entreguerras el fascismo italiano fascinó a importantes sectores de
las sociedades europeas. Por ejemplo, en los años veinte se fundó el CINEF, el
Centro Internacional de Estudios Fascistas, que congregó a apologetas y
admiradores del fascismo italiano. El propio Alfonso XIII no ocultó su
admiración por Mussolini, aunque que con Miguel Primo de Rivera no llegara a
encontrar un candidato equiparable. En el fondo, para muchos sectores
conservadores, la Italia de Mussolini había logrado contener el “peligro rojo”,
disciplinar el cuerpo nacional y frenar los procesos de transformación social
que reclamaban amplios sectores populares.
En España,
durante los años veinte van a surgir algunos grupúsculos que pretenden imitar
el fascismo italiano pero que no llegaron a consolidarse. Recordemos que
durante esa década se establece la dictadura de Primo de Rivera que supone un
incremento de la represión política y un mayor control social. España tampoco
sufrió directamente las consecuencias de la I Guerra Mundial, la devastación
económica y demográfica, el enconamiento de las pasiones nacionalistas, o el
problema de los veteranos desmovilizados, como los Freikorps o los arditi italianos,
que en seguida ocuparían la primera línea del fascismo. Salvo algunos débiles
precedentes y la figura del escritor vanguardista Ernesto Giménez Caballero
-erigido en “el primer fascista español”-, el fascismo no llegó a cuajar como
movimiento institucionalizado. Es con la llegada de la II República cuando
comienza a tomar forma la organización -precaria y limitada- del fascismo en
España.
En 1931
Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo habían fusionado sus organizaciones para
fundar las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS), con una clara
inspiración en el fascismo italiano y el nazismo alemán. Dos años después, en
octubre de 1933, José Antonio Primo de Rivera funda Falange Española, con apoyo
de Mussolini y de ciertas élites económicas y financieras españolas, y en marzo
de 1934, se fusionan ambas organizaciones bajo las siglas FE-JONS, aunque Ramiro
Ledesma Ramos y diversos jonsistas
abandonaron la formación en 1935, por discrepancias con la orientación burguesa
de FE-JONS.
Falange es
un partido complejo que se construye con dificultades, con rupturas internas y
dudas de liderazgo, con una militancia exigua aunque muy motivada y violenta.
Pero, en cualquier caso, el proceso de constitución del fascismo español no
resulta muy diferente a las circunstancias que tuvieron que afrontar Hitler o
Mussolini durante su acceso al control del partido. Coaliciones, escisiones
-algunas violentas como con el disciplinamiento de
las SA durante la denominada “Noche de los cuchillos largos” en 1934-, o las
rivalidades internas por el control del partido frente a otros líderes y
corrientes internas.
En
cualquier caso, el ascenso de los partidos fascistas en Europa no se produjo a
través del éxito electoral. Habría que relativizar aquélla idea de que el
fascismo llegó al poder “democráticamente”. Porque en todas las ocasiones lo
hizo tras brutales campañas de violencia política escrupulosamente
planificadas, contando con la connivencia de amplios sectores del estado -y
particularmente de sus cuerpos de seguridad-, el apoyo y sustento financiero de
los grandes propietarios, industriales y banqueros, y recibiendo el apoyo decisivo
de las fuerzas conservadoras: desde Vittorio Emanuele
III favoreciendo la “marcha sobre Roma” en 1922 y propiciando el ascenso de
Mussolini, hasta Franz von Papen y Hindenburg -con la
mediación de los grandes industriales alemanes-, ofreciendo la cancillería a
Hitler en 1933. Son estas fuerzas políticas y sociales las que abren la puerta
a un fascismo que, una vez en el poder, despliega todas sus ambiciones
totalitarias.
La
peculiaridad del fascismo español es su debilidad y carácter minoritario. Hasta
1936 las principales amenazas reaccionarias para la estabilidad de la República
y la democracia procedieron fundamentalmente de la derecha alfonsina
y de un conjunto de conspiradores civiles y militares que integra a elementos
de la derecha católica, el carlismo y el falangismo. Esta oposición va a
confluir en la primavera de 1936, cuando muchos de los “accidentalistas”
abandonan su precario compromiso con la República y se deciden por el golpe
militar. Esa primavera en la que Falange va a intensificar su campaña de
violencia callejera creando un clima de tensión que cooperará con la
conspiración golpista del 17 de julio.
-El
tránsito entre la Baja Edad Media y la Edad Moderna, con el paso por la
historia de los Reyes Católicos, ¿es el comienzo de “ese nacionalismo
centralista” que fue y ha ido a más…?
-Es difícil hablar de “nacionalismo centralista” aplicado a
las etapas históricas anteriores a la contemporaneidad. Lo que sí que se va a
producir en toda Europa durante la Edad Moderna es la progresiva aparición de
monarquías fuertes con vocación absolutista, que se reafirman frente a la
disgregación feudal y los sistemas poliárquicos. Las monarquías se van a
articular bajo un concepto patrimonial -casi familiar- del poder, se
complementan en muchos casos con una dimensión imperial, y sólo de manera
tardía algunas irán derivando hacia nociones nacionales. Lo cierto es que el
concepto de nación -tal y como lo conocemos ahora- es un concepto reciente que
se consolidó en el siglo XIX, y, paradójicamente, en muchos casos en oposición
a la institución monárquica. En el nuevo
orden surgido de la Revolución Francesa, la nación sustituye al reino, y los
ciudadanos a los súbditos. Es el conocido “españoles ya tenéis patria” de Argüelles
con ocasión de la aprobación de la Constitución de 1812.
Lo cierto es que el siglo XIX se ha denominado “el siglo de
las naciones”: durante esa centuria se irán “inventando” las diversas
identidades nacionales y construyendo gran parte de los actuales
estados-nación. Un proceso en el que resultó muy relevante la creación de una
historia nacional difundida mediante la escuela,
la literatura y también a través de la profesionalización de los estudios
históricos. La historia nacional genera una idea de trascendencia, de
participación en el continuum histórico, de ligazón de los ciudadanos
contemporáneos con sus supuestos ancestros
“nacionales”, sean Viriato, el Cid, Hernán Cortés o
los héroes de los Sitios.
Una cuestión importante que analizo en el libro, es cómo el franquismo
llevó a cabo un uso político del pasado que pretendía el establecimiento y
difusión de una serie de mitos históricos sobre el que legitimar el
nacionalismo franquista y la propia dictadura. En ocasiones, los estudios
históricos no han subrayado la importancia del pasado, del uso del pasado, en
la propia configuración del fascismo y del franquismo. El franquismo llevó a
cabo una completa revisión de la historia nacional española. Un “revisionismo de estado” -tal y como lo ha
denominado Miquel Marín-, que afectó a las instituciones (fundamentalmente la
Universidad) y a los historiadores, pero sobre todo a sus conceptos y relatos.
El uso del pasado por parte de los fascismos -y en concreto por parte del
franquismo- rebasó la mera función legitimadora para convertirse en un elemento
inherente a la imposición de un nuevo orden dictatorial que debía encargarse
también del establecimiento de un nuevo orden temporal. Reordenar el presente
requería reordenar el pasado. La Victoria de 1939 representó así un cierre de
la historia: como momento trascendente y punto final de los ciclos circulares
de regeneración y caída que habían jalonado la historia de la nación española,
pero que, tras 1939, habían alcanzado su culminación. 1939 era un cierre y
también un “fin de la historia”. Y en ese proceso, las conmemoraciones
históricas resultaron fundamentales: como espacios de confluencia entre el
pasado y el presente, como escenarios para la exhibición de la imaginación
histórica y, finalmente, como oportunidad para
los historiadores de irrumpir en el espacio público como garantes oficiales del
pasado nacional.
Así, en medio
del insoportable ruido de la Victoria, el franquismo se aprestó en 1943 a
conmemorar los supuestos mil años del nacimiento de Castilla. Celebrado en
Burgos, el Milenario de Castilla se erigió en espacio privilegiado para una
espectacular puesta en escena de los contenidos y retóricas del nacionalismo
falangista. Burgos fue escenario de un espectáculo histórico de juegos
medievales -con caballeros, escuderos, peones y doncellas- alimentado por la
tecnología escenográfica del fascismo español, y ante el que se congregaron las
principales autoridades del Estado -con el dictador a la cabeza-, y casi diez
mil espectadores.
Otro hito importante fueron las celebraciones nacionales del
centenario del nacimiento de los Reyes Católicos en 1951 y 1952. Las
conmemoraciones permitieron celebrar la unidad de la patria alcanzada bajo el
reinado de los Reyes Católicos y su armonía bajo un catolicismo inherente a la
propia nación española. De hecho, la unidad nacional de Isabel y Fernando se
identificó con la España de la Victoria, convirtiendo a Francisco Franco en
último albacea del legado de los Reyes Católicos. Impulsadas en gran medida por el
Ministerio de Educación Nacional y la élite nacional-católica, las
conmemoraciones del V Centenario del nacimiento de los Reyes Católicos,
retomaron un carácter más tradicional frente a la exuberancia escenográfica de
la cultura conmemorativa fascista. Pero, por otro lado, ofrecieron un notable
despliegue historiográfico con la celebración V Congreso de Historia de la
Corona de Aragón -dedicado a la
figura de Fernando el Católico-, y una ambiciosa iniciativa de historia oficial
como la Historia del Reinado de los Reyes Católicos, que hasta
este momento había pasado completamente desapercibida para la historiografía
contemporánea. Un proyecto de historia oficial que, vinculando a los más
influyentes historiadores de la academia franquista, pretendió ofrecer una
interpretación definitiva (y nacional-católica) de la España de finales del
siglo XV.
En 1958, seis años después
las conmemoraciones en torno a Isabel y Fernando, el régimen impulsó la
celebración del IV Centenario de la muerte del emperador Carlos V.
Congresos, exposiciones, junto a un importante esfuerzo de diplomacia cultural,
en 1958 se verificó una significativa mudanza en la manera de entender la figura del
emperador. Tras el regocijo autista en la España Imperial de posguerra, las
conmemoraciones de 1958 ofrecieron el perfil de
un emperador regente de un imperio que ante todo se definía como europeo y
católico. Y es que en el contexto de Guerra Fría, la figura
de Carlos V vehiculó las aspiraciones de unos intelectuales nacional-católicos
que contemplaron al emperador como remoto precedente de una Europa unida y
católica, en la que España ostentaba un papel referencial. Para estos
intelectuales, Carlos V se convirtió en el eje simbólico de una particular
propuesta político-cultural de inserción de España en Europa que eximía al
régimen de renunciar a su carácter dictatorial. Pero quizá lo más relevante fue
que, en ese contexto, esta perspectiva encontró la solidaridad de numerosos
intelectuales europeos. Las
conmemoraciones -y no sólo las organizadas en España-, evidenciaron cómo en esa
Europa fracturada y amenazada por el irreconciliable enemigo soviético, la
nostalgia por el Imperio de Carlos V funcionó como una utopía retrospectiva,
como elemento vehicular de un espíritu europeísta enraizado en una concepción
cristiana de Occidente que reservaba para España una función tutelar.
De manera paralela a la
celebración de los fastos en torno al emperador Carlos, los años 1958 y 1959
asistieron a la más doméstica conmemoración del CL Aniversario de la Guerra
de la Independencia. Una celebración que tuvo un desarrollo eminentemente
periférico sustanciado en las celebraciones de Zaragoza y Gerona. Desde el
ensimismamiento de los mundos de provincias, las conmemoraciones de Gerona y
Zaragoza representaron la confluencia de las pequeñas Españas fundidas
en el relato mítico de la guerra de la Independencia. Una guerra de la
Independencia sustraída de toda complejidad, y resumida en el enfrentamiento
entre los patriotas (católicos) españoles y las tropas revolucionarías
francesas.
Tras el importante desarrollo de las conmemoraciones durante
las décadas de los cuarenta y cincuenta, los sesenta asistieron a una crisis en
el modelo conmemorativo del franquismo. Una crisis que respondía también a la
progresiva pérdida de la hegemonía cultura del régimen y el desgaste de sus
dogmas historiográfico. La centralidad que anteriormente había ostentado el
pasado remoto fue reemplazada por la contemporaneidad. El propio régimen, con
la altisonante celebración en 1964 de los XXV Años de Paz movilizó las
políticas del pasado para conmemorarse a sí mismo. En un autista ejercicio de
seducción política, el foco de la historia basculó desde el pasado remoto al
presente. De hecho, es en esa década cuando de la mano de Ricardo de la Cierva
y Vicente Palacio Atard -entre otros-, comenzó a
fraguarse un neofranquismo historiográfico dispuesto
a “modernizar” los viejos relatos apologéticos sobre la guerra civil y el
propio franquismo. La época de las conmemoraciones parecía que había llegado a
su fin.
-Desde la perspectiva de lo que
querías escribir—nos referimos aún antes de que lo hicieses—cómo te sientes al
haber tenido que retroceder tanto en la histórica?
-En realidad, lo que he intentado llevar a cabo es
reconstruir algunos de los caminos por los que el régimen franquista configuró
y difundió su particular cultura histórica, su particular entendimiento del
pasado nacional. Es decir, lo que pretendí fue analizar las conmemoraciones y
los relatos históricos oficiales para ver cómo se construyó esa cultura histórica durante el franquismo,
esas imágenes del pasado, esos mitos y esas interpretaciones producto de la
imaginación histórica que constituyeron un elemento de legitimación política
fundamental, tanto para la dictadura (que se presentó como heredera de esa
tradición histórica), como para el nacionalismo franquista.
-¿Cómo
ha sido la metodología de trabajo que has empleado?
-Como ya he aludido, articulé mi investigación a través del
análisis de las conmemoraciones históricas más importantes, aquéllas en las que
el régimen invirtió más recursos y que constituían los principales núcleos
interpretativos del pasado nacional: el Milenario de Castilla (1943), la
conmemoración del nacimiento de los Reyes Católicos (1951-1952), el centenario
de la muerte de Carlos V (1958), las conmemoraciones de la Guerra de la
Independencia y los Sitios (1958) y, finalmente, los XXV Años de Paz (1964).
Las conmemoraciones son espacios de gran complejidad en los
que concurren un sinnúmero de actividades: actos de evidente proyección pública
(como ceremonias oficiales, recreaciones, festejos), eventos de carácter
político (como discursos o desfiles), acciones de índole cultural
(conferencias, exposiciones, artículos y campañas de prensa), junto a eventos
historiográficos (publicaciones, congresos históricos, etc.).
Claro que
en mi trabajo no analizo únicamente los actos conmemorativos. Mi estrategia de
investigación también implicó analizar la trayectoria de los políticos,
intelectuales e historiadores implicados en la gestión del pasado. Analizar las
conmemoraciones supuso analizar el contexto histórico-político, pero también el
marco historiográfico en el que se llevaron a cabo.
-Háblanos
del proceso de documentación e investigación alrededor de este libro…
-La
elaboración de Políticas del pasado en la
España franquista ha requerido combinar un gran número de fuentes de
diversa naturaleza: desde fuentes documentales localizadas en archivos públicos
(Archivo General de la Administración, Archivo Municipal de Burgos, etc.), pero
también procedente de archivos privados como el de José Navarro Latorre
-depositado en la Institución Fernando el Católico-, o los fondos localizados
en el Archivo General de la Universidad de Navarra.
También ha
sido muy importante el sistemático análisis de la prensa -tanto nacional como
local-, y el estudio de otras fuentes como el NO-DO, buscando sobre todo
crónicas de prensa, discursos oficiales, artículos eruditos de intelectuales e
historiadores, etc. En definitiva, uno de los objetivos era analizar los varios
niveles en los que se difundió el pasado nacional durante el franquismo: desde
la historiografía académica hasta las conmemoraciones públicas, pasando por la
prensa y otros medios de difusión. En definitiva, el intento de caracterizar la
cultura histórica del régimen requería el análisis de múltiples fuentes y desde
múltiples perspectivas.
En
cualquier caso, uno de los objetivos del libro es reflejar cómo los
historiadores profesionales participaron de este proceso. Por ello, un aspecto
importante ha sido el de analizar la propia historiografía franquista, es
decir, los textos e interpretaciones que en su momento elaboraron los
historiadores. Y, del mismo modo - y
cuando las fuentes lo han permitido-, hemos intentado aproximarnos a los
intereses, concepciones y proyectos de esos mandarines que fueron los
catedráticos franquistas.
-De
aquellas políticas del pasado de esas épocas tan pretéritas, ¿qué se aplicó por
parte de la Dictadura Franquista?
-La dictadura franquista, al mismo tiempo que ocupaba el
presente, ocupó el pasado. Bajo una represión y una censura atroz, el régimen
estableció una interpretación única y excluyente del pasado nacional. La
“historia ortodoxa” de ese supuesto país de siglos, de irrenunciable esencia
católica, de gloriosas empresas exteriores en América y Europa, de ensoñaciones
imperiales y de decadencia por el virus de las doctrinas extranjeras
(liberalismo, marxismo, ateísmo). Incluso el franquismo asumió en gran medida
un lenguaje medievalizante, imperial, tanto en la
terminología política (Cruzada, Fuero, Caudillo, Cortes, etc.) como en ciertos
imaginarios políticos.
Esta fue durante décadas la interpretación oficial del
pasado español. Y a su difusión se afanó el régimen a través de todo su
repertorio de políticas del pasado: desde la educación, la historiografía
profesional, las conmemoraciones históricas, la prensa, el cine, etc. No era historia, en el sentido de intentar
comprender el pasado, sino meramente una proyección en el presente de la imaginación
histórica del franquismo.
En Políticas del
pasado en la España franquista analizo una parte importante de ese proceso,
enfatizando sobre todo el uso de las conmemoraciones históricas. Las
conmemoraciones fueron importantes porque albergan una importante dimensión
pública, y porque condensan de manera espectacular las narrativas sobre el
pasado. Y resultan igualmente de interés porque en ellas, en su concepción,
organización y puesta en escena, participaron un sinnúmero de agentes:
políticos, intelectuales, periodistas… e historiadores. Por eso el análisis de
estas conmemoraciones resulta tan revelador.
Lo cierto es que todavía hoy persisten muchos de los
apriorismos históricos que estableció el franquismo y que todavía encuentran
respaldo en importantes sectores políticos y sociales. Algo que no deja de
evidenciar la escasa reflexión pública sobre los relatos del pasado y la
asunción de unos mitos históricos (hace tiempo develados
por la historiografía profesional) como incuestionables certezas. A este
respecto conviene señalar desde Reconquista -entendida como ocho siglos de
lucha ininterrumpida contra el Islam-, hasta la supuesta unidad nacional
establecida con el matrimonio de los Reyes Católicos, pasando por la
interpretación en clave nacional(ista) de la
conquista de América. Son elementos que conformaron el catecismo
historiográfico franquista, pero que en la actualidad todavía se mantienen con
vigencia entre ciertos sectores.
Mitos históricos de clara raíz franquista que persisten en
la actualidad y que son utilizados de manera acrítica -e irresponsable- por
muchos líderes políticos. Y los ejemplos son numerosos: desde aquélla vacua
frase del anterior presidente Mariano Rajoy de “España es una gran nación”,
aludiendo a sus supuestos siglos de antigüedad -en una carrera absurda en busca
de un imbatible récord-, o el retorno
del nacionalcatolicismo historiográfico propiciado por Pablo Casado y su
peculiar interpretación de la historia nacional, por no hablar de las
invenciones del nacionalismo catalán y su particular búsqueda de un pasado imaginado.
Un uso del pasado que tampoco ha faltado en Aragón al calor de la celebración
en 2016 del centenario de la muerte del rey Fernando el Católico, magnificado
más allá de su limitada condición humana y presentado como referente político
para la actualidad: como si los sucesos históricos de hace 500 años pudieran
iluminar las sendas del presente. En cualquier caso, los nacionalistas siempre
encuentran en el pasado un objeto a manipular para respaldar sus fabulaciones.
Es en este contexto de abuso del pasado en el que se produce
el auge de los revisionismos historiográficos: desde el “clásico” referido al
trinomio II República-guerra civil-franquismo (con autores desde Pio Moa hasta Stanley Payne), hasta
el revisionismo modernista neoimperial de la promocionada
Roca Barea que, sufriente de una nostalgia de imperio, pretende reevaluar
apologéticamente la expansión territorial de la Monarquía Hispánica. Son
trabajos que, más que investigaciones históricas rigurosas o novedosas,
funcionan como lenitivos para ciertas dolencias del presente. Mito-historias de
consumo político y patriótico de evidente carácter expiatorio, ya sea
edulcorando el carácter brutal de la conquista de América -y exculpando de ello
a una “nación española” por entonces inexistente-, o banalizando el régimen
franquista como producto del fracaso de una II República, para muchos de estos
autores, no muy democrática. Por los caminos del revisionismo se vuelve a una
historia como campo de batalla política, plagada de simplismos y presentismos, de ruidos de fondo distorsionadores y
científicamente no muy productivos.
Lo cierto es que no ha habido por lo general una pedagogía
que incite a la ciudadanía a pensar históricamente. Es decir, a dirigirse al
pasado no para buscar justificaciones para el presente, sino para intentar
comprenderlo. Que no es poco…
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