La Librería de El Sueño Igualitario

memoriaibarra9722.jpgCazarabet conversa con...   Pedro Ibarra, autor de “Memoria del antifranquismo en el País Vasco. Por qué lo hicimos (1966-1976)” (Pamiela)

 

 

 

 

Memoria del antifranquismo en el País Vasco.

Editorial Pamiela edita este libro, un ensayo minucioso y perspicaz sobre el por qué del movimiento antifascista del País Vasco…

El libro se encuentra dentro de la colección Ensayo y Testimonio de Pamiela.

Un libro desde la pluma del abogado laboralista y comprometido Pedro Ibarra que narra el Por qué del movimiento antifranquista en el País Vasco entre 1966-1976.

¿De qué va el libro?. Esto nos lo puede decir la sinopsis de la Editorial Pamiela:

Pedro Ibarra narra en Memoria del antifranquismo en el País Vasco sus recuerdos de cómo fueron en Euskadi los años de la lucha social y política contra la dictadura. Una memoria personal y colectiva que se extiende desde mediados de los años 60 hasta la muerte del dictador y los primeros compases de la transición. Ibarra relata cómo y por qué se metió –junto con su compañera Carmen– en aquella lucha y cuál era el clima social que la propició. En su relato se cuentan no tanto anécdotas precisas de las cosas que pasaron en aquellos convulsos años, sino por qué y cómo pasaron. Así, esta Memoria del antifranquismo testimonia con qué objetivos se organizaron y batallaron grupos, organizaciones y movimientos sociales de toda clase que, en un proceso de construcción popular, donde todas las expectativas estaban abiertas, pusieron en jaque al moribundo régimen franquista.

Memoria del antifranquismo en el País Vasco  es la narración de cómo una comunidad se puso en marcha frente a una dictadura. Una comunidad hecha del compromiso de hombres y mujeres con un rostro reconocible y nombres y apellidos concretos. Tan concretos que Pedro Ibarra, en las páginas finales del libro, da la lista de aquellos vizcaínos y vizcaínas (cerca de 4000) de los que consta que, como él, se entregaron a la causa antifranquista.

El autor, Pedro Ibarra Güell.

Nacido en Getxo, Bizkaia este licenciado en derecho se especializó en lo laboral y en la representación de presos políticos, durante el franquismo y los primeros días de la transición. Fue a partir de 1981 profesor en la Universidad del País Vasco-EHU de Historia de las Ideas Políticas y de Ciencia Política..Ahora ya está jubilado. Ha publicado libros, artículos en revistas especializadas y en prensa sobre temas relacionados con movimientos sociales, nacionalismo y democracia. En el momento actual es miembro del patronato de Baltistan Fundazioa que actúa en Pakistán. Asimismo es responsable del Betiko Fundazioz, que se dedica al estudio e investigación sobre movimientos sociales. Entre sus obras publicadas podemos encontrar títulos como: El movimiento obrero en Vizcaya 1967-1977, Ideología organización y conflictividad y La evolución estratégica de ETA 1963-1987.

 

 

Cazarabet conversa con Pedro Ibarra:

Pedro-Ibarra-fundador-labor.jpg-El movimiento obrero vasco, ¿cuándo empieza a tomar forma?. Los orígenes siempre son difíciles, ¿Con qué problemas y dificultades se encontraron, al menos los más acuciantes?  Esos orígenes, ¿qué retrato tenían y presentaban  entre sus obreros? ¿Cómo va organizándose  el movimiento obrero?

- De la Identidad al movimiento obrero

El punto de partida es establecer en qué medida existía un conjunto de personas que tenían y compartían un sentido de pertenencia a una determinada clase social, la clase obrera, y en qué medida ese sentido de pertenencia les hacía tener una, compartida y crítica  mirada frente al entorno y, una también compartida práctica social. Si comparamos esa percepción colectiva de aquel entonces (1970) con la actualidad (2015) evidentemente tendríamos que decir que sí existía esa clase social así definida. Si por el contrario lo comparamos con el periodo anterior a la guerra civil (por ejemplo 1936) aparece una clase obrera más débil desde el punto de vista de conciencia colectiva.

Desde el comienzo de los años 60 los trabajadores del conjunto del País Vasco, inician un impresionante proceso huelguístico que crece en extensión e intensidad a lo largo del franquismo. La clase trabajadora, el conjunto de los trabajadores, adquieren objetivamente protagonismo social. Muchos de ellos, y no sólo los miembros de organizaciones políticas y sindicales que actuaban en su seno, toman conciencia de ese protagonismo, de ser una clase social diferente que estaba librando un proceso de lucha y exigencia de cambio frente a la existente injusticia social y política. Al mismo tiempo, bastantes de las organizaciones políticas provenientes tanto del marxismo como de corrientes libertarias como las de catolicismo de izquierdas -HOAC JOC-, muy activas en los años 60, mantienen, desde dentro y desde fuera de lo espacios obreros, un discurso “obrerista“, de exaltación moral de la condición y los valores obreros en defensa de su protagonismo histórico único y excluyente. Pero las consecuencias de ese sentido de pertenencia a la comunidad diferente, de esa complicidad y solidaridad cotidiana -vivencia de un nosotros compacto- de la última década del franquismo, deben ser matizadas.

Muchos trabajadores sí tenían la conciencia de estar especialmente concernidos e implicados en la lucha por una sociedad distinta, pero esa conciencia no les llevaba a sentirse miembros de una comunidad que, dadas sus características, portaba en su seno un destino histórico transformador. La clase obrera trabajadora no se auto-percibía como un espacio de vida alternativo y prefigurador de la futura sociedad sin clases, sino más bien como un espacio estratégico privilegiado de lucha. Se consideraban -y eran- el motor principal de la lucha social y política antifranquista. Estar ahí era no sólo comprender la realidad social y asumir su profunda injusticia, sino estar en la corriente principal de confrontación contra la sociedad de la desigualdad y la opresión política. Por eso los conversos, proviniese de dónde proviniese esa conversión, buscaban ese espacio. Ser obrero y estar en la vanguardia de ese frente central en la de lucha.

En síntesis identidad obrera era algo más, o algo distinto que la identidad de ser clase obrera. En 1970 la identidad aparecía ligada al protagonismo de la clase obrera en la lucha social

Ideologías e identidad obrera

Tanto las ideologías como las identidades políticas clásicas radicales -comunistas y anarquistas- se mezclan , se retroalimentan con -en- la identidad obrera

No resulta del todo claro hasta qué punto se puede hablar en esos tiempos de la existencia una identidad colectiva comunista diferenciada de los grupos o partidos comunistas. Hasta qué punto se pueden delimitar un nosotros comunista más allá de los partidos y grupos militantes de carácter comunista. No estamos situados en la fase histórica posterior a la revolución rusa y al espectacular desarrollo de la ideología comunista en toda Europa en la cual ciertamente existía una cultura comunista, constitutiva de esa identidad colectiva que englobaba no sólo a los activistas de partidos, sino a un amplio conjunto de personas. Y no sólo de la clase trabajadora.

En la posguerra española, y sobre todo a partir de los años 60, sólo sobreviven algunas tradiciones comunistas asentadas en familias o grupos que por razones obvias -la potencial y muy real represión- eran poco activos. Desde aquí surgen, y en algún caso  se mantienen, los primeros grupos comunistas de posguerra – el Partido Comunista y sus posteriores escisiones. Tampoco grupos marxistas radicales posteriores, que tuvieron mucho protagonismo en el País Vasco, surgen de una identidad comunista. En este caso, ni siquiera se dieron las tradiciones familiares a través de las cuales se hizo la transmisión.

El caso de la identidad anarquista es prácticamente el mismo. No existe en los años 60 una identidad colectiva anarquista consciente. Existen unas tradiciones, una militancia que había sobrevivido la represión de la posguerra, que básicamente a través de la CNT mantiene la acción anarquista durante nuestro período, aún cuando luego la cultura libertaria tuvo otras expresiones organizadas.

Aunque, no hay que confundir identidades con ideologías. Los grupos activos anarquistas y comunistas no surgían y se nutrían en una comunidad definida por una identidad colectiva. Lo que sí hacen es utilizar las ideologías existentes -sus ideologías- para hacer sus programas y llevar a cabo sus acciones contra el régimen

Un acercamiento al movimiento obrero real

Las anteriores descripciones de identidad y movimiento obrero resultan abstractas. A través del relato que sigue sobre la convergencia de concretos trabajadores en una específica y organizada  lucha obrera, se verá mejor como operaban entre si esas identidades, ese sentido de pertenencia comunitaria, esas exigencias organizativas. También establece el espacio y los límites de la pertenencia a esa comunidad obrera, por lo que se evidencia con más claridad como nosotros ni estábamos ni podíamos estar en la misma

Identidad obrera y movimiento obrero. Trabajadores que con ideologías distintas o aún sin ninguna, lideraban la movilización y lucha de la clase trabajadora en aquellos tiempos. Haré referencia en su momento a todos ellos. A los hombres y mujeres que construyeron el movimiento obrero.  Veamos el retrato de algunos de esos trabajadores; de quienes eran, de dónde venían y de qué es lo que hacían en una comisión obrera de una fabrica.

La Comisión Obrera era el organismo interno en la fábrica, normalmente clandestino, que impulsaba y lideraba el proceso de lucha obrera. Sus miembros a veces eran directamente nombrados en asambleas de taller o generales, pero en muchos casos participaban en la misma en cuanto que representaban de hecho un mayor compromiso militante.

En las primeras Comisiones Obreras o Comisiones de Obreros participaban miembros de sindicatos clandestinos  como UGT; ELA, CNT. Más tarde ésa comisión de obreros se transformó en el sindicato Comisiones Obreras donde obviamente no participaban miembros de esos otros sindicatos  En ocasiones estas primeras comisiones de obreros se llamaban Comités de Empresa o Coordinadoras de empresa

Los personajes, sus historias y las vicisitudes de la Comisión descrita no se correspondían con la realidad, pero probablemente muchas de las Comisiones que se formaron en el área metropolitana de Bilbao durante los años 70, no eran muy distintas a la descrita. Y algunos de los militantes obreros descritos, nada distintos.

Los militantes

Martín, nacido en un barrio cercano a la fábrica, había participado de joven en actividades de la parroquia. Como miembro de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), había asumido el compromiso de luchar en favor de la clase obrera. Era miembro de la Comisión de la Fábrica y también había estado en su Jurado de Empresa. A través suyo había entrado en la Comisión un compañero suyo, más joven que él, perteneciente a las JOC (Juventudes Obreras Católicas).

Julián era emigrante extremeño. Llegó a Bizkaia con 12 años y a los 18 empezó trabajar en la fábrica. Le dijo a Martín que las primas por rendimiento que cobraba en la cadena de montaje eran muy bajas. Martín le hizo ver que para conseguir cambiar las condiciones del trabajo, y entre ellas, un mayor salario relacionado con esas primas, había que hablar con otros compañeros y exigir colectivamente esos cambios. Se juntó con los compañeros de la sección, y luego entró a formar parte de la Comisión de la Fábrica que se reunía habitual y clandestinamente para planificar reivindicaciones laborales. Julián no tenía formación sindical ni política, pero sí conciencia suficiente de la injusta dependencia de la clase trabajadora y de que para lograr cambios a mejor de las condiciones de trabajo era necesario practicar la solidaridad y la lucha colectiva. Tenía una natural identidad obrera. Más tarde -por el año 1972- se afilió al Movimiento Comunista. Sin embargo, su actividad militante estaba casi exclusivamente centralizada en el trabajo de fábrica.

Marisa pertenecía a una familia de clase media bilbaína. Su compromiso cristiano le llevó a formar parte de una comunidad. Desde ahí se fue a trabajar a la fábrica. Muy pronto se incorporó a la Comisión. Miren, compañera de trabajo de su sección, entró también a la Comisión. Como Julián, años más tarde, Marisa entró en una organización política clandestina radical y como Julián, su compromiso político se ejerció fundamentalmente en su trabajo en la Comisión.

Itziar era militante de un partido trotskista en la Facultad de Económicas. De acuerdo con las exigencias de la estrategia obrerista de su partido, en 1971 entró a trabajar en una contrata de la fábrica. Pronto se dio a conocer como una infatigable agitadora. Marisa le contactó para incorporarse a la Comisión.

Antonio -como su padre- era miembro de la UGT. Con una definida identidad de clase y una clara conciencia antifranquista, entró desde el principio a la Comisión. Más tarde incorporó a la Comisión a otro miembro de la UGT.

José Mari vivía en un entorno rural no demasiado alejado de la fábrica. De familia nacionalista, con parientes y amigos en ELA/STV, creía que la lucha nacional debía ser liderada desde la clase trabajadora con un objetivo social avanzado. Conectado al entorno político de ETA, se incorporó muy tempranamente a la Comisión.

Mariví era del Partido Comunista de Euskadi. Veterana militante, desde ya los tempranos años 60 puso en marcha una pequeña célula comunista en la fábrica. Luego junto con un compañero suyo del PC se incorporó a la Comisión.

Patxi, también de familia emigrante, era uno de los que más sistemáticamente daba la cara en las reclamaciones y broncas con el encargado de su sección. Tenía una concepción absolutista sobre el protagonismo de la clase obrera, especialmente en el poder de la misma en la Asamblea, su máxima expresión. Desconfiaba abiertamente de las vanguardias políticas (sobre todo de las leninistas). Tenía relaciones más o menos estables con determinados grupos de orientación libertaria o autónoma. Fue de los primeros en incorporarse a la Comisión.

 La Comisión

Desde finales de los años 60, algunos trabajadores más fueron incorporándose a la Comisión. Venían de comisiones de distintas departamentos y secciones de la fábrica. Otros entraron directamente en la Comisión. La cifra en conjunto de miembros de la Comisión osciló entre 12 y 15 miembros. En la Fábrica, la mayoría -algo más de la mitad- pertenecían, o entraron más tarde a formar parte, de alguna organización política o sindical

El motor de la lucha en la fábrica fue la Comisión. Sin embargo, hubo fases en las que el Jurado de Empresa, el órgano de representación legal, tuvo voz y presencia en la negociación de las condiciones laborales con la empresa y también co-lideró algunas movilizaciones. Miembros del Jurado estaban en la Comisión.

En la primera etapa, hasta prácticamente el año 1972, el proceso de construcción de la Comisión y el de asentar su protagonismo en el liderazgo de la lucha, fue difícil, y por momentos, discontinuo. No todos los militantes -organizados o no- de la fábrica coincidían en contenidos y medios de exigir las reivindicaciones laborales y también políticas. Resaltaban también las diferencias en cuestiones organizativas sobre el papel que debía otorgarse al Jurado de Empresa en la representación y negociación con la Empresa. Estas diferencias marcaron la vida de la Comisión debilitándola por momentos en su tarea fundamental de ser el compacto motor impulsor de la lucha colectiva. De hecho, algunos militantes tardaron en incorporarse a la Comisión, participaron marginalmente en la misma y eventualmente, la abandonaron.

En los últimos años, a partir de 1975, el protagonismo fue progresivamente asumido por la Comisión Representativa directamente elegida en la Asamblea de la fábrica. La misma, de carácter público, y de hecho formada en su mayor parte por miembros de la Comisión, pasó de representar a los trabajadores en negociaciones con la empresa, a directamente liderar los procesos de confrontación y movilización de la Fábrica, y asimismo a asumir la coordinación con los representantes elegidos de otras fábricas de la zona.

La Comisión compartía solidaridad. Para la mayoría de los miembros de la Comisión, los primeros en recibir apoyo solidario eran sus propios compañeros de la Comisión. Cuando en la huelga del 71 detuvieron a Marisa, Josemari y Martin, la Comisión en pleno entro en una huelga de hambre de solidaridad. Eran sus compañeros de la lucha cotidiana. Sin duda también eran solidarios con sus compañeros de partido represaliados. Pero otorgaban la prioridad en el apoyo, en el compromiso solidario, a sus compañeros de la Comisión.

Compartían el debate y la decisión de cómo y para qué debían movilizarse en la fábrica. Desde la renovación del convenio colectivo de 1969 les quedó claro que el programa de las reivindicaciones laborales debía hacerse, con el impulso participativo de la Comisión, a partir de lo que decidiesen, sectorialmente y en Asamblea general todos los trabajadores de la fábrica. Así lo hicieron.

Compartían decidir sobre entrar o no entrar en huelga, y cómo actuar y responder durante la huelga. Cuando la huelga del 74, la Comisión se reunía prácticamente todos los días para preparar las Asambleas de los trabajadores en huelga y ejecutar las decisiones tomadas en la Asamblea.

Compartían la convicción de que su lucha laboral era una lucha política. Que para lograr plenamente sus exigencias laborales y sus derechos como trabajadores era necesario acabar con la dictadura. En la lucha por la libertad política, la Comisión sistemáticamente apoyó -y en su momento impulsó- todas las huelgas generales con objetivos directamente políticos que se dieron algo de los años 70.

Estaban convencidos de que su movilización iba a suponer el que los trabajadores iban a tener un fuerte protagonismo en la transformación social que se iba a producir tras el final del régimen político franquista. Los miembros de la Comisión no coincidían en cómo debía ser en concreto esa nueva sociedad y tampoco discutían sobre esta cuestión, pero todos estaban convencidos de que el final de la dictadura iba suponer un mayor y claro protagonismo obrero en esa sociedad más justa, más igual, más libre.

Esta comisión, junto con muchas otras coordinadas entre sí, fueron la vanguardia del momento obrero. Fueron la parte fundamental del conjunto de los vascos y vascas que se movilizaron y se confrontaron al régimen franquista.

-Pero antes de la propia conformación del movimiento obrerista hay un largo camino que empieza y tiene su propio recorrido. Coméntanos, por favor este proceso de construcción…Y en el movimiento obrero hay desde nacionalistas a gentes con pensamiento libertario, ¿no?;

Desde dónde (y por qué) empezó el enfrentamiento

Protagonizando el proceso estaban los hombres y mujeres que a través de distintas organizaciones, movimientos, o por su cuenta, decidieron comprometerse a construir ese pueblo y actuaron en consecuencia. Todos coincidían en el rechazo al Régimen político y económico que había provocado la dependencia y disolución -fragmentación infinita- de ese todavía/no/pueblo. Régimen que había logrado someter a una sociedad compuesta por individuos desvinculados y tan sólo interesados -justamente obsesionados- por su supervivencia y libertades básicas cotidianas. Desde ese sometimiento, estos hombres y mujeres optaron por lo absolutamente opuesto,  Por establecer una comunidad. Una comunidad que se percibiese diferenciada y protagonista en el ejercicio de la democracia; en la vivencia de la igualdad. En el Anexo correspondiente doy cuenta de quiénes eran todos esos hombres y mujeres con nombres y apellidos. Mientras tanto ¿Dónde estaba y de donde venía la gente que luego va a entrar en la lucha organizadamente?,

La realidad social  de aquellos años nos describe un panorama de injusticia y opresión. Malas condiciones de trabajo, salarios escasos; mala y limitada educación, imposibilidad de desarrollo cultural general y en especial el ligado a la cultura vasca; falta de libertades políticas y cívicas, La inmensa mayoría vivía esa situación de marginación social y política. Ni siquiera podía exigir el cambio de esas condiciones de vida.

Sin embargo, conviene recordar la subjetividad de la injusticia,. La dependencia y la opresión, no generan por sí solas la protesta, la demanda colectiva de cambio frente a esa situación. Hace falta percibir que lo que se vive es injusto.  Eso no suele ser difícil, pero sí lo es  el tomar conciencia de que tiene sentido moverse, luchar contra esa injusticia y opresión. Además, no sólo hace falta tomar conciencia de la necesidad y viabilidad de luchar contra esa injusticia, sino que también hacen falta condiciones, un contexto adecuado, para poner en marcha con probabilidades de éxito, esas exigencias colectivas.  Por tanto hay que  ver cómo, desde que situaciones compartidas de injusticia y dependencia, surgió esa toma de conciencia de insoportabilidad y de necesidad de hacer algo para acabar con ella

 El espacio cristiano

El primer espacio desde donde arrancan los procesos de toma de conciencia es el religioso. Probablemente, fuese esta conciencia  -esta primera conciencia- la que produjo más militantes de la lucha antifranquista. Un espacio religioso habitado por el discurso de determinados curas. Curas de campo y ciudad. Al discurso nacionalista de los curas provenientes mayoritariamente del mundo rural, había que añadir el de los curas de la JOC y del HOAC, cercanos al mundo obrero. También mostraban gran actividad jóvenes jesuitas y clérigos y frailes de otras órdenes religiosas.

A través de sermones y cursos en parroquias y centros de educación, se daban ideas y pistas sobre qué era la injusticia y la opresión, y porqué el mensaje cristiano exigía el cambio sustancial de esa situación[1][1]. Con la ventaja de no tener una especial represión policial, se hablaba a una audiencia compuesta mayoritariamente por jóvenes.

El discurso era bastante sencillo. Por otro lado, las condiciones existenciales evidenciaban de una forma tan brutal esa injusticia, que no hacía falta excesiva retórica y complejidad en esta fase descriptiva del proceso de adoctrinamiento. Recordando ahora mi particular conversión, se componía de tres ejes: la denuncia; lo que debía ser a partir de las exigencias del mensaje cristiano; la necesidad del compromiso de transformar esa realidad.

Al principio, el compromiso supone una actitud, un comportamiento distinto en el espacio de cada uno, en los estudios, en el trabajo,. Pero en muchos casos, conduce inmediatamente al compromiso colectivo y solidario, a organizarse en la lucha por establecer un mundo auténticamente cristiano. Los convertidos  se dirigen a participar en las organizaciones cristianas: HOAC, la JOC y las JARC.  Desde esas organizaciones, o abandonándolas, o sin pasar por ellas, esos militantes de origen cristiano entran, o directamente construyen, organizaciones sindicales y políticas laicas. Jóvenes trabajadores, (y no tan jóvenes) adquieren presencia muy destacada -en algunas fábricas claramente mayoritaria- en las primeras Comisiones Obreras. Construyen la Unión Sindical Obrera (USO) e impulsan AST, grupo sindical que luego se convirtió en la ORT, un grupo político de carácter marxista. También se incorporan en grupos más pequeños de orientación libertaria, como el caso ZYX/Liberación.

 A partir de principios de los 70, la motivación, el empuje cristiano de origen, desaparece o se difumina, y esos militantes asumen idearios de tendencia marxista, - en menor grado, anarquista- en sus ya civiles organizaciones políticas y sindicales

 Sin embargo el armazón ideológico del compromiso cristiano operó como un excelente adaptador de las propuestas ideológicas radicales provenientes básicamente del marxismo. El discurso mesiánico laico llevo a cabo con facilidad su penetración social en la medida que fue naturalmente recibido por un preexistente marco ideológico de origen cristiano

 El espacio nacionalista

De ambientes eclesiales rurales y de poblaciones medias industriales, otros -no siempre pasando través de organizaciones cristianas- entran a ETA. Aquí el proceso de secularización ideológica lleva a asumir la ideología del nacionalismo radical. Sin embargo, ETA se alimenta en otros espacios, a partir otros discursos y otros procesos de concienciación. Como apunte en el capítulo correspondiente con el apoyo de un ejemplo de diversos perfiles, esa asunción  también surge de las familias, de la tradición familiar que mantiene la nostalgia del discurso nacionalista del Partido Nacionalista Vasco.  El compromiso se profundiza, alienta e impulsa en la red de las cuadrillas. La cuadrilla opera como el momento en que la gente joven discute la información recibida de curas, u otros mayores, en la escuela, en el taller, en casa. La cuadrilla comenta -y se cabrea- con las noticias de la represión. En la cuadrilla es donde se da cuerpo a su indignación frente a la opresión nacional, frente la vivencia cotidiana de desprecio y represión -lingüística sobre todo - del Régimen. Es allí donde se le empieza a dar sentido, con mezcla de miedo y entusiasmo, a un compromiso militante radical.

 Desde los espacios y vivencias nacionalistas, también surgen los compromisos hacia EGI y en parte a ELA/STV. Sin embargo, tanto en el Partido Nacionalista Vasco como en el sindicato nacionalista, muchos de sus militantes provienen de una generación anterior.

El espacio socialista

Otro espacio de acceso proviene de las tradiciones históricas de izquierda.  Del comunismo, el socialismo y el anarquismo. Hay núcleos comunistas que persisten a pesar de la feroz represión de la postguerra y que, durante los años 60, extienden su ideario en la clase obrera. El Partido Comunista se mueve en los barrios obreros y medios universitarios, y está presente en las primeras comisiones obreras. Tanto la UGT y el PSE como la CNT mantienen una actividad más reducida en el movimiento obrero. A finales de los años 60, no puede hablarse de una identidad comunista extendida, pero sí de una cierta cultura, de una familia comunista, de la que se reclaman partidos, sectores del movimiento obrero y estudiantil e intelectuales aislados. Desde esa familia, se producen los saltos hacia el compromiso organizado.

 El espacio del movimiento

El propio movimiento obrero es a su vez un espacio de socialización militante. No en su dimensión organizada -comisiones, sindicatos-, sino en los espacios físicos y momentos en los que aparece y se desarrolla la movilización obrera. En las asambleas y manifestaciones. A partir de esa vivencia colectiva, los trabajadores se incorporan a la organización del movimiento. Allí comparten su compromiso con otros trabajadores provenientes de otros espacios de socialización: la iglesia, las familias, etc. Desde el proceso de agitación obrera, liderado por trabajadores ya inmersos en grupos políticos y sindicales, entran a formar parte -y en muchos casos a co-liderar- la movilización y la organización obrera. Similar es el proceso que se da en el movimiento vecinal. Impulsados por la experiencia de participar en la preparación y movilización de reivindicaciones colectivas dentro de las asociaciones de vecinos, algunos darán el salto al compromiso estable en grupos que lideran la confrontación contra el régimen en el espacio urbano. Finalmente desde finales de los años 60, la Universidad, o más exactamente el espacio universitario, juega también cierto papel en la preparación de militantes.

Es así como, desde finales de los años 60, surgen (y algunos casos crecen muy rápidamente) un conjunto de organizaciones de orientación marxista radical: MCE/EMK, ETA VI/LKI, ORT, OIC y otras. El origen de estas organizaciones es distinto. Algunas provienen de escisiones del Partido Comunista, otras de escisiones de ETA, otras tienen origen trotskista, etc. Pero todas ellas comparten el nutrirse de universitarios. La universidad se constituye en un espacio adecuado de información y debate sobre la realidad política y social, y al tiempo proclive a priorizar opciones radicales. Solía ser el de foguearse en el movimiento estudiantil, pasar a una organización política y, en ocasiones, dejar la universidad cumpliendo las exigencias de la estrategia de proletarización establecida por su correspondiente organización política

Dentro del movimiento obrero, ¿cómo eran las relaciones humanas en el movimiento obrero vasco?, recordemos que, además, se daban cita desde amigos hasta compañeros de trabajo pasando por vecinos…

Comunidades

La comunidad, en el sentido estricto -la comunidad  fuerte normalmente ligada a la pertenencia a una organización política-, implicaba el sentido de pertenencia más fuerte, más exigente. Un grupo comunitario era en aquellos tiempos un conjunto pre-delimitado y exclusivo de individuos que tenían entre ellos una relación permanente y estable con un objetivo también predefinido. Tal relación implicaba compartir en el grupo la visión de la realidad política y social, el sentido de la lucha y los motivos de la misma. Llevaba a discutir y llevar a cabo el mayor número posible de las acciones debatidas en el grupo. En la comunidad, se daba el nivel inmediato de exigencia y práctica de solidaridad frente a las dificultades en la vida de cada miembro del grupo y, especialmente, en las derivadas de la represión política. En algún caso, en algunas comunidades o en algún momento de algunas comunidades, el compartir era más extenso y más denso. También se compartía, discutía y aún decidía respecto al trabajo, la vida afectiva de cada miembro.

Luego, había otras comunidades más sencillas, menos exigentes. En el grupo de amigo también existía solidaridad y relaciones de intercambio de comunicación acerca de vivencias de la cotidianidad sentimental, laboral etc. Sin embargo, no compartíamos un proyecto dirigido a transformar la realidad exterior, ni mucho menos se tomaban decisiones sobre cómo actuar conjuntamente en esa línea.

En ciertos casos el activismo en un determinado movimiento -movimiento obrero o movimiento urbano o en los inicios del movimiento feminista- implicaba estar en espacios comunitarios de ese movimiento. Alguien que pertenecía a una comisión clandestina de fábrica y que sistemáticamente se reunía con sus compañeras y compañeros para discutir la situación de la empresa -qué es lo que había que hacer, cuáles eran los compromisos de cada uno, y cómo había que responder frente a los ataques de la patronal o la policía- pertenecía en cierto modo a una comunidad. Aún así, no se podría decir que el movimiento obrero como conjunto era una comunidad. El sentido de pertenencia a la clase obrera en lucha definía, o más exactamente conformaba, la identidad (colectiva) obrera[2][2]. Y los grupos específicos de acción y liderazgo de -y en- la lucha obrera,  eran al mismo tiempo comunidades en el sentido fuerte que se describió al principio.

De la comunidad a la identidad

Las fronteras entre comunidad e identidad a veces no eran  tan claras. Existían grupos y comunidades con exigencias y compromisos más flexibles sobre la acción colectiva. Miembros que cuando actúaban lo hacían más que nada por sentirse parte de un colectivo identitario. En muchos casos, ni siquiera hace falta la pertenencia específica a un grupo para actuar de acuerdo con esa visión compartida. En nuestra historia había trabajadores que eran activistas, sin pertenecer a una comisión obrera, y vecinos que se movían en el barrio sin ser miembros de la correspondiente asociación o comité de barrio. En ambos casos, sin tampoco ser miembros de ninguna organización política. Estaban en la lucha porque su identidad era una identidad de lucha. Se sentían identificados como los del barrio o los trabajadores o las mujeres… en movimiento.

Así las identidades no eran solo las convencionales identidades políticas provenientes  de sentirse uno miembro del ideario de la familia comunista o tener una identidad nacionalista. El conjunto de los trabajadores en lucha, con conciencia de esa lucha, constituían también una identidad. Lo mismo podemos decir del conjunto de ciudadanos que se sentian miembros de un barrio  combativo. Por supuesto, más todavía, si nos referimos al movimiento de mujeres como tal, al margen de las ideologías que lo podían cruzar.

Las diferencias entre identidades y comunidad  eran más contundentes  en cuanto a las responsabilidades derivadas del compromiso de acción y en los niveles de solidaridad. Asi en el caso de compartir exclusivamente una identidad no había rendición de cuentas del compromiso adquirido frente a nadie, y el nivel de solidaridad no era tan inmediato al que otorgaba el grupo o comunidad

pedro-ibarra_foto610x342.jpg-Había mucho diálogo, mucho como  asambleísmo, ¿no?

-A partir del año 1974 empieza a estabilizarse algunas de estas instancias unitarias.  Una de las más sólidas, combativas y operativas fue la coordinadora de fábricas de Bizkaia. Esa instancia  popular pretende alimentar a través de convocatorias de huelga y manifestaciones la idea de que era necesario establecer un régimen de libertades y justicia. Proponía la confrontación; impulsaba procesos de ataque directo al Estado fascista a través de procesos de desobediencia civil. Así en determinados momentos al menos una parte de ese pueblo tuvo un liderazgo operativo. Esas experiencias de liderazgo popular y unitario tuvieron vigencia hasta poco después de 1976. Luego los liderazgos -ahora en plural- son asumidos directamente por las organizaciones políticas presentes en la lucha[3][3]

En los procesos de construcción  popular  hay momentos de dimensión más discursiva y simbólica que impulsan y alimentan en ocasiones de forma prioritaria el proceso de cohesión popular

 Hay consignas, demandas, expresiones, símbolos que generan un sentido de pertenencia colectivo  intenso. Generan una identidad  popular  que  supera y solapa las identidades en juego de las distintas corrientes políticas y sociales y  de espacios de actuación, creando un emocionante sentido de protagonismo colectivo  que activa  la conciencia y  lucha unitaria

 Las huelgas generales convocadas y llevadas a cabo a partir de 1970 evolucionan en su convocatoria ( ¡solo en su convocatoria! ). De demandas laborales a denuncias anti-represivas y solidarias a exigencias directamente políticas. También en simultaneidad. La huelga general de diciembre de 1970 tiene como objetivo la solidaridad con los presos de  ETA del juicio de Burgos y rechazo a la represión franquista. Es una  huelga general directamente política. Más tarde surgen las huelgas de origen laboral pero con consigna políticas directas.;  parciales y alguna general total, como al de 1974. A partir de las 75 y 76 el peso de la dimensión anti represiva y política de las huelgas generales es mucho más evidente.

-¿Qué papel jugaron los abogados laboralistas en torno al movimiento obrero vasco?; creo que nos puedes reflexionar más al ser abogado de profesión y haberte dedicado a ello en aquellos años…

-Nuestro colectivo poseía una contundente definición sobre quienes debían ser aquellos trabajadores a cuyo servicio montamos el despacho. Más que un servicio a los trabajadores, el despacho se implicó en un compromiso colectivo de estrecho apoyo a un determinado movimiento obrero. No sólo a los trabajadores que genéricamente se movilizaban, sino especialmente a una determinada forma de movilizarse, de organizarse con unos específicos objetivos.

A lo largo de los años 70 pusimos en marcha junto con otros despachos laboralistas del Estado, una coordinadora de abogados laboralistas que acabó denominándose la Coordinadora Estatal de Despachos Laboralistas. La Coordinadora definió el sentido de nuestro trabajo profesional: estableció que los despachos debían estar al servicio del movimiento obrero en su lucha para la consecución del socialismo en todos los terrenos para la consecución del socialismo; de apoyo a un movimiento obrero impulsor de la auto-organización de la clase obrera. En los compromisos establecidos por la Coordinadora se describía cómo era y debía ser ese movimiento obrero: organizado en su proceso de lucha por el socialismo; luchador por la “unidad” del movimiento obrero desde la base; independiente como consecuencia del proceso de “auto-organización”; “global”, integrador de las luchas económicas, políticas, culturales… gestionadas desde las asambleas como única instancia de decisión; asentado en la “democracia de base o directa”, bajo cuyo principio las decisiones debían ser adoptadas por los propios afectados, mediante representantes o delegados revocables; “anticapitalista” como máxima expresión de la lucha autónoma de la clase trabajadora contra el sistema capitalista. Como conclusión, los despachos coordinados se situaban, y debían situarse, al margen de las centrales sindicales y de los partidos políticos, en su lucha por la unidad en el seno de la clase obrera y en la potenciación de la democracia directa contra el sistema capitalista

En esta línea nos veíamos como una organización de apoyo a las organizaciones obreras en su lucha por la emancipación política y social. Hasta nos pusimos un nombre

-¿Qué movilizaciones recuerdas con especial memoria?

-Juicio Burgos ¡970 y la  Huelga general en septiembre 1975.

 


 

 

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Memoria del antifranquismo en el País Vasco. Por qué lo hicimos (1966-1976). Pedro Ibarra   
192 páginas
16.00 euros
Pamiela



 

Pedro Ibarra narra en Memoria del antifranquismo en el País Vasco sus recuerdos de cómo fueron en Euskadi los años de la lucha social y política contra la dictadura. Una memoria personal y colectiva que se extiende desde mediados de los años 60 hasta la muerte del dictador y los primeros compases de la transición. Ibarra relata cómo y por qué se metió –junto con su compañera Carmen– en aquella lucha y cuál era el clima social que la propició. En su relato se cuentan no tanto anécdotas precisas de las cosas que pasaron en aquellos convulsos años, sino por qué y cómo pasaron. Así, esta Memoria del antifranquismo testimonia con qué objetivos se organizaron y batallaron grupos, organizaciones y movimientos sociales de toda clase que, en un proceso de construcción popular, donde todas las expectativas estaban abiertas, pusieron en jaque al moribundo régimen franquista.

Memoria del antifranquismo en el País Vasco es la narración de cómo una comunidad se puso en marcha frente a una dictadura. Una comunidad hecha del compromiso de hombres y mujeres con un rostro reconocible y nombres y apellidos concretos. Tan concretos que Pedro Ibarra, en las páginas finales del libro, da la lista de aquellos vizcaínos y vizcaínas (cerca de 4000) de los que consta que, como él, se entregaron a la causa antifranquista.

 

Pedro Ibarra Güell (Getxo, Bizkaia, 1942)

Licenciado en Derecho, abogado laboralista y de presos políticos durante el franquismo y principios de la transición, fue a partir de 1981 profesor –hoy catedrático jubilado– de Historia de las Ideas Políticas y Ciencia Política en la UPV-EHU. Ha publicado libros, artículos en revistas especializadas y en prensa sobre temas relacionados con movimientos sociales, nacionalismo y democracia.

En la actualidad es miembro del patronato de Baltistan Fundazioa, ONGD que actúa en Pakistán. Asimismo es responsable de Betiko Fundazioa, fundación dedicada al estudio e investigación sobre movimientos sociales.

Entre sus obras publicadas se encuentran títulos como El movimiento obrero en Vizcaya (1967-1977). Ideología organización y conflictividad y La evolución estratégica de ETA (1963-1987).

 

 

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[1][1] En los años 50, tanto en los seminarios del País Vasco como en las organizaciones apostólicas de la iglesia, la JOC Y HOAC, en los jesuitas y otras órdenes, existió un respetable número de curas que formó a la siguiente generación de clérigos activistas a partir de los años 60. Probablemente, esta primera generación no les conminó a que tomasen las armas dialécticas contra el régimen, pero quizás les dio suficientes argumentos para que así lo hiciesen

[2][2] Utilizo indistintamente el término identidad o el identidad colectiva, por entender que el concepto de identidad tal como lo hemos definido incorpora, por sí solo, esa dimensión compartida.

[3][3]  Ver  texto sobre la Coordinadora de fábricas de Bizkaia redactado por  Koldo Eskarpe. incoporado como Anexo al libro “Memorias del antifranquismo” de  Pedro Ibarra .  Además  de describirse que empresas estaban representadas en la misma,  puede afirmarse que el contenido del manifiesto de la coordinadora que aparece en el texto es una síntesis del discurso popular de aquellos años. Puede afirmarse que en cierto modo la coordinadora  lideraba el  movimiento del pueblo y al mismo tiempo expresaba la conciencia de ese pueblo