La
Librería de El Sueño Igualitario
Pablo
Corral Broto ha escrito un excelente trabajo sobre la protesta, en torno a lo
ambiental, en los años de la dictadura y durante los primeros tiempos de la transición.
Un
libro que toma el pulso de la protesta ciudadana, pero que deja entrever muchas
de las cosas que, hoy y ahora, son consecuencia, para bien o para mal, de
aquellos días
Imprescindible
libro para entender el hoy y ahora de los problemas ambientales con los que
tenemos que luchar y hacer frente y casi una “hoja de ruta” que nos indica cómo
podemos ir asumiendo nuevas reivindicaciones y luchas por conseguir una
convivencia con el medio ambiente.
Rolde de Estudios Aragoneses avala este excelente trabajo, repleto de
compromiso y de protesta, de otros tiempos que, en alguna manera, se asemejan a
los presentes y lo hace desde la colección “Aragón contemporáneo”. Esto es lo
que nos cuenta sobre el libro:
Rolde de Estudios Aragoneses edita una historia de los conflictos ambientales
en la Zaragoza del franquismo y la transición a la democracia.
Protesta y ciudadanía, de Pablo Corral, cede el protagonismo a las voces contra
la contaminación, los riesgos ambientales y al «saqueo» de recursos que
acompañaron la aceleración del ritmo de industrialización y urbanización.
El historiador Pablo Corral Broto adapta a la realidad de Zaragoza una parte
fundamental de su tesis doctoral, dedicada a Aragón, y defendida en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. El origen académico del trabajo
no eclipsa un amplio tratamiento divulgativo, respaldado por abundante
información gráfica, intentando acercar a la ciudadanía un episodio
importantísimo de su historia reciente.
El protagonismo de la reivindicación vecinal en esos años de demanda de mejoras
cotidianas, de denuncia, junto a la emergencia de diferentes actores sociales e
interpelaciones a las libertades robadas durante el franquismo… es piedra
angular del trabajo.
¿De dónde viene el afán por las presas, los trasvases, las centrales nucleares
y el desarrollo del sector eléctrico sin rendir cuentas a la ciudadanía? ¿Por
qué esa obsesión por urbanizar hasta el infinito en España? Todas esas
cuestiones habría que buscarlas, en su esencia, en la dictadura de Franco, y
este libro se propone trasladarlas a una Zaragoza en desordenado crecimiento.
La población actuó contra los problemas de contaminación ambiental, los riesgos
ambientales y el «saqueo» de recursos con la aceleración de la
industrialización y la urbanización. A pesar de ejecutarse a golpe de
represión, no todo el mundo permaneció en silencio. Gracias a vecinos,
científicos, asociaciones…, los conflictos ambientales estallaron a finales del
franquismo. Las incipientes y nuevas culturas ambientales que exigirían un
control democrático del medio ambiente comenzaron a resurgir de las cenizas de
lo más oscuro del país. Los zaragozanos y aragoneses comenzaban entonces a
adelantarse a la historia en el terreno ambiental
Cazarabet
conversa con Pablo Corral Broto:
-Pablo, por favor, coméntanos el por qué de este libro: de escoger ese
tiempo de protesta, me refiero a la horquilla temporal entre 1939-1979…
-Escogí esta horquilla leyendo a Ortiz Heras, en un artículo que, allá
por 2004, criticaba la cronología del franquismo. Tras ir a los archivos, se me
impuso esta cronología porque, tras la guerra civil, los franquistas ocuparon
todas las instituciones en 1939 y no salen de todas ellas hasta 1979, eso se
“huele” en la documentación. Hoy sabemos que el franquismo continúa sin
“franquistas”… desde la amnistía de 1977 ¡son todos oficialmente “demócratas”!
-Fueron tiempos de protesta que tu además diriges
en tu estudio e investigación no tanto en lo político---aunque la política lo
dirige todo—como en lo social en consonancia en lo que eran los conflictos
ambientales en los años del franquismo y, también, en los primeros del
postfranquismo. Era, mejor dicho, fue un tiempo difícil en todos los campos de
la protesta, pero puede que a mucha gente ni se encontrase, ni casi viese el
problema ambiental porque bastante tuviese, sobre todo en los primeros años del
franquismo, con sobrevivir. ¿Cómo lo ves?, ¿Qué nos puedes reflexionar?
-La posguerra española borró casi cualquier margen de maniobra de
protesta popular, no hay casi ni una sola huella ecológica que nos haga
pensar en una forma de resistir y de quejarse, sabemos que en períodos de
hambrunas y catástrofes sobrevivir es la prioridad. Quizás Catalunya, con incursiones
anarquistas sea la excepción. Y el Maquis, claro, era vida o muerte. Los
conceptos de “protesta” y “social” en los años cuarenta están por demostrar.
Sin embargo, hay que seguir estudiando otras regiones españolas. En Aragón, las
protestas ambientales, dentro y “medio” dentro de la legalidad del régimen, no
aparecen hasta 1950.
-Y aún después, cualquiera le discute a la
dictadura sus posicionamientos que iban por aquellos años muy alejados del
respeto por lo ambiental y por nuestra convivencia con él al menos por parte
del poder, las empresas que querían o pretendían hacerse paso casi a hachazos.
-Cualquiera no, pero algunos terratenientes no se quedaron callados
contra las industrias contaminantes. Es más, arrastraron tras de sí a “humildes
labradores”, así es como en Tarazona acabaron con una
celulosa en apenas 20 años. Eso fue poco a poco “minando” el orden ambiental
del régimen franquista, su idea de industrializarlo todo, de invadir hasta la
última gota de agua de los ríos con bellos tonos “ocres y tintados”… En nuestro
Aragón querido, tanto fue así que se llegó a que, entre 1962-1967 en Mequinenza, se enfrentaran los afectados por la inundación
forzada no sólo a la ENHER, sino a la Guardia Civil franquista que venía a
disolver las primeras manifestaciones ilegales. Claro esto fue en Mequinenza, donde los mineros habían levantado el mentón
como en Asturias y ahora el pueblo se veía inundado, minas y todo… Hay que leer
Camí de Sirga, de Jesús Moncada, el
Zola o Flaubert aragonés, para entender todo esto.
-Puede que sea porque no entendamos que nuestra
salud y nuestro bienestar, hoy como ayer, debe depender de un punto de vista
holístico e integral. ¿Qué piensas?
-Una empresa echa humo, ese humo quema la alfalfa, esa alfalfa quemada
nutre a las vacas, las vacas dan leche y los niños la consumen. Esto que no es
más que una contaminación incrustada en la cadena trófica para un ecólogo, es
la cadena lógica y racional de los vecinos de Avenida Cataluña (Zaragoza) en
torno a 1960 o 1970, no recuerdo bien. Eso demuestra que cualquier ser humano
puede imaginar que el humo es malo, pero tras respirarlo y toser se sabe,
se experimenta que lo es, aparece una innata razón ambiental. Esa razón
ambiental es popular y es científica, es profana y es experta. ¡Es posible en
cualquiera! Cuando ves humo, peces muertos, cosechas quemadas y a niños y
ancianos tener enfermedades respiratorias, los conceptos como “holístico” o
“integral” sólo ayudan a traducir a otro lenguaje humano una realidad y
una experiencia vital de donde emana este saber más elemental, lo que yo
englobé en formas de razonamiento ambiental. El razonamiento ambiental popular
es vivenciado y material. Los conceptos e ideal
lógicas son abstracciones del lenguaje. Respirar humo, vivir sin ver un sólo
árbol ni el cielo, esto no es lenguaje, quizás por eso defiendo el materialismo
en la historia ambiental, sin que ello signifique que debamos ser negligentes
con el lenguaje y las palabras, lo contrario. Pero la historia social del medio
ambiente debe partir del daño material que tradujeron las personas y sociedades
que estudiamos. No sólo de élites o aventajados letrados.
-De todas formas hubo protestas y movilizaciones ciudadanas de
personas que veían más allá del miedo y del plato de garbanzos (con todos los
respectos) y que miraban al futuro en más de una dimensión. Cuéntanos un poco
en las génesis de estas protestas, de su desarrollo y evolución.
-Creo que cuando en los años sesenta la gente empieza a “soltarse la
melena” o “perder el miedo” (proceso inacabado, a mi entender) es porque ya
están tan hartas. Si me permitís, es como las españolas contra Gallardón,
cuando él quería meterlas en un pasado podrido y gris de natalidad y de vírgenes
santísimas. Muchos lustros de dictadura cansan y matan lentamente, en los
sesenta y setenta hay gente, de edades y estatus diversos, que dicen “ya
basta”. Lo interesante de este libro, de describir cómo se podía protestar
contra la contaminación, o contra un pantano, o contra una nuclear, un trasvase
o una pista de esquí y, que, honestamente, creo que es el primero de historia
ambiental del (anti)franquismo, es ver cuándo esa actitud aparece, se
colectiviza, se socializa y se expande como la espuma de los vertidos de las
plantas celulosas en los ríos Queiles, Gállego y
Ebro. Y lo hacen corriendo tras la Guardia Civil o, ¡dando sus datos
personales!, con quejas manuscritas dirigidas a su excelencia y a sus secuaces,
los gobernadores civiles.
-Incorporas este estudio e investigación a
Aragón. Coméntanos las razones, el por qué.
-¿Por qué un historiador como yo iba a estudiar algo que ni le va, ni
le viene? Mi país y mi pasado es Aragón. He vivido desde la infancia la
historia de los desplazamientos forzados por embalses, la necesidad de volver a
la naturaleza del Pirineo en las vacaciones y el mal sabor y olor del agua y
del aire de Zaragoza cuando allí me fui a estudiar. La infancia es la edad
donde uno comienza a sentir la injusticia y, obviamente, la justicia humana y
comprensiva. Hoy seguramente estudiaría lo que vivo en Saboya, en los Alpes, o
lo que viví en los barrios populares de Porte d'Aubertvilliers
en París… Pero es que, además, Aragón es el país donde más historias se han
forjado como determinantes para la Historia de España, no sé por qué, pero
siento que esa tierra natal mía, mejor dicho sus gentes, siempre se adelantan a
la historia… pero sin sacar mucho beneficio de ello: las colectividades y la
nueva cultura del agua hunden su huella en pasados y sociedades anteriores muy
interesantes, pues el tiempo deja su huella en el espacio y viceversa, si no no haría historia ambiental.
-Cuando nos encontramos con libros como el
presente nos preguntamos por el proceso y el trabajo de documentación e
investigación:¿cómo ha sido y cuánto tiempo te ha llevado?
-Ha sido tan duro que sé que bajo ningún concepto lo volvería a hacer.
Hoy le digo a mis alumnas y alumnos que se busquen un empleo, y que investiguen
cuando tengan su seguridad alimentaria y su autonomía cubiertas. Porque si no
eres un esclavo y cumples órdenes. ¡Así no se puede inventar, ni pensar! El
tiempo es lo de menos. El mío me costó casi una década, o sin casi, pues ha
dependido de condiciones económicas muy desfavorables. Lo que podría haber
hecho en 3 años quedándome en Aragón, se extendió a 7 teniendo que emigrar a
Francia. Emigrar a Francia me ayudó a ser más exigente y a ser más metódico y
planificado. La desigualdad es más eficaz para crear que cualquier think tank, te obliga a descubrir
“el” método y a respetarlo para poder llegar al final sin caerte por el camino.
Los economistas, o microeconomistas, saben que
cualquier madre de Costa de Marfil es mejor matemática que e
chorizo de Rodrigo Rato. La pobreza y la injusticia es lo más ingenioso que he
visto en mi vida. Este trabajo nace en un contexto de investigación precaria y
luego de exilio económico. Estando en Francia, tuve que darme cuenta que debía
concentrarme sobre Aragón, y olvidarme del think
big, de toda España, descubrí, cosa que intuía,
que había que ir a todos los archivos locales donde hubiese pruebas de
conflictos ambientales y, a la vez, encontrar en los archivos nacionales que
esto que pasaba en Aragón no era una excepción. La clave de esto estuvo en un
archivo regional, capaz de relacionarme constantemente con lo local y lo
nacional. Junto con Sescún Marías pudimos sentarnos
a pensar como el Gobernador Civil franquista, y pasamos mucho tiempo en ese
archivo con un archivista que escuchaba Radio Clásica. Allí se hilvanó una
tesis doctoral y las historias que publico. Ese pensar desde el sitio de un
gobernador ha sido la clave, porque era él quien decidía lo que pasaba y lo que
no, hacia arriba y hacia abajo. Si Trillo-Figueroa padre no hubiera enviado a
la Policía a multar a la Industrial Química de Zaragoza, a apaciguar a
base de tocineras o a amonestar a los que tiraban basuras contra la fábrica no
habría podido descubrir hasta qué punto lo que leía en Andalán
y lo que sabía por los libros de Mario Gaviria, Biescas
Ferrer o Mariano Hormigón era una realidad. Ese es nuestro oficio, encontrar
pruebas documentales que permitan repetir libros y verdades que ya se pensaban
en su momento. Hacer historia es saber decir: tenían razón, sí, lo sabían, eso
pasó, así fue, para bien, y para mal. Punto.
-Hay que tener para ello, también para ponerle
orden a todo ello, una metodología de trabajo bastante estricta. ¿Cómo te lo
has hecho?
-Si os lo digo, el oficio de historiador desaparecería y cualquiera
sería historiadora o historiador, me quedaría sin trabajo, es como la receta
del refresco de hoja de coca… ¡Pues os lo voy a decir! Hay que imaginar
la situación, la realidad, hasta la cara de la persona que está detrás de
cualquier fuente, de archivo, de hemeroteca (revistas), de libros, de
entrevistas, de vídeos, de cintas de casetes, de cuadros, de lo que sea, y… de
manera intuitiva o, si uno domina las bases de datos, imaginar o establecer
relaciones y así, de forma racional, se multiplican las fuentes capaces de
darnos una seguridad contrastiva de un hecho que establecemos como real, y que
hay que demostrar. Una fuente lleva siempre a otra. Esto no debe pararse. El
historiador que lo hace manipula, o desconoce. Hay que intentar abarcar el
máximo y saber determinar cuando ya la historia no va a cambiar y se repetirá.
Personalmente me ayudó mucho digitalizar las fuentes, fotografiarlas, para
poderlas leer muchas veces. También hacer tablas que permitan búsquedas, Sescún Marias y Geneviève Massard están detrás de toda la metodología que seguí. Yo inventé un
archivo de historia ambiental con todo eso, porque soy consciente de que no fui
capaz de leer todo lo que el pasado da de sí. Y porque sé que he de someterme a
la crítica de otras personas del oficio. No inventamos solos nunca. La historia
es abierta. Y como ciencia abierta se puede y debe abrir dando a conocer sus
códigos y sus fuentes. La historia sólo puede ser como una licencia creative commons.
Hoy si alguien va al REA (Rolde de Estudios Aragoneses) y pregunta por el AHAA
(Archivo de historia ambiental de Aragón) puede ver que mi código es de fuente
abierta y hacer sus propias preguntas al pasado. Y demostrar si me equivoqué o
si di en lo cierto. Hasta que esto no sea posible, la historia no será un saber
plural y universal, pluriversal, sino pura propiedad
privada. Hay que luchar contra esa patrimonialización,
el botín no es de uno sólo. Para ello hay que deshacer, o destruir las
academias, tal y como las conocemos. Porque si el fin es permitir que se
reproduzca el experimento y, hoy por hoy, no podemos reproducir muchos
experimentos de historiadores españoles, esto no es ciencia, ni historia. Son
ventas de libros, o certificados de la agencia de investigación de turno, o
puntos para el concurso oposición, pero no es hacer historia a conciencia. Sólo
podemos comprarlos o copiarlos, pero no reproducirlos. Nos aleja de la ciencia,
de la historia, y se asemeja más a un producto comercial.
-Volvamos un poco más al libro como tal: ¿Cómo convivió el medio
ambiente y su estado de salud con la posguerra?; ¿y con el desarrollismo?
-La posguerra es lo que más desconozco, y agradezco que insistas. Los
silencios en los archivos son enigmas a resolver. Roger Tur le dijo al
gobernador de Zaragoza en 1947 que no podía quedarse sin agua su fábrica de
regalices, por mucho que fuese necesaria para regar campos o para beber, y que
además se lo iba a decir al ministerio central y a los clientes de sus
productos, los consumidores americanos, para que no parase esta fábrica ni las
divisas que traía de USA en momentos de crisis económica. Esto, demuestra cómo
la seguridad alimenticia nunca estuvo garantizada durante la posguerra, a esa
misma conclusión se llega desde la historia ambiental. Volvemos a demostrar lo
que ya se ha demostrado desde la historia social, política, agraria y
económica. Sin embargo, me gustaría seguir investigando más en Madrid o
Barcelona, o Huelva, Valencia, Sagunto, Asturias o el País Vasco. Hay un
historiador que analiza el Madrid cautivo y otro que va a presentar sus
resultados de su tesis sobre el medio ambiente y la posguerra. Hay que seguir a
Santiago Gorostiza y a Alejandro Pérez-Olivares si se quiere pensar la historia
de la posguerra en términos ambientales. Es necesario. Yo he podido explicar
más cosas sobre el desarrollismo. ¿Por qué? Por el agua. Como decía un
personaje de una película de Icíar Bollaín: “el agua es la vida”. En Aragón el agua atrajo
para producir electricidad y para suministrar en agua a las industrias
siguientes: a Aluminio de Galicia, a las celulosas aragonesas y navarras (muy
importantes cuando no había otras fibras que las vegetales, pensemos que el
lago Baikal lo contaminó Khrouchtchev
con este tipo de industrias de fibras en 1954), a Monsanto, a Pechiney, a Ugine-Khulman (por
cierto, por ahora vivo a unos kilómetros de Ugine, la
ciudad de esta empresa que tanto contaminó en Monzón con su filial Hidro-Nitro) y además estas necesitaban energía y para eso
EIASA, ENHER, ENDESA, ENCASO, etc. y las minas de Teruel, Utrillas
y Mequinenza se brindaron a explotar esta tierra y a
producir, mediante la electrólisis (agua más energía) o mediante procesos
mecánicos, químicos, hidráulicos o de combustión productos siderometalúrgicos,
químicos, pastas vegetales, energía, etc. El desarrollismo alteró los
equilibrios ambientales anteriores, las personas tuvieron que emigrar, los capitales
tampoco se quedaron en Aragón y sólo quedó la contaminación y los desastres
ecológicos. También el desarrollismo atacó el estado de salud de la población,
es más, se debía no considerar la salud de nadie si se quería aumentar el
rendimiento económico de todas estas industrias. Todo lo demás era
“antieconómico”, algo así como decir subhumano, bárbaro o indígena en el siglo
XVI. Por eso se dijo después que lo que estaba pasando era una “colonización
interior”. El desarrollismo es el viejo colonialismo, desde su raíz, Colón, en
una época más moderna y con un capitalismo más avanzado. Pero se resume a
intercambiar oro por espejos, los espejos ahora eran la modernidad industrial,
el televisor y el seiscientos, pero no dejaba de ser algo superfluo y sin valor
material, puro fetiche. A cambio se llevaron el oro blanco, el agua, esencial
para la vida en la tierra, pera las sociedades de montaña y agrarias. Destruían
un modelo de sociedad porque no generaba rentas similares. Las encomiendas de
antaño, las haciendas de los caciques de antaño, ahora debían ser las represas,
las chimeneas y los humos de las industrias. Todo esto con préstamos del FMI y
del BM, claro, pues Franco, como sabía Fuentes Quintana, quien era un
economista prometedor del régimen, no hizo más que negociar deuda a cambio de
aplicar desarrollismo, especular, corromper y destruir el medio ambiente de los
pueblos. No hemos cambiado mucho en cuestiones económicas me parece...
-Te hacía las preguntas anteriores porque... la
cultura ambiental en el franquismo ¿cómo fue?; ¿cómo se fue gestando y cómo fue
evolucionando?; ¿Se fue como conjugando con algunas ideologías que vivían en la
clandestinidad?
-De un “vecino que pide justicia” al “todos unidos en asamblea” hay
toda una transformación colectiva. Cuando la institución externa ataca, una
empresa, un ministerio, un interés externo vamos, los afectados siempre se
organizan. Siempre. Si pueden actúan, piensan colectivamente la mejor
estrategia. Si no pueden, se rinden y se van. Emigran. O se callan, pero ¿este
silencio es definitivo? Creo demostrar que en Aragón no lo fue, hubo una
transformación, silencios y derrotas y resistencias y victorias. Por ejemplo,
no tenemos ni una sola central nuclear de las que querían plantar alrededor del
Ebro. De Tudela, Escatrón, Sastago,
Chalamera y Ascó, sólo
pudieron instalar la de Ascó. Pero esta victoria vino
tras años de resistencia y de creación de una cultura ambiental “defensiva”, si
se quiere, contra la contaminación industrial y contra los grandes embalses
realizados. Esta transformación se debió tanto a la continuidad del daño
ambiental, como a la politización de personas que no estaban comprometidas con
acabar con el régimen. Algo así como un 15M, donde hay una sociedad que no
puede soportar las cargas de los gobernantes y donde no todos saben que esas
cargas son consecuencias de unas ideologías de dominación y de explotación muy
viejas. Ese cambio cultural se dio, como se da en el 15M, actuando, todos
unidos en esos fines, en esa voluntad de transformación. Aunque no todos tenían
esa voluntad trabajada, algunos tenían años de reflexión, y por qué no decirlo,
años de aislamiento reflexivo, mientras que otros querían simplemente acabar
con la injusticia. Tuvieron que pensar sobre la marcha, y eso siempre produce cambios
y transformaciones en las culturas políticas del lugar. La cultura ambiental
del franquismo pasó del: desarrolla mientras puedas, al vosotros los que
queréis trasvasar mano de obra, agua y capitales. La clandestinidad dejo así de
tener que esconderse y se vio desbordada. En Aragón la sumisión ambiental
siempre parece ir compensada con resistencias ambientales posteriores, al menos
para el franquismo. ¡Estoy deseando llegar a los años ochenta!
-Aragón es muy particular porque es una amplia región que tiene
aglutinaciones de población en torno a algunos lugares y el resto es como un
amplio vacío; de esa despoblación se encargó el régimen de aprovecharse para
implantar medidas nada en consonancia con “lo natural”, me refiero, por
ejemplo, a los enormes y numerosos embalses con los que se ha castigado a esta
región (pongo un ejemplo)
-Como decía, los calificaron de “antieconómicos” y arrasaron con todos,
y con todo. Crearon vacíos pues rompieron los canales naturales de comunicación
y de intercambio que eran los ríos y las vías de comunicación. Los “desiertos”
o baldíos de montaña los inventó Franco, con ayuda inestimable del abogado
primero y juez después Bolea Foradada, ese “gran”
franquista. Cuando vacías un territorio, lo sumerges e impides que la sociedad
local sobreviva, ese territorio ya no es natural. Es algo creado e inventado para la producción. Lo natural para el ser
humano es algo de talla humana, y eso lo sabían las sociedades agrarias y de
montaña que se vieron agredidas. Sus dificultades hoy serían otras, como sabe
la antropología.
-Pero aquella despoblación o parte de ella,
también se planificó o se fomentó, ¿no?
-Todos los movimientos de población son consecuencias políticas de
formas de gobierno autoritarias. La despoblación, y la repoblación, es el
resultado de expulsiones y traslados calculados de personas desde un lugar
determinado. Lo saben los medievalistas, los modernistas y los que hacemos
historia ambienta. José María Cuesta, quien fue mi coordinador Erasmus en
Toulouse lo demostró mejor que yo en Aragón. Se calculó y se cifró, su libro lo
edito el REA-CEDDAR también.
El cambio de esa
vida a pasar a residir en una metrópoli como Zaragoza, Barcelona, París o
Toulouse es brutal. Estamos ante un fenómeno de destrucción de sociedades nativas,
locales, mucho más equilibradas con el medio ambiente que sólo necesitaban
servicios como médicos, maestros y producción eléctrica a pequeña escala. Comparemos
la presa de La Fortunada, célebre con la Bolsa de
Bielsa, con la de Mediano y El Grado. Eso fue un etnocidio planificado. Hay que
nombrarlo, historiarlo y escribirlo. Es nuestro deber como historiadores. Las
sociedades humanas que desaparecen se llevan consigo formas de manejo
tradicional mucho más adaptadas a la naturaleza, léanse a González de Molina, Enric Tello y sus equipos de historia ambiental. Y con ese
proceso de abandono de sociedades “adaptadas” al medio se crea especulación
urbana, barrios maltrechos, masificaciones periféricas, ¡las injusticias
ambientales son interdependientes! El desarrollismo es otra manera más de
colonizar todo lo que existe. Por eso hay que demostrar estas conexiones. Y los
barrios de Zaragoza se dieron cuenta ya en los años setenta. Por eso no sólo
protestaron en Zaragoza contra la contaminación industrial o la falta de
espacios verdes, sino también contra el trasvase, las nucleares, los grandes
embalses… Es lo que el libro que ahora sale demuestra en Aragón. “Colonizar” la
naturaleza de estos pueblos de montaña y de secano, conllevaba un proceso
parejo de “colonizar” la ciudad franquista. Hasta el punto de que los vecinos
se inventaron el “derecho al medio ambiente”, porque no podían decidir nada
sobre su naturaleza urbana. Eso pasó, se segregó, creando injusticias y repartiéndolas
de forma desequilibrada, dentro de un crecimiento desmedido de la ciudad
industrial, o industriosa. Mientras algunos hicieron riquezas, claro.
-Y la despoblación termina incidiendo en el medio
ambiente como las aglutinaciones lo hacen, también, alrededor de unos pocos
núcleos
-Claro, incide en el medio ambiente que se abandona y en el que se
coloniza. Ese medio ambiente quedó sin personas que lo necesitasen
cotidianamente para vivir. Se dejó en manos de saqueadores, estaciones de
esquí, empresas de electricidad, industrias químicas arrasadoras, monterías de
caza y holdings por el estilo. Esos despoblados tampoco tuvieron un
destino mejor, pues se concentraron en lugares insalubres y contaminados, en
las periferias de las metrópolis del desarrollismo.
-Creo, con mi ignorancia, que una cosa y otra son perjudiciales para
la integridad y la convivencia de lo humano con lo ambiental, ¿no?
-Pues sí, eso crea infelicidad y apatía. No se quiere lo que se
desconoce y no se cuida lo que no se puede controlar como antes. No hay
desplazados felices, ni amontonados contentos. Todo ello influye en una
sociedad, la destruye. El Franquismo destruyó unas sociedades que no querían
morir y creó algo que no quería crecer, ese fue su plan. Todo a la fuerza y
contrario a la voluntad de todos, incluso, de algunos franquistas mismos que se
dieron cuenta de las barbaridades que suponía la industrialización del espacio
rural, urbano y de montaña.
-En las luchas y reivindicaciones obreras y
sociales habían demandas ambientales, de convivencia con lo ambiental, pero ¿crees
que “se utilizó” la “causa ambiental” para poder argumentar una protesta que
iba más allá y se era, también, muy política?
-Al día siguiente de las elecciones de junio de 1977, se observa que
sí, que el medio ambiente había sido una excusa para llegar al sillón. Deiba, Coacinca y los que
luchaban contra la central nuclear de Ascó así se lo
echaron en cara a los partidos de izquierda, concretamente a los elegidos de
parlamentos varios. Hasta diciembre de 1976 creo que no. El desencanto creo que
viene por esos “abandonos” políticos. Muchas personas se dieron cuenta de que
no todos los que habían luchado contra el embalse de Campo, o por el traslado
de la Industrial Química, iban a dejar de luchar. Eso hay que estudiarlo y
documentarlo. Por ejemplo, pasó así con Comisiones Obreras y con el PSOE o el
PCE. Estos sindicatos y partidos políticos eran utilitaristas, en el sentido
más próximo al de Stuart Mill, por interés se
hicieron ambientales. Acabarían siendo colaboradores del desarrollismo y las
fuentes de las críticas en los 80 y 90, pero a esas décadas aún no he llegado.
Ahora vamos a llegar y esperamos hacerles las mismas preguntas que a las
fuentes del franquismo. Mi hipótesis es que el “franquismo ambiental” mutó,
pero las formas quedan incrustadas.
-Aragón tiene, aún hoy, quizás más que nunca
muchas cuentas pendientes con la convivencia medioambiental, ¿qué nos puedes
comentar?
-Que esas cuentas pendientes no las tiene el pueblo, sino las compañías
y los políticos que se beneficiaron. Por eso es necesaria una historia
ambiental que no dependa ni de esas empresas ni de los sistemas políticos que
les han dejado matar a tanta gente. Porque hay muertos, enfermos y muchas más
cosas que se pueden calcular. Espero que un futuro se puedan sentar en algún
tribunal popular y se les haga el mismo juicio que aún no hemos podido hacer a
los sublevados franquistas. Sueño con el día con que las expropiaciones
forzosas cambien de bando, y se expropie lo que robaron a Endesa, o a Monsanto
(o a Bayer si le compra su parte de responsabilidad), a Hidro-Nitro,
etc. y paguen así por el daño ambiental que causaron. En términos de justicia
económica y ambiental, la historia aún tiene mucho que decir. No soy ingenuo,
pues sé que ese sueño no lo verán las generaciones que vieron cómo destruían
sus casas, como en Mequinenza. Pero las generaciones
venideras sí que sabrán que eso fue algo abominable, algo propio de los
horrores occidentales del siglo XX, y que para ponerle fin la mentira nunca basta.
La sociedad “ambiental” la inventaron los que sufrieron esas injusticias y los
que las vivieron directa o indirectamente, eso va de generación en generación,
es genético. Hay que reconocer daños, transformar y reconocer errores, no
podemos seguir produciendo energía así, ni allí. Es posible darle la vuelta a
todo esto y volver a sociedades conscientes de sus límites. Esto llevará
tiempo… pero ya es posible pensarlo. Esas ideas nacieron en los años setenta en
Aragón y nos van siguiendo de cerca...
-Parece que se trata, a veces, o es lo
que me parece de desmembrar algunas zonas rurales hasta llevarlas a la
despoblación o al borde de ellas para luego como habrá poca ciudadanía “armada”
para la protesta hacer con este territorio casi, casi lo que place a los
gobernantes a merced de grandes intereses, lobbies, empresas. ¿Qué nos puedes
comentar?
-Que hay que repoblar para resistir. Tenemos que poder
volver. Mira, somos 2 millones y medio de exiliados forzosos. Sólo necesitamos
una renta básica y volveremos a esos grandes vacíos de la historia. Después de
emigrar, uno puede vivir donde sea. Solo hay que hacerlo de forma colectiva. Si
hay zonas despobladas, solo hay que poblarlas. Pero no basta con plantarse,
como en “Amanece que no es poco”, hay que apropiarse de lo que nos rodea. Pero
para eso hay que expropiar a los ladrones, echarlos a las buenas o a las malas.
En ello tenemos que invertir nuestras fuerzas, en recuperar lo que es nuestro,
nuestra tierra, aunque no lo veamos nosotros, que lo vean las generaciones
futuras. Pues sí. Hay que pensar en la juventud y en las generaciones que
merecen algo mejor que lo que hemos vivido nosotros. Por eso somos mamíferos
con memoria y con historia. De esa generosidad vendrá la repoblación
transformadora del mundo. Quitaremos cemento para poner huertos. ¡Y encima no
nos faltará la luz! Ahora, la luz tiene que ser de todos para poder crear. La
luz es un derecho universal. Si no, que le pregunten a Velázquez… (por algo hice Humanidades). Salud.
23323
Protesta y
ciudadanía. Conflictos ambientales durante el franquismo en Zaragoza
(1939-1979). Pablo
Corral Broto
312 páginas 15 x 21 cms.
21,00 euros
Rolde de Estudios Aragoneses
Rolde de Estudios Aragoneses
edita una historia de los conflictos ambientales en la Zaragoza del franquismo
y la transición a la democracia.
Protesta y ciudadanía, de Pablo Corral, cede el protagonismo a las voces contra
la contaminación, los riesgos ambientales y al «saqueo» de recursos que
acompañaron la aceleración del ritmo de industrialización y urbanización.
El historiador Pablo Corral Broto adapta a la realidad de Zaragoza una parte
fundamental de su tesis doctoral, dedicada a Aragón, y defendida en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. El origen académico del trabajo
no eclipsa un amplio tratamiento divulgativo, respaldado por abundante
información gráfica, intentando acercar a la ciudadanía un episodio
importantísimo de su historia reciente.
El protagonismo de la reivindicación vecinal en esos años de demanda de mejoras
cotidianas, de denuncia, junto a la emergencia de diferentes actores sociales e
interpelaciones a las libertades robadas durante el franquismo… es piedra
angular del trabajo.
¿De dónde viene el afán por las presas, los trasvases, las centrales nucleares
y el desarrollo del sector eléctrico sin rendir cuentas a la ciudadanía? ¿Por
qué esa obsesión por urbanizar hasta el infinito en España? Todas esas
cuestiones habría que buscarlas, en su esencia, en la dictadura de Franco, y
este libro se propone trasladarlas a una Zaragoza en desordenado crecimiento.
La población actuó contra los problemas de contaminación ambiental, los riesgos
ambientales y el «saqueo» de recursos con la aceleración de la
industrialización y la urbanización. A pesar de ejecutarse a golpe de
represión, no todo el mundo permaneció en silencio. Gracias a vecinos,
científicos, asociaciones…, los conflictos ambientales estallaron a finales del
franquismo. Las incipientes y nuevas culturas ambientales que exigirían un
control democrático del medio ambiente comenzaron a resurgir de las cenizas de
lo más oscuro del país. Los zaragozanos y aragoneses comenzaban entonces a
adelantarse a la historia en el terreno ambiental.
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