La Librería de El Sueño Igualitario
Cazarabet conversa con... Jesús Díaz
Herrera, autor de “Nacuxa: contempla y acoge. Los
cristianos en África y una duda libertaria” (Papiro Alcarria)
Un libro
impreso en los talleres autogestionados "El Taller" bajo el
sello de Papiro Alcarria y escrito por Jesús Díaz Herrera.
El libro
nos habla de la Misión que hay en Nacuxa, en la
provincia de Nampula (Mozambique)
.
En el libro de Jesús Díaz se mezclan
inquietudes personales relativas a la fe, la identidad libertaria, la historia
de vida, con la crítica político-social.
Enlaces que te pueden ir bien para
entender la situación:
http://www.rtve.es/alacarta/videos/pueblo-de-dios/pueblo-dios-nacuxa-vivero-lideres/2557291/
http://www.rtve.es/alacarta/videos/pueblo-de-dios/pueblo-dios-mozambique-misionero/4009638/
https://famvin.org/es/2017/02/26/misionero-paul-espanol-mozambique-forma-tecnicos-agrarios-hambre/
El autor ya estuvo con nosotros con:
El liderazgo político de Ángel
Pestaña. De la ortodoxia anarquista al posibilismo libertario.- http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/pestana.htm
Lo que nos dice la sinopsis del libro:
Ni la distancia es el olvido ni el
tiempo lo cura todo…, pero a menudo sirve para lograr la integración positiva
de las experiencias que nos han hecho sufrir y, más que para perdonar a los
demás – que también – por el dolor que nos hayan podido causar, sirve para
perdonarnos a nosotros mismos mirando de frente y aceptando nuestros propios
errores. Puede servir la distancia para encontrar el sentido a nuestra vida aún
en medio del silencio más escandaloso, agobiados por el eco de nuestros
pensamientos hasta aprender a disfrutar en soledad de la compañía de todos.
Llegué a Mozambique el primer día de
abril del año 2016, herido y patas arriba,
con una sed insoportable de saber y comprender. Quería saber acerca del mundo,
del cielo y de la tierra, del porqué de la injusticia y del sentido de la
penalidad; de la miseria y la riqueza, sobre los vivos y los muertos. Quería
comprender mi lugar en nuestro tiempo y el mejor modo de abrir las puertas que
aparecían de repente ante mí. Necesitaba compartir el proceso personal que se
me anunciaba con cada soplo de aire fresco sin saber muy bien de dónde procedía
éste, y por qué oreaba cavidades huecas que hasta entonces no se habían
revelado en mi interior.
Encontré en el diario personal el formato más apropiado para
interactuar. Este libro nació como un blog en el que desde el África más lejana
daba cuenta cada noche de mis pensamientos con el afán de compartir mis
soliloquios y sentirme acompañado. En este discurrir desordenado asoman la
cabeza como accidentalmente ideas y disquisiciones que de haberme parado a
pensar las hubiese excluido inmediatamente. Son algo así como “diamantes en un
basurero”, que dijo Virginia Woolf al referirse al montón de palabras que escupía
en su diario. Es por ello que quiero animar al lector a dejarse hacer, y a
buscar entre las letras esos diamantes que puedan hacerle pensar. Para ello es
preciso no dejarse arrastrar por caricaturas ideológicas o clichés respecto a
cuestiones de Fe o de política.
André Frossard,
cuya iluminación no alcanzo a entender, decía que hubo un tiempo, antes de su
conversión, en el que no podía entender el mundo de otro modo que no fuera “una
historia” y “una política”; un lugar en el que la metafísica era “el más
decepcionante de los pasatiempos”. No es la intención de este libro dar
testimonio de una conversión repentina, mágica, inexplicable e infundada, pero
en lo que nos pueda unir su templado comunismo, para martirio de su padre, y mi
inclinación libertaria, comparto con él la idea de Jesús como un posible
camarada. Si su figura hubiese alumbrado nuestro tiempo con su fuego
revolucionario nosotros no hubiéramos sido de los suyos tal vez, pero, en
palabras de Frossard “Él habría podido ser de los
nuestros por su amor a los pobres, su severidad con respecto a los poderosos, y
sobre todo por el hecho de que había sido la víctima de los sacerdotes, en todo
caso de los situados más alto, el ajusticiado por el poder y por su aparato de
represión.”
Yo no he sufrido ningún fogonazo
espiritual, ni han sonado clarines en el fondo de mi alma; tampoco he escuchado
una voz que me diga nada concreto, pero como soy consciente de la limitación de
mi intelecto me conformo con hacer una lectura anarquista de Jesús de Nazaret,
alejado del control magisterial de la Iglesia. Yo quiero creer en un Jesús
conflictivo, en un Jesús que rompió con el sanedrín y promovió la subversión
contra las bases de poder tradicional. Yo quiero creer en esa Iglesia combativa
que veo en las tierras de Misión, aquí y allá. Sólo así he podido acercarme a
Él… porque de lo que algunos hombres han hecho de Dios, con sotana o sin ella,
yo no quiero saber nada.
Esta ha sido mi experiencia, y os la
quiero contar.
La biografía de Jesús en la que se nos
presenta él mismo:
Nací en Sevilla en el año 1978,
pero ni el acento heredé del sur de España; si mantengo el “deje” es por
haberlo escuchado en casa obstinadamente, desde muy pequeño, salir de la boca
de mis padres por efecto de su enculturación. Juan, mi padre, primogénito entre
siete hermanos, degustó desde la cuna los sinsabores de una posguerra que
atronó a mis abuelos hasta el punto de hacerlos enmudecer. Lo más cerca que
estuvo de una escuela, mi padre, fue de la que regentaba Pepita Jiménez –
maestra ilustre de Marchena – esperando a mi madre, de familia humilde también
aunque algo más acomodada gracias a la venta de cal de Morón de la Frontera que
su padre, mi abuelo Rafael, vendía por las calles a voz en grito. Rosario, que
así es como se llama mi madre, antes de cambiar los bucólicos dictados de su
cartilla por los algodonales de la campiña sevillana alcanzó a leer y escribir
con la suficiente gracia y soltura como para poder transmitir este saber a mi
padre, que se las tuvo tiesas más de una vez, por rebelde, con algún que otro
señorito de papá que pretendía extender sus condominios más allá de su
blanquecino cortijo. El agostamiento que le producía este ambiente caciquil le
empujó a emigrar a Barcelona antes de que el servicio militar obligatorio le
devolviera a tierras hispalenses. Desde allí, ya podía cartearse con mi madre.
Esperó ella su regreso para emprender toda una vida juntos, esta vez, por
tierras alcarreñas. Mi madre, siempre soñadora, ha insuflado en esta humilde
familia un halo de irreverencia un tanto peligrosa, pero irresistible para los
caraduras que han intentado asaltar el digno desorden de nuestro hogar. Juntos,
Juan y Rosario tuvieron cinco hijos (dos chicas y tres chicos) de los que yo
soy el pequeño, lo que me permitió, al menos hasta la adolescencia, observar la
cruda realidad sin que me tocara demasiado, si bien jamás por ello anidó en mi
corazón una actitud indolente ante la vida.
Como soy hijo de padre encofrador y
una madre ama de casa no concibo el mundo del trabajo y del hogar por separado
para el buen fin de la aventura de la vida, y me debato en una lucha
irrefrenable por mantenerme haciendo lo que deseo y desear lo que hago, sin
necesidad de enajenarme en el intento. Seguramente le debo a mi madre esta pulsión
por la transcendencia inoculada en mi cerebro a base de las lecturas de un
sinfín de libros que ponía en mis manos ella más que razonadamente, diría, con
caótico criterio quién sabe si providencial. A menudo los leía en aquellos
espacios muertos que copaban mi infancia por alguna habitación del Hospital
Universitario de Guadalajara, que por desgracia tuve que visitar a menudo
debido a mis crisis de asma y a una recurrente bronquitis aguda que me impedía
hacer las canalladas propias de la edad, y que he logrado vencer hasta el
momento con la cabezonería propia de un escalador, boxeador o motociclista…
hobbies a los que me he podido dedicar a baja intensidad, siempre con el ventolin a mano
para fumarme si acaso un cigarro al acabar la jornada, brazos en jarra,
orgulloso de mi pequeña proeza cotidiana.
Estudié como pude trabajando de
camarero, peón de albañil de manera esporádica o cualquier otra ocupación que
pudiera otorgarme de manera legal algunas pesetas primero, y menos euros
después, aunque los suficientes para que en mi bolsillo no faltara el dinero
necesario que mantuviera mis comedidos vicios. Tras una adolescencia algo
pesada por aquello de no saber poner distancia a tiempo con las compañías
inadecuadas, no por malas en su propia condición, sino porque no era capaz de
realizarme en el mundo social del barrio, llegué a la conclusión de que el
mejor camino era el estudio y probarme, ahora en serio, hasta ver dónde podía
llegar. Con la ayuda de algunos profesores que tuvieron Fe en mí y me ayudaron,
incluso adelantándome el dinero para pagar la tasa de la selectividad al
enterarme in extremis de mi posibilidad de acceso, llegué no sin esfuerzo a la
Facultad. En la Universidad Complutense de Madrid me licencié en Sociología y
realicé Máster en Liderazgo Democrático y Comunicación Política aprovechando la
ocasión de un ERE que me dejó dos años de prestación por desempleo que hasta la
fecha nunca cobré. El primer año, forzado por la situación de crisis económica
y la falta de ofertas de trabajo, lo quise dedicar a formarme y a escribir
sobre Ángel Pestaña, empujado por cierta deuda moral que sentí hacia una figura
con la que me quise identificar tras unos entretenidos años militando en la
CNT, sindicato del que tuve que salir porque empecé a tener inclinación por la
participación política de la mano de Izquierda Unida… no tarde mucho en
desilusionarme cuando comprobé bien temprano que el partido no era más que una
máquina de rédito electoral en busca de un puñado de votos para alcanzar el
poder, que a mi parecer, si es ejercido sin responsabilidad, corrompe.
Por avatares de la vida llegué un
tanto solitario a tierras gaditanas para seguir trabajando en “lo social”,
nicho laboral en el que me parece estoy condenado a morir, espero que por una
causa justa; y de allí a Mozambique, donde aprendí en pocos meses a desapendrer… mi
historia ya es la suya porque al volver sufrí en mis propias carnes lo que ya
me habían avisado: quien la pisa no regresa, nadie se va de África, por más
kilómetros que vuelva a poner de por medio…
Cazarabet conversa con Jesús Díaz Herrera:
-Jesús, ¿qué es lo que te ha hecho escribir
este libro, una especie de diario de tu visita y estancia en Nacuxa, una Misión en Mozambique?
-Quise hacerlo así, como
un diario, porque día a día publicaba una entrada en el blog y, porque el
diario tiene gran valor literario, no el mío en sí; me refiero al formato.
Sirve para poner las cosas en perspectiva, identificar tus “puntos de muerte”
en determinados momentos. Siempre hay un detonante, un “barril de pólvora” que
hace estallar las cosas, algo que hace que todo se mueva. Llegué a Mozambique
en plena “onda expansiva” de mi mundo, y escribí porque tenía un deseo muy
fuerte de contar mis cosas, África mediante; de plasmar mi enfado, mis dudas,
mis preguntas… quería contar mi historia, expresar lo que sentía. Deseaba
compartir, aunque ahora que se ha publicado el libro, siento que me expuesto,
no sé si demasiado… de repente noto presión, me siento como tenso… en pleno
proceso de implosión.
-Coméntanos algo de las
características de ese lugar, de esa misión en Nacuxa….quién
la “regenta”; cómo es el día a día…
-La misión de Nacuxa la dirige el padre José Eugenio López, de la orden
vicentina. Llegó a Mozambique en el año 1992. Desde entonces es uno de los
sacerdotes más activos del país. Hoy día es rector del seminario San Francisco
Javier de Nacuxa, vicario episcopal en asuntos
económicos y educación, así como sacerdote de las parroquias de San Juan Bautista,
San José de Matibane, y San Agostinho.
Los padres paúles están
muy ligados a la congregación de las Hijas de la Caridad, con quien tuve la
suerte de trabajar en años anteriores en diversos programas de acción social
que mantienen en La Línea de la Concepción (Cádiz). Nacuxa
está a unos 200 km del aeropuerto de Nampula, una de las ciudades más pobladas
de Mozambique, y a unos 25 km de Nacala, cuyo puerto
marítimo es uno de los más transitados del África Austral. Nacuxa
está cerca de Nacala, pero es una distancia que se
hace eterna por esos caminos agrestes, sin asfaltar, que son un suplicio cuando
se recorren a pie o en bicicleta diariamente para colocar los productos de
pesca que llegan desde las playas del puesto administrativo de Matibane en el mercado del barrio alto. Allí, en Nacuxa, hace más de diez años que el padre Eugenio fundó su
Misión levantando sobre las ruinas de una antigua escuela pública, el Instituto
Politécnico de Nacuxa (en adelante IPN), que acoge a
más de mil estudiantes, muchos de ellos en régimen interno, en las diferentes
ramas de formación profesional.
La vida allí es un ir y
venir constante, es una vida en ebullición, una lucha continua que, si bien es
mantenida con la vista puesta a largo plazo, se desarrolla en la cotidianeidad.
La dureza del entorno se hace sentir desde que rompe el alba hasta que la noche
te envuelve. No hay descanso. Satisfacer las necesidades básicas supone una
inversión de energía física y mental importante y sostenida. Lograr el
aprovisionamiento suficiente de agua, comida, leña para las cocinas, encajar y
paliar con generadores los cortes de energía eléctrica, mantener a salvo el
ganado y las cosechas para el propio sustento de los alumnos requiere esfuerzo
e ilusión. La vida allí es cooperación o no sería vida.
-¿Qué pueden encontrar allí las
mozambiqueñas y mozambiqueños que se acercan… me refiero a servicios, cursos,
asesoramientos que se puedan dar?
-El centro forma parte
del Sistema Nacional de Educación, asumiendo el Estado el coste íntegro del
salario del personal docente. Con el paso de los años, aunando esfuerzos entre
todas las partes implicadas, se ha conseguido mejorar paulatinamente la oferta
del IPN, ofreciendo servicios como alojamiento y transporte para los alumnos
que residen en Nacala. Asimismo, la mejora de los
medios y de la equipación del centro ha permitido
mejorar en consecuencia la formación práctica. El curso estrella, por su
tradición es de Agropecuaria. Lo primero que se identificó en Nacuxa era la necesidad de optimizar los recursos primarios
de cara a la sostenibilidad de la población y del propio proyecto en sí, para
ello fue necesario mejorar el modelo productivo y modificar la concepción del
uso de la tierra para intensificar la producción y comerciar con el producto en
una economía de mercado como la actual. Esto tiene sus aristas, porque entiendo
que se reproduce el subdesarrollo al menor descuido, pero diferentes proyectos
que se están planteando en el IPN para conseguir un producto manufacturado,
hacen pensar en una evolución distinta y una ganancia mayor. De momento otras utopías no parecen tener cabida en los
esquemas del mundo actual. Si se consigue la autogestión del proyecto ya
estaríamos ante un logro sin precedentes.
Además del curso de Agropecuaria
existen otros como Contabilidad, Secretariado, Laboratorio y Construcción
Civil, así como módulos de especialización en jardinería, conservación o
panadería y pastelería.
Aunque se entiende la educación como
una herramienta indispensable para salir de la pobreza todavía existe en torno
a un cuarenta por ciento de población mozambiqueña, que es analfabeta. Queda
mucho trabajo por hacer.
-¿Cuál es la
situación actual de Nacuxa y de Mozambique?
En
1992, al terminar la guerra civil, los indicadores económicos de Mozambique situaban
al país entre los países más pobres del mundo. A día de hoy continúa siendo uno
de los países con menos desarrollo, aunque ha experimentado cierta mejoría
(puesto 178 sobre un total de 187 países que integran el IDH del PNUD en 2014).
Mozambique es un país muy castigado
por la guerra, tras la ansiada independencia con el malogrado Samora Machel, el país vivió 16
años de guerra civil que aún colea, pues la paz
de Roma – firmada entre RENAMO y FRELIMO – es una “paz podrida”… es en realidad
un armisticio que no ha llegado a concretarse. Es cierto que existe cierta
estabilidad que permite que el país sueñe con salir de una situación extrema,
pero es una estabilidad que se tambalea con cada escaramuza entre el ejército
de Frelimo y las milicias de Renamo.
Durante mi estancia allí era imposible ir por carretera hasta Maputo, porque
los asaltos eran frecuentes. En Nacuxa no sientes el
peso de la guerra, pero sí el miedo, y el silencio se puede tocar por aquello
de la prudencia… en general a la gente no le gusta mucho hablar de política.
Nacuxa es un poblado pobre con casas de
adobe y paja, que ha crecido a la sombra de la Misión del padre Eugenio. La
mayoría de la gente no tiene acceso al agua potable ni a la energía eléctrica,
ni los alimentos básicos para subsistir o una calidad sanitaria con garantías.
Se dan situaciones un tanto absurdas, como que una persona tenga que malvender
parte de su cosecha si quiere un poco de aceite para cocinar, con leña, porque
el carbón que emana a borbotones de sus minas tiene un precio inalcanzable para
ellos. En Mozambique, como en la generalidad de África, se puede apreciar como
los pobres de solemnidad caminan sobre un suelo exuberante. El latrocinio es
tan descarado, que uno no puede volver la cara y callar sin sentirse un
miserable. La colonización no es cosa del pasado…
-Amigo, has escrito lo que
podríamos decir como un diario de impresiones y reflexiones en tu estancia en Nacuxa. Así en perspectiva, ahora, ¿cómo ves aquella
experiencia y cómo la recuerdas?
-Tengo una sensación
extraña; es como si continuara allí. Aquello de que nunca te vas de África es
cierto; jamás te vas de aquellos sitios que te marcan. El padre Eugenio diría
que te lo pueden contar, “pero cuando lo has visto con tus propios ojos, ya
nada es lo mismo.”… En cualquier caso, lo recuerdo como un regalo. Contemplo
todo lo vivido como una ganancia; conocí personas increíbles y de todos los
colores, conocí la capacidad de llorar y su beneficio, la felicidad en lo
sencillo, y la necesidad de relativizar el sentido occidental de la riqueza. A
veces siento “saudade”; nostalgia, porque siento que aquí pierdo la paz que
hallé en aquellas tierras… tan castigadas por la guerra. Va pasando el tiempo,
y día a día voy asumiendo nuevamente los roles de una sociedad consumista.
Cuanto más me cargo de obligaciones más lejos me siento del verdadero tesoro,
creo que necesitamos decrecer no sólo como sociedad, sino como personas… en
nuestro ego, me refiero.
-Aquí en el
Estado Español te dedicas y trabajas en el mundo de “lo social”, ¿qué
enseñanzas desde Nacuxa te has traído aquí? , y ¿cómo
las aplicas siendo todo tan diferente…?
-Me he traído varias
enseñanzas, que me han sido dadas en su justo momento. He aprendido a
contemplar y acoger; a evitar los juicios prematuros, sobre todo si son
negativos; a no dejarme contagiar por el pesimismo propio o ajeno. He aprendido
también a no esperar resultados inmediatos. Los que trabajamos como bien dices,
en “lo social”, a veces quisiéramos cambiar el mundo de un plumazo, pero eso no
es posible. Si tenemos suerte y estamos abiertos, recibiremos mucho más de lo
que damos y podremos cambiar nosotros antes de intentar cambiar a los demás,
porque en el conocimiento del prójimo alcanzamos a comprender que no todo tiene
que ser mejorado, ni mucho menos. La mayor parte de las veces no se cambia
tanto interviniendo en el otro como a través del humilde ejemplo que podamos
dar en aquello que predicamos… Las personas que se han acercado a mí en
Mozambique son todo un ejemplo de coraje y pundonor, y creo que me han ayudado
a cambiar.
-Una vez hablando con un
cooperante me decía que “no todo era tan diferente”…creo recordar que se
refería a esa “como segunda cara” que todos tenemos y que quizás resurja más en
las peores condiciones a la que nos somete la vida, ¿qué nos puedes
reflexionar?
-Esto me recuerda a algo
que he leído hace poco en un artículo de la revista misional africana “Mundo
Negro” en la que Javier Fariñas se vale del periodista Pedro Sorela cuando dijo que “las historias en el mundo no son
demasiadas, lo que las hace diferentes es el enfoque que le damos a cada uno de
esos vivires”… Las cosas son muy distintas allí porque en cuanto a la riqueza,
el consumo y la supervivencia parece el mundo al revés, pero al mismo tiempo
todo es igual; en lo que a los anhelos fundamentales del individuo nada cambia…
todo el mundo quiere ser feliz, una vivienda digna y ser reconocido. Aquí y
allí aflora a cada paso cierta “psicología de la carencia” que puede convertir
al que se deja arrastrar por ella en un pedigüeño desagradecido e
inconformista. Allí porque han sido empujados a la pobreza absoluta bajo el
prisma capitalista; aquí porque teniéndolo todo, nada nos llena y,
generalmente, somos muy pobres de espíritu en cuanto vienen mal dadas. Sea como
fuere, aquí y allí somos esclavos del capital…
-Porque vamos allí a ayudar, cada
uno o una en la medida que puede y en el plano que puede, pero me imagino que
lo primero que recibes es un repaso de realidad que te deja en el sitio, en tu
justo sitio… ¿Qué nos puedes decir?
-Recibes un repaso de
realidad, sí. Es una realidad anunciada, sabes que existe porque te lo han
contado, pero como te decía antes, cuando lo puedes palpar todo se te viene
abajo. Tus esquemas, que creías bien fundados, se desmoronan. Todo lo que vives
allí te puede suponer estrés, y si no logras gestionar y encauzar esta emoción
con prontitud puedes terminar confuso e inoperante. Recuerdo que los primeros
días estaba como enfadado con todo el mundo, sin ganas de hablar.
-Y luego, el
que va podrá aportar, pero sobre todo lo que hará es aprender…
-Así es.
-Tu ¿qué es lo que has
aprendido?; ¿qué hacías allí?
-Creo que aprendí mucho e
hice más bien poco… mi presencia allí ha sido testimonial. Compartí momentos en
clases de ciudadanía, en las machambas, fui a por leña, bebí alguna cerveza en la barraca y escapé de la malaria, eso es
todo.
Tal vez lo más relevante
haya sido la pretensión de poner en marcha un pequeño estudio sociológico para
conocer el desarrollo de las comunidades cercanas en los últimos diez o doce
años, desde que se fundó la Misión en Nacuxa. Es un
pequeño estudio inconcluso que sólo ha dado para elaborar un pequeño artículo
con apuntes sobre modo de vida y desafíos pendientes en la zona, supongo que a
nivel interno podrá tener su validez; cuando algún novato como yo se acerque
por allí se lo podrá leer la primera noche antes de salir al ruedo, si me
permitís el símil…
Por lo demás me dediqué a
observar… y a escribir lo que hoy se ha convertido en un libro.
-Sirve también, la experiencia,
para encontrarse con uno mismo porque lo que se vive, se ve, se siente….allí
debe ser “un choque”
-Puede que me equivoque,
pero me aventuraré a decir que todo el que se deja caer por tierras de Misión
anda buscando algo. Es posible que te encuentres con Él o lo intuyas con cierta
intensidad en lo que haces, pero lo más fácil es encontrarte con uno mismo. Te
encuentras contigo mismo aunque no quieras sobre todo cuando, cada día, cae la
noche, y repasas la jornada.
-¿Qué has aprendido a valorar
como persona, desde tu perspectiva de “sentirte cristiano y creyente”?
-Creo que he llegado al
cristianismo por pura inquietud, y si nada lo remedia, en él seguiré. Sin
embargo, no sé si puedo calificarme como creyente; soy más bien una persona que
quiere creer, pero no siempre puede. Yo soy un recién llegado y no tengo mucha
Fe, pero si tengo fe en los creyentes que he conocido tanto en el sur de España
de la mano de las Hijas de la Caridad
como en el sur del Sur con los padres de San Vicente de Paúl. Ellas y
ellos siguen a Jesús y sus obras son buenas. En este sentido creo que, ideológicamente,
nunca fui mayor cristiano que en África, cuando se me antojó la figura de un
Cristo revolucionario y contrapoder, pero “creyente”… no lo sé. Estoy bautizado
y confirmado, pero no he sufrido ninguna iluminación. No la descarto, pero el
hecho de no haber sufrido una plena conversión me inquieta. La razón no me
alcanza para entender la existencia, mientras tanto espero que cualquier día me
ilumine la evidencia de la Fe.
-Retienes el ideal de
librepensador, esta experiencia, la de tu estancia en Nacuxa, ¿cómo
afectó a esta manera de ser?
-Reafirmándola.
El dogma me asusta, e
intento combatirlo, porque es estricto y, en su rigidez, dañino para el común
de los mortales con sus prescripciones inalcanzables. No me gusta el dogma ni
quiénes lo representan, lo hagan en el nombre de Dios o en el de utopías
redentoras de la humanidad. No quiero parecer un relativista; entiendo que no
hay lugar para la tibieza en la lucha por la justicia social y el bien, y que
el deber ser de las cosas nos llama a contemplar unos mínimos éticos, pero no
me creo a los dogmáticos; con su moralina se alejan de la realidad y, lejos de
empoderar, castigan en demasía las conciencias de los que les siguen. Estos
fariseos, sepulcros blanqueados… solo sirven para crispar.
-Normalmente,
digo “normalmente”, no conjugan o no “se entiende” la conjunción
entre el librepensamiento y el ser creyente. ¿Cómo lo ves? ; ¿Cómo
puedes explicarnos tú que, sí lo ha conjugado el cómo lo has hecho?
-Respecto a lo de ser
creyente, me remito a la respuesta anterior. En cualquier caso, supongo que he
podido mantener el rumbo y las ganas de creer, tomando distancia, y
reservándome ciertos derechos inalienables. No soy ateo, para eso sí que hay
que tener Fe, pero no quiero que la Fe en Dios me la impongan o me la
prescriban. Un amigo mío, Franciscano él, diría que soy víctima de mi
racionalidad… no lo sé, pero yo no quiero ser un borrego ni un cordero de Dios,
por más que me traduzcan una y mil veces al castellano esta expresión a mí me
sonará siempre a chino. Aunque no lo consigo en la medida que quisiera,
prefiero ser un hombre de Dios, leal, valiente y comprometido. No quiero ser
manso. Misericordioso sí, pero manso… no; eso nunca. Mansos nos quieren los que
ostentan el poder y nos explotan, y eso seguro que no lo quiere Dios.
-Jesús, ¿qué relación mantienes
con la Misión en Nacuxa?
-Con las personas que
están allí mantengo toda la relación que la distancia nos permite.
Es un quiero y no puedo.
Siento que he dejado un proceso inacabado, y aunque busco todos los días cómo
darle continuidad en mi trabajo, en mi vida personal, etc., me cuesta
enormemente. Es difícil no querer volver a esos lugares donde has sentido
nítidamente el latido de tu corazón; por eso intento hacer Misión de mi
trabajo, de mi vida… de cada momento… para sentirme en casa en cualquier parte…
aunque no sea en África.
-¿Piensas volver; cómo y de qué
manera te lo planteas?
-Siempre tengo la cabeza
allí… miro el reloj y me pregunto qué tendrán entre manos Eugenio, José María,
Eduardo, Ramires, las hermanas…
Por supuesto que pienso
en volver; ¿cómo volveré?, pues no tengo ni idea, la verdad, ojalá el padre
Eugenio pueda darme alguna pista; ¿de qué manera?... ¡Dios sabrá!
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