La
Librería de El Sueño Igualitario
El historiador
alemán Ludger Mees, como coordinador de este trabajo sobre el lehendakari José
Antonio Aguirre que edita Tecnos, reúne a las siguientes firmas: José Luis de
la Granja, Santiago de Pablo, José Antonio Rodríguez Ranz para casi dibujar la
figura de este lehendakari que vivió tiempos, podríamos decir, apasionantes a
la par que tristes que van desde 1904 a 1960.
Lo que nos cuenta Tecnos de este libro:
José Antonio Aguirre, el primer lehendakari del Gobierno de Euskadi, fue, sin
duda, el político vasco más influyente, carismático y popular del siglo XX.
Además, Aguirre logró algo que antes de él ningún otro nacionalista vasco había
conseguido: el respeto y, a menudo, la admiración de muchos políticos españoles
e internacionales. Y es que el primer presidente vasco no solo fue un gran
líder del nacionalismo, sino también un hombre de Estado muy reputado que,
durante los duros años del exilio, incluso pudo convertirse en el primer
nacionalista vasco que presidiera un Gobierno español. Por todo ello, no solo
es imposible entender buena parte de la historia contemporánea vasca sin
conocer la vita política de José Antonio Aguirre, sino que también una parte
importante del pasado de España, e incluso de Europa, se encuentra
estrechamente vinculada al impacto de la actividad desplegada por el dirigente
vasco a lo largo de tres décadas, desde la instauración de la II República en
1931 hasta su muerte en París en 1960.
Este libro, fruto de diez años de intensa investigación en numerosos archivos,
analiza en profundidad los hitos más importantes de la biografía política del
lehendakari dentro de su particular contexto histórico. Así, de la mano de uno
de los grandes protagonistas del siglo XX, es posible adentrarse en algunos de
los grandes temas que han movido nuestra historia, como la cuestión religiosa;
el debate identitario y territorial que condujo a la aprobación del primer
Estatuto vasco en 1936; la lucha por la libertad en Euskadi y contra el
fascismo, primero en la Guerra Civil y luego durante la II Guerra Mundial; la
resistencia a la Dictadura de Franco; y, finalmente, el proceso de unificación
europea. Más de medio siglo después de su muerte, este liderazgo, debidamente
desmitificado por los autores de esta biografía, sigue siendo un ejemplo válido
para una feliz fusión entre responsabilidad y conciencia, entre razón y pasión
en la política.
Acércate, versión muy resumida, al lehendakari Aguirre y otros aspectos
interesantes:
http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Antonio_Aguirre
http://www.lehendakariagirre.eu/
http://www.euskonews.com/0530zbk/kosmo53001es.html
http://guerracivildiadia.blogspot.com.es/2013/01/jose-antonio-aguirre-1904-1960.html
Sobre el Estatuto de Autonomía Vasco:
http://es.wikipedia.org/wiki/Estatuto_de_Autonom%C3%AD%C2%ADa_del_Pa%C3%ADs_Vasco_de_1936
Sobre el Pacto de Santoña:
http://es.wikipedia.org/wiki/Pacto_de_Santo%C3%B1a
Si te quieres acercar a los autores y al coordinador de este libro:
Ludger Mees
http://ca.wikipedia.org/wiki/Ludger_Mees
http://elpais.com/autor/ludger_mees/a/
José Luis de la Granja
http://bbhistoria.anaya.es/autores/granja.html
http://elpais.com/autor/jose_luis_de_la_granja_sainz/a/
http://www.sigloxxieditores.com/autores/1389/JosE-Luis-de-la-Granja-Sainz
Santiago de Pablo
http://www.cinehistoria.com/archives/82
http://elpais.com/tag/santiago_de_pablo/a/
José Antonio Rodríguez Ranz
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/09/04/paisvasco/1346786052_425315.html
Cazarabet
conversa con Ludger Mees:
-Ludger, ¿qué impulsa a un historiador, alemán de origen, a
investigar, estudiar y documentarte en la figura de este político vasco, José
Antonio Aguirre…qué es lo que te atrajo de él?
-Aguirre era y es una figura histórica
muy conocida, pero en realidad lo que hasta ahora se sabía se asemejaba más a
un mito que a un conocimiento real del personaje. Existía esa contradicción
entre conocimiento superficial y desconocimiento real. Y esto es grave,
tratándose de un político que, sin duda, fue el político vasco más influyente,
más carismático y más popular del siglo XX. Además, lo que le hacía interesante
como objeto de estudio era el hecho de que fue un líder con una proyección muy
amplia, que no se encerraba en las fronteras vascas, sino impactaba de lleno
también en la historia contemporánea de España, de Europa y de ambas Américas.
Estudiando a Aguirre, por tanto, se puede aprender mucho de todos estos ámbitos
de la historia contemporánea.
Y finalmente, como toda investigación
histórica, también ésta ha tenido un claro trasfondo actual: en un momento ne l
que estamos viviendo una peligrosa decadencia del sistema político y una enorme
pérdida de confianza de la sociedad en la clase política, conviene fijarse en
ejemplos de “buenos” políticos, con capacidad de lograr acuerdos, arreglar
problemas, y respetar los adversarios políticos. Aguirre, con todos sus
defectos, que también los tuvo, fue un “buen” político. Esto es uno de los
resultados de esta investigación.
- ¿Cómo ha sido, por cierto, el trabajo de coordinación con el resto de
equipo?
-Este libro es fruto de una
larga investigación llevada a cabo por cuatro historiadores que son, además de
un servidor, José Luis de la Granja, Santiago de Pablo y José Antonio Rodríguez
Ranz. Entre nosotros tenemos una larga tradición muy fructífera de colaboración
mutua y por ello quisimos realizar un verdadero trabajo colectivo, y no el
típico libro en el que se juntan diferentes apartados escritos por diferentes
colaboradores, a menudo sin demasiada coherencia interna. Fue un reto
importante, pues en la práctica significó lo siguiente: pese a que cada uno de
nosotros nos encargamos de una determinante parte del libro y redactamos un
primer borrador de la misma, luego lo leíamos y discutíamos entre todos. De
esta revisión salían correcciones y sugerencias que el responsable más tarde
procuraba incorporar en la siguiente versión del texto. Y así sucesivamente
hasta obtener un texto con el que todos estabamos de acuerdo y a gusto. No hace
falta añadir que por esta particular metodología tardamos bastante más en
terminar el libro, pero creo que ha merecido la pena. Ahora es un libro
realmente colectivo, en el que todos firmamos cada una de las partes. Además,
en los procesos de debate entre nosotros creo que todos hemos aprendido mucho.
-Aunque me figuro que aquello más apasionante ha sido el trabajo de
documentación ¿qué nos puedes explicar?
-Hemos querido realizar una
biografía lo más completa posible. Esto requería un enorme esfuerzo de
documentación, pues no queríamos dejar ningún documento de relevancia sin
evaluar. A lo largo de estos años, hemos estado trabajando en unos 30 archivos,
fondos particulares y bibliotecas del País Vasco, España, Alemania, Italia,
Francia, Estados Unidos ...Creo que ha merecido la pena, pues sin esta riqueza
documental el libro no hubiera sido posible.
-Acércanos,
un poco, a la metodología de trabajo que establecisteis para poder lograr este
resultado fina, que, aunque no hemos terminado de leer, me parece muy digno…
-En total, hemos invertido en
este trabajo unos 10 años de investigación, aunque obviamente todos hemos
estado haciendo también otras cosas durante este periodo. Después de una fase
bastante alargada de recopilación documental, hemos dedicado los dos últimos
años antes de la publicación a confeccionar el texto definitivo. Antes ya he
señalado el trabajo en equipo y la consensuación de los textos como una de las
características más importantes del libro.
-Están, o nos quieren hacer querer que lo están, los historiadores vascos
como “divididos” a la hora de “leer” o “interpretar” la historia que rodea al
País Vasco y a sus principales protagonistas…te lo pregunto, Ludger porque he
tenido en mis manos diferentes libros (desde diferentes sellos editoriales y
demás) y todos reciben muchas críticas y algunas suelen ser groseras….y eso
genera cierta desazón al lector…no sé si entiendes por dónde quiero que me
realices una reflexión…
-Creo que, si nos ceñimos a
historiografía vasca seria, y me refiero básicamente a la que se hace en
nuestras universidades, no existen discrepancias tan profundas a la hora de
interpretar la historia del País Vasco y sus principales protagonistas. Como no
puede ser de otra manera, existen puntos de vista muy plurales, a veces incluso
contradictorios. También es cierto que la lacra del terrorismo ha dificultado
durante muchos años un debate más abierto y desapasionado, cosa que ahora
afortunadamente parece haber cambiado. Pero, independientemente de las
diferentes perspectivas e interpretaciones, existe algo que solía llamar uno de
mis grandes maestros en la Universidad de Bielefeld (R.Kosseleck) “el veto de
la fuente”: debemos ser fieles a las fuentes, a los documentos, y no nos
podemos inventar algo que no está comprobado por las fuentes. Así, por ejemplo,
cuando he leído en la publicación de algún periodista “iluminado” que Aguirre
fue a Berlín a negociar la independencia vasca con Hitler, estamos claramente
no ante una tergiversación de la historia, sino ante su invención, debida con
toda seguridad a los motivos políticos del autor, y no al deseo de aclarar el
pasado.
-José Antonio fue desde muy pronto una voz de carácter con las ideas muy
claras y demás…pero ¿qué aportó, en realidad, José Antonio a su época y a sus
conciudadanos?
-Aportó una manera muy
especial de hacer política, demostrando que se puede ser fiel a unos principios
y defenderlos, y a la vez encontrar acuerdos con otros. Demostró también que la
política en democracia siempre conlleva la necesidad de ceder en parte, dar un paso atrás para luego
dar dos adelante
-¿Cómo influye en José Antonio Aguirre la religión y el
hecho de ser e intentar comportarse bajo los valores cristianos porque según he
podido leer los sentía desde lo más hondo y mucho…?
-Era un hombre muy católico,
lo que heredó de su familia y consolidó durante su educación en centros
católicos. Durante los años 20, como presidente de la Juventud Católica de
Vizcaya, inició su carrera como hombre público. Pese a esta fe, que vivía día
tras día, no era un católico integrista. Durante la guerra civil tuvo que
enfrentarse a la jerarquía de su Iglesia que apoyó al levantamiento militar y
sus líderes. Para Aguirre, en cambio, su convicción ética y humanista como
católico era incompatible con la violencia y la dictadura. Solía decir que
estaba en el bando republicano no pese a ser católico, sino precisamente porque
era un católico convencido y practicante.
-¿Y el nacionalismo…cómo se va acercando Aguirre a las ideas nacionalistas?
-Esto también le llegó de muy
joven ya desde los ámbitos familiares. Nació un año después de la muerte del
fundador del PNV, Sabino Arana, pero cuando se socializó, Bilbao era ya el
centro neurálgico del nacionalismo vasco. Como en tantas otras personas, la
persecución durante la dictadura de Primo de Rivera no le alejó de su
pensamiento nacionalista, sino todo lo contrario.
-¿Cuando crees que pasa de ser una persona, como decís ne l libro, con
madera de líder a ser un líder claro y alto del nacionalismo vasco?
-Son los años de la República
en los que Aguirre se forjó como líder del nacionalismo vasco, pese a no ocupar
ningún cargo en el PNV. El es el político revelación en Euskadi, como
Azaña lo fue en España. Y lo llegó a ser muy joven, ya desde el año 1931 como
alcalde de Getxo y Diputado a Cortes, y luego como el líder del movimiento de
los alcaldes vascos a favor de la autonomía. En 1936, cuando por fin se
consiguió el Estatuto, nadie dudaba de que debía ser Aguirre quien estaba
llamado a ocupar la presidencia del primer gobierno vasco.
-Pronto Aguirre empieza a liderar el PNV y lo hace con una especie de
mezcla de ortodoxia, pero, a la vez, con cierta dosis de modernidad: un hombre
bien formado y que supo sacarle buen partido a su formación. ¿Cómo nos lo
puedes explicar?
-Era un hombre ortodoxo en un
sentido: admiraba y veneraba a Sabino Arana, el fundador del PNV, cuyos
principios ideológicos nunca quiso alterar. Tampoco le tocó: Aguirre nunca fue
un gran ideólogo. Estaba más interesado en cómo llevar a la práctica sus
objetivos políticos y sus convicciones. Y a partir de esta base cabía todo tipo
de estrategia, a veces tan poco ortodoxa como cuando en 1945 adquirió un gran
protagonismo a la hora de crear el Gobierno (español) republicano ne l exilio.
Era un hombre muy bien formado, muy culto, leía y escribía mucho. Se
relacionaba con un gran número de personajes, muy influyentes algunos, y todo
esto seguramente le ayudó también a pensar la política en categorías
multidimensionales, a comprender las posturas de sus adversarios, y, por ende,
a lograr acuerdos.
-¿Cómo
piensas que influyó en Aguirre y en su carácter el hecho de haber nacido en una
familia acomodada, “ de bien”, para afrontar los problemas que se iban
derivando en una sociedad, no sé como muy anclada(recordad los índices de
analfabetismo de aquellos años)…Lo que quiero preguntarte es como un chico
acomodado con espíritu de querer cambiar las cosas desde lo político y con
profundas raíces cristianas y católicas hace frente a las condiciones
desiguales que condicionaron a la sociedad.. vasca y no vasca, de aquellos años…
-Creo que aquí la clave es,
nuevamente, su catolicismo y humanismo, sentido muy profundamente, y muy lejos
de ser mera fachada, como en tantos coetáneos suyos. Para Aguirre, cristianismo
significaba siempre también justicia social, y veía que en la sociedad suya el
principio de justicia social distaba mucho de ser una realidad. De ahí que,
para cambiar la sociedad, no necesitaba ser un revolucionario. El impulso para
ello le llegó de su fe católica. Como describimos en el libro, quiso practicar
este principio de la justicia social en la propia empresa familiar.
-Antes de pasar a las diferentes etapas de Aguirre en la política: ¿desde
cuándo esa faceta comienza a ser, en él, una pasión?
-Desde el mismo momento ne l
que decide sumergirse de lleno en la política. No está en política para hacerse
rico (al contrario, irá perdiendo bastante dinero), sino porque sentía que
estaba llamado a llevar a cabo una misión (nuevamente: influencia de su fe
católica, la idea de que la Providencia le ha destinado a servir a su pueblo,
etc.). Pudo haber seguido en la dirección de la empresa familiar, haciendo
dinero. Pudo haber llevado a cabo una vida más o menos placentera y acomodada
desde algún bufete de abogados. Pero lo que le llamó, lo que le llenó, fue la
política, que sentía como pasión, es decir con una gran emoción y convicción,
pero, sobre todo a partir de la guerra, también en su segundo sentido: como un
enorme dolor, por los permanentes reveses y fracasos que tuvo que sufrir a
partir de 1936.
-Vamos a presentar un poco al Aguirre en las diferentes etapas:¿cómo
era el político Aguirre, antes de que llegase la II
República?
-Como he explicado antes,
antes de la II República todavía no era realmente un político. Se hizo político
a partir de 1931, pero este proceso lo realizó con una velocidad de vértigo.
Fue un auténtico "shooting star".
-Con la llegada de la II República los sectores más católicos no debieron
sentirse muy contentos porque la República quería que éste fuese un Estado
laico y porque, además, desde el punto de vista de los nacionalismos tampoco es
que los abrazase mucho… ¿nos puedes decir cómo debía sentirse este político
vasco…?
-Aguirre vivió este mismo
conflicto que comentas en su propia persona. Obviamente, como hombre muy
católico, casi de misa diaria, compartió todos los recelos de los demás
sectores católicos con el nuevo régimen. Sin embargo, nunca compartió el
rechazo militante predicado por ejemplo por parte del tradicionalismo, su
aliado durante los primeros años de la República. Y fue capaz de aprender y a
acomodarse a la nueva situación. El Estatuto de Estella es un buen ejemplo: lo
defiende inicialmente junto al tradicionalismo. Al darse cuenta de que, por su
carácter anticonstitucional, ese Estatuto no tenía futuro, impulsa a su partido
hacia un mayor pragmatismo, con el fin de buscar el Estatuto a través de la
negociación con los partidos de izquierda. En consecuencia, rompe con sus
aliados, los tradicionalistas, a los que el Estatuto sólo interesaba como un
instrumento más en la lucha en contra de la República. Impulsado por hombres
como Aguirre o Irujo, el PNV gira hacia el centro y abre la puerta a la
consecución de la autonomía en 1936, precedida por el pacto entre Aguirre e
Indalecio Prieto.
-En cambio la II República luchó y mucho por equilibrar el mundo de las
desigualdades sociales ,haciendo mucho hincapié desde la comunidad educativa… y
esto “se hermanaba” mucho con los valores del cristianismo..¿Qué nos puedes
comentar?
Esto, efectivamente, fue un
punto de encuentro entre nacionalistas e izquierda, aunque Aguirre nunca
compartía las versiones más revolucionarias en el campo republicano.
-Cómo fue el Aguirre, como político puro y nacionalista, en tiempos de la
II República?
-Como he dicho antes, Aguirre
fue el político revelación en Euskadi, un hombre ya muy respetado por
casi todos; un hombre que sabía negociar, que ya era conocido por su don de
gentes –sus interlocutores siempre solían sentirse a gusto a su lado, pese a
las diferencias políticas- y un gran orador. Fueron años en los que se volcó en
lo que era, con mucho, su absoluta prioridad política: la consecución de la
autonomía vasca.
-¿Crees que
uno de sus principales propósitos cumplidos fue el Estatuto de Autonomía del
País vasco del 36?
-Sin ninguna duda. Como los
demás nacionalistas vascos, siempre había considerado el Estatuto de Autonomía
como una meta volante: un primer paso hacia la soberanía vasca, lo que -en esto
era también muy ortodoxo- significaba de alguna manera la recuperación de los
fueros abolidos durante el siglo XIX. El Estatuto articuló a Euskadi como un
sujeto político e institucional, lo que realmente fue un gran logro después de
tantos años de lucha: ¡la primera reivindicación de autonomía vasca data de
1917! Fue su principal logro político, pero, seguramente, también el único.
-¿De no haber estallado la guerra, cómo crees que hubiese evolucionado el
sentido de nacionalismo vasco con el lehendakari Aguirre a la cabeza?
-Aquí debería entrar en unas
reflexiones hipotéticas de imposible verificación, y ese ejercicio no ne l más
apropiado para un historiador y científico social.
-¿Cómo afrontó la Guerra Civil?
-Tras superar unos primeros
momentos de duda, Aguirre, como todo su partido, se volcó en la lucha contra la
sublevación militar con toda la energía que tenía, sobre todo después de haber
conseguido el Estatuto de Autonomía. Sabía que la autonomía no tenía futuro con
una victoria de los franquistas, que defendían un acérrimo nacionalismo español.
Por la defensa de la autonomía tuvo que aliarse con los republicanos, y lo hizo
con convicción, pese a que los sectores más ortodoxos del nacionalismo vasco
rechazaran una implicación de los nacionalistas vascos en la contienda, porque
la consideraban un “pleito entre españoles”. Aguirre no estuvo directamente
involucrado ne l Pacto de Santoña, e incluso después intentó convencer a Azaña
y a Prieto a favor de su plan de llevar al ejército vasco por Francia para
reincorporarse en la lucha desde Cataluña, un plan que era absolutamente
utópico y era rechazado por los responsables de la República.
-Una vez cae Bilbao Aguirre y su gobierno marchan al exilio, aunque él
vuelve al Estado por Catalunya. ¿Cómo crees que fue , y cómo crees que le
afectó esa decisión?
-Aunque de hecho Aguirre solía
pasar más tiempo en París que en Barcelona, cuando se tomó la decisión de
trasladar la sede oficial del Gobierno vasco a la capital catalana se trataba
de una decisión coherente. Aguirre, como el nacionalismo vasco en general,
siempre había considerado a los catalanes (y a los gallegos) sus aliados
"naturales" en la confrontación con el Estado español. Además, se
trataba de un acto simbólico que evocaba la determinación de luchar hasta el
final en contra de los sublevados. Y, finalmente, hubo una razón más práctica
que aconsejaba el traslado: en Barcelona, y en el resto de Cataluña, se
encontraban miles de refugiados vascos que debían ser atendidos, una labor
llevada a cabo por el Gobierno vasco en cooperación, no siempre carente de
conflictos de competencia, con la Generalitat.
-Pacto de Santoña: ¿verdaderamente qué papel crees que tuvo o interpretó
Aguirre?
-Lo he contestado más arriba:
hoy sabemos que Aguirre no intervino en las negociaciones, ni siquiera parece
que estuviera al corriente de los detalles. También el hecho de que considerara
en serio trasladar sus batallones a Cataluña vía Francia demuestra que estaba
en otra onda. La ventaja fue que así el lehendakari también quedó al margen de
las polémicas que generó el pacto.
--¿Fue el primer pacto PNV con lo más rancio y recalcitrante de la derecha
española, españolista…?
El PNV no negoció con la
derecha española, sino con los italianos. Estos luego se desentendieron y
entregaron la custodia de los presos a los españoles.
-¿Cómo fue el
Aguirre, querido amigo, ne l exilio…una vez perdida la guerra por parte de los
partidarios de la República?
-Siguió siendo un líder
carismático, y después de su escalofriante odisea por la Alemania nazi y su
milagrosa salvación y reaparición en América Latina era ya algo más: para
muchos de sus seguidores era ya un héroe, un hombre extraordinario, enviado por
la Providencia, que tenía unas cualidades que no estaban al alcance de personas
normales. Se estaba convirtiendo ya en un símbolo, en un mito.
Siguió manteniendo su
actividad frenética, siempre con un "Plan B" en mente, por si fallaba
el Plan A. Pese a todos los golpes y reveses, mantenía su optimismo a prueba de
bomba, un optimismo que tenía muchas consecuencias positivas, pero también
alguna negativa: a veces no le permitía analizar con un mayor realismo una
realidad mucho más cruda y adversa de lo que él se imaginaba. Su consejero
Gonzalo Nárdiz llegó a decir, después de la muerte de Aguirre, que para algunos
este optimismo podía haber parecido "infantil".
-Se le califica de “hombre de Estado” y se dice que incluso pudo presidente
de la República, estando en el exilio…¿qué nos puedes decir?
-Efectivamente, se trata de un
hecho muy desconocido. Diego Martínez Barrio, presidente de la República, le
ofreció en dos ocasiones presidir el consejo de ministros del Gobierno
republicano en el exilio: la primera fue después de la crisis del Gobierno
Llopis, tras la retirada de la confianza por parte del sector prietista del
socialismo español. Martínez Barrio creyó que Aguirre era la única persona
capaz de unir a los diferentes sectores del republicanismo español, sumergidos
en una cruda lucha fratricida. No le faltaba razón: Aguirre se llevaba bien con
todos estos sectores, hablaba con todos, y gozaba de la confianza de todos.
Contrariamente a Prieto y otros líderes importantes del momento, Aguirre
prácticamente no tenía enemigos políticos en el campo republicano. Aguirre se
asustó por la propuesta de Martínez Barrio, pero tuvo claro que su mandato
popular estaba al frente del Gobierno vasco, y no del español. Además, no quiso
enfrentarse con Prieto por no arriesgar una nueva crisis en su propio Gobierno.
-De todos los muertos se dice que son buenas personas, pero de Aguirre lo
dicen muchos testimonios de peso en la historia. Lo has estudiado, durante más
de diez años, ¿qué impresión te ha dado José Antonio Aguirre?
-En nuestra biografía hemos
pretendido no caer en juicios de valor simplistas. No nos interesa demasiado si
era "bueno" o "malo". Nos interesa su manera de hacer
política, con sus aciertos y sus errores. Insisto en que se trata de una
biografía, no de una hagiografía. El libro debe servir también para deconstruir
el mito de Aguirre. Por ello, no silenciamos puntos críticos en su biografía,
errores o actitudes contraproducentes, revelaciones que pueden resultar
incómodas para un determinado sector de los lectores. Ahí está, por ejemplo, su
apuesta por la alianza con el enemigo más acérrimo de la República en 1931, su
apuesta por un nacionalismo hegemónico y radical entre 1939 y 1944, o también
la cara obscura de su sempiterno optimismo.
Con todo, como ya he indicado
más arriba, si ponemos en la balanza los aciertos y los errores, predominan
claramente los primeros. Tan es así que, tal y como explicamos en el epílogo
del libro, y acudiendo a la tipología clásica de Max Weber, afirmamos que
Aguirre fue un "buen" político, porque unió en su quehacer tres
cualidades: tenía un agudo sentido de responsabilidad, la capacidad de observar
y valorar las cosas desde una cierta distancia, y actuaba inspirado por lo que
Weber en el original alemán llama una "sachliche Leidenschaft", algo
así como una "pasión realista". Por todo ello creo que el libro tiene
también una gran actualidad. Por decreto ley, debería ser leído por todos los
políticos con responsabilidades en la res pública.
17532
La política como
pasión. El lehendakari José Antonio Aguirre (1904-1960). Ludger Mees (coord.), José Luis de
la Granja, Santiago de Pablo, José Antonio Rodríguez Ranz
664 páginas
28,50 euros
Tecnos
José Antonio Aguirre, el primer
lehendakari del Gobierno de Euskadi, fue, sin duda, el político vasco más
influyente, carismático y popular del siglo XX. Además, Aguirre logró algo que
antes de él ningún otro nacionalista vasco había conseguido: el respeto y, a
menudo, la admiración de muchos políticos españoles e internacionales. Y es que
el primer presidente vasco no solo fue un gran líder del nacionalismo, sino
también un hombre de Estado muy reputado que, durante los duros años del
exilio, incluso pudo convertirse en el primer nacionalista vasco que presidiera
un Gobierno español. Por todo ello, no solo es imposible entender buena parte
de la historia contemporánea vasca sin conocer la vita política de José Antonio
Aguirre, sino que también una parte importante del pasado de España, e incluso
de Europa, se encuentra estrechamente vinculada al impacto de la actividad
desplegada por el dirigente vasco a lo largo de tres décadas, desde la
instauración de la II República en 1931 hasta su muerte en París en 1960.
Este libro, fruto de diez años de intensa investigación en numerosos archivos,
analiza en profundidad los hitos más importantes de la biografía política del
lehendakari dentro de su particular contexto histórico. Así, de la mano de uno
de los grandes protagonistas del siglo XX, es posible adentrarse en algunos de
los grandes temas que han movido nuestra historia, como la cuestión religiosa;
el debate identitario y territorial que condujo a la aprobación del primer Estatuto
vasco en 1936; la lucha por la libertad en Euskadi y contra el fascismo,
primero en la Guerra Civil y luego durante la II Guerra Mundial; la resistencia
a la Dictadura de Franco; y, finalmente, el proceso de unificación europea. Más
de medio siglo después de su muerte, este liderazgo, debidamente desmitificado
por los autores de esta biografía, sigue siendo un ejemplo válido para una
feliz fusión entre responsabilidad y conciencia, entre razón y pasión en la
política.
Ludger Mees, doctor en historia por la
Universidad de Bielefeld (Alemania), es actualmente catedrático de Historia
Contemporánea de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea en
la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación. Entre 2004 y 2009 ha
sido Vicerrector de esta Universidad. Es autor de varios libros, entre los que
se pueden destacar: Nacionalismo vasco, movimiento
obrero y cuestión social, 1903-1923 (Bilbao,
1991), Nationalism, Violence, and Democracy. The Basque Clash of Identities (Houndmills/New York, 2003) o El
profeta pragmático. Aguirre, el primer lehendakari
1939-1960 (Irún, 2006). Como coautor ha publicado,
entre otros, El péndulo patriótico. Historia del Partido Nacionalista Vasco (Barcelona,
1999/2001/2005) o Kampf um den Wein. Modernisierung und Interessenpolitik im spanischen Weinbau (Rioja, Navarra und Katalonien 1860-1940)
(München-Wien, 2005). Es editor, junto con Xosé Manoel Núñez
Seixas, del libro Nacidos para mandar. Liderazgo, política y poder.
Perspectivas comparadas (Madrid, 2012). Ha coordinado también, junto con
Santiago de Pablo, José Luis de la Granja y Jesús Casquete, el Diccionario
ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco (Madrid, 2012). Ha participado
en congresos, impartido conferencias y publicado unos 80 artículos o capítulos
de libros en varios países europeos y en Estados Unidos.
José Luis de la Granja es
catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco/Euskal
Herriko Unibertsitatea. Ha sido profesor visitante en las Universidades de
Provence (Francia), Nevada, Reno (Estados Unidos) y Alicante, además de
profesor tutor en la UNED. Sus líneas de investigación se han centrado en la
Historia del nacionalismo vasco, la II República, la Guerra Civil y la
historiografía. Entre sus numerosas obras cabe destacar los libros Nacionalismo
y II República en el País Vasco (1986 y 2008), El nacionalismo vasco: un
siglo de Historia (1995 y 2002), El siglo de Euskadi (2003) y El
oasis vasco. El nacimiento de Euskadi en la República y la Guerra Civil (2007).
Es coautor de los libros La España de los nacionalismos y las autonomías (2001
y 2003), De Túbal a Aitor. Historia de Vasconia (2002 y 2006) y Breve
historia de Euskadi (2011). Ha sido coeditor de las obras colectivas La
Guerra Civil en el País Vasco 50 años después (1987), Tuñón de Lara y la
historiografía española (1999), Historia del País Vasco y Navarra en el
siglo XX (2002 y 2009) y Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo
vasco (2012). Ha coordinado el libro Indalecio Prieto. Socialismo,
democracia y autonomía (2013).
Santiago de Pablo es
catedrático de Historia Contemporánea en la Facultad de Letras de la
Universidad del País Vasco. Durante el curso 2009-2010 fue investigador
invitado en el Center for Basque Studies de la Universidad de Nevada,
Reno (Estados Unidos) y ha impartido cursos y participado en congresos en
universidades de los cinco continentes (Estados Unidos, Argentina, Alemania,
Italia, Japón, China, Ghana, Nueva Zelanda, etc.). Entre sus libros recientes
cabe destacar Tierra sin paz. Guerra Civil, cine y propaganda en el País
Vasco (Madrid, 2006), En tierra de nadie. Los nacionalistas vascos en
Álava (Vitoria, 2008) y The Basque Nation On-Screen. Cinema, Nationalism,
and Political Violence (Reno, 2012). Como coautor, ha publicado entre otros
El péndulo patriótico. Historia del Partido Nacionalista Vasco (Barcelona,
1999-2001 y 2005), Historia del País Vasco y Navarra en el siglo XX (Madrid,
2002 y 2009), Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco (Madrid,
2012) y La Diócesis de Vitoria: 150 años de Historia (1862-2012) (Vitoria,
2013). Es director de la revista de investigación de estudios vascos Sancho
el Sabio.
José Antonio Rodríguez Ranz es doctor en Filosofía y Letras (sección Historia) por la Universidad de Deusto y profesor titular de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. Es autor/coautor de 10 libros —entre ellos Historia de las vías de comunicación en Gipuzkoa (2003-2011), El péndulo patriótico. Historia del Partido Nacionalista Vasco (1999-2001), Radio Euskadi. La voz de la libertad (1998), El movimiento cooperativo en Euskadi, 1884-1936 (1998), Tolosa, euskal abertzaletasunaren bihotza. EAJ-ren historia Tolosan (1995) y Guipúzcoa y San Sebastián en las elecciones de la II República (1994)—. En 1993 obtuvo el accésit al Premio de Ensayo Jesús María Leizaola por su obra Hizkuntza Politika, Autonomia eta Euskal Administrazioa. Ha sido asimismo articulista y colaborador habitual en varios medios de comunicación, comisario y guionista de diversas exposiciones y documentales, miembro del Consejo Vasco de la Cultura (2001-2007) y responsable del Archivo Municipal de Andoain (Gipuzkoa). En la actualidad es decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Deusto.
CUATRO
HISTORIADORES ANALIZAN EN UN LIBRO LA FIGURA DEL PRIMER LEHENDAKARI DEL
GOBIERNO VASCO
La
política como pasión. El lehendakari José Antonio Aguirre (1904-1960),
editado por Tecnos, analiza en profundidad los hitos más importantes de la
biografía política del lehendakari dentro de su contexto histórico
José
Antonio Aguirre fue el primer lehendakari del Gobierno de Euskadi y sin duda,
el político vasco más influyente, carismático y popular del siglo XX. Ahora, en
un libro, titulado La política como pasión. El lehendakari José Antonio
Aguirre (Editorial Tecnos), los autores, Ludger Mees, José Luis
de la Granja, Santiago de Pablo y José Antonio Rodríguez,
después de una investigación fruto de diez años de trabajo y consultas en
numerosos archivos, realizan un exhaustivo análisis de la biografía política
del lehendakari dentro de su particular contexto histórico. Los autores afirman
que Aguirre “se había convertido en todo un símbolo: un faro en la oscuridad
del túnel franquista”.
Además,
Aguirre logró algo que antes de él ningún otro nacionalista vasco había
conseguido: el respeto y, a menudo, la admiración de muchos políticos
españoles e internacionales. Y es que el primer presidente vasco no sólo fue un
gran líder del nacionalismo, sino también un hombre de Estado muy reputado que,
durante los duros años del exilio, incluso pudo convertirse en el primer
nacionalista vasco que presidiera un Gobierno español.
Por
todo ello, a lo largo de las más casi 700 páginas del libro los autores
explican que no es posible entender buena parte de la historia contemporánea
vasca sin conocer la vita política de José Antonio Aguirre, y también
una parte importante del pasado de España, e incluso de Europa, estrechamente
vinculado al impacto de la actividad desplegada por el dirigente vasco a lo
largo de tres décadas, desde la instauración de la II República en 1931 hasta
su muerte en París en 1960.
Los
autores se preguntan «¿De dónde sacó Aguirre la fuerza para aguantar tantos
golpes duros, tantos reveses que parecían definitivos? ¿Cómo pudo levantarse
una y otra vez, fijar de nuevo su cañón y disparar al siguiente objetivo?” Sin
duda, afirman, que “uno de los motores que le impulsó a lo largo de su vida fue
la pasión. Aguirre ciertamente vivió la política como pasión, un estado
emocional que le absorbió en todas las facetas de su vida». Y, añaden que para
el lehendakari «la política no era una mera profesión, un quehacer temporal con
un comienzo y un fin definidos».
Así,
de la mano de uno de los grandes protagonistas del siglo XX, es posible
adentrarse en algunos de los temas que han movido nuestra historia, como la
cuestión religiosa; el debate identitario y territorial que condujo a la
aprobación del primer Estatuto vasco en 1936; la lucha por la libertad en
Euskadi y contra el fascismo, primero en la Guerra Civil y luego durante la II
Guerra Mundial; la resistencia a la Dictadura de Franco; y, finalmente, el
proceso de unificación europea.
Como
resultado, y plasmado ahora en La política como pasión, emerge la
apasionante imagen de un líder carismático, aunque no exento de errores en su
acción política, que tuvo la capacidad de corregir.
Más
de medio siglo después de su muerte, este liderazgo, debidamente desmitificado
por los autores de esta biografía, sigue siendo un ejemplo válido para una
feliz fusión entre responsabilidad y conciencia, entre razón y pasión en la
política.
Una voz
nueva, una voz joven (1904-1931)
La
primera etapa de la vida de José Antonio Aguirre transcurre entre el 6 de
marzo de 1904 –fecha de su nacimiento en Bilbao– y el 14 de abril de 1931 –día
en que fue elegido alcalde de Getxo–. Son 27 años que discurren entre la
normalidad en la vida de un niño/joven y las particularidades propias de la
forja de un futuro líder.
La
normalidad de la vida de un hijo de una familia acomodada, asentada sobre la
prosperidad de su negocio chocolatero. La normalidad de un niño/adolescente
que, siguiendo los usos y costumbres de las élites de la época, estudia en
régimen de internado en el colegio jesuita de Nuestra Señora de la Antigua en
Orduña. La normalidad de un universitario de familia bien que cursa su carrera
de Derecho en Deusto y disfruta de la vida –música, amigos, amigas, vacaciones,
excursiones, viajes y también deporte: entre 1921 y 1925 el joven José
Antonio defendió, como futbolista del primer equipo, los colores del Athletic
Club de Bilbao... –. La normalidad de un joven abogado que trabaja en su bufete
y es miembro del Consejo de Administración de Chocolates Bilbaínos S.A., la
otrora empresa familiar convertida en sociedad anónima.
Y
junto a esta normalidad, comienza ya a aflorar la pasión política, a
conformarse las bases de su liderazgo y a imprimirse en su ADN las dos
principales señas de su identidad: su religiosidad y su ser nacionalista vasco.
Aguirre
es un católico practicante y un católico militante; un hombre de fe que
proyecta su religiosidad más allá de la esfera íntima y del rito y el culto.
La religión tendrá para él una indudable dimensión política y social. Por ello,
y desde esta convicción, Aguirre presidirá la Unión Provincial de Juventudes
Católicas de Bizkaia y se comprometerá en la difusión y aplicación de la
doctrina social de la Iglesia.
Y
en el plano político, se va forjando el líder. Durante los últimos años de la
Dictadura de Primo de Rivera, Aguirre se perfila como un valor en alza en el
seno de la comunidad nacionalista, como un nacionalista vasco joven, ortodoxo
y moderno a la vez, y como un hombre de consenso. Es el Aguirre que muy
pronto lideraría políticamente el PNV y Euskadi durante las tres próximas
décadas. Sus raíces se encuentran aquí: entre 1904 y 1931.
El líder
de la autonomía vasca en la II República (1931-1936)
José
Antonio Aguirre fue “el líder de la autonomía” (Javier Landaburu) y
“principalísimo motor de los trabajos pro-Estatuto vasco” (José Horn),
“haciéndole merecer que por ello se le llame Padre del Estatuto” (Jesús María
Leizaola). “Ya cuando empezó el problema del Estatuto el líder auténtico era
José Antonio” (Manuel Irujo)
Esta
cita, tomada de cuatro diputados del PNV que fueron compañeros de José Antonio
Aguirre en las Cortes republicanas, refleja muy bien el destacado papel que
representó en los años de la II República española: Aguirre fue el líder de la
autonomía vasca, el promotor del Estatuto. Su logro fue el objetivo prioritario
del nacionalismo vasco de 1931 a 1936, aunque no lo considerase su meta final
sino más bien una meta volante. Ciertamente, Aguirre no fue el único impulsor
de la autonomía vasca; hubo, además, otros políticos relevantes que
contribuyeron decisivamente a su aprobación, como el también jeltzale Manuel
Irujo y el socialista Indalecio Prieto. Los tres fueron los principales
artífices del Estatuto de 1936 y los padres fundadores de la Euskadi autónoma
en la Guerra Civil.
Prieto e Irujo, nacidos a finales del siglo XIX,
habían desempeñado ya cargos públicos en la Monarquía de la Restauración,
mientras que Aguirre, nacido en 1904, apenas tenía 27 años cuando se instauró
la II República el 14 de abril de 1931, año en el que fue elegido alcalde de
Getxo y diputado por Navarra. Si Manuel Azaña, ministro de la Guerra y presidente
del Gobierno, fue el político revelación en la España de 1931 y el que mejor
encarnó el nuevo régimen republicano, no cabe duda de que José Antonio Aguirre
fue el equivalente en la Euskadi de 1931: el joven líder que surgió y se
consolidó en el País Vasco del quinquenio republicano.
No
en vano encabezó una nueva generación nacionalista, a la que denominamos la generación
de Aguirre o de 1936, por ser el año más trascendental de su trayectoria
vital, si bien la mayoría de sus miembros, al haber nacido en torno a 1900,
irrumpieron en la vida pública en la coyuntura de 1930-1931. A nuestro juicio,
dicha generación, que abarca desde Manuel Irujo hasta Javier Landaburu, ha sido
la más importante en la historia del nacionalismo vasco por la relevancia de sus
dirigentes, por haber conseguido el Estatuto y el Gobierno vasco, manteniendo
este en el dilatado exilio durante la Dictadura de Franco, y por haber
democratizado al PNV, conduciéndolo desde el integrismo religioso hasta la
democracia cristiana. Para ello resultó crucial la II República y fue clave la
figura de José Antonio Aguirre.
Tales
son las coordenadas históricas que configuran esta etapa fundamental de su
biografía: la etapa de la forja de su liderazgo carismático, de la lucha por la
autonomía vasca, eje de su acción política y parlamentaria, de la asunción de
un catolicismo social más moderno y de la democratización de su partido. Todo
ello lo llevó a cabo siendo alcalde y, sobre todo, diputado en las tres
legislaturas de las Cortes republicanas, emanadas de las elecciones de 1931,
1933 y 1936. La biografía de Aguirre refleja en buena medida la historia de
Euskadi en la II República.
Lehendakari
en tiempos de guerra (1936-1939)
1936
fue un año clave no solo en la historia contemporánea de España y del País
Vasco, sino también en la vida de José Antonio Aguirre. Ante la sublevación
militar iniciada en las posesiones españolas del norte de África el 17 de julio
de ese año y extendida a la Península al día siguiente, el PNV tuvo que tomar
la decisión más importante de su historia. La postura jeltzale a favor
de la República cambió la vida de Aguirre para siempre. Sin embargo, a lo largo
del verano de 1936 el líder del PNV estuvo prácticamente desaparecido de la
escena pública. No hay excesivos datos sobre esta primera etapa, pero todo
indica que Aguirre pensaba entonces más en una coincidencia que una alianza
entusiasta del PNV con las izquierdas.
Su
actitud fue muy diferente a partir del otoño de 1936. Tras participar
directamente en las negociaciones con el Gobierno de la República para la
entrada del jeltzale Manuel Irujo en el ejecutivo de Largo Caballero y para la
aprobación del Estatuto vasco, en octubre de 1936 Aguirre se convirtió en el
primer lehendakari de la historia. Al frente de un Gobierno de concentración
entre el PNV y el Frente Popular, el presidente vasco dirigió durante nueve
meses un pequeño territorio (aislado y reducido casi exclusivamente a Bizkaia),
pero con unas atribuciones reales muy superiores a lo previsto en la letra del
Estatuto. Su liderazgo contribuyó a hacer realidad el oasis vasco de la Guerra
Civil, no exento de fracasos –algunos graves, como el asalto a las cárceles de
Bilbao del 4 de enero de 1937–, pero ejemplar en comparación con la violencia
desatada en ambas zonas en guerra en España. Como consejero de Defensa,
Aguirre lideró el esfuerzo por defender militarmente Euskadi. La falta de
aviación y armamento, la descoordinación con el resto del frente Norte y con
el Gobierno de la República dificultaron en extremo este propósito, pese al
optimismo del lehendakari.
Finalmente, la conquista de Bilbao el 19 de junio
de 1937 y de todo el territorio vasco poco después obligó a Aguirre a abandonar
su tierra, a la que ya nunca podría regresar. No obstante, hasta la derrota
definitiva de la República el 1 de abril de 1939, el lehendakari siguió
batallando contra Franco. Primero intentó un utópico plan para sacar al
derrotado Ejército vasco de Santander y trasladarlo por mar a Francia y de ahí
a Cataluña. Tras la conquista de Cantabria y Asturias por los sublevados,
Aguirre estableció su centro de operaciones entre Barcelona y París. A pesar
de ser presidente de un país sin territorio, batalló por mantener las
atribuciones del Gobierno vasco en este primer exilio, acercándose para ello a
la Generalitat de Companys. Superando estas y otras dificultades, Aguirre llevó
a cabo una importante labor entre 1937 y 1939, basada sobre todo en la atención
a los refugiados vascos en Cataluña y en Francia, en la propaganda y en las relaciones
exteriores.
El
imposible retorno: políticas del exilio (1939-1960)
De
las dos décadas largas que el lehendakari José Antonio Aguirre tuvo que pasar
en el exilio, el primer sexenio fue, sin duda alguna, el más turbulento tanto
en el plano político como en el personal. Fueron seis los años en un largo
tobogán de emociones, en que los momentos de frustración, dolor y miedo
dejaron paso a otros de esperanza, alegría y alivio, y viceversa. Al principio
predominó, sin duda, el miedo por su vida y la de los suyos. En mayo de 1940,
en un viaje familiar, fue sorprendido por la invasión alemana de Bélgica, país
en el que quedó atrapado sin poder regresar a París. Gracias a la ayuda de un
diplomático de Panamá, pudo sobrevivir en la clandestinidad con el aspecto
cambiado (bigote y gafas) y un pasaporte panameño falso a nombre de Andrés
Álvarez Lastra. Su odisea le llevó de Bélgica a Alemania, incluída la boca
del lobo Berlín, y luego a Suecia, donde consiguió embarcar en julio de
1941 y escapar a América Latina.
Así,
Aguirre sufrió en carne propia el paso de una guerra a otra, y de un exilio a
otro. Pero la segunda guerra, que a partir de diciembre de 1941 adquirió una
dimensión mundial, también desencadenó una gran esperanza que en la mente del
lehendakari, más que esperanza, fue una firme convicción: la convicción de que
en la contienda bélica la democracia se impondría frente al fascismo y que, en
consecuencia, con Hitler y Mussolini, también iba a caer Franco. En la
biografía política de Aguirre, estos turbulentos años fueron importantes, y en
cierto sentido excepcionales, también porque se trataba de un periodo en el que
en más de una ocasión la vida del presidente vasco estuvo en grave peligro.
Este
periodo dio paso a un quinquenio de optimismo, con un lehendakari carismático y
aparentemente incansable, volcado en varias iniciativas de enorme calado
político. Aguirre no paró quieto en ningún momento, se multiplicó para poder
estar presente en un gran número de círculos y foros vascos, españoles e
internacionales y buscó explotar las “circunstancias favorables” que pensaba
haber identificado. No le frenaron dolorosos golpes como el fallecimiento por
cáncer de su consejero Heliodoro de la Torre (1946) o la muerte de su madre
Bernardina de Lekube Aranburu (1950). Tampoco prestó demasiada atención a los
primeros avisos que su cuerpo le daba para señalar que el frenético ritmo de
vida que llevaba, a medio o largo plazo a la fuerza debía minar la salud
incluso de un exfutbolista como él. En todo caso, de su pasado deportista ya no
le quedaba casi nada: llevaba muchos años fumando un cigarrillo tras otro, lo
que era un inconfundible reflejo del fuerte estrés que le acompañaba
permanentemente, al menos desde su nombramiento como primer lehendakari de los
vascos.
Pero,
de momento, el cuerpo todavía aguantaba y las “circunstancias favorables” y
los apoyos de los que hablaba Aguirre parecían más tangibles que nunca. El
fascismo había sido derrotado y la nueva superpotencia norteamericana estaba
dirigida por un Gobierno con el que Aguirre había firmado convenios de
colaboración en la lucha antifascista. Fue precisamente en Washington y en sus
múltiples reuniones con líderes internacionales, donde el lehendakari llegó a
la conclusión de que sin una sólida alternativa al gobierno de Franco las
potencias democráticas no iban a mover un dedo para desbancar al régimen del Generalísimo.
Y, sin un gobierno democrático en Madrid, así deducía Aguirre, no era posible
avanzar en el camino hacia mayores cotas de autogobierno en Euskadi. Este es el
trasfondo que explica el entusiasmo con que Aguirre preparó lo que puede
considerarse, sin duda, el -hasta hoy- mayor desembarco de los nacionalistas
vascos en la política española, primero protagonizando la restauración del
Gobierno republicano en el exilio, y después secundando al líder socialista
Indalecio Prieto en su particular estrategia antifranquista a través de una
alianza con los monárquicos descontentos con el régimen. Aguirre estuvo en la
primera fila de todos estos combates, sin descuidar el fortalecimiento de la
resistencia en el interior o la entente con los nacionalistas catalanes y
gallegos.
En comparación con estos años de esperanza y
activismo sin límite, la última década de la vida de José Antonio Aguirre fue
probablemente la más triste. Los años 50 fueron años de grandes disgustos
políticos, que evidenciaron dos cosas: primero, que ninguna de las diferentes
estrategias antifranquistas que el lehendakari había impulsado había producido
fruto alguno, y, segundo, que el régimen estaba más fuerte que nunca: no se
vislumbraba por ninguna parte algún elemento de crisis susceptible de
desencadenar la tan esperada agonía final. La firme apuesta de Aguirre por la
presión internacional contra la dictadura necesitó enormes dosis de
voluntarismo para no quedar completamente laminada por los fríos intereses
geopolíticos que, en el marco de la Guerra Fría, no entendían de moral o de
ética. Pero tampoco la resistencia en el interior estaba como para echar
cohetes: la huelga de 1951, con pésimas consecuencias para muchos de sus
promotores, fue su última gran aportación antes de la prematura muerte del
lehendakari en 1960. Debido a todos estos golpes y contratiempos, y a la vista
de que ni siquiera él parecía en condiciones de encontrar el camino para salir
de la penuria, dejar el exilio y volver a una patria libre y democrática,
durante la década de 1950 se produjo una transformación de su liderazgo
carismático. Durante estos últimos años de su vida, el presidente vasco
continuaba siendo el líder más respetado y más carismático del exilio vasco (y
muy probablemente español), pero su carisma ya no contaba con esa aureola
mesiánica otorgada por sus seguidores tras su milagrosa escapada de la
Alemania nazi. Se trataba ahora de un carisma más humano, cepillado por
la sucesión de circunstancias adversas, un carisma normalizado y pasado por el
tamiz de la cotidianidad. Ello quiere decir que, sin duda, Aguirre seguía
siendo el líder indiscutible del exilio, pero ahora ya era también un líder más
vulnerable: la humanización de su figura estaba introduciendo grietas en su
blindaje carismático, de manera que poco a poco dejó de ser el dirigente
intocable e infalible que muchos (y muchas) habían querido ver.
Ahora
bien, su lucha contra el destino, sus enormes esfuerzos por mantenerse fiel a
las propias convicciones en un contexto adverso y la férrea voluntad de no
claudicar y seguir escenificando el papel del líder carismático, dinámico y,
pese a todo, optimista, no pasaron sin dejar huella. Ocurrió lo que suele
ocurrir en estas ocasiones: la salud se resquebrajaba y la bronquitis crónica
que padecía Aguirre le incordiaba cada vez más, obligándole a parar unos días y
buscar alivio en algún balneario termal. El tabaco que devoraba con ansiedad
no le ayudaba precisamente a mejorar su estado de salud. En definitiva, la
década de los 50 para José Antonio Aguirre fue una década de frustraciones, sufrimiento
y declive físico. No por ello dejaron de ser también años de lucha para una
persona que se negaba a quedar simplemente aplastado bajo el peso de las
circunstancias, un líder que seguía reivindicando la capacidad humana de
intervenir en el proceso histórico y de empujarlo en la dirección deseada. A
estos dos binomios: frustración y fracaso por un lado, y reivindicación y lucha
por el otro, habría que añadir un tercero que marcó la vida política del
dirigente vasco durante sus últimos años: el binomio compuesto por las palabras
esperanza y futuro, palabras que para Aguirre estaban estrechamente vinculadas
al gran proyecto de la unificación europea, en la que Euskadi podría encontrar
un lugar propio.
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