La Librería de El Sueño Igualitario

silencio9845.jpgCazarabet conversa con...   María Urruzola, autora de “El silencio” (Pamiela)

 

 

 

 

 

María Urruzola escribe para Pamiela Ediciones sobre uno de los males, el silencio, que se alía de las dictaduras en detrimento de las libertades y los derechos.

Cuando el silencio es una herramienta de represión.

El régimen franquista impuso, a su manera, el silencio como aliado para afianzar conceptos como patria, moral, nacionalcatolismo.

La autora le da a la historia una vuelta de tuerca, convirtiéndola en novela. Novela que fue publicada por primera vez en Uruguay  por Planeta.

Esta novela forma parte de la colección llargia de narrativa de esta editorial de Iruña.

Aquello que nos dice la sinopsis de esta obra narrativa y que es un retrato testimonial de un tiempo:

Pamplona, 1936: la insurrección golpista en nombre del patriotismo y la imposición del silencio en nombre de la moral. Justo enfrente del lugar desde el que el general Mola ordena golpear sin piedad a los leales a la República, una de las tres mujeres que protagonizan El silencio es condenada a tener a su hijo en la reclusión de un convento vecino. Allí comienza otra guerra soterrada, pero no menos cruel: la de una madre soltera por mantener a su hijo junto a ella.

Uno de los episodios más sórdidos de la dictadura franquista consistió en arrebatar a sus madres, en razón de sus ideas, su estado civil o su condición social, a miles y miles de niños. La moral nacionalcatólica impuesta por los vencedores otorgaba la patria potestad de esos niños robados al Estado.

Años después, en Montevideo, otra generación, hija del exilio republicano español, ve repetirse como en un espejo deformante los desastres del golpe militar y las miserias morales de la dictadura militar. De nuevo el horror, las desapariciones, los niños robados y el destierro, en esta ocasión hacia Europa.

Desde París, en época reciente, una tercera protagonista, hija del exilio latinoamericano, emprende un viaje hacia los orígenes familiares de su abuela para desvelar lo que el silencio ocultaba: el doble precio que han pagado las mujeres de las generaciones que le precedieron por sostener su dignidad en las luchas del periodo histórico que les ha tocado vivir.

El silencio, novela de María Urruzola publicada por primera vez en Uruguay (Editorial Planeta, 2015), ve finalmente la luz en la tierra originaria de sus protagonistas.

La autora, María Urruzola:

Periodista, tiene doble nacionalidad, uruguaya y española. Fue refugiada política durante diez años en Francia, donde comenzó su carrera en la agencia de noticias AFP, en el servicio para América Latina.

Tras regresar a Uruguay en 1985, trabajó durante catorce años en el semanario Brecha, y se especializó en periodismo de investigación y político, con colaboraciones periodísticas, también en radio y televisión.

Su primer libro, El huevo de la serpiente (Ediciones de la Pluma, 1992; Caballo Perdido, 2001; Planeta, 2016), es una investigación periodística sobre el tráfico de mujeres entre Uruguay e Italia, que fue llevada al cine con el título En la puta vida (2001). También fue llevado al cine su artículo «Solo una mujer» (1988), con el título La historia casi verdadera de Pepita la Pistolera.

Entre 2007 y 2013 ocupó el cargo de Directora de Información y Comunicación del Ministerio de Desarrollo Social de su país y luego el de Directora de Información y Comunicación del gobierno de la capital, Montevideo.

 

 

Cazarabet conversa con María Urruzola:

urriozola.jpg-María, háblanos del mensaje inspiratorio, de aquello que te ha llevado a escribir esta novela que tiene un trasfondo tan real…

-No lo llamaría mensaje inspiratorio sino más bien dolor del alma, de la protagonista, que se fue a América y rehízo su vida pero mantuvo en algún pliegue de su espíritu lo que la España católica y franquista le hizo cuando apenas tenía 17 años. Ese dolor se transmitió a sus descendientes, entre los cuales yo misma.

-Los hechos reales superan, por desgracia, a cualquier ficción o relato  contado, ¿no?, por real o basado en la realidad que éste esté…

-Es que yo creo que la ficción casi no existe. Siempre se basa en alguna realidad, para transformarla, ponerle o sacarle. A veces es tan difícil contar la realidad pura, que es necesario recurrir a la ficción para hacerla verosímil. Creo que la literatura y el cine en general se basan en historias reales para conjeturar historias que llamamos de ficción.

-De todas maneras lo que queda bien claro es que los silencios, estos forzados y forzosos, son bien nocivos para el devenir de toda sociedad, ¿no?

-Todas las familias tiene silencios acumulados en su historia de tres o cuatro generaciones. El problema es que una cosa son los silencios que esconden peripecias personales, y otra los que intentan olvidar dramas sociales, peripecias colectivas, sufrimientos que tienen su origen en la decisión que alguien tomó por razones políticas.

-Silencios que dejaban a las víctimas con el corazón, pero también con la razón encogida dentro de ellas mismos y que luego dejan huella hasta en varias generaciones, ¿es así?

-Sí, es así, porque la víctima de la Historia con H mayúscula, no siempre logra poner en contexto la peripecia que le tocó vivir. Necesita que se construya un relato colectivo, para poder encontrar el lugar de su drama personal, y quizás recién entonces entenderlo. Las víctimas llevan las huellas en el corazón, pero su razón no siempre les explica el por qué de lo que tuvieron que vivir.

-Porque uno o una casi nunca puede recuperarse del todo de estar sometidos a esta clase de silencios, ¿cómo lo ves?

-Creo que todos pueden recuperarse en parte, cuando se colectivizan las peripecias. Cuando se puede entender que el drama personal respondió a una coyuntura social o política que fue más allá de las individualidades. No es lo mismo ser víctima de un lío de familia, que de una dictadura, del holocausto, de una guerra.

-Y después están los que tienen al silencio como instrumento para instaurar la represión y el escarmiento, ¿no?

-El silencio siempre es un arma de sometimiento y represión. Por eso la palabra siempre es también un arma de sublevación y curación. Poner en palabras lo individual y entretejer esas palabras con las de los demás, es una forma de encontrar el sentido de lo vivido por un colectivo determinado en un momento dado de la historia. Hablar es sanador y puede ser también revolucionario.

-¿Cuántas historias como la del tu novela debieron darse?, muchas, ¿no crees?, siempre demasiadas….

-Me parece que España intentó salir del franquismo silenciando todas las historias, y eso es imposible. Sigue viviendo un post-franquismo eterno, donde no se puede romper el silencio impuesto por los vencedores de la guerra, porque al parecer eso implicaría algún riesgo de algo. Hasta que no se rompa ese cerco al pasado, tal vez el franquismo siga existiendo.

577720.jpg-El hecho de arrebatar a los niños y niñas a madres por sus ideas era una de las estrategias llevada a cabo por los que realizaron el golpe de Estado e instauraron la dictadura. No quedaba más que callar porque cualquiera alzaba la voz en aquellas circunstancias, ¿verdad?

-La protagonista de mi novela fue testigo de cómo le arrebataban los niños a otras adolescentes como ella, que habían tenido la mala suerte de quedar embarazadas sin estar casadas. Ni siquiera eran militantes. El franquismo no solo le quitó los niños a las mujeres que pensaban distinto en política, sino también a las que osaban romper las reglas puritanas y conservadoras de la iglesia, y en particular a las mujeres más pobres y carentes de recursos.

-Por cierto, ¿cómo y de qué manera arrebataban a los niños y niñas sin dejar apenas huella?

-Todo lo que un hombre hace deja siempre huellas. Y ahí está el drama de la España de hoy: hay miles de huellas que nadie quiere buscar, reunir, investigar. Abundan las huellas. Lo que falta es voluntad institucional, convicción política.

-¿Qué les pasaba a quien en aquellos años rompía el silencio?, porque aún hoy si alguien se atreve a ello es señalada, apartada, se les hace el vacío, mientras los culpables de secuestrar y arrebatar a sus hijos e hijas permanecen casi intocables.

-Quien rompía el silencio, o luchaba contra él, era estigmatizada. La protagonista de mi novela es una excepción a la regla, porque logra recuperar a su niño, pero aún así no logra recuperar su lugar social. De alguna manera, la condena social la castigó más por pelear por su hijo que por haber quedado embarazada. Si hubiese aceptado el silencio y la pérdida, quizás su vida hubiese sido otra.

-Los Conventos en aquellos años de represión, dictadura, guerra, posguerra, y escarmiento  tenían funciones más allá de las llamemos naturales, ¿no es así?

-Creo que el cono de sombra que aún hoy oculta lo que los conventos, las maternidades, algunos hospitales y muchos médicos hicieron, podría esconder otros cómplices. No pudo existir el robo de miles de recién nacidos durante más de treinta años después de la guerra, sin la complicidad de varias categorías de instituciones y ciudadanos. Seguramente eso explica que hasta el día de hoy, y pese a que la ONU pidió a España que investigue el tema de los niños robados, las causas judiciales no avanzan. 

-Y si no se callaba o quizás ellas, las mujeres o madres forzosamente recluidas por sus ideas,  se veían recluidas mucho más tiempo o constantemente amenazadas de verse separadas de sus hijas o hijos…

-El sometimiento de las mujeres fue una decisión política-religiosa. Fue una manera de someter a toda una colectividad. No solo se sometía a la mujer recluida, o la que había “pecado”, sino que con su ejemplo se sometía a todas las otras, a las “normales”, para que no se les ocurriesen ideas fuera de las normas del Estado y de la Iglesia. Y sometiendo a las mujeres, se sometía a sus hijos y en general al núcleo familiar.  

-¿Qué hacía que una madre pudiese conservar consigo a su criatura respecto a otras que lo perdían?

-El robo de niños fue también un negocio económico para los conventos y la Iglesia en general. Los niños eran robados a sus madres y vendidos a los nuevos progenitores. Primero le sacaron los niños a las presas republicanas, luego a las madres solteras, y más tarde aún a las mujeres pobres, para abastecer un mercado clandestino de adopciones compradas que le generó mucho dinero no sólo a la Iglesia sino seguramente a muchos médicos, cómplices.

-Al margen de estas preguntas más generalizadas, amiga María, ¿nos puedes acercar un poco a tu protagonista?

-Mi novela retrata la peripecia de tres protagonistas: Socorro, Lola y Charo, que son tres generaciones de una misma familia, a las que les toca vivir la guerra de España, luego la dictadura en Uruguay, y por fin el exilio latinoamericano en Europa de los años 70. Son mujeres a las que les cae la Historia con H mayúscula sobre sus vidas. Hoy, el lenguaje guerrero las llamaría “daños colaterales”.

-Me parece, de todos modos que cuando  al final termina el silencio deben de quedar secuelas que hasta quizás transmitimos, pero también la lección debe ser tan fuerte que se sabrá plantar cara a muchas intransigencias, ¿no?

-Hay psicoanalistas que han trabajado lo que ellos llaman las “marcas del horror”, y afirman que la transmisión es cultural. Aún si el dolor no se pone en palabras, se actúa en función del mismo. Por eso los niños siempre intuyen que hay un secreto parapetado tras un silencio. Secuelas siempre quedan. Creo que el desafío es lograr que no duelan, que no sean heridas abiertas o llagas permanentes. Para eso es necesario construir una explicación e insertar cada historia en un fresco colectivo. No es lo mismo ser víctima de algo que decidió alguien, que ser víctima de un ciclón o un accidente.

58fea05d8f9eb.jpg-Amiga María esta novela testimonial y directa tiene mucho de “crónica llena de compromiso”. ¿Lo ves así?

-No lo sé. Me parece que las protagonistas son personas normales a las que les ocurren cosas horribles, y no tienen otra opción que echar mano de lo que las hace humanas, que no es otra cosa que la dignidad. Y esa dignidad también se trasmite de generación en generación, se actúa, se aprende a veces sin palabras.

-¿Cuál era tu propósito detrás de la escritura de El silencio?

-Hacer las paces con una historia que durante muchos años me dolió mucho, hasta que en España empezaron a denunciarse los casos de niños robados por el franquismo. Recién entonces entendí lo que había pasado en mi familia, y entendí que había sucedido algo muy dramático que no respondía a la crueldad de algunos familiares sino a un objetivo político de una parte de la sociedad española, la que ganó la guerra. Que aparecieran organizaciones que luchan por la búsqueda de los niños robados y por la memoria histórica, me permitió encontrar las huellas de la historia de mi familia. Y entenderla.

-Por cierto, ¿cómo ha sido la colaboración con Pamiela?

-Los integrantes de Pamiela no solo son atentos editores, sino personas de una amabilidad extrema, gente cuidadosa con el otro, solidaria y que pone en cada libro una dosis importante de vocación por el colectivo. Fue una extraordinaria cosa conocerles.

-Nos puedes dar alguna pista sobre lo que estás trabajando en la actualidad?

-Acabo de publicar en Uruguay un libro sobre uno de los guerrilleros que lideró la creación del movimiento Tupamaros  y terminó siendo ministro de Defensa del gobierno de José Mujica y uno de los principales obstáculos para las organizaciones de lucha por los Derechos Humanos y la verdad sobre el pasado reciente (“Eleuterio Fernández Huidobro, sin remordimientos”, editado por Planeta), y ese trabajo me ha dejado un poco cansada. Estoy entonces descansando por unos meses. Pero en mis planes está escribir algo sobre mi padre (de origen vasco, periodista, comunista, nacido en Argentina y crecido en Uruguay), quien estuvo siete años preso durante la dictadura uruguaya. Conservo sus cartas desde la cárcel, y en base a ellas intentaré ir a su encuentro.

 

 

 

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El silencio. María Urruzola   
208 páginas
18.00 euros
Pamiela



Pamplona, 1936: la insurrección golpista en nombre del patriotismo y la imposición del silencio en nombre de la moral. Justo enfrente del lugar desde el que el general Mola ordena golpear sin piedad a los leales a la República, una de las tres mujeres que protagonizan El silencio es condenada a tener a su hijo en la reclusión de un convento vecino. Allí comienza otra guerra soterrada, pero no menos cruel: la de una madre soltera por mantener a su hijo junto a ella.

Uno de los episodios más sórdidos de la dictadura franquista consistió en arrebatar a sus madres, en razón de sus ideas, su estado civil o su condición social, a miles y miles de niños. La moral nacionalcatólica impuesta por los vencedores otorgaba la patria potestad de esos niños robados al Estado.

Años después, en Montevideo, otra generación, hija del exilio republicano español, ve repetirse como en un espejo deformante los desastres del golpe militar y las miserias morales de la dictadura militar. De nuevo el horror, las desapariciones, los niños robados y el destierro, en esta ocasión hacia Europa.

Desde París, en época reciente, una tercera protagonista, hija del exilio latinoamericano, emprende un viaje hacia los orígenes familiares de su abuela para desvelar lo que el silencio ocultaba: el doble precio que han pagado las mujeres de las generaciones que le precedieron por sostener su dignidad en las luchas del periodo histórico que les ha tocado vivir.

El silencio, novela de María Urruzola publicada por primera vez en Uruguay (Editorial Planeta, 2015), ve finalmente la luz en la tierra originaria de sus protagonistas.



María Urruzola (Montevideo, Uruguay 1954)

Periodista, tiene doble nacionalidad, uruguaya y española. Fue refugiada política durante diez años en Francia, donde comenzó su carrera en la agencia de noticias AFP, en el servicio para América Latina.

Tras regresar a Uruguay en 1985, trabajó durante catorce años en el semanario Brecha, y se especializó en periodismo de investigación y político, con colaboraciones periodísticas, también en radio y televisión.

Su primer libro, El huevo de la serpiente (Ediciones de la Pluma, 1992; Caballo Perdido, 2001; Planeta, 2016), es una investigación periodística sobre el tráfico de mujeres entre Uruguay e Italia, que fue llevada al cine con el título En la puta vida (2001). También fue llevado al cine su artículo «Solo una mujer» (1988), con el título La historia casi verdadera de Pepita la Pistolera.

Entre 2007 y 2013 ocupó el cargo de Directora de Información y Comunicación del Ministerio de Desarrollo Social de su país y luego el de Directora de Información y Comunicación del gobierno de la capital, Montevideo.

 

 

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