Cazarabet conversa con... Emilio Gancedo, autor de “La
Brigada 22” (Pepitas de Calabaza)
La Brigada 22.
Emilio Gancedo
“homenajea” al maquis de León en y
desde una narrativa como él nos tiene acostumbrados, sencilla y fácil de leer, invitando
a la lectura de lecturas, pero, a la vez, la narrativa de Gancedo es contundente.
El periodista leonés se pone en la
piel del fenómeno maquis en los
alrededores de su tierra, León.
La sinopsis del libro, aquello que nos
cuenta la historia:
España. 1980. En una ciudad de
provincias cualquiera. Francisco Munera es un
oficinista gris que vive con su madre, una recalcitrante mujer que pasa los
días postrada en la cama y que, por miedo a que su hijo «se signifique y acabe
como su padre», se dedica a darle todo tipo de consejos que empequeñecen su ya
de por sí anodina existencia. En Paquito, sin embargo, nace súbitamente una
ambición: publicar en la sección «Cartas al director» del diario provincial,
que siempre leía su padre. Y este anhelo pueril, unido a una serie de
sorprendentes coincidencias, le llevará a descubrir la existencia insospechada
de unas gentes ancladas en el pasado: una achacosa partida del maquis que, pese
a los años transcurridos y al manto de olvido caído sobre sus fusiles, continúa
aferrada a unos ideales y a unos cuantos palmos de selva mediterránea. Sus
integrantes ni siquiera recuerdan cuánto tiempo llevan emboscados, aunque
siguen recordando muy bien por qué.
He aquí una extraordinaria fábula
sobre el devenir cíclico de la historia de España, sobre la aparente
incapacidad de este país para cicatrizar sus heridas. Con La Brigada 22,
Emilio Gancedo nos regala una obra rebosante de humor
y ternura, de una profundidad desacostumbrada, que está en la línea de nuestra
mejor tradición literaria.
El autor, Emilio Gancedo:
Emilio Gancedo
(León, 1977) trabaja en la sección de Cultura de Diario de León desde
el año 2000. Es autor de dos libros de relatos (La hoja de roble,
2001, y Trece
cuentos extraños, 2007), una guía de viajes (León, parada
jacobea, 2004) y dos obras de carácter etnográfico (La tradición
oral, 2008, y El habla de León, 2009). Ha colaborado en numerosos
libros colectivos y participa con asiduidad en filandones
(cuentacuentos populares), debates, conferencias y tertulias radiofónicas.
Además es autor de los guiones de tres documentales (Asina falamos, León, ciudad de reyes y La Montaña Oriental).
Es también autor de Palabras Mayores,
un libro inmenso del que en Cazarabet con enamoramos y del que él conversó: http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/palabrasmayores.htm
Cazarabet conversa con Emilio Gancedo:
-Amigo, ¿qué es lo que te ha
hecho escribir este libro, no sé, como de carácter más histórico y al que
manejas como una novela viniendo como vienes de tu anterior libro, ‘Palabras
mayores’, en el que te acercabas a la historia rural de España desde el
testimonio de las personas mayores? (aunque cierto aire de novela ya tenía…
quizás por cómo te acercas o presentas, nos presentas, a los personajes)
-La semilla, las chispas que
hicieron prender la llama de ‘La Brigada 22’, vienen de varios lados, como
suele suceder con estas cosas, aunque sobre todo de uno: una relectura del
extraordinario libro ‘Los Topos’, de Manu Leguineche
y de mi paisano Jesús Torbado (esa especie de “biblia
de la memoria histórica”), en la que me sorprendió la historia de Pablo Pérez
Hidalgo, alias ‘Manolo el Rubio’, una mezcla de ‘maqui’ y ‘topo’ a quien la
Guardia Civil detuvo en la serranía de Málaga en diciembre de 1976, un año
después de la muerte de Franco. Ese hecho surrealista y carpetovetónico,
completamente ibérico, me dio mucho que pensar y me sirvió de base para el
argumento central de la novela. Luego se fueron añadiendo o incorporando
elementos como ese amor que tengo por los personajes orillados, ausentes de los
libros de Historia -los protagonistas, en gran medida, de ‘Palabras mayores’,
por la descripción de paisajes concretos, por ciertas películas que unen lo
costumbrista, lo mágico y lo grotesco tanto en el cine español como del Este de
Europa… hay varios ingredientes, sí.
-¿Lo entiendes como un
libro coral? En eso se parece al anterior porque son muchos los personajes que
se dan cita, “como que se citan”, ¿qué nos puedes explicar?
-Sí, en ‘La Brigada 22’ hay dos o tres
personajes principales sobre los que va descansando alternativamente el peso de
la narración pero, alrededor de ellos, revolotean otros que, aunque aparezcan
de modo más breve, tienen también su valor y su voz, y son importantes para
asuntos como el ritmo, el tono, las dosis de información que se suministran al
lector, la aceleración de la trama… En ese sentido, el barrendero, un hombre
dicharachero y popular; la anciana propietaria de la pensión en la que se aloja
el teniente Tosantos; el odioso director de periódico; el anciano
jefe de la compañía de seguros en la que trabaja Paquito; y, sobre todo, el
pastor Pepe Cavadas, son vitales para la novela y me ha encantado trabajarlos,
darles vida, encontrar a casa uno su rostro y su expresión.
-También no dejas de
mirar el ámbito rural… sí, para dibujar historias, dentro de otras historias…
-Nos
damos cuenta que estamos en los ochenta pero parece que ciertos escenarios,
ciertas personas, siguen como arraigadas años antes… están como anclados…
-Llama la atención el
personaje del oficinista… tan anclado a la rutina que parece que lleve la vida
como mochila… que encuentra “cierta liberación” en la lectura de un periódico
de provincias… que colecciona los temores de su madre mientras ambos guardan en
una memoria, casi escondida, al padre y esposo… Triste pero, imagino, muy, muy
cotidiano… todos y todas hemos conocido a más de un personaje así, ¿verdad?
¿Demasiados “Paquitos Muneras”
para avanzar, o hay que avanzar con ellos?
-España, y probablemente
cualquier otro país, está hecho de esos “Paquitos
Muneras”, de esa gente que ve la Historia pasar como
la ven Paquito y su madre, detrás de los visillos de la ventana. En realidad a
mí me parecen muy entrañables y a fin de cuentas todos somos un poco así
(¿quién es de veras protagonista, quién de veras decide su futuro?). Por eso la
“pequeña revolución” de Paquito, que empieza con la decisión de escribir una
carta al director en el periódico provincial, y que le llevará muy lejos. Esas
pequeñas revoluciones de cada uno de nosotros son más importantes que todos los
libros de Historia juntos.
-Es valiente escribir
que todavía en los ochenta había madres que, postradas o no, se empeñaban en
empequeñecer las pequeñas dosis y ganas de libertad, como hace la madre de
nuestro oficinista con su hijo (por miedo, siempre el miedo; pero por también,
creo, por el dominio que le da a la madre). Cultivar el silencio es de las
cosas que mejor hizo y perpetuó el franquismo, ¿verdad?
-Hay un crítico que dice que la
madre de Paquito Munera
“es” el franquismo, que lo encarna perfectamente. Que es la normalización y la
institucionalización del miedo, de la pequeñez, de la grisura, de la
mediocridad…
-¿Por qué nos propones
una novela de maquis y resistencias pero contada o estirada desde el abismo de
un silencio que busca hacerse hueco desde esas ‘Cartas al director’? ‘Cartas al
director’ que, casi te diría, es el recurso de -por favor, no nos lo tomemos a
mal , se lo digo a nuestros lectores- es el recurso de no pocos frustrados y
frustradas, de enseñar los dientes, sabiendo que casi no puedes morder, de
desahogarte sin sacudir el llanto de nuestras lamentaciones…
-Todo en la vida de Paquito es
anti-épico. Su vida es monótona, sus aspiraciones, inexistentes, su ambiente
familiar, opresivo. No es, en modo alguno, un héroe. Pero ¿qué es un héroe? El
héroe tradicional, el héroe homérico o el súperheroe
son seres inexistentes, imposibles, sin anclaje con la realidad, no me
interesan en absoluto. Su épica no existe en nuestro día a día. Pero sí la de
Paquito, que siente miedos, inseguridades y dudas, como las sentimos todos, y
que tiene que lidiar contra eso. Esa lucha pequeña, que es la más grande de
todas, es la que me interesa.
-Es
tu primera novela (aunque ya decía que ‘Palabras mayores’ hace guiños a ese
género), ¿cómo te has sentido en este territorio, más allá del tipo de
narrativa, como “más de crónica” a la que nos tenías acostumbrados? ¿Te ha
costado ese viaje?
-¿Cómo te has apañado en
la documentación del libro, porque, aunque es “más novela”, también requiere de
cierta investigación, documentarte…? ¿Cómo ha sido este viaje que, presumimos,
siempre es trabajoso, pero dando sus frutos… lo que recompensa? En esta
investigación, ¿has encontrado trabas por tocar un tema, el de la lucha
guerrillera y de las resistencias contra el franquismo que unos pocos piensan
que mejor que el común de los mortales no sepamos?
-Existe en España una literatura, digamos técnica, ensayística o
divulgativa, importante en cuanto al maquis, tanto a nivel general como de cada
territorio concreto. He leído varios de esos libros, comenzando por el ya
clásico ‘Historia de la guerrilla antifranquista’, de Secundino Serrano, y con
‘El canto del búho’, de Alfonso Domingo, y continuando con otros. En cambio, no
hay una literatura de ficción, de creación, abundante, en torno a este asunto,
y eso me llama la atención sobre todo si tenemos en cuenta lo
extraordinariamente atractiva que resulta la historia de estos guerrilleros, incluso
desde el mero punto de vista de la aventura, de la épica, del hecho narrativo.
Es realmente curioso lo mal que este país produce ‘discurso’ sobre sí mismo…
Pero sí, leí varias de esas obras y también me basé en ciertas entrevistas y
testimonios orales de mi propia tierra, de León, donde el maqui, el ‘fugao’ o ‘el del monte’, como se les llamaba, es un
personaje icónico, muy presente en la literatura popular de las comarcas de
montaña. Y sobre la segunda parte de la pregunta, no, no he encontrado trabas
en cuanto a la investigación ni he sentido reacciones adversas, más bien todo
lo contrario. En reseñas y críticas aparecidas en medios especializados se
suele hacer hincapié en esa ‘catarsis’ que yo procuro en la novela, en ese
cerrar heridas y tender puentes por medio de la literatura y del humor. Aunque
hay mucha cerrazón y aún queda gente que aboga por el “no te signifiques”, como
le decía a Paquito su madre, creo que también hay mucha curiosidad por
comprender adecuadamente nuestro convulso y complejo pasado y por convertirlo
precisamente en eso, en pasado, no en un “presente continuo” apto para ser
empleado como permanente arma arrojadiza.
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