Cazarabet conversa con... Julián Carlos
Ríos Martín, autor de “Biografía de la reconciliación. Palabras y silencios
para sanar la memoria” (Comares)
Julián Carlos Ríos Martín escribe sobre cómo
se pueden sanar los agujeros de la historia…agujeros que están porque no se han
decidido a tratar.
La reconciliación, según las reflexiones se
pueden abordar desde: Palabras y silencias para sanar la memoria”.
Cualquier cosa para dignificar la memoria y la
historia.
El libro está dentro de la materia de Ciencias
Políticas y sociología y forma parte de la colección de “análisis y crítica
social” .
La sinopsis del libro desde Comares:
Este libro narra historias de reconciliación.
Comienza el autor con sus propios procesos restaurativos y los aprendizajes
realizados en tiempos de crisis. También esboza algunos de los instrumentos que
le han servido en su proceso de reconciliación: el silencio, el estado de
presencia y la lectura transgeneracional.
Posteriormente, se aborda el tema de la reconciliación interpersonal y,
específicamente, entre víctimas y agresores de delitos graves y de terrorismo
-ETA y GAL-. Por último, se desarrolla una propuesta para la reconciliación de
heridas emocionales, intrapersonales y colectivas,
causadas por la dictadura franquista y la Guerra Civil.
El autor, Juan Carlos Ríos Martín:
Es doctor en Derecho y profesor de Derecho
Penal en la Universidad Pontificia Comillas. Es autor de varios libros sobre
Derecho penal y penitenciario, justicia restaurativa y política criminal.
Durante 25 años ha trabajado como abogado defensor de personas en situación de
exclusión social, en juzgados y cárceles. Durante ese mismo tiempo ha convivido
en su casa con personas que salieron del mundo de la droga y la cárcel. Desde
2005 ha trabajado como facilitador de encuentros restaurativos entre agresores
y víctimas de delitos graves y de terrorismo.
Cazarabet conversa con Julián Carlos Ríos
Martín:
-Julián Carlos, amigo, ¿este es un
libro que nos enseña a que nada es imposible desde lo humano, la empatía, la
generosidad y el perdón para llegar a la reconciliación más plena y sincera?
-Efectivamente, pero este
escenario necesita un camino difícil e intenso que recorrer. Es la vida misma,
y la apuesta por determinados valores que permiten convivir en paz. Estos
recorridos humanos van de la mano de conocimiento propio, de la aceptación de
las emociones y sentimientos que aparecen en los conflictos (miedo, ira, dolor,
esperanza), del valor, la asunción de responsabilidad propia, de la verdad. Es
una apuesta por abrazar nuestra esencia humana, y de paso, y a la vez, la de
los otros.
-Porque eres de los que piensas que sí, indudablemente, hay
procesos en los que el rencor y el resentimiento se pueden reconvertir ¿verdad?
; ¿cómo y de qué manera?; ¿las llamadas Comisiones por la Paz y la Verdad: el
que víctimas y verdugos se encuentren y se miren es una herramienta
imprescindible?
-El rencor y el
resentimiento, efectivamente, se pueden reconvertir; pero, previamente hay que
convivir con ellos. Es difícil hablar de estos procesos en diez líneas, pero os
describo la esencia. Me encontrado con víctimas de gravísimos delitos (víctimas
de ETA, GAL y 11-M) que ya no podían sostenerse en el odio y la venganza.
Necesitaban liberarse del estricto y duro ropaje de “víctimas” para poder
seguir viviendo. Otras no quieren o no pueden. Y está bien. Yo me he encontrado
con las primeras. Por tanto, lo primero es sentir la necesidad de abandonar el
odio, después elaborar la situación sufrida, ser capaz de expresar el
sufrimiento a la persona que lo causó, buscar en este la verdad que necesita
conocer y, por último, y como devenir de los pasos anteriores, humanizar a
quien tiene enfrente. Paralelamente, ha de haber un infractor que haya tomado
conciencia del daño causado, asumiendo su responsabilidad sin justificaciones,
capaz de escuchar el dolor causado y de aportar los datos que la víctima
necesita para conocer la verdad. El final de estos procesos, ambos, víctima e
infractor, se abrazan. Algo se ha disuelto: el vínculo inconsciente que les
unía desde la agresión y que necesitaban soltar para continuar con la vida.
Por otro lado, en las
comisiones por la Paz y la Reconciliación, no es imprescindible que se
encuentren víctimas y verdugos pero, al menos, mi experiencia es que es una
herramienta muy importante para sanar la memoria: “la mirada del otro”.
-En muchos países con heridas que nunca hubiésemos imaginado que
se cicatrizasen con tanta celeridad…eso ha sido posible… ¿qué hace que lo sea
en algunos sitios y no nos podamos plantear ni ciertos ejercicios de memoria en
otros?
-El tiempo es un factor
esencial; cuanto más graves sean las agresiones e intensos los conflictos, es
necesario que transcurra más tiempo; en ocasiones se necesita el paso de varias
generaciones para que se sane la memoria. Pero, no sólo es necesario que pasen
los años sin más, pues hay estudios que están demostrando que los sufrimientos
provocados y/o sufridos se heredan en un nivel inconsciente y se manifiestan de
múltiples formas (vocaciones profesionales, accidentes, enfermedades…). Tiene
que haber un compromiso activo de los poderes públicos, y una conciencia
individual y social de la necesidad de dialogar desde el reconocimiento del
daño causado, el respeto a la memoria y de la necesidad de justicia.
-¿Es la voluntad humana el ingrediente más imprescindible?, ¿por
qué falta?
-Sí, falta voluntad
personal e institucional. Y, a veces, quien no la tiene no sabe bien el
mecanismo mental que da explicación a su férrea e intransigente, o extrema posición,
que impide reconocer su responsabilidad y escuchar el dolor causado para
construir una verdad, aunque duela. Cuando mayor es la violencia y más férrea
la ideología construida desde la concepción del otro como enemigo en distintos
ámbitos (social, político, cultural, religioso) más se petrifica o endurece la
propia posición ante el conflicto. La ideología política construida desde el
odio impide ver al otro como un ser humano y respetar sus necesidades.
-¿Por qué lo que ha sido posible en Sudáfrica, por ejemplo, no lo
es en España? ; ¿qué falta aquí, qué carencias crees tenemos?
-En España, una parte de la sociedad parece
estar más tranquila. Siente que los responsables de los asesinatos de sus
antepasados fueron juzgados y los responsables condenados, unos a la cárcel y
otros, a una muerte sin juicio. En algún nivel, sienten que se hizo justicia
por las atrocidades que sus antepasados sufrieron durante la guerra y el
período político previo que justificó el golpe militar.
Para este sector, la transición política, que
se inició desde la muerte de Franco en 1975, permitió el cierre de las heridas
sociales. Reabrir el pasado en búsqueda de la verdad y del enjuiciamiento penal
de los crímenes es inútil y, jurídicamente, imposible. Señalan que, en aplicación
de la Ley de Amnistía de 1977, que fue aprobada por la práctica totalidad del
Congreso, la reconciliación entre los españoles ya se realizó. Sus partícipes,
“de derechas e izquierdas decidieron perdonarse mutuamente”.
En sentido contrario, otro sector, el de los
vencidos en la guerra, continúa reclamando justicia, verdad y memoria. Muchos
no han podido encontrar ni enterrar dignamente a sus antepasados. Tampoco han
conseguido el enjuiciamiento de los criminales de la Dictadura; ni que se
anulen las sentencias impuestas por tribunales franquistas. La Ley de Amnistía
de 1977 lo impide; también la Ley de la Memoria Histórica.
Este sector afirma que, sin verdad, no es
posible realizar un duelo para pacificar la memoria. Sin reconocimiento
personal, social y jurídico del sufrimiento sufrido, tampoco. Por ello, aparece
una necesidad primaria: la justicia.
Además, exigen al Estado los medios necesarios para que se puedan localizar los
cuerpos de los familiares asesinados y, así, poder enterrarlos dignamente.
En este sentido, los esfuerzos de organizaciones por hacer valer los derechos
elementales reconocidos internacionalmente han sido enormes. En estos ámbitos,
la actuación de la administración estatal, al menos entre 2011 y 2018, se
caracteriza por la falta de compasión con el dolor de las familias. Éstas, con
sus propios medios, emprendieron la recuperación de los restos. Se han basado
casi, exclusivamente, en las indicaciones de los escasos testigos
supervivientes.
Hay que tener en cuentan que la única “versión
oficial” emitida a la sociedad española fue aquella que el régimen franquista
se ocupó de presentar. Así, mediante el Decreto del 26 de abril de 1940, el
régimen franquista concedió amplias atribuciones al Fiscal del Tribunal Supremo
para instruir la llamada “Causa General”. En ella, se tenían que reunir las
pruebas de los crímenes cometidos en todo el territorio nacional durante la
“dominación roja”.
A su vez, el régimen franquista fue dictando
una serie de normas “destinadas a
proteger, compensar y ensalzar a los muertos, heridos y familiares de las
víctimas de la Guerra Civil, pero restringidas a quienes se sumaron o
simpatizaron con lo que se denominó Alzamiento Nacional del 18 de julio
de 1936”. Además, en lo que respecta a la localización de las víctimas de
la contienda, se dictó la Orden de 1 de mayo de 1940 sobre exhumaciones e
inhumaciones de ‘cadáveres de asesinados por los rojos’. En ella, se limitaba
el procedimiento a “toda persona que
desease exhumar el cadáver de alguno de sus familiares que fueron asesinados
por la horda roja, para inhumarlos de nuevo en el cementerio”.
En definitiva, todas las medidas estaban
limitadas a las víctimas del bando franquista. Se excluían a las víctimas que
habían combatido por la República.
-¿Cuáles son las heridas del Estado Español
que se resisten más a sanarse por no abordarlas cara a cara con estas
estrategias de la reconciliación?
-Las de la guerra civil y la dictadura. Para
avanzar en el diálogo político y social hacia la pacificación real, creo
firmemente en la necesidad de la introspección personal que enriquezca una
reflexión colectiva. La objetividad no existe donde hay tanto dolor. Las
posiciones ideológicas se han construido desde el sufrimiento y desde el odio,
negando a la otra parte, su verdad.
Se sabe que los familiares propios fueron
asesinados, torturados y encarcelados. Ahora bien, a nadie le gusta escuchar
que los suyos delataron, secuestraron, torturaron y mataron. Resulta además
que, en una guerra, es probable que una persona tuviera ambos roles, el de
víctima y victimario, aunque la certeza de asesinatos de inocentes es una
terrible realidad. Es necesario escuchar ambas partes.
Seguramente, las agresiones se silenciaron y
los hechos se convirtieron en un secreto familiar y social. La lealtad impide
que se descubran.
Ahora bien, existen descendientes de torturadores que se
rebelan. Necesitan desvelar el legado y la lealtad familiar para sanar. En este
sentido, Loreto Urraca, nieta de un policía franquista dedicado a cazar republicanos
en el exilio huidos tras la Guerra Civil, ha escrito un libro titulado “Entre
hienas”. Señala, entre las páginas del libro, que las palabras escritas son “una catarsis personal, que sirve como un proceso de aceptar, digerir y
liberarse del vínculo atado a un apellido… mientras busco más datos para recomponer tu verdadera historia, intento
recuperar del olvido a vuestras víctimas para así liberarme del lastre de tu
infamia y así poder seguir viviendo con dignidad… la culpa no se hereda, pues
el daño ya está hecho y el dolor y la vergüenza perduran”. Loreto busca
cerrar heridas heredadas de un victimario.
En la misma línea, en Argentina, en 2017,
hijas y familiares de genocidas rechazan los crímenes de sus padres. Se han
organizado para colaborar con la memoria, la verdad y la justicia. Lo hacen
bajo la denominación de “Historias desobedientes y con faltas de ortografía”.
Se preguntan a cerca de incógnitas, desde la necesidad de conocer: ¿por qué lo
hicieron?, ¿cómo pudieron?, ¿a quién?, ¿dónde están sus víctimas?
Saberse descendiente de un victimario es algo
muy duro de encajar a nivel mental y emocional. Probablemente esa persona, sea
un abuelo o abuela, estaba significada como tal y el recuerdo que se tiene del
vínculo establecido en la infancia es muy positivo. ¿Qué ocurre cuando este
abuelo/a fallece y la persona en cuestión, llegada la edad adulta, comprende el
pasado victimario? ¿Es posible renegar del secreto familiar que pugna por
acallar lo sucedido? ¿Es posible trascender la fidelidad familiar para asumir
la verdad pública y socialmente? Y sobre todo, ¿es posible asumir los hechos
cometidos por el antepasado y rechazarlos a la vez que se acepta el vínculo
amoroso en tanto que abuelo/a-nieto/a?
-Amigo, háblanos de esto…de las estrategias de la reconciliación..
-Esto es, de reconciliación
para sanar la memoria individual, familiar, y colectiva. En ello va la salud y
la convivencia.
Es posible elaborar el relato de la historia familiar, viendo la posición
ideológica de sus miembros, las labores a las que se han dedicado, si alguno ha
sufrido o cometido algún delito y ha sido condenado a la cárcel. Todo ello,
para saber si realmente el sufrimiento de la guerra está superado o por el
contrario, sigue vigente con alguna intensidad pulsando a los descendientes
hacia comportamientos, reacciones, vocaciones, trabajos, etc….
Con esta información, las
personas pueden realizar movimientos coherentes para despedirse del pasado,
integrándolo y colocando a los ancestros en un lugar de visibilidad y respeto.
Y, cuando sea posible, construir espacios de diálogo con descendientes de
víctimas de distinto signo.
En conclusión, atreverse a transitar desde el
odio y la venganza hacia el reconocimiento del sufrimiento del otro, superando
lealtades familiares, conscientes e inconscientes, puede ayudar a establecer la
paz personal y, de alguna manera, la colectiva. Ahora bien, insisto en que en
un nivel político-social, previamente o de forma coetánea, ha de trabajarse en
la obtención de justicia y verdad. La memoria colectiva puede sanarse si se
describen y publicitan, de forma objetiva, todas la violencias causadas y
sufridas, interpersonales y políticas, individuales y estructurales, civiles y
militares. Nuestro planteamiento es estrictamente personal-familiar-sistémico.
-Mala cosa es tener que mantener el silencio…es mal consejero en
todo esto, ¿no?; aunque entiendo que, a veces, es necesario, ¿qué podemos
reflexionar?
-A veces el silencio es
necesario. Hablo del silencio prudente que deja que las cosas, personas y situaciones
se equilibren, encuentren su sentido, descifren el enigma. Un silencio de deja
ser al otro y lo respeta; respeta su tiempo y su espacio. Un silencio
constructivo que permite caer en la cuenta; un silencio que permite observar,
tomar conciencia, un silencio que no valora el tiempo del reloj, sino que da
sentido al presente para descubrir más allá de las propias justificaciones. Y
hay otro silencio, el cómplice de la agresión, las palabras calladas que
permiten la pervivencia del odio y su justificación.
-Si hablamos de silencios, habrá que hacerlo, también, sobre las
palabras..¿Qué decimos que deberíamos callar?
-A veces hablamos
demasiado. Juzgamos, valoramos, aconsejamos sin darnos cuenta que aquello que
decimos, en muchas ocasiones, no es más que una proyección de nuestro universo
interior; decimos al otro lo nuestro, juzgamos del otro lo que no queremos o
podemos ver de nosotros mismos. El día en que descubramos que el “otro” soy
“yo”, habremos dado un paso de gigante hacia la paz y la convivencia.
-Primero crees que es mejor abordar la reconciliación en el plano
global para luego abordar más y acometer la lucha desde lo interpersonal?
-Ambos ámbitos son
necesarios. Se entremezclan, y puede ocurrir que lo primero sea detectar las
necesidades de forma individual y, desde ellas, pedir o presionar a los poderes
públicos para que faciliten los procesos. E, insisto, el desarrollo e
introspección personal y familiar a través del ejercicio de escribir una
biografía de los que nuestros antepasados, nos permite
descubrir y comprender las complejas situaciones que en ocasiones se nos
presentan en la vida. Somos hijos de nuestra historia, llevamos en nuestras
“células” la historia de nuestros antepasados.
No obstante, creo que mirar a los
descendientes de otras víctimas puede ayudar a evitar la transmisión transgeneracional del trauma, incluso, para quienes creen
que todo está sanado. Uno mismo, una misma, puede preguntarse en su fuero
interno: ¿puedo abrirme a mi propia experiencia de dolor aunque esté oculto? Es
decir, ¿puedo escucharlo, sostenerlo, mirarlo? ¿Necesito reconocimiento
institucional o de otras personas para elaborar esta experiencia? ¿A qué
lealtades me siento sometido/a? ¿Cómo me ha sido transmitido este dolor? ¿Cómo
se construyó y transmitió el relato en la familia? Si no se sana, ¿otros
descendientes pueden cargar con él? Escuchar otros relatos, ¿me es posible?
¿Puedo, desde mi experiencia, escuchar la experiencia de dolor del otro? ¿Soy
capaz de sostener relatos distintos que vengan a enriquecer una narrativa
común? Escuchar al otro que piensa y siente desde una herida enfrentada a la
mía, ¿es sinónimo de sentirme amenazado/a o afrentado/a? ¿Es posible sentir el
dolor del otro desde la compasión? ¿Comprendo
que escuchar la vivencia del otro y validarla por opuesta que sea, no significa
quitarle un ápice de verdad a la mía? ¿Comprendo que ambos relatos, por
diferentes que parezcan, pueden ser verdad a la vez?
-La historia si no hay reconciliación, ¿se puede estudiar desde la
reflexión?... es que me da que sin esta reconciliación es como si faltase un
pedazo a la historia…
-Sin historia perdemos nuestra
identidad. Y sabemos, por experiencia, que los relatos que se escriben, suelen
ser parciales. Esto no ayuda a sanar la memoria. Sólo sana la verdad; y hay que
saber que esta es compleja de construir, pues ha de admitir como válidos los
relatos y vivencias de todas las partes; desnudas de juicio, impregnadas de la
mayor objetividad posible. Con independencia del relato público, cada persona
tiene una posibilidad: asomarse a su biografía, sin miedo a encontrarse con la
violencia ejercida, o sufrida. ¿Quién no tiene en cuatro generaciones un
familiar que haya quitado la vida, consciente o imprudentemente, a otro?
-El primer paso, de lo que podríamos llamar política de políticas
hacia la reconciliación quién debe darlo?
-Las personas concretas y,
de su mano, como dije anteriormente, el Estado apoyando y legislando para
garantizar derechos.
-No puedo dejar de pensar en las dosis de generosidad deben darse,
¿ok?
-Sí, sin duda. Y, creo, que ese trata más de
valentía, honestidad y coherencia con uno mismo y con quienes nos anteceden,
para que nuestros hijos y nietos no sigan en guerra.
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