Cazarabet conversa con... Pere Soler Parício, autor de “Irlanda y la Guerra Civil Española.
Nuevas perspectivas de estudio” (Universidad del País Vasco)
La Universidad del País Vasco nos ofrece un estudio
de investigación minucioso e intenso desde “nuevas perspectivas” sobre el papel
que tuvo Irlanda en la Guerra Civil y, también, cómo y de qué manera influyó la
Guerra Civil Española en Irlanda.
Aquello que nos explica la editorial:
Tomando como punto de partida las incipientes
investigaciones rubricadas antaño por algunos autores extranjeros que trataron
de analizar la respuesta que se dio en Irlanda a la Guerra Civil española, esta
obra actualiza el estado de la cuestión, amplía las perspectivas de estudio, y
abre nuevas vías de reflexión en torno a una problemática a la que la
historiografía española ha prestado una escasa o nula atención. El trabajo con
nuevas fuentes de documentación, y la ampliación de los ejes de contenido que
articulan el relato histórico aquí descrito, han motivado la redacción de este
ensayo.
En síntesis, el articulado resume la historia de Irlanda durante el periodo de
entreguerras. Cobran interés en este apartado la normalización de las
relaciones comerciales y diplomáticas entre el Estado español y el Estado Libre
Irlandés (Éire, de 1938 en adelante) e Irlanda del
Norte, así como la confluencia de sensibilidades políticas y las concomitancias
ideológicas que se establecieron entre el republicanismo irlandés y ciertos
sectores del nacionalismo catalán y vasco. El núcleo de la obra expone la
reacción que suscitó la Guerra Civil española entre los distintos grupos de
poder de la isla. Esto es, la respuesta del Gobierno, de la prensa, de las
instituciones eclesiásticas, de las autoridades locales, de las formaciones
políticas y de otros cuerpos representativos. La ayuda recabada en la ínsula
por ambos bandos contendientes, es decir, las campañas de apoyo a favor de la
República española y de la España Nacional que se organizaron en Irlanda,
ocupan también una parte destacada del ensayo. Por último, se narra la
experiencia de los voluntarios irlandeses que se trasladaron a España en el
decurso del conflicto para combatir.
El autor, Pere Soler Paricio:
Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona, es autor del
reporte oficial El procés constituent
1991-1993. Una revisió històrica,
proyecto de investigación financiado por el Gobierno del Principado de Andorra.
Ha publicado varios artículos de investigación en lengua francesa, castellana,
y catalana, en distintas revistas especializadas. Otrora visiting
researcher en la School of History del University College Cork (Irlanda), en 2015 una beca posdoctoral le
permitió proseguir con su carrera de docente e investigador en la Universidad
de Poitiers (Francia). Actualmente trabaja como profesor asociado en la
Universidad de Bretagne Sud (Francia).
Cazarabet
conversa con Pere Soler Parício:
-Amigo
Pere, ¿qué te llevó a escribir y acercarte a Irlanda y a sus ciudadanos que
participaron de manera más o menos directa en la Guerra Civil Española?
Para seros sincero, y aunque sea muy manido,
debería decir que no fueron sino los azares de la vida los que me llevaron a
estudiar esta temática. De jovencito escuché hasta la saciedad una canción de Christy Moore que hablaba sobre los irlandeses que
combatieron por la República durante la Guerra Civil española. Unos años
después, recién terminada la licenciatura de historia, gracias a una beca me
inscribí en un curso de inglés de unas pocas semanas de duración que se
impartía en una universidad irlandesa. Entonces aproveché la ocasión para
averiguar algo más acerca de lo que Moore contaba en su canción. Me presenté en
los despachos del departamento de historia contemporánea y una profesora, cuyo
nombre nunca retuve, me puso sobre la pista de tres o cuatro libros que podría
encontrar en la biblioteca de ese centro y que me aportarían algunos datos con
los que introducirme en el estudio de la problemática. Hice muchas fotocopias,
sin saber si me serviría nunca de ellas, y las mandé por correo marítimo a mi
liliputiense país, Andorra, sin saber si llegarían nunca a mi casa. En efecto,
la trabajadora de la oficina de correos que atendía al público no entendía muy
bien qué es lo que quería hacer con todos esos papeles el extraño joven que se
erguía ante ella, ni a dónde quería mandarlos. No os contaré más porque sería
muy largo. En cualquier caso, de no haber sido por esa canción y por esa
pintoresca escena que tuvo lugar un brumoso día, allí, en los confines de la Gaeltacht, hoy no estaría respondiendo a esta
entrevista.
- ¿Qué trazos
diferentes y diferenciales incorpora a la historiografía este nuevo estudio e
investigación tuya?
Ofrezco el lector algunas reflexiones en la
introducción de la obra que giran en torno a esta cuestión. A modo de síntesis,
cabe señalar que para la historiografía española supone una primicia por cuanto
no se había escrito aún en nuestro país ninguna monografía que tratase esta
cuestión con profundidad. En un sentido más amplio, mi estudio complementa
aquellos ensayos de primera hora que habían sido rubricados en Irlanda y que, a
pesar de abrir con absoluta pertinencia algunas vías de estudio, obviaron la
consulta de ciertos archivos (cuando no, de ciertos fondos documentales en el
seno de los mismos), en particular en España, y no contaron con el concurso de
otras fuentes y trabajos académicos que les sucedieron en el tiempo. Por otro
lado, yo podía aportar una lectura distinta de la problemática al analizarla
bajo la mirada de un observador externo, ajeno a la tradición de la
historiografía irlandesa y desapegado de la visión
canónica que los académicos angloparlantes acostumbran a formular en torno a la
Guerra Civil española.
- El resultado
final, supongo, abre nuevos interrogantes y cierra otros, ¿qué nos puedes
explicar?
“Abrir”… No sé si
emplearía el término “interrogantes”, y en ningún caso querría sobrestimar el
valor que pueda tener esta investigación ni atribuirle mérito alguno que no
posea. Cierto es, pienso, que no solo se suma, sino que amplía cualitativamente
el conjunto de investigaciones que tratan sobre el impacto internacional de la
Guerra Civil española. A su vez, se anuncian en este libro una serie de
cuestiones vinculadas al estudio de las relaciones hispano-irlandesas, como por
ejemplo la normalización de las relaciones diplomáticas y comerciales entre
ambos Estados, que no habían sido tratadas con anterioridad. La influencia del
republicanismo irlandés sobre el nacionalismo catalán y vasco durante el
periodo de entreguerras sería, quizás, uno de los “interrogantes” que abre esta
obra, pues se interesa por él en el capítulo dedicado al contexto histórico. A
excepción de lo que han escrito durante los últimos años algunos autores como
Núñez Seixas y Joan Carles Ferrer i Pont, dicha temática queda a la espera de
nuevos estudios que sigan analizándola.
Por otro lado, y
como es natural, en este momento dispongo de algunos datos con los que no
contaba cuando empecé a escribir esta obra: nuevo material de archivo, alguna
fuente de documentación que se me había pasado por alto, o incluso pasajes de
documentación de archivo que no tomé en consideración
en su momento. La toma de distancia y el paso del tiempo me empujan, asimismo,
a reconsiderar algunas de las cuestiones que se exponen en el libro. Ahora las
trataría de otra manera, quizás pondría de relieve otros elementos de reflexión
o analizaría de distinta manera algunos de los hechos factuales. Me refiero a
que no existen los estudios definitivos, y que la validez de las
interpretaciones que formulamos en torno a la historia es relativa, por lo que
los “interrogantes” que pueda instigar la escritura de éste o cualquier otro
ensayo académico difícilmente quedarán nunca resueltos. ¿Acaso habrán existido?
Los interrogantes surgen cuando se nos antoja formular una pregunta, no porque
ésta sea necesaria, sino porque nos estimula o estimamos oportuno el tratar de
responderla. Desde esta perspectiva, siempre se podrá profundizar en el estudio
de la/-as problemática/-as que se tratan en este libro, y por supuesto
cualquier investigador podrá revisar y reinterpretar, con absoluta legitimidad,
sus líneas de análisis y conclusiones.
-Háblanos,
un poco, de esta etapa de documentación, estudio e investigación… ¿Cómo fue,
dónde encontraste mayor dificultad? Suele ser una etapa muy trabajosa, dejando
sombras de ansiedad porque debes querer no dejar flecos, pero… Es imposible.
Aunque, a la vez, es una etapa muy, muy edificante, ¿verdad? ¿Qué nos puedes contar?
De entrada, debo señalar que durante unos años
tuve la enorme fortuna de hacerme con dos becas distintas que me permitieron
poner en marcha este proyecto. La primera de estas ayudas, una beca otorgada
por una entidad privada, me permitió cursar el DEA en la Universidad de
Granada. Entonces comencé a estudiar, a modo de prospección, la temática que
trata el libro. A continuación, y tras un impase de incertidumbre, recibí una
beca de doctorado de tres años de duración. Insisto en esta cuestión porque sin
dichas ayudas nunca hubiera podido, yo, hijo de vecino, iniciar una carrera
académica. Ahora, ¿fue complicado el proceso de investigación? Para mí, lo fue.
No tanto desde un punto de vista intelectual, sino a nivel personal. La
magnitud de la tarea me superaba, y pronto me di cuenta que no sabía dónde me
había metido. No desistir y llegar hasta el final fue todo un reto que se
dilató más allá del periodo de financiación cubierto por la beca, de modo que
al término de la singladura tuve que hacer frente a otras contingencias de
índole logística y económica. Todo esto, en lo que concierne a la tesis
doctoral. La preparación del libro la llevé a cabo unos años después, cuando se
presentó la ocasión y había recobrado fuerzas. Esta segunda etapa, aunque
incierta, fue llevada a cabo con un cierto sosiego, con otro espíritu, y
probablemente con algo más de madurez en mi haber. Sea dicho de paso, que para
colmar el proceso de investigación no sólo peregriné por distintos archivos y
lugares de nuestra geografía, sino que residí durante seis meses de manera
ininterrumpida en Salamanca para purgar los fondos del Centro Documental de la
Memoria Histórica, así como los del Archivo General Militar de Ávila. Residí
también durante seis meses en Irlanda para recabar datos e información. Hice de
Cork mi base de operaciones, pero me trasladaba a menudo hasta Dublín para
trabajar en el Archivo Nacional y la Biblioteca Nacional de Irlanda. Como veis,
mucho jaleo y no menos esfuerzo.
-¿Cómo fue
ponerle orden a todo? ¿Cómo es la metodología de trabajo? Por cierto, ¿cuánto
tiempo te costó la realización de este trabajo?
Ponerlo todo en orden fue como un largo y
complicado embarazo. La metodología de trabajo consistió, en mi caso, en hacer
acopio de material, analizarlo, separarlo en compartimentos más o menos
estancos, y en base a ello, tratar de redactar cada uno de los apartados que
debían integrar un índice provisional. En cuanto a la duración, pues cabría
hacer la suma de un año entero de DEA, cuatro años de tesis, y, tiempo después,
más de un año de readaptación intensiva del contenido, implementación del
mismo, y reformulación de conclusiones, hasta dar por definitivo el original
que mandé a la editorial. Casi siete años en total, aunque discontinuos. He
aprendido de ello, y si ahora volviera a comenzar, creo que con toda
probabilidad avanzaría con mayor rapidez. Hay que pagar un precio para adquirir
experiencia.
-Amigo, ¿cómo era
Irlanda antes de que estallase la guerra Civil Española por el golpe de Estado de
los militares en julio del 36? ¿Muy convulsa o nos lo parece a nosotros? Debía
ser como una “convulsión continua y continuada”, ¿verdad?
Es cierto que la historiografía, al menos la
historia política, tiende a poner de relieve la disfuncionalidad, los episodios
traumáticos y convulsos, y los periodos de tránsito y cambio social que afectan
a las sociedades y distintos periodos históricos. De aquí, que a menudo
exageremos o distorsionemos el retrato de algunos contextos y escenarios
históricos. El periodo de entreguerras adolece, a veces, de aproximaciones un
tanto deterministas y sobredimensionadas, y en ciertas ocasiones se saca de
contexto o se exagera la amplitud de la militancia y la acción política que
podían implementar algunos grupos de individuos y cuerpos sociales. Dicho esto,
cabe reconocer que en Irlanda el uso e incluso el abuso de la violencia
política se perpetuaron más allá de lo que fueron, para la historia de la isla,
los convulsos años veinte. La persistencia de un nacionalismo irredento que
hacía del mantenimiento de los condados del norte en manos británicas un
agravio intolerable, las fracturas sociales derivadas de una guerra civil que
polarizó la alineación de las distintas familias políticas de la ínsula hasta
décadas después, y la inherente exacerbación del ánimo y del apetito político
que despertó ulteriormente entre un sector de las clases populares la crisis de
1929, hicieron de Irlanda un lugar capaz de engendrar brotes insospechados de
agitación. Ya durante los años treinta, y aunque menos ocurrentes de lo que
podamos imaginar, estos brotes responden, como he señalado antes, a la
perpetuación del ‘gun in politics’,
es decir, el intento de resolver las diferencias políticas y otros contenciosos
por medio de la violencia y de las armas.
-A veces, desde
mi punto de vista (y sé de otros que se suman a esta manera de verlo) por ser
más afines a leer sobre los BBII y demás, tendemos a pensar que sobretodo hubo
muchos irlandeses defensores de la II República que se vinieron a luchar aquí,
pero también hubo muchos católicos irlandeses que vinieron a luchar con los
alzados y éstos no fueron pocos, entre los setecientos y pico, integrantes de
la Brigada Irlandesa, ¿no? Por cierto, que solo pusieron la condición de “no
luchar contra los vascos”, ¿qué nos puedes explicar?
Habría que diferenciar la respuesta de la
ciudadanía irlandesa, que durante un tiempo se decantó más bien del lado de los
sublevados, de la de los voluntarios irlandeses que combatieron junto a los
rebeldes. Ambas reacciones se deben a la campaña a favor del bando franquista
que se orquestó en Irlanda. Sin ella, ni una cosa ni la otra hubieran tenido
lugar. Por otro lado, si bien el número de combatientes irlandeses que se
sumaron a las filas facciosas es superior al de aquellos que respaldaron con
las armas a la República, éstos últimos se sumaron a una empresa que se granjeó
una muy mala propaganda en la isla. El compromiso que adquirieron con la
República los brigadistas que zarparon desde Irlanda implicaba una cierta
conducta de riesgo, mientras que los que se unieron a las tropas de Franco se
marcharon bajo la bendición de la Iglesia y contaron, por un tiempo al menos,
con la simpatía de una parte significativa de sus conciudadanos. Desde esta
perspectiva, la diferencia cuantitativa entre uno y otro contingente merece ser
matizada, pues resultó más complicado mandar a voluntarios en ayuda de la
República que no en ayuda de los sublevados. Por último, debe reconocerse que
si el Partido Laborista Irlandés hubiera apoyado al bando lealista, y si el
Partido Comunista Irlandés hubiera enrolado a todos sus afiliados que así lo
deseaban, el número de irlandeses que ingresaron en las Brigadas
Internacionales hubiese sido superior. Más allá de esto, lo que frenó
verdaderamente el número de adhesiones a la causa republicana fue el hecho de
que el IRA prohibió a sus miembros que se marchasen a España; el Fianna Fáil, partido que
ostentaba la jefatura del Gobierno, había golpeado con fuerza al Ejército
Republicano Irlandés, cuya cúpula no dudó en retener a sus efectivos para
servirse de ellos cuando llegara la hora de desatar la siguiente ofensiva
contra Inglaterra.
-Por cierto, la
matanza que sufrieron por ese “fuego amigo”, de la mano de franquistas canarios
en la batalla del Jarama, creo que cerca de Ciempozuelos,
¿qué nos puedes comentar de esta tragedia? ¿Qué perfil puedes hacer de los
irlandeses afines a los alzados?
El fatídico encontronazo no fue sino el
producto de un conjunto de infortunios: falta de transmisión de las órdenes de
movimientos de tropa entre los diferentes cuerpos del ejército rebelde, avance
de la unidad irlandesa sobre terreno abierto en formación de combate,
malentendido entre los cuadros de una y otra unidad cuando se adelantaron para
presentarse, etc. Se hubiera podido evitar, pero las guerras, en particular
durante la era de la tecnología no analógica, conllevan confusión, y fruto de
ella, pueden producirse trágicos percances entre tropas amigas. El perfil de
los miembros de la unidad irlandesa que sirvió en el ejército de Franco
presenta una mayoría de individuos de origen más bien rural, hijos de
campesinos propietarios de sus tierras, e imbuidos del espíritu católico y
conservador que imperaba en la campiña irlandesa. Algunos voluntarios pertenecientes
a la exigua clase media irlandesa, por lo general profesionales liberales,
dueños de pequeños negocios y comerciantes, completan el cuadro; al que cabría
añadir un número significativo de antiguos miembros de las fuerzas armadas y de
los cuerpos del orden. Por lo general, la defensa del cristianismo, y en
algunos casos también el anticomunismo, motivaron el enrolamiento de estos
hombres. En segundo lugar, destaca otro tipo de perfil, escaso en número, que
es el que encarnan los voluntarios adictos a los postulados de la extrema
derecha, del catolicismo político de raigambre conservadora, y del universo
político en el que se daban cita los nostálgicos más exacerbados del antitratadismo irlandés (para comprender esto último,
habría que ahondar en la historia de Irlanda durante el periodo de
entreguerras…). Para algunos de estos individuos, la promoción del
totalitarismo de derechas fue un factor motivacional importante, aunque
raramente declarado a viva voz.
-Los irlandeses
afines a la II República y defensores de la misma que se integraron en las
BBII, ¿cómo les fue? ¿Qué retrato puedes hacer de los mismos?
Pues les fue
igual que a la mayoría de brigadistas de otros países. Esto es, un índice de
bajas atroz en los campos de batalla, un servicio largo y extenuante del que
difícilmente podían librarse para volver a sus casas cuando ya estaban hartos,
la amargura final de saberse abandonados por las democracias occidentales y de
ver perder una guerra en cuyos ideales siguieron creyendo, en la mayoría de los
casos, hasta el final, y un retorno al hogar coronado por la desconfianza de
les elites de sus países, cuando no por el ostracismo social.
En cuanto a su
perfil, y en guisa de resumen, diríamos que vivían predominantemente en
ciudades y núcleos urbanos. La mayoría eran obreros y trabajadores asalariados
no cualificados, aunque entre ellos los había que se ocupaban profesiones
liberales e incluso puede identificarse a algún reconocido intelectual. Eran de
mentalidad progresista, albergaban ideales políticos, y creían en la
emancipación de las clases populares. Muchos de ellos pertenecían, y esto es
importante, a algunas de las comunidades urbanas más pobres de toda Europa, en
cuyo seno habían asistido o tomado parte en luchas sociales y conflictos laborales
de rabiosa beligerancia y trágico desenlace para sus seres queridos. El odio a
la patronal, y en algunos casos el deseo de llevar a cabo la revolución social,
se halla presente en muchas de las declaraciones o memorias escritas por estos
hombres que se han conservado.
-Irlanda
es un país que se caracteriza por ser muy católico y España —y más en aquellos
años— también lo era, ¿cómo les influyó a todos la Iglesia Católica?
-Una cantidad
significativa de los irlandeses que lucharon en las filas rebeldes se alistaron
en la unidad de voluntarios que se formó en su país para acudir a España debido
a la propaganda a favor de los insurrectos que impulsaron algunos periódicos
conservadores de la isla, así como a los sermones y diatribas en defensa de los
sublevados y en contra del Gobierno de la República que verbalizaron numerosos
curas de parroquia; las publicaciones pías que se distribuían en Irlanda
reforzaron dicho fenómeno. Desde este punto de vista, la sanción de facto de la
causa rebelde que ofició la Iglesia católica de Irlanda jugó un papel
determinante a la hora de legitimar la campaña de apoyo a los sublevados que se
puso en marcha en Irlanda, fue uno de los elementos principales que decantaron
la opinión pública de la isla del lado de los facciosos, y contribuyó
intensamente a denigrar la causa lealista en Irlanda. Algunos prelados tomaron
una cierta distancia respecto al posicionamiento adoptado por la corporación
religiosa, y cabe señalar que las iglesias protestantes de la isla mostraron
una actitud muy distinta. No obstante, el primado de la Iglesia católica de
Irlanda actuó de intermediario entre los distintos actores que impulsaron la
organización de la unidad de combatientes irlandeses que sirvió en el ejército
de Franco, al tiempo que se organizó un poderoso movimiento de corte popular y
de inspiración católica, el Frente Cristiano Irlandés, dedicado a derribar en
la isla cualquier atisbo de comunismo y a respaldar moral y económicamente a la
España Nacional. Muchas organizaciones de seglares católicos y algunos párrocos
integraron esta plataforma, que, sin embargo, decayó con rapidez hasta
desintegrarse por completo.
Más allá de esto,
debe recordarse que, en efecto, el peso de la Iglesia católica en la sociedad
irlandesa venía siendo incuestionable desde la conversión misma al cristianismo
de la isla. Compañera de viaje de las expresiones más moderadas del
nacionalismo irlandés a lo largo del siglo XIX, cuando se advino la cuasi
independencia política de la isla en 1921 las elites conservadoras y la Iglesia
católica irlandesa dieron continuidad a una suerte de alianza natural entre
ellas que perpetuó la preeminencia de la corporación religiosa sobre la
sociedad. El republicanismo irlandés comenzó a perder la guerra civil que se
libró en la ínsula entre 1922 y 1923 el día mismo en que la Iglesia condenó a
los irregulares y decretó su excomunión; la Constitución aprobada en 1938
prohibía explícitamente el divorcio, reservaba una posición privilegiada a la
corporación católica, y establecía la censura en la prensa y el cine al amparo
de la moral católica… Habrían de pasar muchísimos años antes de que decreciera
el peso de la Iglesia en el seno de la sociedad irlandesa.
-
¿Cómo llegaron e hicieron el camino de retorno a las tierras verdes de Irlanda,
el país del trébol? Se les recibió de manera seguramente bien diferente y la
reinserción social debió de ser tan diferente…
-Los irlandeses
que se integraron a las Brigadas llegaron a España del mismo modo en que lo
harían la mayoría de internacionalistas. Si bien en su caso embarcaron primero
en un puerto irlandés de camino a Inglaterra, desde allí desembarcaron en
Francia para recabar en París; ulteriormente fueron conducidos hasta las
estribaciones de los Pirineos y bajo el subterfugio de la noche cruzaron la
frontera. A continuación, transitaron hasta la base de la Brigadas
Internacionales, en Albacete. Las pequeñas formaciones políticas que podríamos
catalogar como izquierda radical irlandesa se encargaron de organizar el
traslado, para lo que contaron con el concurso activo de la Komintern. No se
dio demasiada visibilidad a su partida. Los irlandeses que habían emigrado a
Gran Bretaña, Canadá o los Estados Unidos, y los descendientes de la diáspora,
cruzaron el Canal de la Mancha o el Atlántico en compañía de los voluntarios
angloparlantes que los respectivos partidos comunistas y otras formaciones de
izquierda se encargaron de movilizar en cada país. Por norma general, en todos
los casos se imponía la discreción.
Los voluntarios
irlandeses que se sumaron a las filas rebeldes alcanzaron la península de dos
maneras distintas. Los mandos de la futura viajaron hasta Portugal a bordo de
unos cruceros turísticos que zarpaban desde Inglaterra. El grueso de la tropa,
por el contrario, se hizo a la mar una mañana lluviosa cerca de Galway, en la
costa oriental de la isla, a bordo de un carguero alemán que lucía la esvástica
en su mástil. El régimen nazi, la jefatura nacionalista, y los responsables
irlandeses de la campaña de apoyo al bando insurgente, organizaron el
dispositivo. No obstante, hasta en dos ocasiones se suspendieron en el último
momento sendas operaciones de embarque que frustraron el envío a España de
otros tantos voluntarios que hubieran engrosado las tropas facciosas. De ese
momento en adelante, una serie de contingencias logísticas e imperativos
políticos desaconsejaron repetir el intento, por lo que la unidad irlandesa que
combatió al lado del ejército franquista terminó siendo mucho más reducida en
número de lo que hubieran deseado sus patrocinadores.
El retorno a casa
fue obviamente distinto si nos fijamos en la recepción inicial que se brindó a
uno y otro contingente. Ahora bien, tras la vistosa demostración de simpatía a
favor de los veteranos del ejército rebelde que se encargaron de organizar
algunas entidades y personalidades de Dublín, a la mañana siguiente unos y
otros retomaron el curso anodino de sus vidas, y más allá de los circunscritos
círculos políticos en los que su compromiso para con la guerra de España podía
albergar algún valor, su experiencia quedó pronto relegada al olvido. La II
Guerra Mundial golpearía las Islas Británicas y los condados del norte en manos
de la Corona experimentarían el rigor de los bombardeos; la atención del
público se centraría en la dramática coyuntura que impuso el nuevo conflicto,
situación frente a la cual el recuerdo inmediato de la guerra de España
ocuparía un plano muy secundario. Los internacionalistas que volvieron a la
isla no podían sino reivindicar el valor de una causa perdida. El estigma de
ser “rojos” ya lo llevaban consigo antes de partir a España, pues su militancia
en el exiguo redil de la izquierda radical irlandesa les había identificado
como tales a los ojos de sus conciudadanos desde tiempo atrás. Pensemos que
desde finales de los años veinte una ola de temor rojo
y de caza al comunismo había barrido la isla. Se documenta en la obra el caso
de algún voluntario irlandés al que las autoridades del Saorstát
negaron la posibilidad de regresar a Éire tras su
paso por los campos de batalla españoles. Sin embargo, y al margen de estos
casos puntuales, cuesta imaginar que se abatiera sobre ellos una marginación
superior a aquella que podían padecer antes de ingresar en la Brigadas
Internacionales. En lugar del ostracismo, lo que empujó a algunos
excombatientes a abandonar Irlanda al cabo de poco de haber vuelto fueron el
hastío social y el asco político, el desarraigo familiar, la miseria endogámica
y la falta de empleo que se vivía en la isla; se imponía, una vez más, la sempiterna
emigración que modeló la historia social de la ínsula hasta tiempos
recientes.
Por último, debe
saberse que la memoria de los irlandeses que lucharon por Franco no recibió un
trato demasiado condescendiente. Antes de volver a la isla, su expedición se
granjeó la crítica de varios observadores y algunos rotativos irlandeses
publicaron notas de opinión y artículos de prensa que denigraban su imagen. La
crítica más recurrente es que esos muchachos, que no sabían dónde se metían,
habían sido utilizados por los organizadores de la unidad, quienes no
perseguían nada más que un rédito político a su vuelta. Al regresar a Irlanda,
la mitad de los veteranos dieron la espalda a sus antiguos mandos y ni tan
siquiera tomaron parte en los actos de bienvenida que se organizaron en su
honor. Poco después, la antipatía que se granjeó en Irlanda el fascismo a tenor
de la II Guerra Mundial terminó de ensombrecer el recuerdo del apoyo irlandés
al bando faccioso, y nunca más se hizo apología de ello.
-
¿Qué papel tuvieron, amigo Pere, en la GCE y desde la perspectiva de sus
actuaciones unos y otros?
-En la batalla
del Jarama, el Batallón Británico de las Brigadas Internacionales, y en
particular la Compañía de dicha unidad en la que se integraban los irlandeses,
jugó un papel destacado en la defensa de la carretera que unía Madrid con
Valencia. Los internacionalistas fueron usados como tropas de choque. A raíz de
ello, lograron penetrar las líneas enemigas en numerosas ocasiones, al tiempo
que rellenaron los huecos que otras tantas veces consiguieron abrir las tropas
facciosas en las líneas lealistas. Más allá de esto, la mayoría de
especialistas en historia militar, así como los propios mandos del ejército
republicano, señalan que desde un punto de vista militar la aportación de las
Brigadas Internacionales fue poco relevante, pues comparados al número de
soldados que formaban el ejército gubernamental, la cantidad de extranjeros que
engrosaron sus filas representa una parte muy pequeña de las fuerzas
republicanas. Su verdadera contribución al esfuerzo de guerra se operó en el
ámbito propagandístico, tanto en el exterior como en el interior del país,
donde lograron, por un tiempo al menos, reflotar la moral de la población civil
y de las tropas lealistas.
En el caso de los
voluntarios irlandeses que se sumaron al ejército faccioso, desde un punto de
vista militar su presencia no comportó ningún tipo de beneficio, antes bien,
terminaron siendo un engorro. A nivel diplomático y en posible contravención
del pacto de No-Intervención, tampoco fueron de gran ayuda más allá de una
primera etapa en la que la jefatura rebelde y la jerarquía católica podían
vanagloriarse, de forma más o menos visible, de la presencia de un cuerpo de
voluntarios extranjeros en la España Nacional. Acaso podría decirse que estos
hombres insuflaron un poco de brío y distracción a aquellas ciudades de la
retaguardia en las que transitaron o permanecieron durante un tiempo de camino
al frente.
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