9788490829424.jpgCazarabet conversa con...   Pere Soler Parício, autor de “Irlanda y la Guerra Civil Española. Nuevas perspectivas de estudio” (Universidad del País Vasco)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Universidad del País Vasco nos ofrece un estudio de investigación minucioso e intenso desde “nuevas perspectivas” sobre el papel que tuvo Irlanda en la Guerra Civil y, también, cómo y de qué manera influyó la Guerra Civil Española en Irlanda.

Aquello que nos explica la editorial:

Tomando como punto de partida las incipientes investigaciones rubricadas antaño por algunos autores extranjeros que trataron de analizar la respuesta que se dio en Irlanda a la Guerra Civil española, esta obra actualiza el estado de la cuestión, amplía las perspectivas de estudio, y abre nuevas vías de reflexión en torno a una problemática a la que la historiografía española ha prestado una escasa o nula atención. El trabajo con nuevas fuentes de documentación, y la ampliación de los ejes de contenido que articulan el relato histórico aquí descrito, han motivado la redacción de este ensayo.

En síntesis, el articulado resume la historia de Irlanda durante el periodo de entreguerras. Cobran interés en este apartado la normalización de las relaciones comerciales y diplomáticas entre el Estado español y el Estado Libre Irlandés (Éire, de 1938 en adelante) e Irlanda del Norte, así como la confluencia de sensibilidades políticas y las concomitancias ideológicas que se establecieron entre el republicanismo irlandés y ciertos sectores del nacionalismo catalán y vasco. El núcleo de la obra expone la reacción que suscitó la Guerra Civil española entre los distintos grupos de poder de la isla. Esto es, la respuesta del Gobierno, de la prensa, de las instituciones eclesiásticas, de las autoridades locales, de las formaciones políticas y de otros cuerpos representativos. La ayuda recabada en la ínsula por ambos bandos contendientes, es decir, las campañas de apoyo a favor de la República española y de la España Nacional que se organizaron en Irlanda, ocupan también una parte destacada del ensayo. Por último, se narra la experiencia de los voluntarios irlandeses que se trasladaron a España en el decurso del conflicto para combatir.
El autor, Pere Soler Paricio:
Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona, es autor del reporte oficial El procés constituent 1991-1993. Una revisió històrica, proyecto de investigación financiado por el Gobierno del Principado de Andorra. Ha publicado varios artículos de investigación en lengua francesa, castellana, y catalana, en distintas revistas especializadas. Otrora visiting researcher en la School of History del University College Cork (Irlanda), en 2015 una beca posdoctoral le permitió proseguir con su carrera de docente e investigador en la Universidad de Poitiers (Francia). Actualmente trabaja como profesor asociado en la Universidad de Bretagne Sud (Francia).

 

 

Cazarabet conversa con Pere Soler Parício:

irlandagce2 (2).JPG-Amigo Pere, ¿qué te llevó a escribir y acercarte a Irlanda y a sus ciudadanos que participaron de manera más o menos directa en la Guerra Civil Española?

Para seros sincero, y aunque sea muy manido, debería decir que no fueron sino los azares de la vida los que me llevaron a estudiar esta temática. De jovencito escuché hasta la saciedad una canción de Christy Moore que hablaba sobre los irlandeses que combatieron por la República durante la Guerra Civil española. Unos años después, recién terminada la licenciatura de historia, gracias a una beca me inscribí en un curso de inglés de unas pocas semanas de duración que se impartía en una universidad irlandesa. Entonces aproveché la ocasión para averiguar algo más acerca de lo que Moore contaba en su canción. Me presenté en los despachos del departamento de historia contemporánea y una profesora, cuyo nombre nunca retuve, me puso sobre la pista de tres o cuatro libros que podría encontrar en la biblioteca de ese centro y que me aportarían algunos datos con los que introducirme en el estudio de la problemática. Hice muchas fotocopias, sin saber si me serviría nunca de ellas, y las mandé por correo marítimo a mi liliputiense país, Andorra, sin saber si llegarían nunca a mi casa. En efecto, la trabajadora de la oficina de correos que atendía al público no entendía muy bien qué es lo que quería hacer con todos esos papeles el extraño joven que se erguía ante ella, ni a dónde quería mandarlos. No os contaré más porque sería muy largo. En cualquier caso, de no haber sido por esa canción y por esa pintoresca escena que tuvo lugar un brumoso día, allí, en los confines de la Gaeltacht, hoy no estaría respondiendo a esta entrevista.      

- ¿Qué trazos diferentes y diferenciales incorpora a la historiografía este nuevo estudio e investigación tuya?

Ofrezco el lector algunas reflexiones en la introducción de la obra que giran en torno a esta cuestión. A modo de síntesis, cabe señalar que para la historiografía española supone una primicia por cuanto no se había escrito aún en nuestro país ninguna monografía que tratase esta cuestión con profundidad. En un sentido más amplio, mi estudio complementa aquellos ensayos de primera hora que habían sido rubricados en Irlanda y que, a pesar de abrir con absoluta pertinencia algunas vías de estudio, obviaron la consulta de ciertos archivos (cuando no, de ciertos fondos documentales en el seno de los mismos), en particular en España, y no contaron con el concurso de otras fuentes y trabajos académicos que les sucedieron en el tiempo. Por otro lado, yo podía aportar una lectura distinta de la problemática al analizarla bajo la mirada de un observador externo, ajeno a la tradición de la historiografía irlandesa y desapegado de la visión canónica que los académicos angloparlantes acostumbran a formular en torno a la Guerra Civil española.  

- El resultado final, supongo, abre nuevos interrogantes y cierra otros, ¿qué nos puedes explicar?

“Abrir”… No sé si emplearía el término “interrogantes”, y en ningún caso querría sobrestimar el valor que pueda tener esta investigación ni atribuirle mérito alguno que no posea. Cierto es, pienso, que no solo se suma, sino que amplía cualitativamente el conjunto de investigaciones que tratan sobre el impacto internacional de la Guerra Civil española. A su vez, se anuncian en este libro una serie de cuestiones vinculadas al estudio de las relaciones hispano-irlandesas, como por ejemplo la normalización de las relaciones diplomáticas y comerciales entre ambos Estados, que no habían sido tratadas con anterioridad. La influencia del republicanismo irlandés sobre el nacionalismo catalán y vasco durante el periodo de entreguerras sería, quizás, uno de los “interrogantes” que abre esta obra, pues se interesa por él en el capítulo dedicado al contexto histórico. A excepción de lo que han escrito durante los últimos años algunos autores como Núñez Seixas y Joan Carles Ferrer i Pont, dicha temática queda a la espera de nuevos estudios que sigan analizándola.

Por otro lado, y como es natural, en este momento dispongo de algunos datos con los que no contaba cuando empecé a escribir esta obra: nuevo material de archivo, alguna fuente de documentación que se me había pasado por alto, o incluso pasajes de documentación de archivo que no tomé en consideración en su momento. La toma de distancia y el paso del tiempo me empujan, asimismo, a reconsiderar algunas de las cuestiones que se exponen en el libro. Ahora las trataría de otra manera, quizás pondría de relieve otros elementos de reflexión o analizaría de distinta manera algunos de los hechos factuales. Me refiero a que no existen los estudios definitivos, y que la validez de las interpretaciones que formulamos en torno a la historia es relativa, por lo que los “interrogantes” que pueda instigar la escritura de éste o cualquier otro ensayo académico difícilmente quedarán nunca resueltos. ¿Acaso habrán existido? Los interrogantes surgen cuando se nos antoja formular una pregunta, no porque ésta sea necesaria, sino porque nos estimula o estimamos oportuno el tratar de responderla. Desde esta perspectiva, siempre se podrá profundizar en el estudio de la/-as problemática/-as que se tratan en este libro, y por supuesto cualquier investigador podrá revisar y reinterpretar, con absoluta legitimidad, sus líneas de análisis y conclusiones.      

irlandagce2 (1).jpg-Háblanos, un poco, de esta etapa de documentación, estudio e investigación… ¿Cómo fue, dónde encontraste mayor dificultad? Suele ser una etapa muy trabajosa, dejando sombras de ansiedad porque debes querer no dejar flecos, pero… Es imposible. Aunque, a la vez, es una etapa muy, muy edificante, ¿verdad? ¿Qué nos puedes contar?

De entrada, debo señalar que durante unos años tuve la enorme fortuna de hacerme con dos becas distintas que me permitieron poner en marcha este proyecto. La primera de estas ayudas, una beca otorgada por una entidad privada, me permitió cursar el DEA en la Universidad de Granada. Entonces comencé a estudiar, a modo de prospección, la temática que trata el libro. A continuación, y tras un impase de incertidumbre, recibí una beca de doctorado de tres años de duración. Insisto en esta cuestión porque sin dichas ayudas nunca hubiera podido, yo, hijo de vecino, iniciar una carrera académica. Ahora, ¿fue complicado el proceso de investigación? Para mí, lo fue. No tanto desde un punto de vista intelectual, sino a nivel personal. La magnitud de la tarea me superaba, y pronto me di cuenta que no sabía dónde me había metido. No desistir y llegar hasta el final fue todo un reto que se dilató más allá del periodo de financiación cubierto por la beca, de modo que al término de la singladura tuve que hacer frente a otras contingencias de índole logística y económica. Todo esto, en lo que concierne a la tesis doctoral. La preparación del libro la llevé a cabo unos años después, cuando se presentó la ocasión y había recobrado fuerzas. Esta segunda etapa, aunque incierta, fue llevada a cabo con un cierto sosiego, con otro espíritu, y probablemente con algo más de madurez en mi haber. Sea dicho de paso, que para colmar el proceso de investigación no sólo peregriné por distintos archivos y lugares de nuestra geografía, sino que residí durante seis meses de manera ininterrumpida en Salamanca para purgar los fondos del Centro Documental de la Memoria Histórica, así como los del Archivo General Militar de Ávila. Residí también durante seis meses en Irlanda para recabar datos e información. Hice de Cork mi base de operaciones, pero me trasladaba a menudo hasta Dublín para trabajar en el Archivo Nacional y la Biblioteca Nacional de Irlanda. Como veis, mucho jaleo y no menos esfuerzo.        

-¿Cómo fue ponerle orden a todo? ¿Cómo es la metodología de trabajo? Por cierto, ¿cuánto tiempo te costó la realización de este trabajo?

Ponerlo todo en orden fue como un largo y complicado embarazo. La metodología de trabajo consistió, en mi caso, en hacer acopio de material, analizarlo, separarlo en compartimentos más o menos estancos, y en base a ello, tratar de redactar cada uno de los apartados que debían integrar un índice provisional. En cuanto a la duración, pues cabría hacer la suma de un año entero de DEA, cuatro años de tesis, y, tiempo después, más de un año de readaptación intensiva del contenido, implementación del mismo, y reformulación de conclusiones, hasta dar por definitivo el original que mandé a la editorial. Casi siete años en total, aunque discontinuos. He aprendido de ello, y si ahora volviera a comenzar, creo que con toda probabilidad avanzaría con mayor rapidez. Hay que pagar un precio para adquirir experiencia.    

-Amigo, ¿cómo era Irlanda antes de que estallase la guerra Civil Española por el golpe de Estado de los militares en julio del 36? ¿Muy convulsa o nos lo parece a nosotros? Debía ser como una “convulsión continua y continuada”, ¿verdad?

Es cierto que la historiografía, al menos la historia política, tiende a poner de relieve la disfuncionalidad, los episodios traumáticos y convulsos, y los periodos de tránsito y cambio social que afectan a las sociedades y distintos periodos históricos. De aquí, que a menudo exageremos o distorsionemos el retrato de algunos contextos y escenarios históricos. El periodo de entreguerras adolece, a veces, de aproximaciones un tanto deterministas y sobredimensionadas, y en ciertas ocasiones se saca de contexto o se exagera la amplitud de la militancia y la acción política que podían implementar algunos grupos de individuos y cuerpos sociales. Dicho esto, cabe reconocer que en Irlanda el uso e incluso el abuso de la violencia política se perpetuaron más allá de lo que fueron, para la historia de la isla, los convulsos años veinte. La persistencia de un nacionalismo irredento que hacía del mantenimiento de los condados del norte en manos británicas un agravio intolerable, las fracturas sociales derivadas de una guerra civil que polarizó la alineación de las distintas familias políticas de la ínsula hasta décadas después, y la inherente exacerbación del ánimo y del apetito político que despertó ulteriormente entre un sector de las clases populares la crisis de 1929, hicieron de Irlanda un lugar capaz de engendrar brotes insospechados de agitación. Ya durante los años treinta, y aunque menos ocurrentes de lo que podamos imaginar, estos brotes responden, como he señalado antes, a la perpetuación del ‘gun in politics’, es decir, el intento de resolver las diferencias políticas y otros contenciosos por medio de la violencia y de las armas.        

-A veces, desde mi punto de vista (y sé de otros que se suman a esta manera de verlo) por ser más afines a leer sobre los BBII y demás, tendemos a pensar que sobretodo hubo muchos irlandeses defensores de la II República que se vinieron a luchar aquí, pero también hubo muchos católicos irlandeses que vinieron a luchar con los alzados y éstos no fueron pocos, entre los setecientos y pico, integrantes de la Brigada Irlandesa, ¿no? Por cierto, que solo pusieron la condición de “no luchar contra los vascos”, ¿qué nos puedes explicar?

Habría que diferenciar la respuesta de la ciudadanía irlandesa, que durante un tiempo se decantó más bien del lado de los sublevados, de la de los voluntarios irlandeses que combatieron junto a los rebeldes. Ambas reacciones se deben a la campaña a favor del bando franquista que se orquestó en Irlanda. Sin ella, ni una cosa ni la otra hubieran tenido lugar. Por otro lado, si bien el número de combatientes irlandeses que se sumaron a las filas facciosas es superior al de aquellos que respaldaron con las armas a la República, éstos últimos se sumaron a una empresa que se granjeó una muy mala propaganda en la isla. El compromiso que adquirieron con la República los brigadistas que zarparon desde Irlanda implicaba una cierta conducta de riesgo, mientras que los que se unieron a las tropas de Franco se marcharon bajo la bendición de la Iglesia y contaron, por un tiempo al menos, con la simpatía de una parte significativa de sus conciudadanos. Desde esta perspectiva, la diferencia cuantitativa entre uno y otro contingente merece ser matizada, pues resultó más complicado mandar a voluntarios en ayuda de la República que no en ayuda de los sublevados. Por último, debe reconocerse que si el Partido Laborista Irlandés hubiera apoyado al bando lealista, y si el Partido Comunista Irlandés hubiera enrolado a todos sus afiliados que así lo deseaban, el número de irlandeses que ingresaron en las Brigadas Internacionales hubiese sido superior. Más allá de esto, lo que frenó verdaderamente el número de adhesiones a la causa republicana fue el hecho de que el IRA prohibió a sus miembros que se marchasen a España; el Fianna Fáil, partido que ostentaba la jefatura del Gobierno, había golpeado con fuerza al Ejército Republicano Irlandés, cuya cúpula no dudó en retener a sus efectivos para servirse de ellos cuando llegara la hora de desatar la siguiente ofensiva contra Inglaterra.  

-Por cierto, la matanza que sufrieron por ese “fuego amigo”, de la mano de franquistas canarios en la batalla del Jarama, creo que cerca de Ciempozuelos, ¿qué nos puedes comentar de esta tragedia? ¿Qué perfil puedes hacer de los irlandeses afines a los alzados?

El fatídico encontronazo no fue sino el producto de un conjunto de infortunios: falta de transmisión de las órdenes de movimientos de tropa entre los diferentes cuerpos del ejército rebelde, avance de la unidad irlandesa sobre terreno abierto en formación de combate, malentendido entre los cuadros de una y otra unidad cuando se adelantaron para presentarse, etc. Se hubiera podido evitar, pero las guerras, en particular durante la era de la tecnología no analógica, conllevan confusión, y fruto de ella, pueden producirse trágicos percances entre tropas amigas. El perfil de los miembros de la unidad irlandesa que sirvió en el ejército de Franco presenta una mayoría de individuos de origen más bien rural, hijos de campesinos propietarios de sus tierras, e imbuidos del espíritu católico y conservador que imperaba en la campiña irlandesa. Algunos voluntarios pertenecientes a la exigua clase media irlandesa, por lo general profesionales liberales, dueños de pequeños negocios y comerciantes, completan el cuadro; al que cabría añadir un número significativo de antiguos miembros de las fuerzas armadas y de los cuerpos del orden. Por lo general, la defensa del cristianismo, y en algunos casos también el anticomunismo, motivaron el enrolamiento de estos hombres. En segundo lugar, destaca otro tipo de perfil, escaso en número, que es el que encarnan los voluntarios adictos a los postulados de la extrema derecha, del catolicismo político de raigambre conservadora, y del universo político en el que se daban cita los nostálgicos más exacerbados del antitratadismo irlandés (para comprender esto último, habría que ahondar en la historia de Irlanda durante el periodo de entreguerras…). Para algunos de estos individuos, la promoción del totalitarismo de derechas fue un factor motivacional importante, aunque raramente declarado a viva voz.       

-Los irlandeses afines a la II República y defensores de la misma que se integraron en las BBII, ¿cómo les fue? ¿Qué retrato puedes hacer de los mismos?

Pues les fue igual que a la mayoría de brigadistas de otros países. Esto es, un índice de bajas atroz en los campos de batalla, un servicio largo y extenuante del que difícilmente podían librarse para volver a sus casas cuando ya estaban hartos, la amargura final de saberse abandonados por las democracias occidentales y de ver perder una guerra en cuyos ideales siguieron creyendo, en la mayoría de los casos, hasta el final, y un retorno al hogar coronado por la desconfianza de les elites de sus países, cuando no por el ostracismo social.

En cuanto a su perfil, y en guisa de resumen, diríamos que vivían predominantemente en ciudades y núcleos urbanos. La mayoría eran obreros y trabajadores asalariados no cualificados, aunque entre ellos los había que se ocupaban profesiones liberales e incluso puede identificarse a algún reconocido intelectual. Eran de mentalidad progresista, albergaban ideales políticos, y creían en la emancipación de las clases populares. Muchos de ellos pertenecían, y esto es importante, a algunas de las comunidades urbanas más pobres de toda Europa, en cuyo seno habían asistido o tomado parte en luchas sociales y conflictos laborales de rabiosa beligerancia y trágico desenlace para sus seres queridos. El odio a la patronal, y en algunos casos el deseo de llevar a cabo la revolución social, se halla presente en muchas de las declaraciones o memorias escritas por estos hombres que se han conservado.  

irlandagce (4).jpg-Irlanda es un país que se caracteriza por ser muy católico y España —y más en aquellos años— también lo era, ¿cómo les influyó a todos la Iglesia Católica?

-Una cantidad significativa de los irlandeses que lucharon en las filas rebeldes se alistaron en la unidad de voluntarios que se formó en su país para acudir a España debido a la propaganda a favor de los insurrectos que impulsaron algunos periódicos conservadores de la isla, así como a los sermones y diatribas en defensa de los sublevados y en contra del Gobierno de la República que verbalizaron numerosos curas de parroquia; las publicaciones pías que se distribuían en Irlanda reforzaron dicho fenómeno. Desde este punto de vista, la sanción de facto de la causa rebelde que ofició la Iglesia católica de Irlanda jugó un papel determinante a la hora de legitimar la campaña de apoyo a los sublevados que se puso en marcha en Irlanda, fue uno de los elementos principales que decantaron la opinión pública de la isla del lado de los facciosos, y contribuyó intensamente a denigrar la causa lealista en Irlanda. Algunos prelados tomaron una cierta distancia respecto al posicionamiento adoptado por la corporación religiosa, y cabe señalar que las iglesias protestantes de la isla mostraron una actitud muy distinta. No obstante, el primado de la Iglesia católica de Irlanda actuó de intermediario entre los distintos actores que impulsaron la organización de la unidad de combatientes irlandeses que sirvió en el ejército de Franco, al tiempo que se organizó un poderoso movimiento de corte popular y de inspiración católica, el Frente Cristiano Irlandés, dedicado a derribar en la isla cualquier atisbo de comunismo y a respaldar moral y económicamente a la España Nacional. Muchas organizaciones de seglares católicos y algunos párrocos integraron esta plataforma, que, sin embargo, decayó con rapidez hasta desintegrarse por completo.   

Más allá de esto, debe recordarse que, en efecto, el peso de la Iglesia católica en la sociedad irlandesa venía siendo incuestionable desde la conversión misma al cristianismo de la isla. Compañera de viaje de las expresiones más moderadas del nacionalismo irlandés a lo largo del siglo XIX, cuando se advino la cuasi independencia política de la isla en 1921 las elites conservadoras y la Iglesia católica irlandesa dieron continuidad a una suerte de alianza natural entre ellas que perpetuó la preeminencia de la corporación religiosa sobre la sociedad. El republicanismo irlandés comenzó a perder la guerra civil que se libró en la ínsula entre 1922 y 1923 el día mismo en que la Iglesia condenó a los irregulares y decretó su excomunión; la Constitución aprobada en 1938 prohibía explícitamente el divorcio, reservaba una posición privilegiada a la corporación católica, y establecía la censura en la prensa y el cine al amparo de la moral católica… Habrían de pasar muchísimos años antes de que decreciera el peso de la Iglesia en el seno de la sociedad irlandesa.     

irlandagce (5).jpg- ¿Cómo llegaron e hicieron el camino de retorno a las tierras verdes de Irlanda, el país del trébol? Se les recibió de manera seguramente bien diferente y la reinserción social debió de ser tan diferente…

-Los irlandeses que se integraron a las Brigadas llegaron a España del mismo modo en que lo harían la mayoría de internacionalistas. Si bien en su caso embarcaron primero en un puerto irlandés de camino a Inglaterra, desde allí desembarcaron en Francia para recabar en París; ulteriormente fueron conducidos hasta las estribaciones de los Pirineos y bajo el subterfugio de la noche cruzaron la frontera. A continuación, transitaron hasta la base de la Brigadas Internacionales, en Albacete. Las pequeñas formaciones políticas que podríamos catalogar como izquierda radical irlandesa se encargaron de organizar el traslado, para lo que contaron con el concurso activo de la Komintern. No se dio demasiada visibilidad a su partida. Los irlandeses que habían emigrado a Gran Bretaña, Canadá o los Estados Unidos, y los descendientes de la diáspora, cruzaron el Canal de la Mancha o el Atlántico en compañía de los voluntarios angloparlantes que los respectivos partidos comunistas y otras formaciones de izquierda se encargaron de movilizar en cada país. Por norma general, en todos los casos se imponía la discreción. 

Los voluntarios irlandeses que se sumaron a las filas rebeldes alcanzaron la península de dos maneras distintas. Los mandos de la futura viajaron hasta Portugal a bordo de unos cruceros turísticos que zarpaban desde Inglaterra. El grueso de la tropa, por el contrario, se hizo a la mar una mañana lluviosa cerca de Galway, en la costa oriental de la isla, a bordo de un carguero alemán que lucía la esvástica en su mástil. El régimen nazi, la jefatura nacionalista, y los responsables irlandeses de la campaña de apoyo al bando insurgente, organizaron el dispositivo. No obstante, hasta en dos ocasiones se suspendieron en el último momento sendas operaciones de embarque que frustraron el envío a España de otros tantos voluntarios que hubieran engrosado las tropas facciosas. De ese momento en adelante, una serie de contingencias logísticas e imperativos políticos desaconsejaron repetir el intento, por lo que la unidad irlandesa que combatió al lado del ejército franquista terminó siendo mucho más reducida en número de lo que hubieran deseado sus patrocinadores.

El retorno a casa fue obviamente distinto si nos fijamos en la recepción inicial que se brindó a uno y otro contingente. Ahora bien, tras la vistosa demostración de simpatía a favor de los veteranos del ejército rebelde que se encargaron de organizar algunas entidades y personalidades de Dublín, a la mañana siguiente unos y otros retomaron el curso anodino de sus vidas, y más allá de los circunscritos círculos políticos en los que su compromiso para con la guerra de España podía albergar algún valor, su experiencia quedó pronto relegada al olvido. La II Guerra Mundial golpearía las Islas Británicas y los condados del norte en manos de la Corona experimentarían el rigor de los bombardeos; la atención del público se centraría en la dramática coyuntura que impuso el nuevo conflicto, situación frente a la cual el recuerdo inmediato de la guerra de España ocuparía un plano muy secundario. Los internacionalistas que volvieron a la isla no podían sino reivindicar el valor de una causa perdida. El estigma de ser “rojos” ya lo llevaban consigo antes de partir a España, pues su militancia en el exiguo redil de la izquierda radical irlandesa les había identificado como tales a los ojos de sus conciudadanos desde tiempo atrás. Pensemos que desde finales de los años veinte una ola de temor rojo y de caza al comunismo había barrido la isla. Se documenta en la obra el caso de algún voluntario irlandés al que las autoridades del Saorstát negaron la posibilidad de regresar a Éire tras su paso por los campos de batalla españoles. Sin embargo, y al margen de estos casos puntuales, cuesta imaginar que se abatiera sobre ellos una marginación superior a aquella que podían padecer antes de ingresar en la Brigadas Internacionales. En lugar del ostracismo, lo que empujó a algunos excombatientes a abandonar Irlanda al cabo de poco de haber vuelto fueron el hastío social y el asco político, el desarraigo familiar, la miseria endogámica y la falta de empleo que se vivía en la isla; se imponía, una vez más, la sempiterna emigración que modeló la historia social de la ínsula hasta tiempos recientes. 

Por último, debe saberse que la memoria de los irlandeses que lucharon por Franco no recibió un trato demasiado condescendiente. Antes de volver a la isla, su expedición se granjeó la crítica de varios observadores y algunos rotativos irlandeses publicaron notas de opinión y artículos de prensa que denigraban su imagen. La crítica más recurrente es que esos muchachos, que no sabían dónde se metían, habían sido utilizados por los organizadores de la unidad, quienes no perseguían nada más que un rédito político a su vuelta. Al regresar a Irlanda, la mitad de los veteranos dieron la espalda a sus antiguos mandos y ni tan siquiera tomaron parte en los actos de bienvenida que se organizaron en su honor. Poco después, la antipatía que se granjeó en Irlanda el fascismo a tenor de la II Guerra Mundial terminó de ensombrecer el recuerdo del apoyo irlandés al bando faccioso, y nunca más se hizo apología de ello.   

irlandagce (7).jpg- ¿Qué papel tuvieron, amigo Pere, en la GCE y desde la perspectiva de sus actuaciones unos y otros?

-En la batalla del Jarama, el Batallón Británico de las Brigadas Internacionales, y en particular la Compañía de dicha unidad en la que se integraban los irlandeses, jugó un papel destacado en la defensa de la carretera que unía Madrid con Valencia. Los internacionalistas fueron usados como tropas de choque. A raíz de ello, lograron penetrar las líneas enemigas en numerosas ocasiones, al tiempo que rellenaron los huecos que otras tantas veces consiguieron abrir las tropas facciosas en las líneas lealistas. Más allá de esto, la mayoría de especialistas en historia militar, así como los propios mandos del ejército republicano, señalan que desde un punto de vista militar la aportación de las Brigadas Internacionales fue poco relevante, pues comparados al número de soldados que formaban el ejército gubernamental, la cantidad de extranjeros que engrosaron sus filas representa una parte muy pequeña de las fuerzas republicanas. Su verdadera contribución al esfuerzo de guerra se operó en el ámbito propagandístico, tanto en el exterior como en el interior del país, donde lograron, por un tiempo al menos, reflotar la moral de la población civil y de las tropas lealistas. 

En el caso de los voluntarios irlandeses que se sumaron al ejército faccioso, desde un punto de vista militar su presencia no comportó ningún tipo de beneficio, antes bien, terminaron siendo un engorro. A nivel diplomático y en posible contravención del pacto de No-Intervención, tampoco fueron de gran ayuda más allá de una primera etapa en la que la jefatura rebelde y la jerarquía católica podían vanagloriarse, de forma más o menos visible, de la presencia de un cuerpo de voluntarios extranjeros en la España Nacional. Acaso podría decirse que estos hombres insuflaron un poco de brío y distracción a aquellas ciudades de la retaguardia en las que transitaron o permanecieron durante un tiempo de camino al frente. 

 

 

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