Cazarabet conversa con... Jorge Sequera Fernández, autor de “Gentrificación. Capitalismo cool, turismo y control del espacio urbano” (La Catarata)
La Catarata
edita un libro que desmenuza el fenómeno de la gentrificación acercándose al
capitalismo cool, al turismo y al control del espacio
urbano desde la analítica de Jorge Sequera Fernández.
La sinopsis
del libro y los datos que sobre el autor nos facilita La Catarata:
Que la gentrificación constituye la
única solución viable para los barrios abandonados es un argumento que desde
algunos sectores involucrados se repite como un mantra, legitimando así uno de
los principales mecanismos contemporáneos de gestión urbana neoliberal,
enmascarada bajo conceptos ambiguos como regeneración, revitalización o
renacimiento. Las nuevas clases medias, atraídas por fenómenos como la mezcla
social, la escena alternativa o el imaginario de la cultura popular, eligen
estos barrios previamente desvalorizados convirtiendo rápidamente el deterioro
urbano en un producto chic. En los últimos años, la turistificación,
alimentada por el crecimiento del capitalismo de plataforma que convierte
viviendas en hoteles, es uno de los mayores desafíos actuales a la hora de
repensar la ciudad. Complemento o antítesis de la gentrificación, este “turismo depredador” hace que la ciudad se convierta en un
gran museo, donde el paisaje comercial tradicional de algunas zonas urbanas
tiende a disneyficarse y franquiciarse,
provocando profundos cambios socioculturales, desigualdad urbana y nuevas
precariedades.
Jorge Sequera es doctor en Sociología por la UCM, profesor en la UNED e investigador colaborador en el Instituto CICS.NOVA de la Universidad Nova de Lisboa. Sus líneas de investigación abordan fenómenos claves de la sociedad posfordista y la metrópolis, como el consumo, los estilos de vida, las nuevas clases medias, la segregación residencial, la exclusión social, la sociedad de control, la gentrificación, la turistificación, los movimientos sociales urbanos y la protesta social (jorgesequera.me). Jorge Sequera ha publicado, también en La Catarata, Desafíos metropolitanos.
Os reproducimos nuestro “Cazarabet conversa con…” tal como ha sido
publicado en EL PAÍS el pasado 30 de octubre:
https://elpais.com/elpais/2020/10/01/seres_urbanos/1601544953_381084.html?prm=enviar_email
"El barrio más cool
del mundo. El más "auténtico". El Soho de... [escriba su
ciudad aquí]". ¿Qué se esconde tras estas vacuas palabras, propias de gurú
impartiendo una masterclass de márquetin inmobiliario?
Enmascarada bajo este tipo de conceptos ambiguos, la gentrificación provoca
profundas trasformaciones urbanas y socioculturales que tienen como finalidad y
resultado la segregación socioespacial y una
acentuación de la desigualdad en el acceso y disfrute del derecho a la ciudad.
Para acercarnos mejor a estos procesos charlamos con Jorge Sequera,
profesor e investigador de la UNED, que actualmente dirige el proyecto Likealocal sobre
transformaciones urbanas y turistificación en cuatro
ciudades de España, que acaba de publicar el libro Gentrificación.
Capitalismo cool, turismo y control del espacio
urbano con la editorial La Catarata
Jorge, ¿nos puede acercar al fenómeno de la gentrificación?
¿Guarda relación directa con los modelos económicos que se han ido extendiendo
a raíz de la globalización?
Las dinámicas de la gentrificación
se extienden —como los diversos procesos de extracción de plusvalía urbana— con
su propia estrategia. Van encaminadas a la desposesión material y simbólica de
territorios urbanos concretos y tienen una fuerte relación con el modelo
económico y social hegemónico como es el neoliberalismo. Se trata de un
proyecto de clase encaminado, por un lado, a reproducirse bajo los sostenes del
propio Estado y por otro, a capturar aquellas parcelas de la vida que aún no
están a merced del mercado capitalista. En este caso, para que los barrios populares
sean tomados
por promotores inmobiliarios, nuevos propietarios, especuladores y nuevos
residentes con mayor capital económico y cultural y expulsar a sus habitantes.
¿Desde cuándo y por qué está
presente esa práctica?
Esta práctica, de sustitución de
clase y en el contexto de una mirada urbana, ha tenido diversas fases
dependiendo del contexto metropolitano. La práctica de la desposesión y la
colonización de clase, del desplazamiento en las ciudades, de la expulsión, se
repite cíclicamente en diferentes cronologías y en diferentes contextos. Lo que
está ocurriendo decididamente en algunas ciudades en los últimos 50 años,
algunos autores lo relacionaban en contextos anglosajones (ciudades como
Londres o Nueva York) con la vuelta al centro de las clases medias blancas
después de décadas de abandono del centro y del llamado White fly de estas mismas clases hacia la suburbia en plenos albores del fordismo.
Una vez muerto el sueño de la vida idílica, de la arcadia feliz en ese
extrarradio de vidas homogéneas, la deriva tomó su versión revanchista. Querían
de nuevo el centro, lugar de encuentro, de actividad lúdica, de estímulo
cultural, de cercanía con los trabajos de servicios avanzados y los negocios,
etcétera.
Salvando enormemente las
distancias en ciudades como las nuestras, donde nunca hubo esa gran fuga de las
clases medias y altas, ya que en buena medida nunca se fueron de la ciudad
consolidada, han tendido a pensar que el centro histórico les pertenecía.
Siempre dividido ese centro, con una parte donde habitaba tradicionalmente la
burguesía y otra, el arrabal —donde las clases populares y su hábitat popular estaba muy presente— estas políticas de la gentrificación
trabajan para que este último sea olvidado, y sólo queden los retazos pop,
como una postal inocua, del hábitat obrero.
¿En qué se basan para llevarla a cabo?
El decorado —popular— puede
quedarse, pero sus gentes deben irse. En el libro atiendo a algunas de estas
particularidades: cómo hacen para que el proceso parezca limpio, neutral,
amigable y que se esconde detrás. En un primer momento, el lugar tiene que ser
visto por todos como un lugar a rehabilitar, a reconducir. Para ello, lo
primero es que el abandono llegue hasta sus últimas consecuencias: viviendas en
ruina, falta de infraestructuras y equipamiento urbano, inacción de la
administración pública, aliñado con algo de amarillismo estigmatizador desde
medios de comunicación: si ya tienes una banda del pegamento en tu barrio según
los medios, es tu turno. Posteriormente, la entrada de capital privado para
reformar e intervenir en el espacio pasa a ser visto con buenos ojos: a quién
hostigue estas prácticas inmobiliarias (rentas antiguas, población vulnerable)
pasa a ser lo de menos. En pos de la modernidad, pasan a ser sólo daños
colaterales.
Y es ahí donde lo cool
hace su acto de presencia. Actividades que en principio no parecen ser dañinas,
se fomentan y se financian para que funcionen como ariete ideológico para
conquistar espacios. Se necesita atraer a aquellos que además de ser pioneros
en el proceso, como dice el colega Marc Morell,
también sean objeto de la extracción de plusvalor
laboral: joven, apuesto/a, con capital cultural alto, con profesiones liberales
o artísticas, sin demasiadas cargas familiares, etc.
Estos perfiles, que son atraídos
por diversos anzuelos (el ocio nocturno, los museos, los teatros, los campus
universitarios, la diversidad étnica) comprenden un clúster dentro de la ciudad
postindustrial, que los convierte en los trabajadores de la nueva fábrica
flexible: trabajarán en los sectores del terciario avanzado (o se estarán
preparando para ello) a cambio de pagar altas rentas por su alquiler o su
hipoteca, los menos. Por detrás, entre bambalinas, rentistas multipropietarios, son los que extraerán las millonarias
ganancias del suelo y las ayudas públicas para renovar sus viviendas,
aumentando exponencialmente los rendimientos obtenidos, que con los anteriores
habitantes del barrio no conseguían, potenciando y reproduciendo la figura parasitaria
del rentista.
Algunas ciudades y algunos
barrios, ¿son o han sido, durante la crisis de la covid-19,
ratoneras o barrios trampa?
Sin duda. La vuelta hacia valores
materialistas (de escasez y de supervivencia) en nuestro mundo avanzado está
haciendo saltar los resortes y mecanismos sobre los que se sostenían. Y es que
esta crisis nos pone ante el espejo social de la desigualdad. Si nos fijamos,
buena parte de los vídeos viralizados que han
recorrido las redes para incentivar que la gente se quedara durante el
confinamiento en casa estaban protagonizados por futbolistas corriendo en sus
jardines o famosos de medio pelo haciéndose selfies
en sus azoteas privadas. Sin embargo, la realidad invisibilizada
en el laberinto de la ciudad es otra. Ana, mi vecina de calle tiene dos años,
vive con toda su familia en una habitación alquilada sin ventanas y con graves
humedades. Comparte infravivienda con otras dos familias en una casa de 40 m2
con una sola ventana y una puerta a la calle. Y las normas impuestas le
impedían salir de casa. Su madre, que trabajaba cuidando la hija de otra
familia y limpiando otra casa sin estar dada de alta, lleva más de seis meses
sin recursos. Otros, cada día se suben al vagón de metro, al tren, camino a su
puesto de trabajo. Después vuelven a su piso, que comparten con otras dos o
tres familias. Porque la ley y la crisis no es igual para todos.
Pero algo que también me está
dando vueltas a la cabeza en plena pandemia es la coyuntural escapada de esas
mismas clases colonizadoras al campo, aquellos que en su momento, y no me gusta
mucho el concepto, se les ha denominado como gentrificadores.
Una irrefrenable animadversión a la ciudad parece estar apoderándose de
aquellos, que con y sin hijos, consideran que encontrarán su sitio en el reconfortante
meandro de cualquier autovía que les conecte con la ciudad donde trabajan. No
se trataría de movimientos ciudad-campo de esto que se ha dado en llamar neorrurales, sino de aquellos que siempre han deseado
detentar la centralidad urbana. Me pregunto cuáles son las estrategias
discursivas para configurar nuevas vidas suburbiales alrededor de condominios
con jardín y piscina o la vuelta al chalet en las afueras como forma de vida
ideal de los que un día eran reconocidos urbanitas.
Entiendo que la ciudad, sus
violencias, sus altos precios o sus pequeñas casas expulsan sin cesar hacia la
periferia de la periferia a las clases trabajadoras. Pero lo que la pandemia
está cambiando es que parece que de nuevo estas clases medias urbanas
tímidamente también se retiran (o sueñan con hacerlo) de la centralidad, con el
alto coste de poner al coche de nuevo como protagonista de sus vidas, con las
largas distancias a recorrer todos los días —cuando uno de sus privilegios de
clase consistía en ir andando o en bicicleta— las horas de conducción, atascos
o de imposibilidad de conciliación familiar. ¿Estamos ante el fenómeno inverso
de la vuelta al centro de estas clases medias urbanas? ¿Es algo pasajero debido
al confinamiento sufrido? ¿Están perdiendo interés los centros de las ciudades?
¿Es el turismo la excusa que se utiliza como retroalimentación
para engrandecer y alimentar a la gentrificación en ciudades como Madrid,
Barcelona, Valencia...?
Es un tema polémico en estos
momentos. Hay colegas que en los últimos tiempos tienden a identificar ambos
procesos —gentrificación y turistificación— bajo el
mismo paraguas de la gentrificación. Otros entendemos que si bien pueden
cohabitar en espacio y tiempo e incluso tener características similares, son
dinámicas extractivas que responde a causas distintas, que tienen impactos
diferentes y que en ocasiones chocan. Paradójicamente es habitual encontrar a
clases medias y altas propietarias que se mudaron al barrio en pleno proceso de
gentrificación, quejándose ahora de la turistificación
de su barrio, ya que han visto rotas sus expectativas de detentar el barrio con
su habitus ejemplar por la entrada masiva y descuidada del
turista borracho y ruidoso.
En el libro trato de hacerme
algunas preguntas al respecto, entre otras que me siguen dando vueltas: si la turistificación fuese un tipo de gentrificación o la
acompaña, ¿por qué las clases medias y altas querrían vivir en estos barrios?
¿No huirían? ¿Tienen los turistas realmente un papel elitizador?
¿Acaso no hay fenómenos de distinción social entre turistas? Si se están gentrificando otros barrios limítrofes, por efecto de la turistificación, porque estas clases medias urbanas buscan
nuevos barrios alejados del turista, ¿cómo pueden ser ambos procesos de
gentrificación?
También observo que hay una
tendencia a meter a residentes comunitarios y a turistas en el mismo saco,
señalando que sus patrones de consumo y estilos de vida son iguales. Creo que
esto no ocurre así, como demuestran otros estudios sobre consumo y espacio
urbano. Y considero que es ahí precisamente donde debe entrar el análisis de
los discursos, en tanto prácticas, buscando las contradicciones y las
ambivalencias del sujeto como señala acertadamente Martín Criado, y no que se
cumpla la hipótesis de partida lineal del investigador. Un buen ejemplo es el
estudio de Daniel Malet sobre las prácticas sociales
y el impacto socioespacial de los Erasmus en los
barrios en los que residían en la ciudad de Lisboa.
A pesar de que a primera vista
podríamos quedar cegados por el cliché del Erasmus relacionado con la fiesta
nocturna, lo que encontró fue mucho más amplio. Si bien muchos Erasmus decidían
residir en Bairro Alto por el ocio nocturno, otros,
los bohemios, se iban al melancólico barrio de Alfama
huyendo de los primeros, mientras que los activistas elegían el barrio popular
de Mouraria. Lo que muestra que las prácticas y los
capitales de los Erasmus (¿residentes temporales? ¿turistas?
¿población flotante?) no son
similares. La brocha gorda es una tendencia que debemos combatir desde las
ciencias sociales. Seguro que yo he pecado de lo mismo en más de una ocasión y
creo que deberíamos cuidar más nuestras perspectivas epistemológicas y a prioris. Ser categóricos asociando clase social y turista
creo que nos lleva a una confusión innecesaria. Señalar linealidad entre
procesos y dinámicas urbanas capitalistas con causas e impactos dispares,
cuando genera tantas paradojas, no permite atisbar las divergencias.
¿Los pisos turísticos aceleran el proceso de gentrificación?
Los pisos turísticos aceleran y
aumentan el proceso de extracción de un bien inmueble a través de una economía
del turismo que permite aumentar las rentas obtenidas por la vivienda.
Aceleran, sí, los procesos de desplazamiento, de expulsión, de vaciamiento, de
desaparición del tejido social y vecinal del barrio, de conversión del espacio
urbano en espacio monofuncionalizado por el turismo.
Lo que estamos viendo, en plena
pandemia, es que esos pisos eran extraídos, como ha señalado en diversas
ocasiones Javier Gil, del mercado tradicional de alquiler residencial. Ahora,
sin negocio turístico, han vuelto a ponerlos en este tipo de portales
inmobiliarios. Lo que percibimos, sin embargo, es que pretenden mantener los
mismos precios por noche que en Airbnb, lo que da
como resultado precios estratosféricos en un mercado ya de por sí inflado
artificialmente. Además, expectantes de que el ciclo cambie, deciden alquilarlo
por temporadas, lo que rayaría la ilegalidad. Es curioso que hasta hemos encontrado anuncios en portales inmobiliarios de
alquiler tradicional donde los gestores no se han molestado ni en quitar la
toalla con forma de cisne ni descripciones que incluyen los horarios de entrada
y salida del apartamento.
¿Ve al tejido social concienciado y con fuerzas y resortes para
hacer frente a la gentrificación?
Sin duda, es uno de los leitmotiv de las luchas barriales. Parar los
desahucios, contener la entrada de grandes capitales a los barrios, pelear por
la protección de las familias más vulnerables, exigir el control y regulación
de precios para hacer frente a dinámicas como la gentrificación y tantas otras
prácticas de solidaridad, políticas de calle, de confianza y colectivas, que
las políticas de partido y del espectáculo suele ensombrecer y en ocasiones
minusvalorar.
¿En qué está trabajando en estos momentos?
En la actualidad dirijo un
proyecto de investigación que precisamente se acerca a la diversidad de discursos, prácticas y
estrategias que rodean el modelo Airbnb. Este
proyecto busca poner la mirada, no sólo en la remercantilización
de la vivienda, las subidas de precios o en el desplazamiento de población, que
ya otros colegas han explicado con claridad, sino acercarnos a la cotidianeidad
del circuito: cómo operan los anfitriones, qué piensan los huéspedes, qué tipo
de trabajo racializado y/o sexualizado
está detrás, cuáles son las consecuencias de este modelo sobre éstos; en
definitiva, qué tipos de paradojas encontramos en los residentes del barrio.
Además, y dado el impasse
del turismo en este verano con la covid-19, estamos realizando una
investigación sobre las consecuencias e impactos de la pandemia sobre Airbnb en varias ciudades donde el proyecto trabaja con
grandes colegas del ámbito de la geografía, la antropología, la arquitectura o
la sociología en Sevilla, Palma, Barcelona y Madrid. Espero que podamos
publicar pronto los resultados.
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