La
Librería de El Sueño Igualitario
LA
EXQUISITEZ EN LA PLUMA Y EL TRAZO DE ANTONIO GAMONEDA, SE DAN CITA EN UNA
ANTOLOGÍA QUE TIENE A LA NIÑEZ ENTRE EL JUEGO DE LA PALABRA Y AQUELLO QUE
HIERVE ENTRE EL POETA Y SU INTERLOCUTOR, EL LECTOR.
LA
SELECCIÓN CORRE A CARGO DEL CUIDADO DE
UNA DE LAS PERSONAS QUE LA PUEDE CONOCER MÁS ,
SU HIJA, AMELIA GAMONEDA LANZA.
El poeta:
https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Gamoneda
Poeta de
la Generación de los 50:
https://es.wikipedia.org/wiki/Generaci%C3%B3n_del_50
http://www.anmal.uma.es/numero15/Gamoneda.htm
Lo que
nos dice Amelia Gamoneda de este libro, esta
antología poética:
La antología poética “Niñez”, de Antonio
Gamoneda, está a punto de llegar a las librerías,
de la mano de la editorial Calambur, con selección de poemas y
prólogo a cargo de Amelia Gamoneda Lanza,
hija del poeta.
Avanzamos aquí un extracto del prólogo:
“MITOLOGÍA ÍNTIMA”
Por AMELIA GAMONEDA LANZA
La niñez es un tiempo mítico personal donde se origina
el yo capaz de hablar de sí mismo, donde su prehistoria cede el paso a una
historia que le concierne. Contar la propia infancia reconstruye hacia atrás el
tiempo, echa el ancla en el pasado, en un cierto mundo físico, mental y
afectivo. Pero, como todo mito, la niñez pervive más allá de su momento,
impregna la vida entera, y contarla supone también un modo de hablar del
presente. Cuando, además, quien relata es de nuestra misma sangre, buscamos en
esa narración algún efecto de espejo: la niñez tiene entonces un poder performativo que sobrepasa a su relator y se adentra en el
futuro, reforzando así los lazos de la herencia biológica. Estos tres tiempos
de palabra en torno a la niñez organizan esta antología.
En nuestra cultura, la voz autobiográfica de la
infancia suele estar precedida de otras más antiguas. Y en lo que respecta a mi
padre, el relato fue transmitido en primer lugar por la voz de una abuela que
se dirigía a sus nietas. Mi abuela –a quien la guerra había hecho perder todos
los bienes materiales y muchas de las relaciones que la vinculaban a su
familia– nos presentaba los contenidos de su memoria personal como entregándonos
un secreto en custodia. Poca cosa más poseía. No sé si contaba bien, pero sí sé
que dramatizaba sus relatos como si los reviviera. No buscaba entretenernos:
nos sobrecogía con su palabra repetitiva y a menudo elíptica, que no siempre
entendíamos. Creo que narraba más por necesidad que por gusto: no recuerdo que
nos contase cuentos infantiles.
(…) Sobre aquel relato dulcificado –y acotado por el
secreto– vinieron a posarse después otros estratos que pertenecen ya a la voz
autobiográfica. La lectura de Blues castellano me descubrió los
tintes de la pobreza, Lápidas me abrió los ojos a la gélida claridad
que la infancia de mi padre presta a toda su obra. De manera lenta a través de
los años, fui sabiendo por sus libros lo que él quería contar de su niñez. Nunca
se ha explayado mucho más de manera oral: seguramente tampoco se lo hemos
preguntado. Hay, por ejemplo, episodios importantes de Un armario lleno de
sombra de los que yo nunca tuve noción. Quiero decir que, desde el punto
de vista de la información, mis ventajas de hija-antóloga son más limitadas de
lo que cabría suponer.
(…) Y, en lo que concierne a mi padre, esta antología
contiene los gestos de la donación hecha. En su tramo final aparecen poemas en
los que se refiere o se dirige a las niñas que han sido sus hijas y nieta. He
titulado esta parte “En otro pensamiento”, pues tal es la fórmula que el poeta
utiliza para describir su permanencia en los seres amados. Al hablar de ese
legado de presencia, mi padre elige el pensamiento de una niña como su refugio
futuro; no ha de extrañar pues que, en trueque afectivamente equilibrado, la
niñez de mi padre pertenezca también al pensamiento de sus descendientes.
Esta antología tiene dos partes más que preceden a la
ya mentada. En la primera –“Manos, balcones”– mi padre evoca su niñez: un
crisol de frío y miedo, de tristeza y ternura, de desdicha y claridad desolada.
No pretendo en estas páginas reconstruir su narración –por lo demás ya servida
con detalle en Un armario lleno de sombra– y por eso no propongo un exhaustivo
recorrido de episodios reconocibles. Pero sí busco una cierta mirada que dé a
percibir centros de gravedad emocionales, sensitivos, pulsionales,
de pensamiento… La manos –son las manos de mi abuela– aparecen como grandes
paréntesis protectores que abren y cierran este relato. Los balcones son los
lugares desde los que la niñez se asoma a espectáculos que no pertenecen a su
edad y que llevan consigo descubrimientos graves. Hay más atmósferas que
episodios, más palabra interiorizada que presentación del vecindario, menos
personajes que paisajes. Y, puesto que no hay niñez sin aprendizaje, cumple
hacer algún inventario: el aprendizaje de la lectura, el de la crueldad, el del
miedo, el de la melancolía… Son también muy perceptibles los dos espacios en
los que se resuelve la infancia: la ciudad y el campo que la circunda,
entramados por un extrarradio inhóspito donde de pronto puede destellar la
belleza. Pero la arteria fundamental de la infancia es un barrio de la
periferia urbana: allí fluye tumultuosa la vida bajo sus formas más míseras y
despiadadas.
(…) Si la segunda parte de esta antología lleva el
título “El resplandor en la sombra” es porque esta fórmula poética se repite
extrañamente en la mención de la presencia que la niñez tiene en la vida adulta
del poeta. Ha sido para mí una sorpresa verla así reiterada –con la variante de
“el resplandor y la muerte” u otras afines– en los textos que yo elegía para
articular la que ya no es memoria sino reflujo e incorporación de la niñez en
el curso de otra edad. En su síntesis de oxímoron, “el resplandor en la sombra”
traduce a términos luminosos la experiencia de la coalescencia de la vida y la
muerte. Que la infancia sea esto en la edad adulta o en la provecta significa
que se la toma muy en serio, que no había en ella ningún ser banal,
inconsistente o ajeno a uno mismo del que renegar o distanciarse. Tal vez por
eso mi padre no ha hablado nunca de su infancia en términos coloquiales.
De hecho tampoco lo hace con las infancias ajenas. Él
tiene de las de sus hijas y nieta un pequeño repertorio de momentos cargados de
intensidad emocional que, a su manera, también contribuyen a crear nuestros
mitos niños. Mi corta memoria de la infancia recibe este suplemento, que no es
tanto de cantidad como de cualidad: la cualidad de ser objeto de relato. Que la
palabra de otro se haga así cargo de uno es un regalo –un regalo que, bien es
verdad, a menudo hemos de agradecer pareciéndonos a lo que de nosotros se ha
dicho. La creación de una mitología íntima de niñez enriquece y obliga. Y yo
creo que esto sucede también cuando la narración es autobiográfica. Creo, en
suma, que mi padre a través de su obra hace ese gesto de fuerte control sobre
sí mismo: dar voz a una memoria de niñez que le ha obligado a ser un adulto a
su imagen y remembranza.
Nos acercamos más a este excelente poeta:
https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Gamoneda
Recitando…http://www.rtve.es/alacarta/videos/premios-cervantes-en-el-archivo-de-rtve/gamonelibromov-codecmaster-wmv/885588/
Cazarabet conversa con Amelia Gamoneda:
-Amelia, no debe de ser tan sencillo el encargarse de
la edición de la obra de una persona, tan íntimamente ligada a una como es tu
padre. Explícanos…
-Lo importante para hacer una antología es la
familiaridad con la obra, no con el poeta. Yo tengo las dos familiaridades:
mejor que mejor.
-Dinos, ¿por qué te decides a dar este paso:
seleccionando los poemas y realizando el prólogo?.Supongo
que la selección debió de ser un proceso arduo y difícil
Emilio Torné, el director de la colección de Calambur,
me hizo el encargo. La selección y el prólogo fueron un trabajo. Pero un
trabajo gozoso (algo que en sí es una paradoja).
-¿Qué tiene de particular el Antonio Gamoneda como poeta…?
-Que es muy exigente con su propia escritura.
-Os viene un poco de familia esto del amor a las
letras, a los poemas…lo digo por tu abuelo paterno
-Sí, mi abuelo era poeta y periodista. Yo prolongo
modestamente esa veta familiar.
-En este libro, en esta antología de poemas amiga
Amelia te has acercado y nos acercas a todos al Antonio Gamoneda
que vuelve la vista atrás…al período de la Niñez ¿Por qué?
-Esa es una edad de mi padre que obviamente yo no
conocí. Y por tanto es la más misteriosa para mí.
-Aunque nunca dejamos, ni como humanos ni como poetas,
de ser niños de “vivir en cierta burbuja de aquellos años atrás…”…para bien y,
también supongo para mal…porque en la niñez hay y se suceden hechos positivos,
pero también experiencias negativas….
-En la niñez se forja lo esencial de nuestra
sensibilidad, eso es lo importante para nuestra vida.
-¿Te reconoces en los poemas o en algunos de estos
poemas del Gamoneda que remira a la “niñez”?
-Sí, pero más bien reconozco lo que de mi padre hay en
mí.
-La prosa poética toma en la pluma de Antonio Gamoneda más de una dimensión…la reflexiva, la de una
mirada inquieta, la que se resiste a desmembrarse de, este caso, de la niñez; y
la de llegar al lector de una manera tan diferente y diferencia como amena… ¿Qué
nos puedes comentar?
-Todos los textos de esta antología pintan muchos
tonos de la niñez, pero también muchos tiempos en los que se aloja la niñez: su
vivencia, su recuerdo, su proyección en los otros.
-El hecho de ser escritor autodidacta le proporciona a
sus poemas y a su prosa poética en torno a la niñez rasgos diferentes o que
debamos de tener como en cuenta?. Es, no sé…quizás me
lo parezca como una poesía más libre…
-He evitado voluntariamente la distinción entre verso,
poema no versal y prosa en esta antología. Para que el lector transite por las
diversas formas de la obra de mi padre reconociendo resonancias entre todas
ellas. En cierto modo hay un hilván narrativo entre todos los fragmentos.
-Este año tu padre cumple diez años del Premio
Cervantes. ¿Qué recuerdas del día en que se le comunicó este galardón?; a veces
los reconocimientos, como cualquier cosa que nos pase en la vida nos influye
como seres humanos, pero también en nuestra faceta profesional. ¿Le ha influido
a tu padre el haber recibido este galardón?
-De aquel día lo que más recuerdo –además de la
alegría– es la preocupación por organizarnos para atender a muchos e
imprevistos requerimientos de los medios de comunicación y de los amigos. Sí,
un premio como el Cervantes cambia mucho la vida de una persona de manera
repentina. Luego las cosas se van calmando...
-En la actualidad, personalmente, soy de las que
piensa que vivimos tiempos muy buenos, y desde hace muchos años, en torno a la
poesía...se hace, se compone, se reflexiona y se destila en blanco sobre negro
una excelente poesía en todos los campos y estilos (una cosa es que un estilo
te guste más que otro), pero, creo, hay
un nivel excelente. ¿Qué nos puedes
decir?
-La poesía se suele mover históricamente entre dos
polos: el del discurso comprensible y de representación y el de la búsqueda de
los márgenes de representación y sentido del lenguaje. Cuando el péndulo va
hacia el primer polo –como ocurre actualmente– se integra mejor entre los
discursos que la sociedad y sus medios promocionan, y la poesía consigue tener
más lectores y más practicantes. Es una opción. A mí me interesa sin embargo
más la interrogación sobre los márgenes del lenguaje.
-De todas formas, comentando un poco los poemas de
Antonio Gamoneda… no sé, me da que son o están un
poco como “tintados” por la tristeza,
por las amargas circunstancias y los tiempos que le tocó vivir, incluso por la
muerte…y que eso, de manera irremediable, lo traslada a su obra. Explícanos.
-Es cierto. La biografía no siempre se traslada como
relato a la poesía, pero sí aparece en ella de manera fragmentaria y, sobre
todo, tonalmente. Para una obra que acompaña a la vida esa contaminación es
inevitable.
23265
Niñez. Antología. Antonio Gamoneda. Selección y
prólogo de Amelia Gamoneda
153 páginas
15.00 euros
Calambur
Un extracto del prólogo:
“MITOLOGÍA ÍNTIMA”
Por AMELIA GAMONEDA LANZA
La niñez es un tiempo mítico personal donde se origina el yo capaz de hablar de
sí mismo, donde su prehistoria cede el paso a una historia que le concierne.
Contar la propia infancia reconstruye hacia atrás el tiempo, echa el ancla en
el pasado, en un cierto mundo físico, mental y afectivo. Pero, como todo mito,
la niñez pervive más allá de su momento, impregna la vida entera, y contarla
supone también un modo de hablar del presente. Cuando, además, quien relata es
de nuestra misma sangre, buscamos en esa narración algún efecto de espejo: la
niñez tiene entonces un poder performativo que
sobrepasa a su relator y se adentra en el futuro, reforzando así los lazos de
la herencia biológica. Estos tres tiempos de palabra en torno a la niñez
organizan esta antología.
En nuestra cultura, la voz autobiográfica de la infancia suele estar precedida
de otras más antiguas. Y en lo que respecta a mi padre, el relato fue
transmitido en primer lugar por la voz de una abuela que se dirigía a sus
nietas. Mi abuela –a quien la guerra había hecho perder todos los bienes
materiales y muchas de las relaciones que la vinculaban a su familia– nos
presentaba los contenidos de su memoria personal como entregándonos un secreto
en custodia. Poca cosa más poseía. No sé si contaba bien, pero sí sé que
dramatizaba sus relatos como si los reviviera. No buscaba entretenernos: nos
sobrecogía con su palabra repetitiva y a menudo elíptica, que no siempre
entendíamos. Creo que narraba más por necesidad que por gusto: no recuerdo que
nos contase cuentos infantiles.
(…) Sobre aquel relato dulcificado –y acotado por el secreto– vinieron a
posarse después otros estratos que pertenecen ya a la voz autobiográfica. La
lectura de Blues castellano me descubrió los tintes de la pobreza, Lápidas me
abrió los ojos a la gélida claridad que la infancia de mi padre presta a toda
su obra. De manera lenta a través de los años, fui sabiendo por sus libros lo
que él quería contar de su niñez. Nunca se ha explayado mucho más de manera
oral: seguramente tampoco se lo hemos preguntado. Hay, por ejemplo, episodios
importantes de Un armario lleno de sombra de los que yo nunca tuve noción.
Quiero decir que, desde el punto de vista de la información, mis ventajas de
hija-antóloga son más limitadas de lo que cabría suponer.
(…) Y, en lo que concierne a mi padre, esta antología contiene los gestos de la
donación hecha. En su tramo final aparecen poemas en los que se refiere o se
dirige a las niñas que han sido sus hijas y nieta. He titulado esta parte “En
otro pensamiento”, pues tal es la fórmula que el poeta utiliza para describir
su permanencia en los seres amados. Al hablar de ese legado de presencia, mi
padre elige el pensamiento de una niña como su refugio futuro; no ha de
extrañar pues que, en trueque afectivamente equilibrado, la niñez de mi padre
pertenezca también al pensamiento de sus descendientes.
Esta antología tiene dos partes más que preceden a la ya mentada. En la primera
–“Manos, balcones”– mi padre evoca su niñez: un crisol de frío y miedo, de
tristeza y ternura, de desdicha y claridad desolada. No pretendo en estas
páginas reconstruir su narración –por lo demás ya servida con detalle en Un
armario lleno de sombra– y por eso no propongo un exhaustivo recorrido de
episodios reconocibles. Pero sí busco una cierta mirada que dé a percibir
centros de gravedad emocionales, sensitivos, pulsionales,
de pensamiento… La manos –son las manos de mi abuela– aparecen como grandes
paréntesis protectores que abren y cierran este relato. Los balcones son los
lugares desde los que la niñez se asoma a espectáculos que no pertenecen a su
edad y que llevan consigo descubrimientos graves. Hay más atmósferas que
episodios, más palabra interiorizada que presentación del vecindario, menos
personajes que paisajes. Y, puesto que no hay niñez sin aprendizaje, cumple
hacer algún inventario: el aprendizaje de la lectura, el de la crueldad, el del
miedo, el de la melancolía… Son también muy perceptibles los dos espacios en
los que se resuelve la infancia: la ciudad y el campo que la circunda,
entramados por un extrarradio inhóspito donde de pronto puede destellar la
belleza. Pero la arteria fundamental de la infancia es un barrio de la
periferia urbana: allí fluye tumultuosa la vida bajo sus formas más míseras y
despiadadas.
(…) Si la segunda parte de esta antología lleva el título “El resplandor en la
sombra” es porque esta fórmula poética se repite extrañamente en la mención de
la presencia que la niñez tiene en la vida adulta del poeta. Ha sido para mí
una sorpresa verla así reiterada –con la variante de “el resplandor y la
muerte” u otras afines– en los textos que yo elegía para articular la que ya no
es memoria sino reflujo e incorporación de la niñez en el curso de otra edad.
En su síntesis de oxímoron, “el resplandor en la sombra” traduce a términos
luminosos la experiencia de la coalescencia de la vida y la muerte. Que la
infancia sea esto en la edad adulta o en la provecta significa que se la toma
muy en serio, que no había en ella ningún ser banal, inconsistente o ajeno a
uno mismo del que renegar o distanciarse. Tal vez por eso mi padre no ha
hablado nunca de su infancia en términos coloquiales.
De hecho tampoco lo hace con las infancias ajenas. Él tiene de las de sus hijas
y nieta un pequeño repertorio de momentos cargados de intensidad emocional que,
a su manera, también contribuyen a crear nuestros mitos niños. Mi corta memoria
de la infancia recibe este suplemento, que no es tanto de cantidad como de
cualidad: la cualidad de ser objeto de relato. Que la palabra de otro se haga así
cargo de uno es un regalo –un regalo que, bien es verdad, a menudo hemos de
agradecer pareciéndonos a lo que de nosotros se ha dicho. La creación de una
mitología íntima de niñez enriquece y obliga. Y yo creo que esto sucede también
cuando la narración es autobiográfica. Creo, en suma, que mi padre a través de
su obra hace ese gesto de fuerte control sobre sí mismo: dar voz a una memoria
de niñez que le ha obligado a ser un adulto a su imagen y remembranza.
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