image_234.jpgCazarabet conversa con...   Gloria Román Ruiz, autora de “Franquismo de carne y hueso. Entre el consentimiento y las resistencias cotidianas (1939-1975)” (Universitat de València)

 

 

 

 

 

 

 

 

Gloria Román Ruiz reflexiona en este libro metiéndose dentro de las tripas del franquismo cuando este tocaba muy al día  adía y a la cotidianidad…Su subtítulo lo dice claro: Entre el consentimiento y las resistencias cotidianas 1939-1975.

La sinopsis de este libro editado por Publicaciones de la Universidad de València:

El Miércoles de Ceniza de 1950, varios vecinos de Albanchez (Almería) desafiaron la prohibición de celebrar el carnaval escenificando el “entierro de la sardina”. Disfrazados de sacerdotes y monaguillos, se lanzaron a la calle. Allí se les fueron uniendo otros muchachos, mujeres y niños, y se formó espontáneamente un grupo que fue recorriendo el pueblo, pero al llegar a la calle General Mola, la Guardia Civil los disolvió a base de bofetadas y golpes con la porra. Según las autoridades, uno de ellos portaba un palo de escoba en el que había colocado un calabazón que simulaba una cruz. Además, aseguraban haber escuchado entre la multitud “palabras propias de un sacerdote al verificar un funeral”. A partir de estas evidencias, interpretaron los hechos como una mofa hacia la religión. Pequeños sucesos como este permiten que nos adentremos en el franquismo “realmente” vivido. Con ello se pretende examinar, a través de las experiencias cotidianas de aquellos cuyas existencias transcurrieron bajo la dictadura, las complejas e incluso contradictorias percepciones que suscitaron las políticas del régimen entre la gente de a pie y mostrar cómo la atracción popular por determinados aspectos del franquismo coexistió durante todo el periodo con la resistencia frente a otros.

La autora Gloria Román Ruiz:

 Es doctora por la Universidad de Granada y actualmente contratada posdoctoral en la Universidad de Radboud. Ha realizado estancias de investigación en la London School os Economics and Political Science y en la Universidad de Bristol. Su línea de investigación se ha centrado en el estudio de la vida cotidiana durante la dictadura de Franco 1939-1979 en el mundo rural. Ha publicado la monografía Delinquir o morir. El pequeño estraperlo en la Granada de posguerra y ha coeditado el libro colectivo Tiempo de dictadura. Experiencias cotidianas durante la guerra, el franquismo y la democracia. También es autora de varios autores en revistas especializadas como Historia Agraria, Historia Social, Hispania Nova  o Bulletín of Spanish Studies.

Con esta autora ya tuvimos el privilegio de compartir un Conversa con...: http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/delinquir.htm

 

 

 

Cazarabet conversa con Gloria Román Ruiz:

28238347_1709885725734901_6.jpg-Amiga Gloria, ¿qué es aquello que te ha hecho investigar sobre   el Franquismo poniendo la lupa investigadora sobre el consentimiento y las resistencias cotidianas durante todo el franquismo...?. -Amiga, vuelvo un poco a retomar la primera pregunta, ¿qué te ha llevado a escribir este libro...hubo como un punto un “click” que te sumergió en la investigación sobre esta vertiente del franquismo?

-Buscaba respuestas que nos hablasen del funcionamiento cotidiano del régimen de Franco y de las experiencias de la gente que vivió durante aquel periodo, en la línea de otros trabajos previos sobre actitudes sociales como los de Óscar Rodríguez, Claudio Hernández o Carlos Fuertes. En otras palabras, quería acercarme a la dictadura “realmente” vivida, la “de carne y hueso”, la que conocieron y experimentaron personas como mis abuelos. Buscaba también entender mejor por qué todavía hoy perduran en la memoria popular muchos de los mitos del régimen, que en gran medida continúa estando más asociado con el “desarrollismo” de los sesenta que con el hambre de posguerra. La apuesta por un marco cronológico que abarca toda la dictadura (1939-1975) tiene que ver con la posibilidad de estudiar la evolución de las actitudes sociales a lo largo del periodo. Y es que las percepciones populares fueron mutando a la par que lo hacía el propio régimen, que sintió la necesidad de adaptarse constantemente al contexto internacional para sobrevivir.

-¿La sociedad quedó quebrada y dividida más allá de los ideales...me refiero entre los que consintieron—con todo el abanico de consentimientos-- y los que se resistieron –entre las muchas maneras de resistirse-- ?

-En realidad, no se trató de dos grupos perfectamente delimitados y desconectados entre sí, sino de una realidad mucho más plural y compleja en la que no faltaron las contradicciones. Una de las cuestiones que trata de mostrar “Franquismo de carne y hueso” es que las actitudes sociopolíticas de la población no fueron binarias, sino múltiples. Y esto fue especialmente cierto una vez superada la posguerra, cuando la polarización política se fue diluyendo. Las percepciones sociales hacia la dictadura oscilaron desde los extremos del asenso y el disenso pasando por zonas intermedias como la de la indiferencia, la resiliencia o la pasividad. Además, no fueron estables ni permanentes, sino que estaban constantemente mutando. Así, un mismo individuo pudo ostentar distintas actitudes a lo largo de su vida respecto a diferentes dimensiones de la dictadura franquista. Es más, habría sido frecuente que quienes protestaban en la cola del pan por su carestía y encarecimiento en los cuarenta se sintiesen agradecidos con la dictadura al beneficiarse de una de sus viviendas sociales en los sesenta. En el libro se muestra también cómo una misma institución del régimen, caso de Auxilio Social o de las Hermandades Sindicales de Labradores y Ganaderos, pudo generar a la vez actitudes de asenso y de disenso en distintos individuos o incluso en una misma persona en distintos momentos de su vida. Y cómo una misma política social, como la construcción de viviendas baratas, pudo suscitar recelos entre quienes no resultaron beneficiarios y hubieron de continuar habitando en infraviviendas. Y, a la vez, conformidad entre quienes recibieron las llaves de los nuevos hogares o entre quienes lograron empleo en la construcción. Pero también entre los beneficiarios pudo haber descontento cuando las casas recibidas no reunían las condiciones mínimas de habitabilidad: después de haber estado esperando durante años y de haber hecho el esfuerzo de abandonar el barrio en el que habían nacido y crecido, se encontraron con casas diminutas hechas con malos materiales que en ocasiones no tenían electricidad o en las que se habían sustituido las puertas por cortinas.

-¿Cuántas maneras de consentir hubo?; ¿y cuántas maneras de resistirse, desde la cotidianidad, se dieron cita? -¿Qué factores influyen en el consentimiento?

-La gama de actitudes consentidoras fue muy amplia, desde la adhesión plena de quienes formaban parte del régimen hasta quienes, incluso proviniendo del entorno de los “vencidos”, se sintieron puntualmente agradecidos con él por haber recibido un vaso de leche norteamericana en la escuela o las llaves de una de las nuevas viviendas baratas. O simplemente al constatar una notable mejoría en sus condiciones materiales de vida, pasando de destinar todos sus pocos ingresos a comprar alimentos en la posguerra a poder adquirir electrodomésticos o incluso disfrutar por primera vez de unas pequeñas vacaciones en los sesenta.  Respecto a las pequeñas resistencias cotidianas, las he dividido en dos grupos. El primero fue el de aquellas acciones que atentaban contra el orden económico franquista y que buscaban la mejora de las condiciones materiales de vida. En este tipo de resistencias tuvieron un gran protagonismo las mujeres como responsables de las economías domésticas. Fue el caso de las actividades económicas ilegales de posguerra, como el estraperlo, el contrabando o los hurtos de alimentos. El segundo fue el de aquellas prácticas dirigidas contra el orden ideológico del régimen, cuyos protagonistas buscaron desahogarse, expresarse con una cierta libertad o simplemente divertirse. Un ejemplo fue el de las blasfemias en el espacio público, las negativas a descubrirse la cabeza o a arrodillarse ante una imagen religiosa, o las irreverencias durante la Semana Santa. En uno y otro grupo hubo acciones de resistencia meramente simbólica, que precisamente por su sutileza y ambigüedad (no siempre resultaba evidente su connotación política) eran más seguras para quienes las ponían en marcha. Fue el caso de quienes continuaron celebrando simbólicamente fiestas prohibidas por la dictadura como el Primero de Mayo, que ese día se ponían su traje bien planchado y se iban a la plaza o al bar, pero no trabajaban. Ahora bien, como es lógico muchas de aquellas pequeñas prácticas resistentes desafiaban a la vez el orden económico y el ideológico del régimen. Fue el caso de quienes hurtaron el cepillo de la parroquia, que buscaban a la vez conseguir una ventaja material y expresar disconformidad con la Iglesia (pues no puede pensarse que el objetivo fuese escogido al azar).

-¿Siempre el consentir era sinónimo de “ser cómplice directo” con la dictadura?

-No, en absoluto. Estar de acuerdo o ver con simpatía algún aspecto del régimen (por ejemplo, su política de construcción de viviendas sociales) no tenía por qué implicar una aceptación de la dictadura en bloque. Y, mucho menos, la “colaboración” con ella. De hecho, se podía expresar conformidad en algunos momentos y respecto a algunas políticas franquistas, a la vez que se rechazaban otras muchas dimensiones de la dictadura. Es más, teniendo en cuenta la larga duración del franquismo, de casi cuarenta años, habrían sido muy pocos los que no habrían “consentido” en algún momento con algún aspecto del régimen, incluso entre los antifranquistas.

-¿Y qué significaba ejercer la resistencia cotidiana...?

-Se trataba de poner en marcha pequeñas acciones que de alguna forma desafiaban a la dictadura. Eran generalmente individuales, anónimas y espontáneas. Y tenían lugar cuando la gente de a pie consideraba una normativa o política como injusta o perjudicial para sus intereses. El objetivo era mantener o mejorar las condiciones materiales de vida o expresar desacuerdo. Implicaban la asunción de un riesgo considerable, dado que en caso de ser descubiertos estos pequeños resistentes podían ser multados o incluso encarcelados. Por ejemplo, en 1940 una vecina de un pueblo de Granada se atrevió a criticar públicamente el racionamiento franquista. La mujer, que estaba indignada por lo mal que funcionaba el racionamiento de harina, se atrevió a gritar mientras esperaba en la cola que era un “abuso” lo que estaba pasando con este artículo y que la culpa la tenían los “granujas” que estaban en el ayuntamiento.

Por tanto, las expresiones antifranquistas no se redujeron a la guerrilla armada de posguerra ni a los movimientos sociales organizados de los años sesenta y primeros setenta, sino que incluyeron todo un extenso repertorio de pequeñas resistencias cotidianas.

-Supongo que hubo unos años tal como la dictadura se acercaba al lecho de muerte del dictador en que “ser resistente desde comportamientos cotidianos” era más fácil que en la posguerra o los primeros años del franquismo... ¿qué nos puedes explicar?

-Las pequeñas acciones de resistencia cotidiana fueron evolucionando a lo largo de las cuatro décadas de dictadura. Durante los años de posguerra, estuvieron centradas sobre todo en los abastecimientos. Superados los peores años del hambre, la gente comenzó a criticar en mayor medida otros aspectos del régimen, como la religiosidad o las festividades oficiales. Es cierto que durante la década de los cuarenta, la de mayor intensidad represora, el coste de la desobediencia podía ser muy elevado. Y que a partir de la década de los cincuenta, y a medida que el régimen fue relajando la represión, estos pequeños resistentes reevaluaron la oportunidad de disentir en términos costes-beneficios.

Ahora bien, la moderación de la represión no se tradujo necesariamente en una mayor facilidad para resistir. Primero, porque las prácticas represoras -con mayor o menor intensidad- continuaron hasta el final de la dictadura, recrudeciéndose de hecho en sus últimos años de vida. Por ejemplo, los chistes, coplillas e insultos contra Franco en bares y tabernas, que podrían considerarse acciones de resistencia simbólica, continuaron estando sistemáticamente perseguidos como injurias en los años sesenta. Segundo, porque a partir de la firma del Concordato con la Santa Sede en 1953, que supuso un nuevo impulso re-moralizador, se intensificó la persecución de los comportamientos irreligiosos o irreverentes. Tercero, porque estos pequeños resistentes asumieron cada vez riesgos mayores, impensables en los años cuarenta.

image003.jpg-Y el consentir con la dictadura también debió de evolucionar, ¿no?; ¿cómo y de qué manera?

-Efectivamente, los elementos del régimen que suscitaron simpatías, agradecimiento e incluso entusiasmo entre la población fueron evolucionando a lo largo de las décadas. Durante la posguerra pudo funcionar el mito del Caudillo, según el cual Franco había librado al país de la segunda guerra mundial. En aquellos años del hambre también pudo dulcificar la imagen de la dictadura la beneficencia de Auxilio Social. En la década de los cincuenta uno de los elementos que más condicionó el sentir popular hacia el régimen fue su aceptación en los organismos internacionales en el nuevo contexto de guerra fría, que supusieron el fin del aislamiento exterior. Y también la llegada de leche en polvo y queso en bola desde los Estados Unidos que fueron repartidos en las escuelas españolas. Pero los años de mayor consentimiento social fueron los sesenta, dado que la mejoría económica, muy evidente teniendo en cuenta la miseria de que se partía, generó actitudes de conformidad. El discurso franquista de la “paz” y el “progreso” caló entre importantes sectores de la población que se dieron por satisfechos con poder comprar un televisor o un Seat 600 a plazos. Y que se sintieron agradecidos por haber accedido a una de las viviendas sociales del régimen, por modestas que fuesen, o por la llegada del agua potable a su pueblo. Ahora bien, durante todo el periodo coexistieron con estas actitudes aquiescentes las expresiones resistentes.

-¿Cómo y bajo qué premisas se solía llegar a los “consensos”... qué era lo que más precisaba de ellos?

-Todos los sistemas autoritarios precisan de un cierto grado de “consentimiento” entre la población, dado que el ejercicio de la represión y el miedo que se deriva de ella no bastan para sostenerse en el tiempo. Con la búsqueda de “consenso” las dictaduras persiguen un doble objetivo: minimizar las expresiones hostiles de disenso y maximizar las de asenso, tratando de ampliar sus bases sociales. La búsqueda de este tipo de actitudes de conformidad pasa por hacer “ofrecimientos” a la población que, en un momento dado, puedan resultarle interesantes, atractivos o útiles. En el caso del franquismo, uno de estos mecanismos de generación de simpatías fue el de políticas sociales como las traídas de aguas a los pueblos o la construcción de grupos de casas baratas, ambas a partir de la década de los sesenta.

-¿Porque “como que seducía “la dictadura y el franquismo...? ¿Qué factor juega aquí la estética de estéticas?

-La dictadura “sedujo” a la población fundamentalmente a través de dos vías: las políticas sociales y las organizaciones falangistas. Entre las primeras destacó la política de construcción de viviendas baratas, sobre todo a partir de los sesenta, que fue una de las más exitosas del régimen y, por tanto, de las que mayor capacidad tuvieron para generar nuevas simpatías entre la población. Esto fue así fundamentalmente por cuatro factores. En primer lugar, la labor de la propaganda franquista, que magnificó el alcance de estas realizaciones (y que desde la década de 1960 contó con medios audiovisuales como el NO-DO). En segundo lugar, por la materialidad de las nuevas casas, que durante años lucirían en la fachada una placa con el símbolo de Falange, como recordatorio de que aquello había sido posible gracias al régimen. Tercero, el hecho de que las principales necesidades, intereses y preocupaciones de los españoles de a pie, tanto de las incipientes clases medias como de los grupos más humildes, eran precisamente realidades cotidianas como la de la alimentación y la vivienda. Y, por último, el paupérrimo punto del que se partía, sobre todo en el mundo rural, con buena parte de la población habitando infraviviendas.

Respecto a las organizaciones falangistas, algunas como las Hermandades Sindicales de Labradores y Ganaderos, el sindicato único en el campo, pudieron resultar de utilidad a los pequeños propietarios e incluso a los jornaleros, al contribuir a solucionar algunos de sus problemas. Las delegaciones juveniles de Falange, como el Frente de Juventudes o la Sección Femenina pudieron jugar un papel similar. Las experiencias que muchos jóvenes de las zonas rurales tuvieron en ellas muestran que pudieron resultarles atractivas. Más allá de ser instrumentos para el control de la juventud, lograron atraer a los jóvenes con sus propuestas de ocio (costura y -desde los años sesenta- también gimnasia para las chicas y excursiones a la montaña para los chicos), dado que en el campo la vida resultaba rutinaria y aburrida. Además, muchos chicos vivían con entusiasmo la llegada al pueblo de las señoritas de la SF, un evento que venía a romper su monotonía cotidiana. Y esto era independientemente de su extracción social y política.

Respecto al papel que jugó la estética en estos procesos de “seducción”, me parece bastante ilustrativo el caso del Frente de Juventudes. Y es que muchos chicos de las zonas rurales, incluso aquellos que eran hijos de republicanos represaliados por la dictadura, encontraban atractiva la puesta en escena de los miembros de esta organización falangista: los desfiles que hacían y los uniformes que llevaban. Uno de los testimonios a los que tuve ocasión de entrevistar, cuyo padre había sido asesinado por los golpistas durante la guerra, me contaba que como niño que era sentía fascinación por los fusiles de madera que llevaban los “balillas” como eran conocidos los miembros del Frente de Juventudes.

-Si no estabas entre los que consentías no existías...no eras...no estabas en la socialización?

-La estigmatización de los desafectos y su exclusión de la comunidad local fue especialmente intensa durante los años de posguerra, los de mayor represión y polarización política, sobre todo en las zonas rurales. Pero ese estigma se fue diluyendo en las décadas siguientes. Además, estas personas acabaron adaptándose a las nuevas circunstancias y apostando por “normalizar” sus vidas cotidianas. En muchos de ellos caló el discurso “despolitizador” del régimen, asumiendo que la política era sinónimo de problemas. A menudo buscaron ofrecer una (falsa) imagen de conformidad afiliándose a Falange o participando en alguna de las actividades organizadas por sus delegaciones juveniles. Y cuando optaron por expresar su disconformidad, lo hicieron generalmente de forma sutil, dado que resultaba menos evidente y, por tanto, más seguro.

-¿Cuanto más pequeña era la comunidad habitada más difícil era el resistirse y más fácil el consentimiento?

-Durante el franquismo las pequeñas comunidades rurales presentaban determinadas particularidades. Y, efectivamente, una de ellas era que todo el mundo sabía “quién era quién” con lo que el control funcionaba especialmente bien, el rumor circulaba con gran facilidad y las denuncias contra otros vecinos estaban a la orden del día. En este sentido la ciudad ofrecía mayores garantías para preservar el anonimato y, por tanto, para resistir con mayores márgenes de seguridad. Sin embargo, a pesar de ello, también en los pueblos las pequeñas acciones de resistencia cotidiana estuvieron a la orden del día. Hay que tener en cuenta que en el mundo rural funcionó también especialmente bien la solidaridad intracomunitaria. Por otro lado, no hay que perder de vista que muchas actuaciones que a priori podrían ser indicativas de actitudes consentidoras en las zonas rurales, como la afiliación a Falange o la inscripción de los hijos en el Frente de Juventudes, podían esconder en realidad un uso instrumental u oportunista: en el caso de las delegaciones falangistas, el deseo de lavar un pasado republicano o de asegurar a los hijos un plato de comida en los días del hambre.

image002.jpg-Háblanos, por favor, del proceso de investigación…de esa tarea tan ardua, de búsqueda, mucha lectura, poner orden… Todo lo que ha tenido a ver con la elaboración de este libro...

-Empecé la investigación localizando posibles fuentes, que son las que te marcan un poco lo que puedes o no hacer. Y, sobre todo, las preguntas que van a guiar la investigación. Comencé por la documentación procedente de distintos archivos municipales andaluces. Una vez en estas localidades, además de acudir diariamente al archivo, fui localizando informantes: hombres y mujeres que hubiesen vivido durante la dictadura y que tuviesen distintos perfiles. Así, fui combinando fuentes archivísticas, que no siempre ilustran la receptividad y las percepciones de la gente, con fuentes orales, que sí resultan muy ilustrativas de las experiencias subjetivas de la gente de a pie. De forma paralela, fui leyendo la bibliografía disponible sobre el tema, algo a lo que me dediqué especialmente durante mis estancias de investigación en Reino Unido. Una vez tuve organizada la documentación recopilada y transcritas las entrevistas orales, comencé a escribir. Lo más difícil ha sido organizar y presentar luego todo ese material, sobre todo tener que dividir en partes y capítulos algo tan fluido y difícil de clasificar como las actitudes sociales. Es decir, encontrar un equilibrio entre la necesaria claridad expositiva y mi intención de presentar un panorama complejo y lleno de matices que no diera la impresión de bloques estancos y sin relación entre sí.

-¿Trabajas teniendo en cuenta como un guión de cuestiones a ir contestando, a ir dando respuesta…?

-En investigación son claves las preguntas que se hacen a las fuentes, que son las que marcan las respuestas que se van a poder ofrecer. De ahí que dos investigaciones basadas en las mismas fuentes puedan dar resultados muy diferentes. Luego he trabajado también con guiones previamente preparados a la hora de afrontar las entrevistas orales. Aunque he seguido la metodología de las historias de vida, en la que entrevistador y entrevistado mantienen una conversación fluida, este guion -que, por supuesto, no seguía a pies juntillas- me servía de orientación.

-¿Cuánto tiempo te ha llevado la elaboración de este libro? 

-Este libro nace de la investigación de mi tesis doctoral, en la que estuve trabajando durante cuatro años.

-Una vez recopilado todo, ¿cómo es la metodología de trabajo que utilizas?; ¿cómo le pones orden a todo?

-Para las lecturas (libros, capítulos de libros y artículos) resultan de gran utilidad los repositorios bibliográficos como Mendeley o Refworks, a los que puedes exportar referencias desde la propia biblioteca universitaria y en los que puedes cargar también pdf. Sistematizar la documentación archivística resulta más complicado. El aspecto positivo es que ya no solemos manejarla en papel (fotocopias), sino sobre todo digitalizada, lo que la hace más manejable y portable (algo muy útil si haces una estancia en el extranjero). Por otra parte, con algunos tipos de documentación (por ejemplo, los expedientes, que siguen un mismo patrón que se repite una y otra vez) resulta útil la elaboración de bases de datos con programas como SPSS, que te permiten ordenar todos los casos, localizar fácilmente las referencias y extraer datos cuantitativos. Respecto a las fuentes orales, una vez grabadas conviene transcribirlas para poder trabajar con ellas con mayor facilidad y poder sacarles el máximo partido. Por ejemplo, buscando por palabras clave. Existen programas que facilitan la organización de todos estos materiales.

-Amiga Gloria, ¿nos puedes explicar en qué andas metida ahora?

-Ahora mismo estoy trabajando en dos proyectos de investigación relacionados con los años del hambre de la posguerra franquista (1939-1952). Con el primero, Heritages of Hunger: Societal Reflections on Past European Famines in Education, Commemoration and Musealisation, financiado por el NWO neerlandés, estoy estudiando la representación del hambre en materiales educativos como los libros de texto y en materiales de ficción como las novelas. Y también la hambruna española en relación a otras hambrunas europeas próximas en el tiempo como la holandesa de 1944. Con el segundo, “La hambruna española: causas, desarrollo, consecuencias y memoria (1939-1952)” (financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad) voy a continuar ahondando en la memoria popular del hambre.

 

 

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