Cazarabet conversa con... José María Naharro-Calderón, autor de “Entre alambradas y exilios. Sangrías de las Españas y terapias de
Vichy” (Biblioteca Nueva)
Biblioteca Nueva, desde el estudio y
la investigación de José María Naharro-Calderón, se
adentra en las “sangrías” de las Españas y terapias de Vichy.
El libro se encuentra dentro de la
colección de Historia de esta editorial.
Lo que nos cuenta la editorial:
Riguroso estudio sobre el exilio
republicano español, realizado a partir de testimonios literarios y de imagen
gestados en torno a campos de concentración y diásporas.
El catedrático de
Literatura Española y Estudios Ibéricos y del Exilio en el Departamento de
Español y Portugués (School of Languages,
Literatures and Cultures)
de la University of Maryland (EE. UU.), José María Naharro-Calderón, presentará en la Casa de la Memoria su
último libro: Entre alambradas y
exilios. Sangrías de las Españas y
terapias de Vichy, publicado por
la Editorial Biblioteca Nueva. Será el viernes 30 de noviembre, a partir de las
19.30 horas, en la sede de la Casa de la Memoria, calle Sevilla, número 53 de
Jimena de la Frontera. El escritor y pintor sanroqueño, Juan Gómez Macías, será
el encargado de presentar y dialogar con el autor, el cual habla de su libro
durante este mes de noviembre en distintas capitales andaluzas.
En la
actualidad edita un volumen bilingüe de la obra de Juan Ramón Jiménez en EE.
UU., Itinerarios/Itineraries, con música del
compositor asturiano Carlos José Martínez, voz de Anaïs Naharro-Murphy,
piano de Moisés Ruiz de Gauna, y acuarelas de Juan
Gómez Macías y prepara un nuevo libro sobre angloestadounidenses en la Guerra
Civil de las Españas y exilios.
Especialista en estudios del exilio,
es profesor en la Universidad de Maryland (Estados Unidos). Entre sus
publicaciones destacan Entre el exilio y el interior: el entresiglo
y Juan Ramón Jiménez, las ediciones de El rapto de Europa y Campo francés de
Max Aub, Poeta en la arena y El paraíso incendiado,
La almohada de arena, Versos del Maquis de Celso Amieva.
En preparación tiene Guerra Civil y voluntarios anglo-estadounidenses en era de
diásporas.
Cazarabet conversa con José María Naharro-Calderón:
-José María, ¿qué fue lo que te
llevó a escribir este libro, Entre alambradas y exilios. Sangrías
de “las Españas” y terapias de Vichy?
En el 80
aniversario de los exilios de las Españas de 1939, este libro, el cual me ha supuesto aproximadamente
dos décadas de estudio y escritura, es un intento de avanzar algunas
propuestas sobre aquellos legados y lo que, por ejemplo, pueden significar para
la crisis global que vivimos en estos momentos en España, entre otros factores,
debido al desafío independentista catalán, lo que creo es, en parte, una
respuesta defensiva y conservadora de corte nacionalista decimonónico, pero de
mercado neoliberal ante los retos de la globalización, además de un
remanente del encaje territorial español que no logró encauzar el
liberalismo de ese siglo. Por ello, siempre debemos hablar en plural tanto de
los destierros como de los territorios de los diferentes refugiados, los
cuales, por ejemplo, en el hacinamiento de los campos de Francia, más allá de
la identidad republicana, buscaron no sólo la protección de partidos y
sindicatos a los cuáles pertenecían, sino también se amalgamaron por áreas y
afinidades culturales.
Los exilios
de Las Españas de 1939 es la consecuencia móvil ante el cataclismo de la
involución fascista mundial de la década de 1920-30, de la que fue víctima
la Segunda República, hacia la que algunos de sus teóricos defensores y luego
exiliados también habían tenido una actitud irresponsable, en la línea de lo
que vemos hoy con los que intentan asimilar la España constitucional de 2019 al
franquismo, o utilizan comparaciones inaceptables entre, p. ej., el
independentismo catalán, en general, transversal y pacifico, con el nazismo.
Para incidir en
esas contradicciones del discurso, por ejemplo, en Catalunya, una reconstrucción
de la biografía de Andreu Nin mítico líder del POUM
en un relato gráfico, (Andreu Nin seguint
les teves passes) esconde
la falta de realismo pragmático que ofuscó el espíritu revolucionario de muchos
Poumistas y anarquistas y que impidió a la República
defenderse eficazmente. Además, Nin aparece en
esta versión como el precedente de una izquierda identitaria
catalana que aboga hoy por la independencia unilateral en ese ejercicio
periódicamente autodestructivo cada ciertas décadas por el que Vicens Vives, al recuperar las teorías del seny del filósofo exiliado José Ferrater
Mora, y complementarla con la rauxa, aludía al
fracaso de las opciones unilaterales catalanas. Pero la mayoría de los militantes
de organizaciones obreras en Catalunya, luego desterradas, entre las que destacaba,
por ejemplo, la CNT, su objetivo prioritario no era el nacionalista catalán,
sino el revolucionario internacionalista. Todo ello me lleva en este estudio, que
se ha calificado de “disidente”, a plantear algunos conceptos complejos
derivados por ejemplo del exilio business, adelantado
en 2005: los monos de la desfachatez.
Así, los exilios republicanos se
manifiestan cual espectros y metáforas del pasado, a veces, para domesticar horizontes
de imágenes añoradas, idealizadas, reconciliadas, que el espectáculo, el
mercado o la ideología procesan convenientemente, que el kitsch trafica y
reproduce mecánicamente, pasto de revisionismos de todos los espectros: exilios
y memorias-business, puntos ciegos, monos de la
desfachatez. Con estos últimos, quiero construir una imagen polisémica que
retomo semánticamente a partir de Teresa Vilarós
(El mono del desencanto) e Ignacio Sánchez-Cuenca (La desfachatez
intelectual), pero sin ceñirme al significado que le dan estos autores. Aquí
“mono” se refiere por un lado a la obsesiva “necesidad, deseo apremiante o
añoranza” (RAE) de reclamar o echar en falta, adicciones que identificaremos
entre diversos discursos de la insatisfacción actual, algunos
nostálgicamente republicanos de exilios. Por otro, es “prenda de vestir de
una sola pieza, de tela fuerte, que consta de cuerpo y pantalón, especialmente
la utilizada en diversos oficios como traje de faena” (RAE), que evoca también
el uniforme de los milicianos republicanos de la Guerra Civil. Lo
utilizo como metáfora de la longevidad de discursos republicanos de
exilios y de la buena salud de opciones discursivas demagógicas que también
contaminaron el idealismo de aquéllos que se opusieron al fascismo en 1936.
También conservo las acepciones de “síndrome de abstinencia” (RAE), en
referencia a los problemas acarreados por ciertos olvidos de la Transición,
como el de los exilios de las Españas o de una de sus metonimias de
ausencia, las fosas comunes del franquismo, y la “embriaguez o borrachera”
(RAE) por los excesos que acarrean las inframemorias
obsesionadas por el pasado, históricamente gremiales y reprimidas a favor de
los perdedores y sus víctimas. Por “desfachatez” en su sentido de “descaro o
desvergüenza” (RAE), pienso en los discursos reparadores llenos de recetas inconsistentes
y demagógicamente líquidas y ligeras, que pueden plantearse desde una
postura de supuesta ecuanimidad y equidistancia históricamente reductora y
revisionista en la obra de autores literarios como Andrés Cercas (Soldados de Salamina), Andrés Trapiello (Ayer no más), o Arturo
Pérez-Reverte (La Guerra Civil contada a los jóvenes), como también de pseudo negacionismo nietzschiano, radicalmente destructor, anclado en una
historia, a veces, nostálgicamente anticuaria: Gregorio Morán (El precio
de la Transición), Juan Carlos Monedero (La transición contada a nuestros
padres), o Vicenç Navarro, etc.
Los monos
de la desfachatez también figuran históricamente entre las riadas de las
sangrías de las Españas de la Guerra Civil y en sus terapias de
Vichy, metáforas para la realpolitik incapaz de
suturar heridas que precisaban solidaridad y que sólo recibieron hipócritas
protocolos de No-intervención y como extensión, el universo concentracionario en que se encerró arbitrariamente a los
republicanos españoles, se les explotó y persiguió, particularmente bajo el
régimen del mariscal Pétain, cuya capital se había instalado en el curador balneario.
A las necesidades de exilios de las Españas, se les aplicaron
inútiles terapias, como las que simbolizaría el colaborador balneario
francés en el que Francia, a su vez, trató de evitar desangrarse tras la
agresión nazi, como bien lo habían predicho los republicanos de las
Españas, desde los representantes en la Sociedad de Naciones hasta
aquellos voluntarios de las Compañías de Trabajadores Extranjeros, Batallones
de Marcha o Legión francesa y resistentes de las Españas durante la
Segunda Guerra Mundial.
Los exilios son también una manifestación más de ese
proceso violento de olvido que conforma todo nacionalismo. En el caso español
de 1939, se deben a la usurpación de una imagen de incipiente pluralidad
nacional secular de la Constitución republicana de 1931, (estatutos catalanes
de 1932, vasco y gallego en vías de tramitación en 1936) por una de univocidad
reaccionaria a partir de fundamentalismos mesiánicos y vertebradores de la hispanidad
católicamente ortodoxa (Donoso Cortés, Menéndez y Pelayo). La unidad de destino
en lo universal, máxima falangista asumida por el franquismo, pasaba por el
anhelo imperial de América a través de una hispanidad neo-escurialense que se
refractaba, velis/nolis, en el hispanismo liberal defendido, por ejemplo, por Francisco
Carmona Nenclares.
Paradójicamente, a partir de la exclusión del destierro,
se produce un proceso reactivo de autodefensa e identidad de lo nacional
perdido, a pesar de las divisiones intestinas políticas y geográficas que
seguirán plagando los imaginarios de los desterrados incapaces de plantear en
1945 un frente común para derribar la dictadura. Representó la excusa perfecta
para que se les aplicara una segunda fase de la No-intervención de la Guerra
Civil por parte de las potencias aliadas (Estados Unidos Francia, Reino Unido),
a las que esta vez se sumaría también la Unión Soviética al eliminar la
política de Reconquista de España llevada a cabo por el PCE como forma
improductiva de derrotar a la dictadura, mientras se defenestraba a sus mejores
militantes y disidentes: rechazo de las aspiraciones republicanas y aceptación
de la presencia franquista.
Por ello, este
libro va mucho más allá de lo que podría aparecer como un estudio centrado en
un período, momento o problema concreto, p, ej., trabajar la historia de los
republicanos de Las Españas en los campos de concentración de
Francia. Al contrario, se trata de una amplia reflexión que busca indagar en aquellas
diversidades republicanas a través de abundantes testimonios
literarios (Max Aub, Silvia Mistral, Jorge
Semprún, etc.) y de imagen (cine [Jomi García Ascot y María Luisa Elío], cómic
[Paco Roca, entre otros], fotografía [Agustí Centelles, Robert Capa, Manuel
Moros, etc.]) gestados en torno a campos de concentración planetarios y
diásporas. A su vez, los monos de la desfachatez se reelaboran con
las aspiraciones del independentismo catalán, gallego o vasco, o ejemplos
literarios del kitsch antes citados o las versiones de casta y
gente ya referidas. Entre postimperialismos
difusos, globalización y automatismo, la crisis de los migrantes y el totum
revolutum de peligros terroristas, la Transición también se ha espejeado cual
balneario de Vichy en las sangrías de la Montaña In-Civil (Valle de los
Caídos).
Hoy, la historia de las memorias republicanas de exilios,
ha evolucionado al compás de la aceleración de la crisis global de los refugiados
transnacionales de Oriente Medio, el Mediterráneo y África, la ineficacia e
inconsistencia mundial de las políticas de memoria ante estas u otras crisis (antigua
Yugoslavia, Ruanda, etc.), la mundialización de las memorias y sus extensiones
espectaculares de turismo del recuerdo, y las luchas ideológica-memoriosas, en
las que partidos como PSOE, Podemos favorecen diversos grados de Memoria
Histórica, en particular a través de la completa exhumación de todas las fosas
comunes conocidas, lo que ha llevado al gobierno de Pedro Sánchez a crear una
Dirección General de la Memoria Histórica en 2018, que sin embargo, no posee
ninguna partida presupuestaria, tras la negativa a los presupuestos presentados
por parte del PP, Ciudadanos y los dos partidas nacionalistas catalanes: PdeCat y ERC. A los ochenta años del fin de la Guerra
Civil, el paradigma de la memoria de los descendientes de los vencedores es
radicalmente inverso al que tradicionalmente identificaba a los suyos con el
mausoleo y el culto a sus muertos: buscan huir del pasado y evocan fantasmas que
alguna izquierda intenta encarar con resultados dispares, por ejemplo, a través
de la enrevesada gestión de lo que llamo Montaña Incivil, o los callejeros, hoy
vestigios muchas veces, opacos en sus signos, imágenes y referentes de exilios para
una gran mayoría de ciudadanos.
A pesar de todos estos obstáculos, vamos a conmemorar los
exilios de 1939 a través de una serie de reuniones académicas y otros actos,
pero no estoy convencido, como lo muestra la evolución de los acontecimientos
geopolíticos, de que esto tenga un impacto significativo para alterar las
conciencias de ciudadanos que se inclinan ahora hacia opciones democráticamente
peligrosas infiltradas entre las ofertas electorales a raíz de la desafección,
la crisis global y las estrategias de agitación por bulos de todo tipo a través
de las redes sociales. Por ejemplo, las políticas de memoria en la Unión
Europea no han impedido los rebrotes de la obsesión identitaria,
la exclusión, el antisemitismo o la reemergencia de partidos de extrema derecha,
de Suecia, Austria a Grecia, o de Hungría, Francia a España. La necesaria educación
en torno a una memoria democrática no garantizaría la inoculación ante las
infecciones totalitarias, como la elaboración de imaginarios liberales no impidieron la conformación de dictaduras de cuño fascista o
estalinista. Pero dichos retrocesos no justifican que representantes
teóricamente democráticos obstaculicen y nieguen fondos para que unos
familiares, si así lo desean, puedan extraer dignamente a los suyos
desaparecidos en el segundo país con más fosas comunes después de Camboya, o
que no se pueda legislar una ley contra la apología del franquismo o se pueda
exhumar a los dos muertos vivientes que presiden la Montaña Incivil para
enterrar definitivamente ese imaginario de los puños y las pistolas, y resignificar ese espacio de la Guerra Civil, el exilio y la
dictadura, el cual, requeriría visitar obligatoriamente para realizar un
trabajo de memoria académica y personal activa, antes de poder obtener el graduado
escolar en esta nación-estado llamada España.
- Los exilios, sobre
todo en los de los españoles en Francia en 1939, van siempre acompañados de
alambradas?
Los desplazamientos forzosos que atraviesan hoy continentes
representan las señas de identidad de un teórico mundo líquido como señaló Zigmunt Bauman, postcolonial,
globalizado y transnacional. Diásporas que han representado
manifestaciones tardías de los estertores de los viejos imperios en crisis en
torno a la Primera Guerra Mundial y los coletazos del ultranacionalismo
confesional (crisis de la Antigua Yugoeslavia en la década de los noventa).
También se producen principalmente como consecuencia de la caída del muro de
Berlín, la desintegración de la U.R.S.S. y la política de bloques de la Guerra
Fría en 1989 que tuvo su última batalla en Afganistán en la década de los
80, espacio generador de un nuevo y creciente conflicto religioso con el mundo
islámico y anticipación del nuevo colonialismo transnacional del siglo XXI.
Anteriormente, los refugiados que habían empezado a tener
cierta identidad jurídica a raíz de la Primera Guerra Mundial como aquellos que
huyen "fuera de sus fronteras por temor a la persecución”, tuvieron
gran dificultad para traspasar las fronteras del Telón de Acero para ser inmediatamente
acogidos en los países del Mercado Común. Pero hoy los antiguos satélites
soviéticos u otros ex territorios coloniales de Oriente Medio y el Mediterráneo
los reciben o fabrican, mientras que las fronteras europeas más orientales
u occidentales se cierran a pesar de los estatutos de ayuda a éstos,
ratificados por la convención de Ginebra (1951).
Europa ha sido un continente forjado por desplazamientos
y emigraciones, por lo que históricamente sería un contrasentido calificar de
crisis las actuales llegadas de migrantes y refugiados. Tras el tratado de Schengen (2003), la UE sería un espacio de libre circulación
de capitales, mercancías y personas. Pero entre éstas, se excluye sobre todo a
las que se encuentran fuera de sus fronteras. Las cláusulas de inmigración que exigen que
los refugiados queden censados y ubicados en los puntos de entrada a Europa y
que sean reenviados a dichos puntos en caso de ser detenidos en otros lugares,
complica aún más la teórica libre circulación de estas personas. Hay que criticar
la hipocresía de un espacio aparentemente múltiple pero cerrado a los no
europeos sedentarios de primera clase. En la crisis de los 65.000.000 de
migrantes, la UE, bajo una lógica de precariedad fóbica de derechos sociales,
sólo ha admitido a algo más de un millón de refugiados “particularmente”
cualificados, la mayoría en Alemania. Con buen criterio y debido a una
necesidad laboral de una economía en expansión, la canciller
germana había logrado, en parte, lavar parte del ominoso pasado nazi,
pero el ascenso de los partidos de extrema derecha ha obligado también a dicha
iniciativa.
La política intervencionista de los EE. UU. en Irak,
refrendada por el Reino Unido y el gobierno español del presidente Aznar (2003)
donde, entre otros ho/errores, se enfrentó a chiíes y
sunníes, seguida de las intervenciones
franco-estadounidense bajo la égida de la OTAN en la Libia del coronel Gaddafi en 2011, y el fracaso de las primaveras árabes de
2011 (Egipto, Siria) con resultados mixtos en Túnez, han llevado a una importante
crisis en los antiguos protectorados italo-franco-británicos,
también presente en la anterior violencia religiosa en la Argelia de los
noventa.
Ahora contemplamos en la fugacidad indiferente y
consumista de la digitalización, imágenes similares a las que un día
fotografió, por ejemplo Robert Capa, entre aquel otro medio millón de refugiado
republicanos de las Españas que se apretaron angustiosamente contra
la franja pirenaica entre enero y febrero de 1939. En Europa, vivimos un
tiempo de historia cada vez más convulsa sobre todo tras los atentados
islamistas e islamizados que se masificaron en Madrid el 11 de marzo de 2004.
Guarecida tras el silencio de archivos, coloquios y trabajos de investigación,
la historia de exilios se ha desperezado, tras una larga siesta, como la
cucaracha memoriosa de Gregorio Samsa transformada en
Joseph K.
Ante esta avalancha migratoria producida por nuevas
guerras civiles similar a aquella aparentemente tan lejana de 1939, la mayor
jamás llegada a suelo francés tanto metropolitano como la Argelia colonial
(Orán, etc.), en la teórica Europa sin fronteras, aparecen ahora las
contradicciones de los intereses nacionales en un supuesto espacio
transnacional de libre circulación en un mercado globalizado.
Si el siglo XX fue el de los refugiados y desplazados, el
XXI es el de los migrantes: eufemismo sociológico para los nuevos des-asilados
violentados por la economía globalizada y las repercusiones geopolíticas de
dicha violencia. Hasta 1951, por lo menos, los refugiados fueron aceptados
colectivamente, como en el caso de los republicanos españoles en Francia en
1945, pero a partir de aquella Convención de Ginebra, para ser asilados el peso
de la prueba corre por parte del peticionario, el cual tiene que demostrar la
pérdida de sus derechos, caso por caso, y sobre todo convencer a los estados
receptores de la necesidad de dicho asilo, sin que estos, a pesar de que
reconozcan dicho derecho, tengan la obligación de recibirlos.
Todo ello, a pesar de la tradición que, en parte, nos
incumbe a los españoles, a partir del punto de vista universalista de
protección de Francisco de Vitoria frente al que regiría solo para los estados.
Y como prolongación de la existencia de la Liga de los Derechos Humanos de
1898, la Declaración de Derechos Internacionales de 1929 posibilitada por el Instituto
de Derecho Internacional, la Convención sobre el Estatuto Internacional de los
Refugiados de 1933, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de
1948 o la vigente Convención de 1951. Además, durante las tres últimas décadas,
España ha invertido en inmigración una tradición de emigración de cinco siglos.
Mientras tanto, Francia oficialmente exhibió en 2015 mediante el discurso de su
primer ministro de origen catalano-español, Manuel
Valls, hoy candidato a la alcaldía de Barcelona, un idealizado pasado
de acogida a los refugiados, entre los que se encontraron en 1945 aquellos
republicanos españoles antes aherrojados en campos en 1939.
-¿Qué crees que llevó al gobierno
francés, al que se le presumían valores republicanos, a enjaular a los que defendieron
la II República Española entre alambres, salitre, la intemperie, la sed?
La caída de la Segunda República se debió, entre otras
razones, a la debilidad de este tipo de proyectos en Europa (Weimar, etc.), y a
la involución ultraconservadora internacional y alianza frente-populista tensionada
revolucionariamente por la izquierda: hoy, o parece idealizarse todo aquello a
través de ejemplos culturales como los tebeos populistas, o bien se
igualarían culpas mediante cierta repartición equidistante (Cercas,
Pérez-Reverte, Trapiello, etc.).
En los años treinta del siglo pasado, a campaña antiroja en Francia llevada a cabo por extremismos
fascistas de arraigo autóctono terminó por labrar el camino de la ilustración republicana
española hasta las alambradas de los campos de concentración vecinos,
luego gestionados por el régimen de Vichy. Los contextos históricos de entonces
en Francia, iluminan algunas de las contradicciones que agitaban aquella
sociedad, zarandeada por tensiones internacionales y antimigratorias.
Pesaba el recuerdo de los asesinatos de los presidentes, Sadi
Carnot en 1894, a manos de un anarquista italiano, y
Paul Doumer en 1932, por un ruso blanco, o bien la
accidental muerte del ministro de Asuntos Exteriores en 1934 tras el magnicidio
del rey Alejandro I de Yugoeslavia por un croata: todo agravado por las
campañas de agitación de imaginarios, ante las violencias revolucionarias perpetradas
por los rojos españoles jaleadas por la prensa francesa reaccionaria.
También habían existido reticencias para aceptar a los emigrantes
españoles del sector agrícola y minero que habían aumentado con la crisis de la
Primera Guerra Mundial o los italianos que huían del fascismo de la bota
transalpina. A su vez, creció la oposición ante la facilidad de integración de exiliados
alemanes antinazis en profesiones liberales en los
años treinta. Y la conferencia de Evian de 1938 sobre
los refugiados judíos fue otro ejercicio de hipocresía de las potencias
liberales, mientras la Sociedad de Naciones se deshacía por las contradicciones
de la No-intervención en Manchuria, Etiopía o España. Las lógicas perversas de
esa política de laisser faire, laisser
passer, a pesar del Frente populismo alineado con la
burguesía gala, y la posterior actitud pro-republicana francesa de muchos de los
refugiados españoles, que además se unieron contra el enemigo común del
nazismo y fascismo, no fueron suficientes para cambiar aquellas políticas de
exclusión dentro de un universo de enfrentamientos.
Como en 1939, EE. UU., Europa y Francia, muy en
particular, se debate hoy entre sus declaraciones universales de Derechos
Humanos basados en el idealismo y el fervor de la revolución,
ejemplificados primeramente en el artículo 120 de la Constitución francesa del
24 de junio de 1793, ratificados por la Declaración Universal de los Derechos
Humanos de 1948, la Convención de
Ginebra de 1951, y las restricciones actuales por las presiones políticas,
económicas y xenófobas. Un sector significativo de la sociedad europea, y entre
ella la francesa, que incluye a los votantes del Frente Nacional, expresan con
antiguos conceptos supuestamente sobreseídos en
estados-nación soberanos, su rechazo a la acogida de refugiados, ni siquiera en
números reducidos y selectos.
Así retornan tempestades del pasado, a lo Nietzsche, empujadas
por nuevos vientos de masas aherrojadas. Las de 1920, década de los refugiados y
apátridas de facto de las nuevas fronteras de la paz de la
Primera Guerra Mundial; las de los veinte y treinta con las restricciones que empujaron
a los apátridas de jure (rusos blancos, armenios, italianos antifascistas,
alemanes, austriacos y checoeslovacos antinazis, republicanos de las
Españas coherentemente temerosos de la Ley de Responsabilidades Políticas del
franquismo del 13 de febrero de 1939, etc., -- a las llamadas
gentes sin estado --, a convertirse en indeseables desplazados sin derechos,
visados y pasaportes, sin papeles o indocumentados en el abismo
de la coerción de la identidad generalizada.
Papeles mojados como recordarán Stefan Zweig (The World
of Yesterday) o Max Aub
(El rapto de Europa), sólo anteriormente obligatorios para los criminales o
viajeros como cartas de presentación: universo de la exclusión y de los exilios
sometido a las arbitrariedades de la identidad nacional que estudió Hannah Arendt en su tan vigente Los orígenes del totalitarismo. Como a finales de 1930, parte
del pueblo francés actual, traumatizado por diversos atentados, es reticente a
abrir sus puertas y reconocer el derecho de asilo basado en el jus solis (quid quid est in territorio est de
territorio) como parecía aceptarlo el de 1920, a través de la herencia del revolucionario
de 1793.
De nuevo, estos refugiados de la diáspora planetaria se
han hacinado en improvisados recintos, en campos destartalados o han tenido que
luchar con las nuevas alambradas en Europa del Este, en la frontera
mexicano-estadounidense, o las concertinas en los límites de Ceuta o Melilla, o
en hundirse entre las alambradas líquidas de mares océanos, etc. Mientras los
flujos aumentan, las puertas se cierran, y retorna el espacio semántico, identitario y simbólico del refugiado: el campo. Como lo
escribió Hannah Arendt, éste se convirtió en el único
país disponible para los sin estado. Y por ello, hay que estudiar las
características de los campos de entonces para no esconderlos hoy con los
eufemismos de ayer (internamiento, acogida, clasificación, etc.) y determinar
el grado de concentración que manifiestan, es decir, lo que Primo Levi describió como el deslizamiento por la ladera de la
pérdida de derechos del otro, la cual una vez banalizada, puede terminar llevando
al exterminio.
-Todos los exilios esconden no poco dolor de dolores. ¿Qué
nos puedes decir en este caso?
Sí, pero esa
metáfora del dolor de la separación "de la uña de la carne" como nos
recuerda el señero Poema del Mío Cid, hay que ponerla en perspectiva
porque el destierro evita, en general, la cárcel, la persecución y represión
directas, y/o la muerte. Algunos sobrevivientes del exilio (por ejemplo,
los llegados a las Américas, y en particular los de la clase intelectual y
cultural) no pueden ser equiparados a las víctimas violentas de la Guerra en el
interior o en el destierro de Europa, en particular los que quedaron y
resistieron en Francia, o terminaron deportados a campos de exterminio
nazis. Como señalaba Constancia de la Mora en In Place of Splendor,
ratificado por Julián Zugazagoitia y otros, la
diferencia entre el hacinamiento en la frontera española de Port Bou y la
francesa en Cerbère, era la ausencia de bombardeos,
armas y muertes, por causas franquistas en la segunda. Por otro
lado, los exiliados terminaron por abrazar uno de los principales rasgos del
concepto bíblico y eterno de la diáspora, ratificado por Luis Araquistáin: “somos una admirable Numancia errante que
prefiere morir gradualmente a darse por vencida” .
Así el destierro perdía en 1977, tras la No-intervención de 1936-1939
y 1945, sus esperanzas de reintegración territorial, política y cultural plenas,
al anularse democráticamente tanto sus principios weberianos
de convicción como de responsabilidad.
-Cada exiliado encierra una historia que
va a componer la historia global del exilio. ¿Es casi como un puzzle?
Se trata de un
fenómeno inabarcable, proteico, en continua transformación, donde la diversidad
es unas de sus señas de identidad y de ahí la necesidad de una nomenclatura
plural. Además, semánticamente, los exilios de 1939, manifiestan una variedad
léxica: peregrinos, emigrados, emigrantes, desterrados, transterrados,
conterrados, refugiados, asilados, apátridas, y
exiliados, de raíz latina pero de actualización galicista y catalana (exili) en los treinta, como nos enseña el gran etimólogo
exiliado Joan Corominas, y que también se asimila en aquel momento al de refugiados.
Alicia Alted (La voz de los vencidos) nos advierte además
que los republicanos españoles en el exilio no eran técnicamente refugiados ya
que “en ningún momento fueron privados de su nacionalidad por el régimen de
Franco, por lo que nunca fueron apátridas, aunque algunos, por circunstancias
especiales, tuvieron el pasaporte Nansen. Por otra
parte, la asunción de la nacionalidad del país receptor no supuso la pérdida de
la nacionalidad española, por lo que, en este caso, gozaron de la doble
nacionalidad” (26).
Sin embargo, a
pesar de las diferencias de perspectivas de los exiliados de las
Españas, es precisamente en los momentos de máxima tensión y
precariedad, - campos de concentración tanto franceses como nazis, resistencia
en Francia a través de la Unión Nacional Española (UNE) (1943-1945), de
inspiración comunista pero relativamente plural -, en los que se regenerará el
reclamo de una identidad republicana común, internacionalista y
antifascista contraria al monolitismo centralista de la dictadura o a las
dispersiones de nuevas aspiraciones nacionales identitarias.
Así lo afirmaban y mostraron tantos protagonistas refugiados en Francia que
contribuyeron decisivamente a la resistencia antinazi
en Francia con el objetivo de luego expulsar al franquismo.
- Pero háblanos, un poco, de todos estos exilios. Por
ejemplo de sus divisiones, de los diferentes tipos de exilios….
La identidad intersticial de los republicanos tendrá que recimentarse como refugiados, en los destierros franceses
frente a la subalternidad del vencido sin estatus
hasta 1945, y en la diáspora mexicana, ante cierta imagen de soberbia entre el gachupín
reaccionario. Este acomodo se beneficiará de cierto cosmopolitismo democrático
y solidario en estos países de acogida trasladado a las generaciones de
descendientes, luego particularmente bien integrados en ambas realidades
nacionales como ha estudiado Pablo Yankelevich. De la
misma forma que el exilio republicano sirvió para asentar imaginarios de
modernidad democrática de acogida para el PRI hasta la muerte de Franco, la
imagen de los republicanos integrados en la Francia jacobina, ahora zarandeada por
una crisis de identidad y el miedo al espectro del islamismo radical, ha
cobrado un inusitado brillo en el siglo XXI, entre otros factores, gracias a la
presencia muy activa de organizaciones memoriosas de descendientes de republicanos
españoles.
Algunos de los exiliados
de 1939, como planteó José Gaos y luego ratifica
Adolfo Sánchez Vázquez, buscaron un nuevo transtierro
cultural en un intento de globalización avant
la lettre del pensamiento hispano de raíz socio-liberal
y humanista en las Américas: el vasto y abierto modernismo institucionista y alerta
de Juan Ramón Jiménez entroncado con la doctrina del Pacífico de Henry Wallace,
el socialismo humanista de Max Aub cercano a la
historia ética y universal del hombre verdadero que María Zambrano identificó
con la rectitud y el paso de la razón armada a la misericordiosa. Como digo,
América y en particular México fueron territorios receptores esclerotizados de estos
imaginarios globalizados de la hispanidad ética y republicana de 1939 que
reforzaron, en parte, una paradójica institucionalización y petrificación del
PRI, el cual terminó por supurar su vacuna española en la Plaza de Tlatelolco a
través del Movimiento 59 gestado, en parte, entre los descendientes del exilio
de 1939.
José Prat
señalaba que las Américas globalizaban lo que Europa separaba, adquiriendo
ahora el exilio un descentramiento epistemológico que lo llevaba a perder el
sentimiento positivista del origen para asumir el concepto diaspórico
movible y cambiante en una geografía identitaria
transatlántica, alejada de los deseos territoriales de los grupos de
resistencia del interior: “Recuerdo como experiencia personal imborrable la
enorme distancia que encontré entre la acera española y la francesa de una
calle de una villa fronteriza de los Pirineos orientales, y la tremenda
cercanía que encontré al desembarcar en Puerto Colombia (Barranquilla) a
finales de agosto de 1939, al cabo de más de quince días de navegación. El
Atlántico acercaba, y tres varas de calzada separaban” (en Naharro-Calderón
Coord, Los exilios de las Españas en las
Américas: ¿A dónde fue la canción’? 145).
-¿Qué
llevó a unos o unas a elegir un exilio y no otro? En tiempos en que de esa
decisión, muchas veces, dependía su suerte en el camino de la vida o la
muerte.
Es
uno de los retos abyectos que plantea el exilio. No saber si
es posible permanecer en el territorio de origen o en el de llegada, para luego
anhelar un muy complejo, y muchas veces, imposible retorno. Además
hubo procesos de selección hacia las Américas, en los que incidieron los
intereses de partido, sindicatos y regiones. Allí funcionaron tanto las redes
de influencia como de solidaridad, mientras que los fondos del tesoro
republicano que posibilitaron el SERE y la JARE, las dos organizaciones
republicanas antagónicas (Negrín y Prieto) de ayuda a los refugiados, tuvieron
destinos poco consistentes, que favorecieron, sobre todo a los exiliados americanos
frente a los más necesitados europeos de los campos.
El retorno
físico del exilio de 1939 es también un importante mito que persiguieron los
propios desterrados como una fórmula de resistencia, sobre todos aquéllos que
realizaron el viaje ultramarino a América Latina, donde México fue su destino
principal. El regreso se reflejaba en los horizontes prestigiosos de los indianos decimonónicos
que habían hecho las Américas y cuya beneficencia
socioeconómica extendieron a sus espacios de origen. Pero a través del
desarrollo industrial de la segunda parte del siglo diecinueve, la emigración
fue asentándose no como un viaje provisional de golondrinas sino como
un destino definitivo en el viaje de los desplazados. La longevidad de la
dictadura añadió la temporalidad necesaria para que la mayoría de los
desterrados de 1939 se vieran forzados a asumir el refugio definitivo en las
tierras de acogida junto a gachupines y gallegos, y la imposibilidad de
regreso tanto material como espiritualmente.
Inversamente,
los que poblaron países europeos democráticos en 1939 como Francia,
reprodujeron espacios de destierro decimonónicos, a pesar de los impedimentos
de la administración francesa que buscaba dispersarlos con criterios de control
de aquel siglo. Al situarse lo más cerca posible a los orígenes (sur de
Francia, norte de África) esperaban influir lo más directamente posible en las
directrices internas de la nación perdida, y hasta infiltrarse mediante
operaciones de invasión como la del Valle de Arán (septiembre-octubre 1944) o
de Reconquista de España y guerrilla bajo control del PCE, o esporádicas
operaciones de los anarcosindicalistas. Pero de nuevo, a pesar de la larga y
profusa labor de resistencia política y cultural, la perduración de la
dictadura impidió el regreso efectivo de los republicanos, y el desarrollo
económico y la mejora social de los países de acogida dividió
definitivamente a las familias de desterrados, considerados por sus familiares
del interior, a veces, hasta como extranjeros.
-
Pero aún con y entre alambradas los exiliados y exiliadas sacaban fuerzas y
trataban de vivir…
La vida de los
republicanos españoles en Francia a partir de la debacle del frente catalán de
1939, se identifica durante su primer lustro en los campos de concentración del
sur de Francia, en el norte de África, las Compañías de Trabajadores y por
extensión, los campos de la muerte nazis, en parte, como consecuencia de la política
de los gobiernos de la Tercera República, de Vichy, del franquismo y de los
Nazis. Pero también los encontramos en centros de refugiados, en la guerrilla o
integrados en la economía agrícola e industrial francesa. Esta diversidad de
experiencias se presenta en un variado abanico de muestras escritas. Algunas
aparecen como relatos-diarios testimoniales redactados bajo las penurias del
internamiento o del privilegio. Recomiendo a los lectores algunos ejemplos
que estudio en el libro.
En esta nómina,
podemos incluir los ejemplos de Manuel Andújar en su St
Cyprien Plage: campo de
concentración, escrito como afirma el autor con "las rodillas por
pupitre", Entre alambradas de Eulalio Ferrer, también anotado in situ en
el frío de los campos de concentración del sur de Francia (Argelès-sur-mer, Barcarès y St Cyprien), o el de Sebastià Gasch, un bon
vivant del destierro. Otro como Éxodo de Silvia Mistral se inicia
en la Retirada de Barcelona vía los centros de refugiados y se
termina camino del destierro mexicano, o el de Nemesio Raposo se reconstruye a
partir de un diario quemado después de su vuelta a España en 1942. A medio
camino entre el testimonio personal escrito entre las alambradas, la pátina del
recuerdo y la invención nos toparíamos con la obra de Max Aub,
tanto en sus versiones cuentísticas, versificadas,
teatrales como su guión para el cine, Campo Francés, el cual edité
prolijamente junto a sus fotografías, en 2008 para la Biblioteca Valenciana, y
por cierto, ahora se acaba de reeditar como exilio-business:
sin una sola nota y con un prólogo exento de cualquier referencia a
todo el trabajo anterior. Otro mono de la desfachatez o de exilio-business.
Junto a estos
ejemplos de Aub, que para mí es la voz más lúcida y
completa de toda aquella época, encontramos otros relatos, cuyo carácter
testimonial o se filtra a través de la "ficción" o de la distancia
respecto de los acontecimientos. En esta nómina parcial viajamos por la crónica
de Josefina Carabias, los testimonios orales
recogidos por Neus Català,
Félix Santos o Antonio Soriano, las memorias de Francisco Pons y Otilia Castellví, las "novelas" de Michel del Castillo,
Manuel Lamana, Mercè Rodoreda o Roberto Ruiz, Javier Cercas, Andrés Trapiello,
los versos de Celso Amieva, o las reflexiones de
Jorge Semprún, la fotografía de Agustí Centelles, etc.
Es un corpus inabarcable. En todo caso, se trata de
una abigarrada aunque no exhaustiva muestra (intento estudiar otros ejemplos no
citados aquí) de estas experiencias masculinas y femeninas transmitidas
oralmente, por escrito o visualmemte: memorias
serializadas publicadas inicialmente en prensa, diarios, escritos de denuncia,
ficción autobiográfica, poesía, ensalada de prosa y poesía como glosa del
encierro, teatro, guión cinematográfico, documental de propaganda y denuncia, documental
de investigación, película de ficción, manuscrito teóricamente encontrado,
revista caligrafiada de arte y literatura, memorias autobiográficas de mujeres fotografía
glosada, en catalán, español o francés.
Pero todas ellas nos transportan a aquellos años aciagos
por el frío de las alambradas y el calor de la memoria. El contraste entre
testimonios masculinos y femeninos además pone de manifiesto las
contradicciones de las macronarrativas occidentales
que en general han tratado a las mujeres como exteriores a la historia
monumental protagonizada por el hombre. Sin embargo, en algunas micronarrativas sobre la experiencia desterrada en Francia
escritas por mujeres se tiende a romper con esa razón y con el triunfalismo que
a veces asumen los textos de los sobrevivientes masculinos.
-Háblanos de los exilios interiores:
Como ya lo
señalé en 1994 en Entre el exilio y el interior: el "entresiglo" y Juan Ramón Jiménez, el exilio interior
es ese marbete que también permitió culturalmente la asimilación de la
continuidad del exilio. No obstante, la longevidad crítica del concepto no ha
decrecido en estos años sino que se ha institucionalizado y extendido más allá
del ámbito cultural. Se trata de un ejemplo más en el que la falta de rigor
terminológico allana el camino del abuso y la banalización del falaz concepto.
Ni siquiera aquellas manifestaciones que llegaron al interior,
en principio libres de las taras de la censura
franquista y por ello, con la libertad de expresión de la mayoría de los
desterrados, podrían considerarse genuinamente como muestras sin trabas de la
resistencia exiliada, del exilio interior o del insilio, libres
de coartadas. Me refiero a Las cartas de “La Pirenaica”, ese compendio
de más de 15 000 misivas que llegaron a los micrófonos de la emisora Radio
España Independiente (1941-1977), la voz del PCE, fundada en Moscú el 22 de
julio de 1941 en pleno avance de las tropas hitlerianas hacia la capital
soviética. Son las cartas para programas como España fuera de
España, que en apariencia tuvieron una gestación libre para su difusión
externa y que, a su vez, proyectaron hacia la dictadura las manifestaciones de
sus resistentes y opositores, tanto del interior como del exilio. A pesar de
todo, también éstas fueron sometidas, para evitar su recepción en el interior,
a una censura franquista indirecta: las interferencias radiofónicas que dieron
a la emisora unas señas de identidad únicas. O bien sufrieron los avatares de tortuosos
itinerarios postales para llegar a la sede de la emisora en Bucarest durante
los años sesenta. O finalmente, el miedo a escuchar las emisiones apartó de los
receptores a muchos oyentes resistentes del interior.
Si borramos el incómodo mensaje de estos discursos de
exilio, desde el interior se pudo eventualmente reivindicar el destierro como
historia conjunta, como distancia asumible, como memoria larga mientras que el
interior intentaba borrar las memorias cortas y afectivas del pasado molesto e
irresoluto. Tomás Segovia, califica el exilio como “extrañamiento desde el
arraigo”, gracias a la preservación de su identidad histórica, rasgo que Henry
Kamen llega a esencializar
para la gestación de la cultura española, mientras olvida que los ciclos de
exclusión religiosa tocaron a todos los territorios cristianos o que otras
culturas liberales de teórica acogida también fueron expulsoras (Alemania,
Francia, Italia). Mientras, el interior represaliado sobrevivía con la
reivindicación del desarraigado (jurídica, material, espiritual, censoria, memoriosamente).
Nicolás Sánchez Albornoz en Cárceles y exilios asevera cierta
ascendencia del exilio sobre el interior: “Los exiliados, fuera del alcance de
la apisonadora, retuvieron en cambio una disposición mental y un bagaje
histórico que pudo enlazar con el rebrote de una oposición interna, visible
mediada la dictadura, de base social en gran parte nueva. Excluidos de la vida
nacional pero en libertad afuera, a los exiliados les correspondió obrar de
transmisores de ideas y valores entre el pasado y el presente democrático de
España” ( 315). Pero la dictadura había
establecido una barrera de contención que se ha calificado de letricidio.
-Amigo, ¿cuál
fue el papel del exilio en La Transición?
El papel del exilio de 1939 en
la Transición se podría esquematizar gracias a la diferencia de
Weber entre la ética de la convicción y de la responsabilidad. Apegado
políticamente a la primera, su cultura democrática asumió y dejó que
prevaleciera la segunda, a pesar de que, por ejemplo, el PSOE se aferró más
largamente a las aspiraciones identitarias de los pueblos
de España que el PCE, y que ningún partido que propugnara abiertamente la
república como forma de estado pudo presentarse a los comicios de 1977, o bien
que se impidió ejercer el derecho de voto a más de 1 500 000 españoles
residentes en el extranjero, entre ellos, muchos desterrados o descendientes de
aquellos con un marcado sesgo republicano. Tampoco se rebajó la edad
legal para votar de 21 a 18 años.
Estos hechos fueron denunciados
por el gobierno de la República española en el exilio, que no obstante admitió
la validez de las elecciones y se disolvió el 21 de junio de 1977. José
Maldonado y Fernando Valera, respectivamente, último presidente de la República
y del Gobierno, emiten en París la Declaración de la Presidencia y del
Gobierno de la República Española en el exilio el 21 de junio de 1977 y
disuelven las instituciones republicanas. En ella se reafirman
la legalidad institucional emanada de la Constitución de 1931 y la validez de
los procesos electorales republicanos de 1931, 1933 y 1936 y señalan su
disconformidad con la consulta electoral de junio de 1977, debido a la ausencia de los partidos republicanos -- la Acción
Republicana Democrática Española (ARDE) y Esquerra Republicana de
Catalunya -- .y la falta de correspondencia equitativa entre votos y escaños,
desigualdad vigente hoy. A su vez, al declarar que “España es, y mañana será
republicana. O no será nada …” no se aceptaba
expresamente a la futura monarquía constitucional aunque se reconocieran los
resultados de las elecciones y la democracia validada por éstas.
El PCE en
su Declaración para la Reconciliación Nacional de 1956, no sólo había
renunciado a una política de confrontación violenta, sino que había iniciado simbólicamente
el camino hacia el olvido del estado republicano y espaldarazo al monárquico
parlamentario. Dicha declaración, sin embargo, no buscaba abandonar una
ruptura revolucionaria dirigida por las élites comunistas del partido
en el exilio. Esta estrategia fue criticada luego por Fernando Claudín y Jorge Semprún (Autobiografía de Federico Sánchez, Federico
Sánchez se despide de ustedes) que defendían y anticipaban una Transición no
rupturista basada en el análisis sociopolítico de la evolución de la masa
social en el interior de España: algo corroborado culturalmente por Max Aub (La gallina ciega). Expulsados en 1965 del Comité
Ejecutivo del PCE, Santiago Carrillo luego recuperó demagógicamente dichas
tesis eurocomunistas, lo cual no evitó el hundimiento del PCE en
la Transición española. Semprún lo atribuye a la asimetría entre
pasado heroíco “impuesto […] por la fuerza de las
bayonetas de la guerra civil [momificado y] “extraíd[o]
del ambiente enrarecido de las tumbas [que] ya no interesaba [a] las realidades
sociales [con el anuncio de un] porvenir […] que no era una utopía sino una
pesadilla (Federico Sánchez se despide de ustedes). En ese sentido, Max Aub en su diario de regreso a la España de 1969 (La gallina
ciega) ya anticipaba preclaramente la capacidad fagocitadora
de aquel modelo interior:
Regresé y me voy. En ningún momento tuve la sensación de
formar parte de este nuevo país que ha usurpado su lugar al que estuvo aquí
antes; no que le haya heredado. Hablo de hurto, no de robo. Estos españoles de
hoy se quedaron con lo que aquí había, pero son otros. Entiéndaseme: claro que
son otros, por el tiempo, pero no sólo por él; es eso y algo más: lo noto por
lo que me separa de su manera de hablar y encararse con la vida. No es el
progreso, no es el turismo sino algo más profundo. “Nos los han cambiado”. No
han variado, no los han alterado, los trocaron. ¿Veo molinos en vez de
gigantes?
Por otro lado,
Mario Sznajder y Luis Roniger
han planteado que el reconocimiento del exilio es un paso fundamental para
la inclusión integral de los desterrados durante su complejo viaje de regreso a
la tierra de origen. De lo contrario, podían llegar a reconformar, esta vez, un
genuino exilio interior al vérseles negadas las esperanzas de acogida en las
sociedades de origen.
El fracaso del
regreso es espejo de que el grueso del éxodo de la Segunda República española también
salió derrotado y desunido por la frontera catalano-francesa
desde los últimos días de enero (28) hasta mediados de febrero de 1939. En
particular, sus máximos representantes: el presidente Manuel Azaña, el de las
Cortes, Diego Martínez Barrio, o los presidentes catalanes y vascos, Lluís
Companys y José Antonio Aguirre. Estas comitivas atravesaron el insignificante
paso entre La Vajol y Les Illes y tuvieron que
realizar los últimos kilómetros a pie, al no haber carretera practicable para
los automóviles de dichos dignatarios. A las condiciones simbólica y
físicamente vejatorias, hay que añadir los odios y las animadversiones personales
entre, por ejemplo, Azaña y Juan Negrín, el presidente del Consejo de
Ministros, o las profundas diferencias nacionales entre catalanes, vascos y
Negrín como representante de una república unitaria pero constitucionalmente
respetuosa de las diferencias.
Además, en la frustrada continuidad de una república en
el exilio, el Lenhendakari José Antonio Aguirre
del Partido Nacionalista Vasco, o representantes de Catalunya como Estat Català o Carles Pi i Sunyer del Consell Nacional Català prosiguieron gestando políticas confederales de
separación frente a una república plural, aunque Josep Tarradellas de ERC o
la Lliga mostraran actitudes mucho más
posibilistas, a fin de conseguir inicialmente una unidad de fuerzas
antifascistas contra Franco.
En ese sentido, el regreso del imaginario de una
república española en el exilio que simbolizó durante demasiado tiempo aquella Numancia
errante, no pudo diferenciarse fundamentalmente de la desintegración de su
marcha. Al no poder presentarse los antiguos republicanos a las elecciones de
junio de 1977, la Transición fagocitó los anhelos republicanos con
profundos rasgos sociales, expresados por el último presidente del Consejo de
Ministros republicano en el exilio, Fernando Valera Aparicio. Tampoco asumieron
los partidos de izquierdas legalizados sus tradiciones republicanas de
exilio, sobre todo el PCE, y fuera de los territorios catalanes y vascos, se bloquearon
sistemáticamente estos imaginarios, evocaciones y programas. Anulados por
las luchas intestinas republicanas centradas en los reproches sobre
la Guerra Civil que serán criticados y parodiados por Max Aub,
Juan Goytisolo o Jorge Semprún, obligados a encontrar una nueva identidad como
refugiados, asumir el destierro como transtierro,
“doble ceguera” según Sánchez Vázquez que impedía regresar a lo propio y
disfrutar de lo ajeno, o sedimentar su legado en la generación de los niños, los
exiliados también fueron incapaces de trasvasar e incidir personalmente su complejo
y fértil imaginario plurinacional para construir una Transición que hubiera
abordado dicha cuestión desde una perspectiva federal.
Sin embargo, las diferencias de raíces históricas y el
retorno simbólico y significativo a Catalunya y Euskadi de políticos
representantes de esos destierros (Josep Tarradellas, o Jesús María Leizaola como depositarios de legitimidad exiliada)
lograron conservar, sentar y reforzar un camino de imaginarios de separación republicana
en la monarquía parlamentaria, “nación indivisible de nacionalidades y
regiones” de la Constitución de 1978: particularmente en la Cataluña del siglo
XXI, donde las fuerzas independentistas arrastradas por criterios historicistas
defendidos por ERC y organizaciones transversales como la Assemblea Nacional Catalana (ANC) u Òmnium Cultural han podido remontar, a través de la
presente crisis económica, la manipulación de referentes
históricos, espacios conmemorativos como el Museu
Memorial de l’Exili en La Jonquera, hacia los deseos de aquella república catalana
proclamada por Lluís Companys el 6 de octubre de 1934 (de nuevo con el
simbolismo del aniversario de 1714). Frente a este imaginario de continuidad de
exilio e independencia en Catalunya, en Euskadi, los deseos de
separación vascos también se sustentaron sobre símbolos de destierro y violencia
sufrida durante la Guerra Civil (Guernica), luego amalgamados con memorias de
la represión y resistencia al franquismo, pero perturbados por los actos de la
violencia terrorista de ETA, y coartados por un concierto de financiación
autónoma muy favorable.
-Hasta
las alambradas y los exilios, todas y todos ellos… dejan huellas, quebrantos,
pero también legados. ¿Qué nos puedes decir de ellos?
Evidentemente, es un muy grave motivo de
preocupación el acceso hoy a espacios de poder político de representantes
con tesis abiertamente xenófobas, contraigualitarias,
ultranacionalistas, etc., a través de un partido ultraderechista tras las
últimas elecciones andaluzas: no le daré aquí más identidad latina para
evitar al nombrarlo específicamente, aumentar todavía más la contaminación de
nuestras conciencias. Ahora bien, nos equivocaríamos si redujéramos su llegada
a la preservación fundamental de algún esencialismo franquista enquistado en la
mayoría de la sociedad española que posibilitó el exilio. Caeríamos en el
reduccionismo que suele encontrarse en las tesis más virulentas de propuestas
políticas de corte populista de izquierdas, o bien en el discurso dominante hoy
del independentismo empreynat aferrado al
martirologio de los presos políticos, el eufemismo dels exiliats, atrapados
todos nosotros por la judicialización ante una aspiración política legítima
pero de dudosa praxis que escaló sistemáticamente el PP con su denuncia
del Estatut de 2006 (cuyo nacionalismo sin
embargo fue aceptado verbatim para otras
comunidades como Valencia o Andalucía) o ante el reduccionismo nostálgico abertzale,
hoy en retroceso.
El repetido reductio ad Francorum es tan inexacto como hiperbólico y le atribuye a
su figura de dictador sangriento e ignorante un aura de prestigio e influencia
ideológicos que se resumiría en aquel retruécano propio de la mendacidad
del personaje: atado y bien atado, y a pesar de la obvia y lo que
te rondaré Morena, casi folletinesca y pendiente necesidad de su
exhumación, clausura de su tumba y resignificación de
esa Montaña Incivil del campo de concentración de Cuelgamuros,
entre otros, como espacio de exilios y mausoleo forzado y forzoso, muy a pesar
de muchos de los allí yacentes.
Como anécdota
que puede iluminar algo la sombra alargada de lo que se cierne
sobre todo el espectro democrático gangrenado por el neoliberalismo
financiero, recientemente, coincidí en un vuelo con el que sí considero en
parte ideólogo de esta ofensiva ultra nacionalista españolista que ya se ha
plasmado en Andalucía y que en los años 1990 había iniciado una ofensiva
manipuladora del exilio de las Españas, atribuyendo a Manuel Azaña, Max Aub o Luis Cernuda, tendencias neoliberales. Ese señor que
se jactaba de hablar catalán en la intimidad. ¡Curiosamente viajaba sin
derecho a jet privado como se esperaría de un consejero de Rupert Murdoch, origen y causante fundamental de los bulos de la basura
informativa y planetaria en los medios! Sentado a unas pocas filas delante de
donde se sentaba el pueblo llano, a través de la cortina transparente de su clase
superior, tuve tiempo de observar a este gigante del Santiago
y cierra España. Me di cuenta de que se trata de un individuo de
complexión pequeña que quizás busca compensar dicho déficit con un programa de
ejercicio físico-cultural sistemático. Y sospecho que como su homónimo
francés, Nicolas Sarkozy, calza zapatos de plataforma
para elevar su complejo. Además de ir con el pelo teñidísimo
de un negro azabache, impropio para las canas que nos identifican a cierta
edad, su rostro de acero está completamente pulido por una dosis evidente de bótox que vuelve su mirada aún más rígida y desafiante. Su
aura es la de un ser despectivo y perdonavidas. Además, a la llegada a destino,
lo dejamos abandonado en mitad del puente de desembarco del avión, ante la
indiferencia de la tripulación del aparato: un pelele que se agitaba cual
peonza sin expresión, seguramente soliviantado por el aire del desfile
apresurado, y sin particular interés por su figura, de los pasajeros rezagados
en busca de alguna lejana conexión, y el retraso de las autoridades de rigor
ante su llegada. No me quiero poner en la piel del canciller o diplomáticos
españoles de turno retrasados que hubieran debido esperarlo y resguardarlo para
evitarle dicho oprobio ante las masas.
En fin, que
aquellas dos horas me dieron suficiente información de primera mano fisionómica
para conjuntar con algo de ojo clínico, lo que el de la razón ya me había
sugerido. Es decir que sus tesis autoritarias están atrapadas en un físico con
cierta falta de autorictas aparencial. Algo que me
confirmó un antiguo del Congreso de los Diputados, cuando lo vio dirigirse el
primer día a la tribuna como jefe de la oposición: se fijó en las nudosas
manos del que aprieta una presa para no soltarla nunca. Otra poderosa
razón para sus ideas monolíticas sobre la nación española que piensa, como sus
cachorros andaluces y otros (esa voz de su amo, nuevo secretario general
del PP), enraizada en una cruzada de legitimidad
católica reconquistada en 1492, de la que se han escindido los de la sigla
latina.
Pero debido al trasfondo
de la profunda crisis de raíz financiera y de transferencia postindustrial global
que ha asolado a una parte importante de los ciudadanos europeos y
estadounidenses, uno puede observar cómo las recetas de los ultranacionalismos
de diverso cuño son eficaces reclamos para poblaciones en peligro de
precarización y/o para los suficientemente desinformados y/o
definitivamente desahuciados. Por ello, asumir que la emergencia sin
cortapisas de estas opciones ultranacionalistas en las Españas se deba a una
tradición esencialmente franquista representa dar la espalda a la historia, y
re-caer en esos esencialismos que pueden remontarse a los diagnósticos
metafísicos y catastróficos de 1898, que no faltaron en las evaluaciones que
se realizaron durante los exilios de 1939. Es desconocer mucho de lo
que la historia nos ha negado a través de los años: lo del retraso y
subdesarrollo endémicos, económicos, educativos, culturales o sociales,
la imposibilidad de superar una larguísima y destructora dictadura
que provocó aquellos exilios y dotarnos de reglas de
convivencia sostenibles (Constitución y estatutos de
autonomía), inutilidad para la ciencia, machismo identitario,
y otras incapacidades diversas (espadones y política, estado hiperclerical y visceralidad anticonfesional,
agricultura técnicamente prehistórica, país sin sensibilidad para derechos de
género, humanos, etc.) Mientras, nuestra identidad era genéticamente la de “la
suerte de un tahúr, la tarde de un torero, la gesta de un gallardo
bandolero o la proeza de un matón sangriento”, y podía helar el corazón de sus
ciudadanos, como ocurrió con el de Antonio Machado en Collioure, máximo
símbolo de la cultura republicana de exilios, hasta vilipendiado como
unitarista por voces independentistas catalanas. Y con ese tipo de cantinela, ahora
nos fustigan con la imposible amalgama territorial, en la que se
entremezclan nuevos monas de la desfachatez: políticos
independentistas que se han dejado engullir irresponsablemente, o ¿sacrificado? ejemplarmente
ante la boca del lobo judicial del estado-nación España, y que apelan de nuevo
a imaginarios de exilios y persecución de cárceles políticas, que para los
independentistas catalanes se remontarían a los desterrados tras
la Diada de 1714. Molt malament
aquesta guerra d’estelades y
banderas!
Evidentemente,
hay aquí una continuidad en el imaginario del discurso del independentismo que
preservó el retorno de Josep Tarradellas. El tema territorial está
efectivamente pendiente (no se ganó Alora en una hora, nos
recuerda el romance). Pero cuán breve nos lo fían ahora los catastrofistas de
todas las partes ultranacionalistas (nacionalistas españolistas, e independentistas
catalanes, gallegos, o vascos). Como de nuevo nos ha mostrado la
historia, la reordenación idealista de antiguas áreas
conjuntadas, — p. ej., imperio austro húngaro a través de la repartición
wilsoniana de nuevos territorios tras Versalles
-- (¡ojalá hubieran reflexionado sobre algo de esa historia de refugiados antes
de bautizarse así un lobby pro-independentista catalán de intelectuales
transnacionalmente triunfadores de la globalización, Col.lectiu
Wilson!), o el episodio de postbalcanización
finisecular, o el brexit del que la flema postcolonial
británica no sabe cómo salirse, sólo muestran los inconvenientes de
romper lo que podría ser una convivencia política “federal" rica
en identidades culturales diversas, objetivo, en parte, del proyecto de la
Unión Europea que puede llegar a ahogarse debido a la preeminencia de las
tesis financieras que están arriesgando, con sus políticas de
precarización, las esperanzas de una convivencia socio-igualitaria de la que
educativamente los españoles podemos reconfortarnos a través de
nuestra contribución creativa con el programa SOCRATES-ERASMUS, que proyecta pacíficamente
a nuestros estudiantes de hoy sobre aquellos territorios de exilio
europeos de 1939.
En este río
revuelto, pescan todos los nacionalismos de cualquier cuño, tanto los que
defienden una península de trascendencia neovisigoda
cristiana, como los que aspiran a su respetable pero anacrónico independentismo
con el que ocultar corrupciones e intereses propios y/o preservar los réditos
personales de una industrialización que se gestó, en parte, gracias al
proteccionismo aranceralio y la inmigración charnega,
y hoy magrebí, cuyos nuevos conversos pueden ser los
más furibundos de los independentistas, ajenos a las necesidades
solidarias que aportan las riquezas de la intercomunicación peninsular.
Ante ello, peticiones de un federalismo de las Españas, incluidas Portugal y
Andorra, con presupuestos federales peninsulares, de la misma forma que
Europa precisa de unos montos intereuropeos que
podrían reactivar áreas de endemia económica (por
ej. El campo de Gibraltar, Grecia, Sicilia) donde pescan votos
esos cruzados de la exclusión y la segregación, que se reactivan gracias a las
tesis de ese señor del catalán en la intimidad que como muestro en mi
libro, desde su llegada al poder en 1996, fomentó, en parte con su
irresponsable política de agite Ud. a un catalán la
bien retroalimentada, España ens roba.
Y todo ello, en
el horizonte de la perenne crisis de aceptación del otro-refugiado en nuestras
privilegiadas sociedades en las que podemos reconocer los
cortacircuitos de nuestros estados democráticos de corte neoliberal y postcolonial
a pesar de sus cordones sanitarios socialdemócratas. Están hoy afectados
por las epidemias de pauperización y especulación financieras
transnacionales y agitados por la incontrolable irresponsabilidad y guerra
que parte de dicho ultracapitalismo ha desencadenado
a través de estas plataformas que pescan en la insatisfacción generalizada
(desde el Innombrable estadounidense et al, los Orban
húngaro et alia, los neonazis bávaros,
austriacos, suecos, holandeses, italianos, griegos, neopetainistas
franceses, etc. y esos neo seguidores de Menéndez y Pelayo y
Donoso Cortés cuyo obra y nombres ignoran y que simplemente representan
una tradición europea excluyente y ultracristiana que
desconoce las tesis del Vaticano II, entre otras …)
Los nuevos
refugiados de las guerras que han gestado los Innombrables planetarios
(ah sí, ese señor del avión también nos metió en una de esas, la de Irak de
2003) no nos invaden. Simplemente, los que logran llegar a nuestras
costas, extorsionados por las mafias, huyen de los desastres que hemos
exportado para abastecer nuestro calentamiento global. Y sobre todo
pueblan terceros países muy alejados de nuestros confort, como Turquía,
Eritrea, Etiopía o Sudán mientras nuestros estados repiten sin saberlo, lo que
ya habían declarado en Evian en 1938: la
política de brazos cruzados hacia lo que parecen ser los nuevos judíos del
S. XXI. Lo de siempre, desde el final de los exilios liberales del XIX:
cuando el otro se presenta ante nuestras puertas, los estados se ponen de
perfil incapaces de asumir las contradicciones de la Declaración de
Derechos Humanos cuya metafísica hemos conmemorado en 2018, mientras los
voluntarios globales hacen lo que pueden ...
La historia
de las analogías post 1929 se repiten y los magnificados, por un lado, muestran
sus legítimas reivindicaciones, (pensionistas, gilets
jaunes en Francia, y taxistas en España, etc.),
movimientos a veces teñidos de violencia sin gran institucionalización -- recuperación,
dirían los situacionistas — que también utilizan la
permeabilidad de las redes, gestos asamblearios -- la lista es larga … Pero también pueden escuchar cantos de sirena
populistas de diversos cuños. Esta crisis planetaria no tiene, desde luego,
ningún remedio local: de ahí, p. ej., las falacias de
las reivindicaciones nacionalistas catalanas que en apariencia plantearían
una solución de estado-nación conservadora neoburguesa
demimonónica, inadaptada para afrontar, por ejemplo,
la crisis del transporte público de los taxis uberizados
planetariamente.
Por ejemplo, en
lo que serían dos respuestas estatales simultáneas a esta crisis, en Barcelona
y Madrid, ni un gobierno independentista catalán, ni uno madrileño de tendencia
nacionalista española son realmente capaces de ponerle el cascabel al gato de
esta globalización chantajista que domina el planeta y que ahora quiere
desregular el transporte público del taxi, el cual también adolece de unas
prácticas de monopolio interno de licencias subastadas a espaldas de la
regulación. Ambas administraciones apelan a los derechos de los consumidores,
en vez de a las obligaciones del estado para proteger a sus ciudadanos de las
desigualdades del mercado en los servicios básicos y facilitar públicamente su
bienestar. Así el ministro de Industria de España ha sido incapaz de aportar una
solución nacional a un transporte regulado y así transfirió estas competencias
a los gobiernos autonómicos. El conseller de territori de la Generalitat ha huido
entregándole la llave trucada de una solución imposible a la alcaldesa
progresista de Barcelona, Ada Colau. Ésta ha
respondido coherente pero dañinamente para sus intereses en las próximas elecciones
municipales, ante la tramposa diversificación del mercado globalizado que
plantea la uberización, y la insatisfacción de los
usuarios de la nueva economía que solo pían por la libre competencia del
mercado. De la misma forma, el presidente de la autonomía madrileña ha buscado
que fuera la alcaldesa de Madrid, sin competencias sobre el transporte VTC, la
que se perdiera más en este laberinto. Mientras, las compañías globalizadas ya
tienen preparadas sus respuestas en los tribunales mientras la Unión Europea
les hace un guiño de complicidad con su silencio, sin legislar al respecto.
Además, en
Barcelona asistimos a otra continuidad del paradigma de exilio catalán retornado,
en este caso, el económico. Fue Joan Sardà Dexeus, un
antiguo exiliado próximo a la ERC de Companys, el que a su regreso del exilio
pilotó el Plan de Estabilización de 1959. Este nos lleva a lo que llamo
nuestros Treinta Gloriosos que se diluyeron en 2008. Dos pies de
exilio catalanes (el político y el económico) que pueden explicar también la
fuerza del reto del imaginario de exilios que se ha dado en Catalunya, apoyado
por una minoritaria alternativa revolucionaria alter-mundialista-nacionalista
(CUP y CDR) que evoca algunos imaginarios del POUM de Nin.
Al
independentismo por lo tanto mayoritariamente de tradición liberal económica ahora
globalizada, por ejemplo, a través de ese simbólico Col.lectiu
Wilson, se le dibuja ahora una mona de la desfachatez. En este caso me
refiero a la figura de chocolate de Pascua que regalan padrinos y madrinas a
sus ahijados y ahijadas en Catalunya, y que aquí reviste
el crocante neoliberal uberizado con el dulce
chocolate del republicanismo catalán, adornado de mártires y exilios
revolucionarios (Lluís Companys, Oriol Junqueras, Carles Puigdemont -- presos politics i exiliats --) que se abrazan con la CUP y CDR nostálgicos
del POUM ante el sueño del paraíso de la nación no-uberizable.
La precariedad neoliberal luego repartirá el nuevo maná nacional entre los elegidos
de la nube fiscal y los desahuciados de la globalización.
En tiempos de
hundimientos de los relatos históricos, de las recetas socio-colectivas, y ante
las contradicciones del mercado planetario que está gangrenando a las
naciones-estado más antiguas, este tipo de imaginarios de separación pueden
tener recorrido al apelar a una supuesta pero falsa repartición más equitativa
de los recursos colectivos menguantes, sobre todo cuando los discursos
alternativos de reconocimiento y respeto de las diferencias culturales en un
territorio común son torpedeados por políticas entregadas a lógicas legales
constitucionalmente inamovibles, y/o discursos incapaces de asumir
diferencias y manipuladores de nostalgias de unitarismos de nación anterior a
las naciones, p. ej. en 1492, que además azuzan el deseo
de separación de otros grupos en naciones aspirantes, como el de los que han
defendido mitos de neanderthalismos identitarios vasco-navarros etarras apuntalados por privilegios
forales: emplastes de otras respuestas conservadoras entre el hundimiento de
las socialdemocracias.
Los
estados democráticos han sido incapaces de superar sus propias
contradicciones e insuficiencias desde aquellas revoluciones burguesas
en las que quedó pendiente el problema fundamental de la economía política
que tiene que encararse con políticas económicas solidarias (salario
universal de base, impuestos proporcionales, etc.) que pueda contener este monopolio
del vellocino de oro que hoy se llama ultracapitalismo
financiero transnacional que especula con la raíz de la supervivencia humana:
destrucción del ecosistema, guerras perennes, mafias de la droga y del
tráfico humano, beneficios estratosféricos y explotación sin fin, eliminación
de la regulación estatal y atentados contra el futuro de nuestra especie
(manipulación genética a través de la inteligencia artificial para el
oligopolio dominante). Mientras, el tigre chino, la nueva potencia, Confuciosamente parece disponerse a devorar al bravucón
explorador rubio vestido con sahariana y casco colonial occidental. Poderosa
realidad, Sancho, la de los molinos que permiten separar el grano de la
evidencia de la paja del bulo y la paparrucha.
En este sentido, Ortega y Gasset en La rebelión de las
masas, apelaba al esfuerzo reflexivo como rasgo distintivo para una actitud minoritaria
de exigencia, supuesto antídoto frente al seguidismo aplanador del ser masa, pasto
de los totalitarismos. Ante el fracaso de la tesis de la exigencia minoritaria,
llegaría a asumir, en su exilio de París de 1936-1939, opciones antidemocráticas
y golpistas como remedio temporal a la crisis de aquella sociedad liberal.
En contraste, algunos exiliados republicanos como el
último presidente de la Segunda República en el exilio, Fernando Valera, ante aquellas
elecciones de 1977 de la exclusión republicana, defendía “una República en la
que los derechos del trabajo prevalezcan sobre los de la propiedad”. Ante las
liberalizaciones (eufemísticamente llamadas reconversiones o destrucción del
tejido productivo subvencionado como paro terminal por los estados) del tejido
industrial, o las que se divisan para el transporte público (taxis, etc.), aquellas
peticiones del republicanismo desterrado hacia un trabajo digno sin explotación,
adscrito al idealismo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de
1919, también se hunden, en su ochenta aniversario de exilios, como los
estados-naciones actuales, entre unos ciudadanos que están siendo reconvertidos
y exiliados digital y globalmente como precariados. Y
ante esta degradación e incertidumbre, un grupo significativo de votantes, además,
parecen inclinarse significativamente en el mundo por las recomendaciones antidemocráticas
del exiliado Ortega, no las de Valera.
En Nudo España, Pablo Iglesias le comenta a Enric Juliana que la guerra sucia contra el GAL, Vitoria
1976, Salvador Puig Antich, etc. apenas son
referentes para los jóvenes que califica como generación de la Sexta, los
cuales, sin embargo, ¿se indignarían? ante el espectáculo de los monos de la
desfachatez. ¿Apartarán las memorias de exilios de 1939 los sombríos horizontes
de las recetas neo-orteguianas o asistiremos a su repetición (amor fati de Nietzsche) en las próximas elecciones generales que
dicen se vislumbran esta primavera, un 14 de abril, 88 años después de la
proclamación de la Segunda República? Tengamos en cuenta que los imaginarios de
memorias públicas también plantean intricados problemas gremiales que discuto
en mi libro.
-¿Amigo, nos puedes dar alguna pista sobre lo que estás
trabajando ahora?
Además de mi
actividad lectiva y de las tesis de futuras doctorandas que siguen ampliando el
campo de estudios de nuestras diásporas y prolongan brillantemente la tradición
de exilios de las Españas en mi Universidad de Maryland que inaugurara Juan
Ramón Jiménez en 1943, estoy ocupadísimo como presidente de la Asociación para
el Estudio de las Migraciones y Exilios Ibéricos Contemporáneos (AEMIC.ORG) que
publica una señera revista, Migraciones y exilios y que representa un longevo
esfuerzo en España sobre estos temas. Animo a todos los lectores de Cazarabet a
unirse a AEMIC.
A su vez,
preparo dentro de las próximas conmemoraciones del exilio de 1939, la
reunión habitual de Diásporas y Fronteras en Llanes
entre el 21 y 23 de agosto de 2019 y luego un congreso internacional
los días 23 y 24 de octubre de 2019 que conmemorará en la University of Maryland, la Oficina Cultural de la Embajada
de España, el Instituto de Cultura Mexicano en Washington, y la Biblioteca del
Congreso un primer encuentro de 1989 sobre Los exilios de las Españas en
las Américas: ¿Adónde fue la canción’? Naturalmente sigo con mi trabajo de
investigación en torno, entre otros temas, a algunos angloestadounidenses que
también conocieron los destierros.
Muchas gracias
por vuestro interés en mi trabajo, así como el de los lectores que se pueden
poner en contacto conmigo a través de mi dirección de correo electrónico:
jmn@umd.edu y también pueden consultar otros trabajos y
contribuciones en dos páginas webs:
https://sllc.umd.edu/user/jmn
http://blog.umd.edu/mondinaire
Copyright: José
María Naharro-Calderón, Febrero 2019.
El autor en la presentación de la obra
a cargo de Luis Roniger (a su dcha.) en la Universidad
de Bahía Blanca (Argentina). En la foto, acompañados por Jorge de Hoyos.
_____________________________________________________________________
Cazarabet
c/ Santa Lucía, 53
44564 - Mas de las Matas (Teruel)
Tlfs. 978849970 - 686110069