Cazarabet conversa con... Ángel Luis
López Villaverde, autor de “El Ventanuco. Tras las huellas de un maestro
republicano” (Almud)
Un libro que nos pone en el camino de la
trayectoria, “tras las huellas” de un maestro republicano.
Se encuentra este testimonio, dentro de la
Biblioteca Añil de esta editorial de Castilla la Mancha.
Almud ediciones se acerca a este testimonio que “casi se palpa y se
puede sentir” desde la pluma de Ángel Luis López que es, también el nieto del maestro represaliado
Alberto López Crespo.
Ángel Luis López, siguiendo la estela y el
camino de su abuelo, retrata, a la vez, al pulso social y/o político de
Almagro, Ciudad Real.
Dicho retrato empieza a antes de llegar la
Segunda República, casi en vísperas…podremos ver cómo se cocina este cambio,
después recorre este importante tramo de la historia hasta el Golpe de Estado
que atentó y , a la larga, terminó con ella ….y aquí nos topetamos con la
guerra civil que sacuden el mundo de todos….y desde ese acontecimiento todo se
remueve de una manera como si sacudiésemos una colmena de abejas entre , en
este caso, la propia existencia de nuestro protagonista, Gervasio Alberto López
Crespo, abuelo del historiador que, años después, decide desentrañar la
historia como un ovillo, pero al revés..
Es un libro más de micro historia a partir del
testimonio de una persona que viene a engrandecer la historia compartida,
quizás un tanto herida: la de la guerra, la posguerra y la memoria a los que la
sufrieron, en muchas dimensiones, por estar en “el bando”, si se nos permite la
expresión, equivocado o, mejor dicho, que es derrotado y, después, vilipendiado
hasta la médula… con una estaca dictatorial de cuarenta años.
El autor ha indagado entre documentaciones que
atañen no solo a su abuelo, también a otros familiares, vecinos y gentes de
todo ámbito social y familia política… no solo se puede “ver y observar” la
represión sobre los izquierdistas, pero también se acerca a los derechistas.
La pasión de nuestro protagonista por su
familia, ideales, por defender aquello en lo que cree se deja entrever en estas
páginas de una manera tan sensible como sensibilizada…el escritor sabe, en
resumidas cuentas, lo que escribe y el porqué, su propósito.
Un ventanuco es una pequeña ventana por la que
apenas entra luz y aire….pero algo entra…quizás a ese pequeño haz de luz y a
ese pequeño vaivén de aire se agarre nuestro escritor para empezar una historia
que crece y crece…hasta que “El Ventanuco” casi desaparece..
Un libro testimonial, en definitiva, que hace
que la historia familiar, que es testimonio, sirva de soporte a la historia,
más en global, que vivió y soportó el
Estado Español…
La sinopsis del libro, aquello que nos explica
Almud Ediciones:
Este libro es un relato mestizo, fiel a la
realidad histórica, a la vez que un ejercicio práctico de memoria cultural,
aderezado con toques narrativos de no ficción.
El estudio del caso que aquí se narra nos
traslada a la historia traumática de un país que debe reconciliarse con su
pasado para que éste no siga marcando la agenda del presente. Para ello, el
camino no pasa por evitar abrir supuestas heridas, apelando a la equidistancia,
ni por llenar de orgullo patrio una historia como la española, que no es ni
mejor ni peor que otras, sino diferente, como son cada una de las historias
nacionales. Esa diferencia no puede ocultar rasgos compartidos con el pasado de
otros países europeos, que también tuvieron su historia traumática, pero que
han sabido implementar políticas públicas de memoria más eficaces que la
nuestra. Quizás porque quien perdió la guerra en Europa, el fascismo, lo ganó
en España, y su relato propagandístico, hegemónico durante décadas, no ha
conseguido ser suficientemente contrarrestado por las generaciones posteriores,
incapaces de elaborar una memoria democrática compartida.
Una memoria democrática que encarnan
ciudadanos sin apenas relevancia histórica. A uno de ellos lo hemos
identificado. Gervasio Alberto López Crespo (Villaconejos de Trabaque, Cuenca, 1892 – Almagro, Ciudad Real, 1939) es una
figura clave del Magisterio y de la política municipal almagreña al inicio y al
final de la Segunda República, a la vez que representativa de las
contradicciones de la retaguardia republicana y buena muestra de la farsa
judicial de los vencedores. Mientras defendía en el frente del Jarama la
legalidad republicana, su familia era víctima de la venganza popular. Tras
regresar a la vida civil sufrió la persecución de las autoridades locales del
Frente Popular, pese a haber encarnado, como el que más en Alma-gro, el ideario
y el imaginario republicano. Argumentos más que suficientes para ser una
víctima propiciatoria de la política de venganza del Nuevo Estado franquista.
En su última batalla legal sumó a su
indefensión, al ocultamiento de pruebas a su favor, atribuciones maliciosas y
falsos testimonios en su contra. La «tormenta perfecta» cayó sobre él,
convirtiéndolo en una víctima propiciatoria. Esta es su historia. Tan real como
la documentación disponible le ha permitido reconstruir al autor.
Cazarabet
conversa con Ángel Luis López Villaverde:
-Amigo,
¿qué es lo que te hizo escribir sobre este período histórico, tomando a tu
abuelo de la mano? ¿Por qué “coges” el testigo de tu abuelo…?...aún estando él
ahí si querías contar ese pasaje de la historia hubieses podido “coger” a otra
persona…o contar la historia en torno a tu Almagro…
-Me hubiera gustado
que fuera otro historiador quien analizara una trayectoria vital tan potente
como la de mi abuelo paterno, Gervasio Alberto López Crespo. Si nadie lo hacía,
y teniendo en cuenta mi experiencia como historiador y que tenía acceso a
fuentes inéditas, no podía dejar pasar esta oportunidad. En realidad, era
un proyecto pospuesto que alguna vez tenía que culminar y éste era el momento
oportuno. Hay que tener en cuenta que una historia tan
traumática como la de mi abuelo marcó la trayectoria familiar
y fue una razón fundamental para decidir mi vocación profesional, como
historiador y docente. Quería saber qué le había ocurrido realmente y deseaba
continuar (animado por mi padre, que fue su vocación frustrada) su noble oficio
de docente.
¿Y quién fue
Alberto (el primer nombre, Gervasio, apenas lo usaba) López Crespo. Fue
un maestro de vocación y republicano de convicción, que acabó traicionado
por los “suyos” y ejecutado por sus “enemigos”, víctima, en definitiva, por
distintas razones y en diferente grado, de las violencias “roja” y “azul”.
Como historiador y
como familiar de víctima del franquismo necesitaba responder las razones por
las que un maestro del que hablaban muy bien sus
antiguos alumnos (que lo conocían como “don Alberto”), que vinculó la
supervivencia de la República a la suya propia y que defendió su
inocencia hasta el final (y lo dejó por escrito), recibió
acusaciones terribles y fue condenado a la pena capital.
Naturalmente, seguir
sus huellas y encontrar las respuestas adecuadas me introdujo en el
complejo contexto histórico que vivió en una localidad manchega (Almagro), que
permaneció en la retaguardia republicana entre 1936 y 1939. De manera que
lo que empezó siendo un retrato biográfico ha acabado derivando, porque la
investigación así me lo ha ido marcando, en un relato sobre la República y
la Guerra Civil desde una perspectiva “micro”, pero con vocación de responder a
interrogantes globales sobre la violencia, la memoria y la cultura democrática.
-¿Por qué se define
como un “relato mestizo”?
-Porque es una mezcla
de estilos. Están presentes las tres principales miradas sobre
el pasado: en especial, la historiográfica (por supuesto), pero
también la memorial y la literaria. Hay capítulos que se leen como
literatura de no ficción y otros como un ensayo. El texto bebe en fuentes
muy diversas y dejo que sean éstas las que marquen su ritmo y
contenido. Hay algunos capítulos donde el estilo es más creativo y el tono
más intimista. En otros es más académico y el protagonista pasa a un
segundo plano. Pero no es una novela. Es un relato microhistórico, donde se conjuga
la biografía, la historia política, la historia social
y la historia cultural. Se dirige a un público lector
amplio, curioso pero no experto, que no quiere ser distraído
con citas bibliográficas en el texto. Es probable que algún colega
pueda extrañarse al no encontrarlas. Las puede buscar, no obstante, en un
capítulo final titulado “La letra pequeña”.
-Hablar de
reconciliación y reflexionar sobre ella es necesario, imperativo y preciso, ¿lo
ves así?. Es una de las ”premisas”
tuyas al escribir este libro.
-En este libro he
realizado un ejercicio de conversión de la memoria en conocimiento.
Nuestro pasado reciente es traumático y es necesario conocerlo a fondo.
Aunque duela. A modo de catarsis. Sólo pueden cerrarse las heridas pasadas
sacando fuera los restos de la infección, que impiden su sutura y
cicatrización. No hay reconciliación posible partiendo de memorias enfrentadas,
incompatibles y mitificadas. Los historiadores ni somos ni debemos
ser “enemigos” de quienes reivindican la voz de las víctimas. Tampoco sus
correas de transmisión. Creo en la complementariedad de Historia y
Memoria. Quien lea este libro podrá corroborar la necesidad de esta última
como una fuente para los historiadores. Del mismo modo que “historizar” la
memoria (como proponía, entre otros, el recordado historiador
Julio Aróstegui), pasarla por el filtro
historiográfico es fundamental para que el pasado se conozca bien, sea
asumido y no siga marcando la agenda del presente. Convendría recordar lo
que nos enseñó hace casi ocho décadas el historiador francés
Marc Bloch, que tanto contribuyó a la
renovación del conocimiento historiográfico y que murió
asesinado por los nazis: “la incomprensión del presente nace fatalmente de la
ignorancia del pasado”. Y vivimos una coyuntura histórica en la que el
retrovisor del pasado nos debe alertar para no cometer errores
irreversibles.
-El testimonio
de tu abuelo, su transitar vital….¿cómo te hiciste con
él?, ¿cómo lo has ido reconstruyendo?
-Mi familia pasó por
las diferentes fases y actitudes que caben ante el drama que produce
el asesinato de un ser querido en un contexto hostil: desde la
reivindicación a la negación, pasando por la indiferencia. Mi padre, el hijo
del protagonista, Luis López Condés, no
sólo salvaguardó la memoria del suyo, sino también los documentos que nos legó:
desde cartas o confesiones a fotografías, pasando por recuerdos que han sido
imprescindibles para tirar del hilo y contrastarlos en fuentes hemerográficas y archivísticas. Para mí era un deber
de memoria, mejor dicho, de conocimiento, responder los interrogantes que
marcaron la historia de la familia. Y poder compartir mis avances en la
investigación con mi padre (que cuenta con 93 años y una cabeza muy
lúcida), ha sido mi mayor motivación y satisfacción. Además, él mismo protagoniza un
capítulo postrero donde cierra el círculo narrativo (“coda. Pinturas para una
exhumación pactada”), que contiene varias sorpresas.
-Por cierto, ¿tú que
has ido captando desde “lo humano” que fue tu abuelo?
-Aunque fuera su
muerte y las circunstancias que marcaron sus últimos años las que
motivaron esta investigación (culminada durante el último año, pero que en la
que venía pensando y trabajando desde mucho tiempo atrás), me acabó
interesando tanto o más la construcción del personaje de “don Alberto”,
desde su cuna en el municipio alcarreño conquense de Villaconejos de Trabaque (donde era simplemente el hermano menor de
una saga conocida como los “Canales”, y conocido como ”el Gervasio”) hasta
su ascenso social y la forja de un rol como maestro nacional que se
rodea de lo más granado de la sociedad almagreña en los años veinte. Las
fotografías, sus documentos privados, los restos de su biblioteca
y sus artículos periodísticos han sido las huellas que me han
permitido recomponer el personaje. Por supuesto, los recuerdos de mi padre, de
mi tía y de sus familiares conquenses han sido de gran ayuda. Y donde la
historia o la memoria no podían llegar, me he dejado orientar por algunas
fuentes literarias. Con todas estas piezas he completado el puzle de su
personalidad, con el fin de entender algunas de sus reacciones
y actuaciones públicas en los años treinta, antes y durante la
Guerra Civil.
-Evidentemente este
libro requiere mucha documentación, horarios interminables de lecturas,
búsqueda de testimonios, entrevistas orales…estudio y documentación. Tareas
arduas, trabajosas…que, a veces, se presumen, “pesadas”, pero la recompensa
final bien lo merece, ¿verdad?.
-Por pesadas que sean
estas tareas, constituían una necesidad vital y profesional en mi caso. He
pasado por momentos de angustia realmente fuertes, al encontrar en la
documentación judicial acusaciones muy graves sobre mi abuelo, aunque, en la
mayoría de los casos, o no se sostenían en pruebas o eran
meras suposiciones o falacias. No obstante, el resultado final del
libro no puede ser más satisfactorio en mi caso. No sólo por la
complicidad que he establecido con mi padre, que se ha quedado más liberado de
una pesada carga que arrastraba desde su pubertad (en que quedó como hermano
mayor y “hombre” de la casa, a la fuerza, encargado, además, de mantener
viva su memoria) sino porque he podido comprobar cómo en una familia tan
extensa como la mía (en la que hablar de este tema era una especie de tabú,
salvo para mi padre) nos ha unido a todos la necesidad de conocer nuestro
pasado común y hemos recuperado el todos un contacto directo pese a que
llevábamos, en algunos casos, bastantes años desconectados los unos de los
otros.
Y, además de la
satisfacción personal, y, pese a mis dudas iniciales, estoy teniendo noticias
de una buena acogida entre mis paisanos almagreños y entre los colegas
historiadores que lo han leído. Con mis paisanos me asaltaba la duda de si
llegarían a entender que descendiera tanto en los detalles sobre las
actitudes o actuaciones de sus antepasados durante la revolución, la guerra o
la posguerra. Con mis colegas, me preocupaba que pensaran que
un objeto de estudio tan cercano pudiera influir en el resultado
de mi investigación. Pero una vez superadas estas dudas
iniciales, creo que puedo destacar varias aportaciones: en primer
lugar, la documentación inédita, digitalizada y transcrita; también el
análisis de fuentes que permanecían inexploradas aún; desde el punto de vista
formal, creo haber introducido un estilo diferente en el relato para atraer a
un tipo de lector poco habituado a leer libros de historia; y, por
último, espero haber perfilado una interpretación del pasado traumático de
Almagro que puede quedar como referencia para análisis posteriores de éste
y de otros entornos, que, tarde o temprano, completarán o cuestionarán mis
tesis, pero que pueden servir, en todo caso, de base o de punto de partida. Si
a mi libro sumamos las nuevas investigaciones culminadas por un
grupo dirigido por el antropólogo de la UNED Julián López sobre la
represión franquista en la provincia de Ciudad Real, estamos en condiciones de
asegurar que disponemos ahora de un balance de la violencia durante la guerra y
la posguerra en Almagro bastante completo.
-Nos gusta “lo humano”
de nuestros protagonistas…¿cómo era tu abuela desde
ese plano?, ¿qué te han contado de él mientras has ido investigando?¿qué
significaba para él ser maestro y ejercer de maestro?
-Mi abuela Carmen fue
la víctima que más sufrió. Nunca llegó a entender la vocación política de
su marido. Durante la guerra, mientras su esposo estaba en el frente, su casa
fue atacada y casi sufre un linchamiento por parte de las mujeres de los
soldados que lo habían acompañado. Tras la condena a muerte de su marido, llegó
a ser encarcelada durante alrededor de un mes por pedir su indulto. Viniendo de
una familia acomodada, con hermanos que ganaron la guerra, ella no sólo quedó
viuda sino desamparada, sufriendo el estigma de los perdedores. El trauma le
marcó el resto de sus días.
Para mi abuelo, enseñar
a los niños era una vocación que excedía, como era habitual en los maestros
republicanos, la transmisión de conocimientos. Para él, como para las
autoridades educativas republicanas, la verdadera revolución estaba en la
escuela. Una escuela capaz de acabar con las profundas desigualdades sociales y
de superar del atraso cultural del país. Y una profesión que, a su juicio,
necesitaba estar unida en defensa de los intereses del Magisterio. Su
conciencia sindical, en este sentido, fue temprana y la mantuvo hasta el fin de
sus días.
-Y como político, ¿qué
nos puedes decir?, ¿cómo concebía la política y cómo fue su “caminar”?, ¿qué
ideales mantenía?
-Su militancia en la
FETE-UGT no pudo ser ajena a sus convicciones republicanas, defendidas
públicamente en la prensa local. La combinación de las vocaciones
docentes y política era muy habitual durante los años treinta, teniendo en
cuenta que la República aspiraba a ser un “Estado educador”. A fines de 1930
escribió un artículo en un periódico almagreño en el que confesó por qué
era republicano (“ser republicano equivale a ser señor de sí mismo”) y
pidió a sus paisanos que se posicionaran al respecto. Meses después, en
primavera de 1931, fue el presidente de la comisión gestora que hizo la transición
hacia el primer ayuntamiento republicano en Almagro. No se le conoce militancia
política hasta 1935, en que ingresó e impulsó Izquierda Republicana, partido
del que fue presidente en Almagro hasta 1937. En su representación
fue designado síndico municipal, entre febrero y noviembre de 1936. Aunque
sus desavenencias con el alcalde socialista y su denuncia de la “infecta
retaguardia almagreña” y de los “fascistas con careta” en 1937 le provocaron el
enfrentamiento con el Comité de Enlace del Frente Popular y su destierro de
Almagro, a principios de 1938. Él, que era la viva representación del
republicanismo local, fue castigado por los “suyos” por incompatible con el
Frente Popular. Gran paradoja
-¿Has podido
encontrar respuestas a por qué mataron a tu abuelo?…o ¿a por qué lo
represaliaron los propios republicanos?
-Su significación
política, su vehemente defensa de la legalidad republicana, su denuncia de los
“fascistas”, sumadas a su condición de maestro (un oficio tan perseguido
por los sublevados como los religiosos en la retaguardia republicana, pues
ejercían una suerte de “sacerdocio laico”) lo hubieran situado en la diana de
los golpistas de haberse incorporado la provincia de Ciudad Real a la España
sublevada en julio de 1936. Si a ello añadimos su participación como testigo
de cargo en un juicio de un tribunal popular en octubre de 1936 (contra un
militar y dos hermanos empresarios), su papel como responsable político de los
soldados almagreños en el frente del Jarama y las acusaciones del alcalde socialista,
con quien mantuvo un enfrentamiento político enconado, provocaron que sobre
Alberto López Crespo se desarrollara una “tormenta perfecta”. Puede decirse que
su suerte estaba echada desde 1936. Suscitaba recelos entre ciertos sectores
obreros por vestir y comportarse como un burgués y fue señalado por los
falangistas, acusado de ser un “rojo” peligroso”, inductor de los desmanes
revolucionarios. Nada que se pudiera probar. Pero la justicia vengativa
franquista no necesitaba de pruebas. A diferencia de un estado de derecho, el
reo tenía que demostrar su inocencia. Y si los acusadores eran los falangistas
o los familiares de las víctimas de la violencia revolucionaria y si, además,
los testimonios a su favor de aquellos que habían salvado la vida por su
intervención no llegaban, poco podía hacer para salvar el cuello.
-¿Se han quedado hilos
sueltos o preguntas sin respuestas?
-Sí claro. Los
historiadores buscamos respuestas en la documentación disponible. Pero cada
certeza suele conducir a nuevas preguntas. Si, además, hay lagunas
documentales, lo que aparece es un puzle incompleto que impide responder a
todas las dudas existentes. Por otra parte, no hay ningún relato histórico
definitivo. La aparición de nuevas fuentes o de nuevas publicaciones
y la necesidad de formular nuevas interpretaciones y enfoques para
cada generación deben llenarnos de prudencia. En el caso de mi abuelo, por
ejemplo, hay dudas razonables sobre por qué no firmó la actas
municipales como síndico o por qué faltan páginas en su expediente
judicial sumarísimo.
-Pero la trayectoria
en el magisterio de tu abuelo dejó huella, coméntanos…-Así, también en la
política, ¿no?…
-Los testimonios de
sus alumnos siempre fueron de admiración. En contraste con la buena memoria de
su labor docente, la huella política que dejó fue distorsionada por propios y
extraños. No hizo precisamente amigos en su experiencia política, pues se tomó
muy en serio su papel fiscalizador municipal. Al final acabó repudiado por los
vencidos y odiado por los vencedores.
-Almagro, ¿le recuerda
como es debido?
-No figura en el
listado de almagreños “ilustres”, pero sí en el callejero, con una placa
dedicada al “maestro Alberto López”, en una calle urbanizada hace unos años,
pero que casi nadie vincula con su memoria. La aparición de este libro cambiará
esta dinámica, seguro.
-¿Hasta qué punto
crees que este libro invita a la reconciliación en torno a la Memoria Histórica
o preguntado de otra manera es este un ejercicio más, desde la escritura
testimonial, a la Memoria histórica?
-Insisto en que este
libro es un ejercicio de conversión de la memoria en conocimiento histórico. Al
escribirlo, he afrontado mis propios fantasmas del pasado y espero que los
lectores hagan lo propio con los suyos. No hay reconciliación posible sin conocimiento
y sin catarsis. No es una escritura meramente testimonial. Es una contribución,
modesta, pero en la línea de construir una memoria cultural, democrática y
didáctica.
-Lo que no acabo de
entender es como una persona como tu abuelo, ligado a las ideas republicanas,
pudo sufrir la represión: por partida doble y por parte de los dos bandos..¿Qué nos puedes explicar?
-Señalar a quienes
consideraba infiltrados, quintacolumnistas (aunque no usará este término,
sino el de “fascistas con careta”) por su actuación deshonesta con motivo de la
marcha de dos centenares, aproximadamente, de milicianos al frente y la
difusión de rumores que pusieron en peligro a su propia familia (objeto de un
tumulto el 10 de enero de 1937, que casi acaba en un linchamiento público) no
lo pudo perdonar y lo denunció. Pero poco después pasó de denunciante a
denunciado. Y aunque esa vía judicial encalló, fue expulsado por las
autoridades frentepopulistas almagreñas a inicios de 1938. Año y medio
después, sin embargo, fue condenado a muerte por la justicia militar
franquista, acusado de “adhesión a la rebelión”. ¿Cómo alguien puede ser, a la
vez, tan poderoso y tan vulnerable?
-¿Por qué has titulado
este testimonio de tu abuelo como “El Ventanuco”?, ¿qué dignifica para ti “un
ventanuco” para haberlo titulado de esta manera?...me parece muy, muy
simbólico…una pequeña grieta por, aunque de manera triste y casi
miserable, aún así…podía entrar la luz, un poco de aire…¿Qué nos puedes comentar?
-El Ventanuco, título
que he mantenido hasta el final (pese a que el editor, probablemente con mejor
criterio que yo, lo consideraba poco atractivo) tiene que ver con el
lugar que fue primero sede del Ateneo Libertario durante la guerra y fue usada
como prisión en la posguerra, dada la saturación de la cárcel del partido
judicial. La foto que ilustra la cubierta es el aspecto actual del ventanuco
que se ve en el solar vacío enfrente del Ayuntamiento, que un día acogió la
“Casa de los Miradores”, y que, efectivamente, es toda una metáfora, por
lo que supone de mirada, de entrada y renovación del aire, en un entorno de
destrucción, pues desde ahí se planeó buena parte del terror revolucionario y
sirvió de lugar de reclusión y castigo del terror franquista. Los últimos meses
de su vida, el recluso Alberto López Crespo no vio más luz que la que entraba
por él. Y ocho décadas después es la huella visible del pasado traumático que
analiza este libro.
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