Cazarabet conversa con... Diego Díaz Alonso, autor de “Disputar las banderas. Los comunistas, España y las cuestiones
nacionales (1921-1982)” (Trea)
Diego Díaz
Alonso escribe este ensayo desde la
colección Piedras Singulares de Trea y desde la
génesis de su tesis.
Lo que nos dice la
sinopsis del libro, nos ayuda a ello Juan Andrade el historiador que ha escrito
esta introducción al libro de Diego Díaz Alonso:
«Una pregunta ha
inspirado su trabajo: si la izquierda actual puede sostener con éxito un
discurso patriótico español que reconozca a la vez la plurinacionalidad de
España sin que ello repela a quienes, respectivamente, desconfían de una cosa u
otra. Hubiera sido interesante preguntarse también por quienes pudieran ser
indiferentes hacia ambas cosas. En cualquier caso, este libro no pretende
responder a esta pregunta, que quizá no tenga respuesta en el plano
apriorístico de la reflexión teórica. Este es un libro de historia que ofrece
buenos materiales y recursos para abordarla. Estos materiales y recursos son los
análisis históricos de experiencias pasadas, que no son iguales a las actuales,
pero sí en alguna medida análogas. Las analogías que laten en algunos momentos
del libro quedan al albur del lector. Y es bueno que así sea, pues, por
paradójico que resulte, los materiales historiográficos son útiles al debate
político actual cuando se elaboran de manera autónoma con respecto a él, cuando
el análisis del pasado coge fuerza de inquietudes presentes, pero no se hace
desde el presentismo. Solo así se puede aprender de
un pasado que no sea un mero reflejo de los anhelos o frustraciones actuales.
La utilidad que este libro tiene para el debate político se debe a que es un
libro de historia que está teórica, metodológica y técnicamente muy bien
construido. Eso hace que también sea atractivo para quien no esté interesado en
el debate actual, sino simplemente en la historia, o afronte el debate actual
desde convicciones políticas distintas. Su autor hace acopio de multitud de
fuentes, las procesa críticamente, utiliza marcos interpretativos actuales para
tratar de entender el pasado desde sus propios parámetros y construye un relato
con pulso narrativo. Ello tiene más mérito si se considera el marco cronológico
y espacial que abarca, inusualmente amplio en un trabajo de investigación.» .
El autor Diego Díaz
Alonso: es doctor en historia por la Universidad de Oviedo. Los nacionalismos,
las izquierdas y los movimientos sociales, y las relaciones entre cultura y
política son sus principales temas de investigación. Ha colaborado en los
libros colectivos Els raons
dels indignats (Raimundo
Viejo, coord.) (2011), El movimiento obrero en Asturias durante el
franquismo: 1937 1977 (Rubén Vega, coord.) (2013) y El proceso
separatista en Catalunya. Análisis de un pasado reciente: 2006 2017 (Enric Ucelay, Steven Forti y Arnau González, coord.) (2017). Colabora
habitualmente en El Salto y forma parte del consejo de redacción de
la revista Atlántica XXII.
Cazarabet
conversa con Diego Díaz Alonso:
-Diego, ¿qué es lo que te hace
acercarte a la relación entre “la izquierda” y “los nacionalismos”; qué te
atrae o casi diría te apasiona?
-Sigue
siendo un tema, o mejor dicho, un problema, de difícil resolución. Lo acabamos
de ver en las últimas elecciones. Mientras las derechas comparten una idea muy parecida
de España, en las izquierdas los planteamientos y sensibilidades son muy
diferentes, a veces incluso antagónicos.
El nuevo gobierno de PSOE y Unidas Podemos va a tener que armonizar dos
maneras muy diferentes de afrontar la cuestión catalana.
-¿Qué nos encontraremos en este libro?; ¿cuáles son las
cuestiones que has querido saldar?
-Es
un libro de historia. Recorre un periodo más o menos largo, 1921 – 1982,
centrándose en la fuerza política de las izquierdas españolas que probablemente
más en serio se tomó la problemática nacional y que trató de resolverla con una
síntesis discursiva que a la vez reivindicaba un nuevo patriotismo de las
clases populares y una idea de España no monolítica, sino diversa,
plurinacional y plurilingüe. Es un libro que analiza tanto los discursos y
elaboraciones teóricas, como la práctica política, y que en ningún momento
oculta ni los límites de estas, ni las indudables tensiones y contradicciones
entre la realidad y el deseo.
-¿Cómo se acerca el comunismo al nacionalismo o nacionalismos?;
¿Qué relaciones se establecen?
-Se
acerca inicialmente con desconfianza, porque buena parte de los nacionalismos
periféricos tenían un claro sesgo burgués y conservador. Los comunistas van
provistos de un manual de instrucciones, el leninismo, que aparentemente había
sido exitoso para lograr la transición de un imperio plurinacional, multiétnico
y con una enorme diversidad lingüística y religiosa, a una federación de
repúblicas soberanas. Por eso los primeros acercamientos en los años 30 son muy
miméticos de la experiencia bolchevique. Se opone a los estatutos de autonomía
la defensa del derecho a la autodeterminación de las nacionalidades oprimidas
por el imperialismo español, y se defiende la Unión de Repúblicas Socialistas
Ibéricas frente a la República burguesa del 14 de abril. Todo eso va a cambiar
a partir de 1935. Con el viraje a la política del Frente Popular se abandonan
las posiciones maximalistas y se revalorizan, frente a la amenaza fascista, los
avances democráticos contenidos en la República y los estatutos de autonomía.
Para defender la democracia y el autogobierno, que las derechas ya habían
anulado en Catalunya tras los hechos de octubre de 1934, se pone en marcha una
alianza de republicanos, socialistas, comunistas y sectores progresistas del
nacionalismo catalán, vasco y gallego que va a ganar las elecciones de febrero
de 1936, y cuyo proyecto en materia nacional era extender los estatutos de
autonomía a otros territorios. Un proyecto que como es sabido frustra el golpe de
Estado del 18 de julio.
-¿Hay enfrentamientos entre el comunismo sentido desde Cataluña
y con sentir catalanista como el del Bloc Obrer i Camperol y el que sale de Madrid y del PCE?
-Creo
que esos enfrentamientos tenían que ver con discrepancias más generales de la
dirección del BOC con la dirección del PCE y con la línea política marcada por la Komintern.
Maurín hasta 1935 defiende una política un poco menos izquierdista que el
comunismo “oficial”, y más favorable a
buscar acuerdos con otras fuerzas progresistas, empezando por el PSOE, con el
que el BOC llegaría incluso a formar un frente electoral en Catalunya en 1933.
Las discrepancias sobre Catalunya no serían lo más importante en todo caso,
aunque Maurín, dentro de sus críticas a los dirigentes del partido, también
consideraba que el PCE minusvaloraba la importancia de la cuestión nacional en
el proceso político español.
-¿Esas diferencias ya están encima
de la mesa antes de la Guerra Civil Española?
-En
1935 la Komintern y el PCE dan un giro de 180º con la apuesta por el Frente
Popular y por una alianza antifascista con las clases medias democráticas.
Maurín no secunda este viraje, y radicaliza sus posiciones justo en un momento
que el PCE las suaviza. Considera que la lucha no es entre fascismo y
democracia, sino entre fascismo y socialismo, y defiende un discurso más duro,
puramente obrerista, sin influencias republicanas ni guiños a las capas
medias.... Además se alía con los trotskistas, funda el Partido Obrero de
Unificación Marxista, y trata de expandirlo fuera de Catalunya, tratando de
construir una alternativa comunista en toda España al PCE.
-¿Cómo era todo este encuentro y desencuentro en otra de las
regiones con sentimiento nacionalista como puede ser el País Vasco?
-El
nacionalismo vasco tiene unos orígenes muy reaccionarios, ligados al carlismo,
al catolicismo más integrista y a una ideología romántica y etnicista
que concibe al pueblo vasco como un reducto de pureza racial, una “aldea gala”
asediada por una inmigración española, avasalladora, atea, socialista,
degenerada racialmente... Sin embargo, en los años 30 esto empieza a cambiar.
Comienza a tomar fuerza un ala republicana, liberal, democristiana o incluso
socialdemócrata del nacionalismo vasco. Además el abertzalismo se hace más
popular, penetra en el campo y arraiga con fuerza en un tipo de obrero
autóctono de reciente proletarización. Los comunistas hacen intentos por vasquizar su imagen y su discurso para atraer así a los
campesinos pobres y a los trabajadores nacionalistas que están en el sindicato
ELA, en el PNV o en Acción Nacionalista Vasca, que es un pequeño partido de
izquierdas que apoya el Frente Popular y admira el federalismo soviético.
-Sean comunistas nacionalistas catalanes, españolistas o
centralistas….aún con esa diferencia ambos discursos se encontraban en la lucha
contra el fascismo, es así?; ¿qué nos puedes explicar?
-La
Guerra Civil es una experiencia de lucha conjunta contra el franquismo y el
fascismo internacional en el que la República y sus símbolos se convierten en
un patrimonio común de todos los antifascistas. Republicanos, socialistas,
comunistas, anarquistas, nacionalistas vascos, galleguistas
y catalanistas de izquierdas colaboran en defensa de la República, pero no sin tensiones
y choques. El PCE y una parte del PSOE consideraban imprescindible para ganar
la guerra recentralizar el poder político y el mando
militar, superando así la fragmentación de la España republicana. Esto chocaba
no sólo con los múltiples organismos de base que habían proliferado desde julio
de 1936, sino también con la pretensión del PNV y de ERC de aprovechar la
guerra para aumentar las competencias de sus respectivos gobiernos autonómicos.
Además, en agosto de 1937, después de perder Vizcaya y Guipúzcoa, el PNV se
rinde de forma unilateral en Santoña, sin
comunicárselo a las autoridades republicanas, en lugar de poner, como parecía
lógico, sus milicias al servicio de la defensa de Cantabria y Asturies. También durante toda la guerra hay conspiraciones
de los separatistas catalanes, al margen del president
Companys, para proclamar la independencia de
Catalunya y declarar la neutralidad catalana. Un auténtico disparate que
ninguna potencia internacional apoyaba y que Franco no iba a consentir.
-¿Es mucho preguntarte qué idea “de Estado” tenía el PCE…?, ¿una copia de URSS?
-Hasta
1935 sí. A partir de 1935 su apuesta es una República democrática,
plurinacional, con elementos económicos socializantes, lo que posteriormente se
definirá como una democracia avanzada.
-¿Cómo fueron las relaciones entre el PCE y el PSUC?
-Pasan
por muchas fases. Hay periodos de enorme compenetración y otros de
enfrentamiento a cara de perro, también con serias divisiones dentro del
partido catalán entre soberanistas y partidarios de estrechar relaciones con el
PCE. El PSUC es una experiencia singular y exitosa. En la Guerra Civil se
convirtió en una alternativa catalanista, obrera y popular tanto a ERC como a
la CNT. En el antifranquismo fue la organización más fuerte de la resistencia
democrática, siendo el referente modélico para los comunistas de toda España, y
en la Transición obtuvo unos resultados electorales muy por encima del PCE.
Este ser “el primero de la clase”, así como su identidad catalana y
catalanista, llevó en determinados momentos a que la dirección del PCE le viera
más como un competidor que como un aliado, sobre todo durante la etapa de Comorera, al que se acusaba de ser un nacionalista
pequeñoburgués más cercano a la dirección de ERC que a la comunista, así como
en 1980-1981, cuando la dirección del PSUC hace críticas muy serias a la
política de Carrillo, que muchos comunistas del resto de España comparten. Una crisis que acaba con la fractura del PSUC
y la escisión del PCC.
-¿Por qué y de qué manera se pasa
de “los frentes populares a los frentes nacionales”?
-Tras
la invasión alemana de la URSS la Komintern llama a movilizar a todas las
fuerzas patrióticas contra el nazi fascismo.
En Europa algunos sectores conservadores, monárquicos, burgueses, se unen a las
resistencias antifascistas. En España no pasa de ser una consigna sin
traslación a la realidad.
-Después de la II Guerra Mundial o cuando Alemania ya estaba
entre la espada y la pared…se miró otra vez a España, pero la reconquista por
parte del PCE y de la ofensiva de los maquis fue un fracaso, ¿qué nos puedes
comentar?
-El
objetivo era aprovechar la fuerza militar acumulada durante la resistencia
francesa para lanzar una ofensiva en los Pirineos que obligara a los aliados a
intervenir y apoyar el restablecimiento de la democracia en España. Sin
embargo, pronto se demostraría el escaso realismo del plan dada la debilidad
militar de los combatientes para una empresa tan arriesgada, así como sobre
todo la escasa voluntad de Francia y Gran Bretaña por desestabilizar el
franquismo en un contexto internacional en el que el comunismo producía a las
cancillerías occidentales más miedo que una dictadura aislada y periférica como
la española, y que sabría hábilmente alinearse con los vencedores de la Segunda
Guerra Mundial.
-¿El PCE sigue sin “asimilar” a los
“otros comunismos” o va evolucionando en esto?; ¿cómo y de qué manera?
-En
los últimos momentos de la dictadura algunos militantes “izquierdistas”
empiezan a ver que el PCE es la fuerza más seria, mejor organizada y con una
hoja de ruta más realista que sus respectivos partidos para lograr una salida
democrática del franquismo. Esto lleva a un pequeño goteo de personas de la
izquierda radical al PCE. El grupo más numeroso es Bandera Roja, que tenía
bastante fuerza en el antifranquismo catalán, tanto en la Universidad, como en
los barrios populares, y que se integra en el PCE y el PSUC. También algunos ex
militantes de ETA y sus sucesivas escisiones optan por entrar en el PC de Euskadi
al final del franquismo. Uno de estos ex militantes de ETA, Roberto Lertxundi, llegaría a ser líder del PC de Euskadi en los
primeros años de la democracia.
-¿La transición hacia las autonomías qué tenía de particular
vista desde esos ideales?
-Los
comunistas reafirman su apuesta por una República federal en su manifiesto
programa de 1975. Sin embargo las correlaciones de fuerzas de la Transición
obligan a un reajuste de las expectativas. Habrá que aceptar la monarquía y
renunciar al federalismo, si bien la Constitución de 1978 reconoce el derecho a
la autonomía de “nacionalidades y regiones”. Fue un empeño de comunistas,
socialistas y nacionalistas catalanes, y abre la puerta a una lectura federalizante de la Constitución. Los comunistas van a
apoyar, y en ocasiones incluso impulsar el proyecto autonómico, considerando
que las autonomías contribuyen a la democratización del Estado, a hacerlo más
participativo y cercano a los ciudadanos, así como a mejorar la cohesión
territorial reduciendo las desigualdades regionales. En regiones pobres o en declive la autonomía
va a ser defendida por las izquierdas como una palanca para el desarrollo
económico.
-Amigo, para ti ha fracasado el comunismo desde el PCE y desde
los diferentes lugares con “sentir nacionalista”?
-La
apuesta comunista más exitosa en materia nacional fue sin duda el PSUC, que
llegó a ser la segunda fuerza política en Catalunya en las generales de 1977 y
1979, así como la primera en muchos ayuntamientos, sobre todo del área
metropolitana de Barcelona. El PSUC logra definir y ponerse al frente de un
nuevo catalanismo popular, progresista, no etnicista,
solidario con las regiones más pobres de España y abierto a la inmigración.
Hasta el triunfo del pujolismo será un discurso
hegemónico entre los demócratas catalanes, e incluso
Convergencia tendrá que asumirlo en parte. En cambio, ni el PC de Euskadi ni el
PC de Galicia tendrán resultados similares, siendo en ambos casos superados por
izquierdas nacionalistas más potentes. Los comunistas en todo caso juegan un
papel clave en la democratización del Estado, y dentro de esa democratización
está el reconocimiento de las autonomías y de las lenguas que no habría sido
posible sin el apoyo decidido de las izquierdas.
-¿Qué se hizo mal o muy mal para estar como estamos respecto de
unos nacionalismos y otros y las maneras de ¿cómo diría?, “airearlos” o
“llevados a cabo”?.
-Durante
años se habló de un conflicto vasco y en contraposición de un oasis catalán.
Hoy sin embargo parece que los términos se hayan cambiado. Catalunya vive un
conflicto político sin precedentes, con unos niveles de movilización del
independentismo enormes, incluso en sus momentos más bajos, mientras que en
Euskadi el nacionalismo vasco, hegemónico por otro lado, está mayoritariamente
integrado en el sistema político. La desaparición de la violencia ha permitido
redescubrir que el País Vasco es uno de los lugares de España con mayor nivel
económico y de bienestar. El PNV, que
tras el fracaso del Plan Ibarretxe renunció a
impulsar un proceso soberanista, goza por su gestión de una enorme popularidad
y aceptación social, que va más allá del mundo estrictamente nacionalista. En Catalunya en cambio la independencia
parece imposible, sobre todo porque no le interesa a ningún actor internacional
importante, pero la crisis política puede seguir por muchos años, e incluso
agravarse la fractura sentimental y emocional. Impulsar el diálogo e indultar a
los presos podría ser un primer paso positivo para templar las emociones y
comenzar a resolver un escenario que parecía de ciencia ficción hace años.
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