La Librería de El Sueño Igualitario

02052017165105.jpgCazarabet conversa con...   Olga Pueyo Dolader, introductora del libro “De Las Armas a Montemolín” (Institución Fernando el Católico) de Gabriel García Badell

 

 

 

 

 

Una novela rescatada por la Institución Fernando el Católico y que ya en su día dio mucho de qué hablar.

Una novela elegante desde la propuesta inicial al desarrollo y al desenlace. Tanto el contenido como el continente de la narrativa es excepcional que nos ofrece como en acogida algo muy especial…

Una novela valiente y censurada desde la pluma de Gabriel García Badell, un visionario de la literatura en tiempos de la tardía dictadura.

Forma parte de la colección Letra última, 10 de la Institución Fernando el Católico que nos tiene acostumbrados a que publiquen buena literatura.

La introducción y materiales complementarios corren a cargo a Olga Pueyo Dolader.

Se trata de un libro y de una pluma, la de Gabriel García Badell, que sufrieron la censura y el secuestro; os dejamos adjunto este enlace para que podamos estar como más al tanto de este escritor: https://es.wikipedia.org/wiki/Gabriel_Garc%C3%ADa-Badell

 

Reseña de Jorge Sanz Barajas: “La Zaragoza rescatada de Gabriel García Badell” (Heraldo de Aragón)   

http://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/35/95/resenaheraldosanbarajas.pdf

 

Reseña de Juan Bolea: “Gabriel García Badell, cada vez más joven y actual” (El Periódico de Aragón)

http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/opinion/gabriel-garcia-badell-vez-mas-joven-actual_1194668.html

 

Un suspiro de lo que nos espera desde  esta narrativa exquisita:

El autor presenta una visión aguda de Zaragoza en un tenaz callejeo por su epidermis urbana. Como señala Olga Pueyo Dolader, responsable de la edición, la búsqueda constante de autenticidad motiva el inconformismo de los protagonistas de García Badell: unos seres enfrentados generalmente a situaciones límite que ponen en evidencia la trágica condición humana. El hecho de resultar finalista del premio Nadal en cuatro ocasiones, el interés que suscitó entre la elite intelectual y política de aquellos años, y sus propios lectores contribuyeron a afianzar el prestigio del autor. Sus amistades reunieron a figuras tales como los hermanos Labordeta, Manuel Pinillos o Alfonso Zapater, entre otros.

Nos acercamos a plumas que lo conocieron:

http://antoncastro.blogia.com/2005/061601-la-utopia-de-gabriel-garcia-badell.php

 

 

Cazarabet conversa con Olga Pueyo Dolader:

-Amiga, estamos ante una novela monumental en el contenido y en el continente que, la verdad, es la historia de una derrota lastrada y de la revancha tomada desde el pensamiento.

-La novela tiene como marco la Zaragoza de finales de los años sesenta, pero presenta, desde luego, una ciudad cuyo trasfondo es la Guerra Civil. En la Zaragoza a la que llega el protagonista, Carisio, desde el exilio, se conmemora cada mes de abril la toma de la posición de San Simón, en la sierra de Alcubierre. La gravedad de la represión tras la guerra cobra vida narrativa en el espacio urbano del cementerio de Torrero, en cuyas tapias fue fusilado el padre de Carisio. Los amigos que conforman el grupo del padrastro de Carisio pertenecen al bando vencedor y exhiben todos los resabios de esa burguesía provinciana: nacional católica, farisaica, devota de los mitos que fundamentan las convicciones de los zaragozanos (la aparición de la Virgen, la peregrinación del apóstol Santiago, el martirio de santo Dominguito de Val, las bombas sobre el Pilar…), contenta de su mediocridad. Frente a ellos, Carisio pondrá en entredicho las relaciones de poder y llevará al límite su ataque contra el fariseísmo.

-Este escritor es de los que te entra desde dentro, desde los huesos, porque es así como escribe, sin estridencias y yendo como a piñón fijo, el autor. ¿Lo ves así?

-Las dieciséis novelas publicadas de García Badell forman un corpus coherente. Sus libros eran el soporte que le permitía levantar ficciones contra la manipulación de la conciencia individual. En su narrativa, los protagonistas se sienten atrapados por el fraude de la existencia y tratan de asumir personalmente el reto de existir. Su narrativa no puede ser tildada de crítica social en sentido estricto: lo que late bajo el inconformismo de sus tramas es desvelar las implicaciones filosófico-morales que se derivan de las estructuras. La intranquilidad, la angustia, el extrañamiento que domina a sus protagonistas les enfrenta siempre a una sociedad cimentada en la seguridad. Una seguridad que fomenta tanto el gregarismo social y político como el dogmatismo religioso. En este sentido, hay que señalar que, frente al anticlericalismo y el antidogmatismo predominante en su literatura, en sus novelas fluye siempre una espiritualidad que funciona como presagio de una vuelta a la unidad primigenia tras la muerte.

-¿Qué radiografía puede hacerse de De Las Armas a Montemolín? Preguntado de otra forma, ¿qué lectores se fijarán en este libro y, seguro, lo degustarán?

-De Las Armas a Montemolín es el primer libro de la pentalogía que tiene como escenario la ciudad. En ellas, Zaragoza se yergue como paradigma del contexto sociopolítico durante el tardofranquismo y los primeros años de la Transición, y la visión de conjunto sobre la ciudad arroja un saldo desolador. En esta novela, la mirada de García Badell nos ofrece la ciudad como una síntesis de espacio y tiempo que aglutina un sistema de valores bastante homogéneo. Un horizonte ideológico que a través de la figura de Carisio, alguien ajeno a la comunidad, revela ese entorno ciudadano como un espacio de tensiones. El acercamiento a esos conflictos está concebido desde la perspectiva de lo inauténtico; por ello la novela incide en el diseño de ambientes que resultan claustrofóbicos. La ciudad misma es un lugar cerrado y hasta sus calles conforman un dédalo laberíntico. El espacio está acotado desde el mismo título de la novela: al oeste, la calle de Las Armas, y al este, el barrio de Montemolín. Al norte queda la barrera natural del Ebro, que exhibirá su simbología defensiva al final del libro, cuando Carisio, conducido por dos guardias civiles, sea desterrado. El sur se concreta en los enclaves narrativos del cementerio y la cárcel de Torreo, y, entre ambos, el Pinar de Venecia. En ese perímetro el autor levanta un plano detallado de la ciudad en el que las diferentes situaciones narrativas se combinan para plasmar los distintos aspectos ideológicos, sociales y culturales que subyacen a la visión de la misma.

Esta novela permite al lector actual conocer una de las primeras muestras que, desde una perspectiva crítica, conforman el ya extenso corpus narrativo de la Zaragoza literaria. En De Las Armas a Montemolín  mundo recreado y acto escritural están muy cercanos en el tiempo: la acción transcurre entre 1969 y 1970 y el libro se publicó en 1971. No pasa lo mismo con las visiones literarias posteriores, pues, aunque son muchos los autores que han abordado la Zaragoza de la guerra y la posguerra, sus novelas fueron escritas después de la muerte de Franco y no tuvieron que lidiar con la censura editorial.

-Era un escritor, y todavía lo es, conocido por ser el que más veces ha sido finalista del premio Nadal; no es que seamos muy de premios ni que lo dejemos de ser, pero hubo unos años en que el premio Nadal era para escritores rotundos, sobrios, y que quienes lo ganaban o quedaban finalistas eran solamente escritores de los muy, muy buenos.

-Sí, es verdad que el Nadal, hasta mediados de los sesenta, fue un premio importante que se caracterizaba por descubrir nuevos valores. Ya en los setenta, la línea anterior queda bastante desvirtuada y vemos que los galardones se dedican a premiar a autores ya conocidos; es el caso de Fernández Santos, que resultó ganador en la convocatoria de 1970 en la que García Badell resultó finalista con De Las Armas a Montemolín. La insistencia con la que García Badell concurrió al premio a lo largo de esa década tiene algo de desafío. En cuatro ocasiones quedó finalista y una quinta fue semifinalista. Presentarse a los premios era una forma de conseguir la publicación, pues los catálogos de las editoriales se han nutrido siempre tanto de los galardonados como de los seleccionados, pero la gran paradoja que se dibuja en su reiterada participación es que, pese a que buscaba el éxito, nunca hizo ninguna concesión comercial.

-Casi todas sus novelas y narraciones tienen como escenario a Aragón; ¿era, fue, un aragonesista en sus narraciones?

-Pese a ser madrileño, García Badell tuvo mucha vinculación con Aragón. Su madre era de Huesca y, además, tenían una casa en Canfranc donde la familia pasaba las vacaciones. Sus destinos profesionales en el IRYDA lo llevaron a trabajar primero en Huesca y, posteriormente, en 1971, en Zaragoza, donde se instaló definitivamente. En la ciudad se codeó con la élite intelectual y política del momento. Fue amigo de Emilio Gastón, de los Labordeta, de Alfonso Zapater, de Eloy Fernández Clemente y de gran parte de los colaboradores de Andalán. Su aragonesismo se cifra en el paisanaje. Cinco de sus novelas transcurren en Zaragoza. La ciudad de Huesca en el contexto bélico es el marco de dos de sus narraciones. Y en la parte alta del río Aragón, en esos parajes agrestes que simbolizan literariamente una concepción panteísta del mundo, se sitúan tres de sus novelas.

Su aragonesismo dista, por supuesto, del folklorismo baturro que la burguesía franquista postulaba, pero también de ese aragonesismo reivindicativo posterior. Aunque fue compañero de viaje del PSA, en sus colaboraciones periodísticas del periodo autonómico puede verse la decepción ante la nueva administración. Con amargura vislumbró cómo el nuevo periodo que se abría con la Transición no suponía la verdadera revolución interior del hombre que su literatura demandaba; también supo darse cuenta de que la gestión autonómica no iba a ser otra cosa que centralismo adjetivado de aragonés. Frente al nacionalismo y el regionalismo defendía el universalismo y la condición de apátrida.

-Los escritores de la posguerra y de la dictadura tenía algo de especial, porque ante la pluma, la libertad de expresión, y esa imaginación que puede convertir un papel en blanco en lo más parecido a la revolución, pues me imagino que los escritores medían sus fuerzas, pero siempre teniendo en cuenta, sobretodo, el mensaje que querían transmitir. Épocas y tiempos demasiado duros para ser tan libre.

-Sí, efectivamente, eran tiempos duros. De las tres novelas de las que se conserva documentación en el Archivo General de la Administración, dos sufrieron el rigor censor. De Las Armas a Montemolín fue secuestrada y su autor procesado; pero fue Las cartas cayeron boca abajo, también finalista en el Nadal, la que corrió pero suerte. Habida cuenta de lo sucedido con De Las Armas a Montemolín, la editorial Destino presentó la novela a censura previa. En un primer momento la novela fue denegada y, tras una reconsideración en la que mediaron influencias, se autorizó su publicación con tachaduras. Las tachaduras suponen un quebrantamiento del texto original y una mediatización hacia el lector, pero, además, colocan al autor en una situación difícil, pues éste se debate entre aceptar las tachaduras y colaborar de alguna manera o guardar el libro en un cajón.

-Por cierto, ¿cómo crees que le influyó a este escritor ser hijo de la guerra y la posguerra?

-García Badell nació en 1936, y como a cualquier joven que creció en esa España de la posguerra su formación estuvo marcada por la dictadura. Si bien él se educó en el Liceo Francés de Madrid, el nacionalcatolicismo reinante introdujo en aquellos jóvenes toda una serie de escrúpulos religiosos y prohibiciones morales que desvirtuaron su infancia. Y eso se ve en los protagonistas de sus novelas. La mayoría rompen con todas esas verdades inamovibles y llevan una vida disoluta, entregados al alcohol y al sexo, pero algunos se quedan presos en la malla que teje el pecado, el bien y el mal; son seres enfermizos, completamente anulados por la culpabilidad.

-Además, está todo lo que rodeó al libro: lo del plagio, lo del secuestro, el procesamiento. ¿Nos puedes decir si sabes cómo lo llevó esto el escritor?

-Hay que decir, en primer lugar, que la censura editorial fue un instrumento de la represión cultural llevada a cabo por el franquismo. En ese contexto, el secuestro de la novela representaba un ataque no sólo contra la libertad de expresión sino, sobre todo, contra los discursos que, desde la literatura, ponían en entredicho el mensaje unívoco de la dictadura. Desde luego no era la primera vez que se secuestraba un libro, pero sí un finalista del Nadal. Tras el secuestro, llegó el procesamiento del autor, que quedó en libertad provisional tras el pago de 100.000 pesetas de fianza. El dinero lo aportó Edith Dufour, que era ya su pareja y que luego sería su mujer. Edith estaba escandalizada, no entendía que algo así pudiese ocurrir. El asunto era serio, piensa que García Badell era funcionario y que si resultaba condenado su carrera profesional se habría visto comprometida. Tras seis meses de incertidumbre, la apelación del abogado Giménez de Parga ante la Audiencia de Barcelona fue favorable y se levantó el secuestro. Puesta de nuevo la novela en circulación, ocurrió como ocurría siempre en estos casos: la cuestión judicial creaba expectativas sobre el libro que redundaban en la buena comercialidad.

El asunto del plagio tiene otras implicaciones. La acusación partió de Zaragoza. Fue Mariano Rabadán Pina, presidente de la Asociación Amigos de Zaragoza, quien destapó en la prensa local que las primeras páginas de la novela coincidían casi literalmente con un artículo suyo publicado unos años atrás en la revista Zaragoza. Pero el plagio no fue tal y, que yo sepa, judicialmente no se hizo nada al respecto. Lo que sí había era un aprovechamiento intertextual explícito y en tono sarcástico de un artículo en el que Rabadán Pina proponía convertir el entorno de La Seo en un barrio baturro a emulación del Pueblo Español de Barcelona. Creo que el asunto muestra claramente la divergencia existente respecto a la idea de ciudad entre las elites franquistas del momento y la visión de la misma que se nos da en la novela. Que sea la Institución “Fernando el Católico” la que hoy edita la novela, organismo al que pertenecía la mencionada asociación, nos permite calibrar hasta qué punto las instituciones han cambiado en el periodo democrático.

-Quizás deberíamos leer más a ciertos escritores que, sin ser estridentes, ni falta que hace, son los que mejor despojan a toda una sociedad para que, luego, nos saciemos de sus vergüenzas.…

-Que pervivan unos escritores y que determinadas novelas sean encumbradas mientras obras importantes se ven relegadas, lo mismo que sus autores, no tiene nada que ver con el valor literario en sí. El concepto de “industria cultural”, que desde mediados de los años sesenta irrumpe de forma determinante en el campo literario, prima en la literatura. Como el acento se pone en lo que tiene de industria, todos los agentes que intervienen en la difusión de un libro: editoriales, suplementos de diarios y revistas literarias, programas culturales de radio, premios, críticos, ferias del libro…, se rigen por las expectativas de venta. Es difícil batallar contra ese monstruo de numerosas cabezas; nos queda contribuir a crear una sociedad civil que se resista ante todo este tipo de manejos económicos. La resistencia, que no está considerada una virtud, es la única posibilidad. Cuando alguien se topa con un buen libro tiene el deber ético de divulgarlo.

García Badell pertenece a la generación de escritores de los setenta. Muchos de ellos se vieron apeados de su carrera literaria con el cambio del panorama literario que se impuso desde los primeros ochenta. La visión ecléctica dominante en la literatura, y que correspondía a una conciencia posmoderna, supuso el triunfo de lo superficial borrando la frontera entre la cultura de altura y la comercializada para las masas. Los grandes temas que habían atenazado al hombre, ligados a la temporalidad y a la durée, se verán desplazados por un presente perpetuo. Términos como “alienación” y “angustia” desaparecerán. El desclasamiento y la marginalidad que caracterizaban al creador dan paso a un tipo de escritor presente siempre en los medios.

-¿Cómo crees que le pudo influir  a nuestro escritor la figura de Ramón J. Sender?

-Se conocieron personalmente con motivo de la entrega del IV Premio de Periodismo “Ramón J. Sender”. El diario vespertino Aragón/Exprés convocaba un premio internacional de periodismo que Badell ganó en 1975 con el artículo titulado “El castillo de Loarre o el espíritu de Tulgas”. En el acto de entrega del galardón en mayo de 1976 estuvo por primera y única vez Sender. Era su segundo viaje a España. Supongo que este encuentro propició cierto nivel de amistad. Cuando en 1999, muertos ya ambos, llega el legado de Sender en San Diego, a Zaragoza, entre los libros se contaban algunas novelas de García Badell.

Sin duda García Badell leyó la obra de Sender publicada en el exilio, que Destino dio a conocer en España a finales de los sesenta, pero no veo influencias directas. Coinciden en cierto pesimismo, en el escepticismo con que los protagonistas encaran la vida y sus conflictos, en el análisis trágico del sufrimiento humano, pero eso se encuentra también en muchos otros escritores. Por apuntar algún paralelismo, es quizás en Las cartas cayeron boca abajo donde el mensaje antibelicista de García Badell corre paralelo al que se desprende de la novela de Sender, Imán.

 

 

 

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De Las Armas a Montemolín. Gabriel García Badell. Introducción y materiales complementarios de Olga Pueyo Dolader   
334 páginas        14 x 21,5 cms.
15.00 euros
Institución Fernando el Católico

 

Secuestrado en 1971 por su posible contenido delictivo, y procesado su autor en 1972, este libro, como el resto de su obra narrativa, hicieron de García Badell un autor emblemático de los escritores censurados bajo el franquismo que luego no se incorporaron a las corrientes mayoritarias en los años de la consolidación democrática. De Las Armas a Montemolín contiene una visión punzante de la Zaragoza de principios de los años sesenta, y esta edición adentra al lector en la epidermis urbana, en el tejido temporal y en la dimensión ideológica y mítico-religiosa de esta novela-ciudad que abre la pentalogía del autor sobre Zaragoza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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