Cazarabet conversa con... Enrique
Gavilán, autor de “Cuando ya no puedes más. Viaje interior de un médico”
(Anaconda)
Un libro que se acerca, al día a día, de la profesión
médica de un médico de cabecera –o de familia--- que se ve como superado por
todo y que llega un momento que, aún desbordado y afectado en la salud, su
salud…da un paso adelante y hace de la escritura un ejercicio de superación y de catarsis…
El testimonio del facultativo Enrique Gavilán
nos dará qué pensar, pero es, a la vez,
es una lectura muy, muy necesaria….
Es uno de los primeros libros que nos
encontraremos desde la editorial Anaconda aquí en España…viene bajo la mirada
del más que experimentado editor Enrique Murillo que le pone todo su cariño,
pero ese que no está carente de exigencia ,lo que es una garantía.
La edición es más que sobresaliente, como
gusto editor, parte de la culpa más allá
del texto la tienen las ilustraciones de Mónica Lalanda.
Muy certero y casi apasionado el texto, desde
el prólogo de Rafael Bravo.
Aquello que nos explica, la sinopsis del
libro:
Enrique Gavilán ha escrito un libro sincero,
emotivo, absorbente… La vocación y el entusiasmo iniciales, el deseo de poner a
los pacientes por delante de todo, de rechazar las presiones de las
farmacéuticas… Todo eso de repente se trunca. Como dice Rafa Bravo: “Vas a
adentrarte en lo que un profesional escribió como terapia, recordatorio, apunte
de una situación difícil, en una profesión difícil y en un momento difícil de
nuestra historia reciente; pero no temas, vas a disfrutar, ¡de verdad¡, porque
te puedes encontrar reflejado, porque te darás cuenta de las grandezas y
miserias de una profesión…” Ilustrado por Mónica Lalanda.
Enrique Gavilán: Es médico por accidente—según
“reza” la solapa del libro que lo intenta definir y creo lo hace bien… Enrique
Gavilán ha trabajado en condiciones de precariedad como becario de
investigación, como docente y como médico, en clínicas privadas, en una cárcel,
en consultorios rurales, en las urgencias de varios hospitales y en una
ambulancia. De adolescente, echaba una mano colocando mercancías en un negocio
familiar. Ahora ejerce como escuchante e
interpretador de historias médicas; es decir médico de pueblo. Es inconformista
de vocación. Trata de seguir el ritmo de la batería—sin perder las baquetas en
el intento en un grupo musical que forma con Mario, David y Laura. Fan de Iggy Pop y Debussy. Ciclista de montes y senderos.
Ala-pívot que puede jugar como escolta en función de la altura del adversario.
Fotógrafo frustrado de canchos y almas callejeras. Natural de Estrelucía. Juntos, mejor que enfrentados.
Cazarabet conversa con Enrique Gavilán:
-Amigo, ¿cuándo se
produjo ese crujido que se siente en el interior, como un descosido, y que te
hace saber que has llegado al fondo y para quedarte una temporada como si en
los pies llevases zapatos de plomo?
-Se produjo tras un largo periodo en el que venía arrastrando primero
un desgaste acusado, luego mucha desmotivación y, por último, una preocupante
sensación de despersonalización. Durante todo este proceso, de unos 5-6 años,
hubo de todo, la mayoría momentos malos pero también espacio para la ilusión,
para el rearme y para el fortalecimiento. E incluso, instantes cómicos y
anécdotas para el recuerdo. Pensé mil veces dejar la medicina; menos mal que al
final no me decidí por la opción más radical.
-Cuánto te costó
encontrar una tabla como de salvación? ¿cómo y con qué estrategias o
instrumentos logras ir saliendo?
-Lo intenté de muchas maneras. Que si ejercicio, que si yoga, que si
retomar aficiones sacrificadas durante el camino, que si antidepresivos… Todos
estos fueron nada más que parches. Llegué a pedir a mis jefes que me ayudaran,
y tampoco funcionó. Al final fueron cuatro mujeres -mi madre, mi médica de
cabecera, una psicóloga y mi mujer- las que me ayudaron de forma definitiva a
salir del agujero. Y, por supuesto, escribir.
-Desde fuera y unos
años antes, quizás mientras estudiabas medicina, ¿te imaginabas o tenías en la
mente el panorama que te esperaba?---por lo que cuentas todo fue como en
progresión, dado que cuando estudiabas ya tenías tu particulares decepciones…—
-Ni por asomo… Medicina es una carrera muy larga y desaprovechada
donde quizá la carga teórica es demasiado alta y se da excesiva importancia a
los datos y a los aspectos biomédicos. Se echa de menos más contacto con la
realidad, con la vida de la gente. Pero luego, sea como sea la carrera, te
puedes topar al acabar con una realidad que es mil veces más compleja, y todas
las armas para afrontar ese reto de poner en práctica lo aprendido van a ser
pocas.
-¿Te has sentido
decepcionado?, por ejemplo cuando un médico hoy en día se pasa más tiempo entre papeles y tecleando al ordenador
que dedicado plenamente a escuchar y mirar a los pacientes?
-Por ejemplo. La medicina, y más en la atención primaria, es mitad
ciencia y mitad interacción humana y arte. La desilusión vino cuando en esa ecuación
ganaban peso la tecnificación y la burocracia frente a las otras dos.
-Cuando estabas en
el pozo, allí en el fondo, esas veces, sin encontrar la cuerda para subir y
para que te ayudasen…allí solo… ¿te
sentiste solo y lo que es peor, creo, como sin comprensión? ¿Hay comprensión en
la profesión médica o se confunde
comprensión, cercanía y “cierta dosis de
empatía” con el corporativismo?
-Hay incomprensión, sí. Creo que no nos tomamos en serio lo del burnout. Aunque tenemos claro que las condiciones de
trabajo y las relaciones interpersonales son clave para caer en la hoguera del burnout, al final terminamos responsabilizando
exclusivamente al individuo. Esto hace que te sientas doblemente culpable: por
no haberlo prevenido y por no poder encontrar una solución que te hacen ver que
está en tu mano sin estarlo, al menos de manera exclusiva.
-¿No hay vocación
que valga cuando la realidad irrumpe de esta manera tan bestia?.De fuera puede parecer una profesión ---como el resto del
abanico de la sanidad—como “muy romántica” y que
compensa, pero no son pocos los que entran en cierto bucle…
-De la vocación no se come, ni tampoco se vive. Creo que la visión que
se tiene, que tenemos, de las profesiones sanitarias, es demasiado idealizada,
romanticona y a su vez exigente. Se olvida que somos personas, con nuestras
necesidades y limitaciones. Hacen falta otra serie de referencias profesionales
y construir otro relato más actual y realista de la sanidad.
-Es entonces cuando
por muchas veces que te laves la cara y te mires al espejo peor te ves,
¿verdad?, ¿por qué crees?….
-Un efecto, quizá el último y más cruel de todos los que componen el
complejo del burnout es precisamente que pierdes la
noción de ti mismo. Te dejas de reconocer en tus actos (al reaccionar de forma
cínica ante el día a día), en tu forma de trabajar (te sientes como una pieza
accesoria en un engranaje que tiene su propia inercia) e incluso en tu propio
físico (el cuerpo refleja toda esta batalla interior estropeándose, enfermando
y aviejándose).
-Se habla mucho de
la importancia de la empatía en el día a día, pero si desde tu
profesión empiezas a tirar de mucha empatía te puedes hundir… ¿cómo lo llevabas
y, lo más importante, cómo lo llevas ahora?; ¿cómo se encuentra ese equilibrio
perfecto para saber “ser sensible”, empático en la dosis
perfecta sin riesgo de romperte?
-La empatía puede conducir a la fatiga, a la larga, cuando tienes que
dar respuesta a diario con el sufrimiento humano, pero no al burnout. Son dos cosas distintas. El burnout
mana de la dificultad de conciliar el deseo de regirte por tus principios
vocacionales con una realidad machacona que te convierte en un robot. De la
fatiga por compasión conviene cuidarse también, como no. Esto es una carrera de
fondo. Pero la empatía es necesaria. También los profesionales sanitarios la
necesitamos, para nosotros.
-Cuando estudiabas
bachillerato y COU aborrecías las profesiones que vivían rodeadas de cifras y
normas…ya me perdonarás, pero la medicina es una profesión que se ha ido
metiendo en ese campo…
-¡¡Jajajaja, cierto!!! ¡Bueno, quizá por eso
llegué a aborrecerla! Pero en la medicina lo que buscaba era la comunión entre
ciencia y arte. Cuando logro trabajar cabalgando entre una y otra, siento que
no cambiaría esto por nada.
-Por que tuviste la
tendencia de escoger una profesión como la médica si lo que te
conmovía es el sufrimiento…no hubiese sido mejor, no sé como refugiarte,
aunque al mismo tiempo lo veo inevitable…---es una pregunta trampa—.
-Lo que te hace sufrir no es el sufrimiento de los demás. De esta
última te puedes proteger y lo aprendes con los años. La que llaman
"distancia terapéutica”, que nos enseñaban que era la forma de no
“quemarnos”, siempre la he interpretado como una disculpa para no inmiscuirnos
ni implicarnos en los problemas de los demás. En esta profesión, como bien
dices, el contacto con el sufrimiento es inevitable, así que si sientes el
compromiso con tu vocación también es inevitable mostrarse cercano cuando el
momento lo precisa.
-Las primeras
decepciones llegan en la facultad, ¿verdad?...la falta de humanismo ya asoma
allí, ¿no? ¿Por qué no dejaste
la carrera en los estudios, teniendo en cuenta que en tercero estabas muy, muy
perdido?... ostras es que lo tuyo ha sido una contrarreloj con las condiciones
peores…
-No, no creo que haya tenido peores condiciones de vida que muchas
personas a las que ha atendido a lo largo de mi vida; ni siquiera he tenido
peores condiciones de trabajo que muchos compañeros. Solo que las he dejado por
escrito. En realidad, me siento un privilegiado, soy un tipo con suerte.
-¿Tu estancia en
Guadalajara en aquel hospital de México cambió tu vida o cómo lo podemos leer, me da que te marcó…? ¿de qué manera?
-Me conectó con la gente, con una realidad dura. Los profesionales de
aquel hospital tenían que sortear todo tipo de penurias para poder dar una
atención no ya de calidad, sino medianamente digna, y el impacto sobre la salud
era modesto, pero ¡podía cambiar la vida de la gente! Ahí es donde me di cuenta
de que pequeñas cosas pueden generar cambios notables.
-¿Cómo terminas la
carrera? ¿Por qué eliges ser médico de familia? ¿Cómo
fueron los primeros años de ejercer la medicina?
-Elegí medicina de familia casi como elegí ser médico. En apariencia, por
accidente. Pero ya no creo en las casualidades. Mi forma de ser cuadra con la
visión generalista propia de la medicina de familia. Nado bien en la
incertidumbre que marca las decisiones que se toman día tras día en una
consulta de atención primaria. Creo que manejo bien los tiempos. Así pues,
estaba hecho para ser médico de familia sin saberlo.
-¿Cuándo empiezas a
ahogarte….casi sin darte cuenta?. Aunque llega un día
que de golpe… te colapsa, ¿no? ¿Por qué tus períodos de baja
no “te sanaban”?
-No, claro, no era una cuestión solo de fatiga, sino de desmotivación
intensa y de sensación de que mi trabajo no servía para mucho. Era mucho más
hondo. Había mucho que recomponer, no era un asunto de poner paños calientes.
-La administración,
los traslados, las exigencias, las cifras no ayudan, más bien empujan al
desespero… ¿qué nos puedes comentar?
-Yo de la administración solo pido que nos dejen trabajar con la mayor
autonomía posible. Y que reconozcan nuestra labor cuando lo hacemos bien. Que
no pierdan el norte: su trabajo es facilitar nuestro trabajo, sin
especulaciones. Si nos hicieran sentir que todos podemos tener nuestro lugar,
función y valor, todo iría probablemente mejor. Pero la realidad es bien
distinta.
-De esas tres
crisis. ¿Cuál fue la peor o qué de ellas era lo
peor?;¿cada vez que salías un poco creías que ya no volverías a caer? ¿Eres de
los que piensas que de las crisis se aprende o…?
-Soy de naturaleza inquieta. No podía quedarme parado viendo cómo me
desmoronada. Suelo aprender de todas las circunstancias, de la derrota y de la
victoria. Y en este viaje interior he crecido mucho. Pero, efectivamente, hubo
muchos altibajos, y conviene no tener prisa porque los viajes interiores suelen
requerir mucha paciencia. De la crisis social, lo peor ha sido que la brecha de
la desigualdad se ha agrandado de manera brutal. De la crisis de la atención
primaria, lo peor ha sido el silencio y la inacción en la que nos hemos sumido:
estábamos como noqueados, y durante este tiempo nos han robado la cartera sin que
nos hayamos enterado.
-Al final cuándo te
das cuenta que hay que buscar, salir o ir a encontrar salidas….cualquier cosa
que te diese aire?; ¿cómo lo encuentras?-Pedir
socorro, reconocer que la ciénaga te ha atrapado es
el primer paso, pero ¿cada uno/a encontramos nuestro particular flotador?
-En mitad del caos tuve un encuentro con un paciente que seguía pagando un precio demasiado alto veinte años después de su propio infierno laboral. Al mostrarme sus
secuelas me enseñó el camino por el que estaba transitando sin percatarme de
ello. Fue un momento mágico. Ahí es cuando me di cuenta de que necesitaba
ayuda.
-¿Cómo y dónde lo
encuentras tú…? No todos los psicólogos funcionan y quizás no todos estemos para
ir de psicólogos, aunque resulte para una mayoría; ¿qué nos puedes explicar
dese tu experiencia…¿mejor sacar con palabras, si se puede y como se puede, que
acudir solo a las recetas y fármacos? ---aunque hay veces que uno o una no
puede librarse de esto último—.
-Un buen psicólogo no solo te ayuda a convertir en palabras tus
emociones más profundas. Tiene que haber más: una relación basada en el
respeto, compasión, no juzgar, ayudar al otro a conocerse y aceptarse, a
resolver las muchas contradicciones que encerramos y a romper las múltiples
ataduras que de forma inadvertida nos impiden ser libres.
-Como médico, amigo, te tienes
que encontrar con mucha gente que en su trabajo y/o estudios tienen o padecen
de “ese síndrome del quemado”… ¿no?
y cada vez más…ahora cuando se te presentan, ¿cómo lo afrontas? Porque
seguramente no solo recuerdas sino que, como persona que ha atravesado esa
travesía del desierto… no sé,
seguramente puede entenderlo mejor, quizás aconsejar o acercarte mejor al
problema… Coméntanos.
-Después de pasar por lo que pasé, me he topado con algunos compañeros
a los que sorprendía con reacciones que identifiqué con claridad: eso mismo me
pasaba a mí. No son malos compañeros, pero todos a su alrededor les
culpabilizan. Somos demasiado intransigentes con los problemas de los demás. No
sabemos cuidarnos, no, pero menos aún sabemos cuidar a los demás. Dicho esto,
no soy de dar recetas ni consejos, pero creo que lo mínimo que podemos hacer es
tratar de ser compasivos con los compañeros que dan muestras de vulnerabilidad:
si entendemos el sufrimiento de nuestros pacientes, ¿por qué no somos capaces
de entender el sufrimiento de nuestros compañeros sin caer en la tentación de
juzgarlos?
-¿Escribir te ha
servido como de catarsis; te sirve?-¿Y contar tu experiencia como en directo?
-Sí, fue la manera que encontré de poner orden entre tanta confusión.
Es como si me hubiera sentado a contarle mi historia a alguien que no me
conociera. Al hacerlo, lo que había perdido sentido pudo recuperarlo. Lo
escribí con el corazón en la mano y disfruté enormemente al hacerlo.
-Lo cierto—desde mi punto de
vista--, es que si no pones remedio la mayoría de los profesionales sanitarios,
cada uno desde su faceta y eso, puede terminar siendo una persona de un cinismo
inaguantable…creo que es de los colectivos profesionales que más válvulas de
escape han de buscar.
-Cierto. Pero no solo los que trabajamos en sanidad. Todos los
profesionales que tratan con personas están sometidos a una disputa entre
emociones y expectativas propias y ajenas. Las tensiones, las exigencias, las
constricciones de un entorno deshumanizado y en continua crisis, pueden
provocar mucho desasosiego. Necesitamos calibrar nuestras propias emociones
para poder contener las de los demás.
-Tus hijos te arrancaban
sonrisas---seguramente lo siguen haciendo--…pero has tenido que salir a
encontrar otros “aires”, ¿qué nos puedes explicar?
-En mi caso, no me quedó más remedio, tuve temporalmente que irme a
trabajar fuera. Fue una etapa por suerte corta, donde me vi obligado a pasar
mucho tiempo a solas conmigo mismo y a confiar en nuevos compañeros de trabajo
y a ganarme igualmente su confianza. Empezar de nuevo. Reconciliarme con muchas
de las cosas que había dejado por el camino.
-Amigo, hoy y ahora,
¿cómo es tu día a día? Coméntanos principalmente las principales diferencias con aquellos farragosos
días…
-A nivel práctico, ya no me angustia ir a trabajar, ni me planteo si
sirvo o no, ni si la atención primaria tiene futuro o no, ni parezco peleado
con mi profesión. No todos los días son una permanente fiesta, pero se puede
decir que disfruto de mi trabajo. He sacrificado algunas cosas, como el tener
cerca más compañeros -ahora estoy en un consultorio mi enfermera y yo solos-,
pero no me arrepiento de nada, porque la medicina rural es mi lugar en este
mundo.
-¿Cómo ha sido
editar este testimonio, permíteme, “tan bestia y realista”…cómo ha sido editar
e “ir como de promociones y presentaciones?; ¿qué te dicen tus
colegas?-¿Esperas seguir en esto del negro sobre blanco?; ¿nos puedes dar
alguna pista?
-La edición del libro nos ha costado nueve meses de gestación
emocionante y arriesgada donde he aprendido de mi editor, Enrique Murillo,
muchos de sus secretos mejor guardados, lo cual es un extraordinario honor. Han
sido tres agotadores meses de promoción, ocho presentaciones, más de
cuatrocientos asistentes, firma de libros -imagina personalizar todas las
dedicatorias, no he repetido dos veces la misma-, una treintena de entrevistas…
Para mí, que no me dedico profesionalmente a la vida de escritor, ha sido toda
una experiencia, cada paso lo he vivido como si fuera la primera y la última
vez que lo vivía. De mis colegas y lectores, ha habido de todo, pero dos
expresiones han sido recurrentes: que he sido muy valiente al contar lo que
pocos se atreven (¡igual algunos lo que querían decir más bien es que he sido
osado y temerario!), y que se han visto en parte reflejadas en las historias y
emociones que describe el libro. ¿El futuro? Sigo escribiendo, pero siempre
primero para mí, con el tiempo sabré si para alguien más. No volveré a escribir nada igual, eso seguro. Pero, ahora, toca
volver a mi vida.
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Cazarabet
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