La Librería de El Sueño Igualitario
Cazarabet conversa con... Vicente Aupí, autor de “Crónicas de fuego y nieve. La Guerra Civil
Española y los corresponsales internacionales en la Batalla de Teruel” (Dobleuve)
Vicente Aupí
escribe sobre cómo vieron, escribieron, sintieron y transcribieron los corresponsales
de guerra internacionales la Batalla de Teruel, una de las más importantes de
la guerra.
Una batalla que significó la primera
reconquista, por parte del Ejército de la II República, de una ciudad que había
caído, en los primeros días del alzamiento rebelde, de parte de los militares y
del fascismo…
De todas formas a la República le duró
poco esta épica, acontecida entre 1937-1938, dado que la ciudad volvió a ser
batida por las fuerzas, llamadas nacionalistas en uno de los inviernos más
duros…
Vicente Aupí
nos acerca con esta crónica a cómo vieron esta batalla los diferentes
corresponsales de prensa internacionales.
El
periodismo mundial vivió su edad de oro en la Guerra Civil Española, en la que
los corresponsales internacionales escribieron una de sus mejores páginas en la
Batalla de Teruel. Los diarios más importantes, como The
New York Times, The Times, The
Daily Telegraph y Ce soir, destinaron a Teruel a sus mejores reporteros: Herbert
Matthews, Henry Buckley, Ernest Hemingway... y otros muchos. En Crónicas de fuego y
nieve Vicente Aupí rinde tributo a aquella
constelación de periodistas y profundiza en el laberinto diplomático y militar
en el que "la Guerra Civil Española tejió el traje con el que se vistió
Europa durante la Segunda Guerra Mundial", a la que se vieron arrastradas
las democracias occidentales al consentir que España fuera el campo de
maniobras de Hitler y Mussolini, cuya ayuda a Franco fue decisiva en el Frente
de Teruel. Además de las grandes crónicas de prensa, el lector encontrará en
este libro documentos confidenciales del Tercer Reich que acreditan la
trascendencia de la Batalla de Teruel en la Guerra Civil.
El autor, Vicente Aupí:
Con este autor ya conversamos a raíz
de El General Invierno y la Batalla de Teruel:
http://www.cazarabet.com/conversacon/fichas/fichas1/aupi.htm
Cazarabet conversa con Vicente Aupí:
-Vicente,
cuéntanos aquello que te ha hecho acercarte a la Batalla de Teruel teniendo en
cuenta la visión de los corresponsales de guerra extranjeros e internacionales…
-Hay varios hechos fundamentales. El
primero es que fue el episodio de la Guerra Civil Española que despertó más
atención de la prensa internacional. Es cierto que se congregaron muchos
periodistas extranjeros en Madrid y otras grandes ciudades, como Barcelona y
Valencia, pero lo de Teruel es caso aparte, porque todos los grandes medios, las
cabeceras más influyentes, enviaron allí a sus mejores reporteros, algo
extraordinario teniendo en cuenta las dificultades que eso entrañaba bajo
muchos puntos de vista, entre ellos que el viaje era sumamente complicado, por
las distancias, el aislamiento de Teruel respecto al resto de España y, por si
fuera poco, por los temporales de nieve y el intensísimo frío que coincidieron
con el desarrollo de la batalla durante aquel crudo invierno entre diciembre de
1937 y febrero de 1938. Por otra parte, también ha influido mucho mi interés
por el papel de la prensa debido a mi trayectoria como profesional del
periodismo. Y fue al escribir mi primer libro sobre la Guerra Civil, El General Invierno y la Batalla de Teruel,
cuando me di cuenta de ese papel crucial que desempeñaron. En aquel libro, que
publiqué en el año 2015, ya dediqué un par de capítulos a los periodistas, y
supe desde el primer instante que aquello daba para profundizar en otro libro.
Y además pensé que era lógico centrarlo en los reporteros internacionales, ya
que, a pesar de que la batalla y la guerra estaban constantemente en la prensa
española, esto podemos considerarlo lógico y normal. Lo verdaderamente
excepcional es que la Batalla de Teruel ganara a diario los titulares en
rotativos como The New York Times, Ce soir, The Daily Teelegraph,
The Times y el resto de los principales
periódicos mundiales de la época. No era producto de la casualidad: lo que se
estaba viviendo en la Batalla de Teruel, que en mi opinión fue el episodio
central de la Guerra Civil, se consideraba determinante para el desenlace de la
contienda española y, a su vez, para lo que podía suceder a continuación en el
resto de Europa, ya que el estallido de una guerra mundial era uno de los
grandes temores. Así lo entendieron todos esos medios de información y las
decenas de corresponsales que asentaron en Teruel la figura del enviado
especial.
-¿Cómo y en qué momento y/o idiosincrasia les afecta o “les coge” la
Batalla en torno a la ciudad de Teruel a los diferentes corresponsales de
guerra? ¿Cómo reaccionan, lo tenían, más o menos, “en su agenda”? ¿Cómo se
desplazan y cómo cubren la batalla?
-Una de las claves es que la ofensiva
republicana del 15 de diciembre de 1937 en Teruel se produce en un momento de
relativa calma, después de un año 1937 en el que los sublevados cobran ventaja
y en el que ambos bandos se observan mutuamente a la espera de algún
movimiento. En ese escenario, todo el mundo, desde la prensa a los estrategas
internacionales, daba por hecho que Franco iba a atacar el Madrid republicano
en una intentona de ganar la guerra definitivamente. Los escritos, comentarios
y conversaciones de los propios corresponsales extranjeros de aquellos meses
previos iban en esa línea, por lo que el ataque del Ejército Popular en Teruel
pilló desprevenido a todos, empezando por los propios periodistas, pero sobre
todo a las guarniciones sublevadas que controlaban la ciudad aragonesa y su
entorno, y también al mismísimo Franco. Y a pesar de que desde una óptica
militar la plaza turolense no parecía importante, la prensa internacional se da
cuenta por muchos motivos de que puede ser una batalla decisiva, ya que Franco,
en contra del consejo de los estrategas de Hitler y Mussolini, recoge el guante
y da la mayor trascendencia a la lucha en Teruel. Eso hace que los
corresponsales internacionales utilicen Valencia como base, desplazándose con
frecuencia desde allí a Teruel para asistir a los combates y regresar por la
noche para poder enviar sus crónicas. Los que cubrían informativamente la guerra
en el bando republicano entraron en Teruel acompañando en unos casos a las
tropas del coronel Hernández Saravia y en otros a las de Enrique Líster, si bien, como cuento en el libro, muchas veces lo
hicieron por su cuenta, a iniciativa propia y jugándose el pellejo. Y los
periodistas que seguían el curso de los acontecimientos en zona franquista se
aproximaban desde Zaragoza por el corredor del Jiloca. El Gobierno de la
República también organizó viajes, tanto para periodistas españoles como
extranjeros, algunos con asistencia masiva de cronistas desde Barcelona, pero
como digo fue un episodio muy especial en lo periodístico, por el eco que tuvo
y porque en bastantes ocasiones los corresponsales consiguieron actuar e
informar por su cuenta, desplazándose libremente al terreno de combate.
-Bien es
cierto, amigo Vicente, que la Guerra Civil Española marca un antes y un después
en el devenir de cómo hacer periodismo en la Guerra. ¿Es así?; ¿en qué aspectos
se ven y se sienten estas diferenciaciones?
-La figura del corresponsal de guerra
ya se conocía desde el siglo XIX, pero la tragedia española suscitó tal
expectación internacional que congregó al mayor número de periodistas que se
había visto hasta ese momento en una guerra. Una multitud de periodistas, pero
también de intelectuales que, sin ser exactamente corresponsales de prensa,
ejercieron como tales. Políticos, filósofos y algunos científicos fueron a
Teruel y escribieron su testimonio para grandes medios internacionales, lo cual
nos da una idea de la verdadera magnitud del episodio, que se observaba con
inquietud y la máxima atención desde todos los rincones del mundo. Y en esta
guerra hay varios hechos que marcan la historia del periodismo: por un lado,
tal como reveló Henry Buckley, corresponsal de The Daily Telegraph, nacía el concepto de urgencia, de
competencia entre reporteros que se veían obligados a redactar su crónica a
toda prisa y enviarla lo antes posible para lograr una primicia, algo que no
había sucedido hasta ese momento. El teléfono y el radiotelégrafo, pese a las
dificultades que presupone informar en medio de una guerra, implicaron un
cambio fundamental en este sentido. Y, por otra parte, el fotoperiodismo cobra
una dimensión trascendental: nace una época en la que el reportero gráfico deja
boquiabierto con sus imágenes al ciudadano, que más allá de lo que lee en la
crónica del corresponsal de turno, observa con sus propios ojos la muerte, la
devastación y la lucha entre hermanos de un mismo pueblo. Tanto los periodistas
que escribían sus crónicas como los reporteros gráficos dan vida a la nueva
figura del enviado especial. Esa figura se consagra en la Guerra Civil Española
y, dentro de ella y en este aspecto, la Batalla de Teruel probablemente fue su
principal capítulo.
-¿Qué periodistas se dan cita en torno a la
Batalla de Teruel?
-El más famoso, sin duda, es Ernest Hemingway, pero bajo mi punto de vista no fue el más
importante. En mi opinión lo fueron Herbert Lionel Matthews,
corresponsal de The New York Times, y Henry Buckley, que como ya he mencionado escribía para The Daily Telegraph. A ellos añadiría al ruso Ilya
Ehrenburg, que trabajaba para Izvestia. Pero la lista es
larguísima: Mathieu Corman,
Sefton Delmer, William Carney, Harorld Cardozo, Kim Phliby… E insisto en que junto a ellos vinieron
intelectuales que ejercieron de corresponsal, como el filósofo Bertrand de Jouvenel y el político André Morizet,
que escribían en medios franceses. Y, por supuesto, los reporteros gráficos:
Robert Capa, Kati Horna, Walter Reuter y los
componentes de la unidad fotográfica de la Brigada Internacional XV, encabezada
por Harry Randall, que llamaban a Teruel “el Polo
Norte”. Debo decir, asimismo, que Buckley, aunque
técnicamente no era un virtuoso con la cámara, además de sus crónicas hizo
cientos de fotografías de la Guerra Civil Española, muchas de ellas en Teruel,
con un gran valor documental que le añade mérito a su labor como corresponsal
de guerra.
-Bueno, quien habla de corresponsales, lo
hace, también, de fotoperiodistas, ¿verdad? ¿Merecen, éstos, capítulo aparte?
-Desde luego. Y en el libro, además de
estar presentes en el relato general tienen un tratamiento específico. Mucha
gente conoce la icónica imagen de Robert Capa en la que aparecen dos milicianos
vigilando el viaducto de la capital turolense tras culminar un asalto al
Gobierno Civil, pero Capa, en aquellos días, era realmente un novato. Las fotos
que logró en la Batalla de Teruel le granjearon fama internacional, al igual
que otras muchas de la Guerra Civil Española. Y ese salto a la fama se
consolidó después en la Segunda Guerra Mundial. Capa es el más famoso, el que
conoce todo el mundo, pero a mi me cautiva, por su
modestia y humildad, la figura de Kati Horna, de
origen húngaro como Capa y, seguramente, su primer amor en sus tiempos jóvenes.
Se la considera una fotógrafa de retaguardia, pero en la Batalla de Teruel se
internó de lleno con los comandos republicanos hasta la propia plaza del Torico, el mismo centro de la capital en el que se libraban
los combates más duros, consiguiendo excelentes fotografías. Y retrató muy bien
la tragedia humana de la huida de miles de personas de Teruel. Sin embargo, su
humildad y su nulo afán de protagonismo hicieron que no diese a conocer su
colección hasta que se restauró la democracia en España. Walter Reuter, por su
parte, inmortalizó esta batalla con panorámicas como la del centro de la
ciudad, totalmente nevada en diciembre de 1937 y coronada con el humo de los
bombardeos, en una escena que refleja muy bien la épica de lo que aconteció
aquel crudo invierno en Teruel. Y Harry Randall, pese
a la fama de Capa, cosechó una colección de imágenes extraordinarias. Miles de
fotos de la Guerra Civil y cientos de ellas de Teruel y su provincia, tanto de
la batalla del invierno 1937-38 como de las operaciones de las Brigadas
Internacionales. Entre ellas, algunas de las pocas imágenes en las que aparecen
juntos Ernest Hemingway y Robert Hale Merriman, jefe de la Brigada XV en aquel momento. Ambos se
hicieron amigos y el escritor se inspiró en Merriman
para crear su personaje ficticio de Robert Jordan
para la novela Por quién doblan las
campanas. Lo cierto, y triste, es que entre los reporteros gráficos
internacionales de la Guerra Civil, la Batalla de Teruel tuvo una gran ausente:
Gerda Taro, pionera del fotoperiodismo, que había
muerto el verano anterior en la Batalla de Brunete.
Dada la valentía que mostraba
constantemente para estar en primera línea, nunca he dejado de pensar en las
imágenes que ella habría tomado en la gran Batalla de Teruel de no haber muerto
aquel fatídico día del verano del 37.
-¿Cómo veían y sentían, estos corresponsales,
que el resto de democracias no tendiesen la mano a la República?
-Con indignación y vergüenza. Le pasó
a Henry Buckley, que no entendía que sus compatriotas
ingleses miraran hacia otro lado y no sabía qué responder cuando sus compañeros
de la prensa española le preguntaban acerca de este tema. Ernest
Hemingway y Marta Gellhorn se reunieron varias veces
con Roosevelt, el presidente de Estados Unidos, y su esposa, Eleonor, para
intentar convencerlos de que no podían lavarse las manos en el problema de
España. Pero no consiguieron nada. Matthews
escribiría años después que aquella actitud era absurda, como demostraron los
hechos que desembocaron después en la Segunda Guerra Mundial, e insistía en el
error de quienes pensaban que si las democracias occidentales apoyaban al
Gobierno de la República, España se convertiría en un satélite comunista de
Stalin. En realidad, aquel planteamiento era una excusa, porque el miedo real
de Francia y Gran Bretaña era una confrontación directa con Hitler y, por ello,
hicieron la vista gorda mientras el dictador alemán y Mussolini usaban España
como campo de maniobras mientras apoyaban a Franco. Muchos de los
corresponsales fueron testigos de que, sin esa ayuda, la victoria final
franquista no hubiese sido posible. Y mi libro recoge algunos documentos
esclarecedores al respecto, como los que me ha cedido la familia de Henry Buckley, procedentes de su archivo. Se trata de notificaciones,
correspondencia y documentación confidencial del Tercer Reich sobre la Guerra
Civil Española, así como sobre la trascendencia que tuvo dentro de ella la
Batalla de Teruel. Esos documentos fueron encontrados por los aliados en Berlín
en 1945 tras la caída de Hitler y revelan, entre otras cosas, que el Führer y su alto
mando daban por hecho que la guerra española acabaría a finales de 1937 o
principios de 1938 con el ideado ataque de Franco al Madrid republicano, y
analizan en dichos documentos el importante contratiempo que supuso la ofensiva
republicana de diciembre del 37 en Teruel, ya que aplazó indefinidamente el
final de la guerra. Aunque lo de Teruel luego supuso un desastre para el
Ejército Popular y la República, en esos documentos se deja constancia, porque
lo afirman los propios estrategas alemanes, de la importancia decisiva de la
Batalla de Teruel. Tanto el embajador alemán, Eberhard
von Stohrer, como el responsable de Asuntos de
España, Karl Schwendemann, subrayan en ellos la
necesidad de redoblar el apoyo a Franco después de la victoria republicana en
Teruel, con más tropa y armamento, para evitar un triunfo final en la guerra de
“los rojos”.
-¿Cómo
describían o se pusieron a describir la guerra los diferentes corresponsales
extranjeros?, así en general…
-Buckley,
por ejemplo, afirmaba que “nadie podía permanecer ajeno a lo que estaba
ocurriendo”, y Matthews se preguntaba si había
alguien en el mundo que no era consciente de que lo que sucedía en España iba a
afectar al resto de la humanidad. Ellos escribían para diarios muy famosos,
pero otros, como Edwin Rolfe y Arthur H. Landis, combatieron como brigadistas internacionales al
lado de los republicanos y, además, escribieron para la prensa izquierdista
norteamericana. Ambos, como el resto de los brigadistas, estaban convencidos, y
así lo afirmaron, de que la República no perdió la Guerra Civil en las
principales batallas, como las del Ebro y Teruel, sino en las cancillerías de
Europa, por el bloqueo político y militar impuesto por Inglaterra y Francia,
que no sólo dieron la espalda al Gobierno de España, sino que además de
consentir que Hitler y Mussolini camparan a sus anchas ayudando a Franco,
también prohibieron y bloquearon el paso del armamento que la República
solicitaba al exterior para poder defenderse. Lógicamente, los corresponsales
que apoyaban a Franco, pese a que eran una clara minoría, veían las cosas de
otra manera y consideraban un peligro una victoria republicana por el miedo a
una España comunista. Tal era el caso de Harold Cardozo, William Carney y Kim Philby, que apoyaban
abiertamente a los sublevados, aunque Philby, en
realidad, no era un periodista, sino un agente secreto soviético a las órdenes
de Stalin que usaba la corresponsalía del diario londinense The Times como tapadera para espiar a Franco. Y también había muchos
que trataban de ser imparciales o que, al menos, no se declaraban abiertamente
partidarios de ninguno de ambos bandos.
-¿Se establecieron como “dos bandos” en dicha
batalla desde los que iban acompañando las barricadas fascistas a los que lo
hacían desde las barricadas que pretendían defender la II República?
-La mayoría de los corresponsales
simpatizaba con la República, pero a excepción de algunos brigadistas
internacionales que escribían y también combatían, pocos periodistas llegaban a
tanto. Mathieu Corman fue
uno de ellos y, tal como relato en el libro, se dijo de él que en la ofensiva
de Teruel llevaba una granada en una mano y una pistola en la otra. Aunque los
que apoyaban a Franco eran minoría, lo cierto es que los sublevados se
beneficiaron de la postura ambigua que mantenían muchos medios internacionales
y sus enviados especiales, porque esa supuesta “imparcialidad” contribuía a
evitar que la opinión pública se sensibilizara en las democracias occidentales.
En cualquier caso, no hay duda de que entre la nube de periodistas, escritores
e intelectuales que vinieron a España eran mayoría aplastante los que defendían
la España republicana. Por eso, la gran paradoja reside en que, a pesar de tal
cúmulo de escritos, crónicas, testimonios y posturas, las democracias
occidentales fueron insensibles a lo que ocurría aquí y la prensa
internacional, pese a que todos los días hablaba de los sucesos de la Guerra
Civil, no fue capaz de lograr un cambio de postura de los mandatarios ingleses,
franceses y estadounidenses.
-¿Y alrededor de la Batalla de Teruel y Frente
de Teruel?, ¿dirías que fueron, ambas, “batallas olvidadas”? Ellos y ellas en
el momento en que “se dirigieron” allí, no lo veían como “olvidada”, ¿no crees?
-En mi opinión, salvo excepciones, no
se ha dado a la Batalla de Teruel, la del invierno 1937-38, la importancia que
tuvo. Me refiero a los análisis históricos posteriores. Ciertamente, por su
duración y otros aspectos, la más importante fue la del Ebro, pero siempre he
tenido claro que la de Teruel marcó un antes y un después. Cuando Franco logra
reconquistar la capital turolense a finales de febrero del 38, se produce una
debacle en el bando republicano de la que ya no se recupera. En la del Ebro
hubo varios momentos en los que las espadas parecían estar otra vez en alto,
pero realmente no fue así. La ventaja que cobra Franco después de la caída
republicana en Teruel es definitiva, y esto lo subrayan muchos corresponsales y
autores. Por ejemplo, Peter Kemp, que en la Guerra
Civil combatió junto a Franco y estuvo en Teruel y en la decisiva Maniobra del
Alfambra, pero después, en la Segunda Guerra Mundial, luchó junto a los aliados
contra Hitler. Y sostenía, como muchos otros, que la gran línea ofensiva que
enarbolaron los sublevados desde Teruel hasta los Pirineos fue una de las
claves entre finales del invierno y la primavera de 1938, es decir, justamente
después de la reconquista de Teruel por las tropas franquistas. La estocada
para el Ejército Popular y el Gobierno de la República fue que a las pocas
semanas de reconquistar Teruel las tropas de Franco llegaran hasta el
Mediterráneo en Vinaroz y partieran en dos el eje
republicano Valencia-Barcelona, que se había mantenido indemne hasta aquel momento.
Y el Frente de Teruel, que no la batalla, también fue muy importante en
conjunto en el contexto de la guerra. Se dio cuenta de ello hasta el propio
Hemingway, que ya antes de la Batalla de Teruel lo veía como una amenaza
latente, porque se percató de que su cercanía al Mediterráneo constituía un
peligro si los franquistas lograban llegar a través de él hasta la costa. Pero,
a pesar de ese olvido posterior, los corresponsales internacionales sí que le
dieron la importancia que merecía. Todos pensaban en otoño del 37 que Franco
iba a atacar Madrid, pero al producirse la ofensiva republicana sobre Teruel a
mediados de diciembre, se dan cuenta de lo que significa y de las consecuencias
que podía tener, y que finalmente tuvo. Eso explica por qué fueron enviadas a
Teruel las máximas figuras del periodismo mundial. Si se hubiese tratado de un
episodio más, los grandes periódicos del planeta no se hubiesen molestado,
sobre todo teniendo en cuenta las dificultades que suponía en aquella época y
en aquel horrible invierno llegar hasta Teruel.
-Pero la dureza, el intenso frío, la muerte,
también se dieron cita allí. Coméntanos.
-Todo eso contribuyó a crear una
aureola épica en torno a la Batalla de Teruel, en la que muchos de los muertos
y miles de bajas se produjeron por congelaciones que afectaron a los dos bandos
en lucha. No es ninguna licencia que el escritor Antony
Beevor la comparara a la Batalla de Stalingrado, no
sólo por el frío reinante, sino también porque
el combate en Teruel se libró, como en la ciudad rusa, calle por calle y
casa por casa. Y seguramente una de los aspectos más olvidados es la
destrucción que sufrió la ciudad. Las imágenes de la Biblioteca Nacional de
España, algunas de las cuales se reproducen en el libro, dan la verdadera
medida de esa devastación. Los componentes de la Brigada Internacional XV
afirmaron sin paliativos que no vieron ese panorama de destrucción en ninguna
otra capital española. Todo este cúmulo de factores, junto al determinante
impacto del frío y la nieve, le dan a la Batalla de Teruel un perfil épico. Es
una de las guerras en las que está presente el General Invierno. Realmente no
podemos hacernos una idea de lo que los combatientes y la población civil
padecieron en este episodio de la Guerra Civil.
-En Teruel
la muerte también marcó un antes y un después para la historia del periodismo.
- Así es: una de las claves del
protagonismo de Teruel en el capítulo periodístico también atañe a la muerte,
ya que en el curso de la batalla perdieron la vida tres de los cinco reporteros
internacionales fallecidos en la Guerra Civil. Richard Sheepshanks,
de la agencia Reuter; Edward J. Neil, de la agencia
AP, y Bradish Johnson, de la revista Newsweek. Los tres murieron por la
metralla de un obús la mañana de la apocalíptica nochevieja
de 1937 en Caudé, un pueblo situado a unos 10
kilómetros al norte de Teruel, cuando viajaban en un convoy de periodistas
organizado por la oficina de prensa franquista. Es uno de los hitos de la
Guerra Civil, no sólo de la Batalla de Teruel, porque junto a ellos estaba Kim Philby, el periodista de The Times que en realidad actuaba como espía soviético y que logró
sobrevivir. Y, además, fue condecorado después por Franco, que desconocía su
verdadera identidad. La muerte de Sheepshanks, Neil y Johnson causó una conmoción mundial. En España
apenas se difundió, pero uno de los cambios que supuso la Guerra Civil Española
fue ése: el de la muerte de los corresponsales que se jugaban la vida para
contarle al mundo lo que sucedía en el campo de combate. Y debo subrayar aquí
que, a pesar de que los tres informaban en territorio controlado por los
sublevados, no eran tan afines a Franco como lo fueron Cardozo, del Daily Mail, o William Carney,
el rival de Matthews en el New York Times. De hecho, Neil, tal como
explico en el libro, fue uno de los corresponsales que reveló al embajador de
Estados Unidos en España, Claude Bowers, la presencia
en nuestro país de muchos de los oficiales de Mussolini que habían participado
años antes en la Guerra de Abisinia, la actual Etiopía. Lo cierto es que en
Estados Unidos e Inglaterra, la muerte de estos tres periodistas en la Batalla
de Teruel fue portada en la mayoría de los periódicos de la época y causó un
duelo en la sociedad anglosajona que no se había conocido hasta ese momento en
el contexto del papel de los periodista en las
guerras. Hay que recordar que junto a ellos tres también murieron en la Guerra
Civil Española la legendaria fotoperiodista Gerda
Taro y el corresponsal francés Louis Delaprée.
-La
gente cuando habla de los corresponsales extranjeros dirige siempre la
atención, más o menos directamente, a Ernest
Hemingway, pero hubo muchísimas miradas más. ¿Nos puedes poner un poco más
sobre ellos y ellas?
-Hemingway ya era famoso y había
visitado España antes de la Guerra Civil, y volvió a hacerlo después, lo que
sin duda alimentó su popularidad. También fue amigo de muchos de ellos, pero su
perfil era más de escritor que de reportero, a pesar de que era el que más
cobraba con sus 500 dólares por crónica para la agencia de noticias NANA. Pero
en lo estrictamente periodístico para mí fue mucho más importante la labor de Buckley y Matthews, tanto en el
caso de Teruel como del conjunto de la contienda, y aquí añadiría a Geoffrey
Cox, Jay Allen y otros muchos, que se ganaron a pulso
al reconocimiento de sus compañeros. Eso en el caso de los que escribían,
porque no debemos olvidar que los fotógrafos también eran corresponsales.
Gráficos, pero corresponsales de guerra también. Y en este sentido es evidente
que en Teruel, como en el resto de la guerra, Capa fue el principal
protagonista, pero vuelvo a subrayar nombres que no debemos olvidar: Kati Horna, Walter Reuter, Harry Randall
y sus compañeros de la unidad fotográfica de la Brigada Internacional XV:
William Oderaka, Benjamin Katine y Anthony Drossel. Y en
este punto, aunque mi libro analiza el papel de la prensa internacional, no
puedo evitar la mención a algunos de los grandes fotógrafos españoles: Alfonso
Sánchez Portela, Luis Vidal Corella, José de María “Campúa”, Agustí Centelles y los hermanos Mayo, entre otros.
-Por ejemplo, le dedicas un capítulo aparte a
Herbert Matthews —famoso por su entrevista en Sierra
Madre con Fidel Castro en plena revolución--. Coméntanos cómo vivió éste la
contienda española y, en particular, la Batalla de Teruel…
-Hemingway llegó a afirmar que la
Guerra Civil Española fue el periodo más feliz de su vida, aunque fue evidente
que en sus sentimientos se mezclaban lo personal y lo profesional. Matthews lo que dijo es que nunca había realizado trabajos
tan importantes como el de su cobertura en España ni esperaba hacerlos, y lo
escribió al concluir la Segunda Guerra Mundial. En ese sentido, compartía con
muchos de sus compañeros de profesión la convicción de que la guerra española
fue, probablemente, el capítulo más trascendental del siglo XX para los
periodistas de guerra. Creo, aunque esto ya forma parte de mis opiniones, que
tanto Matthews como Buckley,
Hemingway, Ehrenburg, Cox, Allen, Orwell, Capa, Taro
y todos los demás estaban convencidos de que tenían una misión que cumplir en
España: contarle al mundo lo que aquí estaba sucediendo y hacer partícipe al
resto de la humanidad de que de aquellos hechos tan trascendentales iba a
depender lo que sucediera después en el resto del mundo. Creo que el tiempo les
ha dado la razón, aunque no podemos perder de vista que, pese a aquel esfuerzo
titánico, sus crónicas no fueron lo suficientemente convincentes para cambiar
la opinión de los principales gobiernos democráticos de la época, que siguieron
consintiendo que Hitler y Mussolini ayudaran a Franco y usaran España como
campo de maniobras previo a las invasiones posteriores de Checoslovaquia y
Polonia que llevarían a la Segunda Guerra Mundial. Para Matthews,
en cualquier caso, al igual que para muchos otros, en especial Buckley, Teruel fue uno de los capítulos más importantes
desde el punto de vista emocional. Y al respecto, en mis charlas sobre el tema,
siempre hago énfasis en el viaje que por iniciativa propia hicieron Matthews y Robert Capa desde Barcelona a Teruel con el fin
de comprobar, con sus propios ojos, si era verdad o mentira el anuncio hecho
por Franco la nochevieja del 37, cuando dijo que sus
tropas habían logrado la reconquista de la ciudad aragonesa tras la ofensiva
republicana de mediados de diciembre. Matthews y Capa
tardaron tres días en llegar, estuvieron a punto de perecer en el trayecto a
causa del frío y de la nieve y, finalmente, el 3 de enero desmintieron a Franco
tras llegar milagrosamente a Teruel, revelando que, en contra de lo que había
anunciado el jefe de los sublevados, la ciudad seguía en manos republicanas, a
excepción de los reductos de las guarniciones franquistas sitiadas en los
edificios más céntricos. Matthews obligó a corregir
la versión previa de su propio periódico, el New York Times, y unos días después, el 7 de enero, narraba la
capitulación del coronel Domingo Rey d’Harcourt,
máximo responsable de las tropas franquistas en Teruel. Capa, a su vez, vio
publicada en Ce soir
su secuencia fotográfica del asalto republicano al Gobierno Civil, que le hizo
famoso. Creo que ese episodio protagonizado por Matthews
y Capa es una de las grandes lecciones de la historia del periodismo.
-Según el hispanista e historiador Paul
Preston uno de los corresponsales más destacados fue el periodista y escritor
inglés Henry Buckley. Personalmente, ¿qué nos puedes
comentar?
-Hay un nutrido grupo de
corresponsales extraordinarios en la Guerra Civil Española, pero Henry Buckley fue un caso excepcional. Llegó a España en 1929 y
fue testigo de la caída del general Primo de Rivera y del rey Alfonso XIII. De
hecho, parece ser que fue el único periodista extranjero que estuvo presente
durante los cruciales acontecimientos de la noche en que acabó su reinado.
Después no sólo vivió toda la Guerra Civil y se desplazó por casi todos los
escenarios de combate, sino que en el invierno de 1939 formó parte del éxodo de
refugiados que huyeron a Francia cuando Franco ya tenía la victoria en la mano.
Más tarde continuó como corresponsal en la Segunda Guerra Mundial, en la que
estuvo a punto de morir en un bombardeo durante el desembarco de los aliados en
Anzio (Italia), aunque logró salvar su vida
milagrosamente. Y asistió en Berlín a la caída de Hitler y el Tercer Reich.
Estamos, pues, ante un testigo de excepción de ese periodo tan convulso de la
historia mundial, pero es que además sus compañeros de profesión le
consideraban una de las personas más honestas que conocieron. Rememoro en el
libro su nochebuena de 1937 en Teruel, que pasó en
compañía de un comando republicano y calificó como la mejor de su vida. Como
cuenta a menudo su hijo Ramón, autor del prólogo de mi libro, para su padre,
Henry Buckley, Teruel fue lo parte más emocional de
la Guerra Civil. Y en mi caso debo decir que una de las penas que tengo es no
haberle podido conocer, aunque por otra parte ha sido un privilegio que su
familia, tanto su hijo Ramón como su nieta Patricia, me hayan permitido acceder
a su archivo, que además de libros y documentación extraordinaria cuenta con
una colección de fotografías que constituyen un gran tesoro documental, ya que
hay cientos de imágenes de la contienda. Es evidente que fue uno de los mejores
corresponsales que tuvimos en la Guerra Civil. Realmente, en este libro he
tenido varios privilegios, dos de los cuales han sido que el prólogo lo escriba
su hijo, Ramón Buckley, y que la introducción sea
obra de Carlos García Santa Cecilia, gran maestro del periodismo y,
seguramente, uno de los que mejor conoce el papel trascendental desempeñado por
la prensa en la Guerra Civil.
-En esto de las guerras civiles, también en
las de otro espectro, plumas como Buckley quieren ir
más allá de contar la noticia y de la mera objetividad, ¿verdad?; es una
persona que cree que debe “implicarse”… ¿cómo nos lo puedes explicar?
-El vínculo de Buckley
con España acabó mucho más allá de la Guerra Civil. En su transcurso conoció a
María Planas en Sitges, con quien finalmente se casó y después de la Segunda
Guerra Mundial regresó a nuestro país para residir definitivamente aquí cuando
la agencia Reuter le nombró director de la delegación española. Pero su
implicación la expresan muy bien las palabras que le escribió a su prometida en
plena Guerra Civil, cuando su periódico, The Daily Telegraph,
le hizo una tentadora oferta laboral para que dejara España y continuara su
labor como periodista en el Reino Unido, su país natal. Él la rechazó, y se lo
contaba a su futura esposa en una emotiva carta en la que le decía. “Si los
periodistas nos marchamos, ¿quién le va a contar al mundo el sufrimiento de
España?”. Vivió aquellos años enojado con su país y su gobierno, ya que era
incapaz de entender que la clase política y la burguesía londinense se hiciesen
los locos con el conflicto español, no sólo por la falta de escrúpulos, sino
también por la ingenuidad que mostraron al creer que dejando a Hitler campar a
sus anchas en España obtendrían una garantía de paz con Alemania. Los hechos
demostraron que sucedió todo lo contrario y, sobre ello, Buckley,
Matthews, Ehrenburg y
muchos otros acabaron demostrando la certeza de sus advertencias, ya que como
suele subrayar Ramón Buckley, el hijo de Henry, la
República Española arrastró en su caída a las democracias occidentales. Ya he
comentado antes que Matthews escribió que consideraba
absurda la excusa esgrimida por muchos políticos, medios conservadores y el
poder económico, que tenían miedo de que España acabara con un régimen
comunista si ayudaban a la República en su lucha contra Franco. Y al respecto,
el propio Paul Preston, ha escrito que fue, precisamente, ese bloqueo de los
países occidentales el que movió al Gobierno Republicano a pedir ayuda a la
Unión Soviética como último recurso.
-Te acercas a la influencia soviética,
haciéndolo, a la vez, a la figura de Ilya Ehrenburg. ¿Cómo estaba influenciado por los “eternos”
comisarios políticos?; ¿Qué influencias impuso y/o dispuso?
-Como todos los intelectuales rusos,
estaba sometido al control del aparato de propaganda soviético, pero la clave
de la figura de Ehrenburg es que fue de los pocos que
sobrevivió a las purgas de Stalin. La inmensa mayoría de los militares,
políticos e intelectuales soviéticos que, de una forma u otra, tomaron parte en
la Guerra Civil Española fueron asesinados posteriormente, empezando por el
propio Mijail Koltsov,
corresponsal de Pravda,
emisario de Stalin y uno de los periodistas rusos más influyentes. Koltsov no llegó a estar en Teruel, porque regresó antes a
su país, pero Ehrenburg sí, y además de las crónicas
plasmó sus relatos en sus libros posteriores, algunos de ellos narrados con la
emoción que le despertó el contacto directo con la población civil. Más tarde,
al concluir la Segunda Guerra Mundial, Ehrenburg se
convertiría en uno de los periodistas que mejor reveló la barbarie de los
campos de concentración nazis y, gracias a sus informes, empezó a conocerse la
verdad sobre el Holocausto. Respecto a la influencia soviética y su ayuda al
Ejército Popular de la República, es evidente que la hubo, y algunos de sus
militares más destacados, como cuento en el libro, participaron en la
planificación de la ofensiva republicana sobre Teruel. Pero los 2.500 o 3.000
combatientes soviéticos que según el historiador Yuri Ribalkin
ayudaron a los republicanos no son comparables a los 80.000 italianos y 20.000
alemanes que, según Claude Bowers, embajador de
Estados Unidos en España durante la Guerra Civil, ayudaron a Franco.
-¿Cómo fueron las relaciones de los
corresponsales con las BBII? ¿Y con la estancia de tropas y ayudas desde países
como Alemania e Italia que prestaron su apoyo a los militares y al fascismo
bajo la mirada franquista?
-En algunos casos los vínculos
llegaron a lo personal. Hemingway trabó amistad con muchos de ellos, en
especial con Robert Hale Merriman cuando éste fue
designado jefe de la Brigada XV. Ya es conocido que la amistad entre ambos le
sirvió al escritor para dar vida literaria al personaje principal de su novela Por quién doblan las campanas. Y tras la
desaparición de Merriman en Gandesa en abril de 1938,
Hemingway trabó amistad con su esposa, Marion, que tardó mucho tiempo en asumir
que su marido había muerto. Matthews también hizo
muchos amigos en las Brigadas Internacionales, pero era lógico porque convivió
con ellos en el frente y eso forjó una entrañable relación. Además, Teruel fue
uno de los lugares en los que hubo mayor convivencia entre periodistas y
brigadistas. Por ejemplo en el hospital de Cuevas Labradas, un pequeño pueblo
turolense a pocos kilómetros de la capital, que el corresponsal de The New York Times visitó con frecuencia.
Una de las dos fotos de Robert Capa que he usado para la cubierta de mi libro
sintetiza muy bien esa relación de camaradería entre los brigadistas y los
corresponsales de guerra. En ella, además de un soldado republicano, aparecen
Hemingway y Matthews junto a Malcolm Dunbar, uno de los responsables de la Brigada Internacional
XV. La instantánea muestra a los cuatro saboreando un cigarrillo que acaban de
encenderse para celebrar su entrada en Teruel, por primera vez, cuando
acompañaban a las tropas del coronel Hernández Saravia. Respecto al bando
sublevado, ni al propio Franco ni a su alto mando le gustaban los periodistas.
Los veían como espías y, de hecho, en territorio sublevado se estableció tal
régimen de vigilancia que a un periodista que no contara con los permisos correspondientes
se le podía considerar espía, con las consecuencias que todos conocemos. Arthur
Koestler fue un ejemplo de cómo trataba el aparato de
prensa franquista a los corresponsales internacionales, aunque al final salvó
su vida al acordarse un intercambio con el ejército republicano, que entregó a
cambio a Josefina Gálvez, esposa del famoso aviador Carlos de Haya. Eso sucedió
poco antes de que el piloto franquista muriera en uno de los combates de la
Batalla de Teruel, en el puerto de Escandón, en el invierno de 1938. El general
José Enrique Varela fue una excepción: era de los pocos militares franquistas,
por no decir el único, al que no le importaba conceder entrevistas y hablar con
periodistas. No deja de ser llamativo que, tal como explico en el libro, hasta
el propio Peter Kemp, el escritor que se enroló como
legionario junto a las tropas franquistas, pusiera el dedo en la llaga acerca
de este tema y llegara a afirmar que la política de prensa del bando
republicano era mucho mejor que la franquista, algo inversamente proporcional a
lo que sucedía en cuanto a la eficacia en el campo de combate.
-¿Dirías que el periodismo en la GCE y en
torno a la Batalla de Teruel ya estuvo al servicio de la propaganda de un bando
y del otro?, ¿o hasta qué punto?
-Eso sucedió en ambos bandos, pero
sigo manteniendo lo que afirmo en el libro: que en la actualidad es más fácil
sucumbir a las tentaciones de los círculos de poder, por lo que, bajo mi punto
de vista, la realidad periodística actual es mucho más criticable que la de
entonces. Claro que había propaganda en los dos bandos, aunque también tengo
claro que el control de la actividad periodística era más férreo en el lado
sublevado que en el republicano, donde ejemplos como el heroico viaje de Matthews y Capa a Teruel para desmentir a Franco acredita
que en la zona dominada por el Ejército Popular los periodistas tenían más
margen de maniobra, a pesar de que la oficina de prensa de la República trataba
de controlar a los corresponsales y era habitual que sus crónicas pasaran
primero por el filtro de los censores. Pero en el ámbito de la prensa
internacional había otra realidad en juego: a veces, los periódicos
dulcificaban las noticias de sus enviados especiales. Por ejemplo, cuando se
denunciaba la presencia de tropas y armamento enviados por Hitler y Mussolini
para ayudar a Franco, algunos periódicos ingleses y norteamericanos matizaban
la descripción de los hechos para que el lector no se diera cuenta de la
intervención de Alemania e Italia. Y esto concuerda con la hipocresía que
mostraron algunos gobiernos occidentales en relación con las estrategias de
“apaciguamiento” para evitar un enfrentamiento con Hitler. Por otra parte, a
pesar de que muchas veces eran los aparatos de propaganda de cada bando los que
organizaban las comitivas de prensa a los escenarios de guerra, en el caso de
la Batalla de Teruel no hay duda alguna de que Matthews,
Buckley, Hemingway, Delmer
y Capa, entre otros, actuaron libremente por propia iniciativa en determinados
momentos, lo que afortunadamente permitió a millones de personas conocer de
primera mano los sucesos reales en el campo de combate. En territorio controlado por Franco y las
tropas sublevadas era inevitable actuar siempre con autorización y estricta
vigilancia, porque de lo contrario se arriesgaban a ser fusilados.
-Se habla siempre más de los corresponsales
que acompañaban a los defensores de la República, pero también los había que lo
hacían, muy seriamente, a los rebeldes. ¿Cómo era su perfil, la prensa
conservadora extranjera era “sus padrinos”, me imagino…? ; ¿y
sus maneras de hacer sobre el “terreno bélico” eran poco más o menos las mismas
que la de los simpatizantes que acompañaban a las tropas republicanas?; ¿Había
rivalidades entre estos dos bandos de corresponsales extranjeros?
-El mejor ejemplo de rivalidad entre
corresponsales extranjeros seguramente fue el de Herbert Matthews
y William Carney, ambos de The New York Times. El primero informaba desde zona republicana y el
segundo fue enviado por el periódico neoyorkino a la zona sublevada. La
disparidad entre las crónicas de ambos fue evidente y trascendió el ámbito
estrictamente periodístico. De hecho, en las Brigadas Internacionales se
consideró una ofensa la actitud de Carney, totalmente
favorable a Franco. Y en el mundillo que formaron los periodistas
internacionales tuvo mucho eco lo sucedido en Teruel entre la nochevieja del 37, cuando las tropas franquistas estuvieron
a punto de recuperar el control de la capital pero finalmente no lo
consiguieron y, días después, tuvieron que rendirse ante el Ejército Popular.
Las versiones de Carney, que propagó el falso anuncio
de Franco de que había reconquistado Teruel, fueron desmentidas por Matthews en los días siguientes, lo que causó un
extraordinario revuelo en el mundo periodístico y acabó consagrando a Matthews como un gran corresponsal y dejó a Carney en evidencia entre sus compañeros de profesión. Para
quienes quieran profundizar en este tema aconsejo el estudio de Julie Prieto, de la Universidad de Stanford,
sobre la cobertura informativa que hizo The New York Times
en la Guerra Civil, en el que se aportan numerosos detalles. Además de Carney, Harold Cardozo fue otro de los grandes defensores
de Franco. Justificó la sublevación, al igual que otros muchos cronistas
opositores a la República, desde el pretexto de que España corría el riesgo de
convertirse en un país comunista, y también hay que recordar a Kim Philby, corresponsal de The Times, que escribía siempre a favor de Franco, pero lo hacía de
forma interesada porque lo que buscaba era infiltrarse en su entorno, ya que no
debemos olvidar que realmente se trataba de un espía a las órdenes de Stalin.
En medio de todo ello resulta llamativa la presencia de figuras como el
filósofo Bertrand de Jouvenel, que escribía para
varios medios franceses y lo hacía en territorio sublevado. Su postura era algo
más ambigua, como la de muchos otros corresponsales que no se declaraban
abiertamente en favor de ninguno de los dos bandos. Sin duda, la inmensa
mayoría estaba a favor de la República y en contra de Franco, una minoría
apoyaba a los sublevados y un tercer grupo no se decantaba por ninguno de los
dos. Y, junto a todo ello, lo que se publicaba en la prensa alemana de la época
era manifiestamente favorable a Franco, con un enfoque más allá de la
manipulación en el que era evidente la influencia del aparato de propaganda de
Hitler. Fuera de Europa Franco encontró sus apoyos más decididos en la prensa
iberoamericana, donde firmas destacadas como la de Carlos Miró, apodado Garrotín, fueron fundamentales para dar
publicidad al bando sublevado. En cualquier caso, como análisis final, diría
que el periodismo tuvo un papel heroico en la Guerra Civil Española y que sus
principales protagonistas deberían ser objeto de estudio para los futuros
profesionales del mundo de la prensa. Sin ellos no habríamos sabido muchas de
las cosas que sucedieron en España.
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